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Hoy hablamos con Luisa Martínez de Haro, la primera catedrática en Cirugía de España

Redacción: Rocío González García

Martínez de Haro es la mayor de sus hermanos, la persona que les ha ido abriendo el camino. En 2017 abre una vez más el camino: se ha convertido en la primera catedrática de Cirugía de España y esta vez, no será un referente familiar, sino el de muchas mujeres que seguirán su ejemplo.

Pertenece a una de las primeras promociones de Medicina de la Universidad de Murcia. Llegó a la ciudad a estudiar en una época convulsa, donde, tal y como cuenta ella ‘lo raro era estudiar’, pero eso jamás la echó para atrás. Alumna de Pascual Parrilla, hoy pertenece a su equipo en el hospital Virgen de la Arrixaca, con el que no solo comparte su vocación docente y comunicativa sino también la necesidad personal de ofrecer el mejor trato al paciente.

Se involucra en cada una de sus consultas porque, entre otras cosas, sabe lo que es estar al otro lado, ser la paciente. Un tumor cerebral le tocó de cerca y le mostró el papel que juegan cada día desde los cirujanos hasta el personal de enfermería para aliviar al paciente en sus peores momentos. Hoy hablamos con ella, para conocer un poco más de este ejemplo a seguir.

 

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En primer lugar, enhorabuena, ¿qué se siente ante el hecho de ser la primera catedrática de Cirugía de todo el país?

Siento mucha satisfacción, pero al mismo tiempo, un poco de presión por ser la primera. Cirujanas ha habido antes y ahora, lo que ocurre es que para ser catedrática debes dedicarte no solo a operar y a tratar con enfermos, también hay que trabajar en otros ámbitos como es la investigación y la docencia.

Ahora el ambiente es más propicio tanto en el entorno profesional, donde los hombres han tenido que aceptar que las mujeres lo pueden hacer igual de bien o mejor, como en el entorno familiar y personal, menos estricto. La mentalidad de los profesionales de hoy ha cambiado, se tiende a la igualdad, aunque aún hay gente que es un poco más reacia.

¿Crees qué llegará pronto el turno de nuevas catedráticas? Tú has abierto el camino para futuras investigadoras…

Me gustaría pensar que sí. Para mí sería una satisfacción, no quiero que se quede en una anécdota. Mi verdadero orgullo sería abrir la puerta, de verdad, para que los responsables de las instituciones se den cuenta que la mujer lo puede hacer exactamente igual que un hombre.

Para ser catedrático tienes que tener muy presente la labor asistencial porque, ante todo, somos médicos, aunque dependamos del Ministerio de Educación o de la Universidad. Lo que enseñamos es cirugía y no se puede enseñar si no se hace. Debes saber enseñar y comunicar a los alumnos, y aparte tienes que investigar. Eso es igual de demandante para un hombre que para una mujer, con la peculiaridad de que la cirugía es una especialidad más dura que otras especialidades.

Si ambos se implican en las labores domésticas, es igual de costoso para ambos géneros. Si no es así, entonces para una mujer es más difícil, que es lo que ha pasado hasta ahora.

Pertenece al grupo de investigación Motilidad de Tubo Digestivo, junto a Pascual Parrilla y a Ángeles Ortiz, ¿En qué están investigando?

Investigamos en patología esofágica en general. Actualmente estamos más volcados al Esófago de Barrett. Se trata de un tipo de esofagitis que se produce por reflujo y que tiene una posibilidad de degenerar a un adenocarcinoma, el cáncer de esófago más prevalente hoy en día.

Hoy en día, el esófago de Barret es una de los temas más puntero en cirugía. Nuestra investigación se inició a partir de una paciente de veinticinco años, en el año 1981. Había tenido reflujo desde pequeña y desarrolló a partir de esta patología un cáncer.

Fue el punto de partida para que la doctora Ortiz, profesora de la Universidad y yo, después de revisar toda la bibliografía, le planteáramos al doctor Parrilla realizar un prospectivo randomizado comparando el tratamiento médico frente al quirúrgico para ver cuál era la manera más eficaz para prevenir la aparición del cáncer.

La investigación, como dice Parrilla, parte de la cabecera del enfermo y al final, retorna de nuevo a él. A partir de ahí, hemos publicado una serie de trabajos en las revistas de mayor impacto de cirugía e incluso hemos mantenido una relación estrecha con uno de los papas de la cirugía esofágica: el profesor de la Universidad del Sur de California Tom DeMeester.

Actualmente trabajamos a nivel molecular para saber por qué unos pacientes con esófago de Barret se malignizan más que otros. Esto depende de una serie de marcadores biomoleculares.

Hay familias con varios miembros afectados, así que estamos estudiando todas las peculiaridades genéticas de estas familias.

Sois un grupo bastante reconocido, incluso internacionalmente…

Si, el profesor DeMeester conoce cómo se hace la cirugía esofágica en toda Europa y es un hombre que no regala las cosas y cuando vio nuestra Unidad y cómo teníamos organizado la sección no solo en el tratamiento quirúrgico en sí, sino en las pruebas funcionales que hacemos del esófago, nos dijo que éramos la mejor Unidad de Cirugía Esófago-gástrica que había visto en Europa. Eso es un orgullo para nosotros.

El profesor Pascual Parrilla fue además tu profesor de la Universidad y ahora compartís equipo, ¿qué tiene de especial?

Pascual Parrilla tiene hijos académicos por todos los hospitales de la Región. Cuando las primeras promociones lo conocimos, nos rompió los esquemas de lo que era un profesor tradicional. Tiene una capacidad de comunicación excepcional y un apasionamiento con la cirugía que hacía que salieras de clase con el tema aprendido. La primera que nos dio era una enfermedad tan ajena como el tétanos, pero salí que si me hubieran preguntado acerca de ese tema, lo habría sabido contestar. Fue un soplo de aire fresco en la Universidad.

¿La cirugía fue algo vocacional?

Antes de empezar Medicina quería hacer Química., pero fue al leer algunos libros como ‘Cuerpos y Almas’, de Maxence van der Meersch y algunos otros de Frank Slaughter, cuando me decanté. Al empezar la carrera me gustaba la cirugía, pero me fui desanimando. Estudie durante la Transición, cuando el ambiente universitario estaba muy politizado, y no era el propicio para estudiar.

Me entusiasmé de nuevo en tercero, con la Patología General, pero fue sobre todo al año siguiente, gracias al profesor Parrilla, cuando me tomé más en serio la carrera y la importancia de los enfermos. Ahora sales de la carrera sabiendo hacer un lavado quirúrgico, haber visto pacientes y conoces los laboratorios. Antes no teníamos apenas prácticas; las que hice fue porque iba de voluntaria al hospital.

Sé que hay muchos mitos con la deshumanización de los cirujanos, ¿podría decir que es lo más apasionante de su trabajo?

El que se deshumanice no tiene que tratar con enfermos. Nunca se debe perder el aspecto humano de nuestra profesión, porque la medicina tiene sus límites. Hay momentos en los que no puedes llegar más allá, no puedes curar pero sí aliviar enormemente al enfermo. Donde no llega la medicina, alcanzan las palabras. Cuando la operación es exitosa, lo más apasionante es el agradecimiento en la cara de los enfermos, es algo que no tiene precio. Si vienen los enfermos a agradecértelo, es el mejor regalo que te hacen, es lo único que compensa el exceso de trabajo. Le recomendaría a todos los estudiantes la película de ‘El doctor’, un médico que no tiene un trato humano hasta que pasa a ser paciente.

Igual de importante es ver el miedo en la cara de los enfermos, cuando no saben qué les va a pasar y se ven perdidos. Cuando se hizo miembro de honor de la Sociedad Española de Cirujanos al profesor DeMeester, nos contó que los pacientes que se someten a cirugía ‘están en la jungla y tú tienes que acompañarlos porque se sienten perdidos. A veces los puedes sacar de la jungla y llevarlos a un sitio seguro, otras veces solo los puedes acompañar y darles ánimo hasta donde puedan llegar’.

¿Y lo peor de tu trabajo?

Lo más difícil para mí es cuando la medicina no lo puede curar y al entrar a la habitación te está interrogando con la mirada. Tienes que medir lo que dices porque ese va a ser el momento más importante del día de esa persona. Yo, a veces, soy muy cobarde y entrar me resulta de lo más difícil.

Antes casi engañábamos a todos los enfermos que no tenían solución, no les decíamos lo que tenían para no deprimirlos y eso tampoco se debe hacer. Lo que hay que tener es mucha psicología y, dependiendo de la educación, el nivel cultural, el entorno social y familiar o la religión de cada uno, debes saber qué decir y cómo. Lo que nunca hay que hacer es cerrar todas las puertas. Cuando no puedes curarlo lo puedes aliviar. La relación con el enfermo es muy pero que muy importante.

¿Qué ha sido lo más duro que has sufrido con tus pacientes?

Lo más duro es cuando no puedes quitarle el tumor a un paciente joven. Hubo uno que me impresionó muchísimo. Recuerdo hasta de dónde era; tenía un tumor de cardias, el orificio que da paso del estómago al esófago. Se le realizó una cirugía compleja pero es un cáncer que tiene, con frecuencia, mal pronóstico. No obstante, lo operamos con éxito y venía continuamente a revisión.

No se me olvidarán esos ojos de miedo cada vez que venía a la consulta. Un día volvió a ingresar con una inflamación de la vesícula. Se le había reactivado el tumor. Se me hacía durísimo pasarle visita porque veías su cara de miedo, de no querer saber lo que le ocurría. Y en esos momentos no sabes qué decir o no tienes el aplomo suficiente. Me acuerdo hasta dónde estaba ingresado, y que tenía hasta los muebles comprados para casarse. Un día incluso me tuve que salir a llorar a la escalera como si fuera un familiar mío.

Durante Semana Santa me fui a Nueva York con unas amigas y todos los días llamaba por teléfono a una compañera para saber cómo estaba. Un dia me dijeron que había muerto. Fue durísimo. En muchos de estos casos te tienes que poner un caparazón o afecta a tu vida.

Además, tú también sabes lo que es pasar por ello porque lo sufriste…

Es algo que antes o después a todo el mundo le pasa. El problema es cuando te pasa en la cabeza, que es un recinto “sagrado” para nosotros, porque sabemos muy poquito. Fue en 1991. Mi padre padecía migrañas y yo las heredé. Un día, estando en casa, de repente se me quedó insensible parte del cuerpo y al abrir el pomo del cuarto de baño, no sentía la mano. Pensé que me estaba dando un ictus. Me quedé pasmada.

Llamé a mi compañera de piso, que es mi “hermana del alma” y compañera del trabajo y nos fuimos a la puerta de Urgencias. Allí me dijeron que era el aura de una jaqueca, dándome a entender que los cirujanos éramos ignorantes de medicina. Al día siguiente, busqué los síntomas en un libro y efectivamente, con el aura de las jaquecas te podían dar incluso pequeños infartos.

Se lo conté a un compañero neurocirujano, y me comentó que, aunque era raro, podía pasar, pero que me hiciera una resonancia magnética para quedarme tranquila. A los dos días, cuando me la hice, me comentaron que tenía una lesión. Mi única pregunta fue: ¿es central o periférica?, porque sabía que si era en la parte central del cerebro resultaba prácticamente inabordable.

Me dijeron que parecía un meningioma, es decir, un tumor benigno. Era grande pero no había desplazado la línea media. Por suerte, ese día había en Murcia un congreso de Neurocirugía y en él estaba el doctor Gonzalo Bravo, del hospital Puerta de Hierro (Madrid). Al hablar con él me dijo textualmente ‘si dentro de un mes no estás operando, es que yo soy un chapucero’ .

¿Y cumplió el doctor Bravo su objetivo?

Al mes estaba operando. Fue a una niña con acalasia, es decir, con una incapacidad para relajar las fibras del cardias. Me acordaré toda la vida.

¿Durante esos momentos te planteaste la posibilidad de no volver a operar?

Solo te planteas salir viva de ahí. ¿Sabes por qué me salió el tumor? De pequeña tenía en ese lado un angioma, es decir, un tumor benigno que crecía muy rápido y que aparecía con forma de mancha por la acumulación de vasos sanguíneos. En la época en que nací, eso lo trataban se trataba con placas de Radio directamente sobre las lesiones. Años después, al ver la resonancia me llamó la atención que tenía el tumor en el lugar exacto del angioma. El doctor Parrilla hizo una búsqueda bibliográfica, e incluso llamó al radiólogo de Albacete que me había tratado, y descubrió numerosas publicaciones sobre tumores desarrollados tras estas terapias, algunos de ellos no benignos. Se podría decir incluso que tuve suerte.