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ZENOBIA Y SU POETA EN EL
RECUERDO
Carmen Agulló
Vives
(Escuela
Universitaria de Magisterio de Albacete)
Falta la vida, asiste lo
vivido
QUEVEDO
0. De poetas y predilecciones
- Profesora, no puede negar que su poeta predilecto es Juan
Ramón Jiménez….
- “Me pone usted en un
compromiso. Son tantos los poetas por los que siento un especial aprecio que debería
contestarle con aquella frase del clásico don Juan de verbena: Me gustan todas. Bromas aparte,
convengamos en que Juan Ramón es uno de mis muchos poetas predilectos y me
alegra que usted lo haya percibido.”
Sucedió… hace no sé
cuantos años en
Hago mías las palabras
esclarecedoras de Dámaso Alonso, escritas a propósito de Gabriel Miró, pero que
pueden aplicarse a otros poetas, en nuestro caso, a Juan Ramón Jiménez, objeto
del presente estudio:
Hay escritores a los que admiramos sin amarlos: frías
perfecciones externas, que se nos quedan objetivas y lejanas. Pero hay otros de
cuya prosa, de cuyos versos, salen humanos, cálidos efluvios casi materiales,
que poco a poco nos rodean y nos prenden. Y ya el libro tiene dos funciones que
sobre nuestra sensibilidad entrecruzadamente actúan: si por un lado es aislada
criatura de arte, por otro es como nexo o puente, atravesado de indestructibles
hilos cordiales que para siempre ligan el lector al autor[1]
Yo misma me sorprendo al
comprobar hasta qué punto la obra del autor de Platero ha ejercido una especie de benefactora seducción y
acompañamiento a lo largo de mi vida profesional.
Pretendo explicarlo a lo
largo de estas páginas.
1. Bienio inolvidable: 1956-58
Me hallaba en Madrid cuando, el
25 de octubre de 1956, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura a Juan
Ramón Jiménez.
¿Qué hacía en la capital de España? Por primera vez
aspiraba a una plaza de Profesora Numeraria en Escuelas del Magisterio de las
tres convocadas para toda España, Almería, Lérida y no recuerdo qué otra. Fui
eliminada en el segundo ejercicio y regresé a casa con una buena experiencia y
un “tesorillo”:
Como pronto se convocaron nuevas oposiciones para
cubrir otras plazas en el mismo Cuerpo, esta vez fueron siete, no me di tregua
en el estudio y la obra de JRJ me iba acompañando como gozosa ocupación al modo
horaciano, nunca mejor dicho lo de dulce
et utile.
Los versos se arracimaban en la memoria invadiendo
el cerebro: Las avenidas se alargan /
entre la incierta penumbra / de la arboleda lejana…..”Ya floreció la cruz de
primavera. /¡Amor, la cruz, amor, ya floreció!”……Y va el agua/ de flor en flor,
como una /mariposa que cantara….El chamariz en el chopo/ -¿Y qué más?…Aquella
rosa era veneno. /Aquella espada dio la vida. / Yo pensé una florida / pradera
en el remate de un camino,/ y me encontré un pantano. / Yo soñaba en la gloria
de lo humano, / y me hallé en lo divino….
Del amor y las
rosas, / no ha de quedar sino los nombres. / ¡Creemos los nombres!...¡Oh,
triste coche viejo, que en mi memoria ruedas! / ¡Pueblo, que en un recodo de mi
alma te pierdes! / ¡Lágrima grande y pura, lucero que te quedas, / temblando,
en la colina, sobre los campos verdes! …..-¡Virjen del Carmen, que estén /
siempre en tus manos los remos; / que, bajo tus ojos sean / dulce el mar y azul
el cielo!.....-No hay nadie. Era el viento. -¿Nadie? / ¿No es el viento
nadie?-No / hay nadie. Ilusión. -¿No hay nadie? / ¿Y no es nadie la ilusión?...Lo
que Vos queráis, Señor; / sea lo que Vos queráis.
Me puso sus
dos ojos sobre / mis dos ojos. Y todo / lo vi ya negro…Las estrellas /
enlutaron, con el jazmín de agosto, / en un fondo infinito de Sevilla, / Giraldas,
con crespones alegóricos… ¡Tus dos manos, esperanza / mía, y condúceme,
enhiesto, / bajo las estrellas puras / del cielo que llevo dentro!(…) ¡No me
dejes más salir / a los desiertos del cuerpo! / ¡Siempre adelante, esperanza, /
por dentro de mí, derecho! ….
Con todos los
corazones, / ya enterrados, que me amaron, / frío, entre oscuras angustias, /
me siento un poco enterrado. / Con todos los corazones, / gloriosos ya, que me
amaron, / ardiendo en oro, me siento / un poco transfigurado… ¡INTELIJENCIA,
dame / el nombre exacto de las cosas!...
El amanecer tiene / esa
tristeza de llegar, / en tren, a una estación que no es de uno. / ¡Qué agrios
los rumores / de un día que se sabe pasajero /-oh, vida mía! / -Arriba, con el
alba, llora un niño.-
Yo no soy yo. / Soy este / que va a mi
lado sin yo verlo; / que, a veces, voy a ver, / y que, a veces, olvido. / El
que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce, cuando odio, / el que
pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando yo muera.
No se equivocó el poeta al
escribir este último verso. En pie ha quedado desde el 29 de mayo de 1958,
gozando de esa tercera vida de la que hablara Jorge Manrique, la de la fama gloriosa.
También conocí en Madrid
la noticia de su muerte. Muy bien andaban mis asuntos a la sazón. Iba aprobando,
uno a uno, los ejercicios de las Oposiciones y, en uno de los prácticos,
superados obstáculos mayores, en la recta final de la competición, al tener que
comentar una serie de textos literarios propuestos por el Tribunal sin
referencia de autor, me encuentro con un texto de lo más familiar. Un salto
simbólico di en el pupitre exclamando sin palabras: ¡JUAN RAMÓN! El soneto Octubre, almacenado en la memoria, estaba
ante mí como el poeta en el campo:
Estaba echado yo en la
tierra, enfrente
del infinito campo de
Castilla,
que el otoño envolvía en
la amarilla
dulzura de su claro sol
poniente.
Lento, el arado,
paralelamente
Abría el haza oscura, y la
sencilla
mano abierta dejaba la
semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el
corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y
profundo,
al ancho surco del terruño
tierno;
a ver si con romperlo y
con sembrarlo,
la primavera le mostraba
al mundo
el árbol puro del amor
eterno.
No era de extrañar que el
Tribunal eligiera un texto de JRJ dado lo reciente de su fallecimiento. Y
además los ejercicios se realizaban en el mes de octubre. Hacia finales de ese
mes me encontré en posesión de una cátedra en la hermosa ciudad de Córdoba. El
poeta de Moguer me fue propicio.
En el mismo
año de 1958 inicié mi etapa de docencia oficial y no habían pasado muchos meses
cuando un venturoso día fui de visita a casa del culto profesor cordobés don
Vicente Orti Belmonte. Este señor, viudo con hijos ya casados, había contraído
segundas nupcias con una bella santanderina a quien conoció en uno de los famosos cursos de verano en la ciudad
cántabra; a la esposa del profesor se le ocurrió que podría interesarme leer el
recordatorio que la familia de Juan Ramón había dedicado al matrimonio en forma
de tríptico, cartulina color crema, con el dibujo de un Cristo y varios poemas
inéditos, todo obra del poeta. Me sentí muy emocionada y les rogué me lo
prestaran para copiar los textos, de gran utilidad para mis clases y el propio
deleite. Eran tiempos en los que todavía no se conocían las fotocopiadoras.
¡Cuánto papel manuscrito conservamos quienes realizamos estudios a mediados del
siglo XX!
Don Vicente, oportuno y
solícito, me propuso un compás de espera: él pediría al sobrino de Juan Ramón,
que les había regalado la esquela, otro original para mí. Pasados pocos días
pude recoger en la misma casa el prometido tríptico con un mensaje de quien lo
enviaba; son palabras que no he olvidado: Para
una profesora de Literatura siempre tengo un ejemplar. Y eso que desconocía
mi personal vinculación con la vida y obra del matrimonio Jiménez. La muerte de
Zenobia y el Premio Nobel dulcificaron
mi primer (y último) fracaso en Oposiciones a Cátedra; con la del poeta obtuve
mi destino cordobés.
Olvidaba decir que en
Madrid, cuando opositaba por segunda vez, compré y firmé, manías que una tiene,
el 2-10-58, otro libro determinante para profundizar en el estudio del
galardonado poeta:
En 1956 la muerte de
Zenobia me entregaba un libro vivo, compañero para siempre. En 1958, la de Juan
Ramón me ponía en contacto espiritual con una investigadora cuyo estilo estaba
marcado por el entusiasmo y el amor por la obra bien hecha, actitudes con las
que estoy identificada.
2. Años de docencia
oficial (1958-92)
a) Etapa cordobesa
En Córdoba permanecí solo
tres años pues en 1961 me trasladé por concurso a
Breve e intensísima etapa
en mi vida. Cuando esto escribo, 2006, ando con el proyecto de celebrar, con
gran número de antiguas alumnas[6],
en 2008, el cincuentenario de mi acceso a la cátedra, que también lo será de la
muerte de Juan Ramón. Este es el que llamo misterio o embrujo de Córdoba. Tres
años bastaron - y aún sobraban- para que
yo me enamorara de la ciudad. También para crear lazos de amistades que
sobreviven pese al tiempo transcurrido. Córdoba en la mente y en el corazón.
Como JRJ.
Recuerdo que en el curso
1960-61, con motivo del Día del Maestro, preparamos un programa, emitido por
Radio Córdoba, en el que había una parte poética. Con el inevitable Hermana Marica gongorino, una excelente
recitadora[7],
Quiqui Sánchez Murillo, leyó uno de los poemas de Juan Ramón publicados por su
familia en el recordatorio al que aludí en el apartado anterior. Helo aquí:
Oigo, Señor, tu voz;
es tu voz…que me llama….
desde muy lejos, con el
viento largo
viene sobre planicies y
montañas
a colmarme de sones inmortales
el silencio del alma.
¡Y cómo suena aquí,
en mis mismas entrañas!
Señor, háblame así,
no te canses, mis ansias
de oírte son tan largas
cual si el viento
tornase desde mi alma
hasta tu alma.
¡Háblame más, Señor,
A ver si tus palabras
me abren -llaves de oro-
poco a poco
la eternidad soñada!
¡No me dejes de hablar un
solo instante;
sea tu voz sostén para mi
alma!
Parece que tu voz
en el viento que pasa
coge de cada ser el más
profundo
sentido; parece que la
llama
le da calor, olor la rosa,
cristalidad el agua….
Que todo, con tu voz,
entre en mi vida
a ver si, hablando, a la
luz clara
de tu voz, yo descifro
el enigma infinito que
ella guarda.
¿Oyes, Señor, mi voz?
-siendo tan débil Tú la
oirás, Señor-
¡es mi voz que te llama!
Ni que decir tiene que el
soneto Octubre fue comentado en clase
una y mil veces, siempre con nuevos enfoques ¡Le estoy tan agradecida![8]
Vuelvo a Dámaso Alonso. En
el citado artículo de Poetas españoles
contemporáneos[9]
cuenta el crítico como, al conocer por la prensa de Nueva York la muerte del
escritor alicantino, cambió el tema de su clase: …les hablé de Miró a aquellas entusiastas muchachitas de Hunter College.
Les hablé desordenadamente, como me dejaba la emoción, mezclando recuerdos
personales y apreciación literaria. Las cabecitas rubias se inclinaban afanosas
sobre la rutina de los cuadernos de apuntes. Mas una mano dejó la pluma; un
lindo rostro se alzó un momento hacia mí: tenía los ojos cuajados de lágrimas.
También yo he trasladado
esa emoción auténtica a los alumnos las veces que he comentado en clase el
capítulo XL de la biografía de Graciela Palau, “El Premio Nobel y la muerte de
Zenobia “[10]. No ha
sido una clase improvisada al hilo de los acontecimientos. No. Pero si
recordamos que yo fui testigo, en su momento, en Madrid, en circunstancias muy
especiales de mi vida, del tema que trataba, esa empatía con la autora del
relato, que se vuelca en él por la cercanía con que lo vivió, creaba en la
clase un especial clima de atención y silencio emocionados.
Recupero breves párrafos
del citado artículo:
Así murió Zenobia, dejando a un poeta en su hora gloriosa, para irse a
la gloria de otro Poeta.
Marchó en su último viaje tres días después de anunciado el
premio. Se fue un domingo, por la estela de una ilusión lograda. A Zenobia
siempre le gustaba salir de viaje los domingos. (...)
Cuando Zenobia expiró, se le oyó decir a Juan Ramón:
“Zenobia no está muerta. Ella es inmortal”. Tenía razón el poeta: vivirá como
su más bella poesía. Todos los que la conocieron a fondo saben que su vida fue
un poema perfecto en amor y devoción a su marido. (...)
Y pensando tal vez en ese poético milagro que fue la
muerte-vida de Zenobia, cuando a Juan Ramón le preguntaron poco después de
haberse ganado el Premio Nobel quién era su poeta favorito, contestó: “Dios”.[11]
b) En tierras manchegas
Nuevas sorpresas me
esperaban en Albacete para consolidar
esos indestructibles hilos cordiales de
que habla Dámaso y que unen al lector con el autor. En el curso 64-65,
(afortunadamente la primera y única vez en mi carrera profesional) tuve que
solicitar de modo precipitado un permiso por enfermedad, aquejada de una súbita
hepatitis vírica bastante grave. Me pronosticaron dos meses hasta su curación.
Desde la cama improvisé un plan de trabajo para los alumnos de “Lengua Española
y su Didáctica” que los tuviera ocupados durante mi ausencia. Giraba en torno a
Platero y yo. Una colega de
Instituto, que tuvo acceso al plan por un alumno mío, me preguntó sorprendida
en qué libro había encontrado tan interesante y sugestivo cuestionario. En mi cabeza y en mi corazón, donde tiene
lugar preferente el autor de Platero, contesté. Y mientras mis alumnos
gozaban con Platero [12]
yo lo hacía recitando
Solo tú me acompañas, sol
amigo.
Como un perro de luz lames
mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu
pelo de oro,
caída de cansancio….
.
Más agradable fue la
sorpresa hacia 1980. Un día, después de la clase en la que comenté la esquela
de Juan Ramón[13], se
acercó una alumna, Lourdes Hernández Cruz, y me dijo que ella me podía
proporcionar más textos inéditos, que la familia seguía publicando con motivo
de diversas celebraciones, gracias a su amistad con un vecino, sobrino del
poeta, Antonio Quintana Hernández-Pinzón. Tuvo la generosidad de regalarme
algunos originales, entre ellos un precioso cuadernillo editado en 1981, año
centenario del nacimiento del poeta. Mucho aproveché el material para componer
mis propios documentos de clase. Quiero traer aquí, de la publicación Tres poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez
en recuerdo y homenaje a Zenobia Camprubí Aymar- 1956-1966, el poema
titulado
Z E N O B I A
Me he convertido a tu cariño puro
como un
ateo a Dios.
¿Lo otro, qué vale?
Como un
pasado oscuro y andrajoso
puede
todo borrarse.
¡Borrarse, sí! Las rimas bellas
que no
cantan tu amor; sus matinales
alegrías
sin ti; sus tardes líricas
en cuya
paz no me miraste;
las
noches cuya clara luna llena
no
deslumbró tu candoroso ánjel.
El
cielo de tu gracia
será el
comienzo y el final. En balde
quieren
los lobos asaltar la cerca
en
donde tus ovejas blancas pacen.
No quiero más que un oro y es el oro
que
emanan tus sentidos inmortales.
¡Solo tú, solo tú! Sí, solo tú.
Yo no
he nacido, ni he de morir. Ni antes
ni
después era nada, ni sería
nada yo
sino en ti.
Y
los rosales
que has
colgado en mi alma -¡con qué encanto!-
a ese
sol viejo y nuevo me entreabren
sus rosas en
que el cielo se repite
cándido y
múltiple en sus cálices.
(De “Monumento de amor”,
1913-16)
Conservo los datos de una clase dedicada al poeta
con la lectura de poemas suyos e inmediata votación por parte de los alumnos.
Debían elegir los dos textos que más les hubieran emocionado en aquel momento.
Fue el 12 de enero de 1982 con un grupo de 40 alumnos. Destacaron los poemas Cuando yo era el niñodiós (21 votos) y ¿Tanto es lo que te pido, / Señor, que no
quieres oírme? (20 votos), este último de los publicados en la esquela que
recibí de la familia por medio del profesor Orti.
Encuentro,
entre desordenadas y antiguas notas de clase, una con la siguiente indicación: Nueva Estafeta, nº 1, diciembre 1978. Diario
Zenobia- Domingo 23 abril, Viernes 5 mayo, Lunes 19 junio, Jueves, 22, Sábado,
24, Domingo, 25, Lunes 31 de julio, Jueves 3 agosto, Jueves 10, Viernes 11.
Bueno será recordar, ahora
que con motivo del cincuentenario se anuncia nueva edición de los diarios de
Zenobia, a cargo de Graciela Palau de Nemes[14],
la primicia que supuso el trabajo de Arturo del Villar para el citado número de
Sigamos seleccionando; de
mi opción personal, conservada en la nota de clase, rescato cinco días que
considero ilustrativos:
Domingo, 23 abril[16].-
Voy a Misa Pontifical de Pascua. El gentío es enorme y solo logro entrar
gracias a la tarjeta que Miss Frith
me da para el pen de Mr. Nelly, que es el 20 de la izquierda
en la nave central, conque veo todo magníficamente y sin distracciones.
Llego a casa a las dos y J. R. y yo pasamos una tarde trágica leyendo o haciendo
ver que leemos. A las 6,30 estalla la tormenta, pero luego nos desahogamos, nos
entendemos y nos queremos mucho. Cenamos con mamá y por la noche volvemos aquí
a pie después de hacerle un buen rato de compañía. El Martha Washington está
todo florido. Hacemos nuestra visita nocturna a los magnolios.
Jueves, 22 junio.- Corpus Christi. Voy a misa de
seis y enseguida tomamos el tren para Sevilla. Juan Ramón defiende las últimas
perras con denuedo y gran dificultad. Llegada a Sevilla a la 1. Castellot y los
Buena Esperanza. Vamos a casa de Reyes, que nos acompaña en coche a ver el
Parque. Es un jardín encantador con efectos tan maravillosamente bonitos que no
quisiéramos irnos nunca. Damos un paseo por las Delicias, en donde la animación
es extraordinaria. Se diría que en Sevilla cada hijo de vecino era dueño de
coche o automóvil. Cena con nosotros Castellot y volvemos los tres a pasear de
noche por las Delicias. J. R. y yo nos quedamos dormidos en el coche.
Domingo, 25 junio.- Dormimos hasta la saciedad. Voy
a misa de once con Mamá Pura, siendo objeto de las miradas de todos los fieles.
Lo encuentro un poco excesivo. Nos pasamos todo el día jugando con los sobrinos
y conociendo parientes. Eustaquio me regala un relojito pulsera muy mono, y al
despertar yo por la mañana ya entra J. R. con dos rosas que Eustaquio ha traído
para mí de su jardín. Las niñas también me traen flores y por la tarde Eustaquio
me trae un ramo de rosas hermosísimas que ponemos con gran júbilo en el florero
de plata de Grace. A la caída de la tarde subimos en gran comité a la terraza.
La vista y la hora, inmejorable… J. R. y Eustaquio se ponen nerviosos con el
ruido y la charla de los chicos y señoras. Gran éxito: el Tinkertoy y las
Sombras Manos. Todos son tan buenos conmigo que no pueden serlo más. J. R. me
hace muy feliz.
Jueves, 10 agosto.- Trabajo toda la mañana en
ordenar armarios y el cuarto de baúles. Vigilo al carpintero, etc. Por la tarde
me entra morriña y soy un poco cobarde por primera vez. Le confieso a J. R. que
lloro porque me atormentan las deudas. Él se va triste. Continúo escribiendo
mis cuentos y llega mamá con una carta de
Viernes, 11.- Cobramos en
Doy fe de que mis comentarios en clase al Diario de Zenobia fueron de lo más
sabroso.
En la
primavera de 1990 fui invitada por un grupo de antiguos alumnos a presidir la
inauguración de
Decían que había leído mucho y que llegaría a obispo. Pero él solo
aspiraba a ser un buen cura de pueblo. Quería ayudar a las gentes sencillas con
su amor, con su ternura. Amaba al Creador en las cosas creadas: el mundo y los
seres vivientes, la tierra y los astros, la planta y el pájaro, la flor y el
insecto, el hombre y el árbol.
Llevaba en sus ojos la sal
y la luz de la tierra marinera, la gracia del azul Mediterráneo. Emprendió su
singladura tierra adentro, hacia las sierras donde nacen ríos que acaban en la
mar. Dejó la costa levantina y en un bello paraje serrano encontró el pueblo de
sus sueños.
Allí sería cura para
siempre. Su vida, un canto de alabanza a las bellezas de
Nuestro buen cura gustaba
de los versos y amaba a los poetas. Solía decir que el mundo entero debería dar
gracias a los escritores por los bellos libros que nos habían legado. También
él era poeta a su modo, cantando las maravillas del Universo. Cuando llegaba
Pero aquel año, 1958, en
plena estación primaveral, un 29 de mayo -eran las once de la noche- recibió
nuestro personaje una triste noticia. Apresuradamente avisó a la anciana
campanera: Rápido, a toda prisa, que
doblen a muerto las campanas. Don, don,
tolón, tolón, don, don... don, don... Los vecinos, asombrados, se preguntaban
qué ocurría, por qué muerto se avisaba a tales horas. El afligido clérigo
respondió a voces: ¿Acaso no habéis
escuchado la noticia por la radio? ¡Ha muerto Juan Ramón Jiménez, el poeta de
Moguer, el andaluz universal, Premio Nobel de Literatura, el cantor de Platero,
del mar y del amor...!, ¡todas las campanas del mundo deberían a esta hora
doblar por él!
Como me lo contaron lo he escrito. Don Fulgencio
se llamaba el cura, Lorente su apellido. Había nacido en Cartagena y ejerció su
ministerio sacerdotal durante casi cincuenta años en un bellísimo pueblo de
Hernández-Pinzón[18]
nos cuenta sobre don Fulgencio:
“Como dato curioso, también
debo señalar que don Fulgencio Lorente, párroco de Yeste (Albacete), anunció a
sus feligreses y celebró este premio Nobel con repique general de campanas”
Observemos que mi fábula (creada
con datos fidedignos) sucede en 1958 y la noticia de Hernández-Pinzón remite a
1956. Hubo campanas de gloria y campanas de luto. Son compatibles ambos textos,
más bien complementarios.
3.
Jubilación activa (desde octubre de 1992)
Liberada del compromiso diario
con la docencia por jubilación voluntaria anticipada[19],
disfruto de libertad para escribir e investigar en lo que me agrada sin
imposiciones ajenas a mi propia voluntad. En este tiempo no me he olvidado de
JRJ y Zenobia.
a) Cuando murió mi madre.
El 21 de noviembre de 1998,
cuarenta años después que Juan Ramón, murió mi madre a los 99 de su edad,
lúcida hasta el final. Ese mismo día escribí unos versos que serenaron mi
dolor. Los titulé Elegía gozosa por una
madre muerta.
Me vino a la memoria el
tan aprovechado tríptico que la familia de los Jiménez había editado y lo tomé
como modelo exacto en cuanto a forma externa. Es verdad que en el contenido mis
versos quedaban mal parados si se comparaban con los textos de Juan Ramón.
Pero, sin complejos, los llevé a la imprenta y con ellos se confeccionó el
recordatorio de nuestra familia. Quienes los recibieron alabaron mucho nuestro
gusto. La “fermosa cobertura”, a la que se añadía una foto de mi madre joven
-era una auténtica belleza-, dio a los textos verdadera prestancia. Además
incluimos también un poema que el Arcipreste de
Corazón invencible,
por fin te alcanzó el rayo de la muerte.
Te vas, madre, y el llanto
fluye como el amor que derramaste
pues cuando más se vive, más se ama.
Solo
soportable han de hacer la despedida.
Se nos hará el dolor acción de gracias
por tu fecunda vida, de amor llena.
............................
b) Platero y yo apócrifo
Al
haber sido galardonado, en 1997, con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales el profesor Martín de Riquer, en una entrevista que concedió al diario
ABC, a la pregunta ¿Cómo escribe usted?
respondió: Antes escribía con dos
máquinas de escribir, una para el texto y otra para las anotaciones. Ahora lo
hago con un híbrido de ordenador que se llama “Pepito”.
Comentando
esta noticia, en artículo inédito fechado el 14 de mayo de dicho año, escribí: Me ha emocionado comprobar que el gran
humanista ha tenido la misma idea que yo al “bautizar” a su ordenador; modestia
aparte, creo que tú has sido “bautizado” con algo de más ingenio, porque
despacharse con un “Pepito” tampoco tiene mucho mérito. Donde se pongan
Nefertiti y Miguel Ángel, alias “Rucio” y “Platerillo”….
En el mismo artículo, más arriba comentaba: Estoy encantada con Miguel Ángel, se me ocurren tantos sobrenombres que
lo voy a marear. Ayer lo de “Rucio” me parecía definitivo; hoy pienso que es
más tierno llamarlo “Platero”, “Platerillo”. Se me ha ocurrido recordando el
pasaje en el que los niños llevan a la escuela al “Platero” de Juan Ramón. A mi
escuela tendrá que venir este avispado mozo que mucho sabe de ratones, iconos,
impresoras y herramientas pero está a un nivel léxico impresentable.
Ignoro
en qué fecha Martín de Riquer “bautizó”
a su Pepito. En mí la costumbre viene
desde 1993; un 18 de febrero se me ocurrió llamar Nefertiti, en abreviatura Néfer,
a la primera computadora que manejé desde 1991[20].
Interlocutor inevitable en muchos de mis artículos llegó a ser muy conocida; su
nombre ha merecido la fama de la letra impresa en alguno de mis libros.
Modernicé
mi sistema informático adquiriendo en 1997 un nuevo ordenador al que, de
inmediato, di un primer nombre, Miguel
Ángel por la admiración que siento por el gran artista italiano. Poco ha
durado este nombre, demasiado altisonante. Lo suplantó Platero hasta fecha muy próxima en la que, como el auténtico, el de
Juan Ramón, ha sido arrebatado por la muerte.
Han
sido nueve años de confidencias. Se podría componer un abultado libro con todos
los artículos en los que aparece su nombre. Afortunadamente quedarán muchos
papeles inéditos. Basta con lo publicado para que mi Platero sea tan personaje literario como el de JRJ, aun situado a
años luz del “original” en cuanto a gloria y fama. Veamos dos botones de
muestra:
Me avisa
el sabio diccionario de Platero que no existe en su almacén el vocablo con que
he titulado el artículo. Ya lo sé, querido amigo, ni en el tuyo ni en el de
No teórico sino caso práctico traigo a
tus teclas, Platero. Con él comienzo un nuevo año de escritura, 2004, en el día
de
De
mis papeles inéditos, tal vez vea la luz un día el artículo Gutenberg vivo, escrito el 22 de febrero
de 1998 y que comienza con este romance:
No te me enfades, Platero / no te enfades, Platerillo,
- y cuidado que me cuesta / llamarte como al
borrico
que el poeta de Moguer / inmortalizó en su libro;
al menos en Nefertiti / existía un parecido,
en sombras y de perfil, / con el gran tesoro
egipcio.
En tu caso, solo puedo / apoyarme en lo afectivo
pues eres mi confidente, / mi compañero y amigo
en esto del escribir / como lo fue el borriquillo
en quien Juan Ramón Jiménez / depositó su cariño;
voy a cerrar el paréntesis / Y volver a mi principio. -
Decía, amigo Platero, / que tu informático oficio
no ha llegado a suplantar / en absoluto al
antiguo,
el que inventó Gutenberg / superando al
manuscrito.
Y pasemos a la prosa, / que ya cansa el octosílabo….
Otro 22,
en el mismo año pero en el mes de octubre, undécimo aniversario de la muerte de
mi padre, comenzaba un artículo, que titulé Sigue
creciendo mi videoteca, dialogando
una vez más con Platero:
Dos meses de paro forzoso, Platero,
perdóname. Hoy es día de recuerdos y a ti acudo, mi interlocutor paciente. (...)
Para que te hagas una idea, Platero, piensa
en la enorme capacidad de tus archivos y proyéctala hacia el exterior -si
puedes, perdona que dude- convertida en estuches rectangulares que avasallan
espacio en estantes, repisas, cajones, armarios… la locura (….) Y siguiendo con
las coincidencias -vaya número de efemérides que acumulo, Platero, te darás un
atracón de Historia- hoy, 22 de octubre, se cumplen cien años del nacimiento
del gran Dámaso Alonso, tan ligado a mi vida profesional por medio de su obra
(….)
Sigue
inédito este texto que terminaba así:
Vivir, morir, soñar, recordar. Platero, ha
sido un placer redimirte del paro. Cuenta con un contrato, a tiempo parcial, de
momento. No puedo hacerlo indefinido por no serte infiel. Cada día tiene su
afán.
Lo que
yo no sabía entonces era que a mi madre le quedaban escasos treinta días de
vida.
La de Platero, el mío, el
apócrifo, se extinguió una mañana de primavera, como la vida de Juan Ramón.
He tenido que cambiar la
computadora por otra de pantalla plana, hay que estar al día, aunque la
información acumulada en el disco duro de Platero queda a buen recaudo en el
nuevo aparato.
Cuando los técnicos
abandonaban mi estudio cargados con el desechado material metálico, caí en la
cuenta de que iban a enterrar a Platero y sentí la necesidad de dedicarle una
elegía con la que termino esta placentera a la vez que nostálgica evocación, en
el cincuentenario del Premio Nobel concedido a Juan Ramón Jiménez y la muerte de Zenobia.
Muerte - vida de Platero
No he llorado por
ti,
mi querido
Platero.
Tu muerte, ese
amasijo de metales,
ni siquiera
merece
blando cobijo de
la madre Tierra
al pie de un pino
en tierras de Moguer.
Todo esqueleto,
ya desconectado
de la energía que
te daba vida,
esperas en Averno
misterioso
rayo que te
fulmine y desvanezca.
No he llorado por
ti porque tu cuerpo
se marchó sin tu
alma, que en mí queda
¡Prodigio de la
ciencia!
No podré
saludarte
en los prados
celestes,
mas me queda tu
alma en disco nuevo;
figura femenina
lo sustenta.
Su feliz
natalicio celebramos.
¿Sabes cómo se
llama?
Te lo voy a
decir: Juana Teresa.
(Larga historia
el por qué de dicho nombre,
pronto la he de
contar en llana prosa. )
Ya somos tres -
¿o cuatro?;
Nefertiti a
distancia nos contempla-.
También yo dejaré
las vestiduras:
quedará mi
palabra en vuestras manos;
convertidla en
semilla que florezca.