Tonos Digital
REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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N Ú M E R O    I I I

NÚMERO 3 - MARZO 2002

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Lágrimas de cocodrilo: noticias de una tragedia africana
Xavier Laborda
(Universidad de Barcelona)

 


Vi el rostro de una criatura -sucio de mocos y de pena-

 que me miraba fijamente desde una fotografía.

(Josep Piera)

 

Resumen

En el artículo “Lágrimas de cocodrilo: noticias de una tragedia africana” nos ocupamos de las noticias de un drama de África central que conmovió el mundo en 1996. Son noticias que relatan la crisis de los Grandes Lagos africanos, en Ruanda y el antiguo Zaire, por el desplazamiento de un millón de refugiados. De la campaña periodística sobre el conflicto, nos interesa comentar el uso discursivo que se hace de las fotografías, en especial las de niños. De las observaciones pragmáticas sobre la iconografía extrapolamos algunos juicios sobre la campaña misma, en el sentido de que es confusa y engañosa. Resulta así que la tragedia de los refugiados incita a las lágrimas de cocodrilo y, a la vez, da una idea simplista del problema e implícitamente reafirma un estereotipo eurocéntrico y discriminador.[1]

 

 

1 Falacias discursivas

Las noticias de catástrofes y tragedias tienen un gran valor discursivo. Obtienen una gran difusión y recogen múltiples recursos de expresión. El patetismo de sus mensajes, los llamamientos a la solidaridad mundial y la zozobra que provoca en los receptores son razones por las cuales suelen pasar desapercibidos los mecanismos de significación y el guión narrativo. La intensidad de estos mensajes nos hace creer que nunca olvidaremos esa catástrofe. Pero sucede que eso no así pues, por un lado, la experiencia se desvanece porque era virtual, era mediática. Y, por otro lado, la actualidad halla un substituto en nuevas catástrofes. Que cada cual rememore y compruebe si esta apreciación es razonable.

Examinamos aquí el tratamiento que merecieron en la prensa los penosos acontecimientos de la crisis política y el problema de los refugiados en la zona africana de los Grandes Lagos, en el antiguo Zaire y Ruanda, en noviembre y diciembre de 1996. Aplicamos la metodología del análisis crítico del discurso, bajo la consideración fundamental de que la producción discursiva está articulada por instancias de poder y de ideología. Del análisis de las noticias e ilustraciones de la campaña de prensa surge el convencimiento de que se propagan algunas argumentaciones implícitas que resultan recusables porque reafirman estereotipos de discriminación. Como síntesis de la gran producción informativa sobre los refugiados ruandeses, una fotografía de un niño anónimo y desvalido ofrece la posibilidad de indagar sobre la quiebra de normas pragmáticas, en lo que afecta a la formalidad discursiva, y, llevando la prueba a la realidad social, plantea dudas sobre la eticidad del tratamiento informativo de ciertas campañas.

El desconocimiento que tenemos de los otros es un inconveniente considerable para hacer algo en común o para compartir sentimientos positivos. El conocimiento del otro, el plurilingüismo y el intercambio cultural son cosas de la comunicación que construyen un mundo mejor. Los medios de información son imprescindibles en esta empresa. Sin embargo, también sucede que su cooperación en la ocultación de las causas y en la divulgación de hechos resonantes, pero incomprensibles, son dos formas eficaces de ensordecer al público.[2]

 

2 Mirada al abismo

Una muestra de ello es la mencionada tragedia de los Grandes Lagos africanos. En ella se vieron envueltos centenares de millares de refugiados ruandeses huidos a los países vecinos, principalmente al antiguo Zaire, que se sentían amenazados por la comunidad tutsi y que en su huida arrostraban graves peligros. Poco antes, en 1994, Ruanda fue el escenario de un genocidio, con cerca de un millón de muertos, por la cruel persecución de hutus contra tutsis, dos etnias políticamente enfrentadas pero que habían convivido en paz hasta entonces. Vamos a comentar el tono con que se trató esos acontecimientos en la prensa, con el propósito de dilucidar si cumple con las máximas pragmáticas. Adelantamos nuestra consideración de que la comunicación de determinados sentidos implícitos y la sugestión de sentimientos muy intensos promovía un efecto tal en el público que resultaba difícil saber cómo reaccionar. Una reacción ante este fenómeno de noticias calamitosas y de fotografías desgarradoras es la confidencia que el escritor Josep Piera hacía a sus lectores.

 

Llovía. Paseaba yo bajo la lluvia, bajo un paraguas, uno más (…). De repente, vi una enorme lazo negro que colgaba de la fachada de un edificio. Escrito en letras verdes, el lazo portaba un nombre, Zaire. (…) Vi el rostro de una criatura —sucio de mocos y de pena— que me miraba fijamente desde una fotografía, en la primera página del diario. No era yo quien lloraba mirándola. Era Barcelona, era la ciudad; era la noche. Ellos sí. Y pensaba: ¿qué podemos hacer nosotros que no sea llorar este drama? (Avui, “Llantos por Zaire”, 16-11-1996)

 

Como describe Piera, fue una penosa conmoción, compuesta de perplejidad e impotencia, y que sin embargo movilizó a muchas personas en ayuda de los refugiados. Estos indicios alertan sobre la dificultad de interpretar con lucidez la información sobre el conflicto, por las dimensiones de la calamidad, por la profusión de textos publicados y, en especial, por un tratamiento que desprende patetismo, confusión y efectos discursivos muy espectaculares.

Bajo el título de “Tragedia en los Grandes Lagos africanos” como subsección de internacional, los medios de comunicación trataron en noviembre y diciembre de 1996 sobre un conflicto que estalló en Zaire y otros países vecinos por la arribada de refugiados ruandeses. Formaban un multitud cercada por el hambre y la guerra. Se hablaba de seiscientos mil refugiados hutus y de la conveniencia de que intervenieran los organismos internacionales y de carácter humanitario. A finales de noviembre, se presentó el retorno masivo de los refugiados a Ruanda como el mejor desenlace posible de la tragedia y la razón para desestimar el uso de una fuerza militar internacional. Unas semanas después, la crisis perdió preferencia e intensidad comunicativas. La alarma de una masacre se había disuelto y, con ella, la súbita noticia de los Grandes Lagos, que irrumpió y luego se eclipsó sin conocerse con claridad qué causas la habían producido.

Cuando describe Piera en la columna de prensa la impresionante fotografía de un niño desamparado que llora con desconsuelo, nos hallamos en el momento más alarmante del conflicto, en el que aparecen publicadas muchas fotografías de niños para ilustrar la situación. ¿A cuál se refiere? Quizá, una fotografía que presenta un niño sentado entre los despojos de un campo de refugiados, junto a los cadáveres de dos familiares. O bien otra de portada, con una niña ruandesa perdida en otro campo que llora sin consuelo. Hay otras, como la de la niña que transporta carretera adelante un colchón excesivamente voluminoso para su frágil cuerpo; la del niño que contempla a su madre, quien yace en el suelo exhausta después de días de marcha de regreso a Ruanda; el anuncio de dos cadenas de televisión, que ofrece un primer plano de un niño negro que mira fijamente, para agradecer la solidaridad de los espectadores por sus donativos en unos programas especiales. Otra fotografía más reproduce la imagen de una niña harapienta, apoyada en un bastón, que mira serenamente a la cámara, sobre un fondo desenfocado que deja adivinar la presencia de soldados y refugiados adultos. Del contenido de esta última imagen se ofrece algunos datos, cosa inusual en el conjunto gráfico, que informan que la niña se llama Tuyizere Matibere, tiene seis años y espera en Gisenyi, un punto fronterizo de ingreso en Ruanda donde los soldados registran a los refugiados.[3]

 

3 Niños

Son fotografías de criaturas, sucias de penas, que nos miran fijamente, pero ninguna de ellas parece coincidir con la que alude el afligido escritor. Aparecen bastantes más en estos días de crisis, y que ahora yacen en los fondos de las hemerotecas. Dos niños se recuperan en un hospital de sus heridas en las refriegas. O varios más que huyen de la ciudad ruandesa de Gisenyi sin detener su marcha miran un cadáver en la cuneta. Pero he aquí que, entre tantas criaturas fotografiadas, damos con un retrato en la portada de diferentes cabeceras —la del 30 de octubre, en el inicio de la crisis— que coincide del todo con el comentario que hemos leído. Es una imagen grande, pues ocupa un tercio de la primera plana, con una escueta leyenda a su pie: “Un niño hutu que ha perdido a su madre llora tras cruzar la frontera hacia Ruanda”. Como la foto brinda un primer plano del anónimo niño, es posible observar todos los detalles de su rostro, la profundidad de su mirada dirigida hacia nosotros o el rastro que las lágrimas y los mocos dejan en sus mejillas y sus labios. La composición fotográfica tiene una corrección de manual, pues capta el rostro mayormente desde un costado, para destacar su volumen y su expresión. Además, el enfoque presenta con nitidez la faz de la criatura, pero difumina todo lo demás, incluso los trazos de la oreja visible y del irregular corte de cabello; aun se adivina la silueta del cuello de una camisa clara, estampada con motivo geométricos de hexágonos y estrellas. Y ya nada más se aprecia en la imagen, pues el enfoque y el encuadre son tan selectivos que han eliminado el fondo. No hay fondo que observar  ni situación que considerar, sino un rostro.

Podría ser, por lo tanto, que Josep Piera se refiera a ese niño cuando dice: “La amarga luz de los ojos de una criatura me llegaba al corazón. La noche lloraba.” Haremos, pues, algunos comentarios orientados a su función comunicativa. Observamos en la fotografía una sinécdoque gráfica, una figura retórica que consiste en extender o proyectar su significado mediante el recurso de tomar la parte por el todo. Esta imagen es una sinécdoque de múltiples objetos, del niño retratado, de las víctimas infantiles, de la situación del conflicto y, si se quiere, del drama universal de la guerra. La primera interpretación que se nos ocurre es que la imagen presenta una víctima civil en representación de todas ellas, que no pueden ser captadas por el fotógrafo, porque son muchas y se hallan por doquier. Probablemente, la foto de muchas víctimas reunidas no alcanzaría la expresividad que tiene la el niño desamparado, por la eficacia del principio de economía, que proclama que poco es mucho y que aconseja utilizar parcos recursos. Por ejemplo, el recurso de la sinécdoque, esto es, la parte en vez de la totalidad. Si la fotografía es el parte, ¿qué o quien es el todo? El todo, según informa el cuerpo de la noticia que ilustra esta foto, son seiscientos mil refugiados hutus perdidos en Zaire y en peligro extremo, a los cuales hay que añadir cuatrocientos mil más que, aun estando localizados, “viven desesperados por la falta de alimentos” y la amenaza de epidemias.

 

4 Dos veces víctima

Hay que reconocer que la sinécdoque que aquí describimos es intensa, radical. Y lo es porque no presenta un niño y su situación, sino un rostro arrasado por la pena, sobre un fondo neutro. Si no fuera por el pie de foto, cabría pensar que se trata de un niño cualquiera en llanto, quizá por una rabieta, fotografiado en el parque un día de fiesta en el barrio alegre de una ciudad próspera de un país en paz. Ninguna de estas suposiciones es válida, por supuesto, pero no por la foto sino por el texto. Con el nos hacemos cuenta de que el niño simboliza la noticia de una tragedia, bautizada por los medios de “bíblica” e “inaudita”, tal es el sentido que en ellos se juzga pertinente divulgar. La figura del niño, transformada en símbolo del flagelo que sufre un millón de refugiados, se ha hecho abstracta. Y ésta es la dolorosa ironía: el triste  huérfano es alguien abstracto. No es nadie, salvo el símbolo del llanto y la impotencia. Pero, ¿de qué impotencia hablamos? De la que acontece a la persona con la privación de todo lo que tiene y es. No sabemos ni sabremos nada concreto de él —en la noticia del día ni en las posteriores—, luego nada concreto es ni tiene. No tiene identidad: sin nombre, sin edad ni filiación, solo podemos deducir alguna idea de la parcialísima foto. No se halla en un lugar concreto, pues solo es un transeúnte en el foso imaginario de una frontera, sin un entorno visualizable en la imagen ni descrito en la noticia que sugiera si ese lugar está despoblado o si es hostil. Tampoco se puede saber —en el caso de que uno tenga la absurda curiosidad— si le acompaña algún familiar y si el niño puede tener esperanzas de encontrar a su madre, porque ésta se haya extraviado y no haya muerto; la expresión del pie de foto sobre la madre perdida es torpemente ambigua. Pero sigamos con la relación de las privaciones que conducen a simbolizar con tanta eficacia la impotencia. Desde el punto de vista físico, podemos preguntarnos si el niño tiene un cuerpo y qué diría éste de su persona si lo pudiéramos contemplar. Y, por señalar un elemento más, añadiríamos a las preguntas otra casi anodina sobre un pañuelo. ¿No tiene un pañuelo para enjugarse las lágrimas y para sonarse? ¿No tiene o es que no repara en él ni en la idea de usarlo? Si no sabemos si está atendido, poco importará que insistamos en indagar si llora, además de por la calamidad y el miedo, por otros motivos, sea hambre, sea agotamiento… Podríamos dirigir estas preguntas al fotógrafo que tomó la instantánea, pero la referencia del autor en el pie de foto es un genérico de agencia (Apa/Efe). Podríamos escrutar alguna información en los diarios de esas semanas para conocer qué ha sido de un-niño-hutu-que-ha-perdido-a-su-madre pero, como hemos anticipado, absolutamente nada se dice de él. Apareció un día llorando y moqueando, con la boca entreabierta y unos ojos anegados de miedo y estupor, lo vieron muchos espectadores o leyeron algo sobre él en la glosa de Josep Piera, y sin embargo desapareció por siempre más del mismo modo anónimo y súbito.

La paradoja de la sinécdoque es que todo un símbolo de la catástrofe, un afligido niño por la desgracia personal y general, resulta también una víctima de un tratamiento informativo superficial e irresponsable. No sólo padece la violencia de su entorno sino también de los medios, que a un tiempo lo exponen mediáticamente y lo ocultan como persona con su identidad, su memoria, su cuerpo, su circunstancia, su incierto mañana. Lo escogen para proclamar su dolor, que es común a muchos, pero lo excluyen de las noticias y lo devuelven a su abandono. Es conveniente aclarar que las observaciones precedentes no pretenden anteponer una vida o el cuidado por una sola persona (la parte que es el niño de la imagen) a la suerte de un pueblo de refugiados (la totalidad), sino tan sólo ser coherentes con los recursos expresivos utilizados. El fotógrafo de agencia y el diario mismo abandonan a ese pequeño sin nombre, casi un niño irreal, a su aciaga circunstancia y a los imprevisibles acontecimientos. Ese abandono no tiene por qué equivaler a despreocupación, pues podría deberse a una imposible localización o por la satisfactoria causa de que se sabe que hay quien se ocupa de él. No obstante, sucede que el diario abandona a alguien más que al niño, y se trata del lector, quien, una vez que se ha enfrentado a la fotografía, no sabe cómo superar su desolación. Este lector es Josep Piera y muchos otros que deploran una realidad más cruel que la soledad y el llanto del refugiado; deploran la inapelable condición de una criatura olvidada y privada de tantas cosas, como una identidad, el relato de su vida, una voz propia y una voluntad que le doten de personalidad. En definitiva, deploran la ausencia en la noticia de esos rasgos personales que presenten al niño como uno de nosotros. Un ser singular, acongojado y desgraciado, pero similar a cualquier otro, y no sólo hecho de sentimientos penosos o mutilaciones simbólicas.

Siguiendo esta línea de análisis, es razonable opinar que el uso mediático de fotografías como la que comentamos incitan a malentendidos. Muestran pero no argumentan ni tampoco demuestran nada. Y como lleguen a afectar al lector, por el lacerante dolor que captan, ese lector no podrá replicar ni buscar en el diálogo el consuelo que da comprender la razón del mal. Enfrentado al muro mediático del dolor, se le ofrecen dos opciones, la de la indiferencia y la de la confusión y abatimiento. “Los ojos humanos acaban por aceptar como natural lo que es patológico, ante la inundación de crueldad de nuestro tiempo”, afirma Emilio Lledó (1994: 150-4) a propósito de los usos de la imagen en los medios de comunicación social. Su juicio explica nuestro desconcierto ante una imagen cuyo mensaje, más allá de la anécdota, nos resulta incomprensible. ¿Y ello por qué? Porque la selección de su contenido es una mutilación informativa y porque esa noticia truncada, sin continuidad en lo que toca a la persona del niño, supone una brutalidad comunicativa. Continúa diciendo el filósofo que, “a pesar del falso tópico de que una imagen dice más que mil palabras, las imágenes no dicen”. Y ¿qué es lo que hacen?, nos preguntaremos. A su parecer, las imágenes “impresionan, desgarran, endulzan nuestra intimidad, pero no dicen”, sólo sirven o tributan en el discurso con que se acompañan. No hay una imagen comprensible sin una educación de la mirada, en lo cual se resume la historia de la estética y de nuestras preferencias estéticas en pintura y otros medios iconográficos. Cuando ese discurso que educa y orienta la mirada resulta insuficiente, porque no sea coherente o no relaciona las imágenes con el texto —que es lo que sucede en este caso del niño hutu—, entonces solamente nos alimentamos de explosiones visuales, que animan a los lectores a ser espectadores banales, espectadores sensibles a las descargas de patetismo, espectadores que derraman lágrimas, pero lágrimas de cocodrilo. De un magma informativamente incoherente principalmente puede esperarse una respuesta incoherente y estéril, como esas lágrimas insubstanciales.

 

5 Nuestra mirada sobre el discurso

De toda la campaña de prensa hemos considerado propiamente unas fotografías de niños y, en particular, aquella que causó tanta impresión a los espectadores, representados aquí por el escritor Piera. Y nos hemos centrado en la información gráfica porque ésta es la sección más llamativa del magma incoherente que pueden producir los medios de comunicación social. El uso de los elementos gráficos resulta sesgado, incoherente e informativamente irrelevante. Deseamos enumerar las pautas que nos han guiado la interpretación hasta esa conclusión crítica.

 

1. El tópico social

La información que se ha publicado en la prensa diaria —el tratamiento en algunas revistas es caso aparte— sobre este asunto de portada es abundante y diversa. Ha sido producida por un aparato de corresponsales y agencias, así como por articulistas de renombre y por lectores que envían cartas al director. El asunto del conflicto en los Grandes Lagos ha tenido una prioridad clara y una persistencia notable en la agenda de esos medios, lo cual lo ha convertido en un tópico social importante.

 

2. Discurso gráfico y niños

Cuando por economía analítica nos fijamos en esa pequeña porción de las imágenes de niños, reparamos en la gran influencia que ejerce su iconografía en el mensaje que crea opinión pública. Como se observa, sucede que para reflejar una situación de crisis como esa, el motivo preponderante es el de niños captados en circunstancias muy penosas. Son circunstancias de un esfuerzo físico agotador, en la huida a pie con un equipaje excesivo; la proximidad de la muerte, presente en esos cadáveres que menudean a lo largo del camino; o la pérdida sufrida en propia carne, por las heridas de guerra o la desaparición de algún familiar. Y la reunión de estos elementos, apenas orientados por unos escuálidos pies de foto, sirve de símbolo del conjunto.

 

3. La visibilidad de las víctimas

Lo que se presenta en las imágenes es un mundo de víctimas, a cuya cabeza figuran los niños más cruelmente tocados por la calamidad. Con ser éstos los más débiles, posiblemente no han de estar solos y, sin embargo, los adultos raramente merecen la atención de la cámara, como no se hallen en grandes grupos. El patetismo de la representación infantil es obvio y queda vinculado a un concepto de urgencia, de inmediatez, sin relación alguna con un pasado reciente.

Estas pautas iconográficas —selección del motivo infantil, exclusión de los adultos y del contexto, olvido de otros tiempos y sus causas— se siguen en otras imágenes de la campaña de los Grandes Lagos que no hemos podido comentar aquí. Ofrecemos un nuevo y canónico ejemplo. La imagen lleva una nota que dice que “un niño ruandés intenta alimentarse del pecho de su madre”, mientras presenta una criatura de unos dos años que succiona vanamente el pecho reseco de alguna mujer que cae fuera del encuadre. Vemos nada más y nada menos que la lucha entre un niño y un pecho vacío, quizá al final de una jornada de marcha, a juzgar por la luz artificial del flash. Una connotación patética añade el hecho de que la proximidad de la cámara y el fogonazo del foco no alteren la mirada ausente del niño.

4. Inexistencia de todo aquello que no es visible

La representación gráfica de otros sujetos que no sean las víctimas es insignificante. Esta concentración en un tipo de agentes, la de las víctimas, excluye o ignora los victimarios, las tropas en combate, las autoridades gubernamentales o el personal de las organizaciones internacionales de ayuda. La ausencia de victimarios induce a creer que se trata de una catástrofe natural e inevitable, ante la cual lo único razonable en lo que cabe pensar es en moderar sus efectos, ya que las causas, tan violentas como súbitas, caen fuera de la previsión humana y de la responsabilidad de las naciones poderosas.

 

5. Pulsión de patetismo y su mensaje implícito

La insistencia en un tono patético, que se vale de muchos elementos enfáticos y extremos, como la sinécdoque —la del niño que ha perdido a su madre o la del que mama de un pecho sin cuerpo ni rostro— y los símbolos de males bíblicos —guerra, éxodo, hambre, enfermedad y muerte— inducen a concebir ciertas implicaciones, sin necesidad de argumentar sobre ellas. Entendemos que éstas son las principales ideas del mensaje implícito:

 

a) la tragedia es injusta porque afecta especialmente a los niños;

b) las causas de la tragedia son tan confusas como las imágenes de masas convulsas en éxodo o de individuos fulminados por un destino irreparable que se denomina África;

c) se infiere también que en los países afectados no hay o no sirven sus funcionarios y sus recursos, en virtud de su nula visibilidad en los media.

 

6 Tres ideas equívocas

Y, sin embargo, estas conclusiones son erróneas, si confrontamos la información de la campaña con otras fuentes especializadas en política y ayuda internacional.

1. Sin recursos

Comenzando por la última apreciación, sobre la nulidad de recursos propios para resolver el conflicto, se ha destacado que la invisibilidad de funcionarios autóctonos y de medios no se corresponde con la realidad, si bien estos recursos y agentes son a todas luces insuficientes para resolver una problema tan grave. En estas circunstancias, la ayuda internacional es necesaria. Pero, como recuerdan algunos analistas, las aportaciones occidentales en socorro de las víctimas pueden tener consecuencias negativas sobre esos mismos servicios gubernamentales, que se ven ninguneados y disueltos por un tiempo indeterminado a causa de la brusca suplantación por entidades humanitarias. Estos efectos ambivalentes, que son a la vez de socorro efectivo a las víctimas y de derribo del edificio asistencial propio, se corresponden con la particular concepción en Occidente de que los países africanos carecen de todo y que todo necesitan. Parece que la invisibilidad en los medios de un tejido social autóctono que reaccione mal que bien a las crisis dista de la realidad. Los informadores y editores prefieren hablar del problema y de los esfuerzos que nosotros, los occidentales, realizamos en su ayuda. Los informadores y editores aplican, así, una sinédocque similar a la de la foto del niño-hutu-que-ha-perdido-a-su-madre, con unos efectos ideológicos idénticos: privación social de cuerpo, de identidad, de personalidad y de voluntad como país. La idea que nos formamos de la realidad comunicada es muy cercana a la de un objeto: el mundo exterior o tercer mundo como objeto.

 

2. Sin causas conocidas

Si pasamos a la segunda inferencia sobre ausencia de causas determinadas, reconocemos una continuidad argumental con lo precedente. Según ello, para entender el conflicto bastará con pensar en una región desmembrada y en una etnias con un odio tribal. Quizá el asesinato de más de las tres cuartas partes de la minoría tutsi varios años antes, entre abril y junio de 1994, satisfaga nuestra exigencia de una explicación. No obstante, hay voces que discrepan de esta apreciación simplista, en el sentido de que las causas no se resumen en los problemas de las gentes de la región, sino que se deriva también de intereses occidentales. O también, que el genocidio de tutsis de 1994 y el éxodo de hutus de 1997 no se producen de repente y espontáneamente, pues se ha probado que estos conflictos eran previsibles y evitables mediante la intervención de la comunidad internacional.[4]

Un científico ruandés, hijo de hutu y tutsi, invitado por un fundación pacifista española, ha afirmado claramente que en las causas del genocidio y del éxodo hay una guerra económica entre Europa, en especial Francia, y los EUA, para controlar el comercio del continente africano. Sea como fuere, en los medios sí se aprecia en estos dos períodos de conflicto una pugna diplomática y propagandísticas entre esas potencias, uno de cuyos puntos de choque es la ONU y la designación de su secretario general. Y lo que algunos periodistas han añadido sobre ello es que los medios de comunicación dan la impresión de haberse puesto de acuerdo para esconder o distraer la atención sobre las verdaderas causas de las tragedias en África central (Jaumà 1996). Es más, como rezaba un editorial de The Washington Post (9-4-1999), en que el diario norteamericano interpelaba a la Administración Clinton sobre Ruanda, han transcurrido los años y no se sabe si ha habido una investigación al respecto ni tampoco la opinión pública ha obtenido una explicación oficial sobre las raíces del conflicto. Y, en efecto, es así pues no se conoce ninguna explicación veraz de los Gobiernos sobre sus raíces y sus diversas responsabilidades. Como ejemplificaba la sinécdoque de la comentada fotografía, la simplificación de los motivos o elementos que se exhiben y la ocultación del contexto histórico e internacional son un procedimiento común y desesperante de la información. La información se ha convertido en propaganda.[5]

 

3. Sólo niños

La última inferencia por comentar es la de que los niños son las principales víctimas del conflicto. Esta idea es cierta, los niños padecen de modo implacable los estragos de la guerra, la hambruna, la enfermedad y la orfandad. No obstante ello, el interés por la suerte de los niños se consume en sentimentalismo y banalidad si no se considera conjuntamente con la suerte de los adultos, con la suerte de la población civil. En esta campaña informativa de los Grandes Lagos y en tantas otras similares, llama la atención la especial delectación que muestran los medios de comunicación al insistir en los infortunios de niños, no se sabe bien si porque la penalidad de un niño les parece una doble penalidad o porque apenas es destacable el dolor de sus mayores.[6]

Pero los niños son, por estos usos periodísticos, la parte más visible de las víctimas de guerra, que son toda la población civil. La población sufre en los conflictos actuales mayor castigo y mortandad que los propios combatientes. A finales del siglo XX, la gente que huye de las zonas de combate o de represión en el mundo supera la cifra de setenta millones de refugiados. En guerra, ni los mismos niños y adolescentes se libran de ser enrolados, y son especialmente útiles en los frentes de mayor riesgo por su falta de miedo.[7] Pero la explotación del niño no concluye con la guerra, sino que se extiende a tiempos de paz, bajo condiciones de miseria y de abandono en la calle, lo cual afecta a ciento veinte millones de niños en el mundo y es causa de la muerte de trece millones cada año.[8] Y si se cuenta la población que pasa hambre, sin distinción de edad, se supera la cifra de ochocientos millones, según una estimación de la FAO. Como se sabe, el hambre es una estrategia de guerra que se utiliza sobradamente en la paz, y que suele ir acompañada de otra igualmente mortífera denominada “hambre oculta”, que se manifiesta por las enfermedades que conlleva, así como por la carencia de sistemas sanitarios y de medicinas, de higiene y de atención medioambiental, de educación y aun de la técnica primaria para tener cura de sí.[9]

Sirva este apunte de datos y de conceptos no ya como una información suficiente sobre el problema sino como una prueba del llamativo desajuste entre la información que dan algunos medios y los hechos. Y hemos querido entresacar los contenidos del apunte de los mismos medios, para matizar que mucha información circula por ellos, pero no se difunde de igual manera ni con una intención similar. Para recapitular, decíamos que el uso de las fotografías en la campaña de los Grandes Lagos ilustra tales desproporciones y equívocos. La construcción del acontecimiento a que sirven oculta unos agentes institucionales e internacionales y destaca otros, que son los niños, especialmente huérfanos y físicamente consumidos. El sufrimiento de éstos es palpable, pero su suerte no debería desligarse de los adultos, ni de la región y su delicado orden político, como tampoco de la causas de padecimiento en tiempos de paz. Son fotografías que mueven a la compasión y a la lágrima fácil, pero que por lo general no tienen una correspondencia con el contenido de las noticias que supuestamente ilustran. En un corpus de noticias parcial y aleatorio que hemos recogido de cinco diarios españoles en estos meses de noviembre y diciembre de 1996, tan sólo aparecen dos noticias sobre los niños refugiados.[10] La razón entre ese desfase entre las numerosas y especializadas fotografías que se exhiben y el cuerpo de las noticias puede deberse a una razón de pedagogía visual de la tragedia, para compensar el fárrago textual. Pedagogía o quizá espectáculo de la distracción, puesto que los textos periodísticos pugnan, con más voluntad que acierto, por poner al día al lector sobre los canviantes acontecimientos y las confusas gestiones desde instancias internacionales.

 

7 El patetismo, por todo mensaje

Si bien es cierto que las fotografías suelen presentar motivos que no coinciden con el cuerpo de las noticias, el conjunto de unas y otras tiene un sentido común, que es el de referir cuestiones de política internacional con un tono dramático y acorde a la situación. Así, las noticias tratan de esas cuestiones tan abstractas como las instancias de los organismos plurinacionales y de los Estados, de sus instrumentos de negociación diplomática y de intervención militar, a la vez que evocan los principios de la soberanía nacional y sus límites por razones humanitarias. Por su parte, las fotografías son los elementos discursivos más eficaces para pulsar ese tono dramático y para referir todo a un presente acuciante.

Vistos de modo global los discursos de la campaña informativa de la tragedia, el mensaje que transmite más clara y fijamente es el del patetismo expresivo. Su efecto palpable, y no es necesario remitirnos de nuevo a la confidencia de Josep Piera, es la conmoción de un público inclinado a sentir una profunda compasión por esos niños, por esas pobres gentes. La perspectiva que ofrecen las fotografías presentan un elenco de prácticas impresivas o de impacto que resultan provechosas para los medios de comunicación. Y ello porque operan como refuerzo de su legitimidad, de su eticidad informativa; son vistos por la audiencia como medios veraces y comprometidos en la solución del conflicto, pues informan y además crean agenda política sobre la cual los ciudadanos pueden debatir y los gobiernos intervenir de acuerdo con un cometido solidario. Junto con esta mejora o sostenimiento de la buena imagen del medio, se ha de contar con un aumento de la atención de los lectores, lo cual es fundamental si se trata de crear opinión pública, algo que en nada estorba sino todo lo contrario a la preferencia y rentabilidad del rotativo. El proceso que marcan estas prácticas de la conmoción, después de favorecer la imagen y la atención, concluye con una interpretación parcial, pues se nutre preferentemente de apelaciones inmediatas y de breves narraciones, como la del niño-hutu-que-ha-perdido-a-su-madre, en vez de barajar aspectos argumentativos y relaciones, como las causas del conflicto y su posible prevención.

La inversión mediática en emociones es muy golosa. Y quizá pocos lectores se sentirán defraudados por un incumplimiento del “contrato” de edición de la información, que de modo implícito rige las relaciones y la responsabilidad del medio ante su público. Con todo, conviene anotar que la información sobre la tragedia se resume en un mensaje engañoso: el conflicto de los Grandes Lagos es un problema étnico cuya solución consiste en una ayuda humanitaria. El mensaje parece aceptable, pero considerado con atención incurre en una simplificación grosera, pues selecciona desordenadamente los términos —se infringe la máxima de pertinencia— y burla la verdad de los hechos —conculca la máxima de veracidad—. Según algunos expertos, ni la causa original del conflicto es étnica ni su plena solución consiste en la ayuda humanitaria. Es una simplificación hablar de esa tragedia como algo repentino y circunstancial. Y desde el punto de vista comunicativo, añadiremos que es una simplificación rehuir la comprensión de los hechos cuando se obvia el contexto y la historicidad de la situación. Ello probablemente se deba a que la urgencia y el sentimentalismo son motivos más fuertes de consumo mediático que el desarrollo de los asuntos y el compromiso intelectual.

Un escritor ha calificado de mentira mediática una estrategia muy común que consiste en construir un muro de hechos verídicos (Sánchez Ferlosio 1993). En el caso que nos ocupa, apreciamos que un muro de hechos verdaderos, como los que muestran las fotografías que inventariadas, otorgan una fuerza y una credibilidad difícilmente rebatibles a la falsedad pública con que se ha tratado la crisis de los refugiados ruandeses. La tragedia de los Grandes Lagos es cierta, declaraba el admirado periodista polaco Kapuscinski, pero no así la mayor parte de las cosas que se han dicho al respecto. Y la campaña de caridad desencadenada, aun teniendo una finalidad altruista, padecía del serio defecto de ignorar su longeva raíz política, una raíz compuesta de la conculcación de derechos civiles en la región y de la pugna de Estados Unidos y Francia por su suculento control. Para Claude Wauthier, el problema que estalló en la crisis no tiene una solución humanitaria sino política y que sobrepasa el ámbito de la región. Y lo sobrepasa puesto que las democracias africanas tienen las manos esposadas por una doble moral de los gobiernos occidentales, que hacen declaraciones retóricas de democracia pero actúan en la práctica de un modo muy diferente.[11]

 

8 Discurso y realidad

Se olvida o se desconoce estas razones del conflicto. Con el tiempo también se olvidan otras cosas, como el rostro de aquella fotografía que reproducía un niño-hutu-que-perdió-a-su-madre-y-lloraba, una fotografía cuya presencia fue inevitable durante unas semanas. Si el niño ha sobrevivido, posiblemente sea un “hijo del abismo” por causa de las atrocidades vistas. Parece ser que las reflejará en su mirada, en una mirada especial que tienen los niños de la guerra, según el informe para la ONU de Graça Machel. “La mirada de un niño después de la guerra es un abismo —declara Machel—. Son como hijos del abismo. Sobreviven, pero por dentro están rotos, y rotos todos sus vínculos familiares y sociales.”[12]

Esta dolorosa observación también tiene cierta semejanza con el tratamiento informativo del conflicto. Ofrece mensajes troceados, como si las páginas nos llegaran deshechas, a jirones. En concreto, la perspectiva que se aplica es desproporcionada, deformante. También, se promociona o se atienden las voces que proceden de fuentes institucionales, pero se mitiga la difusión de voces críticas y divergentes; se propalan presuposiciones simplistas y empobrecedoras. Y, finalmente, se pone en juego estímulos tan fuertes de la sensibilidad como inhibidores de la crítica y de una opinión consistente. En la enumeración de las mediaciones discursivas, es decir, del tratamiento de los mensajes, hallamos una perspectiva deformante, un uso parcial de las fuentes, la comunicación de implicaciones sesgadas y la sacudida emocional. De estos elementos está hecho el tópico mediático de la tragedia de los Grandes Lagos, convertido en un magma doloroso, incoherente y desmemoriado. Es desmemoriado porque está destinado al olvido, a ser desechado en cuanto ya ha sido usado, y así difícilmente ejerce una influencia en la creación de una agenda de debate popular sobre política internacional, aunque en ello consista una de las funciones de la noticia. Es incoherente porque no relaciona el texto y la imagen, no ahonda en las causas ni en las referencias mundiales e históricas, y por tanto sólo puede prestar una ayuda my débil a otro cometido de la noticia, que es crear opinión pública. Finalmente, es dolorosa porque, quizá sin pretenderlo, se reafirman los estereotipos simplificadores y discriminatorios del Gran Sur, de esa África que simplistamente aparece como lugar de pobreza, conflicto e impotencia. A nadie se le oculta que estos rasgos definen el rol de inferioridad de una comunidad culturalmente diferente. Y, lo que es más, acercan la representación de esta gran comunidad a la cosificación y la naturalización (Silva: 1996). Se trata de la cosificación psicológica, que atribuye a sus miembros pasividad, servidumbre e incapacidad. También. la naturalización política de la pobreza y del conflicto, es decir, la creencia en la inevitabilidad de estos males.[13]

Es de sentido común acabar diciendo que los estereotipos de esta índole, desgraciadamente reproducidos en la información general sobre la tragedia de los Grandes Lagos, son fuerzas destructoras de una sociedad multicultural, porque bajo el barniz humanitario transmiten tres productos que merecen el calificativo de recusables. Transmiten una ideología de la desigualdad, una subcultura de la discriminación,  y una legitimidad que resulta eurocéntrica, patriarcal y dominadora. Son malas noticias para la interculturalidad.

Y deseo añadir una aclaración personal, aun sabiendo que quizá ésta sea ociosa o inoportuna. Mis lágrimas de cocodrilo precedieron el trabajo sobre el conflicto de los Grandes Lagos, que quiso ser una respuesta airada pero meditada al descontento con los mensajeros y a la compunción por el mensaje.

 

 

Bibliografía

Bañón, Antonio M. (1996): Racismo, discurso periodístico y didàctica de la lengua, Universidad de Almería.

Dijk, Teun van (1980): La noticia como discurso, Barcelona, Paidós, 1990.

Laborda, Xavier (2000): “Homenatges institucionals i literatura de paperera”, Anuari de Filologia, Universitat de Barcelona, vol XXI, años 1998-9, sección G, número 9, p. 46-55.

——— (1999): “Magreb en la prensa: fingimiento de unos hechos”, en Joaquín Garrido Medina, ed., La lengua y los medios de comunicación, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1999, p. 435-445.

——— (1996): Retórica interpersonal. Discursos de presentación, dominio y afecto, Barcelona, Octaedro.

Lledó, Emilio (1992): “La educación de la mirada”, en E. Lledó (1994), Días y libros, Valladolid, Junta de Castilla y León, p. 150-4.

Mitten, Richard; Wodak, Ruth (1993): “On the discourse of racism and prejudice”, Folia Linguistica, XXVII/3-4.

Piera, Josep: “Plany pel Zaire”, Avui, 16-11-96, p. 20

Velázquez, Teresa (1992):Los políticos y la televisión. De la teoría del discurso al diálogo televisivo, Barcelona, Ariel.

Wodak, Ruth (1995): “Critical Linguistics and Critical Discourse Analysis”, en Verschueren & Blommaert, eds. (1995), Handbook of pragmatics, Amsterdam, Benjamins, p. 204-210.



[1] Publicamos un primer estudio sobre este asunto en Anuari de Filologia de la Universidad de Barcelona, “Fal·làcies discursives al conflicte dels Grans Llacs” (volumen XIX, G-7, del año 1996).

[2] A propósito de la guerra en Yugoslavia, el filósofo Emilio Lledó manifestaba la que es la gran falacia comunicativa de los Estados dominantes. Asimilaba a ciertas prácticas usuales el caso del ataque de la OTAN contra Serbia en abril de 1999 para detener un genocidio contra los kosobares de origen albanés. “En el caso de esta intervención militar descubrimos que se repite el mismo esquema de manipulación de otros centenares de casos que yacen en las hemerotecas, y que tienen que ver con cazas de brujas, con persecuciones políticas —nazismo, fascismo, nacionalismos, fanatismos religiosos—. El principio que rige en estos casos podría expresarse así: convierte usted en un ser perverso al enemigo y así podrá dormir tranquilo cuando lo mate. Se nos ocultan, pues, datos importantes; no se explican suficientemente los hechos, las razones o las sinrazones del conflicto”. (El País, 04-04-1999)

[3] Las fotografías mencionadas aparecen en El País, entre otros medios, en los días que van del 16 al 25 de noviembre. Es obvio que, por las fechas, tales instantáneas no pueden ser la que menciona Piera.

[4] Merece la pena dejar la referencia también de una de las fotografías del genocidio de 1994, que recoge la imagen de un grupo de huérfanos que hace cola para ser vacunados. Es conmovedora y, curiosamente, sigue las pautas iconográficas ya indicadas, por la presencia de niños, la ausencia de adultos y la anulación del contexto. La fotografía fue tomada en junio de 1994 por Jacqueline Arzt para la agencia Associated Press (AP). Y de su interés habla el hecho de que fuera seleccionada para una exposición que celebraba el siglo y medio de la agencia (1848-1998). La instantánea aparece reproducida en La Vanguardia magazine (20-09-1998, p. 57) y en el libro conmemorativo de editorial Polígrafa.

[5] Josep M. Jaumà, “Llàgrimes de cocodril”, Els 4 Cantons (semanario de Sant Cugat del Vallès, Barcelona), 29-11-1996; artículo reproducido también en una recopilación del mismo autor (Jaumà 1996-1998). Es preciso declarar que debemos el título del escrito a la agudeza de J. M. Jaumà.

Citamos otras fuentes consultadas. Colette Braeckman, “La difícil reconstrucción de Ruanda: bajo la amenaza de una guerra regional”, Le Monde Diplomatique, julio-agosto de 1996, p. 13, ed. española. Vicenç Fises, “La agenda del día después”, El País, 22-11-1996, p. 14. “Lecciones de Ruanda”, editorial de The Washington Post (09-04-1999), reproducido en “Revista de Prensa” de El País (10-04-1999). También, el monográfico “La última guerra del Zaire” de Apuntes Sur Norte, núm. 3, 01-12-1996 (revista editada por La punta del Iceberg, desde el colegio de periodistas de Catalunya).

[6] El sagaz periodista Gregorio Morán, de quien hemos parafraseado esta frase, habla de esta desproporcionada preferencia por lo infantil refiriéndose a las crónicas de sucesos por asesinato. (G. Morán, “Una cuestión de carácter”, La Vanguardia, 10-04-1999, p. 27.)

[7] Amnistía Internacional calcula que en 1999 había en el mundo unos trescientos mil niños combatiendo en guerras cuya causa no entienden. Su destino como infantería dócil y fácil es sucumbir o convertirse en poco tiempo en verdugos; en todo caso, el informe asevera que los niños soldados quedan física o psicológicamente destruidos.

[8] Negu Gorriak y Ume Hilak, “Nens morts”, Tot Sant Cugat, 14-12-1996, p. 62. Sólo en los países latinoamericanos, ochenta millones de pequeños sufren la miseria, muchos de ellos niños de la calle (Begoña Piña, “Sanchís Sinisterra prepara una obra colectiva sobre los niños de la calle”, La Vanguardia, 21-12-1998, p. 44). Según la Unicef, la explotación laboral de niños entre 5 y 14 años es de doscientos cincuenta millones (El País, 12-12-1996, p. 30).

[9] Eduardo Haro Tecglen, “Los señores del hambre”, El País, 14-11-1996, p. 61.

Sobre el uso devastador de la estrategia del hambre citamos un fragmento del editorial de The Washington Post (28-12-1995): “Un estudio de la ONU revela que medio millón de niños iraquíes han muerto a causa de las sanciones económicas internacionales desde la guerra del Golfo [marzo de 1991]. A este terrible dato hay que añadir la malnutrición y las enfermedades que afectan a muchos otros iraquíes aún vivos. Situación que podría ser considerada como una segunda guerra del Golfo.”

[10] Los diarios son La Vanguardia, Avui, El Mundo, El Periódico y El País en edición digital. Y éstos son los titulares de las dos noticias: “Cada día mueren 1.000 niños, denuncian Médicos sin Fronteras” (El País, 14-11-1996). “Pequeña carne de cañón. Miles de niños ‘no acompañados’ esperan en lugares de acogida a que el gobierno ruandés localice a sus familias” (La Vanguardia, 01-12-1996).

[11] Ryszard Kapuscinski (El País, 08-11-1996, p. 19; La Vanguardia, 15-11-1996, p. 43). Claude Wauthier, “Duras pruebas para las democracias africanas”, Le Monde Diplomatique, edición española, noviembre de 1996, p. 20. Alfons Quintà, “El Zaire, un paradigma”, Avui, 02-11-1996, p. 10. Alfonso Armada, “Los pecados de la Iglesia en Ruanda”, El País, 12-01-1997, p. 12-3.

[12] Entrevista a Graça Machel (El País, 23-11-1996, contraportada).

[13] Una brillante y escueta crítica de las políticas informativas de discriminación cultural figura en “África”, una carta al director de Juana-Mary Ribó y 29 firmas más (El País, 29-03-1999), que representa una muestra lúcida de las muchas que podrían citarse.



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