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GULLÓN, Germán, Los mercaderes en el templo de
la literatura, Madrid, Caballo de Troya,
2004, 251pp.
Antonio Arroyo Almaraz
(Universidad Complutense de Madrid)
Los trabajos
que Germán Gullón (Santander, 1945) venía publicando desde 1974, año de su Teoría
de la novela[1],
más de treinta obras[2] entre
ensayos, ediciones críticas, teoría y creación literarias, concluyen en este
libro, fruto de una larga experiencia e investigación que le acreditan como una
figura destacada en el ámbito de la literatura y una voz de gran prestigio
académico. En algunas de sus obras ya se iban apuntando retazos que ahora
forman parte del presente estudio; en ellos iba dando su visión de la
literatura y se iba arrimando al campo de
Apoyado en una crítica[4]
cada vez más amplia que viene desarrollando este ámbito de la sociología de la
literatura y que ya habían apuntado inicialmente, entre otros, Ortega y Gasset
y Manuel Azaña en su ensayo titulado Literatura, producto editorial e
industria del libro, al considerar que la calidad literaria cedía ante la
consideración cada vez mayor de la obra como producto mercantil[5].
Fue uno de los primeros en percibir un fenómeno que ahora se entiende como
evidente, la literatura como producto mediático que condiciona las voces
literarias. G. Gullón profundiza en esta realidad condensada en el título del
ensayo, por otro lado no exento de intención ya que para él la literatura
además de ser «el arte de la palabra» (p.38) es también «entendida a modo de
testimonio del existir humano» (p.33). Ya anteriormente, en su novela Querida
hija[6] daba
esta visión de la literatura: «Y entiendo por ser humano a medio hacer a
quienes desconocen la manera de apropiarse de esa maravillosa tradición o
legado humano de las humanidades, que permite sentir y revivir lo mejor que han
sentido y sabido representar las personas a lo largo de la historia. Cuando lees
una historia de amor profundo, Fortunata y Jacinta pongamos por caso,
sabes que estás ante una posibilidad de conducta del ser humano, nada más y
nada menos, y que te puedes reconocer en las imágenes verbales, y no queda más
remedio. Vivir es seguir sintiendo, y la literatura, las artes permiten, como
ciertas drogas, extender el placer» (cap. 24, p.175). El contexto de esta cita
son las palabras de un padre, catedrático de literatura, que dialoga
epistolarmente con su hija de quien está separado por motivos de divorcio
familiar.
El propio título de la obra
que reseñamos despliega la imaginación hacia una segunda parte implícita, desde
una asociación bíblica[7]:
la expulsión de los mercaderes del templo porque representan «al diablo del
comercio» (p. 30), a quien se le ha vendido el alma. Esto está recogido en el
objetivo que formula al inicio del ensayo donde dice: «intento en este libro
sopesar el daño causado al libro literario, concretamente a la novela, y a los
principales agentes del mundo de las letras, el autor, el crítico, el editor y
el lector, examinando los aspectos insidiosos con que la comercialización
empaña la labor artística y afecta a los susodichos agentes culturales» (p.
13). La primera parte del libro es una introducción o consideración general
sobre el mismo que lleva por título: «Presentación: el libro, prisionero
tras el código de barras» (pp.9-44). Arranca con una visión global de los
dos últimos siglos, XIX y XX, que constituyen la «Edad de la literatura»,
que representa la mejor aportación de la burguesía al acervo cultural humano,
«es uno de los grandes monumentos de la humanidad» (p. 52). Esta Edad se
abre con el romanticismo y le siguen escritores como Galdós, Clarín,
Pardo Bazán... -el periodo del realismo y el naturalismo positivista-
quienes lograron elevar la novela a la consideración de documento digno, espejo
donde se reflejaron temas importantes que afectaban al destino de sus
conciudadanos, logrando así una dignidad que la literatura no tuvo antes. El
cenit se situó en el primer tercio del siglo veinte, 1900-1925, el modernismo
y las vanguardias y su finalización, en el año 2000. En este contexto
del ochocientos y el novecientos, el universo literario perdió su centro en
manos del negocio editorial y más concretamente las multinacionales del libro,
el comercialismo, las técnicas de venta quieren que todo funcione como en una
cadena de producción. Actualmente, los medios de comunicación y la galaxia
internet «amenazan con relegar la literatura a la segunda fila del universo
intelectual (...) el libro literario resulta cada vez más irrelevante» (pp.
31-32). También hay un segundo fenómeno significativo como es la creciente
literaturización, el abandono de la novela como concepto por el de ficción que
fue lo que, según apunta Germán Gullón, llevó a César Alonso de los Ríos a
plantear tan lapidario artículo como el que publicó en el periódico ABC (18 de
agosto del 2002) bajo el título: «La muerte de la novela», y que tanto ha
coleteado últimamente por distintos medios sociales.
¿Cuáles son las causas o qué agentes
favorecen este proceso? Apunta dos como las más significativas: por un lado, el
profesorado universitario, que creció desmesuradamente en los inicios de la
democracia, el cual «trajo consigo un debilitamiento del contenido intelectual
en las carreras de letras» (p. 25). Su esfuerzo ha ido más en la línea de
acumular información y trabajar con ella que en el de crear opiniones críticas.
En segundo lugar se sitúa la «profesionalización del autor» (p.27); han
abandonado o no han desarrollado un compromiso, como sí hicieron los novelistas
del ochocientos, y constituyen una sociedad literaria donde o son famosos o
desconocidos, con lo que ello implica desde un punto de vista comercial. Y los
críticos «somos quienes ponemos alambradas en torno al coto literario» (p. 28).
La solución pasa por dar respuesta al interés comercial y al punto de vista
editorial desde los otros agentes que participan en el proceso del libro:
escritores, profesores, críticos y lectores: «nos falta un verdadero debate
sobre lo que es el valor del arte, como se hace en culturas vecinas, la
francesa o la inglesa» (p. 42).
La segunda parte del ensayo
profundiza más directamente en las causas señaladas anteriormente, lleva por
título: «La novela como producto comercial» (pp. 45-134). El punto de
arranque es un análisis de El mundo del libro (pp.47-86); entre los años
1989 y 1998 se han publicado en España 424.187 títulos, esta ingente cantidad
de volúmenes impiden completamente abarcar las novedades editoriales y
configuran el hecho sociocomercial, que no cultural, del libro. Dentro de esta torre
de papel el autor es un concepto que ha cambiado, se ha constituido en un autor-marca[8]
porque «la masa no busca calidad sino la marca, el nombre» (p.59); inserto en
la red comercial, en los circuitos editoriales, que fomentan «la conexión del
autor-marca con el dinero» (p.61), se acomodan a «los protocolos impuestos,
desde la manera de vestir (mucho cuello cisne) hasta decir lo apropiado»
(p.66). G. Gullón se implica en su análisis citando ejemplos concretos -Antonio
Gala, Luis A. de Villena...- de identidades que llevan al autor literario y a
la novela a la consideración de producto.
Los libros se escenifican más
que publicarse constituyendo un circuito que abarca desde los periodistas y los
desayunos de presentación de la obra, pasando por los acompañantes del autor
sentados a la mesa, hasta las reseñas y las secciones de cultura de los
periódicos. Toda esta comercialización hace que el libro pierda su dignidad,
según el autor. Éste describe el circuito de los procesos literarios que se
inician con el principal escaparate que son los premios literarios -Josep
Vergés, Lara Hernández, Carlos Barrall...- y la industria universitaria con los
congresos, reuniones profesionales y simposios que refuerzan la mentalidad y el
gusto literarios, mantienen y expanden el campo cultural donde «se benefician
las imprentas, las editoriales
universitarias que publican las actas...» (p.85).
El soporte editorial (pp.87-101)
es otro de los elementos de análisis del ensayo en esta segunda parte. Por un
lado, «las editoriales sobrevivían porque eran un testimonio de la buena
voluntad de las clases dominantes, de familias como los Fierro» (p. 88).
Sirvieron para ocultar las transgresiones y los beneficios excesivos; de ahí,
de una edición subvencionada se pasó a la comercial, actualmente se plantea el
negocio en internet, un ejemplo de ello es
La crítica literaria (pp.
101-134), desde las reseñas hasta los suplementos literarios que favorecen a
ciertas editoriales, permite que los productos comerciales se mercadeen de la
mejor manera posible sin que «nadie regula(e) a los mercaderes que avasallan el
Templo de
La tercera parte del ensayo, La
novela, entre el arte y la vida (pp. 135-175), se inscribe en el marco de
la teoría literaria, como buena parte del estudio, en la medida que da una
visión de la literatura desde una perspectiva diacrónica. La concepción de aura
baudelairiana, como esa capacidad para poner en trance a los que leen la
obra, de maravillarse ante un objeto hermoso da paso a la literatura realista
que, a su vez, evoluciona hacia el amor a la forma, la coartada del
formalismo en el arte moderno (p. 144) la cual dio pie, a lo largo de
finales del XIX e inicios del XX, a la literatura deshumanizada. Esta evolución
no está exenta del comercialismo y de la visión cliché que se sistematiza a
través del canon literario, aspecto que critica Gullón -representado por El
canon occidental de Harold Bloom-, pero «la literatura sigue siendo la
esponja de la vida, el mejor repertorio de los valores de nuestro paso por el
mundo» (p. 162). Para hacer ver esta idea juegan un papel importante los
docentes ya que, según el autor, deben lograr «despertar en el lector
incipiente el amor a la lectura y eso se debe lograr fomentando una afinidad
con el escritor, con el libro y con un tema» (p.169), siempre desde el apoyo
que proporciona la construcción del mundo de lo clásico que «apoyan la
construcción imaginativa del universo literario» (p. 170). Esta labor docente
no está exenta de contradicciones, según apunta Germán Gullón, ya que aficiona
al alumno a la lectura, lo cual le abre horizontes, pero también le proporciona
una educación literaria dogmática. Esta parte se cierra con una doble
reivindicación: por un lado, «existe una evidente necesidad social de una
novela digna, que refleje las realidades vividas o imaginadas de nuestro mundo
(...) -y, por otra parte- exigir a los periódicos un mínimo de respeto a la
institución literaria que es tan altamente valorada por la mayor parte de la
gente como las instituciones políticas, y en algunas sociedades mucho más» (pp.
174-175).
En la cuarta parte del libro,
Tras
La última parte del ensayo, Conclusiones:
la literatura en libertad, fuera de la prisión de
[1] Gullón, G. y Gullón, A.: Teoría de la novela
(Aproximaciones hispánicas). Taurus, Madrid, 1974.
[2]Obras situadas en el ámbito de trabajo
de la literatura del ochocientos principalmente donde ha hecho importantes
aportaciones como El narrador en la novela del siglo XIX (Taurus, 1976),
La novela como acto imaginativo (Taurus, 1983), La novela del siglo
XIX: estudio sobre su evolución formal (Ropodi, 1990) entre otras,
destacando sus aportaciones sobre B. P. Galdós de quien ha hecho también
numerosas ediciones críticas de sus obras, como: Fortunata y Jacinta (Taurus,
1986), Doña Perfecta (Espasa-Calpe, 2003), Miau (Planeta-De
Agostini, 2002)... La crítica norteamericana también está presente en sus
estudios contrastivamente con un trabajo de investigación y profundización en
el formalismo, las técnicas narrativas... tomando como base la narrativa
decimonónica española, como hemos apuntado, sin dejar por ello la edición
crítica de obras contemporáneas como: Poesía de la vanguardia española (Taurus,
1981), Historias del Kronen (Destino, 1998)... En el ámbito de la
creación literaria destaca su volumen de relatos, Adiós, Helena de Troya (Destino,
1997) y la novela: Querida Hija (Destino, 1999).
[3] Cito a través de J. D. Caparrós: Crítica
literaria, UNED, Madrid, 1990, p.606.
[4] Entre otras, G. Gullón, cita la obra de J.
Epstein, La industria del libro, Pasado, presente y futuro de la edición,
Anagrama, Barcelona, 2003; J.M. López de Abiada et alii, Entre el ocio y el
negocio: industria editorial y literatura en
[5] Tomo esta referencia de J. Goytisolo en un
comentario realizado a raíz de la presentación en prensa de la editorial
Reverso que se crea como una alternativa al actual mundo editorial. El País,
2-XI-2004.
[6] G. Gullón, Querida hija, Destino,
Barcelona, 1999.
[7] San Mateo, 21, 12-13.
[8] Un planteamiento similar hizo J. Talens: «en un
contexto cultural como el que domina en los últimos años, donde el valor no va
asociado a la crítica o el análisis sino a la circulación, convierte la presencia
de los nombres, y no necesariamente de las obras (...) en sinónimo de juicio
literario (...). Desplazando el punto de articulación desde el discurso
poético hacia el dispositivo-autor y de éste hacia la figura pública que parece
otorgarle entidad real, se sustituye la problematicidad de la escritura por la
imagen social del escritor. Las leyes que rigen el juego dejan de ser de índole
analítica para pasar al terreno del intercambio simbólico donde la poesía ya no
es un artefacto productor de sentido, sino pura y simple mercancía». La cita
pertenece al capítulo: «De la publicidad como fuente historiográfica: la
generación poética de 1970» en Del Franquismo a la posmodernidad,
AA.VV., Akal, Madrid, 1995, p. 77 y ss.
[9] Germán Gullón fue reseñista de escritores noveles
en el ABC Cultural.
[10] «El mundo del libro», es el título del capítulo
-pp.147/157- aparecido en El año literario español 1974, editorial
Castalia, Madrid, 1974.
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