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U. D. de Historia de la Medicina Fotos de la Universidad
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Unidad Docente de Historia de la Medicina

Departamento de Ciencias Sociosanitarias

Anfiteatro anatómico (Pabellón de autopsias) de Cartagena

 

Exposición virtual

EL ANFITEATRO ANATÓMICO (PABELLÓN DE AUTOPSIAS) DE CARTAGENA (1768), PRIMER EDIFICIO DOCENTE DE LA REGIÓN DE MURCIA PARA LA ENSEÑANZA DE LA MEDICINA Y LA CIRUGÍA[1].

 

  

José Miguel Sáez Gómez.

José López González.

Pedro Marset Campos.

 

  

Para ver las ilustraciones, seleccione el enlace correspondiente.         

 

  

 

Unidad Docente de Historia de la Medicina

Facultad de Medicina, Universidad de Murcia.

Campus Universitario de Espinardo.
Apdo. correos 4021
30080 Murcia
Tf. 968367179 Fax 968364150

 

 

 

PALABRAS CLAVE: Historia de la Medicina, Historia de la cirugía, Historia de la Anatomía, Enseñanza de la Anatomía, Anfiteatro Anatómico, Cartagena, Murcia, Mateo Vodopich, siglo XVIII.

 

  

 

Murcia, octubre de 2005

 

1. Introducción.

 

El edificio que hoy se conoce como “Pabellón de Autopsias”, en Cartagena, situado junto al Hospital de Marina es una edificación característica del siglo XVIII español, no sólo desde el punto de vista arquitectónico, sino también de lo que significa desde el punto de vista cultural y científico. Construido con expresa intención docente, esta institución es una más de las consecuencias del proceso de modernización que trataron de impulsar los Borbones desde su ascenso al trono de España y en el que tuvo un papel protagonista el murciano José Moñino y Redondo (1728-1808), Conde de Floridablanca, al frente del gobierno como Secretario de Estado entre 1777 y 1792 desde las posiciones ideológicas y políticas del Despotismo Ilustrado.

 

Muchas de las aportaciones y prácticas científicas del siglo XVIII español están relacionadas con los cuerpos armados del Estado[2] y concretamente la reforma de la enseñanza quirúrgica es la materialización de la preocupación de la administración española por contar en la Armada con unos profesionales bien formados para atender a los marinos en las “afecciones externas” que eran el campo de trabajo de la cirugía. Esta preocupación supuso una auténtica revolución en la profesión quirúrgica y de manera indirecta, también en la médica. Las instituciones donde esta revolución se llevó a cabo fueron los anfiteatros anatómicos de Cádiz y Barcelona, seguidos inmediatamente en el tiempo por los de Cartagena y Ferrol.

 

Se presenta en este artículo, el proceso que llevó a la creación de este anfiteatro, en conexión con la historia de la cirugía y de su enseñanza en España.

 

 

2. Las autopsias en la medicina española.

 

En toda Europa, la disgregación social que supuso la Edad Media, llevó a la pérdida de la mayor parte de las actividades de la práctica científica, entre ellas las relacionadas con la medicina. A esta dificultad se sumaron, especialmente en ciertas ramas de la medicina, otras razones de orden ético y religioso. Así, la práctica de autopsias (“ver con los propios ojos”) o de disecciones anatómicas (“separar con cortes”) dejó de realizarse, aunque no totalmente. Si bien de forma restringida, tanto los médicos musulmanes como los cristianos del occidente europeo y español a partir del siglo XIII, las llevaron a cabo.

 

Paulatinamente la práctica de autopsias y disecciones fue normalizándose a partir de la creación de las Universidades, si bien, de nuevo, existieron limitaciones intelectuales que impidieron el progreso del conocimiento anatómico. La máxima referencia de este saber fue, todavía en los últimos tiempos de la Edad Media, la obra del médico romano Galeno, más o menos adornado por los autores árabes. El resultado fue un empobrecimiento del conocimiento que se pone de manifiesto, por ejemplo, en la ilustración anatómica medieval.

 

A partir del Renacimiento, la práctica de autopsias y estudios anatómicos recibió un nuevo impulso. A él no fue ajeno el hecho de que la cada vez más frecuente realización de autopsias llevara al descubrimiento, por parte de algunos autores, de errores en el conocimiento galénico “oficial” acerca de la normal estructura y función del cuerpo humano. Tampoco fue ajena la influencia del arte: pintores y escultores deseaban representar de manera fiel el cuerpo humano y ello supuso la necesidad de un conocimiento anatómico preciso. Muchos artistas como Miguel Ángel o Leonardo estudiaron anatomía e incluso practicaron autopsias y estudios anatómicos.

 

En el terreno médico, el punto de inflexión lo representa la obra de Andrés Vesalio (1514-1564), un belga médico en la corte española de Carlos V y Felipe II, que revolucionó la enseñanza y la práctica de la anatomía con sus nuevos métodos docentes, con la disección que realizaba con sus propias manos sobre cadáveres humanos y con su texto De humani corporis fabrica –Sobre la estructura del cuerpo humano (1543)- que suponía un auténtico programa de investigación enfrentado a la autoridad de Galeno.  La estela de Vesalio en la indagación sobre la estructura del cuerpo humano fue seguida por numerosos médicos y cirujanos que fueron completando los conocimientos actuales en anatomía descriptiva. Así, Pedro Jimeno y Luís Collado, ambos discípulos españoles de Vesalio, hicieron de la Universidad de Valencia la segunda, después de la de Padua, en seguir las nuevas corrientes, pronto asumidas además por otras Universidades y escuelas españolas[3].

 

Merece la pena citar además la obra del sardo-catalán Juan Tomás Porcell (1528-1583), médico que con motivo de la epidemia de peste que padeció Zaragoza en 1564, practicó autopsias en los cadáveres, no con la intención de la investigación anatómica, sino a la búsqueda del rastro de la enfermedad en el cuerpo humano.

 

En contraste con el florecimiento del siglo XVI, el del Barroco fue de decadencia para la medicina española. La práctica de autopsias, ya con intención diagnóstica, ya de investigación o estudio anatómico, se estancó en unas instituciones docentes, las Universidades, a su vez paralizadas en el terreno científico. Nos interesa destacar aquí la figura de José García Hidalgo[4], pintor nacido en Murcia que inició su actividad artística a mediados del siglo XVII y publicó en 1693 un atlas de anatomía artística, Principios para estudiar del nobilísimo y real arte de la pintura, con todo y partes del cuerpo humano, en el que recomienda como referencia a Miguel Angel, Rafael, Durero, Cousin, y los tratados de Anatomía humana de Vesalio y del español Juan Valverde de Amusco, autor este último de uno de los tratados de anatomía (ya anatomía vesaliana) más difundidos. García Hidalgo, sin embargo, también renegaba de la subordinación de la pintura a la anatomía; el libro tiene 77 láminas anatómicas que intentan la representación del cuerpo en movimiento y las diferencias particulares entre sexos y edades.

 

 

 

3.  La formación de los profesionales sanitarios en el siglo XVIII.

 

Distintos tipos profesionales ejercían su trabajo durante el siglo XVIII en relación con el cuidado de la salud humana. La referencia obligada es el médico, con formación universitaria ya que de hecho la de Medicina, junto a las de Derecho y Teología, fue la primera “Facultad” en ser creada en la Baja Edad Media cuando aparecieron las Universidades. Aunque con un cierto y excepcional acercamiento a la práctica y a los intentos de reforma de los Borbones, su formación fue fundamentalmente teórica[5]. Tanto es así que algunas Universidades españolas llegaron a otorgar títulos de médico sin tener cátedras de medicina.

 

La de cirujano fue una ocupación distinta y diferenciada. Desde muy antiguo, al mismo tiempo que la medicina se vestía de teoría, la práctica quirúrgica fue siendo considerada como una habilidad manual secundaria y, en muchos casos, subordinada a la del médico. Pero todavía por debajo del cirujano existieron otros oficios prácticos que se ejercieron durante el siglo XVIII: parteras, sangradores, algebristas… Un amplio conjunto de trabajadores empíricos, con una formación exclusivamente práctica y no reglada.

 

Para acceder a la Facultad de Medicina, era preciso obtener previamente el título de Bachiller en Artes. Este permitía la asistencia a las clases y a su vez ello proporcionaba la posibilidad de presentarse a los ejercicios de grado (bachiller, licenciado y doctor en medicina). El título de bachiller, obtenido tras cuatro cursos en la Facultad y un examen, ya daba derecho al ejercicio profesional. Durante todo el siglo XVIII existió un movimiento entre profesionales e intelectuales (Martín Martínez, Feijoo, Diego Mateo Zapata, el Padre Rodríguez) que criticaba la formación teórica y propugnaba una supremacía en la medicina de los estudios anatómicos, la preparación clínica y el dominio de la terapéutica; en definitiva, un mayor énfasis en los aspectos prácticos de la enseñanza de los profesionales.

 

Señalaba Feijoo (1676-1764) que el estudio de la Medicina debiera empezar por “una descripción particularizada, clara y sensible de todas las partes, tanto sólidas, como líquidas, de que se compone el cuerpo humano, juntamente con la explicación de la acción y uso de cada una [...]” (Cit. Granjel, 1979, 49)[6]. Para el murciano Zapata[7] (1664–1745), la anatomía, con una concepción mecanicista que le hace comparar el cuerpo humano con “un artificio mecánico o máquina hidráulico-mecánica”, es fundamental para la práctica clínica y quirúrgica (“...¿cómo no había de ser preferida la anatomía cuando es imposible ser cirujano sin la inteligencia de ella?”). Sin embargo y a pesar de diversos intentos de reforma, la enseñanza en las Universidades españolas siguió la misma tónica antes señalada.

 

La formación reglada en cirugía, de forma diferenciada claramente de la medicina, por su parte, no se puso en marcha hasta la creación de los Colegios de Cirugía. Los Reales Colegios de Cirugía fueron la institución docente más importante del siglo XVIII. Desde su fundación en Cádiz (1748) y Barcelona (1760), pero especialmente bajo el reinado de Carlos III y a instancias de Campomanes se convirtieron en el motor de la formación y de la recuperación del prestigio de la cirugía como actividad curadora. A los mencionados siguieron los de San Carlos en Madrid (1780) y los de Burgos y Santiago (1799). Al contrario que la universitaria, su formación tuvo un carácter eminentemente práctico, al contar incluso con hospitales adscritos y donde la enseñanza de la anatomía tuvo un papel protagonista en ella.

 

Durante toda la mitad del siglo XVIII, el Colegio de Cádiz, adscrito al Hospital de Marina de esta ciudad,  proporcionó cirujanos a la Armada, mientras que el de Barcelona fue la fuente de profesionales para el Ejército. La formación de cirujanos civiles quedó para el Colegio de San Carlos.

 

 

4.        Sociedades y Academias como instituciones de formación. Academias en Cartagena y Murcia.

 

La creación de los Reales Colegios de Cirugía respondió a la necesidad de proporcionar una formación práctica adecuada a unos profesionales cuyo trabajo era eminentemente práctico. Persistía sin embargo el problema de la formación de los médicos y de la actualización de conocimientos en unos y otros profesionales, que empezaba a hacerse patente.

 

Las instituciones para la actualización y difusión de conocimientos partieron de la iniciativa particular. Fueron las Academias y Sociedades, que aparecieron como tertulias privadas, las cuales solicitaron después el reconocimiento Real y alcanzaron así su legalización, convirtiéndose en lugares de discusión y enseñanza auténticamente ilustrados, que difundían una ciencia sin las rigideces de la enseñanza oficial.

 

Con retraso con respecto a Europa, la primera institución de este tipo que se creó en España fue la Regia Sociedad de Medicina y Otras Ciencias de Sevilla (1697, con aprobación de sus ordenanzas en 1700), heredera de una tertulia, la Veneranda tertulia hispalense, médica-chímica, anathómica y matemática, iniciativa del médico sevillano Juan Muñoz y Peralta, quien en 1693 comenzó a reunir en su casa a los interesados en avanzar en la ciencia. Entre sus fundadores más destacados figuró el ya mencionado Diego Mateo Zapata, y entre sus actividades se debe mencionar la práctica de disecciones públicas, para lo que contó con personal especialmente dedicado.

 

A la de Sevilla siguieron otras. En Cartagena se fundó una Academia Médico-Práctica bajo la advocación de Nuestra Señora de la Salud y Santos Médicos en 1740, pero pronto se extinguió. Se intentó restablecer en 1783, también con escaso éxito, y de nuevo en 1803, cuando la nueva Academia cartagenera se inspiró en la de Barcelona para redactar sus estatutos.

 

La capital murciana tuvo, al parecer, más éxito que la ciudad portuaria.  Siguiendo los pasos de los cartageneros, un grupo de profesionales murcianos, con el médico y sacerdote Basilio Rodríguez Blanes a la cabeza, se propuso constituir la Academia Médica de San Rafael en 1758. Aunque obtuvo el patronazgo del cabildo municipal y llegó a imprimir sus estatutos[8] no ha dejado rastro en la historia, posiblemente por las propias diferencias entre sus fundadores[9], aunque tenemos constancia de que todavía estaba en activo, bajo la presidencia de Rodríguez Blanes, en 1771.

 

 

5.        El Anfiteatro anatómico de Cartagena.

 

Los pabellones de autopsias y anfiteatros anatómicos fueron los lugares, dependientes de Facultades de Medicina y Hospitales en los que se practicó la disección de los cadáveres.

 

En Murcia, el antecedente más directo del Anfiteatro de Cartagena es otro fracaso de los profesionales de la capital[10]. Se trata de la iniciativa, en 1749, de Joseph de Asas (o Ases o Asez, la caligrafía es confusa) quien se ofrece para enseñar en la ciudad “anatomía práctica y especulativa”. La oferta de Asas es mejorada en su aspecto económico por el ya mencionado Rodríguez Blanes y otro médico, Sebastián Martínez Quesada. A pesar de ello, el cabildo municipal no consideró necesaria esta nueva práctica, si bien a finales de la década de 1770, con cargo a una donación del Obispo Rubín de Celis, se habilitó un depósito de cadáveres y sala de autopsias en el Hopital General de Murcia[11]. Según Ferrándiz el Hospital de Caridad de Cartagena contó también con un anfiteatro de autopsias que en 1780 fue demolido para dejar sitio a la botica y construir uno nuevo más capaz[12].

 

Pero en realidad, el Anfiteatro Anatómico de Cartagena entronca no con las creaciones murcianas, sino con el de Cádiz. La escasa preparación de los cirujanos que ejercían en la Armada (y en general en el país), obligó a afrontar su formación en el Hospital de Marina de Cádiz, donde ejercieron como profesores Gaspar Pellicer y Pedro Virgili. La enseñanza consistía fundamentalmente en la asistencia, por parte de los cirujanos desembarcados, a una Escuela de Anatomía fundada en el Hospital Real de Cádiz en 1716. En esta escuela se construyó, en 1730, un anfiteatro anatómico, al frente del cual se destinó como “demostrador” a Gregorio de la Condomine, cirujano francés formado en Montpellier y doctorado en la Universidad de Valencia.

 

En las primeras ordenanzas de sanidad de la Armada, las Ordenanzas concernientes a los cirujanos de la Armada Real, conocidas como Ordenanzas de Lacomba ya que aunque fueron firmadas por el ministro José Patiño, habían sido redactadas por el Cirujano Mayor Juan Lacomba, en fecha tan temprana como el 25 de mayo de 1728[13], se creó el cuerpo de Cirujanos de la Armada y en los artículos 21 a 25 se establecía la obligatoriedad de que cirujanos, sus ayudantes, los sangradores y los boticarios de la Armada asistieran, bajo las órdenes del Cirujano Mayor, a las demostraciones anatómicas que se hicieran, y se señaló un sueldo de 50 escudos de vellón mensuales para el Maestro Anatómico destinado a la Escuela de Anatomía del hospital de Cádiz.

 

En las Instrucciones para los Cirujanos de Marina por Don Juan Lacomba, Cirujano Mayor de la Real Armada[14] posiblemente redactadas en la década de los 30, se insiste en la necesidad de consolidar la enseñanza de los cirujanos, obligándoles a la asistencia de operaciones, curas y demostraciones anatómicas.

 

En 1748[15] fueron aprobados los Estatutos del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, que se creó, con capacidad para 60 alumnos internos, en el Hospital de Marina de Cádiz. Los alumnos, con una asignación de 30 reales mensuales, debían tener a ser posible, experiencia previa en los hospitales de Marina de Cádiz, Ferrol y Cartagena. La enseñanza quedó a cargo de cuatro maestros ayudantes de cirujano mayor, entre ellos Pedro Virgili, y un demostrador anatómico. Pedro Virgili fue acaparando un inmenso poder, hasta convertirse en el auténtico dictador del cuerpo de cirujanos.

 

La existencia de una única escuela de anatomía hacía muy difícil el cumplimiento de la norma de 1728 que obligaba a los cirujanos desembarcados a asistir a las autopsias, por lo que una primera medida fue la de cambiar el destino de los cirujanos desembarcados al menos cada 10 ó 12 meses. Sin embargo, la formación seguía siendo insuficiente. Por ello, en el Reglamento y Ordenanza que deben observarse los Ministros y Empleados en los Hospitales que están establecidos y que se establecieren en las Plazas...cuyo método y régimen manda su Majestad se practique con mayor observancia para el mejor desempeño de su Real Servicio  del año 1739[16] se sentaron las bases para la utilización de los hospitales militares como centros docentes y se incluyeron, entre las obligaciones del cirujano mayor del hospital, la realización anual de un curso de cirugía y otro de disecciones anatómicas en cadáveres:

 

                “...desde principios de noviembre hasta comienzos de marzo, ejecutará en cada semana del referido intermedio dos operaciones de cirugía y dos disecciones anatómicas, procurando enterar de lo uno y otro a los Practicantes, y haciéndoles que practique en su presencia, de modo que lleguen a ejecutar por sí fundamentalmente todas las operaciones de cirugía y disecciones anatómicas...”[17]

 

Para esta actividad se promovieron los Anfiteatros anatómicos anexos a los hospitales. Para que pudieran ejercitarse los cirujanos desembarcados en Ferrol y Cartagena, Virgili propuso y fue aprobado en 1767 un plan para la construcción de dos anfiteatros de anatomía en los respectivos cementerios de ambos hospitales[18] Así consta además, en lo que respecta al de Cartagena, construido por RO de 19 de enero de 1768, “para ejercitar los cirujanos desembarcados en las demostraciones anatómicas, y demás de su facultad...”[19]. Con el visto bueno de Jorge Juan, la construcción del anfiteatro de Cartagena le fue encargada al Ingeniero Mateo Vodopich, quien presentó un presupuesto de 38.000 reales que fue aprobado en 1768[20].

 

Por RO de 16-II-1776[21] y a instancias del Ayudante de Cirujano Mayor del Departamento de Cartagena D. Juan Rancé, responsable de esta enseñanza, se estableció “que los cirujanos desembarcados asistan al Anfiteatro [...] con el importante objeto de que ejecutando por sí mismos las demostraciones anatómicas y practicando las operaciones propias de su facultad, no olviden los principios que sacaron de su colegio; y [...] que no sólo asistan precisamente al referido objeto sino también a las curaciones del Hospital (como se practica en Cádiz)”.

 

De esta manera, el anfiteatro se nos presenta, principalmente, como un edificio de funciones principalmente docentes. Soler Cantó lo describe como todavía puede verse en la actualidad: “un edificio hexagonal, con ventanas muy altas para impedir observaciones externas y coronado por una airosa cúpula. En su interior estaba rodeado de escaños en doble grada para situarse los alumnos y mesa central de piedra para efectuar la disección en el hemiciclo; con dependencias auxiliares a ambos lados de la entrada”.

 

El edificio posee seis gruesos muros, de 80 cm de espesor, perforados a 2’7 metros del suelo por sendas ventanas de 2’5 m de altura por 1’15 de anchura. Cada una de las seis paredes externas mide 6’5 metros en su base por más 7’5 de altura. La cúpula eleva la altura del edificio otros 3’5 metros.

 

Aunque todavía se conserva la estructura arquitectónica, su interior fue vaciado en reformas y rehabilitaciones sucesivas, lo que nos ha impedido conocer la distribución de estancias y capacidad. Son originales los vanos de la puerta de acceso y de las ventanas, así como las hornacinas de los muros, ahora vacías, que probablemente contenían, como todas las construcciones de este tipo, modelos anatómicos o esculturas que representaban a los grandes médicos del pasado.

 

El edificio cumplió con sus funciones hasta 1914, cuando se abrió una nueva sala de autopsias en el Hospital de Marina, momento a partir del cual se inició la decadencia del Anfiteatro que, a lo largo del siglo XX, llegaría a ser utilizado incluso como almacén y vivienda.


 


[1] Una versión de este trabajo fue aceptada en diciembre de 2004 y publicada en Cartagena Histórica 2005 abril-junio; (11): 4-10

[2] Lafuente A; Peset JL. Las actividades e instituciones científicas en la España Ilustrada. En: M Sellés, JL Peset y A Lafuente (comp.) Carlos III y la Ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1998. pp. 29-79.

[3] López Piñero JM. La medicina en la historia. Madrid: La esfera de los libros, 2002. pp. 180-1.

[4] López Piñero JM, Rodríguez Quiroga A, Martínez-Almagro A. José García Hidalgo, Atlas de anatomía artística. En: Clásicos morfológicos murcianos. Murcia: Morphos Ediciones. 2000, pp. 13-23

[5] Sobre la Universidad española en el siglo XVIII, véase Peset M, Peset JL. La renovación Universitaria. En: M Sellés, JL Peset y A Lafuente (comp.) Carlos III y la Ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1998. pp. 143-155.

[6] Granjel LS. La medicina española del siglo XVIII. Salamanca. Universidad, 1979.

[7] López Piñero JM, Rodríguez Quiroga A, Martínez-Almagro A. Diego Mateo Zapata. Defensa del saber morfológico moderno. Defensa de la innovación de la anatomía y de su importancia en la medicina moderna. En: Clásicos morfológicos murcianos. Murcia: Morphos Ediciones. 2000, pp. 25-32.

 

[8] Es de lamentar la pérdida de este documento. Una fotografía de su portada aparece en Gelabert Aroca E. Contribución a la historia de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia. Murcia: Real Academia de Medicina y Cirugía. 1982.

[9] Sáez Gómez JM. Instituciones científico-médicas en Murcia. En: JM Sáez Gómez. Sociología de los profesionales sanitarios murcianos del siglo XVIII. Cartagena: Ayuntamiento de Cartagena. 1992, pp. 55-71.

[10] Ibid.

[11] AGRM, Hospital, Expedientes sobre obras..., cit. Lara Chacón E. Asistencia sanitaria en la Murcia del siglo XIX a través del hospital de S. Juan de Dios. Murcia, Tesis, 1997.

[12] Arch Hosp Carid Cartag. Ac II, f. 156. Cit. Ferrándiz Araujo C. Historia del Hospital de la Caridad de Cartagena (1893-1900). Murcia, Impr. Provincial, p. 104.

[13] Soler Cantó J.  El Hospital Militar de Marina de Cartagena. Cartagena, Ayuntamiento y CAM. 1993,  p. 56. Y  Astrain Gallart M, Barberos, cirujanos y gente de mar. La sanidad naval y la profesión quirúrgica en la España ilustrada, Madrid, Ministerio de Defensa, 1996.

[14] AGS, Marina, Leg 226. Cit. Astrain (1996), p. 43

[15] Ferrer D. Historia del Real Colegio de Cirugía de Cádiz. Cádiz: Universidad, 1983.

[16] AGS, Guerra Moderna, Leg 2449. Cit. Astrain (1996), p. 103

[17] Reglamento y ordenanzas... (1739), pp. 27-28, cit. Astrain (1996), p. 103

[18] AGS Marina, Leg 226, 24-11-1767.

[19] P-II-G, Leg. 25. Archivo de Marina. Cartagena. Figura 1.

[20] P-II-G, Leg. 25. Archivo de Marina. Cartagena. Figura 1. También AGS Marina, Leg 226, 24-11-1767, citado este último documento por Astrain (1996) p. 123

[21] P-II-G, Leg. 28. Archivo de Marina. Cartagena.

 
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