Introducción

Esta página web que se une a la de otros dos grandes maestros de la Arqueología con mayúsculas en la Región de Murcia – Emeterio Cuadrado y Ana María Muñoz – pretende ser una modesta contribución al recuerdo del un entrañable amigo y excelente arqueólogo, Pedro A. Lillo Carpio.

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Conocí a Pedro en septiembre de 1976 en las excavaciones de Sta. Catalina del Monte y poco después junto a un grupo de estudiantes, arqueólogos vocacionales y en ciernes, dirigido por el profesor Pedro Antonio Lillo Carpio participé en las excavaciones de urgencia del poblado ibérico de Cobatillas la Vieja; aquellas vacaciones de Navidad, en las que únicamente cesaron los trabajos de campo el día 25 de diciembre y el día uno de enero. Este hecho define perfectamente al grupo de alumnos y sobre todo al director de los trabajos, pues había un interés por aprender, una profesionalidad y un celo que excedía con mucho los parámetros que pudieran considerarse normales. En semana santa y fiestas de primavera de 1977 prácticamente sin cambios volvimos a repetir la experiencia.

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Creo que fue en estas fechas cuando se estableció una relación de amistad y respeto entre Pedro y yo que se prolongaría durante casi treinta fructíferos años. En los primeros tiempos muy intensa en multitud de campañas de excavación, generalmente de cultura ibérica en Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla), Los Molinicos (Moratalla), Cerro del Minguillar (Córdoba) o incluso en Fuente Álamo con los arqueólogos alemanes. Excursiones de campo a Villena, Elche, Orihuela, Villaricos o Los Millares completaban los estudios teóricos y siempre obteníamos el comentario acertado, agudo o incluso irónico de Pedro.

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Después los trabajos profesionales de uno y otro hicieron que la relación no fuese diaria, pero siempre se mantuvo el aprecio y sobre todo la colaboración sincera entre los dos. Pedro completó su curriculum académico primero con la tesis doctoral y en 1984 ganando a nivel nacional en la primera oposición a la que se presentaba la plaza de profesor adjunto de Arqueología, viniéndose a la Universidad de Murcia, yo por mi parte accedí a la dirección del Museo de Murcia en la primavera de 1986.

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Desde el Museo y la Universidad continuaron nuestros contactos viéndonos con frecuencia para tomar café, que tanto le gustaba, y despachar sobre nuestros proyectos, o entregas de materiales arqueológicos al Museo, primero de Los Molinicos y luego del santuario de Nta. Señora de La Luz donde yo solía visitarlo cada campaña. Los hijos de uno y otro fueron creciendo y la relación entre las familias Lillo García y García Page siempre fue excelente.

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Pero después, hubo un hecho determinado que supuso un cambio total del planteamiento de mi vida profesional, ya que en 1999, tras varios años que podríamos denominar como aciagos en materia de patrimonio en la Región por parte de la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad Autónoma se produjo mi cese como Director del Museo de Murcia (se eliminó la plaza del catálogo de puestos de trabajo), decisión de todas luces injusta como años más tarde también resolvió el Tribunal Superior de Justicia de Murcia. Así pues, me dejaron de día para otro, fuera de lo que había sido mi puesto de trabajo a lo largo de más de trece años; si bien fui acogido como un hermano por mis amigos y compañeros del Servicio regional de patrimonio Histórico, pero sin responsabilidades y teniendo que reorganizar mi labor profesional desde cero.
En estos momentos de adversidad tuve afortunadamente el consuelo y el apoyo de la comunidad científica y de un sinfín de gente empezando por mi familia: profesionales de Museos y profesores de Arqueología, Prehistoria o Historia Antigua de varias Universidades, mis maestros Ana María Muñoz y Emeterio Cuadrado y un largo etc. Pero de todos ellos quizás el que más lejos pudo llegar fue mi buen amigo Pedro Antonio Lillo Carpio que no sólo se solidarizó conmigo sino que embarcado como estaba en el proyecto de Museo para la Universidad de Murcia, vinculó el éxito del programa, a que yo con mi experiencia en la materia llegase a ser el director de dicho centro, y desde luego no cejó en sus planteamientos hasta que lo consiguió.

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Efectivamente en diciembre de 2000, apenas año y medio después de mi
defenestración, me incorporé al Museo de la Universidad de Murcia y a partir de este día y durante cinco fructíferos años he tenido la honra de trabajar día a día con mi buen amigo Pedro A. Lillo Carpio realizando el proyecto museológico y después el programa museográfico del Museo, completando las colecciones del centro, organizando cursos y exposiciones de carácter temporal y un largo etc.
Creo que nunca te agradecí suficientemente que me honraras con tu amistad, ahora te lo digo, sabiendo que en el Cielo te sonreirás y harás algún comentario ingenioso sobre estas palabras escritas con el corazón: Gracias Pedro, tu recuerdo, especialmente tu ejemplo siempre me acompañarán.

José Miguel García Cano