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ESCEPTICISMO Y CONSERVADURISMO PROGRESISTA
EN
(
RESUMEN
I.-
En el caso de
las doctrinas griegas, resulta difícil distinguir entre ética y política por la
simple razón de que los mismos filósofos griegos concebían ambas dimensiones
como un continuo. Recordemos cómo Aristóteles comienza su Política con la misma frase con la que acaba su Ética. Este hecho hará que “las
actitudes de los filósofos antiguos respecto de la política estén
tradicionalmente ligadas a sus puntos de vista morales sobre la acción.”[1]
Ciertamente no
existe un logaritmo que nos permita calcular de antemano qué actitud práctica
va a resultar de una determinada teoría filosófica. Sin embargo, las teorías
filosóficas no son un conjunto de proposiciones lógicas descarnadas sino que
suelen estar recubiertas de actitudes, tendencias y simpatías. Así, pues, toda
doctrina filosófica parece implicar unas determinada actitud ética y política.
Más aún en el caso de doctrinas como el escepticismo que, desde un principio,
no se definen como puramente especulativas sino también prácticas.
Teniendo en
cuenta que el significado original de escepticismo es “mirar cuidadosamente”, “vigilar”
o “examinar atentamente” y que, según Ferrater Mora, “el fundamento de la
actitud escéptica es la cautela, la circunspección”[2],
parece lógico que el escepticismo esté estrechamente relacionado con el
conservadurismo moral y político. Philippe Raynaud y Stéphane Rials confirman
la hipótesis al mostrar que los conservadores de los dos últimos siglos “han
condenado reiteradamente la extremada confianza de los racionalistas en la
Razón, su perfeccionismo tan ingenuo como peligroso, sus utopías políticas, su
obsesión por los conceptos de uniformidad y de predicción científica, y la
necesaria conexión entre verdad y virtud en sus teorías morales.”[3]
A este respecto intentaremos distinguir entre un
escepticismo político clásico y un escepticismo político moderno. La distinción
no se basa tanto en las doctrinas políticas que generaron como en las
condiciones históricas en las que se encarnaron. El escepticismo político del
que Borges participó es deudor de ambas etapas aunque, como veremos, sus
circunstancias históricas hayan sido radicalmente distintas.
El carácter
crítico y negativo del escepticismo clásico explica la ausencia de textos sobre
política. Con todo, muchos estudiosos modernos y contemporáneos les
“atribuyeron a los escépticos antiguos un conservadurismo político.”[4] Lo
cierto es que el pirronismo no excluye la adopción de actitudes políticas “con
tal de que no impliquen opiniones normativas y sistematizadas sobre la acción
en general o sobre la acción política en particular.”[5] El
escéptico sabe que tiene que vivir, sabe que vivir es elegir y sabe que para
elegir se necesita un criterio. Siendo la ausencia de criterio una de las
creencias más firmes del escéptico, es normal que la vida activa haya sido
siempre el talón de Aquiles de una doctrina filosófica que, por otro lado, se
propuso inicialmente como filosofía práctica.
Así, pues, para
no condenarse a la inactividad, el escéptico tiene que buscar un criterio
filosófico de acción. Dicho criterio será el seguimiento de las reglas de la
vida ordinaria. Su única –aunque no pequeña–, salvedad consistirá en no
otorgarle a este criterio el estatus de “verdadero”, esto es, en aceptarlo sin
dogmatismos: “Atendiendo, pues, a los fenómenos, vivimos sin dogmatismos, en la
observancia de las exigencias vitales, ya que no podemos estar completamente inactivos.”[6]
Atender
exclusivamente a los fenómenos supone no añadirle ningún tipo de significado
cultural a lo experimentado. El placer es sólo placer y no un acto virtuoso o
pecaminoso; el dolor es sólo dolor y no un castigo divino, etc. De esta manera
el escéptico pretende no añadir al dolor que naturalmente le pertoca al ser
humano, una inquietud psicológica, un dolor añadido, fácilmente evitable si no
se realizan proyecciones que vayan más allá de los fenómenos. El dogmático es
más desgraciado de lo que la naturaleza le exige “pues quien opina que algo es
por naturaleza bueno o malo se turba por todo.”[7] El
escéptico, en cambio, al no definirse sobre lo bueno o malo por naturaleza “no
evita ni persigue nada con exasperación, por lo cual mantiene la serenidad de
espíritu.”[8]
Claro está que
dicho criterio de acción no consiste sólo en evitar todo tipo de hipóstasis
sino también en observar las exigencias
vitales. Dichas exigencias son de cuatro tipos –naturales, emocionales,
sociales y culturales– y dan lugar a cuatro categorías de reglas ordinarias de
comportamiento: “una consiste en la guía natural, otra en el apremio de las
pasiones, otra en el legado de leyes y costumbres, otra en el aprendizaje de
las artes.”[9] De
este modo el escéptico recupera, por la puerta de atrás, el sistema
ético-político de la racionalidad ordinaria o sentido común. Sexto Empírico nos
recuerda que los escépticos siguen “un tipo de razonamiento acorde con lo
manifiesto, que nos enseña a vivir según las costumbres patrias, las leyes, las
enseñanzas recibidas y los sentimientos naturales.”[10]
La diferencia es, como siempre, el haber
desdogmatizado, desesencializado, dichas reglas, restándoles su pretendida
universalidad, normalidad, naturalidad o racionalidad. De este modo, para el
escéptico, la suspensión de todo juicio no implica suspensión de toda acción
sino que busca eliminar la precipitación. El escéptico actúa, sólo que “trata
de vivir con un acuerdo externo con las costumbres y leyes de su sociedad,
aunque rechazará afirmar que éstas representan la verdad o autoridad última.”[11] En efecto, “en la historia del pensamiento
los más grandes escépticos fueron también grandes defensores de la confianza y
el sentido común en la acción.”[12]
Cabe señalar que los escépticos no entienden por sentido común la opinión de la
masa. Recordemos cómo Sexto insiste en que el hombre de la calle suele mostrar
un elevado nivel de dogmatismo.[13]
Pero lo que nos
interesa ver es que la insistencia escéptica en la falta de criterio así como
la adopción distanciada, adogmática, del criterio del sentido común, implican
un cierto conservadurismo ético y político. Según Philippe Raynaud y Stéphane
Rials el escéptico pirrónico “sin ser un teórico del conservadurismo, es
probable que adopte a menudo una actitud conservadora frente a problemas
particulares.”[14]
La diferencia entre escépticos y conservadores reside en que el conservadurismo
es una teoría política que establece reglas de acción con un valor normativo
mientras que el escepticismo “describe simplemente un conjunto de apariencias
sin ningún valor normativo.”[15]
Al fin y al
cabo, el escepticismo, como la mayoría de las doctrinas helenísticas, no es
tanto una teoría sociopolítica como una vía práctica para llegar a la
felicidad. Claro que, desde el momento en que el escéptico entiende la
felicidad como una ausencia de perturbación, su objetivo no es tanto realizar
una determinada utopía política como preservar su tranquilidad. Este hecho hace
del escéptico un ser conservador que “lleva una vida tranquila y regular y no
se apresura a adherirse a reformas que contradigan su naturaleza o que pongan
en peligro sus tradiciones.”[16]
El escepticismo
pirrónico fue olvidado durante más de un milenio. No reaparecerá hasta el siglo
XVI, cuando se reediten y traduzcan las Hipotiposis
pirrónicas de Sexto Empírico. Sin embargo, las circunstancias históricas
habían cambiado notablemente y las consecuencias éticopolíticas del
escepticismo se vieron impregnadas de las especificidades del momento.
Montaigne y sus sucesores retomaron los preceptos del escepticismo antiguo
“pero el contexto en el que intervienen les da una nueva significación.”[17]
Así, pues, el conservadurismo escéptico del siglo XVI y XVII será,
inicialmente, de tipo religioso y moral.
Erasmo y
Montaigne afirman que ante la incapacidad del hombre para comprender
racionalmente a Dios o saber cuál es la verdadera interpretación del nuevo
testamento, lo mejor será conservar el criterio que hasta entonces se tenía, el
de la iglesia católica. Se trata, sin embargo, de un conservadurismo “blando”,
no fanático, tolerante. El escéptico es consciente de que nadie puede defender
su posición religiosa con argumentos racionales. Esto les llevará a defender el
fideísmo, que “caracteriza al escepticismo moderno o “pirronismo cristiano.”[18] El
verdadero enemigo de estos escépticos religiosos, en su mayoría humanistas, es
el fanatismo religioso, que por aquel entonces se estaba cobrando miles de
víctimas en uno y otro bando.
Cabe señalar
que la defensa de la libertad religiosa “permite una afirmación del
individualismo moderno, del que Montaigne es considerado el introductor
filosófico.”[19]
Si leemos su ensayo “Del arte de disertar”, veremos la enorme importancia que
Montaigne le confiere a la tolerancia y a la amistosa discusión. Así, pues,
Montaigne defiende la existencia de un espacio privado que no es tanto el de la
soledad como “el de una sociabilidad mantenida por la amistad (diferente de la
justicia que rige el exterior), la base por consiguiente de un verdadero
espacio privado, lugar de una existencia moral.”[20]
Además,
Montaigne y Charron “llegan a la conclusión de la imposibilidad de la ciencia a
causa de la humillación de la razón.”[21]
El derecho natural intentará ser una respuesta al escepticismo. Del mismo modo
que Descartes intentó acallar la duda epistemológica de Montaigne, Hobbes y
Grocio intentarán acallar su relativismo moral. La verdad moral indudable y
universal será que todo hombre desea su propia conservación. Éste será el
cogito de la ética y la política moderna, en él hallarán “la base suficiente de
una ética universal que, limitada a las reglas de conservación de sí mismo,
permite construir una ética minimalista.”[22]
De este modo el De cive de Hobbes fue
al escepticismo moral lo que el Discurso
del método de Descartes fue al escepticismo epistemológico.
Resulta
interesante ver cómo desde una inicial posición conservadora, los humanistas
desembocan en una actitud tolerantemente revolucionaria que consistirá en
defender un espacio de libertad individual al que la política no pueda acceder.
Ésta es la base misma de la separación entre iglesia y estado. De este modo el
escepticismo resulta contradictoriamente conservador puesto que, por un lado,
es tolerante y lucha contra todo tipo de tiranía dogmática mientras que, por
otro lado, aconseja conformarse a los usos recibidos. Así, Montaigne dará, por
un lado, muestras de un absoluto relativismo moral, contrario a todo dogmatismo
(“¿Qué verdad es la que circunscriben estas montañas, y que es mentira para el
mundo allende?”[23];
“Cada uno llama barbarie a lo que no es de su uso[24]”)
y, por el otro, justificará una moral de la heteronomía (“Ya que es regla de
reglas, y general ley de leyes, que cada uno observe la del lugar en que está”[25];
“No hay que dejar al juicio de cada uno el conocimiento de su deber”[26]).
Cabe añadir que
la prescripción escéptica del conformismo o el inmovilismo que suele provocar
el relativismo moral no impidieron que los escépticos de los siglos XVI y XVII
adoptaran una gran variedad de actitudes políticas. Recordemos, por ejemplo,
que mientras Montaigne se retiró de la vida pública, los “libertinos eruditos”
organizaron un consejo y actuaron políticamente.
A medida que la religión vaya siendo relegada al ámbito
personal, la política empezará a erigirse en fuente única de dogmatismo y
fanatismo. Esto llevará a los escépticos a ocuparse de la política. Tengamos en
cuenta que el escéptico piensa a la contra y acomoda su discurso a las diversas
formas de dogmatismo con las que se va encontrando. Parece que, del mismo modo
que muchos escépticos hicieron suspensión de juicio en lo que respectaba a la
religión y adoptaron una actitud fideísta, también muchos escépticos adoptaron
un fideísmo político y aceptaron, no
dogmáticamente, los credos políticos o éticos recibidos. De este modo podemos
decir que también en política el escéptico es conservador, prudente, no
revolucionario, aunque siempre tolerante.
II.-
A continuación
analizaré de qué modo Borges participa de las actitudes políticas típicas de la
tradición escéptica. Recordemos, para empezar, que el método esencial del
escepticismo consiste en dar razones iguales en número y potencia que apoyen
dos opiniones contrarias para demostrar así la falta de criterio para decidir
cuál debe adoptarse. Borges utiliza esta igualación de opiniones contrarias o isostheneia para deslegitimizar toda
opción política de corte radical. Veamos cómo en la reseña “Brynhild, de H. G. Wells”, del 29 de
octubre de 1937, Borges afirmará que “The
Brothers es una parábola de la guerra española”[27]
en la que los dos jefes enemigos –comunista uno, fascista el otro- resultan ser
iguales física y mentalmente “sin otra diferencia que la de sus dialectos
políticos. Uno habla del estado corporativo; otro, de dictaduras del
proletariado.”[28]
Borges destacará una opinión del libro reseñado: “Marx apesta de olor a Herbert
Spencer y Herbert Spencer apesta de olor a Marx.”[29]
En este sentido el conservadurismo de Borges consiste en no ser revolucionario
sin que eso suponga no ser reformista. Sin embargo, Ernesto Sábato verá en esta
capacidad para igualar la balanza de todo juicio un cinismo egoísta y cobarde:
“Con la misma alegría –o con la misma tristeza, que da la falta de cualquier
fe-, Borges enunciará la tesis de Runeberg y la contraria, la defenderá y la
refutará y, naturalmente, no aceptará la hoguera ni por una ni por otra.”[30]
Ciertamente,
Borges ha sido denostado numerosas veces por su falta de compromiso. Deberíamos
tener en cuenta, sin embargo, que Borges sí estuvo comprometido con muchos de
los valores ilustrados asociados con los derechos humanos, como la libertad
individual, el pacifismo o la libertad de culto. El mismo Borges se defenderá
diciendo que “desde un punto de vista político, no creo que se me pueda
censurar mi rechazo al nazismo y al comunismo; no he eludido una participación
intelectual en nuestra realidad.”[31]
Del mismo modo que Borges evolucionó en sus opiniones
filosóficas hacia un escepticismo epistemológico, también evolucionó
ideológicamente desde posturas políticas más bien radicales y revolucionarias,
bien armonizadas con su vanguardismo, a posturas más prudentes y conservadoras,
a su vez afines con su clasicismo y escepticismo literario. Recordemos cómo el
Borges maduro renegará de esos dos errores
de juventud que consistieron en ser nacionalista y comunista. Alan Pauls
dirá que Borges “fue un nacional-populista ferviente, un revoleador de ponchos,
un partidario de Juan Manuel de Rosas y del primer radicalismo de Irigoyen. El
otro –un Borges rojo, allegado al Kremlin.”[32]
En el volumen Textos recobrados 1919-1929
pueden leerse estas “efusiones juveniles” de las que, ya en el prólogo a Luna de enfrente (1925), Borges
renegará.
Cabe
preguntarse, sin embargo, cómo es que Borges ha sido tan duramente criticado
por haber tenido una postura conservadora, cuando en Inglaterra hallamos
numerosos intelectuales conservadores a los cuales se admira y reconoce sin
mayor problema. La respuesta se halla, quizás, en que no es lo mismo ser
conservador en una Inglaterra democrática que en una Argentina dictatorial. Sin
olvidar que Borges no fue simplemente un conservador puesto que realizó
declaraciones a favor de la censura y de la dictadura del 76.
En lo que
respecta al individualismo borgeano, debemos tener en cuenta que, según él,
dicha defensa es una de las características más importantes de la tradición intelectual
inglesa, radicalmente escéptica y conservadora, por lo menos en la versión que
Borges asimiló. Recordemos cómo el autor de El
Aleph afirma que “ciertas páginas de Spencer, publicadas en 1884, encierran
el mejor alegato contra la opresión del individuo por el Estado.”[33]
Asimismo, en 1964, Borges entenderá la guerra fría no como un conflicto entre
dos potencias sino como un conflicto entre dos concepciones políticas. Borges
dice luchar “contra la tiranía, esa tiranía del Estado que puede llamarse
nazismo y que ahora puede llamarse comunismo también.”[34]
Asimismo, en 1964, al recibir el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes en
Letras, Borges subrayará la contradicción entre la aceptación de ese premio, otorgado
por el estado, y su spencerianismo, “que sólo permitía al Estado una función,
digamos, policial, municipal.”[35]
Vemos, pues, que Borges mantuvo ideas y actitudes políticas
–conservadoras, individualistas, prudentes, en todo caso, reformistas– habituales
en los pensadores escépticos de todos los tiempos. Claro está que su
escepticismo político, como el de Pirrón, Montaigne o William James, se vio
impregnado de tal manera por las circunstancias históricas y sociales que lo
que en otra coyuntura podría haber sido un simple conservadurismo escéptico
resultó ser un crimen por omisión.
Sin embargo, al
ser escéptico, el conservadurismo de Borges o Montaigne resulta ser,
paradójicamente, bastante revolucionario. Recordemos con Gabriela Ricci cómo es
posible considerar a Borges un revolucionario “si por revolucionario entendemos
aquel que ha logrado transformar radicalmente la visión del mundo de su época.”[36]
Ciertamente, si el escepticismo es conservador en lo vital, en lo político, no
lo es en lo filosófico. Teniendo en cuenta que lo filosófico tiene importantes
consecuencias prácticas, el escepticismo puede ser considerado un arma política
desde el momento en que agrieta las bases filosóficas de cualquier movimiento
político. Esto explicaría la esquizofrenia
borgeana consistente en ser lo que podríamos llamar un conservador progresista.
Esto daría razón de por qué algunos lo tachan de conservador y reaccionario mientras
que algunos intelectuales franceses posmodernos de izquierda lo reclamaron no
sólo como precursor.
Recordemos,
para empezar, cómo el racionalismo se erigió como respuesta filosófica contra
las dudas de Montaigne acerca de la posibilidad de hallar una verdad indudable.
El proyecto moderno buscaba certeza y anhelaba ordenar, explicar y manipular el
mundo como si la múltiple realidad pudiese ser representada en un simple modelo
científico. Junto con los evidentes éxitos científico-técnicos de la modernidad
llegaron efectos secundarios en el ámbito psicológico, ético, estético y
político. Las pretensiones de certidumbre, supuestamente confirmadas por los
avances tecnológicos, crearon una cultura neurótica, necesitada de certeza,
incapaz de soportar las inevitables contingencias de toda existencia. Las
pretensiones de estar en vías de posesión de la verdad única y universal llevó
a los países modernos y pretendidamente civilizados a menospreciar y destruir
otras culturas pretendidamente bárbaras. Según la escuela de Frankfurt, las
ansias sistematizadoras, matematizantes, universalistas y homogeneizadoras de
la modernidad dieron lugar a una tendencia totalitarista en la política europea
que, con el tiempo, daría lugar a los fascismos de los que fue testigo el siglo
XX.
Siendo el
escepticismo el gran enemigo del racionalismo moderno, es normal que en el primero puedan hallarse críticas y
soluciones a los excesos del segundo. La crítica y negación que el escepticismo
realiza de todo tipo de esencialismo permite matizar, cuando no destruir,
esencias modernas como la razón, el progreso, Occidente u Oriente. Asimismo, su
insistencia en el deber del hombre de conocer y aceptar sus límites vitales y
cognoscitivos lo librará de la ansiedad de certeza, orden y totalidad. Así,
pues, la atención que el escepticismo le da a lo particular, a la excepción, al
contraejemplo, puede frenar las pretensiones totalizadoras de la modernidad.
Veamos, por
ejemplo, cómo el escepticismo resulta ser, aunque conservador, una potente arma
contra el totalitarismo político. El fascismo simplifica el mundo, el
escepticismo lo complica. Desde sus orígenes el fascismo se presentaba como una
solución contra un “decadentismo escéptico”. Recordemos que Mussolini afirmará
junto a Giovanni Gentile en “La doctrina del fascismo” (1932) que el fascismo
“no es escéptico, no es agnóstico, no es pesimista.” Siendo el fascismo una
reacción contra el escepticismo, no es de extrañar que Mussolini presente su
doctrina como el criterio: “el fascismo tiene una perspectiva inequívoca, un
criterio.” Además el estatalismo fascista es totalmente contrario al individualismo
escéptico. Recordemos de nuevo el texto de Mussolini y Gentile: “El estado no
puede confinarse simplemente a las funciones de orden y supervisión como el
liberalismo desea.” La idea de la subyugación del individuo al Estado viene de
Hegel y pertenece a una filosofía más amplia de subordinación de lo particular
a lo abstracto. Recordemos cómo para Mussolini “para el fascismo, el Estado es
un absoluto ante el cual los individuos y los grupos son relativos.” De ahí que Borges vea como una opción
ética y política la atención que los “ingleses” le dan a lo particular, a lo
individual, contra el liberalismo. Asimismo, Mussolini presenta la Primera
Guerra Mundial como el resultado de una infinidad de nudos gordianos atados por
el liberalismo. “Ahora el liberalismo está a punto de cerrar las puertas de sus
templos. Desiertos porque la gente siente que su agnosticismo económico, su
indiferentismo político y moral, llevarán a los estados, como ya los han
llevado, a la inevitable ruina.”
III.-
Pasemos ahora a
reflexionar acerca de la pertinencia de considerar a Borges como un intelectual
según la definición que Edward W. Said propone en Representations of the intellectual. Según el autor de Orientalismo una de las tareas del
intelectual consiste en “romper los estereotipos y categorías reductivas que
son tan limitadoras para el pensamiento y la comunicación humana.”[37]
El intelectual está en un estado de constante alerta, en un intento de no dejar
que las medias verdades o los prejuicios se impongan al pensamiento libre y
genuino. La obra y la vida del intelectual es híbrida e independiente y rompe
las pretendidas separaciones quirúrgicas en oposiciones amplias y
principalmente ideológicas como, por ejemplo, Oriente y Occidente. En efecto,
Borges problematizará conceptos esencializados en función de los cuales se ha
justificado la colonización y explotación del mundo hasta hoy en día. En 1980
dirá que “los japoneses ejercen el Occidente mejor que nosotros”[38] y
en 1964 que “suelen usarse las palabras Oriente y Occidente. Yo creo que esas
palabras no son del todo felices.”[39]
Recordemos, con Jorge Panesi, que la obra de Borges “desnaturaliza radicalmente
cualquier esencia y cualquier ontología.”[40]
Está claro que Borges no problematiza las esencias con el mismo objetivo que el
intelectual comprometido de Edward Said. Sin embargo, el efecto es bastante
parecido puesto que nos libera de los prejuicios que apuntalan los dogmas y la
tradición.
Cabe seguir
preguntándose si Borges puede ser considerado un intelectual. Ciertamente, su
conservadurismo así como algunas de sus posiciones políticas hacen de Borges un
improbable candidato. Con todo, no puede decirse que Borges viviese en su torre
de marfil puesto que fue editor, director de colecciones literarias,
periodista, antologador y profesor.[41]
Según Alan Pauls, Borges no se nos aparece “como el eremita autista con el que
a menudo se lo confunde, sino como un activista ubicuo, incansable.”[42]
Además, Borges deja de parecernos un escritor culto, elitista, especulativo,
exclusivo, desde el momento en que comprendemos que la mayoría de sus artículos
aparecieron en revistas divulgativas donde sus textos “compartían la misma
página de revista con un aviso de corpiños o de dentífrico y con artículos para
esclarecer a las amas de casa.”[43]
Efectivamente, “Crítica y El Hogar son dos lugares tan decisivos para Borges
como Sur.”[44]
Cabe recordar que, en varias ocasiones, Borges dijo sentir la necesidad de que
los intelectuales se definiesen en términos políticos, llegando a afirmar que
“convendría que en toda época hubiera un affaire como ese affaire Dreyfus, ya
que esta división de los hombres nos permitía situarlos ética e
intelectualmente de un modo inmediato.”[45]
En otra ocasión, a propósito de
Regresando a
Said, otro de los rasgos del intelectual es el de “plantear preguntas
embarazosas, el de enfrentarse a la ortodoxia y al dogma (antes que
producirlo).”[48]
Ciertamente la obra de Borges plantea preguntas que problematizan todo tipo de
categorización, de prejuicio. Recordemos que Borges admiraba a Jonathan Swift y
al Flaubert de Bouvard et Pécuchet por
haber luchado contra los prejuicios que pueblan la conversación y pensamiento
de los seres humanos. El dogma es un prejuicio ya que no es más que es una
premisa incuestionable. De este modo, Borges se nos aparece no como un productor
de dogma –nacionalista, político o social– sino como un heterodoxo, un
verdadero subversivo de los conceptos más intocables. Claro está que Borges no
ataca todas las cuestiones que suelen interesar al intelectual –los privilegios
de raza, clase o género–. Seguramente Borges buscó atacar conceptos sin
demasiadas consecuencias políticas, pero lo cierto es que sus críticas no
podían sino ir más allá del pequeño ámbito al que supuestamente estaban
dirigidas. Quizás Borges no quiso extraer las revolucionarias implicaciones
políticas de sus problematizaciones, ya lo harían los posmodernos franceses dos
décadas después.
Para Said es
muy importante que el intelectual no sea un profesional, un académico, un
especialista, porque entonces puede verse demasiado restringido en sus ideas y
expresiones por la autocensura y la falta de perspectiva. Por esta razón Said
defiende que el papel público del intelectual sea el de “outsider” y “amateur”. Ciertamente Borges no realizó ninguna
carrera, fue un autodidacta y nunca pretendió ser un especialista sino que se
presentó siempre como un “amateur”, como un distraído lector. Claro está que
Borges no siempre intentó “decirle la verdad al poder”[49] y
su objetivo principal no era tanto disentir en el ámbito político como en el ámbito
cultural. Sin embargo, fueron muchos los artículos y poemas en los que criticó
a Perón o al antisemitismo. Podríamos echarle en cara no haber criticado el
golpe de estado militar, es decir, el alcance de su compromiso, pero no tanto
el no haber estado comprometido.
Estemos de
acuerdo o no con la vaga posición política de Borges, no podemos negar que
Borges haya sido en algunos aspectos un freethinker.
Según Said los intelectuales son aquellas figuras “cuyas actuaciones
públicas no pueden ser predecidas ni compelidas en un slogan, ortodoxia de
partido o dogma fijo.”[50] El intelectual es, como decíamos
anteriormente, un indecidible que
revienta las clasificaciones. Se caracteriza por tener un espíritu de
confrontación como el Bazarov de Padres e
hijos de Turguéniev o el Stephen Dedalus de Retrato del artista adolescente de James Joyce: “No serviré aquello
en lo que ya no crea, se llame mi hogar, mi padria o mi iglesia; y trataré de
expresarme en alguno de los modos de la vida o el arte tan libremente y plenamente
como pueda, usando para mi defensa las únicas armas que me puedo permitir: el
silencio, el exilio y la sagacidad.”[51]
El intelectual
se nos aparece también como exiliado, autoexiliado o “insiliado”. Julien Benda
dirá en su libro The treason of the intellectuals
que “da la impresión de que el intelectual existe en una especie de espacio
universal sin límites nacionales ni étnicos.”[52]
Recordemos que Borges dijo sentirse europeo y recibió numerosas críticas por no
haberle pagado tributo a las esencias nacionales argentinas. Puede resultar muy
significativo que Borges quisiese ser enterrado en Ginebra. En efecto, George
Steiner se preguntaba “¿Por qué esa insistencia de Borges en irse a morir
afuera de Buenos Aires?”[53]
Asimismo, en su diálogo con el escritor Seamus Heaney, Borges dirá: “Me gusta
pensar que soy un escritor europeo en el exilio. Ni hispánico ni americano ni
hispanoamericano, sino un europeo expatriado.”[54]
No es
pertinente discutir ahora las diversas definiciones que Gramsci, Said o Julien
Benda o Foucault dieron del intelectual. Lo que nos interesa es ver que el
hecho de que, aún siendo conservador, Borges pueda ser considerado un
intelectual y, más aún, un intelectual revolucionario,
es prueba suficiente de que pertenece a esa tradición de intelectuales
escépticos como Montaigne, Charron, Bayle o Hume que, a pesar de haber sido más
bien conformistas en su vida cotidiana, han provocado con sus escritos
auténticas revoluciones intelectuales y políticas.
Una última
característica de la ideología de Borges, tan profundamente marcada por el
escepticismo, es el antinacionalismo. Si nos remitimos a la tradición escéptica
veremos que Pirrón, Sexto, Montaigne, Charron, Bayle o Hume, mantuvieron una
prudente distancia respecto a todo tipo de esencialismo de corte nacional.
Montaigne insiste en que si la comida del propio país nos parece la mejor es
porque nuestro paladar se ha acostumbrado a ella, no porque realmente sea la
mejor. El relativismo de los escépticos no acepta absolutos de ningún tipo y
menos los nacionalistas, que se refutan sólo con viajar.
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[1] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.),
“El escepticismo antiguo”, Diccionario de
filosofía política, Akal, Madrid, 2001, pág. 235
[2] Ferrater Mora, “Escepticismo”, en Diccionario de filosofía, Barcelona,
Ariel, 1994
[3] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), op. cit., pág. 237
[4] Íbid., pág. 235
[5] Íbid., pág. 236
[6] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 23, Gredos, Madrid, 1993, pág. 60
[7] Íbid., pág. 61
[8] Íbid., pág. 61
[9] Íbid., pág. 60
[10] Íbid., pág. 58
[11] Maureen Ihrie, Skepticism in
Cervantes, Tamesis Books Limites,
[12] Arne Naess, Scepticism,
Humanities Press,
[13] Cf., Sexto Empírico, Adversus
matematicos, XI, 50-51 y XI,
157-159, Gredos, Madrid y Sexto
Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 30 y III, 236-248, Gredos,
Madrid, 1993
[14] Philippe Raynaud y Stéphane
Rials (eds.), “Escepticismo antiguo”, op. cit., pág. 238
[15] Íbid., pág. 238
[16] Íbid., pág. 238
[17] Íbid., pág. 239
[18] Íbid., pág. 239
[19] Íbid., pág. 239
[20] Íbid., pág. 240
[21] Philippe Raynaud y Stéphane Rials (eds.), “Escepticismo moderno”, op.
cit., pág. 239
[22] Íbid., pág. 243
[23] Michel de Montaigne, op. cit., II, xii
[24] Íbid., I, xxxi
[25] Íbid., I, xxiii
[26] Íbid., II, xii
[27] Jorge Luis Borges, “The Brothers, de
H. G. Wells” en Textos cautivos, op.
cit., t. IV, pág. 350
[28] Íbid., t. IV, pág. 350
[29] Íbid., t. IV, pág. 350
[30] Ernesto Sábato, “Los relatos de Jorge Luis
Borges”, en Jorge Luis Borges, Jaime
Alazraki (ed.), Taurus, Madrid, 1976, pág. 73
[31] Jorge Luis Borges, “Culturalmente somos un
país atrasado”, Textos recobrados.
1956-1986, Emecé, Barcelona,
2003, pág. 331
[32] Alan Pauls, Nicolás Helft, El factor Borges, FCE, Buenos Aires,
200, pág. 11
[33] Íbid., pág. 86
[34] Jorge Luis Borges, “El premio
Alberdi-Sarmiento”, íbid., pág. 259
[35] Jorge Luis Borges, “Gran premio fondo
nacional de las artes”, íbid., pág. 261
[36] Graciela N. Ricci, op. cit., pág. 92
[37] Edward W. Said, Representations of the
intellectual, Vintage Books,
[38] Jorge Luis Borges, “Borges secreto”, en Textos recobrados. 1956-1986, op. cit.,
pág. 359
[39] Jorge Luis Borges, “El premio
Alberdi-Sarmiento”, en íbid., pág. 258
[40] Jorge Panesi, “Borges nacionalista”, en Borges y la filosofía, Gregorio Kaminsky
(ed.), Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1994, pág. 196
[41] Seminarios en el Colegio Libre de Estudios
Superiores, cátedra de Literatura Inglesa en
[42] Alan Pauls, Nicolás Helft, op. cit., pág. 127
[43] Íbid., pág. 128
[44] Íbid., pág. 129
[45] Jorge Luis Borges, “El premio
Alberdi-Sarmiento”, Textos recobrados. 1956-1986, op. cit., pág. 258
[46] Jorge Luis Borges, “Una posdata”, íbid., pág. 303
[47] Íbid., pág. 303
[48] Edward W. Said, op. cit., pág. 11. La traducción es nuestra: “to raise embarrassig questions, to confront orthodoxy and dogma
(rather than to produce them).”
[49] Íbid., pág. xvi. La traducción es nuestra: “Intellectual tries to speak the truth to power.”
[50] Íbid., pág. xii. La traducción es nuestra: “Intellectuals
as precisely those figures whose public performances can neither be predicted
nor compelled into some slogan, orthodox party line, or fixed dogma.”
[51] Íbid., pág. 17. La traducción es nuestra: “I
will not serve that in which I no longer believe whether it call itself my
home, my fatherland or my church: and I will try to express myself in some mode
of life or art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defence
the only arms I allow myself to use –silence, exile, and cunning.”
[52] Julien Benda, The
treason of intellectuals. Citado en íbid., pág. 25. La traducción es nuestra: “The impression that the intellectuals exist
in a sort of universal space, bound neither by national boundaries nor by
ethnic identity.”
[53] Citado en William Rowe, Claudio Canaparo y Annick
Louis (eds.), “Prólogo” a Jorge Luis
Borges. Intervenciones sobre pensamiento y literatura, Paidós, Buenos
Aires, 2000, pág. 15
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