REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS

 

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INTRODUCCIÓN A LA HERMENÉUTICA DEL LENGUAJE
Carlos Castilla del Pino
Barcelona,
Península, 1972; 224 pág.
ISBN: 84-297-0958-4


Los fragmentos reproducidos han sido extraídos de los siguientes capítulos:
[i]
Cap. 1. El lenguaje como proyección: bases para una lingüística del habla (pp. 11-12)
Cap. 3. La ampliación del ámbito de la lingüística (pp.18-20)
Cap. 8. Estructura superficial y oculta del habla (pp. 68-69)
Cap. 28. Aplicaciones del análisis hermenéutico (pp. 193-198)

 (1. El lenguaje como proyección: bases para una lingüística del habla)

El conjunto de las indagaciones que denomino hermenéutica del lenguaje, tiene un ámbito propio. Aunque he de hacer referencia constante a la lingüística y más específicamente a la semántica, enfoca el problema del lenguaje fundamentalmente como expresión; o sea, alude a la verbalización de actitudes del sujeto del habla. Por ello mismo, la hermenéutica del lenguaje podría definirse como el intento por dilucidar las actitudes en el lenguaje. Y esta tarea se denomina hermenéutica porque exige un esfuerzo interpretativo, si es que se pretende hacerla pasar del estadio del conocimiento intuitivo al del conocimiento científico, comunicable y verificable. Aun cuando hemos de desarrollar por extenso lo que de momento meramente afirmamos, en principio pode­mos partir de los dos siguientes supuestos:

a) Las actitudes son formas de la preconducta del sujeto en su totalidad. Matizan la conducta de modo re­lativamente constante, confiriéndole una específica significación, o, para decirlo con otras palabras, una subrepticia intención. Las actitudes no se dejan captar de modo inmediato, sencillamente porque, como han demostra­do los psicosociólogos de la llamada escuela de Chicago, pertenecen a esa zona del Yo que contacta con la realidad y que, por consiguiente, deben ser las más de las veces coartadas y reprimidas para adecuadas a la realidad sobre la que se proyectan. Nos encontramos en un medio en el que no es posible transparentar nuestras actitudes.

b) El otro supuesto concierne al lenguaje como con­ducta. Si las actitudes impregnan la conducta en gene­ral, en el lenguaje, que constituye una forma de con­ducta sumamente diferenciada, tales actitudes han de ser proyectadas de modo asimismo diferenciado. El lenguaje es conducta verbal. Y en la medida en que el lenguaje supone el ejercicio de una función específica­mente humana, las actitudes se verbalizan en él, o bien se expresan, junto al verbo, mediante formas de construcción sintáctica, formas de expresión prosódica, incluso mediante la gramaticalidad o agramaticalidad de la proposición.

(pp. 11-2)

 

(3. La ampliación del ámbito de la lingüística)

No obstante, parece ser hoy cuando en términos más generales se plantea esta necesidad de traspasar los límites estrictos de la lingüística propiamente dicha. Así, Roland Barthes, al hablar de los fenómenos de la connotación, los cuales aluden -como veremos reiteradamente con posterioridad-, ciertamente a sistemas más y más complejos, reconoce que «el porvenir pertenece sin duda a una lingüística de la connotación, pues a partir del sistema primario que le brinda el lenguaje humano, la sociedad desarrolla sin cesar sistemas de sentidos secundarios, y esta elaboración, manifiesta o enmascarada, racionalizada, se encuentra muy cerca de una verdadera antropología histórica». Me parece claro que cuando Barthes habla de «sistemas de sentidos secundarios» está refiriéndose a formas ocultas de significación, sobreen­tendidas por el oyente merced a la estructura semántica subyacente en una cadena sintagmática o polisintagmática. Pero mucho más claramente -nótese lo que tiene de renunciación a lo que constituyó su investigación pre­liminar, la que le hizo justamente famoso-, Richards declara: «Mi sugerencia es que no es suficiente estudiar una lengua, del mismo modo como hereda uno un ne­gocio, sino que debemos aprender cómo funciona. Y por "estudiar cómo funciona" no quiero decir sus leyes de sintaxis o su gramática o vaguedades sobre su lexicografía –dos tipos de estudio que hasta hoy han desviado la atención de problema central.

[…]

La limitación autoimpuesta por la investigación lingüística, y su consecuencia, la pobreza en orden a la explicación e interpretación de los hechos del lenguaje que trascienden el estatismo del sis­tema de la lengua, ha concluido por llevar a formulacio­nes que tienden a desplazar el «objeto» lingüístico desde un nivel molecular, incluso atómico, a otro por decirlo así molar. Cuando De Felice se pregunta qué cosa es el acto lingüístico, tiene que decir que «no es sólo lo que se ha ex­presado, sino lo que se ha expresado y comprendido. Lue­go la comunicación -añade- se cumple entre dos lenguas no sociales, sino individuales, y deben estudiarse las relaciones entre el emisor y el receptor dentro de un contexto». O sea, el acto lingüístico ha de entroncar emisor y receptor, hablante y oyente, y situar ambos dentro del contexto real, fuera del cual sería, de hecho, indecible.

(pp. 18-20)

 

(8. Estructura superficial y oculta del habla)

El diálogo está repleto no tan sólo de falsos sobreentendimientos, sino también de inentendimientos. De hecho, la mayor parte de los diálogos son «diálogo de sordos». Se dice mucho más de lo que se cree oír, aun en el lenguaje coartado. En este sentido, la formulación de un diálogo compone una forma de constatación de nuestras inapercepciones, porque la mayor parte de las veces sólo respondemos al hablante respecto de un mínimo de lo que nos expresa e informa. Y saber acerca de nuestras formas de selección, positiva y negativa, en la ca­dena hablada por el interlocutor, es de excepcional importancia, sobre todo allí donde el habla compone la única, o prácticamente la única, vía de acceso a la per­sona del mismo. Así, entre psiquiatras deben hacerse preguntas de este tipo:  ¿cuánto de lo expresado por el paciente no ha sido entrevisto o ha sido considerado como informativo? Por el contrario, ¿cuánto de lo comunicado no ha sido aprehendido o lo ha sido falsamente, como categorialmente perteneciente al ámbito de la expresión? y en todo caso, ¿cuáles son las motivaciones para nuestra inaprehensión o nuestra errónea aprehensión?

He aquí un ejemplo de incomunicación psiquiatra-paciente:

Psiquiatra: ¿Con qué frecuencia hacen uste­des el acto sexual?

Paciente: Bueno, la normal.

Psiquiatra: ¿Sueña usted?

Paciente: No mucho; alguna que otra vez.

Psiquiatra: Por ejemplo, ¿cuántas veces?

Paciente: No sé..., una o dos veces al mes.

Psiquiatra: ¿Qué cosas suele soñar?

Paciente: Cosas sin importancia, cosas que he hecho durante el día.

En este caso, el psiquiatra no advierte que la respuesta «bueno, la normal» compone dos sintagmas en calidad de sx ambos: «bueno», como pura expresión connotativa de espera para repensar la pregunta; «la normal», como elusiva de toda indicación al respecto. Es claro que esta respuesta, expresiva, resulta inadecuada ante la pregunta del psiquiatra,' íntegramente informativa. El hecho de que el psiquiatra no capte la inadecuación de la respuesta del paciente ante su pregunta es a su vez expresivo de que, bajo el manto de la pura información requerida por parte del psiquiatra, importa a éste no obtener suficiente información en la respuesta. Lo prueba, además, el que pasa a continuación a interrogar sobre el sueño. La pre­gunta sobre la vida sexual tiene, pues, para el psiquiatra, un carácter de estereotipia, que hace obligadamente, como exigitiva para la redacción de la historia, pero que está dispuesto a soslayar tras cualquiera respuesta. Nótese, sin embargo, cómo ante los sueños, a la pregunta informativa del psiquiatra el paciente responde informa­tivamente, por tanto en adecuación, y al psiquiatra no le importa ampliar la información que requiere. En resu­men, el paciente ambigua su respuesta sobre el ámbito sexual y el psiquiatra inapercibe el carácter expresivo de la misma, que debería ser para él significativa de la ocul­tación del paciente a este respecto.

(pp. 68-9)

 

(28. Aplicaciones del análisis hermenéutico)

Ninguna de las respuestas obtenidas para el primer ítem dio contenidos eróticos manifiestos. Sólo dos de las componentes se aproximaron con las respuestas de «le agarraría para que no se fuera» y «le haría quererme», respectivamente. Todas las respuestas fueron tan inocuas en la apariencia como:

[219] estar con él y verle; [220] le ayudaría a ser feliz;

[221] le ayudaría a triunfar;

[222] le sería sincera;

[223] iría a todas sus películas;

[224] vería sus películas y leería su biografía:

[225] comería con él.

Para el segundo ítem, en la que había que adoptar la forma negativa (lo que no haría con él), los contenidos se aproximaron más a la revelación de instancias afecti­voeróticas. Las respuestas obtenidas fueron:

[226] no dejarlo solo;

[227] no herirle psíquicamente;

[228] no le haría infeliz;

[229] no le llevaría al fracaso;

[230] no le daría calabazas, siempre que le cono­ciera, naturalmente;

[231] exigirle correspondencia;

[232] imponerle mis criterios;

[233] amoldarlo a mí;

[234] conocerle personalmente;

[235] establecería una amistad personal;

[236] no entregarme a él.

Señalaré que la probando que dio en el primer ítem la respuesta de «comería con él» es la misma que en el se­gundo aportó la de «no entregarme a él». No parece de­masiado atrevimiento suponer que «comer con él» debe ser la respuesta permisible y sustitutiva de la otra, más nítida, en la que sus resistencias de carácter erótico es­tán más manifiestas bajo la forma de «NO entregarme a él». El proceso, pues, podría gradativamente formular­se así:

1.     me asaltaría el deseo de entregarme a él;

2.     no me entregaría;

3.     comería con él, sin embargo.

Resulta en conjunto interesante que, en orden a la expresión de las instancias, la forma negativa sea mucho más significativa que la forma positiva. Mientras las for­mas positivas son en su mayoría elusivas, las negativas dejan más fácil paso a los contenidos que se reprimen. Pero no porque las probandos estén menos reprimidas, sino porque la forma negativa, al facilitar la constatación del rechazo de las instancias que consideran reprobables, son lingüísticamente más posibilitadoras. Se tornan más expresivas, como he dicho; porque espero que nadie esté remiso a concederme que el rechazo de una instancia implica la existencia de esa instancia, que luego se rechaza. Como es obvio, no se puede rechazar sino lo que de alguna manera ha sido ofrecido, es decir, existe.

Veamos con algún detalle la respuesta dada en el se­gundo ítem por una de las probandos bajo la formula­ción de:

[234] conocerlo personalmente.

Esta proposición equivale a esta otra:

[237] no desearía conocerlo personalmente.

Evidentemente hay aquí una contradicción que se puede expresar así:

[238] es mi actor predilecto; no obstante, no quiero conocerlo personalmente.

La contradicción tiene además unas connotaciones más complejas. Lo que se le ha sugerido a la probando es que exprese lo-que-no-haría, lo cual entraña la expresión de algo fantástico. Es así que ella no conoce personalmente a dicho actor; luego, su formulación de ahora responde en verdad a lo siguiente:

[239] aunque me fuera posible, no le conocería personalmente.

Por eso, su proposición la interpretamos no en el sen­tido formulado por mí en [237], sino de esta otra forma:

[240] desearía no conocerlo personalmente.

Este deseo que no quiere hacerse realidad es la con­tradicción de fondo, sobre la que se superpone la otra, más formal, dada en [234].

Lo que hemos de interpretar no es, pues, su deseo, sino la contradicción, o sea la oposición a su deseo. El senti­do de la misma debe estar, en una primera aproxima­ción, en lo siguiente:

[241] de conocerlo se derivaría algo, por eso no quiero;

o bien,

[242] temo a lo que de conocerlo se derivaría y por eso deseo no conocerlo.

Pero este temor radica solamente en ella, que oscura­mente intuye qué podría pasar de conocerle. En manera alguna en él, cuya respuesta, en el supuesto de conocer él a ella, no es predictible. Por tanto, es lógico inferir de las proposiciones precedentes que:

[243] me temo a mí misma si llegara a conocerle.

Hay que preguntar ahora -y no precisamente a la probando- qué cosas de ella misma pueden ser temidas, y si nos atenemos estrictamente a su respuesta, sin ex­trapolación alguna, podemos decir:

[244] temo a los sentimientos que en mí podrían aparecer de conocerle personalmente.

Ahora bien, estos sentimientos existen de alguna ma­nera, quizás en forma embrionaria, quizá coartados por el propio hecho real de ser él un objeto inalcanzable. Por tanto, el temor no puede estar basado en la aparición de tales sentimientos, sino en el desarrollo ulterior que po­dría tener lugar de verificarse el encuentro.

Los resultados en jóvenes del sexo masculino fueron distintos, concorde con el distinto aprendizaje que, por su condición social de varones, hubieron de verificar. Así, en una gran mayoría, hubo como respuesta inicial sobre lo que harían con su actriz predilecta la de «acostarme con ella,… Ahora bien, este resultado debe ser interpretado efectivamente como una conse­cuencia de la mayor desrepresión erótica de carácter verbal, pero no como indicativa de una carencia de represión. Pues lo que obviamente significa esta proposición es que, antes que nada, la actriz predilecta es precisamente predilecta en tanto que objeto erótico, lo que sería imposible si la desrepresión erótica fuese algo más que puramente verbal. Por tanto, lo que las respuestas de los probandos muestra es: a) que la represión sexual está en ellos en primer plano, aunque superada en el nivel verbal; b) que la erotización subsiguiente condiciona de tal modo la pre­dilección, que le imposibilita objetivar cualesquiera otras cuali­dades de actriz, si de antemano no satisface el requisito de ser objeto erótico apetecible. En consecuencia, la contradicción en ellos existe, y homologable a la de las probandos, aunque formulada de otra manera. Es curioso que algunos de los dadores de la citada respuesta fuesen sujetos para los que el cine representa un objeto de reflexión y crítica y que no obstante no se mostrasen capaces de elegir a actrices mejor dotadas profesionalmente, sino a objetos eróticos a los cuales, eso sí, desearían, en su fantasía optativa, que al propio tiempo fuesen profesionalmente mejores.[ii]

Esta experiencia recoge de modo standard formulaciones del habla cotidiana y connotan acerca de la estructura profunda de proposiciones emitidas bajo formas so­cialmente inocuas, por cuanto sirven al encubrimiento de las motivaciones reales de las mismas. El habla cotidiana exige, como hemos repetido varias veces a lo largo de estas páginas, no sólo la intelección del mensaje, sino sobreentender al hablante, como referente en ese momento del oyente o receptor. Pero -y esto es lo que me importa constatar- lo que se constituye en problema por sí mismo es el hecho de que sea usual la necesidad de disociación entre lo que se dice y lo que se deja entrever, y de qué modo al propio hablante se le hacen invisibles las motivaciones ocultas de su habla.

(pp. 193-8)

 

Carlos Castilla del Pino, Introducción a la hermenéutica del lenguaje (Barcelona, Península, 1972)

 


 

Una contribución de Castilla del Pino a la Pragmática

 

Xavier Laborda Gil

(Universidad de Barcelona)

 

La reciente aparición de Casa del Olivo (Tusquets, 2004), el segundo volumen de la autobiografía de Carlos Castilla del Pino, brinda a los lectores e historiadores de la lingüística la ocasión de revisar con mayor atención la trayectoria intelectual y humana de un investigador sobresaliente de la psiquiatría, la psicología y la comunicación. Casa del Olivo es la continuación de Pretérito imperfecto (1997), en la que narró Castilla del Pino su vida hasta su instalación en Córdoba, en 1949, ciudad a la que llego para dirigir el Dispensario Neuropsiquiátrico.

 Desde el punto de vista de la lingüística, nos interesa revisar aquí una obra suya de especial relieve, Introducción a la hermenéutica del lenguaje (1972), que concibió y escribió en virtud de su labor médica y de sus investigaciones en lingüística y antropología. Treinta y dos años después de su publicación, Introducción a la hermenéutica del lenguaje mantiene su solidez teórica. Y exhibe en sus capítulos unas características que la convierten en una obra precursora de la aproximación pragmática al discurso.

 

1. Los componentes del discurso

 

La extensa obra del psiquiatra Carlos Castilla del Pino (San Roque –Cádiz, 1922) destaca por su extraordinaria calidad científica, por una precisa y elegante expresión y, también, por la capacidad de relacionar perspectivas teoréticas de diversas ciencias. Estas características explican que sus trabajos interesen tanto a académicos e investigadores de muchas especialidades, lo cual parece un efecto previsible, como a un gran colectivo de lectores que busca en sus libros una rigurosa e ilustrativa exposición sobre temas de la personalidad y la comunicación. Así, podemos anotar obras tan influyentes como La culpa, La incomunicación, Introducción a la hermenéutica del lenguaje, De la intimidad, El discurso de la mentira, La teoría del personaje o El silencio. Algunas de estas obras son la compilación de cursos de verano de la Universidad de Cádiz que ha dirigido Castilla del Pino en la localidad de San Roque y su contenido responde a su constante interés por la antropología de la conducta.

En esta sección de Peri Biblión recogemos cuatro fragmentos de Introducción a la hermenéutica del lenguaje, una obra especialmente relevante desde nuestro punto de vista y también del autor. Y ello por varias razones. En primer lugar, cabe decir que Introducción a la hermenéutica del lenguaje es una obra especialmente significativa para la lingüística contextual, la pragmática y el análisis del discurso, además de constituir primariamente una valiosa contribución a la psiquiatría. Por otra parte, este libro se eleva por encima de la rasante expositiva de los títulos citados y aborda la cuestión de la interpretación del discurso bajo una perspectiva estrictamente lingüística. De esta especialización pragmática se da fe en la expresión de su título, “hermenéutica del lenguaje”, que aún hoy día parece reducida al conocimiento de los eruditos. En todo ello es propio apreciar tanto la naturaleza interdisciplinar de la investigación de Castilla del Pino como el papel de primer orden que desarrolló la lingüística en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado. El rigor y la novedad de las ideas recogidas en Introducción a la hermenéutica del lenguaje convierten esta obra en una contribución fundamental a la antropología discursiva y a la pragmática.

 

2. Antropología e interpretación de la conducta verbal

 

Es oportuno señalar que su autor introduce, con la edición de Introducción a la hermenéutica del lenguaje, un giro científico que resulta inusual y crítico con la lingüística vigente en su momento. Es inusual porque tiene visión crítica y porque señala la necesidad de abrirse la lingüística al contexto y al sentido de los discursos. Castilla del Pino identifica los estudios sobre el discurso como campo de ampliación de la lingüística, una lingüística oracional de signo generativista. Y establece la necesidad de crear las “bases de una lingüística del habla”, con la incorporación de los fenómenos de la comunicación interpersonal y los factores de la recepción. Su propuesta no es sólo un manifiesto científico sino también un proyecto viable, puesto que desarrolla también un modelo sencillo y elegante de descripción e interpretación discursivas. Y expone a continuación cinco tipos de aplicaciones del análisis hermenéutico, sea a la estilística, la psicología y psicopatología, la genética de los valores, la lógica y, finalmente, el habla cotidiana. El último y más extenso de los cuatro fragmentos que reproducimos de Introducción a la hermenéutica del lenguaje pertenece a una aplicación al habla cotidiana, una aplicación que con claridad exhibe el potencial analítico de su formulación.

Por hermenéutica entiende Castilla del Pino –según Beth y Sacristán Luzón– “las consideraciones semánticas elementales que se hacen intuitivamente en el lenguaje común” (p.11, nota 2). [iii] Es previo a todo ello la tradición filosófica alemana del siglo XIX y, de modo más inmediato, la de Hans-Georg Gadamer, quien desarrolla en su obra Verdad y método (1960) una teoría de la interpretación del discurso ordinario con una influencia grande en la historiografía y en la lingüística.[iv] En España Emilio Lledó ha realizado una brillante aplicación de la hermenéutica a la filosofía y la filología.[v] La hermenéutica plantea la interpretación de los discursos como respuesta práctica y crítica al problema de la conciencia histórica y la comprensión de paradigmas. No en vano, autores como M. Foucault y R. Barthes, que pueden adscribirse al paradigma hermenéutico, aparecen citados en el libro de Castilla del Pino.[vi]

Con todo, si la expresión de “hermenéutica del lenguaje” que figura en el título de esta obra proclama la finalidad de interpretar enunciados del lenguaje común, hay que decir que los conceptos que aplica Castilla del Pino son especialmente afines a la pragmática. Tal naturaleza pragmática convierte su obra en una precursora importantísima del análisis del discurso. Su dos principios son que “el lenguaje es una conducta” y que, al contrario de lo que se pueda pensar, tal conducta no es evidente en sí misma y debe ser interpretada para alcanzar una adecuada comprensión de su sentido, pues el simple nivel de la expresión “no permite transparentar nuestras actitudes” sin más. Y apelando a ideas contemporáneas, escribe (p. 18): “Me parece claro que cuando Barthes habla de «sistemas de sentidos secundarios» está refiriéndose a formas ocultas de significación, sobreen­tendidas por el oyente merced a la estructura semántica subyacente en una cadena sintagmática o polisintagmático.” Una de las consecuencias indeseadas de esta naturaleza compleja de la comunicación es la incomunicación, el “diálogo de sordos”.

Le interesa, por tanto, a Castilla del Pino identificar e iluminar los “falsos sobreentendimientos” y también los “inentendimientos” de que están repletos los diálogos (p. 68). Para ello elabora un test compuesta por seis láminas, con ilustraciones de figuras aisladas y figuras situadas en un contexto, para que los informantes produzcan comentarios, que a su vez son objeto de estudio proposicional. El test se denomina Test de Hermenéutica de Proposiciones (THP). Y el investigador indaga en esas respuestas o comentarios las actitudes básicas del sujeto ante la realidad; en el caso del ámbito clínico, se indaga la actitud del paciente ante la realidad como problema.

Mediante una adaptación de los realizativos de la pragmática, Castilla del Pino distingue dos tipos de enunciados: los indicativos y los estimativos. Los indicativos, equiparables a los constativos en los actos de habla, refieren propiedades del mundo. Los estimativos, afines a los expresivos, manifiestan aspectos valorativos y emotivos del locutor. La proposición indicativa es referencial, ostensiva y denotativa; y compone el mensaje. Por su parte, la proposición estimativa es axiológica, valorativa y connotativa; y aporta un metamensaje. Y las condiciones que deben observar estos tipos de proposiciones son diferentes. En el caso de los actos de habla indicativos, se considera la sintacticidad o cohesión, la codificabilidad o coherencia, la contextualidad o adecuación y, también, la semanticidad. A su vez, los actos estimativos se atienen a las condiciones de la comunicabilidad, perlocucionaridad y veracidad.

 

3. Circunstancias de la creación de la Introducción a la hermenéutica

 

Esta breve relación de los conceptos básicos nos anima a considerar con especial interés las circunstancias históricas en que se gestó Introducción a la hermenéutica del lenguaje. De ello ha dejado un testimonio valioso el propio autor, en la segunda entrega de su autobiografía, Casa del olivo (2004), que ha seguido a la inicial, Pretérito imperfecto.[vii] Su atención al lenguaje ya aparece en La incomunicación (1969), obra que publicó primero en catalán, “como minúscula aportación mía a la reivindicación de la lengua catalana, maltratada durante el franquismo”. En ella ya se centraba en la observación y el análisis del discurso verbal de los enfermos. El éxito editorial de La incomunicación, un título que sigue en catálogo, revela un eslabón llamativo de la serie de estudios de Castilla del Pino. En ese estado de la investigación se gestó Introducción a la hermenéutica del lenguaje, como narra en Casa del olivo.

Todo empezó a partir de las entrevistas que yo mantenía con un paciente en el dispensario, en pre­sencia del grupo de colaboradores, que guardaban un silencio atento y absoluto. Su desarrollo obedecía a pautas completamente distintas a las de una relación a solas con el enfermo, y una de las claves consistía en intuir el límite más allá del cual no cabían más preguntas en público. Eso me exigía una gran precisión en el insight. (P. 334)

 

El psiquiatra denomina insight a la visión sobre la situación. Y en el fragmento describe su trabajo en el Dispensario Neuropsiquiátrico de Córdoba, en el que ha desarrollado de manera clínica sus estudios, desde 1949, fecha en que tomó posesión del cargo, hasta su jubilación en 1987. Este trabajo implicaba la participación de su equipo de terapeutas, con los cuales trataba del sentido de las manifestaciones de los usuarios del Dispensario.

Tras la entrevista, solíamos discutir «qué había querido decir con lo dicho», esto es, qué im­plicaban sus palabras, qué interpretaciones hacíamos y por qué, cuánto había en ellas de proyección nuestra... Valorábamos, pues, las plurisignificaciones de un enunciado pronunciado en un determinado contexto. A veces, si se daban las condiciones adecuadas, incorporaba al pacien­te en la discusión, no para que certificase cuál era el sentido justo de su discurso (que era quizás el último en poder darlo), sino precisamente  para hacerle consciente de las implicaciones que contenía. (P. 335)

 

El procedimiento de análisis que aplicaba el doctor permitía incorporar también al paciente, con unos efectos positivos para éste inmediatos, como explica el autor.

Este análisis personal y colectivo sobre su discurso provocaba en él evidentes efectos terapéuticos, en el sentido de una afirmación de su identidad, su recreci­miento. De la inseguridad inicial ante el grupo pasaba a sentirse uno más, partícipe con los otros en el proceso de dilucidación de los componen­tes implícitos del discurso, de su discurso. A nosotros estas prácticas nos servían para adiestramos en la técnica de la entrevista y, además, en el proceso de inducción al paciente de lo que sus palabras transparentaban sin quererlo e incluso a pesar de sus intentos de ocultación, o sea, una forma de autoanálisis. (P. 335)

 

Destaca en este fragmento, referido al debate y la búsqueda de los sentidos la confirmación que hace Castilla del Pino de un principio de la hermenéutica, que es el de “saber más de lo que sabe el propio autor”. Este principio establece que el autor de un enunciado no es también el dueño de su sentido, porque tal sentido ya no le pertenece: recae en el destinatario y en el polo de la recepción. Así pues, el discurso, sea unas manifestaciones o una obra literaria, no es un producto sino un proceso. Esas manifestaciones o esa obra no asumen todas las posibles intenciones que el autor ha depositado en ella y que dispersó y soterró en el acto de su proposición o su escritura. A este respecto, Barthes destaca que “hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas procedentes de los mil focos de la cultura”.[viii] Tal es el espíritu de la hermenéutica, que se tensa y entra en acción en las sesiones del Dispensario, tal como las describe su director.

 

4. Interpretación de un caso

 

En el relato autobiográfico de Casa del olivo, Castilla del Pino comenta un caso clínico, a modo de ejemplificación sobre el interés de la interpretación de los enunciados. Y se da la circunstancia de que el hermeneuta se fija en una expresión no ya del paciente sino de su acompañante.

En cierta ocasión se leyó la historia clínica de un muchacho de die­ciocho años, depresivo, al que acompañaba su madre, de unos cincuen­ta, seria, con cierta rigidez en la compostura. En ella constaba lo siguien­te: «El padre abandonó el hogar familiar cuando el paciente tenía año y medio». La madre permaneció en silencio durante la lectura de la his­toria, las manos sobre el regazo, mirándonos con actitud de respeto e indagación. Terminada la lectura de la historia, yo solía completar al­gunos datos, hacer algunas especificaciones; a continuación entablaba un diálogo con el paciente o su acompañante. (P. 335)

 

Si nos situamos en el papel del hermeneuta, ¿qué más desearíamos saber de los agentes del caso para interpretarlo a fondo? ¿Qué es lo que preguntaríamos para satisfacer esa necesidad de información suplementaria o para hacer hablar al sujeto de su experiencia?

En este caso, me dirigí a la madre: «¿Por qué les abandonó su marido?». Como si la respuesta la tuviera automatizada, me respondió de inmediato: «Una lo lió y lo puso como una chiva». La frase es de uso corriente en el habla de Andalucía. «Lo lió» equivale a «lo engatusó», o sea, que lo sedujo hasta el punto de convertirlo en alguien incapaz de discriminar entre lo que debía y no debía hacer, «y lo puso como una chiva» (cabra joven), es decir, lo enlo­queció (en sentido metafórico). La señora no añadió una palabra más, como si con esa expresión bastara y sobrara para explicarlo todo. Por eso no consideré pertinente indagar más, cuando, además, su postura de dignidad frenaba cualquier otro requerimiento. Salieron (ella, siempre en su sitio, se despidió con un lacónico «buenos días») y parecíamos todos de acuerdo en que aquella señora no estaba para más explicaciones. (P. 335 s.)

 

En definitiva, ¿qué interpretación general merece el caso al terapeuta? ¿Y cómo se deriva dicha interpretación del sentido que cabe atribuir a una expresión como “lo lió”?

...Aquella señora no estaba para más explicaciones. «Pero», pregunté, «¿por qué pensamos así?» Las razones fueron muy varias: unas, referidas a la identidad de ella (su sequedad, su rigidez); otras al significado de la respuesta: ella no se considera en absoluto responsable, o sea culpable, del abandono de su marido del hogar familiar; pero es que tampoco lo considera culpable o responsable -para el caso es lo mismo- a él, sino a la que «lo lió». Así que ella no se considera vencida, porque «la otra», sólo valiéndose de sus malas artes (ella, incapaz de uti­lizarlas), había «enloquecido» a su marido hasta el punto de empujarle a hacer lo que sin duda «él mismo no quería hacer». (P. 336)

 

La mención de este caso no es una mera ilustración, pues a partir de él y de las reflexiones sobre el lenguaje que se formulaba el psiquiatra surgió el proyecto de elaborar un modelo analítico del habla ordinaria. Así lo manifiesta en Casa del olivo, donde relata también las circunstancias académicas de la presentación del modelo, en un curso en Barcelona convocado por un anfitrión que, en la actualidad, parece insólito.

Se me ocurrió que aquella respuesta de la mujer debía ser sometida a un análisis lógico, pero de una lógica referencial, de una lógica circunstancial o contextual, es de­cir, la que conduce al descubrimiento del sentido correcto (o incorrec­to, cuando no se aplica bien) de las situaciones en las que interactua­mos con los demás. Elaboré este análisis, lo sistematicé y lo discutimos en uno de los seminarios que yo venía organizando con carácter bise­manal desde 1968 […]. Por ese camino seguí investigando e ideé un test proyectivo que, por su simpli­cidad, suministrara un breve discurso que permitiera análisis no dema­siado engorrosos. Por él comprobé que el estudio del lenguaje, en los aspectos semántico y metasemántico, ofrecía la posibilidad de objetivar inferencias que de otra manera quedaban en meras «impresiones», me­ros insights. Los resultados de este trabajo se concretaron en seis con­ferencias que pronuncié en el Colegio de Ingenieros Industriales de Bar­celona, organizadas por Juan Antonio Bofill, del que ya he hablado con anterioridad. Más tarde, las perfilé y amplié, y las publiqué en 1972, en Península, con el título de Introducción a la hermenéutica del lenguaje. (p. 336)

 

En efecto, Castilla del Pino dio las conferencias en marzo de 1972, por invitación de la Asociación de Ingenieros Industriales de Cataluña, y en octubre se publicó el libro, con los textos completos de su exposición.[ix] Resulta llamativo que la sede de las conferencias fuera la de ingenieros industriales, en vez de una asociación de ciencias humanas o de la propia universidad. Este hecho se explica por los avatares de la ciencia en la España durante el franquismo, en muchas ocasiones sospechosa y reprobable esa ciencia y sus científicos a los ojos de las autoridades, como ilustra y razona con meridiana claridad la obra biográfica de Castillo del Pino. Pero también interviene otro factor adverso, que es el control y la censura ejercidos por dichas autoridades sobre la persona de Castilla del Pino, por razón de su capacidad científica y de su ideología crítica con el sistema político. Como contrapeso, hallamos el patronazgo o la acogida de entidades como ésta de ingenieros, que en la medida de lo posible trenzaban una trama civil y profesional alternativa a los estamentos oficiales.

La falta de correspondencia de los organizadores con la disciplina que impartía el conferenciante no suponía, a tenor de la situación, ningún tipo de inconveniente para el acto. Todo lo contrario, pues las restricciones científicas que imponía el régimen dictatorial eran tan graves y el afán de conocimiento de los profesionales era tan sentido, que estas condiciones convocaban al público idóneo y estimulaban su provecho cultural. Por otra parte, y este factor tiene un peso considerable, la lingüística gozaba de un prestigio admirable y general en la época, por lo cual unos estudios como los de la hermenéutica del lenguaje que presentó Castilla del Pino tenían un aliciente científico sobresaliente.

Es doloroso ver el contraste entre el panorama universitario de España y el de otros países de Europa. De las universidades españolas estuvo excluido Castilla del Pino por la conspiración de autoridades académicas, hasta que se instauró el régimen democrático, como es bien sabido. Mientras, el psiquiatra recibió invitaciones de centros extranjeros y mantuvo contactos con lingüistas como Sven Skydsgaard, un lin­güista danés que fue discípulo de Hjelmslev. En Casa del olivo refiere sus gratas impresiones de las universidades escandinavas con las que tuvo trato, pues le “sorprendió la organización tan perfecta de la universidad y la ausencia total de despilfarro”. Esta moderación material era el reverso de la extraordinaria capacidad intelectual que en ellas se vivía.

En el 78 vinieron dos comisionados daneses, jóvenes profesores uno de la Universidad de Copenhague, otro de la de Aarhus. Me grabaron una entrevista que enviaron a sus respectivas universidades. Poco después recibí la invitación de ambas para impartir unas conferencias en las facultades de Filología y de Psicología. Nunca había estado en los países escandinavos. Mi simpatía por Dinamarca venía de muchos años atrás, por la animadversión hacia el régimen franquista y la buena aco­gida que dispensaron a los españoles de la oposición. [En Copenhague] vino por mí, para llevarme a la facultad, el propio Sven Skydsgaard, un lin­güista discípulo de Hjelmslev, con el que haría una buena amistad. A los alumnos se les suministraron unos folios, fotocopias inútiles con el dor­so en blanco que aprovechaban para sus notas. En un ambiente disten­dido expuse mis teorías sobre hermenéutica del lenguaje. Skydsgaard se interesó mucho por mi metodología para la interpretación de textos y del discurso, y mantuvimos una correspondencia durante unos meses que para mí fue muy provechosa. (P. 392)

 

Otra satisfacción grande de Castilla del Pino en ese viaje fue debatir con los asistentes daneses sobre su modelo de interpretación de los enunciados, que define aquí de manera tan sucinta y precisa.

En Aarhus mis intervenciones suscitaron intensas polémicas: frente a la «charlacanería» [término peyorativo compuesto de charla y Lacán], imperante en grupos de jóvenes lingüistas, propuse una inter­pretación sistemática, protocolizada, que dejaba la interpretación en su mera verosimilitud o probabilidad, alejada de aseveraciones dogmáticas, arbitrarias y sin fundamento alguno. (P. 392)

 

5. Renovadas expectativas

 

Estas vivaces referencias que aparecen en Casa del olivo animan a leer con atención la Introducción a la hermenéutica del lenguaje. Atrae la consideración grande que el autor concede a esta obra, a la que separa y distingue de otras suyas. Sus referencias a ella en Casa del olivo, sin ser numerosas, sí prestan una singular atención a su génesis, contenido, intención y repercusión académica.[x] Indican también una trayectoria histórica prolongada, que enraíza con los estudios sobre la (in)comunicación y se extiende hasta la actualidad.[xi] Pero aún impresiona más la envergadura de su contribución al conocer, a través de sus páginas, la determinación que expresa Castilla del Pino en perseverar y desarrollar el modelo de la hermenéutica del lenguaje. “Mi interés por el lenguaje sigue hasta hoy”, escribe en Casa del olivo (p. 336, nota 93). Y añade que “el material de que dispongo es muy abundante, y me gustaría tener tiempo para sistematizarlo y publicarlo”. La comunicación de este profundo interés y la disposición que muestra Carlos Castilla del Pino crea renovadas expectativas de contribuciones a la lingüística en los estudiosos del lenguaje y en muchos y constantes lectores de su obra.

 



[i] En esta selección de cuatro fragmentos se ha omitido las notas del texto del original, salvo en un caso en que se ha añadido el contenido de la nota al texto principal.

[ii] El párrafo corresponde, en realidad, a la nota a pie de página número 178.

[iii] Sobre las fuentes y principios de la hermenéutica se puede consultar: L. Garagalza, La interpretación de los símbolos. Hermenéutica y lenguaje en la filosofía actual, Barcelona, Anthropos, 1994. J. Hernández-Pacheco, Corrientes actuales de filosofía. La escuela de Francfort. La filosofía hermenéutica, Madrid, Tecnos, 1996. C. Lafont, La razón como lenguaje. Una revisión del giro lingüístico en la filosofía alemana, Madrid, Visor, 1993. J. M. Martínez, La filosofía de las ciencias humanas y sociales de Gadamer, Barcelona, PPU, 1994. A. Ortiz Osés y P. Lanceros (eds.), Diccionario de Hermenéutica, Universidad de Deusto, 1997.

[iv] H-G. Gadamer (1960): Verdad y método, Salamanca, Ed. Sígueme, 1991.

[v] E. Lledó, El silencio de la escritura, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991; y El surco del tiempo, Barcelona, Crítica, 1992.

[vi] X. Laborda Gil, “Historiografía Lingüística. Veinte principios del programa hermenéutico”, Revista de Investigación lingüística, Nº 1, Vol. V, 2002, pp. 179-207, Universidad de Murcia.

[vii] C. Castilla del Pino, Pretérito imperfecto (Barcelona, Tusquets, 1997), en la que habla de su infancia, formación universitaria y primeros trabajos como neuropsiquiatra; y La casa del Olivo (Barcelona, Tusquets, 2004), que prosigue a partir de 1949, fecha en que se instaló en Córdoba, hasta la actualidad. Pretérito imperfecto obtuvo el IX Premio Comillas.

[viii] R. Barthes, “La muerte del autor”, en El susurro del lenguaje (Barcelona, Paidós, 1987), p. 65.

[ix] El libro consta de cinco partes, además de una nota preliminar y dos anexos. En la nota preliminar el autor indica que las conferencias fueron cinco, lo cual coincide con las partes de la obra, pero no concuerda con el número de seis conferencias que se indica en la autobiografía (p. 336).

[x] Véase las referencias que aparecen en las páginas 234-6, 353, 392-3 y 455 de Casa del Olivo.

[xi] En la trayectoria del modelo hermenéutico son hitos intermedios el curso de Castilla del Pino sobre teoría de la comunicación en la universidad de Middelbury (Vermont, USA, 1974); las conferencias ya indicadas de Dinamarca (1978); el curso sobre hermenéutica del lenguaje literario en la universidad Menéndez Pelayo (Santander, 1983); o la conferencia en el iv Congreso de la Asociación Española de Lingüística Aplicada sobre las aplicaciones a la educación del análisis hermenéutico del lenguaje (Córdoba, 1986).