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EL ROSTRO DE TERESA
DE JESÚS COMO ESCRITORA EN EL LIBRO DE
María José Pérez
González
(Monasterio de Carmelitas Descalzas de Puzol-Valencia)
RESUMEN
Realizamos un acercamiento a la figura de Teresa de
Jesús como escritora, en un entorno social, cultural y religioso hostil a la
mujer. Centrándonos en el Libro de
PALABRAS
CLAVE: Teresa de Jesús, mujer,
retórica, Inquisición, censura, Libro de
ABSTRACT: We approach the figure of Teresa of Avila as a writer,
in a social, cultural and religious environment of hostility to women. Focusing
on the Book
of her Life, her first work, we analyze the topic of writing out
of obedience, and seek other interpretations to Teresa’s literary production,
highlighted by recent criticism from a rhetorical analysis of her writings.
Starting from a marginalized situation due to her origin, Teresa will present
her mystical experience in socially acceptable keys in order to achieve the
survival of her written work.
KEY WORDS: Teresa of
Mujer y
escritora en «tiempos recios»
—Obstat sexus [el sexo lo impide]. Con
esta concisión, que sólo la lengua latina permite, anunciaba el Papa Pío XI,
por boca de Monseñor Aurelio Galli, su negativa a declarar a Teresa de Jesús
Doctora de
Si este hecho
tuvo lugar en pleno siglo XX, a nadie puede extrañar que su condición femenina
supusiera para Teresa de Jesús una traba en el XVI, siglo en el que nace y
muere (1515-1582).
Joël Saugnieux[1], al analizar el contexto histórico y
cultural de esa época, afirma que Teresa cuenta con una triple limitación
cultural, porque sobre ella se cierne un triple lastre sociológico. El primer
rasgo que él señala es precisamente que se trata de una mujer, en una época
donde la cultura dominante está enteramente en manos de varones. El segundo
inconveniente es que nace en una familia de origen judío, cuando se iba imponiendo
el estatuto de limpieza de sangre que sólo dará cabida en la sociedad a los cristianos
viejos. Por último, que proviene de lo que llamaríamos la burguesía provinciana,
en una época en la que los honores se reservan todavía a las personas de origen
noble.
Aún cabe sumar un cuarto lastre: Teresa es mística, y se va a ver implicada
en la polémica que enfrentaba a los teólogos (letrados) con los «espirituales»,
a los que a menudo se les acusó de alumbradismo, por lo que muchos de ellos
terminaron condenados por el Santo Oficio:
…como en estos tiempos habían
acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio,
comencé a temer… (V 23, 2)[2].
Teresa no temía en vano: aparte del Edicto
contra los alumbrados, dexados y perfectos, que se había promulgado en
1525, el proceso contra la monja Magdalena de
Mujer y mística:
no eran las mejores garantías para hacerse creíble. Fray Luis de León, en la
carta-dedicatoria de la primera edición de las obras teresianas, que él preparó
en 1588, buscando apaciguar ciertas voces de protesta que ya se dejaban oír
contra Teresa, y que acabaron llegando hasta
Que lo que algunos dicen, ser
inconveniente, que la santa madre misma escriba sus revelaciones de sí, para lo
que toca a ella, y a su humildad, y modestia, no lo es, porque las escribió
mandada, y forzada…[3]
Desde el momento en que Teresa de Jesús toma la pluma,
va a hacerlo muy consciente de lo que supone este hecho en un
siglo en el que la mujer carece de voz, y en el que los inquisidores, «…como
son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no
tengan por sospechosa» (CE 4, 1). Esas valientes palabras pertenecen a un texto
que no superó la censura de la primera redacción de Camino de Perfección (Códice de El Escorial). Fue emborronado tan a
conciencia que sólo recientemente ha sido posible su lectura completa, y
constituye posiblemente el más atrevido alegato de su tiempo en favor de la
mujer[4].
Por esta razón, sería
ella misma quien contribuyera a crear una imagen de escritora reacia, al resaltar
con frecuencia su ineptitud para escribir, fundamentada en las más diversas
razones[5]: falta
de educación formal (letras), desconocimiento
del latín, mala salud, frágil memoria, falta de tiempo, muchas
responsabilidades en el convento, ser mujer y pecadora… Se trataba de no causar
alarma en el lector, el primero de los cuales era siempre un censor.
Sin embargo, de
unos años a esta parte, esta visión de Teresa como escritora «a su pesar» ha
sido puesta en duda (y aun desmentida) por la mayoría de los críticos que se
han acercado a las obras de la escritora abulense. Así, Francisco Márquez
Villanueva, en un significativo y brillante artículo publicado en 1983, se
atrevió a afirmar con rotundidad:
El malhadado prejuicio hagiográfico
ha impedido reconocer algo muy obvio, nunca afirmado hasta este momento y que
todavía causará escándalo en algunos: Santa Teresa gozaba del placer de crear
como una verdadera adicción, especie de bendito “asimiento” de que, por fortuna
nuestra, no llegó a ser consciente. Son hasta los médicos quienes han de poner
coto al oneroso desbordamiento casi grafómano: “Me ha mandado el doctor que no
escriba jamás sino hasta las doce y algunas veces no de mi letra” (178, I). Sus
monjas no en vano la ven escribir a altas horas de la noche, con el rostro todo
encendido, en trance creador que, muy de acuerdo con sus profundas
convicciones, sin duda armonizaba lo divino y lo humano, lo sobrenatural y el
puro placer estético[6].
Quizá no nos sea
posible adentrarnos tan profundamente en el alma teresiana para saber
exactamente qué pasaba por su interior mientras escribía. Pero su legado habla
por sí solo. Como continúa afirmando Márquez Villanueva: …libros de esta densidad de pensamiento no se encargan ni se improvisan[7].
El Libro de
El origen de
este libro es de sobra conocido. A raíz de la conversión, del cambio de vida de
Teresa, ella va a comenzar a buscar luz en distintos consejeros. Éstos, al
escucharla, temen que las experiencias místicas que ella tiene sean engaños del
demonio. A lo largo de varios años, distintos escritos van a constituir el
embrión de lo que luego será esta obra. En primer lugar, la «relación de mi
vida y pecados», entregada a sus consejeros Daza y Salcedo; «discurso de mi
vida» para su confesor, el jesuita Diego de Cetina, primeras «cuentas de
conciencia»… Esos textos expresaban el profundo deseo de Teresa de clarificar
su experiencia. Más tarde, vendría el fruto: poder presentarla como camino para
otros.
Escribe el libro
dos veces. La primera redacción, hoy perdida, la lleva a cabo en 1562, durante
los meses que permanece por mandato del Provincial, acompañando en su viudez a
doña Luisa de
La segunda
redacción se escribe en un ambiente muy distinto: Teresa
ha dejado el Convento de
El Libro de
Pero, más allá
de esa multiplicidad, hay un hilo conductor: la experiencia de Teresa,
transformada por la relación con Dios, convertida en mujer nueva. Resumimos a
continuación los elementos fundamentales del contenido[8]:
·
Capítulos
1-10: Teresa relata distintos momentos de su infancia y
juventud. Comienzos de su vida religiosa, enfermedad, convalecencia, años de resistencia
a la gracia, debatiéndose entre la relación amorosa con Dios y las amistades
mundanas. Inicio de una historia de salvación con Dios como protagonista, que
desembocará en la conversión de Teresa ante una imagen de un Cristo «muy
llagado».
·
Capítulos
11-22: Sin que desaparezca el elemento autobiográfico, el
libro toma un cariz más didáctico. El tema: la oración, puerta por la que Dios
se coló una y otra vez en la vida de Teresa. Se sirve del símil de las cuatro
maneras de regar el huerto (agua del pozo, agua de la noria, agua del río, agua
de lluvia) para explicar los cuatro grados de la oración, desde los primeros
pasos en la oración vocal, hasta la unión con Dios. Se cierra con un capítulo
sobre
·
Capítulos
23-31: Definitiva conversión de Teresa. Nueva vida, nuevo
libro. Va descubriendo en su vida los efectos que el amor seductor de Dios
puede obrar. Experimenta dificultades para entender y dar a entender lo que le
sucede. Sufre la incomprensión por parte de quienes la acompañan.
·
Capítulos
32-36: Fundación del monasterio de S. José, en medio de
innumerables dificultades. En él se hará realidad un nuevo estilo de vida, en
el que lo fundamental será la formación de una comunidad de hermanas
comprometidas a ayudarse en la relación de amistad con Dios.
·
Capítulos
37-40: Estado actual de su alma: el crecimiento en
libertad, la vivencia de distintos fenómenos místicos. Se acentúa la vertiente
apostólica de la oración, y su eficacia.
Escritora por
mandato: «Esta relación que mis confesores me mandan»
Desde la
antigüedad, se conoce en literatura el tópico de modestia, por el que un autor justifica
el hecho de «atreverse» a escribir sólo como respuesta al deseo, la petición o
mandato de un superior[9]. En
el Libro de
Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia
para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me
la dieran para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y
ruin vida. Diérame gran consuelo. Mas no han querido, antes atádome mucho en
este caso. (V Pról. 1)
Sin embargo, la
misma Teresa deja ver a lo largo del libro que hay además de ese «mandato» otras
motivaciones que la llevan a escribir. Por ejemplo, en el mismo prólogo, alude
a la íntima conciencia de que es el Señor quien lo desea:
Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con
todo mi corazón suplico me dé gracia, para que con toda claridad y verdad yo
haga esta relación que mis confesores me
mandan; y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he
atrevido. (V prólogo, 2)
En definitiva,
ella reconoce un impulso (en su lenguaje religioso: la voz de Señor) a tomar la
pluma para dejar plasmado su mundo interior. Escribir era para ella la mejor
manera de poner orden a su desconcertada y desconcertante experiencia de Dios.
Se puede
observar a lo largo de su trayectoria literaria, cómo ella misma crea
oportunidades para escribir que tengan una cobertura social válida. Así, en su
segundo libro, Camino de perfección,
afirma que escribe por obediencia, esta vez no a un superior, sino a sus monjas
(de las que ella era fundadora y priora) que le piden que les hable de oración:
«me he determinado a las obedecer». Con el inofensivo título original de Avisos y consejos, que pretende hacer
pasar la obra por un librillo de recomendaciones para la vida conventual,
Teresa redacta un verdadero tratado de espiritualidad, que (a falta del Libro de
¡Oh, cómo quisiera enviar mi librillo al santo prior de las
Cuevas, que me le envía a pedir!, y es tanto lo que se le debe, que quisiera
darle este contento, y aun a Garciálvarez no hiciera daño que viera nuestro
proceder, y harto, de nuestra oración, y si el librillo estuviera allá, lo
hiciera. (Carta 9/04/1577, 5)
En el prólogo a Las Moradas, Teresa se presenta a sí
misma ejecutando casi a regañadientes el mandato de su confesor, al que debe
acatamiento:
Pocas cosas que me ha mandado la
obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de
oración. (M Pról. 1)
Pero, en una carta previa, da una impresión muy distinta sobre el asunto,
porque hace referencia a un proyecto de escritura, por iniciativa propia, que
será el que desemboque en la creación de Las
Moradas:
Al obispo envié a pedir el libro
[Libro de
¿Y cómo no hacer referencia a la
obra más arriesgada de Teresa, las Meditaciones
sobre los Cantares? Recuérdese que el Índice
de Valdés, además de una larga lista de obras de espiritualidad, había
prohibido:
Todos y cualesquier sermones, cartas,
tractados, oraciones y otra cualquier escritura de mano, que hable o trate de
Teresa, por su parte, afirma en el prólogo de las Meditaciones:
Ahora, con parecer de personas a quien yo estoy obligada a
obedecer, escribiré alguna cosa de lo que el Señor me da a entender, que se
encierran en palabras de que mi alma gusta para este camino de la oración. (MC
Pról. 3)
Pero no se
atreve a mencionar ningún nombre propio entre esas personas a las que está obligada a obedecer. De hecho, más
tarde, uno de sus confesores, el P. Diego de Yanguas, se lo mandaría quemar
«pareciéndole que no era justo que mujer escribiese sobre
En resumen, el
concepto de escritura «únicamente» por obediencia es más que muy cuestionable
en bastantes de los casos de esta autora, si no en todos. Hay una enorme
diferencia entre lo que Teresa dice sobre su quehacer de escritora en los
libros, lo que afirma en otros tipo de discurso, como las cartas, y lo que nos ha
llegado por el testimonio de otras personas tras su muerte[11].
Una vida
marcada por la lectura: «Amiguísima de leer buenos libros»
La vida de
Teresa de Jesús está, desde su infancia, asociada al mundo de los libros. Ella
misma va narrando, en el Libro de
El primer
biógrafo de
Diose, pues, a estos libros de caballería, sino de vanidades, con gran gusto, y gastaba en ellos mucho tiempo; y como su ingenio era tan excelente, así bebió aquel lenguaje y estilo, que dentro de pocos meses ella y su hermano Rodrigo de Ahumada compusieron un libro de caballerías con sus aventuras y ficciones, y salió tal, que habría harto que decir de él[12].
Más adelante, tras
leer las Epístolas de S. Jerónimo, Teresa
decide su vocación religiosa, y otro libro, el Tercer Abecedario, de Francisco de Osuna, será el que la inicie en
la oración mental. La propia conversión de Teresa de Jesús, según ella narra,
está muy vinculada a la lectura de las Confesiones
de S. Agustín. Siempre otorgó una enorme importancia a los libros, y ya como
fundadora, dejará señalado en las Constituciones:
Tenga cuenta la priora con que haya buenos libros, en
especial Cartujanos, Flos Sanctorum, Contemptus Mundi, Oratorio de Religiosos,
los de fray Luis de Granada, y del padre fray Pedro de Alcántara, porque es en
parte tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el
cuerpo. (Const.
8)
Un momento clave
en el proceso de Teresa de convertirse en escritora fue la publicación del Índice de Libros Prohibidos de 1559, por
el Inquisidor General Fernando Valdés. Su objetivo era evitar la lectura tanto
de
Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se
leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no
podía ya, por dejar los [escritos] en latín, me dijo el Señor: No tengas pena,
que yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto,
porque aún no tenía visiones; después, desde a bien pocos días, lo entendí muy
bien, porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en lo que veía presente,
y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que
muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros. Su Majestad ha sido el
libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal libro, que deja
imprimido lo que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar! (V
26, 6).
No es difícil
descubrir, tras esta lamentación, una crítica a
La experiencia
mística seguirá ligando su vida a la literatura, por varias razones. En primer
lugar, lo extraordinario de los fenómenos experimentados hace que se busque luz
en libros espirituales:
Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía,
hallé en uno que llaman Subida del
Monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía
en aquel no pensar nada, que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar
nada cuando tenía aquella oración. Y señalé con unas rayas las partes que eran,
y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho, santo y siervo de
Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer. (V 23, 12)
Además de leer y
buscar luz en los libros, los presta a otros, para orientarles en el camino de
la oración:
Como las veía amigas de rezar, las
decía cómo tendrían meditación, y les aprovechaba y dábales libros; porque este
deseo de que otros sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he dicho,
le tenía (V 7, 13).
Y, más adelante aún, valorará el dejar escritas sus vivencias. Poner por escrito es otorgar
reconocimiento a lo que sucede y confirmar su realidad. Y buscará ponerlos en
manos de “letrados” (los teólogos) para que juzguen la veracidad de su
experiencia.
Destinatarios e intencionalidad: «engolosinar las almas»
Su deseo más
hondo es que prenda en los demás el mismo fuego que a ella le quema: «sabe su
Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas
de un bien tan alto» (V 18, 8).
El carácter testimonial va unido al didáctico. Así, esta
obra, en principio, está pensada como un escrito privado (y anónimo) que le han
pedido sus confesores para poder evaluar su proceso espiritual. Teresa escribe dirigiéndose, al
estilo de Lázaro de Tormes, a “vuestra merced”, el P. García de Toledo. Este es
el primer destinatario, marcado textualmente. Pero ella abre el libro
—y se dirige— a un círculo más amplio de destinatarios:
·
Personas que pudieran leer la obra
porque los confesores se la muestran:
Si a alguien lo mostraren (V 10,
7).
Abra el Señor los ojos de los que
lo leyeren con la experiencia, que, por poca que sea, luego lo entenderán (V
12, 5).
·
A los padres, aconsejando sobre la
educación de sus hijos:
Si yo hubiera de aconsejar, dijera
a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta… (V 2, 3).
·
A los penitentes, avisándoles de la
necesidad de que los confesores sean letrados:
Esto me hizo tanto daño, que no es
mucho lo diga aquí para aviso de otras de
tan gran mal (V 5, 3).
·
A los que siguen un camino de
oración:
Mas a los que comienzan esles cosa
importantísima, y no lo tengan por bajo, que es gran bien el que se gana y, por
eso, lo aviso tanto, que les será menester, aun a los muy encumbrados en
oración, algunos tiempos que los quiere Dios probar, y parece que su Majestad
los deja (V 15, 12).
·
A las almas “flacas” como la suya:
Escríbolo para consuelo de almas
flacas como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de
Dios (V 19, 3).
·
A sus monjas (si no se autorizaba
la lectura completa del libro) se les reserva al menos el episodio de la
fundación de S. José:
Pido yo a vuestra merced, por amor
de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a
este monasterio vuestra merced lo guarde; y, muerta yo, lo dé a las hermanas
que aquí estuvieren, que animará mucho para servir a Dios las que vinieren y a
procurar no caiga lo comenzado (V 36, 29).
Hay que hablar también de un destinatario
omnipresente en el libro: Dios, al que Teresa se dirige continuamente,
interrumpiendo el hilo de sus palabras, para alabar, suplicar, desahogarse…, y
que más que interlocutor es verdadero protagonista de su historia:
¿Cómo,
Dios mío, que no basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de
vos paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no gozaros,
sino que he de comer, y dormir, y negociar, y tratar con todos, y todo lo paso
por amor de vos; pues bien sabéis, Señor mío, que me es tormento grandísimo y
que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de vos os me escondáis? ¿Cómo
se compadece esto en vuestra misericordia?; ¿cómo lo puede sufrir el amor que
me tenéis? Creo yo, Señor, que, si fuera posible poderme esconder yo de vos,
como vos de mí, que pienso y creo del amor que me tenéis que no lo sufrierais;
mas estáisos vos conmigo y veisme siempre. No se sufre esto, Señor mío;
suplícoos miréis que se hace agravio a quien tanto os ama» (V 37, 8).
Carmen Martín Gaite, refiriéndose precisamente a este texto, escribirá certeramente:
¿Qué diferencia hay entre este tono y
el de una carta de amor? Es evidente que al elaborar pasajes como ése, Teresa
de Jesús no solamente se había olvidado de cualquier problema de elaboración,
sino también de que eran las monjas carmelitas y el padre García de Toledo y
sabe Dios quién más los que iban a leer e interceptar el mensaje amoroso[13].
Actitud de Teresa ante su obra: «cosa tan desconcertada»
Resulta iluminador comprobar cómo se sitúa Teresa ante este libro. Aparentemente,
no muestra ningún «apego» por él. En reiteradas ocasiones, se dirige a «vuestra
merced» (su confesor, el dominico García de Toledo, que haría las veces de
censor), dándole permiso para romper (6 veces), quemar (2 veces), quitar (3
veces) o enmendar (1 vez) lo que ella escribe. Esto sucede, sobre todo, cuando
piensa que se ha extralimitado, excediéndose en las expresiones. Para obtener el visto
bueno, Teresa tenía que entregar los manuscritos de sus obras en manos de los
confesores, y supeditarse a su criterio. «Mucho me atrevo. Rómpalo vuestra
merced si mal le parece» (V 21, 4). Sin embargo, esta aparente indiferencia
ante su escrito no es tal en realidad.
Por el
testimonio de Ana de Jesús, sabemos que
“Dios perdone a mis confesores que
dan lo que me mandan escribir, trasladándolo y truecan algunas palabras, que
ésta y ésta no es mía”. Y luego las borraba y ponía entre renglones de su letra
lo que habían mudado[14].
Por otro lado, desobedeciendo
el criterio de otro confesor, el dominico Domingo Báñez, (opuesto a la
iniciativa teresiana de entregar a Juan de Ávila el original del Libro de
Yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque,
como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que ya no me
queda más para hacer lo que es en mí (V epílogo, 4).
Además, en una
carta a doña Luisa de
Siendo yo su prelado y tratando en Toledo una vez muchas
cosas de su espíritu, ella me decía: “¡Oh, qué
bien dicho está esto en el libro de mi
vida que está en
En 1596 Isabel
de Santo Domingo declara en los Procesos de beatificación cómo «algunas veces
le decía
Tenía, pues,
clara conciencia de la valía de su escritura.
Algunas estrategias
discursivas: «Rompa vuestra merced esto»
Aunque ella
misma se declara amiga de letras y letrados, carece
de formación y títulos académicos que la avalaran.
Por un lado, se muestra convencida de lo que ha
experimentado. Por otro, sabe que no tiene autoridad para hablar:
Yo digo lo que ha pasado por mí, como me lo mandan. Y si no
fuere bien, romperálo a quien lo envío, que sabrá mejor entender lo que va mal
que yo. (V 10, 7)
En ese sentido,
al pasar la obra por la censura del confesor, ella está tranquila de que éste
no le “permitirá” dejar por escrito nada que se salga de lo conveniente y
ortodoxo, y escribe con libertad. La narración de su «modo de oración» se
convertirá en un verdadero tratado espiritual (Capítulos 11-22). El estilo
coloquial de escribir lo asemeja más a una plática amistosa e informal que a un
texto doctrinal. Este recurso era necesario en un momento en que la mujer no
tenía derecho a hablar en público y menos de temas doctrinales, de acuerdo con
el precepto paulino:
Que las mujeres escuchen la instrucción en silencio, con todo
respeto. No permito que ellas enseñen, ni que pretendan imponer su autoridad
sobre el marido: al contrario, que permanezcan calladas. (1Tim 2, 11-12)
Teresa reconoce la
situación de marginación en que se encuentra por el simple hecho de su
condición femenina: «Basta ser mujer para caérseme las alas» (V 10, 8). Se
atreve a expresar su experiencia en el campo espiritual, aunque sabe que,
cuando alguna vez se ha hablado abiertamente, ha recibido una respuesta áspera:
«Preguntábanme algunas cosas; yo respondía con llaneza y descuido; luego les parecía
los quería enseñar y que me tenía por sabia» (V 28, 17).
Por eso, recurre
a su interlocutor inmediato en el libro, el P. García de Toledo, para que él le
haga de portavoz:
Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me
quitó a mí esta libertad. (V 27, 13)
Aun así, ha de ser prudente al escribir. Por eso, tan a menudo, sus
afirmaciones aparecen matizadas por expresiones como: «creo se llama así…»
«Paréceme ahora a mí que he leído u oído», para no dar a entender que se tiene
por letrada. Ella misma lo explicará en el libro de las Moradas:
Siempre en cosas dificultosas, aunque me parece que lo
entiendo y que digo verdad, voy con este lenguaje de que «me parece», porque si
me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que me dijeren los que tienen
letras muchas. (5M 1, 7)
Teresa insiste, a lo largo de la obra, en su flaqueza («tan ruin, tan baja,
tan flaca y miserable, y de tan poco tomo»). Alison Weber acuñó la expresión
«Rhetoric of feminity[16]»
para referirse al empleo, por parte de Teresa de Jesús, de toda una serie de
estrategias retóricas: las expresiones de infravaloración, las paradojas, la
fingida incompetencia e ignorancia, la deliberada ofuscación, la ironía…
Hay un texto clave a la hora de ver la imagen nada ingenua que Teresa tiene
de la mujer. En un carta al P. Mariano, afirma Teresa: «En gracia me ha caído
el decir vuestra reverencia que en viéndola la conocerá. ¡No somos tan fáciles
de conocer las mujeres!, que muchos años las confiesan, y después ellos mismos
se espantan de lo poco que han entendido» (Carta 21/10/1576, 7).
Teresa es «ante
todo mujer, sobre todo, mujer. Ésta fue su queja más continua, confesada,
resentida, desazonada». Son palabras de Juan Antonio Marcos[17],
autor que, en su obra Mística y
subversiva va a analizar con detalle las estrategias del discurso teresiano,
de las que
La misma Teresa confirma
con sus palabras la importancia del sujeto emisor para el éxito en la recepción
del mensaje, y así lo afirma en el libro de las Fundaciones: «estamos en un mundo que es menester pensar lo que
pueden pensar de nosotros, para que hayan efecto nuestras palabras» (F 8, 7).
Así, la constante alusión a sus «muchos pecados», más allá de una
experiencia real de pequeñez ante la misericordia de Dios, le serviría para
desmarcarse claramente de la corriente de los alumbrados. Éstos sostenían que
quien se unía a Dios por la oración mental, ya no podía pecar. Despreciaban la
autoridad de
Estamos en tiempo en que se predica que las mujeres tomen su
rueca y su rosario, y no curen de más devociones[18].
Se puede entrever un guiño de ironía de las palabras de Teresa, cuando
afirma que ella escribe
...casi hurtando el tiempo y con pena porque me estorbo de
hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones. (V 10, 7)
El manuscrito de
Vida, de 400 páginas es impensable en
alguien a quien le piden que escriba sus favores en la oración y lo haga
pensando que podía dedicarse a algo mejor.
Sobre todo,
cuando leemos en Camino de Perfección
la crítica valiente a quienes impiden que la mujer practique la oración mental,
alegando razones como éstas: «no es
para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que hilen» (C 21, 2).
Pero como sabe
que carece de autoridad, Teresa trasvasará, estratégicamente, la
responsabilidad de lo que dice a aquellos que leerán y censurarán su obra: los
confesores. Además, afirmará que cualquier cosa de valor que escriba, será Dios
quien se la haya inspirado:
Que muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza,
sino que me las decía este mi Maestro celestial. (V 39, 8)
Aún así se ganará la amenaza de excomunión y este reproche del Nuncio
Felipe Sega, entre otras razones, por «enseñar»:
Fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a
título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra
la orden del Concilio Tridentino y de los Prelados, enseñando como maestra
contra lo que S. Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen[19].
Hubo que esperar
hasta el año 1970, para que a Teresa se le diera públicamente, esta vez sí,
reconocimiento magisterial, al ser declarada por Pablo VI, Doctora de
La inspiración,
clave interpretativa de su estilo: «Me dijo el Señor…»
Es frecuente en
la iconografía teresiana, junto a los atributos de la pluma y el libro,
encontrar la figura de una paloma que representa al Espíritu Santo, esa divina
inspiración que según la hagiografía, era responsable de lo que ella escribía.
Careciendo de letras, y siendo mujer, sólo era explicable la magnitud y la
calidad de su obra desde esa clave. De tal manera es así, que incluso en los
procesos de canonización que se instruirán al poco de morir
Y que atento a que era mujer que no había estudiado, tiene
por cierto (este testigo) haber adquirido la dicha doctrina por medio de la
oración, y ser cosa milagrosa que una mujer de su cabeza sola pudiese escribir
y enseñar cosas tan aventajadas en materia de espíritu, y tan ajustadas con la
verdadera fe católica; lo cual juzga este testigo no pudiera ella haber
alcanzado por sí, sin particular favor y enseñanza del Espíritu Santo[20].
Recoge Tomás
Álvarez, en
En sus originales escritos por su mesma mano, no se halla
palabra borrada, ni enmendada, ni errada, que quando fuera molde de Imprenta fuera
mucho, y el ser de mano, y en materia tan alta, con tan concertado estilo, paréceme
que es uno de los mayores milagros que de
Esa leyenda fue
propagándose, afirma Tomás Álvarez, reforzando el aura milagrosa que rodeó los
escritos teresianos, hasta que un historiador de
De la pureza de esta escriptura nos había dicho el señor
Obispo de Tarazona ser tanta, que no se hallaba en todos los libros ni un
renglón ni una dicción borrada… Pero porque la verdad es superior a toda
devoción, testifico que vi no sólo algunas dicciones borradas, sino algunos
renglones enteros, y algunas cláusulas que pasaban de tres, mejorando
Jerónimo
Gracián, también hace referencia a la habilidad y rapidez con que escribía
Pero Gracián va
a aplicar el concepto de inspiración a un aspecto estilístico de la obra
teresiana. Para él, prueba evidente de que lo escrito por Teresa no es
invención suya sino doctrina revelada será la sencillez con que
Y esa misma falta de
artificio que llevan estos libros de la madre Teresa de Jesús, descubre no ser invención suya,
sino doctrina, dada del espíritu, que no aguarda al artificio humano, para
entrar en el corazón. Y en ir en aquel estilo muestra con llaneza la verdad,
sin composturas, retóricas ni artificio[24].
En el fondo, se
había tratado de buscar justificación a un estilo, el teresiano, caracterizado
por la llaneza y naturalidad suma, que llevó a Menéndez Pidal a afirmar que Teresa:
«ya no escribe, sino que habla por escrito». El mismo Fray Luis de León hizo de
su estilo este encarecido elogio:
Porque en la alteza de las cosas que trata, y en la
delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la
forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena
compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en
extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ella se iguale[25].
En realidad, el hecho de ser mujer y por ello no
tener que mostrarse culta le proporcionó una gran libertad, le permitió
liberarse de encorsetamientos estilísticos de la retórica renacentista, que la
hubieran constreñido, y que no cuadraban a su carácter. «Una llaneza y claridad, por la que yo soy perdida», —son palabras de
Teresa que bien podrían constituir la caracterización de su propio estilo
literario—.
A este respecto, Juan
Antonio Marcos concluye su estudio citado con esta última reflexión:
Lo suyo fue (en
palabras de Fray Luis) una elegancia desafeitada, es decir, no artificial, ni
contrahecha, ni fingida. Y aquí radica lo fascinante de la lengua de Santa
Teresa. Porque es su mismo desengaño ante la vida, anticipo del Barroco («…este
mundo, que es todo mentira y falsedad») lo que le llevó a romper con la
estética vigente y la retórica estereotipada. Opción estratégica (y obligada)
que termina por «subvertir» el discurso frente a lo establecido, frente a la
belleza aparente y formal y de mentira. Inconformismo en la escritura que es ya
inseparable de su inconformismo existencial como mujer, como escritora y como
mística[26].
Pero porque la llaneza y la sencillez no están en
contradicción con el esfuerzo estilístico, Víctor García de
No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave, y el
resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la cansa, ni la
claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente
de la de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que
vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista,
que no se querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara que corre
sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con gran nublado y
corre por encima de la tierra, no porque se representa sol, ni la luz es como
la del sol; parece, en fin, luz natural y estotra cosa artificial. Es luz que
no tiene noche, sino que, como siempre es luz, no la turba nada. (V 28, 5)
Quizá nadie
antes ni después de Teresa ha sabido expresar de este modo, con palabras de
nuestro mundo, una realidad que se abre ante ella, pero que no pertenece a este
mundo. Y hacer tan humanamente apetecible lo divino.
SIGLAS
V Libro de
C Camino de
Perfección (Códice de Valladolid)
CE Camino de
Perfección (Códice de El Escorial)
F Libro de las
Fundaciones
M Castillo
Interior o Las Moradas
MC Meditaciones de
los Cantares
Const Constituciones
[1]SAUGNlEUX, Joël, «Thérèse d'Avila et la culture
écrite», en Histoire d'un désir: Thérese d'Ávila. Revue d'éthique et de théologie morale
n° 146, Paris,
Editions du Cerf, 1983, 313-314. Editions du Cerf,
1983, pp. 341-354.
[2] Todas las citas de las obras de santa
Teresa están tomadas de las Obras Completas, 5ª ed., Madrid, Editorial de
Espiritualidad, 2000.
[3] LUIS DE LEÓN, «Carta-Dedicatoria a las Madres
Prioras: Ana de Jesús y Religiosas Carmelitas Descalzas del Monasterio de
Madrid», en Obras
Completas castellanas, Madrid, BAC, 1944, pp.
1349-1358.
[4] Vale la pena reproducir aquí el
texto: Pues no sois vos, Criador mío,
desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho
más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las
mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas
tanto amor y más fe que en los hombres […] ¿No basta, Señor, que nos tiene el
mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos
en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que
no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra
bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que
como son hijos de Adán, y en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no
tengan por sospechosa.(CE 4, 1).
[5] Cf. HOLLIS,
Karen, «Teresa de Jesús and the relations to writing» en EVANS, Peter W. (Ed.),
Conflicts of Discourse: Spanish
Literature in Golden Age,
[6] MÁRQUEZ VILLANUEVA,
Francisco, «La vocación literaria de Santa Teresa» Nueva Revista de Filología Hispánica, México, 1983, p.358.
[7] Ibid., p. 361.
[8]
Cf. CARMELITAS DESCALZAS DE PUZOL, Una luz tan diferente. Páginas
escogidas del Libro de
[9] CURTIUS, E. R., Literatura europea y edad media latina I,
Madrid, FCE, 1976, p. 130.
[10] BUJANDA, J.M. de
(ed.), Index de l'Inquisition espagnole, 1551,
1554, 1559, Genève, 1984, p. 680.
[11] Cf. HOLLIS, Karen, Ibid.,
p. 27.
[12]
RIBERA, Francisco de, Vida Santa Teresa
de Jesús, Gustavo Gili, Barcelona, 1908, p.100.
[13]
MARTÍN
GAITE, Carmen, «Buscando el modo» en Desde
la ventana, Enfoque femenino de la literatura
española, Espasa Calpe, Madrid, 1987, p. 57.
[14]
Procesos de beatificación y canonización
de Sta. Teresa de Jesús, ed. del P. Silverio de Santa Teresa, O.C.D., tomo
I, Burgos, Monte Carmelo, 1935, pp. 484-85.
[15]
GRACIÁN, Jerónimo, Escolias a la vida de
Santa Teresa compuesta por el P. Ribera, ed. de J.L. Astigarraga, Roma,
Instituto Histórico Teresiano, 1982, p. 149-50.
[16]
WEBER, Alison,
Teresa of
[17]
MARCOS,
Juan Antonio, Mística y subversiva: Teresa
de Jesús. Las estrategias retóricas del discurso místico, Madrid, Editorial
de Espiritualidad, 2001.
[18] MHSJ, Epistolae Quadrimestre VI: 354 (carta del jesuita Pedro Navarro al
P. Laínez, [Granada, 28 septiembre 1559]).
[19]
FRANCISCO DE SANTA MARIA, Reforma de los
descalzos de nuestra señora del Carmen: de la primitiva observancia, hecha por
Santa Teresa de Jesus, en la antiquissima religion, fundada por el gran profeta
Elías, lib IV, cap 30, nº 2, Madrid, 1644.
[20] Procesos de beatificación y canonización de Sta. Teresa de
Jesús, ed.
del P. Silverio de Santa Teresa, O.C.D., tomo II, Burgos, Monte Carmelo, 1935,
p. 315.
[21]
Libro de
[22]
YEPES, Diego de, Vida, Virtudes y
Milagros de
[23] Reforma de los Descalzos del Carmen, par Fr. Manuel de San Jerónimo, tomo V, c. 35, p. 873.
[24]
Obras del P. Jerónimo Gracián de
[25]
LUIS DE LEÓN, Ibid., p. 1352.
[26] MARCOS, Juan Antonio, Ibid., p. 263.
[27]
GARCÍA DE
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