REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


EDMUNDO FAROLÁN ROMERO, Itinerancias (comings and goings), San Francisco, Carayan Press, 2006, págs 107.

Andrea Gallo

(Università “Ca’ Foscari” Venezia)

 

 

Carayan Press es una pequeña editorial californiana que desde hace algunos años presta atención a los autores filipinos de habla española, bien publicando libros, bien publicando la e-zine, la revista literaria web “Literary Well/Pozo literario” (http://lit.carayanpress.com). Carayan Press publica ahora, en versión bilingüe español/inglés (según su costumbre), y con una interesante introducción de Manuel García Castellón, académico de la University of New Orleans, la última colección de poesía del escritor filipino Edmundo Farolán Romero.

Nacido en 1943 en Manila, donde ha vivido hasta 1983, se ha establecido desde hace algunos lustros en Canadá, país en el cual ha enseñado español en varias universidades. Después de sus estudios de Filosofía y Letras  en el Ateneo de Manila, se ha especializado en la Universidad Central y en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, y más tarde, en las universidades norteamericanas de Toronto y Bowling Green. Durante su larga estancia, a finales de los 60, en la capital española, ciudad en la que entró en contacto con la emergente sensibilidad del grupo de los «Novísimos», Farolán se dedicó a la poesía con resultados positivos, ganando varios premios y colaborando con «Poesía Española», revista del Ateneo de Madrid, y con las revistas filipinas «La Nueva Era» y «El Nuevo Horizonte». Sus composiciones fueron publicadas en revistas y en varios volúmenes. Por las colecciones Lluvias Filipinas (Madrid, 1967) y Tercera Primavera (Bogotá, 1981) la Fundación Zobel le otorgó el ilustre homónimo galardón en 1982, el premio filipino más prestigioso para las letras hispánicas. Farolán ha publicado también poemarios en inglés: The Rhythm of Despair (Manila, 1975) y Oh Canada! (Toronto, 1994). Su última colección en castellano, anterior a la que aquí se reseña, salió hace poco en Internet y se titula 2000 Versos y Nuevas poesías. Farolán es también autor de teatro, ya que en español compuso los dramas  Aguinaldo y Los burócratas (1974), al igual que en inglés escribió el drama Rizal (1997) y The Caged Dream (1993). Por otra parte publicó cuentos y novelas cortas entre las cuales parece oportuno mencionar Palali, todavía inédita, «novela que cuenta de  tres generaciones: su abuelo español que luchó con los filipinos contra los norteamericanos en 1899, y su padre contra  los japoneses durante la segunda guerra mundial» como explicaba hace unos años en la nota de abertura a 2000 Versos el conocido periodista filipino recién fallecido Tony Fernández. Farolán Romero es también autor de ensayos sobre la literatura hispanofilipina (Literatura filipino-hispana: una breve antología, 1980; Antología del Teatro Hispano-filipino, 1983; La búsqueda de la identidad filipina, 1996), de libros de didáctica del español, y por fin de traducciones al tagalo de obras literarias en español.

Ahora Farolán, «antiguo» miembro de número de la Academia Filipina de la lengua, dirige las revistas web «Revista filipina» (http://revista.carayanpress.com), creada por él mismo en 1997 para dar voz a la cultura hispanofilipina, y la canadiense «Review Vancouver» (www.reviewvancouver.org).

Compuesto de cinco secciones, 2000 Versos, Poesías de un viajero 1965-67, Poesías colombianas mexicanas y argentinas, Poesías Filipinas, Karvina, 2003-2004, el libro recoge algunos textos ya aparecidos en colecciones anteriores, además de textos inéditos y el casi completo corpus de 2000 Versos. Los poemas que aquí se publican ocupan, por lo tanto, un período de tiempo de más de treinta años, aunque la mayoría remonta a tiempos recientes.

Desde el punto de vista formal, aunque de vez en cuando Farolán se permita formas tradicionales como el soneto, se trata, en la casi totalidad, de composiciones en verso libre, con un número variable de versos y estrofas. Escasean los clásicos expedientes retóricos (las rimas prácticamente no aparecen y utiliza más bien aliteraciones y asonancias) y el discurso resulta fragmentado, cortado en versos breves y sencillos. La escritura se caracteriza por un carácter anarquista, casi compulsivo: frecuentes son los neologismos, una cierta atmósfera neosurrealista y una escritura automática, voluntariamente descuidada, antirretórica e informal. Es una poesía que parece un continuo fluir de ideas, de visiones y de pensamientos, como un stream of consciousness poético que nunca consigue llegar a una plena expresión. La forma ya no es capaz de contener esa exuberancia verbal que nunca puede alcanzar una eficacia total, por ser espejo de la confusión de identidad que sufre por el desarraigo de sus orígenes. Este anarquismo y descuido formal se reverberan en la lengua, Farolán elige un español nada castizo, un español muy influido por el plurilingüismo filipino, una lengua híbrida que se convierte en elemento de unidad que asimila las continuas superposiciones de elementos de civilizaciones e idiomas diferentes, una lengua móvil para fijar una identidad móvil y siempre in fieri. A primera vista, se podría juzgar a Farolán de escritor poco formal, sin embargo, esta peculiaridad expresiva es un medio eficaz para narrar el desplazamiento del Yo existencial.

Itinerancias permite reconstruir una especie de itinerario geo-biográfico e interior de la existencia y peregrinación del autor: Manila, Palawan, Montreal, Bogotá, Roma, Toronto, Tailandia, Vancouver, San Francisco, Lourdes, París, Valencia, Barcelona, Madrid, Ronda, Cádiz, Ceuta, Málaga, Ibiza y aún México y Bohemia. La vida de Farolán transcurre entre Filipinas, Canadá y España, con frecuentes viajes por Europa, Asia y América. Como marcaba el autor en la nota a la versión web: <BIG>«Abarcan cuarenta años, más o menos, estas poesías.  Poesías de remembranzas, nostálgicas reminiscencias, recuerdos de los ayeres, de mis viajes, de los pensares y emociones del viajero transeúnte, recordando pensamientos y emociones durante aquellos viajes».</BIG>

2000 Versos juega con el número dos mil, fecha símbolo para el hombre contemporáneo: «sólo para decir que son más o menos dos mil versos... soy mal contador, pero son dos mil por los dos mil años cristianos que conmemoramos en este milenio», es decir, 2000 versos escritos en el 2000 para conmemorar los 2000 años del nacimiento de Cristo. Y estos dos mil años de historia cristiana (que para los filipinos, católicos, son parte de su patrimonio cultural) celebrados en el pasado Jubileo, abren el poemario: «<BIG>2000 years celebrating Christ in this jubilee year -</BIG> <BIG>2000 años celebrando a Cristo en este jubileo» (p. 14)</BIG>. El 2000, año jubileo por excelencia, línea de demarcación de la historia, solicita un balance del recorrido existencial tanto personal, como colectivo, del entero pueblo filipino, suspendido entre Occidente y Oriente, entre España y América, siempre en búsqueda de una identidad que la historia parece haber fragmentado y partido en mil espectros de luz.

             A pesar de la distancia de composición en el tiempo y en el espacio, es posible notar cierta homogeneidad en los temas elegidos por el poeta. El tema más frecuente es la búsqueda de la propia identidad étnico-nacional y el papel que en esta conlleva el mestizaje, la recuperación de las raíces pasa a través de la contemplación nostálgica de la patria perdida y recordada en la visión infantil, en el recuerdo de una naturaleza edénica y en el sentimiento cristiano que, rechazado y redescubierto, da significado a la experiencia dolorosa del hombre. Sin duda se trata de un recorrido fuertemente autobiográfico, así el Yo del poeta se revela impetuoso y  prepotente, y se configura como centro de una experiencia subjetiva que atentamente escucha su propio microcosmos interior, interesada en una continua recuperación de un pasado que brinde una identidad estable y clara: «Soy yo/ cuando mi traje/ azul se mezcla con el cielo,/ cuando las sombras de España se alumbran,/ cuando te vas, cuando me voy,/ cuando sueño con mi infancia,/ cuando los diálogos interminables por fin terminan con/ una sola palabra eterna» (p. 35). En esta consciente búsqueda de la identidad perdida, o mejor olvidada, removida, están de relieve, como se decía, dos elementos, tal vez las únicas constantes de la identidad filipina: la naturaleza y la religión.

La naturaleza se presenta en una doble faceta, la primera coge el Sur y el Oriente, con sus colores, la luz, el sol, el mar, el viento cálido, una lluvia delicada que reverdece las hojas carnosas de la vegetación tropical, símbolo de un paisaje materno, del recuerdo y del regreso, visión nostálgica de un edén infantil que se puede recuperar sólo en la memoria; la segunda, contrapuesta, recoge la visión de un Norte de montañas nevadas, frío, oscuro, apresurado, tecnológico, lugar del presente, de la nueva vida pero también del exilio, de la pérdida de identidad.

El otro elemento que se inserta en esta tentativa de recuperación de las raíces es la religión, una fe olvidada y recobrada en la edad madura: «pero ahora veo tu grandeza» (p. 39), que no se presenta de una manera espectacular, sino en la simplicidad del drama cotidiano, el drama de Cristo, emblema de la vida del hombre que sufre: «hay que sufrir toda humillación/ porque la vida es un Calvario/ hay que aceptar como Cristo/ todo el dolor…» (p. 43); una fe que es también la mayor herencia de esa España hidalga y lejana, de donde vinieron el nombre, la lengua, el alma de Filipinas, de donde llegaron los antepasados: «Palali. Llegó el abuelo con su familia/ pa estar aquí pa siempre» (p. 41). Y efectivamente es la lengua española (un castellano que sufre fuertemente la influencia de la poliglosia del archipiélago) el elemento unificador para esta identidad recuperada, idioma éste que Farolán reconocía como la lengua de su madre y el idioma del hogar, cada vez que ha tenido que justificar su elección artística.

Se podría resumir el gran tema de la recuperación de la identidad personal y cultural del individuo, contenido en Itinerancias, usando otra vez las palabras de Fernández con respecto a Palali: «Termina la novela con sus experiencias [del poeta] viajando alrededor del mundo en busca de su identidad, volviendo a su país natal donde se acaba por fin su búsqueda con sus raíces en el viejo caserón donde él creció, escribiendo del paisaje y las últimas experiencias de su vida en contacto con los habitantes de esa hermosa y hospitalaria ciudad montañosa en la isla de Luzón. Allí, también, el personaje central de la novela, en esos últimos momentos de su vida, escucha la melodiosa voz de la poesía filipina, e inspirado por su musa termina por escribir sus últimos poemas en castellano, el lenguaje de su alma».

Pesimista parece la visión del autor, hijo de una tierra que en el contraste parece no encontrar su sitio adecuado. Así, a la inquieta percepción inicial: «este sentir intranquilo de tener que esperar y el tiempo corre tan de prisa…» (p. 14) hace eco la única certeza: «y uno está solo, solo con su soledad/ y su amargura» (p. 53), templada pero en la confiada espera de un puerto seguro, de un próximo «descanso espiritual» en Dios (p. 101), en el cual, por fin, el exiliado, el errante tagalo, el “viajero” (figura arquetípica de la literatura filipina cantada ya por José Rizal y retomada, entre los otros, por el novelista contemporáneo de habla inglesa – pero de profunda cultura hispánica – Francisco Sionil José), alcanza paz encontrándose a sí mismo.