Flexión del tronco

La flexión del tronco es una de las posturas más comunes del ser humano. Actividades ocupacionales y deportivas requieren de posturas de flexión lumbar estática y/o dinámica que están asociadas con lesiones y algias lumbares (Jackson y cols., 2001).

En el movimiento de flexión intervertebral, el cuerpo de la vértebra suprayacente se inclina y desliza ligeramente hacia delante, disminuyendo el espesor del disco en su parte anterior y aumentando en su parte posterior. Múltiples estudios en cadáveres, usando discografía y resonancia magnética han encontrado una migración posterior del contenido nuclear en respuesta a una carga en flexión lumbar, así como un desplazamiento anterior en respuesta a una carga de extensión (Wetzel y Donelson, 2003).

El disco intervertebral toma entonces una forma en cuña de base posterior y el núcleo pulposo es impulsado hacia atrás. En este movimiento se genera una carga compresiva en la porción anterior del disco y una carga de tensión en la pared posterior del anillo fibroso (Hamill y Knutzen, 1995). Simultáneamente, las apófisis articulares inferiores de la vértebra superior se deslizan hacia arriba y tienden a separarse de las apófisis articulares superiores de la vértebra inferior, de modo que en la cápsula y ligamentos de esta articulación intervertebral aumenta el estrés de tensión (Kapandji, 1981).

El estado de hidrofilia característico del núcleo pulposo es un factor que permite resistir mejor las fuerzas de flexión del tronco. Cuando dichas fuerzas son excesivas, la presión sobre el núcleo se incrementa de forma proporcional, así como la compresión sobre el anillo fibroso, pudiendo producir deterioros en la estructura interna del propio anillo y pérdidas en el poder de pretensión del núcleo. Si estas estructuras son dañadas el sistema de autoestabilidad queda comprometido (Rodríguez y cols., 1999).

Dolan y cols. (1994), citando estudios realizados con cadáveres comentan que los discos intervertebrales y ligamentos son más vulnerables cuando se aplica una gran carga compresiva en posición de flexión.

Para que se produzca el movimiento de máxima flexión del tronco, es preciso que tenga lugar una secuencia de movimientos específicos, conocida por ritmo lumbopélvico (Cailliet, 1990).

Granata y Sanford (2000), evaluaron la coordinación del movimiento de pelvis y raquis lumbar en tareas de elevación de cargas ligeras (0.1 Kg y 10 Kg). Sus resultados indican que el peso influye significativamente el ritmo lumbo-pélvico. El raquis lumbar participaba un 70% del rango de movimiento, con incrementos de la participación de la pelvis en las posturas de flexión.

Analizando electromiográficamente la flexión del tronco desde una posición erecta, se observa un silencio mioeléctrico súbito, o relajación, de los músculos erectores espinales, en un punto cercano de la máxima flexión. Este comportamiento raquídeo ha sido descrito en personas sanas y se conoce como fenómeno flexión-relajación (Sarti y cols., 2001a), siendo soportada la posición del tronco gracias a las tensiones de tracción inducidas en las estructuras ligamentosas.

Shirado y cols. (1995) encontraron que sujetos sanos evidenciaban este fenómeno, con un silencio eléctrico en el erector spinae, en valores medios que correspondían a los 81.6º±5.1º y 40.8º±8.2º de flexión de tronco y cadera respectivamente. Estos ángulos son menores de los alcanzados en movimientos de máxima flexión, correspondiendo el silencio eléctrico aproximadamente al 90% y 80% de la máxima flexión de tronco y cadera, respectivamente.

La repetición sistemática de estos movimientos de flexión es una variable importante en las posibles repercusiones que de ellas pueden derivarse. McGill y Brown (1992) en un trabajo con humanos expuestos a una flexión anterior de tronco durante 20 minutos, encontraron una recuperación parcial de la capacidad viscoelástica de los tejidos vertebrales a los 30 minutos de finalizar la prueba (en hombres), mientras en mujeres, sin embargo, se evidenciaba una recuperación total de la capacidad viscoelástica a los 26 minutos. Por esta razón Gedalia y cols. (1999) recomiendan evitar adoptar posturas incorrectas durante un tiempo prolongado, ya que se necesitan períodos largos para recuperar la capacidad fisiológica de los tejidos vertebrales.

Snook y cols. (2002) comprobaron cómo la restricción de actividades de flexión por la mañana, cuando la hidratación discal es mayor, reduce un 23% los días de algia lumbar, respecto al grupo control que mostró una reducción del 2%.

En un trabajo sobre la contribución de diversos grupos musculares a la estabilidad del raquis lumbar durante tareas isométricas, Cholewicki y Van Vliet (2002) encontraron que el raquis es más vulnerable e inestable en las tareas de flexión. Personas con lesiones por cizalla en las articulaciones vertebrales (facetas, daño en el arco posterior o espondilolistesis) o daño en los ligamentos posteriores, deberían evitar posturas de flexión completa, dado la gran carga a que son sometidos (McGill, 1997).

El patrón de movimiento en sujetos con algia se caracteriza por una mayor contribución del raquis lumbar en las primeras fases de la flexión del tronco. Debido a que muchas actividades de la vida diaria se realizan en flexión parcial más que en flexión completa, estas personas tienen un mayor riesgo de sufrir repercusiones raquídeas al aumentar el estrés de tensión en los elementos posteriores del raquis (Esola y cols., 1996).

Esola y cols. (1996) recomiendan enseñar a personas con algia lumbar a implicar en menor medida su raquis lumbar durante las fases inicial e intermedia de la flexión del tronco, y centrar el movimiento, en mayor medida, en el eje coxofemoral.

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