REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS



PROYECCIÓN DIACRÓNICA DEL CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL  
Mª Isabel López Martínez y Eulalia Hernández Sánchez
(Universidad de Murcia)

 

         Ferdinand de Saussure ha sido considerado  como el padre y fundador de la lingüística moderna y, como tal, su pensamiento, contenido en el Curso de Lingüística General, se ha proyectado, ineludiblemente, desde su publicación hasta la actualidad.

         El gran mérito del maestro ginebrino reside en el hecho de haber sido el primer científico que delimitó el objeto de estudio de la lingüística: la lengua. El punto de partida de su teoría se encuentra en la distinción entre lenguaje, lengua y habla. No obstante, se va a centrar en el estudio de la lengua considerada, desde el punto de vista de su organización interna, como un sistema de signos, rompiendo así con la concepción decimonónica. Pero estos signos no existen en sí, sino solamente en virtud de su oposición a otras unidades del mismo rango. Nada existe en la lengua sino oposiciones, de donde deduce que “la lengua es una forma y no una substancia” y aquí reside la piedra angular de toda su teoría. Las unidades lingüísticas, pues, se presentan como unidades puramente relacionables. La lengua así concebida se asemeja a algunos otros sistemas de signos y constituye con ellos el objeto de una teoría general a la que incluso se atrevió a denominar semiología. Como otras disciplinas semióticas, constituye una teoría formal que examina objetos ideales cuya existencia no se infiere inmediatamente de los hechos observables. Por esto Saussure comparaba la lingüística a las matemáticas; según Godel[1], Saussure había observado ya en 1894 que las relaciones fundamentales entre las unidades de la lengua pueden expresarse regularmente con la ayuda de fórmulas matemáticas.

La teoría innovadora de Saussure sería asimilada por la lingüística posterior que iba a ver en la lengua la configuración de un entramado universal en el que cada unidad particular funcionaría de una manera determinada. Por ello, después de Saussure, los lingüistas se verán en la obligación de, tras una reflexión personal y profunda, continuar la investigación iniciada por el maestro; aunque, si bien es verdad, algunos no querían admitir explícitamente la base de su investigación, en todas sus teorías siempre subyace, de alguna manera, la presencia del maestro ginebrino. Por lo tanto, se tratará ahora de ampliar, perfeccionar e, incluso, terminar el legado que, con tan buena fortuna, habían recibido. Concretamente, la escuela de Praga (bajo la dirección de Troubetzkoy y Jakobson), la escuela de Copenhague (con la glosemática de Hjelmslev) y, en menor grado, la escuela americana (con Bloomfield), van a asimilar, de alguna manera, el estructuralismo saussureano. Las tres coincidirán en unos postulados que, indudablemente, había marcado Saussure: la distinción lengua/habla, sincronía/diacronía, relaciones sintagmáticas/ relaciones asociativas.

         Hjelmslev funda su glosemática en la idea saussureana de que la lengua es forma y no sustancia. Para él la forma de cada uno de los planos que configuran el signo constituirá el ámbito  de lo puramente lingüístico y será la prueba de la conmutación la encargada de diferenciar las variantes y las invariantes; la lengua será un sistema de invariantes. Los praguenses, por su parte, van a distinguir los dos planos del signo lingüístico, pero, a diferencia de éstos, van a tener en cuenta en el análisis descriptivo de la lengua las sustancias del plano de la expresión (fonética) y del plano del contenido (semántica).

Por otro lado, la dicotomía saussureana lengua/habla la transforma Hjelmslev en esquema (la lengua como forma pura), norma (la lengua como forma material) y uso (conjunto de hábitos); al habla saussureana, la denomina ‘acto’. La escuela de Praga comparte, así mismo, esta oposición, aunque no se inclina a subrayar la autonomía de la lengua; de la misma manera, al concebirla como sistema funcional, va a romper las barreras que para los ginebrinos existían entre sincronía y diacronía:

 “No se pueden poner barreras infranqueables entre los métodos sincrónico y diacrónico, como hace la escuela de Ginebra... El estudio diacrónico no sólo no excluye en absoluto las nociones de sistema y de función sino que, por el contrario, de no tener en cuenta tales nociones resulta incompleto. Por otro lado, la descripción sincrónica tampoco puede excluir la noción de evolución, ya que incluso en un corte considerado sincrónicamente existe la conciencia del estado en formación”[2].

         Y siguiendo de nuevo al resto de las escuelas estructuralistas, se interesan los praguenses esencialmente por las oposiciones, las relaciones y las funciones de los elementos en el sistema; en definitiva, tendrán en cuenta las relaciones sintagmáticas y las paradigmáticas.

         La escuela lingüística americana viene representada en sus orígenes por Sapir y Bloomfield. El primero, presenta su marco teórico sin haber recibido la influencia directa de Saussure pero, a pesar de ello, su punto de partida está muy cercano a las concepciones del maestro ginebrino, pues, como él, Sapir distingue en la lengua un sistema físico y un sistema ideal y considera precisamente a este último como “el principio real y más importante en la vida de la lengua”[3]. De este principio se deriva la conocida hipótesis de la relatividad lingüística de Sapir y  Whorf que ya no encuentra equivalencia en la teoría de Saussure.

         El segundo, Leonard Bloomfield, tiene una vinculación más estrecha con el estructuralismo saussureano o, con palabras de Jakobson, es “Uno de los primeros apreciadores y partidario sin reservas del Cours”[4]; en efecto en la reseña que, en 1924, hace del Curso de Lingüística General aprueba la dicotomía lengua/ habla y señala que con ella Saussure nos había dado la base teórica para una ciencia del habla: “he has given us the theoretical basis for a science of human speech”[5]. Posteriormente en su obra Language[6], manual del estructuralismo americano por excelencia, se propone como fin la elaboración de un sistema único, constructivo y coherente de los conceptos propios de la descripción sincrónica de una lengua; al igual que Saussure trata de extraer del complejo conjunto de fenómenos comprendidos bajo el término ‘lengua’ un objeto que sea propiamente lingüístico. En su opinión, el objeto de la lingüística está constituido no por los significados y los sonidos en sí mismos sino por “la asociación de sonidos determinados a un sentido determinado”[7]. Los sonidos interesan a la lingüística en cuanto que permiten diferenciar las significaciones; los rasgos esenciales de los sonidos, es decir, los fonemas de una lengua, son aquellos que conllevan una diferencia de sentido. La lingüística se interesará, pues, no por la significación concreta de la forma y de la palabra que, según  Bloomfield “no puede ser analizada en el marco de nuestra ciencia”[8], sino por la diferencia entre los sentidos de dos formas o de dos palabras. Este principio es totalmente equivalente al de la conmutación de Hjelmslev y ha sido aceptado por numerosos lingüistas americanos.

         Igualmente, muy cercano al concepto saussureano de ‘sintagma’ encontramos el concepto bloomfieldeano de ‘constituyente inmediato’; concepto que ha determinado durante muchos años la orientación de las investigaciones sintácticas formales, al mismo tiempo que ha sido utilizado con éxito en numerosas gramáticas automáticas y en los modelos matemáticos de la lengua.

         Todas estas escuelas que han recibido de manera directa las enseñanzas de Saussure, han construido sus teorías de descripción lingüística basándose, en gran medida, en principios metodológicos comunes: simplicidad, exhaustividad, coherencia, objetividad, carácter formal, etc., siendo esto lo que, fundamentalmente, nos permite aducir que, si bien sus doctrinas son variedades del estructuralismo, sus intereses, sus concepciones sobre las tareas de la lingüística, la terminología empleada y los procedimientos concretos del estudio de la lengua son diferentes, aunque se complementan.

          En la segunda mitad del siglo XX se produce el triunfo de la otra escuela más importante de la ciencia del lenguaje, la llamada gramática generativa introducida por Noam Chomsky. Sin embargo, esta nueva manera de enfocar metodológicamente los estudios lingüísticos no se podría concebir sin F. de Saussure. En efecto, esta gramática, al igual que la estructural, estudia la lengua sincrónicamente, y, como ella, la considera su objeto de estudio. Parte Chomsky de una distinción fundamental entre ‘competencia’ y ‘actuación’, estableciendo desde el primer momento que el objeto de la lingüística será la ‘competencia’:

         “Lo que concierne primariamente a la teoría lingüística es un hablante-oyente ideal, en una comunidad lingüística del todo homogénea, que sabe su lengua perfectamente y al que no afectan condiciones sin valor gramatical, como son limitaciones de memoria, distracciones, cambios del centro de atención  e interés y errores (característicos o fortuitos) al aplicar su conocimiento de la lengua al uso real” [9]

Es evidente el paralelismo que existe entre ambos conceptos y la dicotomía saussureana  lengua y habla, el propio Chomsky así lo refleja:

“La distinción que aquí señalo [competencia y actuación] está relacionada con la distinción langue/parole de Saussure, pero es preciso rechazar su concepto de ‘langue’ como mero inventario sistemático de unidades y más bien volver a la concepción de Humboldt de la competencia subyacente como un sistema de procesos generativos”[10].

Ahora bien, una reflexión sobre estas palabras nos lleva a defender el supuesto de que Chomsky ha interpretado superficialmente la teoría del lingüista ginebrino, pues, en realidad, Saussure a lo largo del Curso presenta reiterativamente su concepto de lengua como sistema, criticando, incluso, a quienes de sus palabras pudieran deducir que la lengua es una  mera nomenclatura:

“Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público que no ve en la lengua más que una nomenclatura, lo cual suprime toda investigación sobre su naturaleza verdadera... Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una nomenclatura, esto es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas”.[11]

  Pero no solamente la influencia de Saussure se manifiesta en la consideración de un mismo objeto de estudio sino que las mismas relaciones sintagmáticas constituyen la base de las reglas transformacionales, ya que dichas reglas se apoyan en conexiones sintagmáticas.  

         Llegados aquí, disentimos del esquema de influencias presentado por S. Serrano[12] puesto que, para nosotras, la presencia de Saussure en América es directa, no sólo en el caso de Bloomfield, que conocía perfectamente el Curso, sino también pensamos que Chomsky tuvo en sus manos el Curso de Lingüística General.

         Pero en el siglo XX la lingüística estructural y la lingüística generativa no son las únicas metodologías que hacen del lenguaje su objeto de estudio. El interés de los científicos se centra en otros aspectos relacionados con el uso que se hace del lenguaje en la vida diaria; ellos, precisamente, desarrollarán la lingüística del habla cuyas puertas Saussure dejó abiertas, de la misma manera que dejó esbozado el esquema de una lingüística geográfica y de una lingüística diacrónica. Por otro lado, su precisa delimitación del objeto de estudio de nuestra disciplina ha permitido, posteriormente, que la lingüística se integre al dominio de otras ciencias, dando lugar de esta manera a disciplinas híbridas tales como, entre otras, la sociolingüística, la psicolingüística,...

Ciertamente, y tras esta proyección diacrónica del Curso de Lingüística General, es evidente que buena parte de la ciencia lingüística actual encuentra sus orígenes en Saussure, no sólo por sus hallazgos sino por su nueva forma de afrontar los estudios lingüísticos; por esa nueva mirada que ha sido seguida y aplicada por muchas escuelas y lingüistas desde entonces hasta ahora, porque, si bien algunas corrientes más recientes de la lingüística suponen una superación de las teorías saussureanas, es cierto que nada hubiera sido de ellas sin el camino y las nuevas ventanas que abrió el Curso. En definitiva, toda la lingüística del siglo XX ha tenido éxito porque desde Saussure, el gran revolucionario de los estudios lingüísticos, hasta la actualidad no ha habido ningún lingüista serio que no haya leído el Curso y lo haya tomado como punto de partida para, de alguna manera, partiendo de él superarlo o modificarlo, pero nunca ignorarlo[13]



[1] Godel, R. (1977): “La teoría del lenguaje” en Ferdinand de Saussure. Fuentes manuscritas y estudios críticos. Ed. Siglo XXI, Méjico, 2ª ed. Pág. 129-149.

[2] Trnka, B. y otros (1972): El Círculo de Praga. Edición a cargo de J. A. Argente Ed. Anagrama. Barcelona. Página 31.

[3] Sapir, E. (1981[1921]): El lenguaje. Fondo de Cultura Económica, Méjico, cap. I.

[4] Jakobson, R. (1988): Obras selectas I, Gredos, Madrid, pág. 340.

[5] Hockett, Ch. F. (ed), (1970): A Leonard Bloomfield Anthology. Indiana University Press, pág. 108

[6] Bloomfield, L. (1964[1933]): Language. New York, 1933. Ed. Castellana: Lenguaje. Universidad Nacional de San Marcos. Lima.

 

[7] Ibídem, p. 27.

[8] Ibídem, p. 161.

[9] Chomsky, N (1975[1965]): Aspectos de una teoría de la sintaxis, Aguilar, Madrid, pág. 5.

[10] Chomsky, N. : Ibídem, p. 6.

[11] Saussure, F. (1983: 81 y 137).

[12] Serrano, S. (1983): La lingüística: su historia y su desarrollo. Montesinos, Barcelona, p. 74.

[13] Si leemos la reseña biográfica y crítica de F. de Saussure que aparece en la edición del Curso (Madrid,  Alianza Editorial, 1983), podemos inferir que, si bien algunos lingüistas han criticado negativamente la obra saussureana y han rechazado cualquier posible influencia, en ningún momento se puede descartar de manera absoluta la presencia del maestro ginebrino en sus estudios. Esta magnífica reseña representa un estudio pormenorizado de la repercusión del Curso en diversos países y corrientes lingüísticas.