«Réquiem», de José Hierro. Vocación de hipertexto  
José María Jiménez Cano
(Universidad de Murcia)

 

I

 

         Cuando todavía nos llegan noticias de algunos de los compromisos sociales que José Hierro dejó pendientes – “La Real Academia Española (RAE) ha convocado el 30 de enero en el Boletín Oficial del Estado (BOE) la vacante del desaparecido José María de Areilza, para la que fue elegido el también fallecido José Hierro, que no llegó a ocuparla, ya que murió antes de pronunciar su discurso de ingreso”[1] -, voy a emprender un rápido recorrido en torno a tres ideas, a tres perspectivas de acceso a toda obra literaria, que voy a transitar en sentido inverso: la intentio lectoris, la intentio operae y la intentio auctoris.

 

II

Intentio lectoris. Resurrección

 

         Como a tantos lectores de la obra de José Hierro, me ha ocurrido lo que cuenta Daniel Pennac en Como una novela (Anagrama, Barcelona,1996, págs. 84-85): “Si pensamos en la parte de las grandes lecturas que debemos a la Escuela, a la Crítica, a todas las formas de publicidad, o, por el contrario, al amigo, al amante, al compañero de clase, o a veces incluso a la familia –cuando no coloca los libros en el estante de la educación-, el resultado es claro: las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá justamente, porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitados por libros y por amigos.

         Cuando un ser querido nos da a leer un libro, le buscamos en un principio a él en sus líneas, sus gustos, las razones que le han llevado a colocarnos ese libro en las manos, las señales de una fraternidad. Después el texto nos domina y olvidamos al que nos ha sumido en él; en eso consiste, justamente, la fuerza de una obra, ¡barrer también esa contingencia! (…)

         Sin embargo, con el paso de los años, la evocación del texto trae el recuerdo del otro; algunos títulos vuelven a convertirse entonces en caras.

         Y, para ser totalmente justo, no siempre la cara de un ser querido, sino (¡oh, raras veces!) la de un crítico o de un profesor.”

Hace unos años, haciendo el trayecto desde el Aeropuerto J. F. K. al Hotel Mayflower, rompía el silencio el profesor Tomás Albaladejo, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura comparada, para señalar lo siguiente: “Ese que acabamos de pasar es el cementerio del que habla José Hierro.”

         Ahí quedó el comentario. Al regreso del encuentro que en Nueva York había organizado la American Bible Society en colaboración con el Instituto San Pellegrino, recibí por correo la fotocopia, en papel reciclado, del poema Réquiem y la portada tan significativa del libro que lo contiene: Cuánto sé de mí, con el comentario: “Uno de mis poemas favoritos de José Hierro”. Un ejemplar del libro Cuaderno de Nueva York completaba el envío.

         A fe que las siguientes palabras de José Hierro, en mi caso concreto, se han hecho realidad:

         “Me importa que un poema mío sea recordado por el lector no como poema, sino como un momento de su propia vida, al igual que ocurre con ciertos personajes de novela que, pasado el tiempo, no sabemos si son reales o invenciones del autor.” (Reflexiones sobre mi poesía. Conferencia pronunciada en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de E.G.B. “Santa María” (Universidad Autónoma de Madrid) el día 16 de diciembre de 1982)[2].

         Esta fue para mí la resurrección de José Hierro, pues la Transición política española había convertido la obra de nuestro poeta en el recuerdo de unas líneas reivindicativas de algunas historias de la Poesía Española contemporánea que encasillaban su obra en la llamada “Poesía Social” del antifranquismo militante, allá por los primeros años de la década de los setenta del pasado Siglo.

         También le había ocurrido lo mismo a mucha gente. A la pregunta Nos interesaba saber por qué Hierro no publica desde 1964, y la respuesta fue concisa y clara: “No escribo porque la poesía no me viene.” (Conversando con José Hierro, entrevista de Alejandro Valero y Elena Martínez)[3].

 

III

Intentio operae

 

         Tenía razón el profesor Tomás Albaladejo. Réquiem es célula madre en la poesía de José Hierro. Como señalaba el filósofo griego, en el microcosmos está implícito el macrocosmos, y viceversa.

         No me atrevo a hacer resonar los versos del poema y les remito a la lectura que el propio autor realizó y que se encuentra fácilmente en las páginas que el CVC dedica al poeta[4].

         El propio Hierro incluía este poema y el titulado Reportaje:“dentro de la poesía que he llamado social.” (Reflexiones sobre mi poesía).

         ¿Qué no ha sido dicho ya de este poema?

Nos hallamos ante una síntesis impecable de las claves de la tradición y de la modernidad poética.

         De la modernidad, desprovista de los aspavientos vanguardistas, destacan dos aspectos fundamentales:

a)    La Metaescritura sin artilugios que puede verse en el cierre del poema:

 

Me he limitado

a reflejar aquí una esquela

de un periódico de New York.

Objetivamente. Sin vuelo

en el verso. Objetivamente.

 

         “Sin vuelo en el verso” cuando nos “engaña” con ese quiasmo y graféticamente hace volar las letras con el encabalgamiento.

 

         Y b) la vocación de hipertexto, por utilizar el término de G. P. Landow cada vez más generalizado en la prosa de numerosos teóricos de la Literatura, en cuanto combinación polifónica y multilingüística – ¡qué anglicismos tan provocadores! - de la esquela, la letanía y la crónica casi historiográfica o “reportaje” en la terminología del propio José Hierro.

         Con la tradición, a pesar de este hibridismo constructivo –que nos lleva a pensar en la pintura de Tapiès con ese uso del collage literario-, el poema sigue siendo ‘medium’ de la profunda vena lírica que enlaza con uno de los motivos centrales de la poética noventaiochista y de la poesía del Exilio, y anticipa, además, la nueva estética del desarraigo o la poética de la Frontera (Border Theory):

 

Él no ha caído así. No ha muerto

por ninguna locura hermosa.

(Hace mucho que el español

muere de anónimo y cordura,

o en locuras desgarradoras

entre hermanos: cuando acuchilla

pellejos de vino derrama

sangre fraterna). Vino un día

porque su tierra es pobre. El mundo

Libera me Domine es patria.

Y ha muerto. No fundó ciudades.

No dio su nombre a un mar. No hizo

más que morir por diecisiete

dólares (él los pensaría

 en pesetas). Requiem aeternam.

Y en D´Agostino lo visitan

los polacos, los irlandeses,

los españoles, los que mueren

en el week-end.

 

IV

Intentio auctoris

        

         José Hierro dejó dicho, en prólogos y en múltiples entrevistas, todo lo que se puede decir de su poesía, de la poesía[5]:

“Se escribe cuando no está la vida en el poeta…Escribir un poema de algo que hemos vivido es dar sentido a un instante nuestro, y esto es una manera de profundizar en la vida. El lector se enriquece a costa de una vida que el poeta no vive cuando dedica esos momentos a la poesía.”

         Las palabras más apropiadas para el poema elegido:

No sé hasta qué punto puede encajar mi poesía entre las sociales químicamente puras. Probablemente parezca demasiado intimista para ser llamada social. Pero también es verdad lo contrario: que más de una vez se me ha dicho que era demasiado social para ser intimista. Lo cierto es que no me he propuesto, a priori, hacer éste o aquel tipo de poesía: salió lo que salió, muchas veces algo totalmente distinto de lo que pretendía. La verdad es que me preocupa poco la cuestión de su encasillamiento, poco la licitud o ilicitud, modernidad o vejez del asunto tratado. La honestidad de mi poesía -no su valor- reside en el hecho de que he escrito siempre para mí. Pero ¡cuidado!, que escribir para uno mismo no significa escribir para que los demás no le entiendan, como ciertos fareros de las torres de marfil. El poeta tampoco puede escribir sólo para que le entiendan los demás: escribe para entenderse a sí mismo, que es la única manera de que puedan entenderlo los otros, ya que somos una porción de esos otros. De la misma manera que se acepta que sólo es universal y eterno el que es local y muy de su tiempo, ha de aceptarse que sólo puede hablarse a los demás cuando se habla para uno mismo. Pero antes hay que haber vivido entre los demás. De ellos procedemos y a ellos fatalmente hemos de volver a través de la poesía, que es lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás.”

La poesía es lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás. La poesía es lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás. La poesía es lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás...

 



[1] Cf. http://www.unidadenladiversidad.com/breves/Breves.htm (5 de febrero de 2003).

[2] Cf. http://cvc.cervantes.es/actcult/hierro/acerca_de/reflexiones.htm

[3] Cf. http://cvc.cervantes.es/actcult/hierro/acerca_de/conversando.htm

[4] Cf. http://cvc.cervantes.es/actcult/hierro/voz/

[5] Cf. http://cvc.cervantes.es/actcult/hierro/acerca_de/reflexiones.htm