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LA LLAVE DE CRISTAL
DE DASHIELL HAMMETT
Iván Martín Cerezo
(Universidad Autónoma de Madrid)
No hay dudas de que la obra literaria
de Hammett, y en concreto
las cinco novelas que escribió, representa uno de los
pilares del género policiaco.
Hoy día no se puede entender este género sin la gran
aportación e influencia que supusieron sus escritos
de corte detectivesco y bien se ha dicho que la llamada
corriente realista del género nació con él. En este
trabajo nos ocuparemos de la novela que Hammett
más estimaba, La llave de cristal, aunque no quisiéramos
dejar de mencionar las otras: El
halcón maltés (considerada junto con la anterior
sus mejores obras), Cosecha roja, El hombre delgado y La maldición
de los Dain.
No es nuestro propósito extendernos en
una amplia biografía sobre Hammett,
que se puede encontrar con sólo poner su nombre en cualquier
buscador de Internet, pero hay algunos aspectos de su
vida que sí influirán en su obra y en los cuales queremos
detenernos antes de pasar a la obra que nos ocupa.
Dashiell Hammett nace el 27 de mayo de 1894. A la temprana edad de
catorce años tiene que comenzar a trabajar y a los veintiuno,
en 1915, ingresa en la Agencia Nacional de Detectives
Pinkerton, convirtiéndose
así en detective. Esta agencia, el cuerpo privado de
seguridad más grande del país, nace para complementar
el trabajo de los organismos de seguridad del estado,
tanto federales como locales. Su actividad consistía,
principalmente, en llevar a cabo el trabajo sucio: seguir
a dirigentes obreros para informar de sus actividades,
dar alguna que otra paliza a los trabajadores, hacer
que las huelgas se vinieran abajo… y Hammett
no estuvo exento de estas actividades. De esta forma,
conocería de primera mano cada recoveco del sistema
capitalista norteamericano y los medios utilizados para
hacer frente al movimiento obrero.
Estaría un tiempo en esta agencia hasta
el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando se
alista en el ejército y debido a una gripe que degeneró
en tuberculosis pasa en cama la mayor parte del conflicto.
En 1921 vuelve a la Pinkerton
únicamente por un año, ya que su enfermedad le obligaría
a dejar el trabajo y a comenzar a escuchar la llamada
de las musas, que le llevó a publicar en 1923 su primer
relato, bajo el pseudónimo de Peter
Collinson, titulado Arson Plus en la popular revista Black Mask. También por esta época se despierta
su afición por el alcohol, algo que arrastrará toda
su vida junto con su enfermedad. Siguió escribiendo
relatos cortos y en 1929 aparece su primera novela protagonizada
por el Agente de la Continental, Cosecha roja. A partir de aquí llegaron las cuatro siguientes: La maldición de los Dain
en el mismo año, El
halcón maltés en 1930, La
llave de cristal en 1931 y El hombre delgado en 1934. Fue en este
año cuando su inspiración prácticamente se agotó y no
volvería a escribir ninguna novela más.
Por los años treinta aterriza en Hollywood seducido por la fortuna que ganaría como guionista,
cosa que hizo y que se encargó de despilfarrar, aunque
viviría de los derechos radiofónicos de sus personajes.
También por esos años es cuando se afilia al Partido
Comunista, debido en gran medida al conocimiento que
tenía de la maquinaria capitalista, cosa que le llevó
a pasar un tiempo en la cárcel (al poco tiempo de su
vuelta de la Segunda Guerra Mundial en la que también
se alistó) en 1951 tras una caza de brujas anticomunista
y un año después fue obligado a declarar ante el Comité
de Actividades Antiamericanas de McCarthy con la amenaza de acabar de nuevo en la cárcel y
rodeado de un ambiente cargado de odio y persecución.
En 1961 y a causa de un cáncer de pulmón, muere en Nueva
York en el apartamento de la que fue su compañera sentimental,
Lilian Hellman.
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Bastan estas pocas líneas de la vida de
Hammett para ver cómo su actividad
profesional en la Pinkerton le sirvió para conocer de cerca los métodos de investigación
del detective profesional, basado principalmente en
la rutina asociada a este trabajo: vigilancias, cooperación
con las fuerzas del orden locales, interrogatorios,
ir a la escena del crimen una y otra vez, etc.; aunque
también le sirvió para ver de cerca cómo se las gastaban
para finalizar con las huelgas. Por otro lado, la sociedad
norteamericana de esos años era una sociedad completamente
corrupta donde las luchas por el poder entre bandas
eran constantes y la delincuencia urbana crecía vertiginosamente.
Y Hammett la conocía bien. Había visto las entrañas de la bestia
y su testimonio resulta incuestionable. Y todo lo trasladó
a su obra:
Durante cuarenta años,
Eliu Willsson, el Viejo,
padre del que había muerto aquella noche, fue el dueño
de Personville, en corazón,
alma, piel y entrañas. Era presidente y accionista mayoritario
de la Personville Mining
Corporation, así como del First
National Bank, propietario del Morning Herald y del
Evening Herald,
los únicos periódicos de la ciudad, y copropietario
al menos de todas las demás empresas de alguna importancia.
Aparte de estos bienes, era propietario de un senador
de Estados Unidos, de un par de diputados, del gobernador,
del alcalde y de la mayor parte de los diputados del
Estado. Eliu Willsson era
Personville y casi todo el
Estado.
[...] La huelga duró
ocho meses. Se derramó con abundancia de sangre de ambos
lados. Los sindicatos tenían que derramarla ellos mismos.
Eliu, el Viejo, empleó a pistoleros y esquiroles, a
la Guardia Nacional y hasta a destacamentos del ejército
regular para hacerlo. Cuando se descalabró al último
obrero y cesó la rotura de costillas a patadas, la organización
laboral de Personville tenía
tanta fuerza como un cohete que ya ha sido disparado.
La llave de cristal
Humo, mucho humo. Ned
Beaumont enciende un cigarro,
el senador Ralph Bancroft Henry enciende un
cigarro, Paul Madvig
enciende un cigarro, Shad
O’Rory enciende un cigarro… Una ciudad cualquiera en
una sociedad concreta. Dos bandas rivales que se disputan
el poder de la ciudad. Dos políticos que se disputan
el poder de la ciudad. Y Ned
Beaumont.
La acción de este relato se sitúa en un
ambiente preelectoral donde dos bandas rivales, comandadas
cada una de ellas por Paul
Madvig y Shad O’Rory, luchan por hacerse con el control de la ciudad
y por poner al mando a su marioneta correspondiente:
Ralph Bancroft
Henry y Bill Roan respectivamente.
En medio de este ambiente, Ned
Beaumont se verá forzado a investigar un homicidio, el del
hijo del senador Henry, y descubrir quién fue el culpable
del mismo, pese a que los resultados de la investigación
puedan dar un giro a los resultados electorales. De
Roan sólo sabremos su nombre, pero de Henry ya se nos
dice que es un hombre sin escrúpulos al que únicamente
le interesa hacerse con las elecciones por encima de
todo:
—Afortunadamente—
prosiguió Beaumont—, el senador
no nos dará mucho que hacer. No se preocupa por nada,
ni aun por usted ni por el hijo muerto; lo único que
le interesa es ser reelegido, y sabe que sin Paul
no lo conseguirá.
Se interrumpió para
reír, y luego dijo:
—Es eso lo que le
ha llevado a representar el papel de Judit, ¿no? Pues
sepa que su padre no romperá con Paul,
aun cuando le supiese culpable, hasta que las elecciones
se hayan ganado.
Beaumont es
el guardaespaldas de Madvig,
y también su mejor amigo, como no para de recordarlo
la madre de éste último a lo largo de toda la historia.
Madvig está enamorado y pretende
casarse con Janet, la hija
del senador Henry. Taylor, el hijo del senador, es el novio, hasta
que le matan, de Opal, la hija de Madvig,
quien además se opone enérgicamente a esta relación.
A partir de que Beaumont encuentre el cadáver de Taylor Henry tirado en la
calle. todos los indicios apuntarán a Madvig
como el responsable del crimen, a pesar de que Beaumont
no crea que sea así y encamine su investigación a descubrir
quién fue el verdadero culpable. Todos creerán que fue
Madvig quien lo cometió, incluso
su propia hija. Beaumont investiga
y al final la hija de Henry, Janet,
le ayuda en su investigación. Madvig
le confiesa a Beaumont que fue él quien mató a Taylor, pero finalmente y
con la colaboración de Janet
descubre que fue su propio padre, el senador Henry,
el que cometió el crimen y que Madvig lo único que pretendía era encubrirle.
Beaumont es el nuevo tipo de detective que crea Hammett. Ya no realiza una investigación a través de un proceso
racional sin apenas tener la necesidad de moverse. Al
contrario, Beaumont necesita moverse por el espacio narrativo para hablar,
interrogar a los personajes, para descubrir nuevas pistas,
para mostrar una sociedad corrupta donde los gánsteres
son los verdaderos gobernantes y los políticos y las
personas que estos designan son meras marionetas a su
servicio, como ya hemos visto con el senador Henry,
quien sin la ayuda de Madvig
no podría ganar las elecciones; como se puede ver con
el fiscal del distrito Michael Joseph Farr; y como se puede ver con tantos otros.
Y todo se nos muestra, con excepcionales
diálogos, a través de una narración libre de amplias
descripciones, a través de frases como latigazos, en
lo que podríamos llamar un estilo impresionista, que
se deja ver en una prosa ágil, llena de pinceladas breves,
donde ya no es necesaria la precisión descriptiva para
tener una visión clara y vertiginosa de la realidad
que describe, dada a fogonazos, a parpadeos, a pinceladas
rápidas que retratan el momento preciso que se está
desarrollando. Un estilo que retrata de manera inmediata
y fiel la realidad desde la misma realidad, desde la
calle, es decir, a través del recorrido que realiza
el detective hasta llegar a la solución del caso.
Volvió a rebullirse
en el sofá hasta quedar con el codo izquierdo apoyado
y la cabeza descansando sobre la mano. El teléfono continuaba
sonando. Los ojos de Beaumont,
inexpresivos y cansados, recorrieron de nuevo la habitación.
Las luces estaban encendidas. Al otro lado de una puerta
abierta descubrió los pies de Fedink, tapados por una manta, que sobresalían del sofá-cama.
Se sentó gruñendo.
Se metió los dedos en el cabello oscuro y revuelto y
se apretó las sienes entre las palmas de las manos.
Tenía los labios resecos y cubiertos de una costra oscura;
se pasó por ellos la lengua e hizo un gesto de repugnancia.
Entonces se levantó, tosiendo ligeramente, se quitó
los guantes y el abrigo, los arrojó sobre el sofá y
entró en el cuarto de baño.
Al salir se acercó
al sofá-cama y miró a Fedink.
Ésta, boca abajo, dormía profundamente, con uno de los
brazos medio cubierto por una manga azul, doblado por
el codo y rodeándole la cabeza. El timbre del teléfono
había parado de sonar. Beaumont,
ajustándose la corbata, volvió al gabinete.
En la mesa, entre
dos sillas, vio una caja abierta y dentro tres cigarrillos
Murad; cogió uno, murmurando
con displicencia: «¡Lo mismo!». Luego encontró una cajita
de cerillas, encendió el cigarrillo y entró en la cocina.
Llenó un vaso grande con el zumo de cuatro naranjas
y se lo bebió. Después hizo café y se tomó dos tazas.
Como
vemos, una forma de narrar que tiene mucho que ver con
el cine y que se relaciona con la estructura totalmente
cinematográfica que recorre este relato, donde los capítulos
se suceden como si de diferentes escenas de una película
se tratase y donde sólo sabemos aquello que tiene que
ver con la acción principal, suprimiéndose cualquier
digresión y toda analepsis
que pudiera hacernos juzgar antes de tiempo la situación
descrita y a los personajes que recorren la novela.
A través de sus páginas nos sumergimos
en el mundo que hay detrás de la aparente realidad que
se nos intenta mostrar, un mundo en el que la violencia
es la moneda de cambio para llegar al poder, donde la
corrupción está presente en cada estamento de la sociedad,
un mundo en el que la dignidad humana se pisotea de
forma continua. Esta es la sociedad norteamericana que
podemos ver en las páginas de Hammett,
a pesar de que nos encontremos con la figura de un detective
con un código de valores muy personal, que es capaz
de llamar a las cosas por su nombre, que sabe cuál es
su lugar en el mundo, y de personas que quieren despertar
del sueño americano.
Hammett retrata
un mundo en el que Beaumont
no se siente a gusto, aunque sabe que tiene que vivir
en él. Una ciudad de la que Janet, tras conocer que fue su padre el que cometió el crimen
y que quería enmascararlo, necesita escapar y su única
salida es irse a Nueva York con Beaumont,
a pesar de que su sueño le anticipe que nunca escapará
del todo porque siempre habrá serpientes que podrán
romper cualquier instante de felicidad:
—[…] Estábamos usted
y yo…, en mi sueño, quiero decir…, perdidos en un bosque,
cansados y muertos de hambre. Andando, andando, llegamos
a una casita y llamamos a la puerta, pero nadie respondió.
Tratamos de abrir, pero la puerta estaba cerrada. Entonces
asomamos la cabeza por una ventana y vimos que dentro
había una gran mesa, y encima de ella toda clase de
manjares que uno pueda figurarse, pero no podíamos entrar
ni aun por las ventanas, porque estaban enrejadas. Volvimos,
pues, a la puerta, y llamamos de nuevo una y otra vez,
sin que nadie contestara. Pensamos entonces que tal
vez la llave estuviera debajo del felpudo; miramos,
y, en efecto, allí estaba. Pero al abrir la puerta vimos
que el suelo estaba lleno de serpientes, a cientos,
que no habíamos descubierto desde la ventana, y que
se arrastraban hacia nosotros, reptando ágilmente. Cerramos
de un portazo y echamos la llave; nos quedamos aterrorizados
escuchando el silbido de los reptiles y el chocar de
sus cabezas contra la puerta. Entonces, usted propuso
que la abriéramos y nos escondiéramos; posiblemente
de tal modo saldrían las serpientes y se alejarían de
allí. Así lo hicimos. Ayudada por usted, trepé al tejado,
que en ese momento del sueño era bajo, sin que antes
me hubiera fijado en él. Abrí, y todas las serpientes
salieron. Nosotros esperamos en el tejado, conteniendo
la respiración, hasta que el último de los reptiles
se hubo perdido de vista en el bosque. Después saltamos
al suelo, apresurándonos de entrar y cerrar…
—No te acabé de explicar
que, en aquel sueño, la llave era de cristal. Se quebró
en nuestras manos apenas conseguimos abrir la puerta,
porque la cerradura estaba oxidada y tuvimos que forzarla.
—¿Y qué? —preguntó
él, mirándola de reojo.
—Que no pudimos evitar
la entrada de las serpientes —dijo ella, estremeciéndose—.
Se nos echaron encima, y entonces desperté dando gritos.
El sueño
de Janet desvela la clave
del título. La llave de cristal es una llave que abre
puertas, pero tan frágil que apenas puede cerrarlas
para no dejar pasar lo que uno quiere dejar fuera. Una
llave que simboliza el delicado hilo que une los lazos
de poder, que une a las personas, y que en cualquier
momento puede quebrarse para dejar expuestas a las personas
frente a las serpientes. Janet se va de la ciudad a Nueva York con Beaumont tras haber resuelto éste el enigma. Beaumont resuelve el enigma y pone tierra de por medio. Ya
no le interesa seguir en la ciudad. Sabe que no se castigará
al culpable, ya que por “su edad, su posición y las
circunstancias, le servirán de mucho. Seguramente que,
una vez convicto, la causa dormirá o será sobreseída”, que no puede cambiar las cosas ni
la sociedad en la que vive por mucho que traten de disfrazarla.
Y que tras su marcha seguirá habiendo humo, mucho humo.
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