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null Una investigación de la UMU desarrolla un sistema que permitirá «democratizar» el control de la climatización y mejorar la productividad de los empleados

Uno de los retos más complicados a los que se enfrenta cualquier trabajador en su día a día laboral es acordar con sus compañeros la temperatura del sistema de aire acondicionado o calefacción. Repase mentalmente cuántas veces se ha enfrentado al problema y verá que no es una afirmación exagerada. Una compañía derivada de la Universidad de Murcia (UMU) trabaja en un sistema específico para resolverlo.

El objetivo, resume el investigador Alfonso Ramallo, a la cabeza del proyecto, «es conseguir democratizar el control de la climatización de los espacios, utilizando el 'feedback' [los comentarios] de los ocupantes», de modo que se pueda «fijar la temperatura en un valor que sea del gusto de la mayoría», al tiempo que se busca «la franja de temperatura que minimiza las quejas». Se trata de ponerse de acuerdo de forma rápida y sin discusiones y debates aprovechando las ventajas que permite la tecnología. «El sistema está conectado, además, a una plataforma integral capaz de dar recomendaciones en el caso de que las temperaturas que se encuentran como óptimas no sean adecuadas para un correcto ahorro energético», por ejemplo. En casos así, «la plataforma es capaz de mandar mensajes personalizados para mejorar el uso del edificio y de la climatización».

Básicamente, la propuesta del equipo de Ramallo incluye el desarrollo de un nuevo termostato y el diseño de un algoritmo y una aplicación, denominada 'Smart Comfort 4 All', con el objetivo «de aumentar la satisfacción y la productividad de los empleados al mismo tiempo que ahorra en costes de electricidad». 1

Este desarrollo es fruto de una investigación en marcha que, a su vez, se enmarca en el denominado proyecto Phoenix, financiado con cinco millones de euros, y liderado por el catedrático de Ingeniería Telemática de la UMU Antonio Skarmeta. En él se probará «en ensayos piloto en cinco países cómo hacer más conectables los edificios con los aparatos de su interior», al mismo tiempo, añade Ramallo, de «hacerlos más eficientes energéticamente y no vulnerables a ciberataques». El proyecto Phoenix, impulsado por el programa europeo de innovación Horizonte 2020 (H2020), concluye el mes que viene, tras algo más de tres años de desarrollo (arrancó en septiembre de 2020).

'Crowd-sensing'

El 'crowd-sensing', como denomina el especialista a la técnica empleada para el control de la climatización, y que podemos traducir por «sensores de multitudes» o «detección de multitudes», recopila los datos de un grupo determinado de personas, «como si actuaran de sensores de una magnitud o propiedad del espacio». En este caso, concreta Ramallo, «la información que queremos recoger a través de esta técnica es la sensación térmica de los ocupantes de un despacho, habitación u otros espacios». Para ello, cada ocupante puede comunicar si tiene calor o frío a través de una aplicación móvil, sin que sepan a qué temperatura se encuentran en las pruebas pilotos a las que los investigadores les someten. No se trata de ver una cifra para colegir que es demasiado calurosa o fría, sino de guiarse únicamente por la sensación del cuerpo.

1Esta no fue la primera opción, el investigador relata cómo al inicio de las pruebas de concepto emplearon códigos QR para recoger votos acerca del frío y el calor de una estancia. Con el uso del teléfono inteligente, en cambio, han logrado facilitar aún más el acceso, directamente desde el puesto de trabajo. «También se ha realizado el diseño y despliegue de dispositivos que permitan conectar a internet dispositivos de climatización antiguos, para que puedan ser controlados por el sistema que decide la temperatura en función de los votos».

En el sistema adoptado, los datos se recogen en una plataforma «para que después un algoritmo determine a partir de esta información a qué temperatura configurar los aires acondicionados o sistemas de calefacción».

«En nuestro grupo hemos entendido que esta solución tiene un gran potencial», aventura Ramallo, y lo ilustra con la ineficiencia que supone el uso de un termostato central en los frecuentes espacios diáfanos de trabajo ocupados por diez o quince personas. Son lugares en los que, «además, se observa que el control de esos termostatos no siempre resulta del consenso de los que ocupaban las salas».

Ineficiencia

Otro caso de ineficiencia lo vivimos cuando al entrar acalorados de la calle a una oficina tendemos a configurar el termostato a temperaturas que realmente no vamos a necesitar, provocando «un consumo energético excesivo». Lo habitual es que los grados de la estancia a la que entramos ya son aceptable, o están próximos a serlo. En estos casos, «delegar el control de la temperatura a un algoritmo que también tiene en cuenta a los demás resulta en un mejor control».

Más allá de resolver el problema en cada momento, el sistema también permite identificar puntos en los que se precisa un particular reacondicionamiento, «a la vista de las quejas de los trabajadores que allí se encuentra». No es lo mismo, claro está, situarse junto a la soleada ventana que permanecer en un rincón aislado o debajo del chorro del aire acondicionado. A los termómetros y demás sensores se les puede pasar por alto una corriente de aire, por ejemplo, pero al sensor humano que lo sufre seguro que no. «Esta detección de ineficiencias en la climatización de un entorno, así como la reducción de consumo que ofrece el control indirecto de los termostatos, aumentan la eficiencia energética de los edificios», sintetiza el experto.

Más estudios

Ramallo afirma que se trata de un campo poco explorado en España, y también en el resto del mundo, «hasta donde nosotros sabemos». La denominada «ciencia de los edificios inteligentes», detalla, «está ahora en un punto muy fructífero, y cada vez son más las publicaciones y estudios que se realizan en este campo». De momento, estima, ya «hay unos pocos grupos más en el mundo que están realizando pruebas de tipo similar a las que estamos realizando nosotros».

Para asegurar que todos «avanzamos de manera conjunta», explica, «los resultados que se van obteniendo se publican en revistas científicas y se presentan en congresos». Pura ciencia para la difícil tarea de poner de acuerdo a todo el mundo sobre el aire acondicionado en el trabajo.

Somos un 6% menos productivos por cada grado fuera de confort

El confort térmico tiene unas implicaciones que pueden resultar más importantes de lo que, 'a priori', aparenta. El ingeniero industrial Alfonso Ramallo tiene claro «que en nuestros hogares es fundamental», pero además, «mirándolo desde un punto de vista más frío», añade ,«la productividad de los trabajadores es un factor importante» de esta variable.

Ramallo cita estudios que muestran cómo en algunos trabajos «la productividad podría bajar hasta en un 6% por cada grado fuera de la temperatura de confort del trabajador». El investigador contextualiza el dato aportando algunas cifras más: «La infraestructura física (edificio) para hospedar a un trabajador», estima, supone un coste «del orden de 30 euros por persona y mes (teniendo en cuenta edificios grandes). Los servicios, la electricidad, la climatización, el agua, internet, etc. suponen del orden de 300 euros por persona y mes».

Al mismo tiempo, subraya, «el coste de los trabajadores es del orden de 3.000 euros por persona y mes». Teniendo en cuenta todos estos números, concluye, «es fácil ver que el coste del descenso de la productividad por unas condiciones inadecuadas es bastante considerable y se ha de tener en cuenta en primera instancia».

Pie de foto: 1. Parte del equipo de investigadores encabezado por Alfonso Ramallo, en el centro. UMU. 2. Alfonso Ramallo, coordinador del 'Smart Comfort 4 All'. UMU