Introducción

Emeterio Cuadrado In Memoriam*

Ha sido un importante ingeniero de caminos que ejerció su brillante profesión intensamente a lo largo de una completa vida activa, y de forma apasionada, espectacular y precisa la de arqueólogo, la de investigador prestigioso en arqueología protohistórica.

Su rigor científico, su concepción analítica del método arqueológico y su ilusión investigadora hacen de el un arqueólogo excepcional, y de toda su amplia obra un conjunto coherente, claro y útil, indispensable a la hora de investigar y base sobre la que hemos seguido trabajando tres generaciones a la hora de interpretar la cultura ibérica, su devenir y sus influencias.

Nacido en Murcia en 1907, donde su padre era médico de renombre (fue el primero de la Región en disponer y utilizar el novedoso aparato de rayos X a principios del siglo XX), se halló siempre fuertemente vinculado a la tierra de sus mayores, la ciudad de Mula, que siguió frecuentando y donde instalaría más tarde su cuartel general de investigaciones arqueológicas, rodeado de su amplia familia y próximo a su yacimiento predilecto, a su área de excavaciones en la necrópolis de EI Cigarralejo.

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En esa época, las tareas de campo, la prospección y el análisis general del contexto de lo que actualmente denominamos medio ambiente le induce a la prospección y estudio do los yacimientos arqueológicos del valle fluvial y del trazado del canal, tangentes a sus tareas de ingeniero. Sus trabajos arqueológicos comienzan casi como hobby apasionado de las horas libres, y asi será en sus siguientes sesenta años de vida.Su estancia universitaria en Madrid y sus primeros trabajos como ingeniero le llevan muy joven a afrontar un gran proyecto vinculado al sempiterno y agobiante problema del Sureste español: la sequía. Es ingeniero jefe del proyecto que habrá de materializar una obra decisiva, calificable en su época (los años 30 del siglo xx) de faraónica: la canalización de las aguas del Taibilla, afluente del Alto Segura, para abastecer la ciudad de Cartagena y así garantizar definitivamente la provisión de agua de sus guarniciones, arsenal, astilleros e industrias adscritas a esta plaza fuerte.

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Surge el Museo Arqueológico Municipal de Cartagena y se inician los Congresos Arqueológicos del Sureste Español (CASE), que se celebraran sucesivamente en las ciudades mas importantes del territorio: Almería, Cartagena, Elche, Albacete, Murcia y Alcoy, congresos que serían el germen de los posteriores -e ininterrumpidos hasta la fecha- Congresos Nacionales de Arqueología, de los cuales sigue siendo secretario don Antonio Beltrán tras casi sesenta años de existencia dc los mismos. Emeterio Cuadrado Díaz es miembro fundador y primer director del Museo de Cartagena, en donde es tarea primordial la captación y adecuación de un considerable conjunto de materiales -especialmente romanos- procedentes del subsuelo de la ciudad y su entorno y del área submarina inmediata, tareas en que colabora activamente la Armada.Tras el aciago paréntesis de la Guerra Civil española (1936-1939), prosigue sus trabajos profesionales de Ingeniería e intensifica sus actividades, estudio y relaciones en el campo de la arqueología. El ambiente erudito y el interés por el pasado antiguo de Carthago Nova, tan intensos en la sociedad cartagenera, son un interesante factor que facilita sus trabajos e inquietudes, así como también son felices coincidencias el entorno científico y administrativo: en Murcia excavan e imparten docencia don Cayetano de Mergelina Luna y don Gratiniano Nieto Gallo, y es director del Museo Arqueológico Provincial, don Augusto Fernández Avilés; en Elche excava don Alejandro Ramos Folqués, en la Alcudia, cuna de la Dama de Elche, que por esas fechas regresa del Louvre; en Alicante llevan una intensa labor arqueológica el padre Belda y Francisco Figueras-Pacheco; en Villena; don José Maria Soler en Cabezo Redondo; en Alcoy, don Camilo Visedo Moltó; en Almeria, don Juan Cuadrado y en Albacete, J. Sánchez Jiménez. y posteriormente don Samuel de los Santos. En Cartagena, la importante gestión municipal se ve decisivamente potenciada por la presencia de un mecenas de excepción: el Almirante Francisco Bastarreche. Allí, un joven profesor, don Antonio Beltrán, inicia su brillante actividad integrando tan sólido equipo.

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En 1945 prospecta el santuario ibérico de El Cigarralejo, un pequeño crestón sobre una costera, al borde del cauce del río Mula, detras del castillo de los Velez, a 4 km al norte de la ciudad. Su excavación y publicación abren perspectivas inesperadas en el ámbito de las religiones mediterráneas prerromanas; su repercusión internacional es intensa y su nombre suena en todos los foros de inmediato.Cuadrado es el perfecto anfitrión, simpático, sincero, generoso y optimista, conocedor y con un vigor que lo mantendrá en primera línea durante los siguientes sesenta años.

En 1947, un desfonde agrícola pone al descubierto la tumba n° 1 de la necrópolis de El Cigarralejo. Lo avisan, prospecta el terreno, lo compra y se inicia la serie de campañas que durarán casi medio siglo.

Su labor en Mula la inicia de forma escrupulosa, ordenada, sistemática. Nada queda como cabos sueltos. Pronto crea series de datos precisos sobre los materiales identificables, surgen los trabajos sobre nuevos tipos de cerámicas, nuevos objetos, nuevas herramientas, nuevas armas. Su labor exhaustiva, su visión moderna de la Arqueología, le lleva al análisis de las pequeñas cosas, a iniciar lo que será, años después, un universo material importantísimo para comprender la cultura ibérica.

También le preocupa la interpretación de los ritos funerarios, el proceso, las sucesivas fases, los modos de enterramiento, las construcciones en el espacio de la necrópolis, las tumbas superpuestas, las fases sucesivas y el caballo de batalla: la cronología. Los materiales importados van a dar, en principio, la clave de la datación, sobre todo las cerámicas áticas; se vuelca en el estudio de las importaciones. No se arredra ante los obstáculos; si hay algo no identificado, si no se ve claro en España, marcha a Inglaterra a buscar la respuesta en el Ashmolean o a Roma, a Atenas, o recurre a sus amigos de Freiburg o de Munich, como si la Arqueología fuese un divertimento infinito al que consagrar las horas libres.

Fruto de esta actividad surge una nueva, sistemática y precisa metodología de excavación de base analítica. Muchas cosas se habían dicho ya en las clases y textos de métodos y técnicas pero aquí se cumplía el método, sin énfasis, funcional, casi con modestia; todo tiene su lugar en el plano, todo esta controlado antes y después de su limpieza, y todo va meticulosamente a su sitio. Sería interesante, conveniente, recrear y publicar su método, tan preciso y que tanto enseñó a arqueólogos -muchos bisoños- que durante más de medio siglo hemos pasado por allí. Y enseñaba como el que no quiere la cosa, como si contase una anécdota intrascendente; y aquí tenemos otro de los importantes capítulos sobre la tarea científica de este hombre que no se dedicó oficialmente a la docencia: su presencia activa y de comunicación en cuanto a las tareas de campo y de laboratorio, siempre con su gran capacidad de trabajo, su grato humor, sus impecables modales y su buena disposición.

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Las campanas de excavaciones tenían una fama proverbial para los estudiantes, eran para nosotros la “Meca” de nuestros proyectos de vacaciones. Para los que en los años 70 y 80 tuvimos la suerte de participar en las excavaciones de la necrópolis, la estancia era una traslación a un panorama ansiado, irreal; habíamos pasado el espejo y, al otro lado, nos hallábamos en un escenario especial, con actores, ambientación, luces y atrezzo magníficos.

La casita-almacén que presidía la necrópolis la había construido don Emeterio en el área que excavó en las primeras campañas. La había bautizado el entonces joven investigador Dr. Hermanfried Schubart como El Hotel Necropol en los años 60 y era el cuartel general; allí se guardaban herramientas y utillaje y allí también, disponía las tareas doña Rosario Isasa, su esposa, siempre al pie del cañon, tanto en el yacimiento como en la casa; allí lavaba, incansable y meticulosa, las cerámicas y controlaba hasta el más mínimo fragmento. Y se guardaban las cajas de ir de pic-nic, de madera, grandes, que se abrían de forma casi ritual a la hora del almuerzo, ante todos los miembros de la excavación y que, con los cubiertos, los asientos y un encantador protocolo parecían trasladarnos a una época y a un escenario irreales, como de merienda en una película de ambientación inglesa.

Al atardecer nos ibamos a Mula, a su casa, que se convertía en casa de todos, y doña Rosario, volcada absolutamente en el proyecto que había también suyo, ayudada por Salvadora, nos daba de cenar con una etiqueta exquisita, como si de personas importantes y de su inmensa casa de la calle de Alcalá se tratase. Déspués de cenar, don Emeterio nos llevaba a todos, grandes y chicos, al Picolo, la heladería del centro de Mula, a tomar limonada y, enseguida, a dormir, para estar fresco al amanecer. Y, en la casa, doña Rosario no paraba, incansable pese a sus tareas de campo, con una resistencia de mujer bíblica.Y allí, a la sombra del amplio entoldado, con su sombrero de paja sobre la cinta de felpa de toalla rusa que tanto ponderaba, llegaba ensimismado y comentando el último fragmento de interés, don Emeterio. Presidía de forma ritual la comida de todos, de los jóvenes estudiantes y de los ya ancianos braceros que habían participado en decenas y decenas de campañas. Nosotros, los neófitos excavadores eramos conscientes de donde estábamos; habíamos leído bastantes artículos y la monografía del Santuario, nos había enseñado piezas espectaculares y las urnas; estábamos deslumbrados. Y, ademas, sabíamos que allí, en El Cigarralejo, había estado, en las campañas previas, toda una serie de personalidades, la mayoría de los grandes arquélogos del siglo XX; allí habían conversado, reído y sudado, entre otros, H. Schubart, A. Beltran, M. Tarradell, J. Maluquer, W Schüle, G. Trías, A. Mª Muñoz Amilibia, A. Arribas y G. Nieto.

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En los anos 80 llevó a cabo la enorme tarea de montar definitivamente la ingente obra La necrópolis ibérica de El Cigarralejo (Mula, Murcia) (1987), y publicó también La panoplia ibérica de El Cigarralejo (1989), dos corpora de un gran valor y que son obras imprescindibles a la hora de estudiar la cultura ibérica y sus relaciones. En ellas se ponen de manifiesto todas sus cualidades de Arqueólogo y su enorme base de conocimientos. Su formulación, intensa, fue constantemente enriquecida por un permanente contacto con los especialistas en la materia objeto de estudio pero también con sus frecuentes y sistemáticos viajes a museos y centros de estudio de otros países. Su enorme afán por la información le llevó a visitar infinidad de yacimientos centroeuropeos y, sobre todo, mediterráneos y del Próximo Oriente, además de los que corresponden a las grandes culturas del Viejo Mundo y de América.Esas eran las fecundas vacaciones del matrimonio, sin parar un instante. La actividad de don Emeterio y su sistema de trabajo en Arqueología nos ofrecen toda una estructura que fue conformando pieza a pieza a lo largo de su dilatada vida activa. Sus trabajos, precisos y acertados son como sillares que nos muestran un complejísimo mecanismo, una necrópolis en fases superpuestas coronada por un singular santuario en que los diversos objetos tienen un código exacto y muchísimas las fórmulas y soluciones a nuestras preguntas. Además de servir, a modo de instrucciones, las cronologías, las síntesis, las conclusiones y las hipótesis de trabajo más fundadas.

No dejó por ello de visitar los yacimientos modestos en proceso de excavación. Suponía para algunos de nosotros una grata sorpresa verlo aparecer, a media mañana, en la excavación, saludando a todos e informándose puntualmente de los detalles de los trabajos en curso. Compartía nuestro bocadillo, disfrutaba y vivía la actividad del grupo en el yacimiento casi perdido en la sierra.

Su doctorado Honoris Causa por la Universidad de Murcia en 1985, promovido por la doctora Ana Maria Munoz Amilibia con la anuencia y el cariño de muchos de nosotros, fue una alegría para todos y un reconocimiento mericidísimo y que le satisfizo. Ahora nosotros agradecemos su aceptación de antaño y nos sentimos orgullosos de haber trabajado con el también de haber comido, bebido y dormido en su casa, de haberle escuchado y haber reído juntos.
Y nos dejó su agradable recuerdo.
Su memoria sigue entre nosotros

Jose Miguel García Cano
Pedro A. Lillo Carpio
Virginia Page del Pozo

*Extracto de Emeterio Cuadrado; Obra Dispersa. Murcia 2002 Tomo I. pp 15-20