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Blog de la UCC+I

null La dramática paradoja del COVID-19

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Autor: Juan Carlos Argüelles, catedrático de Microbiología de la Universidad de Murcia.

En 2003 se declaró en Guanzhu (China) el denominado síndrome respiratorio agudo y severo (SARS). En 10 meses, este coronavirus causó unas 8.000 infecciones (con 800 decesos), extendiéndose a 26 países. Las medidas de vigilancia epidemiológica, el rápido aislamiento de los pacientes, la prevención de los contactos personales y, en ciertas áreas, una estricta cuarentena social interrumpiendo la transmisión entre personas, permitieron un eficaz control del SARS. En estos 17 años transcurridos, se han perfeccionado los sistemas de detección, las pruebas diagnósticas, los test rápidos, la formación sanitaria y las unidades de asilamiento hospitalario. También ha mejorado nuestra capacidad para realizar ensayos clínicos e intervenciones terapéuticas, así como la experiencia científica para desarrollar nuevos antivirales y vacunas.

Por el contrario, el nuevo brote de coronavirus declarado en Wuhan (COVID-19), provocó en solo dos meses (hasta febrero), más de 85.000 casos (con 4.000 fallecimientos declarados). Resulta innecesario incidir en la catastrófica pandemia planetaria que estamos sufriendo, cuyas terribles consecuencias en todos los órdenes aún estamos lejos de vislumbrar. Con independencia de críticas justificadas a la gestión de gobiernos e instituciones, lo cierto es que nadie ha podido (o sabido) prever la magnitud apocalíptica de esta tragedia. No obstante, en medio del maremágnum de datos, declaraciones y análisis, quizá cabría preguntarse por las razones que explican esta dramática paradoja de una diseminación mortal de la COVID-19, arramblando con los mejores sistemas sanitarios del mundo, que considerábamos sólidos e invulnerables. Como suele ocurrir en ciencia, la respuesta no es simple y directa, sino compleja y multifactorial; dejando aparte la naturaleza intrínseca de los virus, entidades biológicas en el límite de la vida.

El primer punto reside en el epicentro de la pandemia. Wuhan es una megaciudad densamente poblada (11,2 M) y un importante centro de industria, comercio y comunicaciones, lo que ha favorecido un elevado nivel de contagio interno y una rápida difusión de la COVID-19 a otras ciudades y países. Se estima que, en la última década, China ha triplicado su población urbana y duplicado la frecuencia de viajes al extranjero. Otro factor reside en las vías de contagio. En el SARS ocurría principalmente en pacientes con síntomas respiratorios severos, a menudo ya diagnosticados y hospitalizados, siendo muy bajo en los asintomáticos. Por el contrario, las personas infectadas, pero no sintomáticas, de la COVID-19 han sido un rápido vehículo de contagio entre la comunidad, siendo difíciles de detectar y por tanto de controlar. Como consecuencia, la transmisibilidad tanto en ambientes hospitalarios como en espacios urbanos compartidos ha sido enorme. Un elemento asociado es el famoso número de reproducción (Ro), que mide cuántas personas son contagiadas por un portador; habiendo sido en la fase álgida de 2 a 5 (según estudios) para la COVID-19, mientras para el SARS fue inferior a 2.

Sin duda, el retraso en la toma de decisiones concernientes al confinamiento y las estrictas normas de distancia social han sido una negligencia capital. Y en esto, ninguno de los dirigentes mundiales de cualquier signo y condición está libre de culpa. Quizá los indicios preocupantes (alta contagiosidad, hospitales construidos en 10 días) no presagiaban tan terrible catástrofe, pero cuando la evidencia ya fue incontrovertible, con la elevada incidencia y transmisibilidad registrada en Italia, se debería haber actuado. Sin embargo, no sólo no se paralizaron eventos masivos, inmensos focos de contagio (partidos de fútbol, manifestaciones, conciertos, etc.), sino que ni siquiera hubo un plan sanitario de emergencia que incluyera áreas y servicios hospitalarios reservados y la disponibilidad de un equipamiento de protección adecuado y suficiente para el personal, héroes impagables de esta epopeya. Ello confirma la creencia de que sobran políticos y faltan gestores capaces de resolver losproblemas sociales. El mundo después de la COVID-19 es una incógnita, con toda seguridad será diferente, pero no es probable que hayamos aprendido la lección.

Argüelles

 

 

Más información:

Juan Carlos Argüelles Ordóñez es catedrático de Microbiología en la Universidad de Murcia.

Ha colaborado con distintos medios de comunicación (El País, Norte de Castilla, Diario Montañés o Investigación y Ciencia). Y ha sido hasta 2020 articulista del diario La Verdad (Murcia). Autor de diversos libros de narrativa y ensayo, sus últimos libros publicados en Amazon son: Un acto de amor (2019) y La Doble Hélice deADN: mito y realidad; 2ª edición) (2020).

 

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