REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


La flecha del tiempo, MARTIN AMIS

(Anagrama, Barcelona, 1993)

 

         Por ejemplo, resulta que estoy equipado con una abundante información que no vale nada, o de cultura general, si así se prefiere. E = mc². La velocidad de la luz es de 335.000 kilómetros por segundo. ¡No es nada lenta! El universo es finito, pero ilimitado. En cuanto a los planetas, son Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón… ¡pobre Plutón, bajo cero, subnormal, hecho de hielo y de roca, tan lejos del calor y de la luz! La vida no es un lecho de rosas. Está llena de altibajos. Triunfas en algunas ocasiones, eres derrotado en otras. A veces es ancha y llana. Otras veces hay que subirla cuesta arriba. Lo que va de un lado a otro, no sigue un rumbo fijo. 1066, 1789, 1945. Dispongo de un vocabulario soberbio (mónada, retráctil, necrópolis, palíndromo, antidesestabilizacionismo) y de un dominio imperturbable de las reglas gramaticales. El apóstrofo, en la frase inglesa “Please Respect Owner’s Rights”, no está donde debería. (Y lo mismo pasa con el del cartel que se ve en la carretera, el que ensalza las excelencias de Roger’s Liquor Locker e indica su situación.) Aparte de las palabras que denotan movimiento o proceso, que siempre me obligan a echar mano de las comillas (“dar”, “caer”, “comer”, “defecar”), el lenguaje escrito me resulta perfectamente comprensible, al contrario que el hablado.

(Pp. 18-19)

 

 

         Hay algunas otras muestras muy reveladoras del argot que se habla en el campo. El horno principal se llama Casa del Cielo; se llega a él por la calle del Cielo. La cámara y la sala de duchas son conocidas, con bastante más mordacidad, como hospital central. Sommerfrische es el término que designa una ronda de trabajos obligatorios, al margen de cuál sea la estación del año en que estemos: el aire veraniego, sí, sugiere una suerte de vacación perenne, alejada de una inapropiada realidad. Cuando queremos decir nunca, decimos mañana por la mañana, como cuando los españoles dicen mañana. Los pacientes más esbeltos de todos, esos cuyos rostros no son más que un triángulo de huesos en torno a los ojos, son los Musselmänner: no es, como pensé al principio, una alusión irónica a su musculatura. No. La angulosidad de las caderas y la cintura escapular hace pensar en musulmanes, musulmanes en actitud de oración. Evidentemente, de musulmanes no tienen ni un pelo. Son judíos. Bien, ¡que se conviertan! ¿Cuándo tendrá lugar la conversión de los judíos? Mañana por la mañana. El rumor y los cotilleos que a menudo tienden a hiperexcitar a los pacientes del sexo masculino lo designamos de forma lenificante como charla de letrinas.

         Hier ist kein warum… Es decepcionante, pero mi alemán no consigue mejorar. Lo hablo, se diría que lo entiendo, lo utilizo para dar y recibir órdenes, pero a determinado nivel es como si ya no engranase. Mi alemán es más avanzado que mi conocimiento del portugués. Creo que me costó sudores aprender inglés coloquial. Lo hice al buen tuntún. Es una lengua curiosa, el alemán. Para empezar, todo el mundo grita a voz en cuello. Luego, esas palabras larguísimas: la afición por la literalidad, ese traqueteo de hojalata que tienen las acumulaciones. Suena un tanto abusón eso de empezar todas las frases por el verbo. Y tómese si no la primera persona del singular: Ich. “Ich”. No es que digamos una obra maestra para manifestar la confianza que se tiene en uno mismo, ¿a que no? I suena como si tuviese un porte noble. Je tiene una cierta fuerza, una especial intimidad. Eo funciona sin problemas. Yo es algo que puedo entender; me suena. ¡Yo! En cambio, ¿Ich? Es como el ruido que emitiría un niño al verse confrontado con su propia… Quizá eso sea parte del asunto. En fin, sin duda que todo se irá aclarando a medida que mejore mi dominio del alemán. Y eso, digo yo, ¿cuándo será? ¡Mañana por la mañana!

(Pp. 167-169)

 

 

         Otro uso coloquial muy extendido en el KZ, que se aplica de múltiples formas: suena algo así como smistig, pero se diría que resulta de la amalgama de dos sustantivos alemanes, Schmutzstück y Schmuckstück, respectivamente “suciedad” y “joya”. Irónicamente, una vez más, smistig significa “que toca a su fin”, “acabado”, “terminado”.

(Pp. 169-170)