REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ZENOBIA Y SU POETA EN EL RECUERDO

Carmen  Agulló  Vives

(Escuela Universitaria de Magisterio de Albacete)

 

 

                                                        Falta la vida, asiste lo vivido

                                                                                              QUEVEDO

 

 

         0. De poetas y predilecciones

 

         - Profesora, no puede negar que su poeta predilecto es Juan Ramón Jiménez….

         - “Me pone usted en un compromiso. Son tantos los poetas por los que siento un especial aprecio que debería contestarle con aquella frase del clásico don Juan de verbena: Me gustan todas. Bromas aparte, convengamos en que Juan Ramón es uno de mis muchos poetas predilectos y me alegra que usted lo haya percibido.”

         Sucedió… hace no sé cuantos años en la Escuela de Magisterio de Albacete, pero la historia viene de más atrás.

         Hago mías las palabras esclarecedoras de Dámaso Alonso, escritas a propósito de Gabriel Miró, pero que pueden aplicarse a otros poetas, en nuestro caso, a Juan Ramón Jiménez, objeto del presente  estudio:

         Hay escritores a los que admiramos sin amarlos: frías perfecciones externas, que se nos quedan objetivas y lejanas. Pero hay otros de cuya prosa, de cuyos versos, salen humanos, cálidos efluvios casi materiales, que poco a poco nos rodean y nos prenden. Y ya el libro tiene dos funciones que sobre nuestra sensibilidad entrecruzadamente actúan: si por un lado es aislada criatura de arte, por otro es como nexo o puente, atravesado de indestructibles hilos cordiales que para siempre ligan el lector al autor[1]

 

         Yo misma me sorprendo al comprobar hasta qué punto la obra del autor de Platero ha ejercido una especie de benefactora seducción y acompañamiento a lo largo de mi vida profesional.

         Pretendo explicarlo a lo largo de estas páginas. 

 

 

         1. Bienio inolvidable: 1956-58

 

 

         Me hallaba en Madrid cuando, el 25 de octubre de 1956, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez.

¿Qué hacía en la capital de España? Por primera vez aspiraba a una plaza de Profesora Numeraria en Escuelas del Magisterio de las tres convocadas para toda España, Almería, Lérida y no recuerdo qué otra. Fui eliminada en el segundo ejercicio y regresé a casa con una buena experiencia y un “tesorillo”: la Segunda Antolojía poética (1898-1918) del reciente Nobel, adquirida en la Librería Buchholz, Paseo de Recoletos. Recuerdo que en el escaparate se alineaban los ejemplares cubriendo gran espacio con aquellos tomitos característicos de la Colección Universal de Espasa-Calpe[2], cubierta de cartulina color malva, uno de los colores del poeta, (Malvas, rosadas, celestes, /las florecillas del campo / esmaltan la orilla azul / del arroyo solitario). Supongo que el evento propiciaría la venta de toda la edición, la de 1952. Contribuí a ello con la compra del ejemplar que conservo con mi firma estampada en páginas interiores junto a una fecha, Madrid, 2-XI-56.  El indicador de páginas es rojo en el anverso y negro en el reverso, Librería BUCHHOLZ, Exposiciones, Paseo de Recoletos, 3, Teléf. 222002, Madrid. Ediciones españolas y extranjeras. Literatura Artes Medicina Ciencias ¡Qué entrañable lugar! Se siente una especial satisfacción -privilegio de la edad- al haber sido testigo de vista en lugares hoy desaparecidos. Como el hecho de haber vivido acontecimientos de hace cincuenta años. Y no es que leyera por primera vez a Juan Ramón en 1956. Pero sí lo era el haber adquirido su Antolojía en tan especiales circunstancias[3]. Me costó 10 pesetas.

Como pronto se convocaron nuevas oposiciones para cubrir otras plazas en el mismo Cuerpo, esta vez fueron siete, no me di tregua en el estudio y la obra de JRJ me iba acompañando como gozosa ocupación al modo horaciano, nunca mejor dicho lo de dulce et utile.

Los versos se arracimaban en la memoria invadiendo el cerebro: Las avenidas se alargan / entre la incierta penumbra / de la arboleda lejana…..”Ya floreció la cruz de primavera. /¡Amor, la cruz, amor, ya floreció!”……Y va el agua/ de flor en flor, como una /mariposa que cantara….El chamariz en el chopo/ -¿Y qué más?…Aquella rosa era veneno. /Aquella espada dio la vida. / Yo pensé una florida / pradera en el remate de un camino,/ y me encontré un pantano. / Yo soñaba en la gloria de lo humano, / y me hallé en lo divino….

Del amor y las rosas, / no ha de quedar sino los nombres. / ¡Creemos los nombres!...¡Oh, triste coche viejo, que en mi memoria ruedas! / ¡Pueblo, que en un recodo de mi alma te pierdes! / ¡Lágrima grande y pura, lucero que te quedas, / temblando, en la colina, sobre los campos verdes! …..-¡Virjen del Carmen, que estén / siempre en tus manos los remos; / que, bajo tus ojos sean / dulce el mar y azul el cielo!.....-No hay nadie. Era el viento. -¿Nadie? / ¿No es el viento nadie?-No / hay nadie. Ilusión. -¿No hay nadie? / ¿Y no es nadie la ilusión?...Lo que Vos queráis, Señor; / sea lo que Vos queráis.

Me puso sus dos ojos sobre / mis dos ojos. Y todo / lo vi ya negro…Las estrellas / enlutaron, con el jazmín de agosto, / en un fondo infinito de Sevilla, / Giraldas, con crespones alegóricos… ¡Tus dos manos, esperanza / mía, y condúceme, enhiesto, / bajo las estrellas puras / del cielo que llevo dentro!(…) ¡No me dejes más salir / a los desiertos del cuerpo! / ¡Siempre adelante, esperanza, / por dentro de mí, derecho! ….

Con todos los corazones, / ya enterrados, que me amaron, / frío, entre oscuras angustias, / me siento un poco enterrado. / Con todos los corazones, / gloriosos ya, que me amaron, / ardiendo en oro, me siento / un poco transfigurado… ¡INTELIJENCIA, dame / el nombre exacto de las cosas!...

El amanecer tiene / esa tristeza de llegar, / en tren, a una estación que no es de uno. / ¡Qué agrios los rumores / de un día que se sabe pasajero /-oh, vida mía! / -Arriba, con el alba, llora un niño.-

     Yo no soy yo. / Soy este / que va a mi lado sin yo verlo; / que, a veces, voy a ver, / y que, a veces, olvido. / El que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce, cuando odio, / el que pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando yo muera.

         No se equivocó el poeta al escribir este último verso. En pie ha quedado desde el 29 de mayo de 1958, gozando de esa tercera vida de la que hablara Jorge Manrique, la de la fama gloriosa.

         También conocí en Madrid la noticia de su muerte. Muy bien andaban mis asuntos a la sazón. Iba aprobando, uno a uno, los ejercicios de las Oposiciones y, en uno de los prácticos, superados obstáculos mayores, en la recta final de la competición, al tener que comentar una serie de textos literarios propuestos por el Tribunal sin referencia de autor, me encuentro con un texto de lo más familiar. Un salto simbólico di en el pupitre exclamando sin palabras: ¡JUAN RAMÓN!  El soneto Octubre, almacenado en la memoria, estaba ante mí como el poeta en el campo:

Estaba echado yo en la tierra, enfrente

del infinito campo de Castilla,

que el otoño envolvía en la amarilla

dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente

Abría el haza oscura, y la sencilla

mano abierta dejaba la semilla

en su entraña partida honradamente.

Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,

pleno de su sentir alto y profundo,

al ancho surco del terruño tierno;

a ver si con romperlo y con sembrarlo,

la primavera le mostraba al mundo

el árbol puro del amor eterno.

 

         No era de extrañar que el Tribunal eligiera un texto de JRJ dado lo reciente de su fallecimiento. Y además los ejercicios se realizaban en el mes de octubre. Hacia finales de ese mes me encontré en posesión de una cátedra en la hermosa ciudad de Córdoba. El poeta de Moguer me fue propicio.

 En el mismo año de 1958 inicié mi etapa de docencia oficial y no habían pasado muchos meses cuando un venturoso día fui de visita a casa del culto profesor cordobés don Vicente Orti Belmonte. Este señor, viudo con hijos ya casados, había contraído segundas nupcias con una bella santanderina a quien conoció en uno de los  famosos cursos de verano en la ciudad cántabra; a la esposa del profesor se le ocurrió que podría interesarme leer el recordatorio que la familia de Juan Ramón había dedicado al matrimonio en forma de tríptico, cartulina color crema, con el dibujo de un Cristo y varios poemas inéditos, todo obra del poeta. Me sentí muy emocionada y les rogué me lo prestaran para copiar los textos, de gran utilidad para mis clases y el propio deleite. Eran tiempos en los que todavía no se conocían las fotocopiadoras. ¡Cuánto papel manuscrito conservamos quienes realizamos estudios a mediados del siglo XX!

         Don Vicente, oportuno y solícito, me propuso un compás de espera: él pediría al sobrino de Juan Ramón, que les había regalado la esquela, otro original para mí. Pasados pocos días pude recoger en la misma casa el prometido tríptico con un mensaje de quien lo enviaba; son palabras que no he olvidado: Para una profesora de Literatura siempre tengo un ejemplar. Y eso que desconocía mi personal vinculación con la vida y obra del matrimonio Jiménez. La muerte de Zenobia y el Premio Nobel  dulcificaron mi primer (y último) fracaso en Oposiciones a Cátedra; con la del poeta obtuve mi destino cordobés.

         Olvidaba decir que en Madrid, cuando opositaba por segunda vez, compré y firmé, manías que una tiene, el 2-10-58, otro libro determinante para profundizar en el estudio del galardonado poeta: la Vida y obra de Juan Ramón Jiménez de Graciela Palau de Nemes[4]. Esa primera edición me ha acompañado durante muchos años. Creo que, como en 1956 la Primera Antolojía, en  el 58 se agotaría la edición de esta obra al morir el poeta.

         En 1956 la muerte de Zenobia me entregaba un libro vivo, compañero para siempre. En 1958, la de Juan Ramón me ponía en contacto espiritual con una investigadora cuyo estilo estaba marcado por el entusiasmo y el amor por la obra bien hecha, actitudes con las que estoy identificada.

 

 

2. Años de docencia oficial (1958-92)

 

         a) Etapa cordobesa

 

         En Córdoba permanecí solo tres años pues en 1961 me trasladé por concurso a la Escuela de Albacete[5].

         Breve e intensísima etapa en mi vida. Cuando esto escribo, 2006, ando con el proyecto de celebrar, con gran número de antiguas alumnas[6], en 2008, el cincuentenario de mi acceso a la cátedra, que también lo será de la muerte de Juan Ramón. Este es el que llamo misterio o embrujo de Córdoba. Tres años bastaron  - y aún sobraban- para que yo me enamorara de la ciudad. También para crear lazos de amistades que sobreviven pese al tiempo transcurrido. Córdoba en la mente y en el corazón. Como JRJ.

         Recuerdo que en el curso 1960-61, con motivo del Día del Maestro, preparamos un programa, emitido por Radio Córdoba, en el que había una parte poética. Con el inevitable Hermana Marica gongorino, una excelente recitadora[7], Quiqui Sánchez Murillo, leyó uno de los poemas de Juan Ramón publicados por su familia en el recordatorio al que aludí en el apartado anterior. Helo aquí:

 

Oigo, Señor, tu voz;

es tu voz…que me llama….

desde muy lejos, con el viento largo

viene sobre planicies y montañas

 a colmarme de sones inmortales

el silencio del alma.

 

¡Y cómo suena aquí,

en mis mismas entrañas!

 

Señor, háblame así,

no te canses, mis ansias

de oírte son tan largas cual si el viento

tornase desde mi alma hasta tu alma.

¡Háblame más, Señor,

A ver si tus palabras

me abren -llaves de oro- poco a poco

la eternidad soñada!

 

¡No me dejes de hablar un solo instante;

sea tu voz sostén para mi alma!

 

Parece que tu voz

en el viento que pasa

coge de cada ser el más profundo

sentido; parece que la llama

le da calor, olor la rosa,

cristalidad el agua….

Que todo, con tu voz, entre en mi vida

a ver si, hablando, a la luz clara

de tu voz, yo descifro

el enigma infinito que ella guarda.

 

¿Oyes, Señor, mi voz?

-siendo tan débil Tú la oirás, Señor-

¡es mi voz que te llama!

 

         Ni que decir tiene que el soneto Octubre fue comentado en clase una y mil veces, siempre con nuevos enfoques ¡Le estoy tan agradecida![8]

         Vuelvo a Dámaso Alonso. En el citado artículo de Poetas españoles contemporáneos[9] cuenta el crítico como, al conocer por la prensa de Nueva York la muerte del escritor alicantino, cambió el tema de su clase: …les hablé de Miró a aquellas entusiastas muchachitas de Hunter College. Les hablé desordenadamente, como me dejaba la emoción, mezclando recuerdos personales y apreciación literaria. Las cabecitas rubias se inclinaban afanosas sobre la rutina de los cuadernos de apuntes. Mas una mano dejó la pluma; un lindo rostro se alzó un momento hacia mí: tenía los ojos cuajados de lágrimas.

         También yo he trasladado esa emoción auténtica a los alumnos las veces que he comentado en clase el capítulo XL de la biografía de Graciela Palau, “El Premio Nobel y la muerte de Zenobia “[10]. No ha sido una clase improvisada al hilo de los acontecimientos. No. Pero si recordamos que yo fui testigo, en su momento, en Madrid, en circunstancias muy especiales de mi vida, del tema que trataba, esa empatía con la autora del relato, que se vuelca en él por la cercanía con que lo vivió, creaba en la clase un especial clima de atención y silencio emocionados.

         Recupero breves párrafos del citado artículo:

 

         Así murió Zenobia, dejando a un poeta en su hora gloriosa, para irse a la gloria de otro Poeta.

         Marchó en su último viaje tres días después de anunciado el premio. Se fue un domingo, por la estela de una ilusión lograda. A Zenobia siempre le gustaba salir de viaje los domingos. (...)

         Cuando Zenobia expiró, se le oyó decir a Juan Ramón: “Zenobia no está muerta. Ella es inmortal”. Tenía razón el poeta: vivirá como su más bella poesía. Todos los que la conocieron a fondo saben que su vida fue un poema perfecto en amor y devoción a su marido. (...)

         Y pensando tal vez en ese poético milagro que fue la muerte-vida de Zenobia, cuando a Juan Ramón le preguntaron poco después de haberse ganado el Premio Nobel quién era su poeta favorito, contestó: “Dios”.[11]

 

         b) En tierras manchegas

 

         Nuevas sorpresas me esperaban en Albacete para  consolidar esos indestructibles hilos cordiales de que habla Dámaso y que unen al lector con el autor. En el curso 64-65, (afortunadamente la primera y única vez en mi carrera profesional) tuve que solicitar de modo precipitado un permiso por enfermedad, aquejada de una súbita hepatitis vírica bastante grave. Me pronosticaron dos meses hasta su curación. Desde la cama improvisé un plan de trabajo para los alumnos de “Lengua Española y su Didáctica” que los tuviera ocupados durante mi ausencia. Giraba en torno a Platero y yo. Una colega de Instituto, que tuvo acceso al plan por un alumno mío, me preguntó sorprendida en qué libro había encontrado tan interesante y sugestivo cuestionario. En mi cabeza y en mi corazón, donde tiene lugar preferente el autor de Platero, contesté. Y mientras mis alumnos gozaban con Platero [12] yo lo hacía recitando  

Solo tú me acompañas, sol amigo.

Como un perro de luz lames mi lecho blanco;

y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,

 caída de cansancio….

.

         Más agradable fue la sorpresa hacia 1980. Un día, después de la clase en la que comenté la esquela de Juan Ramón[13], se acercó una alumna, Lourdes Hernández Cruz, y me dijo que ella me podía proporcionar más textos inéditos, que la familia seguía publicando con motivo de diversas celebraciones, gracias a su amistad con un vecino, sobrino del poeta, Antonio Quintana Hernández-Pinzón. Tuvo la generosidad de regalarme algunos originales, entre ellos un precioso cuadernillo editado en 1981, año centenario del nacimiento del poeta. Mucho aproveché el material para componer mis propios documentos de clase. Quiero traer aquí, de la publicación Tres poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez en recuerdo y homenaje a Zenobia Camprubí Aymar- 1956-1966, el poema titulado

 

Z E N O B I A

 

                                Me he convertido a tu cariño puro

                            como un ateo a Dios.

                                                               ¿Lo otro, qué vale?

                            Como un pasado oscuro y andrajoso

                            puede todo borrarse.

                           

                                ¡Borrarse, sí! Las rimas bellas

                            que no cantan tu amor; sus matinales

                            alegrías sin ti; sus tardes líricas

                            en cuya paz no me miraste;

                            las noches cuya clara luna llena

                            no deslumbró tu candoroso ánjel.

                            El cielo de tu gracia

                            será el comienzo y el final. En balde

                            quieren los lobos asaltar la cerca

                            en donde tus ovejas blancas pacen.

                            No quiero más que un oro y es el oro

                            que emanan tus sentidos inmortales.

 

                                ¡Solo tú, solo tú! Sí, solo tú.

                            Yo no he nacido, ni he de morir. Ni antes

                            ni después era nada, ni sería

                            nada yo sino en ti.

                                                        Y los rosales

                            que has colgado en mi alma -¡con qué encanto!-

                            a ese sol viejo y nuevo me entreabren

sus rosas en que el cielo se repite

cándido y múltiple en sus cálices.  

 

                   (De “Monumento de amor”, 1913-16)

 

Conservo los datos de una clase dedicada al poeta con la lectura de poemas suyos e inmediata votación por parte de los alumnos. Debían elegir los dos textos que más les hubieran emocionado en aquel momento. Fue el 12 de enero de 1982 con un grupo de 40 alumnos. Destacaron los poemas  Cuando yo era el niñodiós (21 votos) y ¿Tanto es lo que te pido, / Señor, que no quieres oírme? (20 votos), este último de los publicados en la esquela que recibí de la familia por medio del profesor Orti.  

 

         Encuentro, entre desordenadas y antiguas notas de clase, una  con la siguiente indicación: Nueva Estafeta, nº 1, diciembre 1978. Diario Zenobia- Domingo 23 abril, Viernes 5 mayo, Lunes 19 junio, Jueves, 22, Sábado, 24, Domingo, 25, Lunes 31 de julio, Jueves 3 agosto, Jueves 10, Viernes 11.

         Bueno será recordar, ahora que con motivo del cincuentenario se anuncia nueva edición de los diarios de Zenobia, a cargo de Graciela Palau de Nemes[14], la primicia que supuso el trabajo de Arturo del Villar para el citado número de la Nueva Estafeta en 1978. Me satisface pensar que mis estudiantes de aquella época tuvieron un acercamiento a ese puñado de páginas y tal vez hoy, al encontrarse con el DIARIO convertido en libro, recuerden una lejana clase en la que mi voz trasladara para ellos la peripecia de una mujer feliz. El seleccionador indica, en la breve introducción, que ha escogido textos del año 1916, el de la boda, puesto que “lo interesante es seguir el viaje de bodas de la pareja protagonista, de Nueva York a Madrid. Y aquí están señalados sus enfados y reconciliaciones, sus lecturas, visitas a museos y parques, esperanzas y temores. Aquí están dos enamorados diferentes a la mayoría de los enamorados, porque eran geniales”[15].

 

         Sigamos seleccionando; de mi opción personal, conservada en la nota de clase, rescato cinco días que considero ilustrativos:

                            

Domingo, 23 abril[16].- Voy a Misa Pontifical de Pascua. El gentío es enorme y solo logro entrar gracias a la tarjeta que Miss Frith me da para el pen de Mr. Nelly, que es el 20 de la izquierda en la  nave central, conque  veo todo magníficamente y sin distracciones. Llego a casa a las dos y J. R. y yo pasamos una tarde trágica leyendo o haciendo ver que leemos. A las 6,30 estalla la tormenta, pero luego nos desahogamos, nos entendemos y nos queremos mucho. Cenamos con mamá y por la noche volvemos aquí a pie después de hacerle un buen rato de compañía. El Martha Washington está todo florido. Hacemos nuestra visita nocturna a los magnolios.

 

Jueves, 22 junio.- Corpus Christi. Voy a misa de seis y enseguida tomamos el tren para Sevilla. Juan Ramón defiende las últimas perras con denuedo y gran dificultad. Llegada a Sevilla a la 1. Castellot y los Buena Esperanza. Vamos a casa de Reyes, que nos acompaña en coche a ver el Parque. Es un jardín encantador con efectos tan maravillosamente bonitos que no quisiéramos irnos nunca. Damos un paseo por las Delicias, en donde la animación es extraordinaria. Se diría que en Sevilla cada hijo de vecino era dueño de coche o automóvil. Cena con nosotros Castellot y volvemos los tres a pasear de noche por las Delicias. J. R. y yo nos quedamos dormidos en el coche.

 

Domingo, 25 junio.- Dormimos hasta la saciedad. Voy a misa de once con Mamá Pura, siendo objeto de las miradas de todos los fieles. Lo encuentro un poco excesivo. Nos pasamos todo el día jugando con los sobrinos y conociendo parientes. Eustaquio me regala un relojito pulsera muy mono, y al despertar yo por la mañana ya entra J. R. con dos rosas que Eustaquio ha traído para mí de su jardín. Las niñas también me traen flores y por la tarde Eustaquio me trae un ramo de rosas hermosísimas que ponemos con gran júbilo en el florero de plata de Grace. A la caída de la tarde subimos en gran comité a la terraza. La vista y la hora, inmejorable… J. R. y Eustaquio se ponen nerviosos con el ruido y la charla de los chicos y señoras. Gran éxito: el Tinkertoy y las Sombras Manos. Todos son tan buenos conmigo que no pueden serlo más. J. R. me hace muy feliz.

 

Jueves, 10 agosto.- Trabajo toda la mañana en ordenar armarios y el cuarto de baúles. Vigilo al carpintero, etc. Por la tarde me entra morriña y soy un poco cobarde por primera vez. Le confieso a J. R. que lloro porque me atormentan las deudas. Él se va triste. Continúo escribiendo mis cuentos y llega mamá con una carta de la Trasatlántica. La abro y veo que nos indemnizan 4.000 pesetas. Cuando llega J. R. las dos acechamos con alegría. Los tres estamos en las glorias pensando en las deudas que vamos a pagar. Mamá se queda con nosotros mientras cenamos y toma postre.

Viernes, 11.- Cobramos en la Trasatlántica  y salimos de estampía a hacer encargos. Salimos a encargar los visillos verdes y crema. Nos traen la lámpara y las persianas y la tercera estantería de J. R., también las sillas de criadas y el filtro. Trabaja en la estantería de J. R. y en su repisa todo el día el carpintero, y por la tarde es una procesión de Dotesio, López, y hasta 5 otros operarios. A la caída de la tarde veo a mamá. (Imposible soñar en escribir con tanta gente). J. R. me regala una bandejita de plata y a mamá un cepillo de lo mismo. Pagamos a Martín 1.000 pesetas. Devuelvo a mamá las 100 que me prestó.   

  Doy fe de que mis comentarios en clase al Diario de Zenobia fueron de lo más sabroso.

 

En la primavera de 1990 fui invitada por un grupo de antiguos alumnos a presidir la inauguración de la Biblioteca en el complejo escolar de Yeste (Albacete) donde ejercían. He recogido la  crónica del acto en un libro[17] y, por la especial referencia a Juan Ramón, me permito transcribir parte de ella, titulada “Fábula para una Biblioteca”:

         Decían que había leído mucho y que llegaría a obispo. Pero él solo aspiraba a ser un buen cura de pueblo. Quería ayudar a las gentes sencillas con su amor, con su ternura. Amaba al Creador en las cosas creadas: el mundo y los seres vivientes, la tierra y los astros, la planta y el pájaro, la flor y el insecto, el hombre y el árbol.

         Llevaba en sus ojos la sal y la luz de la tierra marinera, la gracia del azul Mediterráneo. Emprendió su singladura tierra adentro, hacia las sierras donde nacen ríos que acaban en la mar. Dejó la costa levantina y en un bello paraje serrano encontró el pueblo de sus sueños.

         Allí sería cura para siempre. Su vida, un canto de alabanza a las bellezas de la Creación. Todo lo que había leído en los libros podía comprobarlo con los ojos bien abiertos: la vida de las plantas, de los animales, de los hombres, la salida del sol, la lluvia y el rocío, la escarcha y las nieblas, la luna de enero y las estrellas de agosto....

         Nuestro buen cura gustaba de los versos y amaba a los poetas. Solía decir que el mundo entero debería dar gracias a los escritores por los bellos libros que nos habían legado. También él era poeta a su modo, cantando las maravillas del Universo. Cuando llegaba la Primavera ¡qué contento se nos ponía don Fulgencio!, ¡qué diligencia la suya recordando a las vecinas que abrieran ventanas y balcones, que pusieran colgaduras blancas para recibir a la mejor estación del año! Sí, la sierra toda tenía que cantar.....

         Pero aquel año, 1958, en plena estación primaveral, un 29 de mayo -eran las once de la noche- recibió nuestro personaje una triste noticia. Apresuradamente avisó a la anciana campanera: Rápido, a toda prisa, que doblen a muerto las campanas.  Don, don, tolón, tolón, don, don... don, don... Los vecinos, asombrados, se preguntaban qué ocurría, por qué muerto se avisaba a tales horas. El afligido clérigo respondió a voces: ¿Acaso no habéis escuchado la noticia por la radio? ¡Ha muerto Juan Ramón Jiménez, el poeta de Moguer, el andaluz universal, Premio Nobel de Literatura, el cantor de Platero, del mar y del amor...!, ¡todas las campanas del mundo deberían a esta hora doblar por él!

Como me lo contaron lo he escrito. Don Fulgencio se llamaba el cura, Lorente su apellido. Había nacido en Cartagena y ejerció su ministerio sacerdotal durante casi cincuenta años en un bellísimo pueblo de la Sierra de Segura, Yeste, provincia de Albacete.

         Hernández-Pinzón[18] nos cuenta sobre don Fulgencio:

         “Como dato curioso, también debo señalar que don Fulgencio Lorente, párroco de Yeste (Albacete), anunció a sus feligreses y celebró este premio Nobel con repique general de campanas”

         Observemos que mi fábula (creada con datos fidedignos) sucede en 1958 y la noticia de Hernández-Pinzón remite a 1956. Hubo campanas de gloria y campanas de luto. Son compatibles ambos textos, más bien complementarios.

 

          3. Jubilación activa (desde octubre de 1992)

 

         Liberada del compromiso diario con la docencia por jubilación voluntaria anticipada[19], disfruto de libertad para escribir e investigar en lo que me agrada sin imposiciones ajenas a mi propia voluntad. En este tiempo no me he olvidado de JRJ y Zenobia.

 

         a) Cuando murió mi madre.

 

         El 21 de noviembre de 1998, cuarenta años después que Juan Ramón, murió mi madre a los 99 de su edad, lúcida hasta el final. Ese mismo día escribí unos versos que serenaron mi dolor. Los titulé Elegía gozosa por una madre muerta.

         Me vino a la memoria el tan aprovechado tríptico que la familia de los Jiménez había editado y lo tomé como modelo exacto en cuanto a forma externa. Es verdad que en el contenido mis versos quedaban mal parados si se comparaban con los textos de Juan Ramón. Pero, sin complejos, los llevé a la imprenta y con ellos se confeccionó el recordatorio de nuestra familia. Quienes los recibieron alabaron mucho nuestro gusto. La “fermosa cobertura”, a la que se añadía una foto de mi madre joven -era una auténtica belleza-, dio a los textos verdadera prestancia. Además incluimos también un poema que el Arcipreste de la Basílica de Santa María de Elche dedicó a mi madre en la homilía de la misa exequial. Juan Ramón y Zenobia en la sombra. Creo que el poeta suscribiría, en la muerte de su esposa, los dos primeros versos de uno de mis poemas; le cuadran a ella como a mi madre:

 

Corazón invencible,

por fin te alcanzó el rayo de la muerte.

Te vas, madre, y el llanto

fluye como el amor que derramaste

pues cuando más se vive, más se ama.

Solo la Fe, el Amor y la Esperanza

soportable han de hacer la despedida.

Se nos hará el dolor acción de gracias

por tu fecunda vida, de amor llena.

............................

 

         b) Platero y yo apócrifo

 

         Al haber sido galardonado, en 1997, con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales el profesor Martín de Riquer, en una entrevista que concedió al diario ABC, a la pregunta ¿Cómo escribe usted? respondió: Antes escribía con dos máquinas de escribir, una para el texto y otra para las anotaciones. Ahora lo hago con un híbrido de ordenador que se llama “Pepito”.

         Comentando esta noticia, en artículo inédito fechado el 14 de mayo de dicho año, escribí: Me ha emocionado comprobar que el gran humanista ha tenido la misma idea que yo al “bautizar” a su ordenador; modestia aparte, creo que tú has sido “bautizado” con algo de más ingenio, porque despacharse con un “Pepito” tampoco tiene mucho mérito. Donde se pongan Nefertiti y Miguel Ángel, alias “Rucio” y “Platerillo”….

         En el mismo artículo, más arriba comentaba: Estoy encantada con Miguel Ángel, se me ocurren tantos sobrenombres que lo voy a marear. Ayer lo de “Rucio” me parecía definitivo; hoy pienso que es más tierno llamarlo “Platero”, “Platerillo”. Se me ha ocurrido recordando el pasaje en el que los niños llevan a la escuela al “Platero” de Juan Ramón. A mi escuela tendrá que venir este avispado mozo que mucho sabe de ratones, iconos, impresoras y herramientas pero está a un nivel léxico impresentable.

         Ignoro en qué fecha Martín de Riquer “bautizó” a su Pepito. En mí la costumbre viene desde 1993; un 18 de febrero se me ocurrió llamar Nefertiti, en abreviatura Néfer, a la primera computadora que manejé desde 1991[20]. Interlocutor inevitable en muchos de mis artículos llegó a ser muy conocida; su nombre ha merecido la fama de la letra impresa en alguno de mis libros.

         Modernicé mi sistema informático adquiriendo en 1997 un nuevo ordenador al que, de inmediato, di un primer nombre, Miguel Ángel por la admiración que siento por el gran artista italiano. Poco ha durado este nombre, demasiado altisonante. Lo suplantó Platero hasta fecha muy próxima en la que, como el auténtico, el de Juan Ramón, ha sido arrebatado por la muerte.

         Han sido nueve años de confidencias. Se podría componer un abultado libro con todos los artículos en los que aparece su nombre. Afortunadamente quedarán muchos papeles inéditos. Basta con lo publicado para que mi Platero sea tan personaje literario como el de JRJ, aun situado a años luz del “original” en cuanto a gloria y fama. Veamos dos botones de muestra:

          Me avisa el sabio diccionario de Platero que no existe en su almacén el vocablo con que he titulado el artículo. Ya lo sé, querido amigo, ni en el tuyo ni en el de la RAE, cosa más embarazosa. Pero, qué quieres, los estudiosos de la lengua y la literatura han tenido a bien poner de moda el término y hay que estar a la última.[21]

         No teórico sino caso práctico traigo a tus teclas, Platero. Con él comienzo un nuevo año de escritura, 2004, en el día de la Epifanía. Muy apropiado ya que del Rey Mago de Tortosa voy a hablarte.[22]

         De mis papeles inéditos, tal vez vea la luz un día el artículo Gutenberg vivo, escrito el 22 de febrero de 1998 y que comienza con este romance:

No te me enfades, Platero / no te enfades, Platerillo,

- y cuidado que me cuesta / llamarte como al borrico

que el poeta de Moguer / inmortalizó en su libro;

al menos en Nefertiti / existía un parecido,

en sombras y de perfil, / con el gran tesoro egipcio.

En tu caso, solo puedo / apoyarme en lo afectivo

pues eres mi confidente, / mi compañero y amigo

en esto del escribir / como lo fue el borriquillo

en quien Juan Ramón Jiménez / depositó su cariño;

voy a cerrar el paréntesis / Y volver a mi  principio. -

Decía, amigo Platero, / que tu informático oficio

no ha llegado a suplantar / en absoluto al antiguo,

el que inventó Gutenberg / superando al manuscrito.

Y pasemos a la prosa, / que ya cansa el octosílabo….

 

     Otro 22, en el mismo año pero en el mes de octubre, undécimo aniversario de la muerte de mi padre, comenzaba un artículo, que titulé Sigue creciendo mi videoteca,  dialogando una vez más con Platero:

     Dos meses de paro forzoso, Platero, perdóname. Hoy es día de recuerdos y a ti acudo, mi interlocutor paciente. (...)

     Para que te hagas una idea, Platero, piensa en la enorme capacidad de tus archivos y proyéctala hacia el exterior -si puedes, perdona que dude- convertida en estuches rectangulares que avasallan espacio en estantes, repisas, cajones, armarios… la locura (….) Y siguiendo con las coincidencias -vaya número de efemérides que acumulo, Platero, te darás un atracón de Historia- hoy, 22 de octubre, se cumplen cien años del nacimiento del gran Dámaso Alonso, tan ligado a mi vida profesional por medio de su obra (….)

     Sigue inédito este texto que terminaba así:

     Vivir, morir, soñar, recordar. Platero, ha sido un placer redimirte del paro. Cuenta con un contrato, a tiempo parcial, de momento. No puedo hacerlo indefinido por no serte infiel. Cada día tiene su afán.

     Lo que yo no sabía entonces era que a mi madre le quedaban escasos treinta días de vida.

         La de Platero, el mío, el apócrifo, se extinguió una mañana de primavera, como la vida de Juan Ramón.

         He tenido que cambiar la computadora por otra de pantalla plana, hay que estar al día, aunque la información acumulada en el disco duro de Platero queda a buen recaudo en el nuevo aparato.

         Cuando los técnicos abandonaban mi estudio cargados con el desechado material metálico, caí en la cuenta de que iban a enterrar a Platero y sentí la necesidad de dedicarle una elegía con la que termino esta placentera a la vez que nostálgica evocación, en el cincuentenario del Premio Nobel concedido a Juan Ramón Jiménez  y la muerte de Zenobia.

 

 

Muerte - vida de Platero

 

 

No he llorado por ti,

mi querido Platero.

Tu muerte, ese amasijo de metales,

ni siquiera merece

blando cobijo de la madre Tierra

al pie de un pino en tierras de Moguer.

Todo esqueleto, ya desconectado

de la energía que te daba vida,

esperas en Averno misterioso

rayo que te fulmine y desvanezca.

No he llorado por ti porque tu cuerpo

se marchó sin tu alma, que en mí queda

¡Prodigio de la ciencia!

 

No podré saludarte

en los prados celestes,

mas me queda tu alma en disco nuevo;

figura femenina lo sustenta.

Su feliz natalicio celebramos.

¿Sabes cómo se llama?

Te lo voy a decir: Juana Teresa.

(Larga historia el por qué de dicho nombre,

pronto la he de contar en llana prosa. )

Ya somos tres - ¿o cuatro?;

Nefertiti a distancia nos contempla-.

 

También yo dejaré las vestiduras:

quedará mi palabra en vuestras manos;

convertidla en semilla que florezca.