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EDMUNDO FAROLÁN
ROMERO, Itinerancias (comings and goings), San Francisco, Carayan Press, 2006, págs 107.
Andrea Gallo
(Università “Ca’ Foscari” Venezia)
Carayan Press
es una pequeña editorial californiana que desde hace algunos años presta
atención a los autores filipinos de habla española, bien publicando libros, bien
publicando la e-zine, la revista literaria
web “Literary Well/Pozo literario” (http://lit.carayanpress.com).
Carayan Press publica ahora, en versión bilingüe español/inglés (según su
costumbre), y con una interesante introducción de Manuel García Castellón, académico
de
Nacido en 1943
en Manila, donde ha vivido hasta 1983, se ha establecido desde hace algunos
lustros en Canadá, país en el cual ha enseñado español en varias universidades.
Después de sus estudios de Filosofía y Letras en el Ateneo de Manila, se ha especializado en
Ahora Farolán,
«antiguo» miembro de número de
Compuesto de cinco secciones, 2000 Versos, Poesías de un viajero 1965-67, Poesías colombianas
mexicanas y argentinas, Poesías Filipinas, Karvina, 2003-2004, el libro recoge algunos textos ya aparecidos en
colecciones anteriores, además de textos inéditos y el casi completo corpus de 2000 Versos. Los poemas que aquí se publican ocupan, por lo tanto,
un período de tiempo de más de treinta años, aunque la mayoría remonta a
tiempos recientes.
Desde el punto de vista formal, aunque de vez en cuando Farolán
se permita formas tradicionales como el soneto, se trata, en la casi totalidad,
de composiciones en verso libre, con un número variable de versos y estrofas.
Escasean los clásicos expedientes retóricos (las rimas prácticamente no
aparecen y utiliza más bien aliteraciones y asonancias) y el discurso resulta
fragmentado, cortado en versos breves y sencillos. La escritura se caracteriza
por un carácter anarquista, casi compulsivo: frecuentes son los neologismos, una
cierta atmósfera neosurrealista y una escritura automática, voluntariamente descuidada,
antirretórica e informal. Es una poesía que parece un continuo fluir de ideas, de
visiones y de pensamientos, como un stream
of consciousness poético que nunca consigue llegar a una plena expresión. La
forma ya no es capaz de contener esa exuberancia verbal que nunca puede alcanzar
una eficacia total, por ser espejo de la confusión de identidad que sufre por
el desarraigo de sus orígenes. Este anarquismo y descuido formal se reverberan en
la lengua, Farolán elige un español nada castizo, un español muy influido por
el plurilingüismo filipino, una lengua híbrida que se convierte en elemento de
unidad que asimila las continuas superposiciones de elementos de civilizaciones
e idiomas diferentes, una lengua móvil para fijar una identidad móvil y siempre
in fieri. A primera vista, se podría
juzgar a Farolán de escritor poco formal, sin embargo, esta peculiaridad expresiva
es un medio eficaz para narrar el desplazamiento del Yo existencial.
Itinerancias permite reconstruir una especie de itinerario geo-biográfico e interior de
la existencia y peregrinación del autor: Manila, Palawan, Montreal, Bogotá, Roma, Toronto,
Tailandia, Vancouver, San Francisco, Lourdes, París, Valencia, Barcelona,
Madrid, Ronda, Cádiz, Ceuta, Málaga, Ibiza y aún México y Bohemia. La vida de
Farolán transcurre entre Filipinas, Canadá y España, con frecuentes viajes por
Europa, Asia y América. Como marcaba el autor en la nota a la versión web: <BIG>«Abarcan
cuarenta años, más o menos, estas poesías. Poesías de remembranzas,
nostálgicas reminiscencias, recuerdos de los ayeres, de mis viajes, de los
pensares y emociones del viajero transeúnte, recordando pensamientos y
emociones durante aquellos viajes».</BIG>
2000 Versos juega con el número dos mil, fecha símbolo para el hombre contemporáneo:
«sólo para decir que son más o menos dos mil versos... soy mal contador, pero
son dos mil por los dos mil años cristianos que conmemoramos en este milenio», es
decir, 2000 versos escritos en el 2000 para conmemorar los 2000 años del
nacimiento de Cristo. Y estos dos mil años de historia cristiana (que para los
filipinos, católicos, son parte de su patrimonio cultural) celebrados en el
pasado Jubileo, abren el poemario: «<BIG>2000 years celebrating Christ in
this jubilee year -</BIG>
<BIG>2000
años celebrando a Cristo en este jubileo» (p. 14)</BIG>. El 2000, año jubileo por
excelencia, línea de demarcación de la historia, solicita un balance del recorrido
existencial tanto personal, como colectivo, del entero pueblo filipino, suspendido
entre Occidente y Oriente, entre España y América, siempre en búsqueda de una
identidad que la historia parece haber fragmentado y partido en mil espectros
de luz.
A pesar de la distancia
de composición en el tiempo y en el espacio, es posible notar cierta
homogeneidad en los temas elegidos por el poeta. El tema más frecuente es la
búsqueda de la propia identidad étnico-nacional y el papel que en esta conlleva
el mestizaje, la recuperación de las
raíces pasa a través de la contemplación nostálgica de la patria perdida y recordada
en la visión infantil, en el recuerdo de una naturaleza edénica y en el
sentimiento cristiano que, rechazado y redescubierto, da significado a la
experiencia dolorosa del hombre. Sin duda se trata de un recorrido fuertemente
autobiográfico, así el Yo del poeta se revela impetuoso y prepotente, y se configura como centro de una experiencia
subjetiva que atentamente escucha su propio microcosmos interior, interesada en
una continua recuperación de un pasado que brinde una identidad estable y clara: «Soy yo/ cuando mi traje/ azul se
mezcla con el cielo,/ cuando las sombras de España se alumbran,/ cuando te vas,
cuando me voy,/ cuando sueño con mi infancia,/ cuando los diálogos
interminables por fin terminan con/ una sola palabra eterna» (p. 35). En esta
consciente búsqueda de la identidad perdida, o mejor olvidada, removida, están
de relieve, como se decía, dos elementos, tal vez las únicas constantes de la
identidad filipina: la naturaleza y la religión.
La naturaleza se presenta en una doble faceta, la primera coge el Sur y el
Oriente, con sus colores, la luz, el sol, el mar, el viento cálido, una lluvia
delicada que reverdece las hojas carnosas de la vegetación tropical, símbolo de
un paisaje materno, del recuerdo y del regreso, visión nostálgica de un edén
infantil que se puede recuperar sólo en la memoria; la segunda, contrapuesta,
recoge la visión de un Norte de montañas nevadas, frío, oscuro, apresurado,
tecnológico, lugar del presente, de la nueva vida pero también del exilio, de
la pérdida de identidad.
El otro elemento que se inserta en esta tentativa de recuperación de las
raíces es la religión, una fe olvidada y recobrada en la edad madura: «pero
ahora veo tu grandeza» (p. 39), que
no se presenta de una manera espectacular, sino en la simplicidad del drama
cotidiano, el drama de Cristo, emblema de la vida del hombre que sufre: «hay
que sufrir toda humillación/ porque la vida es un Calvario/ hay que aceptar
como Cristo/ todo el dolor…» (p. 43); una fe que es también la mayor herencia
de esa España hidalga y lejana, de donde vinieron el nombre, la lengua, el alma
de Filipinas, de donde llegaron los antepasados: «Palali. Llegó el abuelo con
su familia/ pa estar aquí pa siempre» (p. 41). Y efectivamente es la lengua
española (un castellano que sufre fuertemente la influencia de la poliglosia
del archipiélago) el elemento unificador para esta identidad recuperada, idioma
éste que Farolán reconocía como la lengua de su madre y el idioma del hogar, cada
vez que ha tenido que justificar su elección artística.
Se podría resumir el gran tema de la recuperación de la identidad personal
y cultural del individuo, contenido en Itinerancias,
usando otra vez las palabras de Fernández con respecto a Palali: «Termina la novela con sus experiencias [del poeta]
viajando alrededor del mundo en busca de su identidad, volviendo a su país
natal donde se acaba por fin su búsqueda con sus raíces en el viejo caserón
donde él creció, escribiendo del paisaje y las últimas experiencias de su vida
en contacto con los habitantes de esa hermosa y hospitalaria ciudad montañosa
en la isla de Luzón. Allí, también, el personaje central de la novela, en esos
últimos momentos de su vida, escucha la melodiosa voz de la poesía filipina, e
inspirado por su musa termina por escribir sus últimos poemas en castellano, el
lenguaje de su alma».
Pesimista parece la visión del autor,
hijo de una tierra que en el contraste parece no encontrar su sitio adecuado.
Así, a la inquieta percepción inicial: «este sentir intranquilo de tener que
esperar y el tiempo corre tan de prisa…» (p. 14) hace eco la única certeza: «y
uno está solo, solo con su soledad/ y su amargura» (p. 53), templada pero en la confiada espera de un puerto seguro,
de un próximo «descanso espiritual» en Dios
(p. 101), en el cual, por fin, el exiliado, el errante tagalo, el “viajero”
(figura arquetípica de la literatura filipina cantada ya por José Rizal y
retomada, entre los otros, por el novelista contemporáneo de habla inglesa – pero
de profunda cultura hispánica – Francisco Sionil José), alcanza paz encontrándose
a sí mismo.
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