INTRODUCCIÓN
A LA HERMENÉUTICA DEL LENGUAJE
Carlos Castilla del Pino
Barcelona,
Península, 1972; 224 pág.
ISBN: 84-297-0958-4
Los fragmentos reproducidos han sido extraídos
de los siguientes capítulos:[i]
Cap. 1. El lenguaje como proyección:
bases para una lingüística del habla (pp.
11-12)
Cap. 3. La ampliación del ámbito
de la lingüística (pp.18-20)
Cap.
8. Estructura superficial y oculta del
habla (pp. 68-69)
Cap.
28. Aplicaciones del análisis hermenéutico
(pp. 193-198) |
|
(1.
El lenguaje como proyección: bases para una lingüística del habla)
El conjunto de las indagaciones que denomino hermenéutica
del lenguaje, tiene un ámbito propio. Aunque
he de hacer referencia constante a la lingüística
y más específicamente a la semántica, enfoca
el problema del lenguaje fundamentalmente como
expresión; o sea, alude a la verbalización
de actitudes del sujeto del habla. Por ello
mismo, la hermenéutica del lenguaje podría definirse
como el intento por dilucidar las actitudes
en el lenguaje. Y esta tarea se denomina hermenéutica
porque exige un esfuerzo interpretativo, si
es que se pretende hacerla pasar del estadio
del conocimiento intuitivo al del conocimiento
científico, comunicable y verificable. Aun cuando
hemos de desarrollar por extenso lo que de momento
meramente afirmamos, en principio podemos partir
de los dos siguientes supuestos:
a) Las actitudes son formas de la preconducta del sujeto
en su totalidad. Matizan la conducta de modo
relativamente constante, confiriéndole una
específica significación, o, para decirlo con
otras palabras, una subrepticia intención. Las
actitudes no se dejan captar de modo inmediato,
sencillamente porque, como han demostrado los
psicosociólogos de la llamada escuela de Chicago,
pertenecen a esa zona del Yo que contacta con
la realidad y que, por consiguiente, deben ser
las más de las veces coartadas y reprimidas
para adecuadas a la realidad sobre la que se
proyectan. Nos encontramos en un medio en el
que no es posible transparentar nuestras actitudes.
b) El otro supuesto concierne al lenguaje como conducta.
Si las actitudes impregnan la conducta en general,
en el lenguaje, que constituye una forma de
conducta sumamente diferenciada, tales actitudes
han de ser proyectadas de modo asimismo diferenciado.
El lenguaje es conducta verbal. Y en la medida
en que el lenguaje supone el ejercicio de una
función específicamente humana, las actitudes
se verbalizan en él, o bien se expresan, junto
al verbo, mediante formas de construcción sintáctica,
formas de expresión prosódica, incluso mediante
la gramaticalidad o agramaticalidad de la proposición.
(pp. 11-2)
(3.
La ampliación del ámbito de la lingüística)
No obstante, parece ser hoy cuando en términos más generales
se plantea esta necesidad de traspasar los límites
estrictos de la lingüística propiamente dicha.
Así, Roland Barthes, al hablar de los fenómenos
de la connotación, los cuales aluden -como veremos
reiteradamente con posterioridad-, ciertamente
a sistemas más y más complejos, reconoce que
«el porvenir pertenece sin duda a una lingüística
de la connotación, pues a partir del sistema
primario que le brinda el lenguaje humano, la
sociedad desarrolla sin cesar sistemas de sentidos
secundarios, y esta elaboración, manifiesta
o enmascarada, racionalizada, se encuentra muy
cerca de una verdadera antropología histórica».
Me parece claro que cuando Barthes habla de
«sistemas de sentidos secundarios» está refiriéndose
a formas ocultas de significación, sobreentendidas
por el oyente merced a la estructura semántica
subyacente en una cadena sintagmática o polisintagmática.
Pero mucho más claramente -nótese lo que tiene
de renunciación a lo que constituyó su investigación
preliminar, la que le hizo justamente famoso-,
Richards declara: «Mi sugerencia es que no es
suficiente estudiar una lengua, del mismo modo
como hereda uno un negocio, sino que debemos
aprender cómo funciona. Y por "estudiar
cómo funciona" no quiero decir sus leyes
de sintaxis o su gramática o vaguedades sobre
su lexicografía –dos tipos de estudio que hasta
hoy han desviado la atención de problema central.
[…]
La limitación autoimpuesta por la investigación lingüística,
y su consecuencia, la pobreza en orden a la
explicación e interpretación de los hechos del
lenguaje que trascienden el estatismo del sistema
de la lengua, ha concluido por llevar a formulaciones
que tienden a desplazar el «objeto» lingüístico
desde un nivel molecular, incluso atómico, a
otro por decirlo así molar. Cuando De Felice
se pregunta qué cosa es el acto lingüístico,
tiene que decir que «no es sólo lo que se ha
expresado, sino lo que se ha expresado y comprendido.
Luego la comunicación -añade- se cumple entre
dos lenguas no sociales, sino individuales,
y deben estudiarse las relaciones entre el emisor
y el receptor dentro de un contexto». O sea,
el acto lingüístico ha de entroncar emisor y
receptor, hablante y oyente, y situar ambos
dentro del contexto real, fuera del cual sería,
de hecho, indecible.
(pp. 18-20)
(8.
Estructura superficial y oculta del habla)
El diálogo está repleto no tan sólo de falsos sobreentendimientos,
sino también de inentendimientos. De hecho,
la mayor parte de los diálogos son «diálogo
de sordos». Se dice mucho más de lo que se cree
oír, aun en el lenguaje coartado. En este sentido,
la formulación de un diálogo compone una forma
de constatación de nuestras inapercepciones,
porque la mayor parte de las veces sólo respondemos
al hablante respecto de un mínimo de lo que
nos expresa e informa. Y saber acerca de nuestras
formas de selección, positiva y negativa, en
la cadena hablada por el interlocutor, es de
excepcional importancia, sobre todo allí donde
el habla compone la única, o prácticamente la
única, vía de acceso a la persona del mismo.
Así, entre psiquiatras deben hacerse preguntas
de este tipo: ¿cuánto de lo expresado por el
paciente no ha sido entrevisto o ha sido considerado
como informativo? Por el contrario, ¿cuánto
de lo comunicado no ha sido aprehendido o lo
ha sido falsamente, como categorialmente perteneciente
al ámbito de la expresión? y en todo caso, ¿cuáles
son las motivaciones para nuestra inaprehensión
o nuestra errónea aprehensión?
He aquí un ejemplo de incomunicación psiquiatra-paciente:
Psiquiatra: ¿Con qué frecuencia
hacen ustedes el acto sexual?
Paciente: Bueno, la normal.
Psiquiatra: ¿Sueña usted?
Paciente: No mucho; alguna que
otra vez.
Psiquiatra: Por ejemplo, ¿cuántas
veces?
Paciente: No sé..., una o
dos veces al mes.
Psiquiatra: ¿Qué cosas suele soñar?
Paciente: Cosas sin importancia,
cosas que he hecho durante el día.
En este caso, el psiquiatra no advierte que la respuesta
«bueno, la normal» compone dos sintagmas en
calidad de sx ambos: «bueno», como pura
expresión connotativa de espera para repensar
la pregunta; «la normal», como elusiva de toda
indicación al respecto. Es claro que esta respuesta,
expresiva, resulta inadecuada ante la pregunta
del psiquiatra,' íntegramente informativa. El
hecho de que el psiquiatra no capte la inadecuación
de la respuesta del paciente ante su pregunta
es a su vez expresivo de que, bajo el manto
de la pura información requerida por parte del
psiquiatra, importa a éste no obtener suficiente
información en la respuesta. Lo prueba, además,
el que pasa a continuación a interrogar sobre
el sueño. La pregunta sobre la vida sexual
tiene, pues, para el psiquiatra, un carácter
de estereotipia, que hace obligadamente, como
exigitiva para la redacción de la historia,
pero que está dispuesto a soslayar tras cualquiera
respuesta. Nótese, sin embargo, cómo ante los
sueños, a la pregunta informativa del psiquiatra
el paciente responde informativamente, por
tanto en adecuación, y al psiquiatra no le importa
ampliar la información que requiere. En resumen,
el paciente ambigua su respuesta sobre el ámbito
sexual y el psiquiatra inapercibe el carácter
expresivo de la misma, que debería ser para
él significativa de la ocultación del paciente
a este respecto.
(pp. 68-9)
(28.
Aplicaciones del análisis hermenéutico)
Ninguna de las respuestas obtenidas para el primer ítem dio
contenidos eróticos manifiestos. Sólo dos de
las componentes se aproximaron con las respuestas
de «le agarraría para que no se fuera» y «le
haría quererme», respectivamente. Todas las
respuestas fueron tan inocuas en la apariencia
como:
[219] estar con él y verle; [220]
le ayudaría a ser feliz;
[221] le ayudaría a triunfar;
[222] le sería sincera;
[223] iría a todas sus películas;
[224] vería sus películas y leería
su biografía:
[225] comería con él.
Para el segundo ítem, en la que había que adoptar la forma
negativa (lo que no haría con él), los contenidos
se aproximaron más a la revelación de instancias
afectivoeróticas. Las respuestas obtenidas
fueron:
[226] no dejarlo solo;
[227] no herirle psíquicamente;
[228] no le haría infeliz;
[229] no le llevaría al fracaso;
[230] no le daría calabazas, siempre
que le conociera, naturalmente;
[231] exigirle correspondencia;
[232] imponerle mis criterios;
[233] amoldarlo a mí;
[234] conocerle personalmente;
[235] establecería una amistad
personal;
[236] no entregarme a él.
Señalaré que la probando que dio en el primer ítem la respuesta
de «comería con él» es la misma que en el segundo
aportó la de «no entregarme a él». No parece
demasiado atrevimiento suponer que «comer con
él» debe ser la respuesta permisible y sustitutiva
de la otra, más nítida, en la que sus resistencias
de carácter erótico están más manifiestas bajo
la forma de «NO entregarme a él». El proceso,
pues, podría gradativamente formularse así:
1. me asaltaría el
deseo de entregarme a él;
2. no me entregaría;
3. comería con él,
sin embargo.
Resulta en conjunto interesante que, en orden a la expresión
de las instancias, la forma negativa sea mucho
más significativa que la forma positiva. Mientras
las formas positivas son en su mayoría elusivas,
las negativas dejan más fácil paso a los contenidos
que se reprimen. Pero no porque las probandos
estén menos reprimidas, sino porque la forma
negativa, al facilitar la constatación del rechazo
de las instancias que consideran reprobables,
son lingüísticamente más posibilitadoras. Se
tornan más expresivas, como he dicho; porque
espero que nadie esté remiso a concederme que
el rechazo de una instancia implica la existencia
de esa instancia, que luego se rechaza.
Como es obvio, no se puede rechazar sino lo
que de alguna manera ha sido ofrecido, es decir,
existe.
Veamos con algún detalle la respuesta dada en el segundo
ítem por una de las probandos bajo la formulación
de:
[234] conocerlo personalmente.
Esta proposición equivale a esta otra:
[237] no desearía conocerlo personalmente.
Evidentemente hay aquí una contradicción que se puede expresar
así:
[238] es mi actor predilecto;
no obstante, no quiero conocerlo personalmente.
La contradicción tiene además unas connotaciones más complejas.
Lo que se le ha sugerido a la probando es que
exprese lo-que-no-haría, lo cual entraña la
expresión de algo fantástico. Es así que ella
no conoce personalmente a dicho actor; luego,
su formulación de ahora responde en verdad a
lo siguiente:
[239] aunque
me fuera posible, no le conocería personalmente.
Por eso, su proposición
la interpretamos no en el sentido formulado
por mí en [237], sino de esta otra forma:
[240] desearía no conocerlo personalmente.
Este deseo que no quiere hacerse realidad es la contradicción
de fondo, sobre la que se superpone la otra,
más formal, dada en [234].
Lo que hemos de interpretar no es, pues, su deseo, sino la
contradicción, o sea la oposición a su deseo.
El sentido de la misma debe estar, en una primera
aproximación, en lo siguiente:
[241] de conocerlo se derivaría
algo, por eso no quiero;
o bien,
[242] temo a lo que de conocerlo
se derivaría y por eso deseo no conocerlo.
Pero este temor radica solamente en ella, que oscuramente
intuye qué podría pasar de conocerle. En manera
alguna en él, cuya respuesta, en el supuesto
de conocer él a ella, no es predictible. Por
tanto, es lógico inferir de las proposiciones
precedentes que:
[243] me temo a mí misma si llegara
a conocerle.
Hay que preguntar ahora -y no precisamente a la probando-
qué cosas de ella misma pueden ser temidas,
y si nos atenemos estrictamente a su respuesta,
sin extrapolación alguna, podemos decir:
[244] temo a los sentimientos
que en mí podrían aparecer de conocerle personalmente.
Ahora bien, estos sentimientos existen de alguna manera,
quizás en forma embrionaria, quizá coartados
por el propio hecho real de ser él un objeto
inalcanzable. Por tanto, el temor no puede estar
basado en la aparición de tales sentimientos,
sino en el desarrollo ulterior que podría tener
lugar de verificarse el encuentro.
Los resultados en jóvenes del sexo masculino fueron distintos,
concorde con el distinto aprendizaje que, por
su condición social de varones, hubieron de
verificar. Así, en una gran mayoría, hubo como
respuesta inicial sobre lo que harían con su
actriz predilecta la de «acostarme con ella,…
Ahora bien, este resultado debe ser interpretado
efectivamente como una consecuencia de la mayor
desrepresión erótica de carácter verbal, pero
no como indicativa de una carencia de represión.
Pues lo que obviamente significa esta proposición
es que, antes que nada, la actriz predilecta
es precisamente predilecta en tanto que objeto
erótico, lo que sería imposible si la desrepresión
erótica fuese algo más que puramente verbal.
Por tanto, lo que las respuestas de los probandos
muestra es: a) que la represión sexual
está en ellos en primer plano, aunque superada
en el nivel verbal; b) que la erotización
subsiguiente condiciona de tal modo la predilección,
que le imposibilita objetivar cualesquiera otras
cualidades de actriz, si de antemano no satisface
el requisito de ser objeto erótico apetecible.
En consecuencia, la contradicción en ellos existe,
y homologable a la de las probandos, aunque
formulada de otra manera. Es curioso que algunos
de los dadores de la citada respuesta fuesen
sujetos para los que el cine representa un objeto
de reflexión y crítica y que no obstante no
se mostrasen capaces de elegir a actrices mejor
dotadas profesionalmente, sino a objetos eróticos
a los cuales, eso sí, desearían, en su fantasía
optativa, que al propio tiempo fuesen profesionalmente
mejores.[ii]
Esta experiencia recoge de modo standard formulaciones
del habla cotidiana y connotan acerca de la
estructura profunda de proposiciones emitidas
bajo formas socialmente inocuas, por cuanto
sirven al encubrimiento de las motivaciones
reales de las mismas. El habla cotidiana exige,
como hemos repetido varias veces a lo largo
de estas páginas, no sólo la intelección del
mensaje, sino sobreentender al hablante, como
referente en ese momento del oyente o receptor.
Pero -y esto es lo que me importa constatar-
lo que se constituye en problema por sí mismo
es el hecho de que sea usual la necesidad de
disociación entre lo que se dice y lo que se
deja entrever, y de qué modo al propio hablante
se le hacen invisibles las motivaciones ocultas
de su habla.
(pp. 193-8)
Carlos Castilla del Pino, Introducción a la hermenéutica
del lenguaje (Barcelona, Península, 1972)
Una
contribución de Castilla del Pino a la Pragmática
Xavier Laborda Gil
(Universidad de
Barcelona)
La reciente aparición
de Casa del Olivo (Tusquets, 2004), el
segundo volumen de la autobiografía de Carlos
Castilla del Pino, brinda a los lectores e historiadores
de la lingüística la ocasión de revisar con
mayor atención la trayectoria intelectual y
humana de un investigador sobresaliente de la
psiquiatría, la psicología y la comunicación.
Casa del Olivo es la continuación de
Pretérito imperfecto (1997), en la que
narró Castilla del Pino su vida hasta su instalación
en Córdoba, en 1949, ciudad a la que llego para
dirigir el Dispensario Neuropsiquiátrico.
Desde el punto
de vista de la lingüística, nos interesa revisar
aquí una obra suya de especial relieve, Introducción
a la hermenéutica del lenguaje (1972), que
concibió y escribió en virtud de su labor médica
y de sus investigaciones en lingüística y antropología.
Treinta y dos años después de su publicación,
Introducción a la hermenéutica del lenguaje
mantiene su solidez teórica. Y exhibe en sus
capítulos unas características que la convierten
en una obra precursora de la aproximación pragmática
al discurso.
1. Los componentes del discurso
La extensa obra
del psiquiatra Carlos Castilla del Pino (San
Roque –Cádiz, 1922) destaca por su extraordinaria
calidad científica, por una precisa y elegante
expresión y, también, por la capacidad de relacionar
perspectivas teoréticas de diversas ciencias.
Estas características explican que sus trabajos
interesen tanto a académicos e investigadores
de muchas especialidades, lo cual parece un
efecto previsible, como a un gran colectivo
de lectores que busca en sus libros una rigurosa
e ilustrativa exposición sobre temas de la personalidad
y la comunicación. Así, podemos anotar obras
tan influyentes como La culpa, La
incomunicación, Introducción a la hermenéutica
del lenguaje, De la intimidad, El
discurso de la mentira, La
teoría del personaje o El silencio.
Algunas de estas obras son la compilación de
cursos de verano de la Universidad de Cádiz
que ha dirigido Castilla del Pino en la localidad
de San Roque y su contenido responde a su constante
interés por la antropología de la conducta.
En esta sección
de Peri Biblión recogemos cuatro fragmentos
de Introducción a la hermenéutica del lenguaje,
una obra especialmente relevante desde nuestro
punto de vista y también del autor. Y ello por
varias razones. En primer lugar, cabe decir
que Introducción a la hermenéutica del lenguaje
es una obra especialmente significativa para
la lingüística contextual, la pragmática y el
análisis del discurso, además de constituir
primariamente una valiosa contribución a la
psiquiatría. Por otra parte, este libro se eleva
por encima de la rasante expositiva de los títulos
citados y aborda la cuestión de la interpretación
del discurso bajo una perspectiva estrictamente
lingüística. De esta especialización pragmática
se da fe en la expresión de su título, “hermenéutica
del lenguaje”, que aún hoy día parece reducida
al conocimiento de los eruditos. En todo ello
es propio apreciar tanto la naturaleza interdisciplinar
de la investigación de Castilla del Pino como
el papel de primer orden que desarrolló la lingüística
en las décadas de los años sesenta y setenta
del siglo pasado. El rigor y la novedad de las
ideas recogidas en Introducción a la hermenéutica
del lenguaje convierten esta obra en una
contribución fundamental a la antropología discursiva
y a la pragmática.
2. Antropología e interpretación de la conducta verbal
Es oportuno señalar
que su autor introduce, con la edición de Introducción
a la hermenéutica del lenguaje, un giro
científico que resulta inusual y crítico con
la lingüística vigente en su momento. Es inusual
porque tiene visión crítica y porque señala
la necesidad de abrirse la lingüística al contexto
y al sentido de los discursos. Castilla del
Pino identifica los estudios sobre el discurso
como campo de ampliación de la lingüística,
una lingüística oracional de signo generativista.
Y establece la necesidad de crear las “bases
de una lingüística del habla”, con la incorporación
de los fenómenos de la comunicación interpersonal
y los factores de la recepción. Su propuesta
no es sólo un manifiesto científico sino también
un proyecto viable, puesto que desarrolla también
un modelo sencillo y elegante de descripción
e interpretación discursivas. Y expone a continuación
cinco tipos de aplicaciones del análisis hermenéutico,
sea a la estilística, la psicología y psicopatología,
la genética de los valores, la lógica y, finalmente,
el habla cotidiana. El último y más extenso
de los cuatro fragmentos que reproducimos de
Introducción a la hermenéutica del lenguaje
pertenece a una aplicación al habla cotidiana,
una aplicación que con claridad exhibe el potencial
analítico de su formulación.
Por hermenéutica
entiende Castilla del Pino –según Beth y Sacristán
Luzón– “las consideraciones semánticas elementales
que se hacen intuitivamente en el lenguaje común”
(p.11, nota 2).
[iii] Es previo a todo ello la tradición
filosófica alemana del siglo XIX y, de modo
más inmediato, la de Hans-Georg Gadamer, quien
desarrolla en su obra Verdad y método
(1960) una teoría de la interpretación del discurso
ordinario con una influencia grande en la historiografía
y en la lingüística.[iv] En
España Emilio Lledó ha realizado una brillante
aplicación de la hermenéutica a la filosofía
y la filología.[v] La hermenéutica
plantea la interpretación de los discursos como
respuesta práctica y crítica al problema de
la conciencia histórica y la comprensión de
paradigmas. No en vano, autores como M. Foucault
y R. Barthes, que pueden adscribirse al paradigma
hermenéutico, aparecen citados en el libro de
Castilla del Pino.[vi]
Con todo, si la
expresión de “hermenéutica del lenguaje” que
figura en el título de esta obra proclama la
finalidad de interpretar enunciados del lenguaje
común, hay que decir que los conceptos que aplica
Castilla del Pino son especialmente afines a
la pragmática. Tal naturaleza pragmática convierte
su obra en una precursora importantísima del
análisis del discurso. Su dos principios son
que “el lenguaje es una conducta” y que, al
contrario de lo que se pueda pensar, tal conducta
no es evidente en sí misma y debe ser interpretada
para alcanzar una adecuada comprensión de su
sentido, pues el simple nivel de la expresión
“no permite transparentar nuestras actitudes”
sin más. Y apelando a ideas contemporáneas,
escribe (p. 18): “Me parece claro que cuando
Barthes habla de «sistemas de sentidos secundarios»
está refiriéndose a formas ocultas de significación,
sobreentendidas por el oyente merced a la estructura
semántica subyacente en una cadena sintagmática
o polisintagmático.” Una de las consecuencias
indeseadas de esta naturaleza compleja de la
comunicación es la incomunicación, el “diálogo
de sordos”.
Le interesa, por
tanto, a Castilla del Pino identificar e iluminar
los “falsos sobreentendimientos” y también los
“inentendimientos” de que están repletos los
diálogos (p. 68). Para ello elabora un test
compuesta por seis láminas, con ilustraciones
de figuras aisladas y figuras situadas en un
contexto, para que los informantes produzcan
comentarios, que a su vez son objeto de estudio
proposicional. El test se denomina Test de Hermenéutica
de Proposiciones (THP). Y el investigador indaga
en esas respuestas o comentarios las actitudes
básicas del sujeto ante la realidad; en el caso
del ámbito clínico, se indaga la actitud del
paciente ante la realidad como problema.
Mediante una adaptación
de los realizativos de la pragmática, Castilla
del Pino distingue dos tipos de enunciados:
los indicativos y los estimativos. Los indicativos,
equiparables a los constativos en los actos
de habla, refieren propiedades del mundo. Los
estimativos, afines a los expresivos, manifiestan
aspectos valorativos y emotivos del locutor.
La proposición indicativa es referencial, ostensiva
y denotativa; y compone el mensaje. Por su parte,
la proposición estimativa es axiológica, valorativa
y connotativa; y aporta un metamensaje. Y las
condiciones que deben observar estos tipos de
proposiciones son diferentes. En el caso de
los actos de habla indicativos, se considera
la sintacticidad o cohesión, la codificabilidad
o coherencia, la contextualidad o adecuación
y, también, la semanticidad. A su vez, los actos
estimativos se atienen a las condiciones de
la comunicabilidad, perlocucionaridad y veracidad.
3. Circunstancias de la creación de la Introducción a la hermenéutica
Esta breve relación
de los conceptos básicos nos anima a considerar
con especial interés las circunstancias
históricas en que se gestó Introducción a
la hermenéutica del lenguaje. De ello ha
dejado un testimonio valioso el propio autor,
en la segunda entrega de su autobiografía, Casa
del olivo (2004), que ha seguido a la inicial,
Pretérito imperfecto.[vii]
Su atención al lenguaje ya aparece en La
incomunicación (1969), obra que publicó
primero en catalán, “como minúscula aportación
mía a la reivindicación de la lengua catalana,
maltratada durante el franquismo”. En ella ya
se centraba en la observación y el análisis
del discurso verbal de los enfermos. El éxito
editorial de La incomunicación, un título
que sigue en catálogo, revela un eslabón llamativo
de la serie de estudios de Castilla del Pino.
En ese estado de la investigación se gestó Introducción
a la hermenéutica del lenguaje, como narra
en Casa del olivo.
Todo
empezó a partir de las entrevistas que yo mantenía
con un paciente en el dispensario, en presencia
del grupo de colaboradores, que guardaban un
silencio atento y absoluto. Su desarrollo obedecía
a pautas completamente distintas a las de una
relación a solas con el enfermo, y una de las
claves consistía en intuir el límite más allá
del cual no cabían más preguntas en público.
Eso me exigía una gran precisión en el insight.
(P. 334)
El psiquiatra denomina
insight a la visión sobre la situación.
Y en el fragmento describe su trabajo en el
Dispensario Neuropsiquiátrico de Córdoba, en
el que ha desarrollado de manera clínica sus
estudios, desde 1949, fecha en que tomó posesión
del cargo, hasta su jubilación en 1987. Este
trabajo implicaba la participación de su equipo
de terapeutas, con los cuales trataba del sentido
de las manifestaciones de los usuarios del Dispensario.
Tras
la entrevista, solíamos discutir «qué había
querido decir con lo dicho», esto es, qué implicaban
sus palabras, qué interpretaciones hacíamos
y por qué, cuánto había en ellas de proyección
nuestra... Valorábamos, pues, las plurisignificaciones
de un enunciado pronunciado en un determinado
contexto. A veces, si se daban las condiciones
adecuadas, incorporaba al paciente en la discusión,
no para que certificase cuál era el sentido
justo de su discurso (que era quizás el último
en poder darlo), sino precisamente para hacerle
consciente de las implicaciones que contenía.
(P. 335)
El procedimiento de análisis que aplicaba
el doctor permitía incorporar también al paciente,
con unos efectos positivos para éste inmediatos,
como explica el autor.
Este
análisis personal y colectivo sobre su discurso
provocaba en él evidentes efectos terapéuticos,
en el sentido de una afirmación de su identidad,
su recrecimiento. De la inseguridad inicial
ante el grupo pasaba a sentirse uno más, partícipe
con los otros en el proceso de dilucidación
de los componentes implícitos del discurso,
de su discurso. A nosotros estas prácticas
nos servían para adiestramos en la técnica de
la entrevista y, además, en el proceso de inducción
al paciente de lo que sus palabras transparentaban
sin quererlo e incluso a pesar de sus intentos
de ocultación, o sea, una forma de autoanálisis.
(P. 335)
Destaca en este
fragmento, referido al debate y la búsqueda
de los sentidos la confirmación que hace Castilla
del Pino de un principio de la hermenéutica,
que es el de “saber más de lo que sabe el propio
autor”. Este principio establece que el autor
de un enunciado no es también el dueño de su
sentido, porque tal sentido ya no le pertenece:
recae en el destinatario y en el polo de la
recepción. Así pues, el discurso, sea unas manifestaciones
o una obra literaria, no es un producto sino
un proceso. Esas manifestaciones o esa obra
no asumen todas las posibles intenciones que
el autor ha depositado en ella y que dispersó
y soterró en el acto de su proposición o su
escritura. A este respecto, Barthes destaca
que “hoy en día sabemos que un texto no está
constituido por una fila de palabras, de las
que se desprende un único sentido, teológico,
en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios),
sino por un espacio de múltiples dimensiones
en el que se concuerdan y contrastan diversas
escrituras, ninguna de las cuales es la original:
el texto es un tejido de citas procedentes de
los mil focos de la cultura”.[viii] Tal
es el espíritu de la hermenéutica, que se tensa
y entra en acción en las sesiones del Dispensario,
tal como las describe su director.
4. Interpretación de un caso
En el relato autobiográfico
de Casa del olivo, Castilla del Pino
comenta un caso clínico, a modo de ejemplificación
sobre el interés de la interpretación de los
enunciados. Y se da la circunstancia de que
el hermeneuta se fija en una expresión no ya
del paciente sino de su acompañante.
En cierta
ocasión se leyó la historia clínica de un muchacho
de dieciocho años, depresivo, al que acompañaba
su madre, de unos cincuenta, seria, con cierta
rigidez en la compostura. En ella constaba lo
siguiente: «El padre abandonó el hogar familiar
cuando el paciente tenía año y medio». La madre
permaneció en silencio durante la lectura de
la historia, las manos sobre el regazo, mirándonos
con actitud de respeto e indagación. Terminada
la lectura de la historia, yo solía completar
algunos datos, hacer algunas especificaciones;
a continuación entablaba un diálogo con el paciente
o su acompañante. (P. 335)
Si nos situamos
en el papel del hermeneuta, ¿qué más desearíamos
saber de los agentes del caso para interpretarlo
a fondo? ¿Qué es lo que preguntaríamos para
satisfacer esa necesidad de información suplementaria
o para hacer hablar al sujeto de su experiencia?
En este
caso, me dirigí a la madre: «¿Por qué les abandonó
su marido?». Como si la respuesta la tuviera
automatizada, me respondió de inmediato: «Una
lo lió y lo puso como una chiva». La frase es
de uso corriente en el habla de Andalucía. «Lo
lió» equivale a «lo engatusó», o sea, que lo
sedujo hasta el punto de convertirlo en alguien
incapaz de discriminar entre lo que debía y
no debía hacer, «y lo puso como una chiva» (cabra
joven), es decir, lo enloqueció (en sentido
metafórico). La señora no añadió una palabra
más, como si con esa expresión bastara y sobrara
para explicarlo todo. Por eso no consideré pertinente
indagar más, cuando, además, su postura de dignidad
frenaba cualquier otro requerimiento. Salieron
(ella, siempre en su sitio, se despidió con
un lacónico «buenos días») y parecíamos todos
de acuerdo en que aquella señora no estaba para
más explicaciones. (P. 335 s.)
En definitiva, ¿qué
interpretación general merece el caso al terapeuta?
¿Y cómo se deriva dicha interpretación del sentido
que cabe atribuir a una expresión como “lo lió”?
...Aquella
señora no estaba para más explicaciones. «Pero»,
pregunté, «¿por qué pensamos así?» Las razones
fueron muy varias: unas, referidas a la identidad
de ella (su sequedad, su rigidez); otras al
significado de la respuesta: ella no se considera
en absoluto responsable, o sea culpable, del
abandono de su marido del hogar familiar; pero
es que tampoco lo considera culpable o responsable
-para el caso es lo mismo- a él, sino a la que
«lo lió». Así que ella no se considera vencida,
porque «la otra», sólo valiéndose de sus malas
artes (ella, incapaz de utilizarlas), había
«enloquecido» a su marido hasta el punto de
empujarle a hacer lo que sin duda «él mismo
no quería hacer». (P. 336)
La mención de este
caso no es una mera ilustración, pues a partir
de él y de las reflexiones sobre el lenguaje
que se formulaba el psiquiatra surgió el proyecto
de elaborar un modelo analítico del habla ordinaria.
Así lo manifiesta en Casa del olivo,
donde relata también las circunstancias académicas
de la presentación del modelo, en un curso en
Barcelona convocado por un anfitrión que, en
la actualidad, parece insólito.
Se me
ocurrió que aquella respuesta de la mujer debía
ser sometida a un análisis lógico, pero de una
lógica referencial, de una lógica circunstancial
o contextual, es decir, la que conduce al descubrimiento
del sentido correcto (o incorrecto, cuando
no se aplica bien) de las situaciones en las
que interactuamos con los demás. Elaboré este
análisis, lo sistematicé y lo discutimos en
uno de los seminarios que yo venía organizando
con carácter bisemanal desde 1968 […]. Por
ese camino seguí investigando e ideé un test
proyectivo que, por su simplicidad, suministrara
un breve discurso que permitiera análisis no
demasiado engorrosos. Por él comprobé que el
estudio del lenguaje, en los aspectos semántico
y metasemántico, ofrecía la posibilidad de objetivar
inferencias que de otra manera quedaban en meras
«impresiones», meros insights. Los resultados
de este trabajo se concretaron en seis conferencias
que pronuncié en el Colegio de Ingenieros Industriales
de Barcelona, organizadas por Juan Antonio
Bofill, del que ya he hablado con anterioridad.
Más tarde, las perfilé y amplié, y las publiqué
en 1972, en Península, con el título de Introducción
a la hermenéutica del lenguaje. (p. 336)
En efecto, Castilla
del Pino dio las conferencias en marzo de 1972,
por invitación de la Asociación de Ingenieros
Industriales de Cataluña, y en octubre se publicó
el libro, con los textos completos de su exposición.[ix]
Resulta llamativo que la sede de las conferencias
fuera la de ingenieros industriales, en vez
de una asociación de ciencias humanas o de la
propia universidad. Este hecho se explica por
los avatares de la ciencia en la España durante
el franquismo, en muchas ocasiones sospechosa
y reprobable esa ciencia y sus científicos a
los ojos de las autoridades, como ilustra y
razona con meridiana claridad la obra biográfica
de Castillo del Pino. Pero también interviene
otro factor adverso, que es el control y la
censura ejercidos por dichas autoridades sobre
la persona de Castilla del Pino, por razón de
su capacidad científica y de su ideología crítica
con el sistema político. Como contrapeso, hallamos
el patronazgo o la acogida de entidades como
ésta de ingenieros, que en la medida de lo posible
trenzaban una trama civil y profesional alternativa
a los estamentos oficiales.
La falta de correspondencia
de los organizadores con la disciplina que impartía
el conferenciante no suponía, a tenor de la
situación, ningún tipo de inconveniente para
el acto. Todo lo contrario, pues las restricciones
científicas que imponía el régimen dictatorial
eran tan graves y el afán de conocimiento de
los profesionales era tan sentido, que estas
condiciones convocaban al público idóneo y estimulaban
su provecho cultural. Por otra parte, y este
factor tiene un peso considerable, la lingüística
gozaba de un prestigio admirable y general en
la época, por lo cual unos estudios como los
de la hermenéutica del lenguaje que presentó
Castilla del Pino tenían un aliciente científico
sobresaliente.
Es doloroso ver
el contraste entre el panorama universitario
de España y el de otros países de Europa. De
las universidades españolas estuvo excluido
Castilla del Pino por la conspiración de autoridades
académicas, hasta que se instauró el régimen
democrático, como es bien sabido. Mientras,
el psiquiatra recibió invitaciones de centros
extranjeros y mantuvo contactos con lingüistas
como Sven Skydsgaard, un lingüista danés que
fue discípulo de Hjelmslev. En Casa del olivo
refiere sus gratas impresiones de las universidades
escandinavas con las que tuvo trato, pues le
“sorprendió la organización tan perfecta de
la universidad y la ausencia total de despilfarro”.
Esta moderación material era el reverso de la
extraordinaria capacidad intelectual que en
ellas se vivía.
En el 78 vinieron dos comisionados
daneses, jóvenes profesores uno de la Universidad
de Copenhague, otro de la de Aarhus. Me grabaron
una entrevista que enviaron a sus respectivas
universidades. Poco después recibí la invitación
de ambas para impartir unas conferencias en
las facultades de Filología y de Psicología.
Nunca había estado en los países escandinavos.
Mi simpatía por Dinamarca venía de muchos años
atrás, por la animadversión hacia el régimen
franquista y la buena acogida que dispensaron
a los españoles de la oposición. [En Copenhague]
vino por mí, para llevarme a la facultad, el
propio Sven Skydsgaard, un lingüista discípulo
de Hjelmslev, con el que haría una buena amistad.
A los alumnos se les suministraron unos folios,
fotocopias inútiles con el dorso en blanco
que aprovechaban para sus notas. En un ambiente
distendido expuse mis teorías sobre hermenéutica
del lenguaje. Skydsgaard se interesó mucho por
mi metodología para la interpretación de textos
y del discurso, y mantuvimos una correspondencia
durante unos meses que para mí fue muy provechosa.
(P. 392)
Otra satisfacción
grande de Castilla del Pino en ese viaje fue
debatir con los asistentes daneses sobre su
modelo de interpretación de los enunciados,
que define aquí de manera tan sucinta y precisa.
En Aarhus
mis intervenciones suscitaron intensas polémicas:
frente a la «charlacanería» [término peyorativo
compuesto de charla y Lacán],
imperante en grupos de jóvenes lingüistas, propuse
una interpretación sistemática, protocolizada,
que dejaba la interpretación en su mera verosimilitud
o probabilidad, alejada de aseveraciones dogmáticas,
arbitrarias y sin fundamento alguno. (P. 392)
5. Renovadas expectativas
Estas vivaces referencias
que aparecen en Casa del olivo animan
a leer con atención la Introducción a la
hermenéutica del lenguaje. Atrae la consideración
grande que el autor concede a esta obra, a la
que separa y distingue de otras suyas. Sus referencias
a ella en Casa del olivo, sin ser numerosas,
sí prestan una singular atención a su génesis,
contenido, intención y repercusión académica.[x] Indican
también una trayectoria histórica prolongada,
que enraíza con los estudios sobre la (in)comunicación
y se extiende hasta la actualidad.[xi]
Pero aún impresiona más la envergadura de su
contribución al conocer, a través de sus páginas,
la determinación que expresa Castilla del Pino
en perseverar y desarrollar el modelo de la
hermenéutica del lenguaje. “Mi interés por el
lenguaje sigue hasta hoy”, escribe en Casa
del olivo (p. 336, nota 93). Y añade que
“el material de que dispongo es muy abundante,
y me gustaría tener tiempo para sistematizarlo
y publicarlo”. La comunicación de este profundo
interés y la disposición que muestra Carlos
Castilla del Pino crea renovadas expectativas
de contribuciones a la lingüística en los estudiosos
del lenguaje y en muchos y constantes lectores
de su obra.