REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ESCEPTICISMO Y CONSERVADURISMO PROGRESISTA

EN LA OBRA DE JORGE LUIS BORGES

Bernat Castany-Prado
(Georgetown University)

 

 

RESUMEN

 A lo largo de más de dos milenios los pensadores escépticos han compartido concepciones políticas semejantes. El hecho de que muchos de estos rasgos sean reconocibles en Borges refuerza la interpretación escéptica de su obra que he defendido en mi tesis doctoral y en diversos artículos. Analizaré, en primer lugar, la actitud política, conservadora, tradicionalmente asociada al escepticismo; en segundo lugar, el modo en que Borges participa de dicho conservadurismo progresista; y, en tercer lugar, aquellas características del pensamiento borgeano que pueden llevarnos a considerarlo como un intelectual según la definición que propone del mismo Edward W. Said en Representations of the intellectual.


ABSTRACT

 The skeptical thinkers share similar political views. That fact strengths the skeptical interpretation of the borgean work that I have demonstrated in my doctoral dissertation and in several papers on the subject. In this paper I will study, first of all, the conservative attitude associated with the skeptical tradition; the borgean progressive conservatism; and, finally, the characteristics of the borgean thought that allow us to consider him as an “intellectual”, following the definition that Edward W. Said proposed in "Representations of the intellectual".

 


 

I.-

 

En el caso de las doctrinas griegas, resulta difícil distinguir entre ética y política por la simple razón de que los mismos filósofos griegos concebían ambas dimensiones como un continuo. Recordemos cómo Aristóteles comienza su Política con la misma frase con la que acaba su Ética. Este hecho hará que “las actitudes de los filósofos antiguos respecto de la política estén tradicionalmente ligadas a sus puntos de vista morales sobre la acción.”[1]

Ciertamente no existe un logaritmo que nos permita calcular de antemano qué actitud práctica va a resultar de una determinada teoría filosófica. Sin embargo, las teorías filosóficas no son un conjunto de proposiciones lógicas descarnadas sino que suelen estar recubiertas de actitudes, tendencias y simpatías. Así, pues, toda doctrina filosófica parece implicar unas determinada actitud ética y política. Más aún en el caso de doctrinas como el escepticismo que, desde un principio, no se definen como puramente especulativas sino también prácticas.

Teniendo en cuenta que el significado original de escepticismo es “mirar cuidadosamente”, “vigilar” o “examinar atentamente” y que, según Ferrater Mora, “el fundamento de la actitud escéptica es la cautela, la circunspección”[2], parece lógico que el escepticismo esté estrechamente relacionado con el conservadurismo moral y político. Philippe Raynaud y Stéphane Rials confirman la hipótesis al mostrar que los conservadores de los dos últimos siglos “han condenado reiteradamente la extremada confianza de los racionalistas en la Razón, su perfeccionismo tan ingenuo como peligroso, sus utopías políticas, su obsesión por los conceptos de uniformidad y de predicción científica, y la necesaria conexión entre verdad y virtud en sus teorías morales.”[3]

          A este respecto intentaremos distinguir entre un escepticismo político clásico y un escepticismo político moderno. La distinción no se basa tanto en las doctrinas políticas que generaron como en las condiciones históricas en las que se encarnaron. El escepticismo político del que Borges participó es deudor de ambas etapas aunque, como veremos, sus circunstancias históricas hayan sido radicalmente distintas.

El carácter crítico y negativo del escepticismo clásico explica la ausencia de textos sobre política. Con todo, muchos estudiosos modernos y contemporáneos les “atribuyeron a los escépticos antiguos un conservadurismo político.”[4] Lo cierto es que el pirronismo no excluye la adopción de actitudes políticas “con tal de que no impliquen opiniones normativas y sistematizadas sobre la acción en general o sobre la acción política en particular.”[5] El escéptico sabe que tiene que vivir, sabe que vivir es elegir y sabe que para elegir se necesita un criterio. Siendo la ausencia de criterio una de las creencias más firmes del escéptico, es normal que la vida activa haya sido siempre el talón de Aquiles de una doctrina filosófica que, por otro lado, se propuso inicialmente como filosofía práctica.

Así, pues, para no condenarse a la inactividad, el escéptico tiene que buscar un criterio filosófico de acción. Dicho criterio será el seguimiento de las reglas de la vida ordinaria. Su única –aunque no pequeña–, salvedad consistirá en no otorgarle a este criterio el estatus de “verdadero”, esto es, en aceptarlo sin dogmatismos: “Atendiendo, pues, a los fenómenos, vivimos sin dogmatismos, en la observancia de las exigencias vitales, ya que no podemos estar completamente inactivos.”[6]

Atender exclusivamente a los fenómenos supone no añadirle ningún tipo de significado cultural a lo experimentado. El placer es sólo placer y no un acto virtuoso o pecaminoso; el dolor es sólo dolor y no un castigo divino, etc. De esta manera el escéptico pretende no añadir al dolor que naturalmente le pertoca al ser humano, una inquietud psicológica, un dolor añadido, fácilmente evitable si no se realizan proyecciones que vayan más allá de los fenómenos. El dogmático es más desgraciado de lo que la naturaleza le exige “pues quien opina que algo es por naturaleza bueno o malo se turba por todo.”[7] El escéptico, en cambio, al no definirse sobre lo bueno o malo por naturaleza “no evita ni persigue nada con exasperación, por lo cual mantiene la serenidad de espíritu.”[8]

Claro está que dicho criterio de acción no consiste sólo en evitar todo tipo de hipóstasis sino también en observar las exigencias vitales. Dichas exigencias son de cuatro tipos –naturales, emocionales, sociales y culturales– y dan lugar a cuatro categorías de reglas ordinarias de comportamiento: “una consiste en la guía natural, otra en el apremio de las pasiones, otra en el legado de leyes y costumbres, otra en el aprendizaje de las artes.”[9] De este modo el escéptico recupera, por la puerta de atrás, el sistema ético-político de la racionalidad ordinaria o sentido común. Sexto Empírico nos recuerda que los escépticos siguen “un tipo de razonamiento acorde con lo manifiesto, que nos enseña a vivir según las costumbres patrias, las leyes, las enseñanzas recibidas y los sentimientos naturales.”[10]

 La diferencia es, como siempre, el haber desdogmatizado, desesencializado, dichas reglas, restándoles su pretendida universalidad, normalidad, naturalidad o racionalidad. De este modo, para el escéptico, la suspensión de todo juicio no implica suspensión de toda acción sino que busca eliminar la precipitación. El escéptico actúa, sólo que “trata de vivir con un acuerdo externo con las costumbres y leyes de su sociedad, aunque rechazará afirmar que éstas representan la verdad o autoridad última.”[11]  En efecto, “en la historia del pensamiento los más grandes escépticos fueron también grandes defensores de la confianza y el sentido común en la acción.”[12] Cabe señalar que los escépticos no entienden por sentido común la opinión de la masa. Recordemos cómo Sexto insiste en que el hombre de la calle suele mostrar un elevado nivel de dogmatismo.[13]

Pero lo que nos interesa ver es que la insistencia escéptica en la falta de criterio así como la adopción distanciada, adogmática, del criterio del sentido común, implican un cierto conservadurismo ético y político. Según Philippe Raynaud y Stéphane Rials el escéptico pirrónico “sin ser un teórico del conservadurismo, es probable que adopte a menudo una actitud conservadora frente a problemas particulares.”[14] La diferencia entre escépticos y conservadores reside en que el conservadurismo es una teoría política que establece reglas de acción con un valor normativo mientras que el escepticismo “describe simplemente un conjunto de apariencias sin ningún valor normativo.”[15]

Al fin y al cabo, el escepticismo, como la mayoría de las doctrinas helenísticas, no es tanto una teoría sociopolítica como una vía práctica para llegar a la felicidad. Claro que, desde el momento en que el escéptico entiende la felicidad como una ausencia de perturbación, su objetivo no es tanto realizar una determinada utopía política como preservar su tranquilidad. Este hecho hace del escéptico un ser conservador que “lleva una vida tranquila y regular y no se apresura a adherirse a reformas que contradigan su naturaleza o que pongan en peligro sus tradiciones.”[16]

El escepticismo pirrónico fue olvidado durante más de un milenio. No reaparecerá hasta el siglo XVI, cuando se reediten y traduzcan las Hipotiposis pirrónicas de Sexto Empírico. Sin embargo, las circunstancias históricas habían cambiado notablemente y las consecuencias éticopolíticas del escepticismo se vieron impregnadas de las especificidades del momento. Montaigne y sus sucesores retomaron los preceptos del escepticismo antiguo “pero el contexto en el que intervienen les da una nueva significación.”[17] Así, pues, el conservadurismo escéptico del siglo XVI y XVII será, inicialmente, de tipo religioso y moral.

Erasmo y Montaigne afirman que ante la incapacidad del hombre para comprender racionalmente a Dios o saber cuál es la verdadera interpretación del nuevo testamento, lo mejor será conservar el criterio que hasta entonces se tenía, el de la iglesia católica. Se trata, sin embargo, de un conservadurismo “blando”, no fanático, tolerante. El escéptico es consciente de que nadie puede defender su posición religiosa con argumentos racionales. Esto les llevará a defender el fideísmo, que “caracteriza al escepticismo moderno o “pirronismo cristiano.”[18] El verdadero enemigo de estos escépticos religiosos, en su mayoría humanistas, es el fanatismo religioso, que por aquel entonces se estaba cobrando miles de víctimas en uno y otro bando.

Cabe señalar que la defensa de la libertad religiosa “permite una afirmación del individualismo moderno, del que Montaigne es considerado el introductor filosófico.”[19] Si leemos su ensayo “Del arte de disertar”, veremos la enorme importancia que Montaigne le confiere a la tolerancia y a la amistosa discusión. Así, pues, Montaigne defiende la existencia de un espacio privado que no es tanto el de la soledad como “el de una sociabilidad mantenida por la amistad (diferente de la justicia que rige el exterior), la base por consiguiente de un verdadero espacio privado, lugar de una existencia moral.”[20]

Además, Montaigne y Charron “llegan a la conclusión de la imposibilidad de la ciencia a causa de la humillación de la razón.”[21] El derecho natural intentará ser una respuesta al escepticismo. Del mismo modo que Descartes intentó acallar la duda epistemológica de Montaigne, Hobbes y Grocio intentarán acallar su relativismo moral. La verdad moral indudable y universal será que todo hombre desea su propia conservación. Éste será el cogito de la ética y la política moderna, en él hallarán “la base suficiente de una ética universal que, limitada a las reglas de conservación de sí mismo, permite construir una ética minimalista.”[22] De este modo el De cive de Hobbes fue al escepticismo moral lo que el Discurso del método de Descartes fue al escepticismo epistemológico.

Resulta interesante ver cómo desde una inicial posición conservadora, los humanistas desembocan en una actitud tolerantemente revolucionaria que consistirá en defender un espacio de libertad individual al que la política no pueda acceder. Ésta es la base misma de la separación entre iglesia y estado. De este modo el escepticismo resulta contradictoriamente conservador puesto que, por un lado, es tolerante y lucha contra todo tipo de tiranía dogmática mientras que, por otro lado, aconseja conformarse a los usos recibidos. Así, Montaigne dará, por un lado, muestras de un absoluto relativismo moral, contrario a todo dogmatismo (“¿Qué verdad es la que circunscriben estas montañas, y que es mentira para el mundo allende?”[23]; “Cada uno llama barbarie a lo que no es de su uso[24]”) y, por el otro, justificará una moral de la heteronomía (“Ya que es regla de reglas, y general ley de leyes, que cada uno observe la del lugar en que está”[25]; “No hay que dejar al juicio de cada uno el conocimiento de su deber”[26]).

Cabe añadir que la prescripción escéptica del conformismo o el inmovilismo que suele provocar el relativismo moral no impidieron que los escépticos de los siglos XVI y XVII adoptaran una gran variedad de actitudes políticas. Recordemos, por ejemplo, que mientras Montaigne se retiró de la vida pública, los “libertinos eruditos” organizaron un consejo y actuaron políticamente.

          A medida que la religión vaya siendo relegada al ámbito personal, la política empezará a erigirse en fuente única de dogmatismo y fanatismo. Esto llevará a los escépticos a ocuparse de la política. Tengamos en cuenta que el escéptico piensa a la contra y acomoda su discurso a las diversas formas de dogmatismo con las que se va encontrando. Parece que, del mismo modo que muchos escépticos hicieron suspensión de juicio en lo que respectaba a la religión y adoptaron una actitud fideísta, también muchos escépticos adoptaron un fideísmo político y aceptaron, no dogmáticamente, los credos políticos o éticos recibidos. De este modo podemos decir que también en política el escéptico es conservador, prudente, no revolucionario, aunque siempre tolerante.

 

         

II.-

 

A continuación analizaré de qué modo Borges participa de las actitudes políticas típicas de la tradición escéptica. Recordemos, para empezar, que el método esencial del escepticismo consiste en dar razones iguales en número y potencia que apoyen dos opiniones contrarias para demostrar así la falta de criterio para decidir cuál debe adoptarse. Borges utiliza esta igualación de opiniones contrarias o isostheneia para deslegitimizar toda opción política de corte radical. Veamos cómo en la reseña “Brynhild, de H. G. Wells”, del 29 de octubre de 1937, Borges afirmará que “The Brothers es una parábola de la guerra española”[27] en la que los dos jefes enemigos –comunista uno, fascista el otro- resultan ser iguales física y mentalmente “sin otra diferencia que la de sus dialectos políticos. Uno habla del estado corporativo; otro, de dictaduras del proletariado.”[28] Borges destacará una opinión del libro reseñado: “Marx apesta de olor a Herbert Spencer y Herbert Spencer apesta de olor a Marx.”[29] En este sentido el conservadurismo de Borges consiste en no ser revolucionario sin que eso suponga no ser reformista. Sin embargo, Ernesto Sábato verá en esta capacidad para igualar la balanza de todo juicio un cinismo egoísta y cobarde: “Con la misma alegría –o con la misma tristeza, que da la falta de cualquier fe-, Borges enunciará la tesis de Runeberg y la contraria, la defenderá y la refutará y, naturalmente, no aceptará la hoguera ni por una ni por otra.”[30]

Ciertamente, Borges ha sido denostado numerosas veces por su falta de compromiso. Deberíamos tener en cuenta, sin embargo, que Borges sí estuvo comprometido con muchos de los valores ilustrados asociados con los derechos humanos, como la libertad individual, el pacifismo o la libertad de culto. El mismo Borges se defenderá diciendo que “desde un punto de vista político, no creo que se me pueda censurar mi rechazo al nazismo y al comunismo; no he eludido una participación intelectual en nuestra realidad.”[31]

          Del mismo modo que Borges evolucionó en sus opiniones filosóficas hacia un escepticismo epistemológico, también evolucionó ideológicamente desde posturas políticas más bien radicales y revolucionarias, bien armonizadas con su vanguardismo, a posturas más prudentes y conservadoras, a su vez afines con su clasicismo y escepticismo literario. Recordemos cómo el Borges maduro renegará de esos dos errores de juventud que consistieron en ser nacionalista y comunista. Alan Pauls dirá que Borges “fue un nacional-populista ferviente, un revoleador de ponchos, un partidario de Juan Manuel de Rosas y del primer radicalismo de Irigoyen. El otro –un Borges rojo, allegado al Kremlin.”[32] En el volumen Textos recobrados 1919-1929 pueden leerse estas “efusiones juveniles” de las que, ya en el prólogo a Luna de enfrente (1925), Borges renegará.

Cabe preguntarse, sin embargo, cómo es que Borges ha sido tan duramente criticado por haber tenido una postura conservadora, cuando en Inglaterra hallamos numerosos intelectuales conservadores a los cuales se admira y reconoce sin mayor problema. La respuesta se halla, quizás, en que no es lo mismo ser conservador en una Inglaterra democrática que en una Argentina dictatorial. Sin olvidar que Borges no fue simplemente un conservador puesto que realizó declaraciones a favor de la censura y de la dictadura del 76.

En lo que respecta al individualismo borgeano, debemos tener en cuenta que, según él, dicha defensa es una de las características más importantes de la tradición intelectual inglesa, radicalmente escéptica y conservadora, por lo menos en la versión que Borges asimiló. Recordemos cómo el autor de El Aleph afirma que “ciertas páginas de Spencer, publicadas en 1884, encierran el mejor alegato contra la opresión del individuo por el Estado.”[33] Asimismo, en 1964, Borges entenderá la guerra fría no como un conflicto entre dos potencias sino como un conflicto entre dos concepciones políticas. Borges dice luchar “contra la tiranía, esa tiranía del Estado que puede llamarse nazismo y que ahora puede llamarse comunismo también.”[34] Asimismo, en 1964, al recibir el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes en Letras, Borges subrayará la contradicción entre la aceptación de ese premio, otorgado por el estado, y su spencerianismo, “que sólo permitía al Estado una función, digamos, policial, municipal.”[35]

          Vemos, pues, que Borges mantuvo ideas y actitudes políticas –conservadoras, individualistas, prudentes, en todo caso, reformistas– habituales en los pensadores escépticos de todos los tiempos. Claro está que su escepticismo político, como el de Pirrón, Montaigne o William James, se vio impregnado de tal manera por las circunstancias históricas y sociales que lo que en otra coyuntura podría haber sido un simple conservadurismo escéptico resultó ser un crimen por omisión.

Sin embargo, al ser escéptico, el conservadurismo de Borges o Montaigne resulta ser, paradójicamente, bastante revolucionario. Recordemos con Gabriela Ricci cómo es posible considerar a Borges un revolucionario “si por revolucionario entendemos aquel que ha logrado transformar radicalmente la visión del mundo de su época.”[36] Ciertamente, si el escepticismo es conservador en lo vital, en lo político, no lo es en lo filosófico. Teniendo en cuenta que lo filosófico tiene importantes consecuencias prácticas, el escepticismo puede ser considerado un arma política desde el momento en que agrieta las bases filosóficas de cualquier movimiento político. Esto explicaría la esquizofrenia borgeana consistente en ser lo que podríamos llamar un conservador progresista. Esto daría razón de por qué algunos lo tachan de conservador y reaccionario mientras que algunos intelectuales franceses posmodernos de izquierda lo reclamaron no sólo como precursor.

Recordemos, para empezar, cómo el racionalismo se erigió como respuesta filosófica contra las dudas de Montaigne acerca de la posibilidad de hallar una verdad indudable. El proyecto moderno buscaba certeza y anhelaba ordenar, explicar y manipular el mundo como si la múltiple realidad pudiese ser representada en un simple modelo científico. Junto con los evidentes éxitos científico-técnicos de la modernidad llegaron efectos secundarios en el ámbito psicológico, ético, estético y político. Las pretensiones de certidumbre, supuestamente confirmadas por los avances tecnológicos, crearon una cultura neurótica, necesitada de certeza, incapaz de soportar las inevitables contingencias de toda existencia. Las pretensiones de estar en vías de posesión de la verdad única y universal llevó a los países modernos y pretendidamente civilizados a menospreciar y destruir otras culturas pretendidamente bárbaras. Según la escuela de Frankfurt, las ansias sistematizadoras, matematizantes, universalistas y homogeneizadoras de la modernidad dieron lugar a una tendencia totalitarista en la política europea que, con el tiempo, daría lugar a los fascismos de los que fue testigo el siglo XX.

Siendo el escepticismo el gran enemigo del racionalismo moderno, es normal que en  el primero puedan hallarse críticas y soluciones a los excesos del segundo. La crítica y negación que el escepticismo realiza de todo tipo de esencialismo permite matizar, cuando no destruir, esencias modernas como la razón, el progreso, Occidente u Oriente. Asimismo, su insistencia en el deber del hombre de conocer y aceptar sus límites vitales y cognoscitivos lo librará de la ansiedad de certeza, orden y totalidad. Así, pues, la atención que el escepticismo le da a lo particular, a la excepción, al contraejemplo, puede frenar las pretensiones totalizadoras de la modernidad.

Veamos, por ejemplo, cómo el escepticismo resulta ser, aunque conservador, una potente arma contra el totalitarismo político. El fascismo simplifica el mundo, el escepticismo lo complica. Desde sus orígenes el fascismo se presentaba como una solución contra un “decadentismo escéptico”. Recordemos que Mussolini afirmará junto a Giovanni Gentile en “La doctrina del fascismo” (1932) que el fascismo “no es escéptico, no es agnóstico, no es pesimista.” Siendo el fascismo una reacción contra el escepticismo, no es de extrañar que Mussolini presente su doctrina como el criterio: “el fascismo tiene una perspectiva inequívoca, un criterio.” Además el estatalismo fascista es totalmente contrario al individualismo escéptico. Recordemos de nuevo el texto de Mussolini y Gentile: “El estado no puede confinarse simplemente a las funciones de orden y supervisión como el liberalismo desea.” La idea de la subyugación del individuo al Estado viene de Hegel y pertenece a una filosofía más amplia de subordinación de lo particular a lo abstracto. Recordemos cómo para Mussolini “para el fascismo, el Estado es un absoluto ante el cual los individuos y los grupos son relativos.” De ahí que Borges vea como una opción ética y política la atención que los “ingleses” le dan a lo particular, a lo individual, contra el liberalismo. Asimismo, Mussolini presenta la Primera Guerra Mundial como el resultado de una infinidad de nudos gordianos atados por el liberalismo. “Ahora el liberalismo está a punto de cerrar las puertas de sus templos. Desiertos porque la gente siente que su agnosticismo económico, su indiferentismo político y moral, llevarán a los estados, como ya los han llevado, a la inevitable ruina.”

 

 

III.-

 

Pasemos ahora a reflexionar acerca de la pertinencia de considerar a Borges como un intelectual según la definición que Edward W. Said propone en Representations of the intellectual. Según el autor de Orientalismo una de las tareas del intelectual consiste en “romper los estereotipos y categorías reductivas que son tan limitadoras para el pensamiento y la comunicación humana.”[37] El intelectual está en un estado de constante alerta, en un intento de no dejar que las medias verdades o los prejuicios se impongan al pensamiento libre y genuino. La obra y la vida del intelectual es híbrida e independiente y rompe las pretendidas separaciones quirúrgicas en oposiciones amplias y principalmente ideológicas como, por ejemplo, Oriente y Occidente. En efecto, Borges problematizará conceptos esencializados en función de los cuales se ha justificado la colonización y explotación del mundo hasta hoy en día. En 1980 dirá que “los japoneses ejercen el Occidente mejor que nosotros”[38] y en 1964 que “suelen usarse las palabras Oriente y Occidente. Yo creo que esas palabras no son del todo felices.”[39] Recordemos, con Jorge Panesi, que la obra de Borges “desnaturaliza radicalmente cualquier esencia y cualquier ontología.”[40] Está claro que Borges no problematiza las esencias con el mismo objetivo que el intelectual comprometido de Edward Said. Sin embargo, el efecto es bastante parecido puesto que nos libera de los prejuicios que apuntalan los dogmas y la tradición.

Cabe seguir preguntándose si Borges puede ser considerado un intelectual. Ciertamente, su conservadurismo así como algunas de sus posiciones políticas hacen de Borges un improbable candidato. Con todo, no puede decirse que Borges viviese en su torre de marfil puesto que fue editor, director de colecciones literarias, periodista, antologador y profesor.[41] Según Alan Pauls, Borges no se nos aparece “como el eremita autista con el que a menudo se lo confunde, sino como un activista ubicuo, incansable.”[42] Además, Borges deja de parecernos un escritor culto, elitista, especulativo, exclusivo, desde el momento en que comprendemos que la mayoría de sus artículos aparecieron en revistas divulgativas donde sus textos “compartían la misma página de revista con un aviso de corpiños o de dentífrico y con artículos para esclarecer a las amas de casa.”[43] Efectivamente, “Crítica y El Hogar son dos lugares tan decisivos para Borges como Sur.”[44] Cabe recordar que, en varias ocasiones, Borges dijo sentir la necesidad de que los intelectuales se definiesen en términos políticos, llegando a afirmar que “convendría que en toda época hubiera un affaire como ese affaire Dreyfus, ya que esta división de los hombres nos permitía situarlos ética e intelectualmente de un modo inmediato.”[45] En otra ocasión, a propósito de la Guerra de las Malvinas, afirmó que “al cabo de los años, al cabo de los demasiados años, me defino, hoy, como un pacificista”[46] y que pensaba, como Alberdi, “que la guerra es un crimen, que toda guerra es una derrota.”[47]

Regresando a Said, otro de los rasgos del intelectual es el de “plantear preguntas embarazosas, el de enfrentarse a la ortodoxia y al dogma (antes que producirlo).”[48] Ciertamente la obra de Borges plantea preguntas que problematizan todo tipo de categorización, de prejuicio. Recordemos que Borges admiraba a Jonathan Swift y al Flaubert de Bouvard et Pécuchet por haber luchado contra los prejuicios que pueblan la conversación y pensamiento de los seres humanos. El dogma es un prejuicio ya que no es más que es una premisa incuestionable. De este modo, Borges se nos aparece no como un productor de dogma –nacionalista, político o social– sino como un heterodoxo, un verdadero subversivo de los conceptos más intocables. Claro está que Borges no ataca todas las cuestiones que suelen interesar al intelectual –los privilegios de raza, clase o género–. Seguramente Borges buscó atacar conceptos sin demasiadas consecuencias políticas, pero lo cierto es que sus críticas no podían sino ir más allá del pequeño ámbito al que supuestamente estaban dirigidas. Quizás Borges no quiso extraer las revolucionarias implicaciones políticas de sus problematizaciones, ya lo harían los posmodernos franceses dos décadas después.

Para Said es muy importante que el intelectual no sea un profesional, un académico, un especialista, porque entonces puede verse demasiado restringido en sus ideas y expresiones por la autocensura y la falta de perspectiva. Por esta razón Said defiende que el papel público del intelectual sea el de “outsider” y “amateur”. Ciertamente Borges no realizó ninguna carrera, fue un autodidacta y nunca pretendió ser un especialista sino que se presentó siempre como un “amateur”, como un distraído lector. Claro está que Borges no siempre intentó “decirle la verdad al poder”[49] y su objetivo principal no era tanto disentir en el ámbito político como en el ámbito cultural. Sin embargo, fueron muchos los artículos y poemas en los que criticó a Perón o al antisemitismo. Podríamos echarle en cara no haber criticado el golpe de estado militar, es decir, el alcance de su compromiso, pero no tanto el no haber estado comprometido.

Estemos de acuerdo o no con la vaga posición política de Borges, no podemos negar que Borges haya sido en algunos aspectos un freethinker. Según Said los intelectuales son aquellas figuras “cuyas actuaciones públicas no pueden ser predecidas ni compelidas en un slogan, ortodoxia de partido o dogma fijo.”[50] El intelectual es, como decíamos anteriormente, un indecidible que revienta las clasificaciones. Se caracteriza por tener un espíritu de confrontación como el Bazarov de Padres e hijos de Turguéniev o el Stephen Dedalus de Retrato del artista adolescente de James Joyce: “No serviré aquello en lo que ya no crea, se llame mi hogar, mi padria o mi iglesia; y trataré de expresarme en alguno de los modos de la vida o el arte tan libremente y plenamente como pueda, usando para mi defensa las únicas armas que me puedo permitir: el silencio, el exilio y la sagacidad.”[51]

El intelectual se nos aparece también como exiliado, autoexiliado o “insiliado”. Julien Benda dirá en su libro The treason of the intellectuals que “da la impresión de que el intelectual existe en una especie de espacio universal sin límites nacionales ni étnicos.”[52] Recordemos que Borges dijo sentirse europeo y recibió numerosas críticas por no haberle pagado tributo a las esencias nacionales argentinas. Puede resultar muy significativo que Borges quisiese ser enterrado en Ginebra. En efecto, George Steiner se preguntaba “¿Por qué esa insistencia de Borges en irse a morir afuera de Buenos Aires?”[53] Asimismo, en su diálogo con el escritor Seamus Heaney, Borges dirá: “Me gusta pensar que soy un escritor europeo en el exilio. Ni hispánico ni americano ni hispanoamericano, sino un europeo expatriado.”[54]

No es pertinente discutir ahora las diversas definiciones que Gramsci, Said o Julien Benda o Foucault dieron del intelectual. Lo que nos interesa es ver que el hecho de que, aún siendo conservador, Borges pueda ser considerado un intelectual y, más aún, un intelectual revolucionario, es prueba suficiente de que pertenece a esa tradición de intelectuales escépticos como Montaigne, Charron, Bayle o Hume que, a pesar de haber sido más bien conformistas en su vida cotidiana, han provocado con sus escritos auténticas revoluciones intelectuales y políticas.

Una última característica de la ideología de Borges, tan profundamente marcada por el escepticismo, es el antinacionalismo. Si nos remitimos a la tradición escéptica veremos que Pirrón, Sexto, Montaigne, Charron, Bayle o Hume, mantuvieron una prudente distancia respecto a todo tipo de esencialismo de corte nacional. Montaigne insiste en que si la comida del propio país nos parece la mejor es porque nuestro paladar se ha acostumbrado a ella, no porque realmente sea la mejor. El relativismo de los escépticos no acepta absolutos de ningún tipo y menos los nacionalistas, que se refutan sólo con viajar.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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[1] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), “El escepticismo antiguo”, Diccionario de filosofía política, Akal, Madrid, 2001, pág. 235

[2] Ferrater Mora, “Escepticismo”, en Diccionario de filosofía, Barcelona, Ariel, 1994

[3] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), op. cit., pág. 237

[4] Íbid., pág. 235

[5] Íbid., pág. 236

[6] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 23, Gredos, Madrid, 1993, pág. 60

[7] Íbid., pág. 61

[8] Íbid., pág. 61

[9] Íbid., pág. 60

[10] Íbid., pág. 58

[11] Maureen Ihrie, Skepticism in Cervantes, Tamesis Books Limites, London, 1982, pág. 16. La traducción es nuestra: “He strives to live in outward accord with the customs and laws of his society, though he will refuse to affirm that they represent any ultimate truth or authority.”

[12] Arne Naess, Scepticism, Humanities Press, New York, 1969, pág. 27. La traducción es nuestra: “In the history of thought the greatest sceptics were also great champions of trust and confidence and of common sense in action.”

[13] Cf., Sexto Empírico, Adversus matematicos,  XI, 50-51 y XI, 157-159, Gredos, Madrid y Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 30 y III, 236-248, Gredos, Madrid, 1993

[14] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), “Escepticismo antiguo”, op. cit., pág. 238

[15] Íbid., pág. 238

[16] Íbid., pág. 238

[17] Íbid., pág. 239

[18] Íbid., pág. 239

[19] Íbid., pág. 239

[20] Íbid., pág. 240

[21] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), “Escepticismo moderno”, op. cit., pág. 239

[22] Íbid., pág. 243

[23] Michel de Montaigne, op. cit., II, xii

[24] Íbid., I, xxxi

[25] Íbid., I, xxiii

[26] Íbid., II, xii

[27] Jorge Luis Borges, “The Brothers, de H. G. Wells” en Textos cautivos, op. cit., t. IV, pág. 350

[28] Íbid., t. IV, pág. 350

[29] Íbid., t. IV, pág. 350

[30] Ernesto Sábato, “Los relatos de Jorge Luis Borges”, en Jorge Luis Borges, Jaime Alazraki (ed.), Taurus, Madrid, 1976, pág. 73

[31] Jorge Luis Borges, “Culturalmente somos un país atrasado”, Textos recobrados. 1956-1986, Emecé, Barcelona, 2003, pág. 331

[32] Alan Pauls, Nicolás Helft, El factor Borges, FCE, Buenos Aires, 200, pág. 11

[33] Íbid., pág. 86

[34] Jorge Luis Borges, “El premio Alberdi-Sarmiento”, íbid., pág. 259

[35] Jorge Luis Borges, “Gran premio fondo nacional de las artes”, íbid., pág. 261

[36] Graciela N. Ricci, op. cit., pág. 92

[37] Edward W. Said, Representations of the intellectual, Vintage Books, New York, 1994, pág. xi. La traducción es nuestra: “One task of the intellectual is the effort to break down the stereotypes and reductive categories that are so limiting to human thought and communication.”

[38] Jorge Luis Borges, “Borges secreto”, en Textos recobrados. 1956-1986, op. cit., pág. 359

[39] Jorge Luis Borges, “El premio Alberdi-Sarmiento”, en íbid., pág. 258

[40] Jorge Panesi, “Borges nacionalista”, en Borges y la filosofía, Gregorio Kaminsky (ed.), Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1994, pág. 196

[41] Seminarios en el Colegio Libre de Estudios Superiores, cátedra de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

[42] Alan Pauls, Nicolás Helft, op. cit., pág. 127

[43] Íbid., pág. 128

[44] Íbid., pág. 129

[45] Jorge Luis Borges, “El premio Alberdi-Sarmiento”, Textos recobrados. 1956-1986, op. cit., pág. 258

[46] Jorge Luis Borges, “Una posdata”, íbid., pág. 303

[47] Íbid., pág. 303

[48] Edward W. Said, op. cit., pág. 11. La traducción es nuestra: “to raise embarrassig questions, to confront orthodoxy and dogma (rather than to produce them).”

[49] Íbid., pág. xvi. La traducción es nuestra: “Intellectual tries to speak the truth to power.”

[50] Íbid., pág. xii. La traducción es nuestra: “Intellectuals as precisely those figures whose public performances can neither be predicted nor compelled into some slogan, orthodox party line, or fixed dogma.”

[51] Íbid., pág. 17. La traducción es nuestra: “I will not serve that in which I no longer believe whether it call itself my home, my fatherland or my church: and I will try to express myself in some mode of life or art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defence the only arms I allow myself to use –silence, exile, and cunning.”

[52] Julien Benda, The treason of intellectuals. Citado en íbid., pág. 25. La traducción es nuestra: “The impression that the intellectuals exist in a sort of universal space, bound neither by national boundaries nor by ethnic identity.”

[53] Citado en William Rowe, Claudio Canaparo y Annick Louis (eds.), “Prólogo” a Jorge Luis Borges. Intervenciones sobre pensamiento y literatura, Paidós, Buenos Aires, 2000, pág. 15