Plagio, por el Prof. Dr. D. Alberto Tárraga Tomás, académico numerario

Alberto Tárraga ficha

Columna de la Academia publicada en el Diario La Verdad el 14 de noviembre de 2015

Hace unos meses leía en la edición internacional de la revista Andgewandte Chemie un interesante artículo del Prof. W. F: van Gunsteren (Swiss Federal Institute of Technology) titulado “The Seven Sins in Academic Behavior in the Natural Sciences”, donde describía, por orden de gravedad, lo que él consideraba los “siete pecados capitales”, o violaciones de los principios básicos, que nunca se han de cometer cuando se trabaja en investigación. Y entre ellos destacaba el plagio.

De esta conducta incorrecta, tan habitual en el mundo de la literatura, la música e incluso en medios de comunicación, como la radio, no es ajena el mundo académico y de la investigación donde las acusaciones de plagio han existido a lo largo de la historia. Son famosos los casos de C. Darwin frente a A. Russell Wallace, sobre el descubrimiento de la selección natural de las especies; de Newton frente a G. W: Leibniz, sobre el del cálculo infinitesimal; o, más recientemente, de L. Montagnier frente a R. Gallo, sobre el del virus del sida. Sin embargo, en los últimos años, estos casos han ocupado, desgraciadamente, numerosas páginas de periódicos y de espacios de televisión, como consecuencia de los escándalos ligados a determinados miembros del gobierno alemán, al primer ministro de Rumanía (Victor Ponta), a la vicepresidenta del Parlamento Europeo (Silvana Koch-Mehrin), al presidente de Hungría (Pál Schmitt), etc., acusados todos ellos de plagiar parte del contenido de sus correspondientes tesis doctorales.

Como consecuencia de esta preocupación de la comunidad científica, son numerosos los artículos publicados recientemente en los que se aborda el plagio en sus diferentes formas, incluido el denominado autoplagio, junto a otras violaciones de los códigos éticos que deben presidir la actividad investigadora. En este contexto merecen destacarse las definiciones para la mala conducta científica propuestas por la Office of Research Integrity (ORI) de los EEUU.

En estos trabajos se hace una clara distinción entre el plagio intencionado y el cometido de forma accidental como consecuencia de la citación incorrecta de la bibliografía utilizada, y se intenta delimitar lo que, en esencia, constituye el verdadero autoplagio, destacando que el hecho de que un autor reproduzca un párrafo de cualquiera de sus artículos publicados o un procedimiento experimental desarrollado por él, en una nueva publicación, no constituye ninguna violación de la originalidad de esta, en tanto que solo evita el esfuerzo de redactar, de forma distinta, algo que ya describió con suficiente claridad.