REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Historia de un pandillero de LA
Alex Sánchez cuenta cómo y por qué entró a la Mara Salvatrucha

Jorge Morales Almada

La Opinión

26 de enero de 2007


 

"De aquí para allá es territorio de la 18", dice Álex Sánchez apuntando hacia el sur mientras transitamos en automóvil por el bulevar Olympic, en el área de Pico-Union, el barrio donde creció en medio de las pandillas.

 

"Y para acá", voltea la cara hacia el otro lado, "es de la MS".

 

Desde muy chamaco Álex Sánchez entró a la Mara Salvatrucha (MS), una de las pandillas más temidas y que tiene ramificaciones, principalmente, en Centroamérica,

 

¿Por qué? Por muchas razones: desatención en la familia y en la escuela, necesidad de aceptación, el ambiente en que crecía y el choque cultural al emigrar de El Salvador.

 

Llegó a Los Ángeles cuando tenía 7 años. Era 1979. En la escuela sus compañeros se burlaban porque no hablaba inglés. En casa, su padre alcoholizado y su madre siempre metida en la iglesia.

 

Dejó de ir a la escuela cuando cumplió los 11 años. Entonces empezó a probar el alcohol y para hacer amigos dejó de hablar como salvadoreño para ser aceptado en el grupo de mexicanos. Pero después encontró a sus maras, como les decían en ese entonces a los amigos en El Salvador. Se identificó más y las actividades delictivas eran el juego diario. Un robo por aquí, un asalto por allá.

 

A los 15 abandonó su casa y se fue por completo de pandillero. Una golpiza fue la iniciación en la Mara Salvatrucha Stoners, como se llamaban en ese entonces por el gusto que tenían por el heavy metal. Ya después, cuando empezaron a caer presos y salir de las cárceles, se empezaron a vestir con pantalones flojos y pelo relamido, que era como los obligaban a andar en las juveniles.

 

Álex Sánchez, quien es el director ejecutivo de Homies Unidos, un grupo de apoyo para los ex pandilleros, cuenta esto de su niñez mientras recorre el barrio donde en aquellos años solía "agarrarse a trancazos" con miembros de las pandillas rivales.

 

"Ahí, en esa taquería, no pueden entrar los de la MS, porque están en territorio de la 18", explica sobre las fronteras imaginarias que han establecido las múltiples pandillas que operan en esta zona de Pico-Union y Mid City.

 

De dos a tres cuadras ya cambiamos de territorio. Los grafitos son la referencia. "MSX3", se lee en la esquina. "Shatto Park Locos" es la "clika" contraria.

 

Uno de los pasillos donde sólo se leen pintas, la basura está regada y el olor putrefacto se impregna en la nariz, es lo que pone Álex de ejemplo sobre el ambiente que viven los niños. Ese es su mundo.

 

"Ese fue uno de los choques culturales que tuve cuando llegué, llegamos a Koreatown, no nos entendíamos. Después de estar jugando en un campo con árboles, con una vista de las montañas de San Vicente, donde vivíamos, llegamos a vivir a un callejón lleno de basura, con olor a orín, con gente tomando que no nos dejaba dormir. Eso era nuestro lugar de diversión después de andar libres", recordó el ex pandillero..

 

Recuerda que, al principio, andar de pandillero era de pura vacilada. Se reunían en la esquina para tomar y fumar mariguana, mientras otros empezaban a consumir nuevas drogas.

 

La violencia y los crímenes aumentaron. Las armas empezaron a proliferar y en algunos barrios ya se escuchaban los AK-47, cuando también el crack enviciaba a más jóvenes.

 

"En 1986 caí en la cárcel, me encontraron robando, necesitaba dinero porque todo el día me la pasaba en la calle. Tenía 15 años, me fui de la casa, anduve viviendo en los edificios, en los sótanos, en apartamentos abandonados", recordó.

 

A los 10 meses salió, pero ya lo estaban esperando. Sus rivales lo balearon, pero afortunadamente los dos balazos que le alcanzaron no fueron suficientes para arrebatarle la vida.

 

"Si te balean, lo primero que uno quiere es venganza. En el mundo de las pandillas no hay eso de ir a la policía y denunciar". Entre nosotros mismos nos quedamos callados y decimos que esto es entre pandillas.

 

¿Y cómo fue tu venganza?

 

"Seguí peleando, terminé en la cárcel de nuevo. Después tuve que irme de aquí, me fui por un año del estado, así me alejé". La cárcel, explica Álex, representa para el pandillero un complemento para sentirse hombre y ganar respeto.

 

"La cárcel no es castigo para el pandillero. Entrar a la cárcel es establecerse en la pandilla, como alguien que está dedicado, que está dispuesto a ir a la cárcel o morir por la pandilla. El pandillero lo que busca es ser aceptado".

 

El tatuaje es otra forma de mostrar dedicación a la pandilla, al barrio, comenta Alex, aunque no necesariamente estar tatuado representa ser un criminal o un pandillero.

 

Hace cinco años, Álex dejó completamente la actividad pandilleril, es lo que llaman un "pandillero inactivo". Empezó a trabajar en Homies Unidos para ayudar a quienes desean salir de ese mundo.

 

¿Y se puede salir?

 

"Algunos se hacen religiosos y en la pandilla se acepta, o si llegan a cierta edad, se acepta que se calmen y no hay represalias. Alguien que se quiera calmar de verdad, tiene todo el derecho y la pandilla no va a tomar represalias, eso es más que nada aquí en Los Ángeles, no es como en Centroamérica, porque allá es la primera generación de pandilleros".