REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


CÓMO ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON LA CULTURA

WOODY ALLEN

(Barcelona, Círculo de Lectores, 2002)

 

         Llegué a casa de Helmholtz a las once en punto, y la criada me comunicó que el doctor estaba en su dormitorio horadando. En el estado febril en que me encontraba, creí que la criada había dicho que el doctor estaba en su habitación orando. Pero pronto todo se confirmó, y Helmholtz estaba horadando frutos secos. Tenía grandes puñados de frutos secos en cada mano y los apilaba al azar. Cuando le pregunté qué estaba haciendo, me dijo:

         Ajj…, si todo el mundo horadara frutos secos!

         La respuesta me sorprendió, pero pensé que era mejor no insistir. Cuando se acomodó en su sillón de cuero, le pregunté sobre el periodo heroico del psicoanálisis.

         - Cuando conocí a Freud por primera vez, yo ya estaba dedicado al estudio de mis propias teorías. Freud estaba en una panadería. Quiero decir que intentaba comprar Schneken, pero no podía. Freud, como usted sabe, no podía pronunciar la palabra Schneken porque le producía una tremenda vergüenza. “Quisiera unos pasteles, de esos”, decía señalándolos. El panadero respondía: “¿Quiere decir estos Schneken, Herr professor?”. Cuando eso sucedía, Freud se ponía colorado y se alejaba murmurando: “Hem, no… nada…, no tiene importancia”. Compré los pasteles sin el menor esfuerzo y se los llevé como regalo a Freud. Nos hicimos buenos amigos. Desde entonces, he pensado que cierta gente se avergüenza de decir ciertas palabras. ¿Hay alguna palabra que le avergüence a usted?

         Le expliqué al doctor Helmholtz que no podía decir “langos-tomate” (un tomate relleno de langosta) en un restaurante donde este plato era la especialidad. Helmholtz  encontró que esa palabra era lo suficientemente imbécil como para romperle la cara al hombre que la había inventado.

(pp. 118-119)