estudios
El nombre de los Otros: sociolingüística gentilicia en El último patriarca de Najat El-Hachmi
Antonio
Daniel Fuentes González
(Universidad de
Almería)
Resumen: La conexión
disciplinar entre sociolingüística y literatura puede ser cultivada mediante
una metodología pluridimensional que dé cuenta de la complejidad del hecho
literario y del mundo actual. En este trabajo se analizan los gentilicios que
aparecen en la novela El último patriarca.
Se descubre una interesante estructura psicosocial y política donde la autora
confronta un nuevo
marco constituyente (intercultural) en coexistencia con otro que es
instituyente (neocolonial, racista y machista) y aún otro subsistente (marco religioso
medieval). A pesar de que la narración orienta una mirada intercultural, puede
existir el riesgo de que esa perspectiva abierta e indefinida se haga luego
definida y cerrada en uno de esos marcos interpretativos. El éxito de
una lectura intercultural y propositiva del texto literario tendrá mucho que
ver con el contexto social hegemónico, que desde luego habrá de correr ese gran
velo de interferencias consistente en etiquetar a las personas por su religión,
su lugar de procedencia o por su cultura.
Palabras clave: sociolingüística
gentilicia, cosificación cultural, interculturalidad, cismogénesis, etnofaulismos.
The Others’ Name: Sociolinguistics of Demonyms
in Najat El-Hachmi’s El último patriarca
Abstract:
The interdisciplinary connection between
Sociolinguistics and Literature can be fostered by means of a multidimensional
methodology that proves the complexity of the literary fact and nowadays world.
This work purports to analyze the place, region and country names present in
the novel El último patriarca.
The study discovers an interesting psychosocial and political structure where
the authoress confronts a new forming frame (intercultural) in coexistence with
another that is more rule and establishment-like (neo-colonial, racist and male
chauvinist) and even another surviving one (medieval religious frame). Although
the narration orientates an intercultural look at reality, the risk of
narrowing this non-defined and open perspective into one that is closed and
defined is also a possibility as an interpretative frame. Therefore, the
success of a suggesting and intercultural reading of a literary text will
depend on the hegemonic social context, which duly will have to draw the
curtains of interferences so that people are no longer labeled according to
religion, place or culture.
Key words: Sociolinguistics of
Demonyms, Cultural Objectivization, Interculturality, Shcismogenesis,
ethnophaulisms.
1. Introducción
En
2008 una escritora catalana llamada Najat El Hachmi publica la novela L’últim patriarca, casi al mismo tiempo
que su versión en castellano, El último
patriarca (en adelante EUP)[1]. Una
mujer de origen marroquí rifeño se situaba así en las letras catalanas. Sin
embargo, lo que desde un primer momento parece un itinerario relativamente
despejado en la incorporación a esa catalanidad lingüística, no lo parece tanto
en lo que respecta a su catalanidad femenina.
EUP cuenta la historia de Mimoun Driouch, derrotado
como patriarca por su hija. El punto de vista lo proporciona precisamente ella,
una niña sin nombre. Primero en solitario, Mimoun emigra desde el Rif
(Marruecos) hasta la ciudad catalana de Vic, a la que luego llegará su familia.
La niña de ocho años se convertirá en una mujer luchadora entre tensiones
familiares y los hábitos de la sociedad de llegada. Precisamente, suele señalarse
el desgaste al que se somete el poder patriarcal[2] en
las familias emigradas desde el Rif a España, en beneficio del diálogo y de la
convivencia
(Eguren, 2003: 7). En la novela se hace mucho hincapié
en lo que supone la llegada a otro país/cultura y la adaptación a otra
comunidad, manteniendo elementos previos. Ese viaje cultural entre dos destinos[3] (el
Rif y Vic[4]) y el
contacto del uno con el otro caracteriza a las dos comunidades mutuamente
contempladas desde el recurso constante a la generalización.
Ha de anticiparse que la novela no focaliza un entramado
propositivo de soluciones únicas para las relaciones entre colectivos, pues la variación
en ese campo a partir del encuentro es una de sus características principales. Puede
que su interés literario esté en que la historia transcurra entre ambos mundos,
confrontados críticamente, sin asentarse totalmente en ninguno. Ese acento en
lo diferencial-contrastivo arranca casi siempre con una uniformidad imaginada y
cosificada en muchas descripciones culturales, basadas en identidades estáticas
(Grimson, 2008: 53). Es necesario señalar, asimismo, que esa operación de
generalización en ocasiones no se encuentra tanto en la escritura como en el
propio proceso lector, que tiende a otorgar categorías esencialistas a los
posibles episodios de una historia de ficción. Por poner un caso de EUP: la
niña, hija de Mimoun, sufre caprichosas y violentas prohibiciones paternas,
casi las mismas que sufre su amiga número dos del instituto, cristiana ella, lo que deja bien claro
que autoritarismo e intolerancia no son exclusivos de un grupo sociocultural,
del mismo modo que las mujeres adultas, cristianas o moras, se dejan domeñar
por el mismo hombre, Mimoun.
Por la importancia del repertorio nominal de los términos
con que son nombrados los unos y los otros en la novela, este estudio pretende
analizar sociolingüística, discursiva y contextualmente estas denominaciones (moro, cristiano, magrebíes, etc.) y su relación
con unas coordenadas ideológicas muy dinámicas. Este dinamismo se expresa, sobre
todo, mediante la expresión de una diversidad social de interpretaciones ante
los mismos términos gentilicios, lo que enriquece las posibilidades de
gestionar las relaciones intergrupales sin enredarse en simplificaciones
cómodas.
2. Marco
teórico-metodológico
2.1. Metódica para la
intersección entre literatura y sociolingüística
A
día de hoy resulta llamativo que la sociolingüística no haya examinado demasiado
el entramado sociocomunicativo que nutre una creación literaria, y cómo ésta a
su vez lo representa e incluso puede a su vez determinarlo (véase no obstante
Fowler, 1988, o Magraner, 2003). Así, toma sentido que entre los autores
decididos a analizar el carácter social de la literatura y su innegable
potencial crítico-cultural se lamente ese desencuentro disciplinar que
evidencia una sociolingüística ignorada también por parte de los especialistas de las literaturas (Lambert,
Meylaerts y Borden, 2005:11).
Desde la psicología social, Ibáñez (1989) apunta que una novela es un
objeto social intrínsecamente histórico y relacional. Sin embargo, a ese objeto
le acecha también el riesgo de una ilusión
sustancialista, para lo que conviene poner en cuarentena la supuesta
objetividad de los saberes psicosociales, puesto que los conceptos manejados para
pensar la propia identidad pasan a formar parte de ella (Ibáñez, 1989: 113). Por
ello se tiende a confundir la narración con lo narrado, resultado en buena medida
de poner en práctica procedimientos perceptivos en que por comodidad y eficacia
cognoscitiva se toman los procesos como objetos y no tanto como un complejo entramado
de relaciones (Ibáñez, 1989: 124).
El planteamiento de esta intersección
disciplinar precisa de una metodología convincente, pues siempre acecha el
riesgo de la percepción estática antes que interactiva. Con gran sinceridad y
no poca valentía, Solé (2001: 141-42) destaca que en sociolingüística el excesivo culto al
método puede ser contraproducente, dada la versatilidad de su objeto de
estudio. Sin que exista ni uniformidad
teórica, ni univocidad metodológica para abarcar la pluridimensionalidad del
hecho lingüístico y comunicativo, esta libre indefinición puede enlazar con la
fidelidad a una verosimilitud literaria abierta (Thon, 1998). La literatura
quedaría empíricamente vinculada a cualquier campo sociolingüístico, en tanto
que discurso social observable desde diferentes aproximaciones sociolingüísticas,
ya que cualquier texto es producto y expresión de hechos ampliamente basados en
la organización socioeconómica de una comunidad (Thon, 1998: 4-5).
En nuestro contexto académico, Sánchez Zapatero (2011) ha contemplado el
potencial literario como una alternativa a la verdad metodológica, por ser un
discurso hilvanado a partir de y hacia lo histórico, lo cognitivo, lo
lingüístico, y desde luego, lo político, porque puede ser altavoz de quienes
carezcan de una voz escuchada o respetada en la plaza pública. Entre otras
posibilidades, ello sirve para ajustar una memoria histórica que luche contra
el olvido. Por ello EUP, sin que seguramente sea su pretensión, recupera del
olvido la emigración andaluza a Cataluña de mediados del XX, que en palabras de
El-Hachmi fue en muchos aspectos más dura, inhumana y todavía menos civilizada
que la de la propia comunidad marroquí a Cataluña (El-Hachmi, 2008b: 7-11).
Sánchez Zapatero (2011: 567) insiste en que -aunque la suspensión de la
credibilidad sea frecuente- la ficción puede llegar a considerarse un tipo de
conocimiento, una forma de hacer memoria y de permitir a los lectores
contemporáneos cuestionar el discurso ideológico-cultural predominante.
Se recomienda por tanto el uso de herramientas
disciplinares metodológicamente plurales. Además, la lectura, cualquier
lectura, puede enriquecer los sentidos de la escritura.
Fowler (1988: 136-146) ponía de manifiesto la secuencialidad de la atención
lectora, orientada por focos significativos capaces de inventariar los fragmentos
importantes. Como se verá, este
recorrido activa un genuino viaje lingüístico-literario, que debe valer para cimentar
un conocimiento del mundo más reflexivo y menos mecanicista (Gergen, 1989: 161).
No deben de prevalecer criterios
absolutos que permitan valorar una interpretación textual por encima de otra,
si bien hay prejuicios o prácticas que dirigen nuestra atención y moldean la
capacidad de comprensión de la verdad
narrativa. Desde la psicología social, el mismo Gergen (1989: 172) apunta
que “la objetividad no es el producto de
la verosimilitud entre palabra y objeto, sino el de la habilidad retórica, de
manera que el sentido de la realidad es más consecución literaria que
ontológica”.
2.2. Hacia una sociolingüística gentilicia
El panorama social denotado y connotado por los
gentilicios es amplio y muy dinámico. Lejos de nombrar únicamente a un grupo de
personas según origen geográfico, lo pueden hacer mediante otros criterios,
como la profesión, el linaje o la religión; es decir, no
deben entenderse únicamente como indicadores férreos de una territorialidad,
muchas veces quebrada[5]; si
tomamos su origen latino proceden de gens
(‘origen’). Como todo recurso lingüístico, la variación gentilicia se explica
mediante diversos criterios, como la perspectiva hegemónica o geopolítica (bereber o esquimal son nombres puestos desde las potencias coloniales frente
a amazigh o inuit), el contexto comunicativo, la territorialidad, la historicidad. Cuando se nombra suele hacerse eligiendo entre varias
posibilidades: a diferente forma, diferentes efectos psicosociopragmáticos.
Casi siempre es un grupo social el que hace hegemónicas unas formas y establece
qué recursos nominativos pueden utilizarse válida y cívicamente para denominar
a los otros. De ahí que el caleidoscopio
sociolingüístico que históricamente puede representar un término gentilicio
ofrezca grandes posibilidades para una observación detenida.
Con todo ese arco de significaciones,
los gentilicios han concitado la atención de diferentes disciplinas o programas
de investigación. En clara vecindad nocional con el de
los gentilicios, el concepto de etnofaulismo fue ideado por el psicólogo social
polaco-estadounidense A. Roback (1944) para examinar la ideología de la
exclusión aplicada por los grupos hegemónicos de EE.UU. hacia los grupos
inmigrantes extranjeros. Desconocido un tanto en las disciplinas lingüísticas,
el de los etnofaulismos conforma, empero, un campo de investigación bastante
transitado actualmente en la psicología social porque son grandes atractores
conceptuales para estudiar los prejuicios y los estereotipos en tanto que procesos
sociales (Morales y Moya, 2007: 6-8); son “formas en que los
miembros de un grupo se refieren a los miembros de otros grupos (exogrupos), especialmente cuando
estos últimos son de un origen étnico diferente” (Morales y Moya, 2007: 6). Tanto es el potencial de su
estudio que representan un fenómeno universal, pues con ellos unos grupos
sociales ponen a raya a otros mediante características negativas, dando cuenta
de sus presuntas limitaciones, trazando fronteras, más nítidas cuanto más
simple es el etnofaulismo. Suelen ser gentilicios que realzan rasgos físicos, personalidades
colectivas, nombres personales antonomásicos, hábitos alimenticios, nombres
grupales o rasgos de carácter misceláneo[6].
Desde la lingüística se
maneja el término de apodos gentilicios
(Ortega, 1994), caso de conejero por
lanzaroteño o cañonero por lanjaronense.
Fernández Juncal (2011: 148) considera que los apodos,
motes o sobrenombres son nombres epicléticos, diferenciados de los otros antropónimos en que generalmente las
personas que llevan este nombre no lo han elegido. Esta falta de soberanía
nominal suele estar en el origen de todo nombre; de hecho, los nombres se
ponen, incluso se imponen, si bien en tiempos recientes los apodos virtuales o nicks se diferencian de los apodos tradicionales en tanto que no se le ponen
a nadie, sino que la persona se autobautiza[7]. Sea
apodo, mote, sobrenombre o epiclético, se activa una mayor motivación
designativa que en otros nombres y se consolida mediante un uso prolongado, público y constante.
Suelen considerarse gentilicios no oficiales, que están
sujetos a una neta variación sociolingüística, conectada, sin duda, con el
conjunto de evaluaciones sociolingüísticas de una comunidad de habla,
concatenadas a su vez con la ideología hegemónica de esa comunidad misma que se
incardina también en los procesos histórico-culturales. No es de extrañar, por
tanto, que Ortega (1994: 299-300) propusiese el concepto de competencia onomástica, una de cuyas
especificaciones sería la competencia
gentilicia, y todavía más, la competencia
sobrenominal gentilicia. Tal competencia puede tener un extraordinario
rendimiento al aglutinar una serie de subcompetencias relacionadas con el
empleo del léxico, con los conocimientos histórico-culturales, con la
competencia dialectal o con la macrocompetencia pragmática que debe gobernar la
adecuación u oportunidad del uso contextual o no de ciertos apodos gentilicios,
ya que no debe perderse de vista su papel antonomásico sustantivador; tanto que
en ocasiones el apodo gentilicio ve neutralizadas sus posibles connotaciones
negativas debido a su abundante uso, convertido en para- o cooficial, como el
caso de conejero por lanzaroteño, de uso casi indiferente
(Ortega, 1994: 301).
Por lo que respecta a los nombres antropónimos, muy
acertadamente Fernández Juncal (2011: 141) destaca que cimentan identidades
construyendo también la de los demás. Lo mismo cabe decir de los gentilicios[8]. Los
sistemas antroponímicos, y cabe añadir que los de nominación grosso modo, corroboran cualquier forma
de variación lingüística general: en el tiempo,
en el espacio, en los niveles sociales y en los niveles conversacionales y de
formalidad (caso de charro – salmantino[9]),
a la vez que proporcionan instrumentos para la intrincada clasificación de los
individuos y de los grupos en que se reconocen o son reconocidos (Fernández
Juncal, 2011: 149). Es lógico -consiguientemente- que los gentilicios sean muy informativos
y muy comunicativos.
Hoyos-Redondo (2006: 20), sin ser ajeno a cierto
apasionamiento, focaliza también el potencial de la evaluación sociolingüística
de los hablantes en relación con los denominados gentilicios xenófobos, como churros,
chorizos, xarnegos, murcianos, etc. hacia/contra los inmigrantes
castellanohablantes que llegan a Valencia o a Cataluña (Hoyos-Redondo, 2006:
27). Churro o murciano pudieran ser
principalmente gentilicios xenófobos, pero no lo son esencialmente, pues cuando
actúan como insultos parecen serlo en condiciones contextuales muy concretas[10]. Esas
supuestas intenciones se elaboran y se regeneran en un circuito cómplice, pues
el receptor recibe con hostilidad la connotación despreciativa con que parece
emitirla el receptor. Este circuito retroalimentado tiene mucho de cismogénesis
complementaria (Lucerga, 2003)[11]. Con
sus posibles puntos de fuga, como veremos, dicha cismogénesis será fundamental
a la hora de interpretar el potencial deíctico-social de los gentilicios
subyacente en EUP.
Repárese,
por ejemplo, que español en México es
‘español’, pero muy usado es también gachupín,
de forma que a veces España es Gachupilandia).
Sí parece tener originalmente una marcada intención denigratoria terrone [‘trabajador de la tierra’; ‘que
vive de la tierra’], que designa al italiano del Sur, vinculado con la tierra y
con una sociedad preindustrial, desde la percepción de la Italia del Norte, que
asocia toda esa simbología del Mezzogiorno a la falta de cultura y -muy
especialmente- a la incapacidad de hablar italiano[12]. De la bidireccionalidad
valorativa de los apodos gentilicios da buena cuenta el caso expuesto de terrone, al que el paso del tiempo
parece estar atenuando su primera intención negativa. Recorrido inverso tiene el
alemán Kanaken [‘extranjeros’],
fuertemente peyorativo a partir de los años 60 del XX y casi sin ningún género
de dudas actual y totalmente xenófobo. No obstante, cuando comenzó a usarse en
el XIX tenía un claro significado positivo, indicador de camaradería y extrema
confianza hacia los marineros polinesios y oceánicos[13].
Se ponen en juego emociones, que -insisto- pueden ser
muy cambiantes; las connotaciones, tanto las positivas como las menos amables,
introducen muy rápidamente ese sesgo peyorativo. Por ello, ese dinamismo
perceptivo puede coincidir en lo temporal al desdoblarse jánicamente en algo
negativo, pero también positivo. Por poner un caso, muchos hablantes observan
que todo ello ocurre con gitano:
proyecta un imaginario poco recomendable, pero valida igualmente expresiones
como Antonio es que es muy gitano, es un
buen comercial, en el sentido de que tiene buenas habilidades comunicativas,
palique, diplomacia, siempre es
amable con los demás, sabe hablar con todo el mundo y llega a acuerdos. Por otra parte, lo que nos parece neutro se
convierte en insultante; en La banda de
la tenaza (Abbey, 2012[1975]: 232) un policía le pregunta a Bonnie si su
marido es mexicano, a lo que Sarvis, otro personaje afín a Bonnie, responde “-Es de Nuevo México. No nos gustan los
términos racistas. Podemos llamarlos hispanos, americanos con nombres españoles
o hablantes de español, pero mexicano es un insulto en Nuevo México.” Tan
claro que es innecesario usar o crear otra palabra.
Asimismo,
pueden encontrarse los designadores religiosos, que –ya se decía arriba- se considerarían
gentilicios religiosos, pues
adscriben grupos de personas a una confesión religiosa, uno de los grandes
criterios de delimitación sociogeopolítica a lo largo de la historia de Europa
(recuérdense tantas guerras y pogromos en el Medievo y aún con posterioridad). Habida
cuenta de que el nombre gentilicio permite moldear nuestra identidad al tiempo
que la distingue de los demás, entra con toda su fuerza el potencial de la
ideología: nos separamos o nos separan como grupo de los otros grupos, y puede
llegar a reforzar nuestra presunta capacidad de acción y nuestro estatus
simbólico-social (Fernández Juncal, 2011).
Igual que frente a otros recursos lingüísticos, una
elección gentilicia puede resultar sociolingüísticamente sintomática de un
discurso cuidado y atento a situaciones
que exigen usos respetables, frente a otros, no siempre irrespetuosos, pero
acaso sí más espontáneos. Así, puede apreciarse cómo muchos funcionarios
públicos se lo piensan dos veces en situaciones formales y tras un casi
imperceptible titubeo usan narcotraficante
de etnia gitana frente a narcotraficante
gitano… o algún comandante de vuelo, que tras una inquieta espera, exclama
que por fin han llegado las pasajeras mahometanas.
Tal y como sostiene Fernández Juncal (2011: 148) para los antropónimos, cabe
decir que el buen empleo de los gentilicios pasa por acomodarlos al marco del
discurso, reflejando una parcela de nuestra identidad contextual o la de los
demás.
Esos marcos discursivos preocupan, por lo pronto, a
nuestros estudiantes, cuando evitan la mención del color de la piel de términos
como negro, usando subsaharianos, o el más general africanos, que no siempre es bien
recibido por algunos de los referenciados. No faltan las ocasiones en que observan
despreocupación cuando se toma un basto límite geográfico como criterio válido
para caracterizarlos. El sistema de gentilicios, en toda su variedad, al igual
que el antroponímico, pone a nuestra disposición suficientes recursos e
instrumentos lingüísticos. Como todo recurso idiomático, tiene su grado de
aceptación, su prestigio, su prestigio encubierto y encajan en lo que suele
llamarse un continuo de poder y de solidaridad, con todo lo que ello significa.
En muy buena medida, el análisis al que se somete EUP pondrá de relieve todo
este caleidoscopio socio-gentilicio.
3. El término moro en nuestra comunidad lingüística:
una cala
Como parte del sistema lingüístico, ya se ha visto que la
agilidad semántica del gentilicio permite que los apodos se conviertan en
nombres antropónimos oficiales plenamente reconocidos, como el caso de muchos
apellidos. Con moro se pasa históricamente
de un gentilicio plenamente oficial[14],
ya que ha de recordarse que los mauri están identificados como una de las tribus que habitaban
Mauritania en época romana, a un apodo gentilicio en la actualidad.
El caso concreto del gentilicio moro -con ciertas salvedades y matices- permite identificar una
rica cultura característica de la Península Ibérica (Carrasco, 1998 y 2005),
típica de la vida de frontera. Como punto de partida creo que estamos ante una
denominación neutral, llena de posibilidades y de percepciones tanto positivas
como negativas, pero tendencialmente orientada en las últimas décadas hacia una
connotación de rechazo, dada la creciente estigmatización con que el racismo
dominante ha percibido la inmigración magrebí a España. A Bourdieu (2001[1985]:
65) no se le escapó el hecho de que la operación social de nominación
constituye un rito institucional que se impone en una lucha de clasificaciones,
de modo que la nominación “estructura la
construcción de un mundo tanto cuanto más reconocida y autorizada es esa
nominación”. Hay elementos para pensar que el potencial
psicosociopragmático del término moro ha
visto restringido su ámbito de uso, toda vez que, como he señalado, está
recibiendo una connotación despectiva, evitándose en situaciones formales de
comunicación. No hace mucho la
connotación negativa era extraña o, cuando menos, muchísimo menos acentuada,
pues a mediados del XX se creó el término maurofilia
(Carrasco, 1998).
En buena medida parece que ha triunfado el gentilicio marroquí -lo que muy probablemente tenga
que ver con la creación del estado soberano e independiente de Marruecos en
1956- o el más impreciso pero geográficamente bien delimitado magrebí.
En lo que se refiere a EUP, Bueno (2010: 11) resalta
que “el texto se publicó simultáneamente
en francés, castellano y catalán desde donde se vislumbra un cierto deseo de
recepción del texto en el ámbito mediterráneo”, tanto que “…la edición simultánea en tres lenguas
convierten esta novela en un modelo perfecto -demasiado quizás- de un texto
polifónico, símbolo del crisol cultural de la España actual.” Frente a ese
crisol, una cuestión que no debe olvidarse en comunicación intercultural es que
no se juntan las lenguas, sino que lo hacen las personas, percibidas como
miembros de un grupo. Los personajes de EUP en ese sentido son muy explicativos
de las paradojas que todo proceso social (y por ende sociolingüístico)
conlleva, de lo cual vale como anticipo que uno de los personajes centrales,
Manel-Mimoun, acepte de muy buen grado su re-nominación (de Mimoun pasará a ser
Manel[15] en
Vic), creando una empresa llamada Construcciones
Manel, S.A., pero despreciando por cualquier cosa a las mujeres cristianas, aunque compartan lecho con
él. De otro lado, su hija, ante la opresión y tiranía paternas, se refugia en el Diccionario de la lengua catalana
(EUP, 185-188), proyectado también en capítulos posteriores.
Con
todas las salvedades necesarias, moro
es recibido muy peyorativamente en la actualidad por quienes son marroquíes o
magrebíes. Ha de decirse que su uso, en tanto que fenómeno variable, a veces
constituye un marcador heterocomunitario, cohesionando una determinada
ideología y anteponiendo el derecho propio y soberano a nombrar a los demás
frente a los deseos y derechos nominales de los nombrados. Así ocurre cuando,
si bien de buena gana, Mimoun pasa a llamarse Manel porque a su jefe le parece
difícil pronunciar su nombre.
Posiblemente
por ello sea en el contexto de la creación literaria o artística donde se
permitan, se acepten y se toleren estos gentilicios que hoy funcionan
específicamente como apodos gentilicios.
Nombrar no es un acto inocente; ocurre por la ingente capacidad del nombre para
trasladar no solo un significado básico, sino una concepción ideológica y una
interrelación social históricamente configurada, por lo que ha de anticiparse
ya que en la novela EUP el nombre exogrupal recupera en muchas de sus
dimensiones el estado de cosas medieval.
Si acudimos al DRAE, el abanico semántico de moro, -ra comienza con una adscripción geográfica
bastante precisa, esto, es:
(Del lat. Maurus[16]).
1. adj. Natural del África
septentrional frontera a España. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a
esta parte de África.
A
continuación el DRAE[17]
sigue dando razón de más acepciones, ahora netamente relacionadas con la
religión musulmana, lo que sin duda hunde sus raíces en la historia:
3. adj. Que profesa la religión
islámica. U. t. c. s.
4. adj. Se dice del musulmán que
habitó en España desde el siglo VIII hasta el XV. U. t. c. s.
5. adj. Perteneciente o relativo a
la España musulmana de aquel tiempo.
Las
demás acepciones, o se relacionan con las anteriores, o bien hacen referencia
al color oscuro y atezado. Por tanto, desde el punto lexicográfico no se
aprecia sesgo denigratorio alguno[18].
Sin embargo, ya se habrá podido intuir que las connotaciones negativas no son
tan sencillamente expuestas en los tesoros de la lengua. En varios trabajos de
cuño sociolingüístico (Rojas y otros, 1998; Fuentes y Zoubair, 2002; Fuentes y
Hernández, 2002a) se aprecia no sólo que la forma moro es la más usada
por hispanohablantes, sino que también contiene las intenciones más
despreciativas ante el colectivo marroquí (y metonímicamente de la religión
musulmana)[19].
Para
lo que respecta a esta cala sociosemántica, puede recordarse un episodio
procedente de la prensa deportiva. Corría el mes de agosto de 1997 cuando se
celebraban los mundiales de atletismo en Atenas. Dos mediofondistas españoles
acariciaban serias opciones de triunfo en la prueba de 1500 (Fermín Cacho y
Reyes Estévez), si bien el mejor milquinientista a la sazón era el marroquí
Hicham El-Gerrouj. Muy desacertadamente, el titular del día de la prueba
confeccionado por el diario deportivo Marca era Leña al moro. Ese
día el moro ganó, una vez más. Al día siguiente la portada fue una foto
del pódium con el titular Moro, plata y bronce (1º El-Guerrouj; 2º
Cacho; 3º Estévez). Después de esta segunda licencia periodística tuvieron que
pedir perdón ante la avalancha de protestas, que denunciaban el claro tono peyorativo
hacia el ganador[20].
Lo anterior es un episodio muy
representativo de lo que preocupa, de lo que puede preocupar o de lo que
debería preocupar la denominación que se le da a los otros, en ocasiones más
lacerante cuanto más cerca están. No digamos si se analiza ese conjunto de
denominaciones en el discurso común de la gente corriente. Hago notar ahora,
simplemente, que en la zona del Campo de Gibraltar para asustar a los niños se
les dice que, si no obedecen, vendrá el moro Juan, todavía más sintomático
del repudio hacia el mestizaje. No es menos cierto que nuestro conocimiento
histórico vincula los antiguos mauri a los actuales moros, o que
incluso el heterotopónimo inglés es Morocco. No pocos estudiantes
debaten estas cuestiones en el aula. Lo hacen sobre todo partiendo desde una
mínima sensibilidad cultural y social, lo que sería en este caso un mínimo
respeto hacia los vecinos. Se preguntan -entonces- ¿cómo los llamamos? Siempre
les digo que si sabemos que esa forma de nombrar sienta mal, es bueno
evitarlas, cuando menos, de modo que la forma más neutral, cívica y educada
sería el gentilicio marroquí o, más ampliamente, magrebí.
Como ya he
indicado, en toda la novela EUP no aparece otro tipo de denominación gentilicia
que no sea la de moros. Hay una
interesantísima excepción encontrada en la página 88 cuando al indagar en la
memoria catalana de las gentes lugareñas “recordaban historias de magrebíes asesinos” (EUP, 88), disidencia
discursiva que invita a comentarla con más detenimiento. Pero, como decía, ese
uso prácticamente unánime de moro neutraliza casi por unanimidad
discursiva su sesgo peyorativo, disipándolo en muy buena medida. Ese es el
gran recurso que utiliza nuestra autora: hacerse no sólo receptora, sino
emisora sin acritud del término connotado peyorativamente, con lo cual actúa
como desactivador[21].
Como
se ve, no es desde luego un procedimiento nuevo. En nuestro macroámbito lingüístico
hispánico se editan publicaciones como Sudaca y Sudacas[22],
de manera que al
llevar la iniciativa asumiendo el término como emisores y no tanto como
receptores consiguen diluir el efecto negativo. No se hace sino aprovechar la
potencia semántica de las palabras, pues no tienen un significado tanto en sí,
como la intención y tono con que son usadas y comprendidas en la cadena
discursiva.
En
cambio, he señalado poco más arriba que la denominación geográfica que señala a
los habitantes del Poniente norafricano, magrebíes, recomendada como
decía anteriormente por muchos sectores sociales como una denominación conciliadora,
queda fijada en la novela con el adjetivo asesinos, cuyo plural evoca,
casi sin remedio, una generalización bastante hostil. En cualquiera de los
casos, la polaridad connotativa moros vs. magrebíes, por poner un
caso frecuente, es mucho más compleja en el uso sociolingüístico del español.
De nuevo muchos estudiantes preguntan cuál sería la mejor forma de
denominarlos; detectan la pervivencia de la pareja medieval moro y cristiano
en el español actual de gente marroquí; muchos otros observan atinadamente que
no siempre el uso de la palabra moro implica una mala imagen o
referencia denigratoria, y no pocos han observado el diminutivo morillos
como mitigador de aprecio, consideración y paternalismo.
Al hilo de la asociación sintagmática de magrebíes con asesinos, uno de
los generales más violentos y significativos del golpe militar fascista de la
España de 1936 clarifica bastante las cosas. Me refiero a Queipo de Llano, en
un discurso sumamente explícito[23],
titulado habitualmente Id
preparando sepulturas,
retransmitido desde Radio Sevilla el 23 de julio de 1936. Decía del Ejército
de África[24]:
“Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos
cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez a sus mujeres (…)
Estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos
sabrán lo que son los hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a
librar por mucho que berreen y pataleen (…) Mañana vamos a tomar Peñaflor.
Vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto. (…) Estamos
decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente
Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! (…) Yo os autorizo a matar
como a un perro salvaje a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante
vosotros; que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad.”
Querol (2010: 72), en un interesante trabajo sobre la otrificación ancestral del moro en
nuestra literatura añade que “si el bando
nacional reivindica la Reconquista peninsular, el bando republicano presenta el
imaginario de la invasión musulmana; la nueva invasión del moro que esta vez
viene de la mano de otro traidor como el Conde Don Julián, esta vez al orden
constitucional: Franco”. A poco que nos interese la historia de España, y
hayamos podido hablar con personas que la vivieron, pondrán de relieve la
ferocidad con que los militares africanistas espoleaban a las tropas regulares
(marroquíes enrolados en el ejército golpista) para ser implacables en su
invasión.
Sánchez Zapatero trae a escena otro episodio que reitera
la crueldad de esas tropas (2011: 565). En la novela de Giménez Barlett (2011) Donde nadie te encuentre (2011: 168) se
lee:
“Pero lo que gritaban los rojos de
‘No pasarán’ de nada sirvió; los nacionales pasaron, ¡vaya si pasaron!, e
hicieron muchas animaladas también. Yo oía cosas, veía que la gente sufría y se
asustaba, el miedo campaba a sus anchas por todos lados […] Con Franco iban muchos
moros que estaban muy locos, bebían cosas fuertes y fumaban hachís. Los que
vinieron por aquí eran del ejército de Galicia, de donde nació Franco. Ya se
sabía que si iban delante de la tropa estaban más controlados, los jefes del
ejército los vigilaban para que no hicieran abusos. Pero, ¡ah, amigo¡, esos de
Galicia, que los mandaba el general Antonio Aranda Mata, cuando estaban en
estas tierras iban siempre detrás, en la pura retaguardia , y entonces solían
hacer de su capa un sayo […] Los moros estropeaban a las mujeres, las violaban
y todo eso”
Quiérese
decir que la tropa mora era fuerza de choque, carne de cañón: morir y matar;
matar y morir, episodio de nuestra historia que El-Hachmi no ha querido
escamotear, presentando en su tapiz narrativo hechos criminales relacionados con su grupo
cultural de origen, haciéndolo precisamente con el término propuesto en estos
tiempos para atemperar las connotaciones de moro[25].
En el contexto literario de novelas históricas de los
últimos años, El mar de bronce (F.
Romero, 2005) vale también para revisar cómo en tiempos históricos el término
era más referencial y neutro. En este mar
de bronce abundan los gentilicios religiosos, tan característicos de la
época medieval[26].
Así, en la página 22: “Aquí y en todo
lugar es bueno para el judío asumir las costumbres del país donde estamos”;
en la 35: “Al-Ârif, moro de poca fe, cuán
poco me estimas; en la 36: “El judío
no debe meterse en la política de los gentiles y mucho menos hacer la guerra en
ningún bando”; en la 47 es clarividente la diferenciación a la que antes se
aludía: “Él era árabe, árabe auténtico,
sus antepasados vinieron con los Omeyas, con la fuerza, con el poder, pero
también con la ciencia, el arte, el Islam. Al-Zuhayr, en cambio, era beréber,
de Mauritania, en una palabra, moro, sólo guerrero, hecho para luchar…”,
60: “Aquel invierno fue el primero de
Samuel como el judío más poderoso de la ciudad[27], una ciudad cuyo número de familias judías
no bajaría de al menos cuatro mil. Y además respetado y amado por todos los
islámicos, tanto moros como árabes, y por el grupo de cristianos que también la
habitan”; en la página 80 se estiliza el gentilicio: “la gente de Israel es la escogida y esta predilección de Dios la hace
ser invulnerable a toda maquinación o confabulación. Ningún poder de la tierra
podrá acabar con el pueblo judío”, lo que de alguna forma continúa en la
91: “Habló de ella no sólo con otros
rabinos, sino con algunos ancianos de la yesiba o comunidad judía”; y en la
161: “Para él estaba claro que Dios
existe en tanto exista el pueblo judío, tanto es así que firmemente creía que
Yahvéh gobernaba la tierra solo por cuidar a los hebreos”.
En relación con nuestra literatura, el
paso del tiempo ha configurado categorías como las del moro de aquí, en tanto que bueno, frente a las de moro africano o de fuera, enemigo y poco
confiable (Querol, 2010) o la del moro retador frente a la del moro amigo (Carrasco, 1998). Es precisamente
esta investigadora quien, frente a la busca y captura de heterodoxias
indeseables del quehacer histórico-literario, cataloga el papel del moro como
un personaje positivo en nuestra literatura[28]:
‘Morisco/morisca’
califica, como todos sabemos, algunos subgéneros de la producción del Siglo de
Oro que se caracterizan por presentar la figura del moro bajo un prisma de
estilización favorable (…) Cualquiera que se sumerja en la lectura de escritos
del XVI, sin excluir los literarios, se percata de que el ámbito semántico de
‘moro’ incluía aún la acepción del sustantivado término ‘morisco’, aplicado a
personas, mientras que esta voz alterna en los documentos con el sintagma
‘nuevos convertidos de moros’. Sería interesante cuantificar la alternancia de
tales expresiones en el lenguaje escrito por si se manifestara un uso más
frecuente de ‘moriscos’ entre los que promulgan medidas duras, y de ‘nuevos
convertidos’ entre los que abogan por suavizarlas. (…) En el terreno del
léxico, convertidos y conversos[29]
no se confunden, pero la hermandad sugerida por la geminación etimológica tiene
su paralelo en la vida real, ya que todos son blanco de las mismas exclusiones,
mientras conservan vivo el recuerdo histórico de una pluralidad que fue
admitida en el pasado.
En las últimas palabras de la cita de
Carrasco puede que esté una de las claves para comprender buena parte de la
ruta connotatativa del término moro a
lo largo de la historia. Una ideología social que admite la pluralidad no hace
hincapié en la demonización del Otro; una ideología que se va configurando
hegemónicamente a partir del cristianismo como punto de unión y de obligación (o todos moros o todos cristianos) necesita
de categorías fuertes, tanto para incluir como para expulsar del grupo, no sólo
dominante, sino único. Por ello, es a veces un vano trabajo preguntarse si
dichas categorías y sus correlatos emocionales son verdaderos o falsos, puesto
que no han sido socialmente elaborados para responder a dicho criterio. Más
bien obedecen a un deseo ideológico de uniformar, simplificando
totalitariamente las relaciones sociales a través de la obediencia y no de las
relaciones de diálogo. Esas relaciones totalitarias de obediencia regeneran
sentimientos y emociones de amenaza cuando las cosas van mal y es muy
comúnmente el Otro quien está
predestinado a ser culpado de todos los males, como cabeza de turco o chivo expiatorio.
4. Variación
sociolingüístico-literaria de (apodos) gentilicios en EUP
4.0 En Fuentes (en prensa) se destacaba que EUP puntualizaba muy bien los hitos
sociolingüísticos de los personajes principales. Por ello, no extrañaba que al
desarrollo interlingüístico de Mimoun, adulto llegado del Rif, cargado con su
equipaje de percepciones y de valoraciones sociolingüísticas, se sumasen (o
contrapusiesen) otras señales lingüísticas para otorgar verosimilitud y valor a
gran parte de los personajes que literariamente luchan en la obra.
Esas valoraciones se anudan
constantemente con nombres de referencia para la otra comunidad,
intrínsecamente connotados, como no puede escaparse al lector hispanohablante,
sea el decir moro o cristiano, o en algún caso, gitano, judío, magrebí, árabe, musulmán, sin que dejen de actuar pronombres como nosotros, ellos, vosotros, las nuestras, etc.; o deícticos
adverbiales como aquí, allí, o sintagmas preposicionales como en el extranjero. Hay
que comenzar este apartado insistiendo en que, frente a las tendencias cada vez
más extendidas de la corrección política,
es necesario seguir subrayando una particularidad muy interesante en la lectura
de EUP: la autora llama moros a los moros. Intentaré demostrar que Najat El-Hachmi en EUP apaga el fuego del estigma
recíproco y cómplice, mediante la fluidez narrativa de su propia perspectiva
híbrida, destruyendo esa simbiosis psicológica grupal donde el cristiano y el moro se estigmatizan en leal y simétrica reciprocidad. Parto
de la base de que -además de un recurso retórico nada desdeñable- se toma esa
opción porque para la autora la discriminación social es la misma, independientemente
del término usado (marroquíes, moros o magrebíes); optar por el término en principio más edulcorado, sería
en su poética una confusión del síntoma con la enfermedad.
4.1.
El rifeño
La aparición de
gentilicios en la novela puede, y seguramente debe, resultar toda una lección
cultural para el lector hispanohablante, acostumbrado a la tríada una lengua-un estado-una nación. Tanto
es así que todavía muy recientemente en cierta bibliografía persiste la falsa creencia de que la L1 de
todos los marroquíes es el árabe (marroquí). Se ignora con ello buena parte de
la realidad sociolingüística marroquí, mejor reflejada en los inicios de EUP:
(1) “Después de inclinarse por enésima
vez, se sentó sobre las rodillas, juntando las manos y haciendo un hueco de
cara al cielo habló con Dios directamente en rifeño, en su propia lengua. Por
primera vez en su vida. Por favor, por favor, por favor, Señor mío, haz que
ella sea mi esposa, Señor mío.” (EUP, 65)
En la ocurrencia anterior se trae a colación no un
gentilicio, sino un glotónimo (que aparece en catalán como rifeny y en español como rifeño,
alternativo (no en la novela) con otros glotónimos como tamazí, tamazigh, amazigh, beréber, bereber o cherja[30],
lista desde luego no cerrada, pero que da razón de la mayor variabilidad
glotonímica de lenguas cultural y administrativamente no oficiales y no tan
empoderadas sociolingüísticamente. En cualquier caso, la ocurrencia posterior
en EUP sí es gentilicia, resultando coherente con el desprestigio diglósico al
que en principio también se hace acreedora la cultura amazigh, en lo
lingüístico y en lo sociocultural, hasta el punto de que también en España, en
determinados círculos sociales durante buena parte del XX, rifeño era un insulto contra los niños desobedientes, gamberros y
por demás levantiscos[31]:
(2) “El funcionario llegó tarde,
caminando como si fuera de paseo, sin ni siquiera esperar a toda la gente que
lo esperaba. (…) Miró la partida de nacimiento de Mimoun, ya amarillenta de tan
guardada que la tenían, y empezó a leer. O sea que de Beni Sidel, ¿no? ¿Dónde
demonios está eso? ¡Malditos rifeños! Mimoun no entendió el insulto, no por la
falta de comprensión del árabe, que había ido puliendo durante su estancia en
la ciudad, sino porque no entendía qué le habían hecho los rifeños a ese
desgraciado. Hijos de puta, vosotros, debió pensar Mimoun, pero no dijo nada.”
(EUP, 75)
Como se decía, el fragmento anterior es bien
significativo e informa meridianamente de la línea divisoria árabe (hegemónica) vs. amazigh (subordinada) que
en lo sociopolítico y cultural opera en Marruecos y en gran parte del resto del
Magreb norafricano. Es importante en el texto anterior observar que el plural
espetado por el funcionario árabe, ¡Malditos
rifeños!, es respondido en monólogo interior con un singular, ese desgraciado, convertido finalmente
en el simétrico plural Hijos de puta,
vosotros, poniendo de relieve que el contacto con lo diferente activa casi
espontáneamente la generalización.
4.2. El judío
El siguiente párrafo presenta el término judío como interpelación interior que
funciona pragmáticamente como insulto:
(3) “De vez en cuando se detenían a
fumarse un pitillo, y el conductor incluso le sonrió, y le dijo algo que él no
pudo entender. Maldito judío, seguro que me debes de estar insultando con esa
sonrisa tan falsa, pero Mimoun le devolvía el gesto.” (EUP, 82)
En la página 253 hay una clara referencia positiva al
grupo religioso propio frente a los miembros de la religión judía, que son
presentados con rasgos evitables:
(4) “Padre estaba muy diferente entre
sus hermanas y la abuela. Se transformaba en un devoto musulmán y además con
sentido del humor. Llevaba chilaba encima de los pantalones y decía que se
dejaría barba si no fuera porque sólo tenía en algunas zonas de la cara y
habría parecido más judío que musulmán. Se sentaba entre todas ellas y era más
poderoso que nunca (…) había nacido para hacer de gran patriarca.” (EUP,
253)
Es destacable que la dicotomía frente al judío, en un
plano de enunciación estrictamente religioso, se enlace con musulmán,
semánticamente mucho más restringido que el más polisémico de moro. Por lo
demás, se corrobora el estereotipo histórico muy negativo que tanto desde el
cristianismo como desde el islam padece el judaísmo, haciéndose desde una
óptica discursiva impersonal (no hay nombre o referencia concreta para el
judío), hasta el punto de que en el texto sirve para insultar a un conductor
que es cristiano.
4.3. El gitano
En los siguientes fragmentos se señalan las únicas
ocurrencias de gitano (gitanas), dentro de un esquema nocional que
coincide con el estereotipo que la cultura peninsular tiene del gitano. El
gentilicio gitano aparece sin nombre, pero individualizado. Así:
(5) “Te puedes quedar en esta habitación,
Mimoun, tuvimos un gitano que vivía con nosotros, pero decidió volver con los
suyos. Ya lo ves, éste es nuestro reino, sin mujeres y sin nadie que nos haga
las tareas de la casa.” (EUP, 85)
Hay otro uso estereotipado de la etnia gitana, dedicada
a la venta ambulante:
(6) “Aún tendría los sábados por la mañana, que
siempre suelen tener ofertas interesantes, las gitanas y las compras no se
acaban nunca.” (EUP, 309)
4.4. Magrebíes
Ya se ha comentado por su significación cualitativa la
disidencia nominal del único caso donde aparece magrebíes, al tiempo que moro
se relaciona con algo exótico, y por tanto desacostumbrado:
(7) “Todavía era exótico ver a un moro en medio
de una ciudad tan de interior y bastante a menudo había quien se volvía y se
quedaba mirando con la mano tapándose la boca para no mostrar más de la cuenta
la sorpresa. Sobre todo las señoras, que
recordaban historias de magrebíes asesinos durante la guerra que habían cortado
cabezas a todo aquel que se les ponía por delante y que las colgaban después
por el pelo en medio de la plaza. O al menos eso era lo que se había
oído decir.” (EUP, 88)
4.5. De moros y
cristianos: relaciones de subordinación
En su juventud en el Rif, el patriarca protagonista es
asociado con una de las leyendas del rock
and roll mundial, pues quiere disimular su tez cetrina, emblancuñándose con
una conocida crema:
(8) “Ya nadie podía parar a ese Elvis
moro, perdido en pleno campo. Salió de casa vigilando para no toparse con el
abuelo, que le habría dicho de todo por ir vestido de esa forma tan
estrafalaria.” (EUP, 52)
El siguiente párrafo rebosa de gentilicios, donde los moros son humillados por los españoles, que tienen una facilidad
declarada para el insulto:
(9) “No se lo imaginaba con los
españoles, aguantando todo lo que le dijeran, los insultos, como solían hacer
con los moros. No se lo imaginaba sometido a un jefe español que le mandase
todo el rato lo que tenía que hacer y cómo lo tenía que hacer, ni siquiera dos
años. (…) Había quien hablaba como él, y a algunos pocos los entendía. Había
quien hablaba español, y él solo conseguía recordar los insultos que su padre
gritaba en esta lengua, aprendidos cuando trabajaba para ellos.” (EUP,
76-80)
Pasado el tiempo, Manel será considerado un verdadero y
auténtico indeseable con la mujer del patrón, lo que a la postre ocasionará su
expulsión de España y repatriación a Marruecos. Por otro lado, su tío -uno de
los personajes secundarios- recuerda el estigma asumido que padece el moro en España,
sin perjuicio de su legendaria y ahora cosificada potencia sexual:
(10) “A partir de aquel día ella le
dijo que no a todo. Que no, Manel, que tú a mí no vuelves a tocarme nunca más,
¿me has entendido? Y pronto le pidió a su marido que echara aquel moro que no
dejaba de mirarle el culo porque no le gustaba quedarse sola cuando él estaba
por allá. Pero mujer, si es buen chico, y además es uno de los mejores
trabajadores que tengo, parece un toro que no se cansa nunca. Pero ella gritó,
que no lo quiero aquí, te digo, que me da asco verlo por aquí (…) Deja en paz a
esa desgraciada, Mimoun, le decía su tío. Aquí las mujeres son así, cuando se
cansan de ti te echan y punto, te expulsan sin muchos miramientos. Por mucho
que digan, nosotros siempre seremos unos moros de mierda, ¿es que no lo ves?
Amará tu miembro tanto como quieras porque le gusta más que nada en el mundo y
porque los de aquí la tienen pequeña, pero no por eso te tiene que querer a ti
entero.” (EUP, 96-97)
Cuando las cosas no van bien, aparece el sintagma
preposicional en este coño de país, y
la individuación de los buenos momentos desemboca en una generalización
justificativa y terapéutica que demoniza a los otros mediante el término racistas:
(11) “Que hay cosas que no les gusta
que hagas en este coño de país. Entre otras lo que había hecho Mimoun para
vengarse a la vez del jefe y de su perra. (…) No debía de ser nada personal
contra ti, aunque te pasó por la cabeza que podían ser racistas y punto. Uno de
los insultos que el abuelo siempre decía en castellano cuando se enfadaba.”
(EUP, 98-99)
Los cristianos son
caracterizados como gente indigna, una de las pocas ocurrencias en masculino
plural que señala lo despreciable y equívoco de su sociedad desde una
valoración eminentemente etnocéntrica. Por otra parte, se anuncia la actividad
sexual desenfrenada de Mimoun, luego justificada por las artes amatorias de las
cristianas, peligro que conduce a la ruina y a la perdición:
(12) “A Mimoun no es que le pareciera la
conducta más lógica del mundo, pero teniendo en cuenta que en ese país las
cosas funcionaban tan del revés y que los cristianos no tenían ningún sentido
del honor ni de lo que él consideraba dignidad, la explicación podía ser
perfectamente plausible.
Así pues, Mimoun aprovechó que el jefe
acababa de salir, dejando una gran polvareda tras las marcas de las ruedas del
coche, para entrar dentro de la casa de paredes desnudas. Ella estaba sentada
en el sofá de la salita y le dijo, ah, Manel, ven, ven, que quiero que me
cuentes cosas de tu tierra. O eso es lo que años más tarde Mimoun recordó que
ella le había dicho.” (EUP, 93)
En las relaciones matrimoniales de la niña-mujer
protagonista toma cuerpo el juego esencialista en la caracterización del endo-
y del exogrupo, de manera que también se enuncia una crítica diáfana a la
tendencia a aplicar leyes de otros contextos al sitio en que se vive:
(13) “Más tarde cogió la costumbre de salir sin
decir adónde iba y comenzaron las discusiones por ese tema (…) que ya se sabe
que las mujeres de aquí hacen lo que quieren con los hombres y tú eres más de
aquí que de allá. ¿Dónde vas? No lo sé, salgo y basta. Hasta que dije de
acuerdo, vale, yo haré lo mismo. (…) Ni me quiero casar ni estaré mucho más
tiempo casada contigo, que yo ya he pedido el divorcio en los juzgados de aquí,
que las cosas no funcionan como allí y tú ya hace tiempo que lo sabes.”
(EUP, 328 y 331)
La vigilancia de los hombres moros a sus mujeres se
interpreta como algo totalmente impropio de la cultura catalana:
(14) “No hombre, no, es mi padre.
Pues quien lo oiga pensará que es tu pareja o que ha dejado de serlo. Yo estaba
cansada de tanta persecución […] Hasta que en el trabajo me dijeron que aquello
no podía seguir así y lo tuve que dejar yo para no permitir que me echaran
ellos. Qué vergüenza, estos moros, debían de pensar. A mí ya me daba igual
todo, sólo quería un poco de tranquilidad.” (EUP, 334)
4.6. De objetos
sexuales: cristianas apestosas y moros sementales
Comienza en este fragmento una serie de ocurrencias
claramente misóginas para referirse a las cristianas
como expertas seductoras:
(15) “Ya sabes que suelo gustar a las
mujeres, hermana, pero es que aquella cristiana me miraba con unos ojos que yo
llegué a pensar que me había lanzado algún hechizo para enamorarme (…) Ella aún
explica ahora qué mala suerte tuvo Mimoun durante su primer viaje al extranjero
(…) Así era como Mimoun conseguía siempre que las mujeres de su vida le fuesen
convirtiendo en patriarca.” (EUP, 102-103)
Continúa desplegándose la caracterización de la potencia
sexual de los moros:
(16) “Algunas seguían relacionando su
procedencia con todas las leyendas que habían oído contar a sus abuelas sobre
moros, y eso era un punto que jugaba a favor de Mimoun. Además las mujeres más
mayores se entregaban del todo, y muchas no necesitaban demasiados preámbulos
para llegar allá adonde a él le interesaba.” (EUP, 147)
La venganza matrimonial parece más rotunda si se consuma
mediante la relación con una cristiana,
sobre todo porque se toma como un objeto, de modo que el Otro se convierte en
paisaje para la revancha:
(17) “Así fue como Mimoun conoció a
Isabel, un nombre que crecería con nosotros en los primeros tiempos de nuestra
infancia, a pesar de estar tan lejos. Pero Mimoun cuenta, sobre todo cuando ha
bebido, que las cosas fueron al revés. Que primero dudó que yo fuera hija suya
y después, de la rabia que le dio todo eso, decidió vengarse de madre
buscándose una cristiana a quien engancharse y que se le enganchase.” (EUP,
149)
Las cristianas
aparecen como matahombres que en la
mirada de la niña son las causantes de la vida disoluta de su padre en España:
(18) “Pasaron varios años en los que
las noticias sobre Mimoun eran sólo que estaba con Isabel y que las cristianas,
ya se sabe, cuando pillan a un hombre ya no lo dejan jamás. Que vete tú a saber
qué cosas le daba esa mujer para que él se hubiera olvidado de todo y no quisiera
saber nada de su familia (…) Nuestro padre está en el extranjero, nos habíamos
acostumbrado a decir, pero no nos enviaba regalos para la fiesta del final del
ramadán ni dinero el resto del año; se ve que nos había abandonado, pero eso no
lo comentábamos demasiado. (…) Abandonada, pero atada a él, eso iba en contra
de todas las leyes, tanto las de los árabes como las nuestras.” (EUP,
162-164)
El sentimiento de rencor contra Isabel va en aumento,
fortaleciendo su pertenencia a la cristiandad, ahora como un insulto
indisimulado y reiterado:
(19) “En algunas de aquellas tardes
solía aparecer el nombre de Isabel, a la que pronto descubría que llamaban cristiana,
apestosa o mala pécora. Pocas veces pronunciaban su verdadero nombre, casi
siempre se referían a ella con algún adjetivo de esos o con todos juntos a la
vez. La mala pécora de la cristiana apestosa, o cosas peores. (…) ¿Por qué no
dejas de una vez a esa puta cristiana y haces el favor de encargarte de
nosotros? ¿No crees que ya es hora de que pienses en tu familia?” (EUP,
166-169)
Pero Isabel parece tomarse satisfacción de sus agravios matrimoniales
por su relación con un hombre más joven que el anterior, y encima moro
(20) “Es probable que Isabel no
pensara demasiado en si Mimoun le habría tenido que pedir permiso para quedarse
en su casa o no, pero parecía el paso lógico después de ver a qué ritmo
avanzaba la relación. Ella debía de creer que por fin estaba rehaciendo su vida
y que se fastidiase su ex al verla con un hombre más joven y encima moro.”
(EUP, 155)
Para convencer a la propia esposa, Mimoun abunda en un
uso despreciable y minimizador de lo que es una cristiana, tomándola como una aventurilla o un divertimento:
(21) “Madre lo escuchaba mientras
lavaba los platos o fregaba y él le decía es que no ves que es sólo una cristiana,
que es a ti a quien quiero, pero así es como Dios ha querido que te castigue,
no puedo hacer nada más.” (EUP, 200)
De nuevo cristiana
aparece rodeada de rasgos semántico-sintácticos bastante denigrantes,
relacionados con el paradigma del olor y de la depredación:
(22) “A veces me despertaba para llevarme al cine con Rosa, a la sesión golfa, y decía que era ella la que lo deseaba y que si yo estaba en medio no le podría atacar. Yo ya me quiero sacar de encima a esa cristiana que apesta todo el día, ya, pero ella no me deja en paz. Dice que me quiere y que hasta ha llegado a abortar por mi culpa.” (EUP, 213)
En el siguiente fragmento aparece un uso declaradamente
insultante del exogrupo, de nuevo en femenino singular por parte del padre para
embutir a la hija en esa categoría deleznable, mientras que ella lo hace
irónicamente en plural para concretar un conjunto nutrido de ese exogrupo:
(23) “Y no paraba de gritar dentro del coche
mientras se encogía de vez en cuando sobre el volante. Tfu, apestosa cristiana
de mierda, tfu. ¿Con qué clase de putas te juntas, tú? ¿es que no sabes que ésa
es una puta? (…) ¡bien que te las has follado a todas las apestosas putas
cristianas!” (EUP, 287-288)
De nuevo podemos situarnos ante una interesante
reflexión en que la xenomástica hace referencia al objeto sexual, poniendo de
relieve las contradicciones fisonómicas para la categoría de africano:
(24) “Estábamos en paz, yo ya hacía tiempo que no
podía ir a casa de sus padres, pues al parecer, supuestamente le gustaban tanto
las moras como a padre las cristianas era lo que más le podía gustar de este
mundo y porque la madre de la amiga número dos la llevaba a vender velas de
esas con las que se ayuda a los niños pobres del mundo, hasta de África, aunque
se ve que sólo valía para los niños negros de verdad, y no para las medio
morenas como yo.” (EUP, 290)
4.7. Moros autoestigmatizados (con prestigio
encubierto)
Aunque no es con toda precisión una forma gentilicia, al
lector hispanohablante su intuición le lleva a equívoco al tomar morabito como forma diminutiva de moro (significa ‘ermitaño musulmán’,
aproximadamente). En todo caso, hay una ocurrencia despectiva de la forma morabito, ya que Mimoun espeta a su
madre su beatería:
(25) “La abuela le había puesto toda
su ropa y un Corán pequeño encima de un gran pañuelo y había atado las puntas,
pero Mimoun llegó con una maleta nueva de relucientes hebillas y debió de
decir, ¿dónde quieres que vaya con eso, madre? ¿Es que te crees que voy a ver a
uno de tus morabitos?” (EUP, 77-78)
El ser moro es
una identidad que se construye también a través del habla, cuando no se tiene
aspecto de moro. Cristiano aparece nuevamente como insulto:
(26) “Malparido, yo pensaba que eras
un maldito cristiano: ¿por qué no me has hablado antes?, a mí sí que se me nota
que soy moro. Y tan moro debió decir el otro mientras se daban un apretón de
manos.” EUP (133)
En las migraciones se comprueba en qué medida las
identidades y comportamientos se edifican a partir de un prototipo; se
establece de nuevo una caracterización fisonómica del moro, coincidente con la
piel oscura:
(27) “Jaume[32] siempre respondía lo mismo: ¿no ves que me
expulsaron de allí (de Marruecos) por
no parecer lo bastante moro? Me vieron tan rubito y tan blanco que no me
quisieron, ‘sahbi’[33], ya lo ves.” (EUP, 135)
Debido a la presión social del mundo cristiano, se
confecciona una vez más el modelo de moro
que no es de fiar, para lo que pone en práctica la ancestral costumbre de
comer públicamente derivados porcinos para parecer cristiano:
(28) “Ya sabes lo que cuesta que se
fíen de un moro. Por eso me he puesto este nombre, ¿sabes?, Construcciones Manel,
S.A. No sé qué quieren decir la ese y la a, pero si quieres parecer una empresa
de verdad se ve que tienes que ponerlo. O también S.L. te dejan escoger (…) El
problema es que en algunas ocasiones esperan que el Manel de Construcciones
Manel sea un poco más más desteñido que yo. Y se muestran reticentes a darme el
trabajo, hasta que no ven que me como un bocadillo de salchichón no se creen
que me llamo Manel.” (EUP, 161)
En esta ocasión se observa un uso semántico respetuoso
del exogrupo, frente a otro odioso y despreciable del endogrupo, presentando a
los cristianos como gente de orden y de respeto:
(29) “Él le decía sal, que aquí los
hombres no son como allá abajo, que los cristianos miran a las señoras de otra
manera, pero ella sabía que aquello era una prueba para ver si volvía a ser la
mujer domesticada de antes o sólo lo hacía ver.” (EUP, 192)
El padre Manel-Mimoun expresa su profunda desconfianza
hacia su grupo originario, particularmente porque no tienen ni inhibido ni
educado su apetito sexual, lo que coincide con el estigma diseñado por el poder
colonial:
(30) “Bajó medio desnudo y tan solo
dijo: a partir de ahora no quiero que hables con ningún hombre. Que abran tus
hermanos si no hay nadie. Pero ¿qué dices, padre? Y en cuanto él me miró supe
que iba en serio. Ningún hombre, ¿me oyes? Y si es moro todavía menos, que a
esos ya los conozco.” (EUP, 246)
La hija caracteriza directamente a su padre como alguien
que desconfía totalmente de los ojos de su propio grupo sociocultural,
encontrando valores muy positivos en los
de aquí, cristianos:
(31) “Tenía una premisa que me
explicaba el mundo a pesar de sus incongruencias: a los moros les gustan todas
las mujeres, pero especialmente las moras. En cambio a los de aquí no les
tenían que gustar nunca las moras. Era connatural. Si no, ¿cómo se justifica
que padre escondiera a su mujer de todas las miradas que no fueran cristianas?
Solía decir que uno de aquí no te mirará nunca con esos ojos si sabe que eres
una mujer casada o si él lo está.” (EUP, 247)
Otra vez aparece el término moros en una cadena sintagmática que da a entender su carácter
socialmente opresivo y guardián de las esencias culturales. Ya casada, la
protagonista pregunta a su marido:
(32) “¿Vamos a tomar algo? Sí, pero aquí no, que
hay muchos moros. Y qué dije yo, ya no tenemos que escondernos. Ya, pero no
quiero que metan la nariz donde nadie los llama, prefiero ir a un lugar más
discreto.” (EUP, 324)
En el siguiente párrafo se recriminan conductas
impropias para un moro, además de que
evita la presencia vigilante y opresiva de los miembros del propio grupo:
(33) “En cuanto me vio me dio dos besos, y yo le
habría dicho que eso no pegaba en un moro, pero es que él lo disimulaba muy
bien. Los encuentros en las mejillas fueron largos. Yo sólo te he dicho que sí,
que vinieras porque de hecho me quiero documentar para escribir una novela,
¿sabes? Y supongo que debes ser de esos inmigrantes que viven solos y tal. (…)
Pronto descubrimos un local de comida rápida donde no nos encontraríamos a
ningún moro.” (EUP, 293-295)
Nuevamente emerge la consideración prejuiciosa del
exogrupo en tanto que falto de cultura y de hábitos de salud adecuados:
(34) “El médico dijo esto son ataques de
ansiedad, y sonaba tan grave que todavía me asuste más. (…) La comadrona me
dijo si quería tomar pastillas, que quizá la dificultad para penetrarme fuera
sobre todo por mis miedos a quedarme embarazada, y me preguntó si era eso lo
que realmente quería hacer. Sí, estoy convencida, quiero que sea él.
Le debió parecer
que ayudaba a una pobre mora a deshacerse de las costumbres antiguas de su
pueblo, de su cultura, que le exigía llegar virgen al matrimonio. Le vi aquel
gesto de odio, Señor, qué pena, con lo guapa que eres.” (EUP,
307)
4.8. Prejuicios debilitados
mediante la tolerancia y el contacto personal
El uso del diminutivo implica una consideración cariñosa
y paternalista hacia el endogrupo, aunque de partida presupone cualidades
intelectuales poco desarrolladas:
(35) “¿Quiere un número? En el cruce de la calle
de Argenters con la plaza Santa Isabel debía de haber una corriente de energía
positiva que hacía que los billetes de lotería volasen de mis manos. Era eso o
eran mis ojos, que sonreían tras las gafas tan gruesas, o era que les daba pena
o era el acento o era que pensaban mira qué morita tan espabilada o era que los
sorprendía o que se compadecían de mi miseria o eran todas esas cosas juntas,
pero yo batí el récord de números vendidos en el colegio.” (EUP, 265)
La cosificación inicial en las relaciones culturales da paso
a un conocimiento mucho más matizado, sujeto a la normalidad en las relaciones
humanas. Por ello existe una incertidumbre inicial, transformada luego en
verdadera amistad, comportamiento que tampoco es exclusivo de las relaciones
interculturales:
(36) “Todo el mundo se rió cuando dijeron mi
nombre, que pronunciaron tan diferente que ni yo supe que era yo. Claro que en
aquel lugar no estaban acostumbrados a gente como yo (…) Las conocí a las dos y
no se sabe por qué nos hicimos amigas. Una porque se sentaba a mi lado, pues su
apellido iba detrás del mío. La otra ya no me acuerdo, era amiga de otra amiga.
Había muchas cosas que nos unían, aunque al principio dicen que les di como
repelús, que sabían tanto de las moras, mejor dicho de los moros, que les dio
mal rollo tenerme tan cerca. Pero nos convertimos en imprescindibles las unas
para las otras, el triángulo perfecto.” (EUP, 276-277)
4.9.
Si se recapitula a partir de toda la operación de selección gentilicio-discursiva
a la que se ha sometido el texto, tengo cierta sensación de que el texto
general es traicionado, posiblemente
porque en el análisis predomina más la lucha cultural que la lucha femenina por
una identidad propia. De hecho, la de la mujer y su lucha para no estar
esclavizada, tiranizada y sometida por el hombre es una de las temáticas más
presentes en la novela, sin que quepa sancionar que la cultura
cristiano-catalana acoge rotundamente la emancipación o que la
islámico-marroquí enjaula incontestablemente a las mujeres. Como ya he apuntado,
considero que este planteamiento se resuelve en EUP en forma de lucha, de lucha
de clases, si se quiere, pues la trama principal narra la derrota de un
patriarca a cargo de su hija, decidida a sacudirse el yugo paterno, en primer
lugar, y de su marido después.
Quizá sea la victoria de una mujer por combatir la
cosificación de las mujeres, sobre todo porque de forma no tan clara como
cierta crítica quiere hacer creer, son también las mujeres quienes soportan
sustentándolo un sistema patriarcal que las reduce como seres sociales.
Precisamente esa puede ser la línea central del argumento de la novela: la
lucha de adaptación de una niña-mujer para configurar una identidad más deseada
por ella misma, lo que es toda una epopeya que recuerda la cita del Fausto goethiano,
pues Mit tausend Schritten machts die Frau; / Doch wie
sie sich auch eilen kann, / Mit einem Sprunge machts der Mann [La mujer hace en
mil pasos / por mucho que se apresure / lo que el hombre hace en uno].
Probablemente esa traición filológica,
de la que me hago cargo, quede parcialmente exculpada porque la discriminación
por sexo o género se agranda cuando se junta con la de clase, que a la postre
es toda discriminación racista-colonial (Lerner, 1990[1986]).
5. Conclusiones
EUP es una buena muestra de literatura como conocimiento
social que puede ofrecer bases estables para la construcción cívica y cultural
de la convivencia entre comunidades. En esa edificación de una nueva cultura,
se necesita también una buena competencia gentilicia, ya que -como muchos
recursos lingüísticos- los gentilicios, intrínsecamente dinámicos en el
entramado sociolingüístico, pueden ser tan xenofóbicos como xenofílicos, en un
continuo que a muy duras penas se muestra neutral, pero que no obstante muestra
sus equilibrios. No puede ser de otro modo cuando los nombres gentilicios
codifican significados referenciales a los que se precipita el magma de las
emociones colectivas. No ha de olvidarse que se trata de referencias y
emociones que pretenden designar a millones de personas en muchos casos,
trazando en buena parte jerarquías que precisan de la subordinación del Otro para funcionar.
Ese Otro atávico queda bien radiografiado en
EUP, de manera que según la terminología de Shotter (1989) se propondría un
nuevo marco constituyente (intercultural) en coexistencia con otro que es
instituyente (neocolonial, racista y machista) y aún otro subsistente (marco religioso
medieval) enunciado por ciertas imágenes que pueden mantenernos atados
mediante percepciones ancestrales. A pesar de la narración, históricamente
situada y anclada en una mirada intercultural, puede existir el riesgo de que
esa perspectiva abierta, propositiva, indefinida, se haga luego definida y
cerrada en uno de esos marcos interpretativos.
Frente a la representación migratoria de imágenes
recurrentes y estereotipadas, la radiografía textual que se ha hecho de EUP a
través de las marcas gentilicias en sus diferentes variedades pone de relieve
que existen esos estereotipos, dando cuenta de todo ello en numerosos pasajes.
Sin embargo, son estereotipos que no impiden el contacto enriquecedor e incluso
emancipador. A ello podemos añadir un didactismo que rechace como
macroestrategia la generalización (Níkleva, 2012; Magraner, 2004; Jiménez Cano, 2001; Carbó y Güell 2008),
explicándola y debatiéndola, porque la postura cognitiva y emotivamente
acomodaticia de generalizar al Otro
es un tósigo mucho más rápido que el antídoto siempre reposado de la
racionalidad y de la individuación reflexiva. El éxito de una lectura intercultural
y propositiva del texto literario tendrá mucho que ver con el contexto social
hegemónico. Quiérese decir con ello que novelas como EUP parecen condición
necesaria, pero no suficiente, para asegurar un calado ideológico -en su más
amplio sentido- que evite el rechazo cultural que con frecuencia camufla el
odio a la pobreza, pasando por el conflicto y por la disolución de ese gran
velo de interferencias consistente en etiquetar a las personas por su religión,
su lugar de procedencia o por su cultura.
EUP ofrece una estructura de etnofaulismos
contextualizados o estereotipos comunes, operativos tanto en la sociedad
cristiana (española) como en la mora (marroquí) que se dan la mano también
cuando esas comunidades coexisten (el caso de gitano o de judío), regenerando
al mismo tiempo la emisión-recepción de estigmas mutuos y
cosificaciones-generalizaciones que conforman relaciones de subordinación de lo
moro respecto de lo cristiano, pero con núcleos de resistencia de prestigio
intracomunitario frente a la caracterización del exogrupo. Desde ese estado de
cosas, la autora gestiona formidablemente bien esas relaciones culturales, de
modo que, conocedora de todos los prejuicios operativos en este contacto,
decide mencionar al Otro mediante el
término más usado y también seguramente más diferenciador y denigratorio,
desactivando con ello esa fuerza peyorativa por inundación discursiva. En cambio, cuando ese contacto es sostenido
y traspasa la visión cultural para dar paso a una interacción personal, parece
triunfar una percepción mucho más razonable e igualitaria, como con las amigas
del instituto de la niña-mujer protagonista: esas niñas no son identificadas
como cristianas, sino simplemente como sus amigas, con problemas e ilusiones
muy parecidas a los de ella. Reparemos en un interesante pasaje de Karrouch (2004:
45):
Un dia, plegant a les dotze, una
nena de raça gitana, més petita que jo, va acostar-se cap a mi, i em va dir que
la seva mare no la deixava jugar amb “mores”. Jo li va contestar que ella era
una gitana[34], cosa que després em va saber
molt de greu haver-ho dit. Al pare no li va fer gràcia ni el meu comentari ni
el d’ella.
La operación apriorística de exclusión social (no la deixava jugar amb “mores”) es
contestada por reciprocidad con “que ella
era una gitana”, lo que reproduce un esquema cómplice (o cismogenético) tan
presente en este tipo de relaciones colectivas como en la interacción política
(Y tú más…). Resulta entonces muy
interesante comprobar que parece muy grave responder plantando cara cuando te espetan
algo desagradable, ya que así comienzan los problemas de Laila en Vic. Con
todo ello suelen constituirse complicidades problemáticas, tachonadas de
autojustificaciones grupalmente enunciadas, porque lejos de evitar esa espiral
o posible escalada, quedamos alienados y retroalimentados por los juicios de
los cómplices, de modo que
entrar
en complicidad consiste en conspirar con otras personas para aceptar de forma
acrítica que estos supuestos deben constituir el trasfondo a partir del cual se
pueden formular los juicios morales de mutua relevancia; significa acordar
tácitamente que ésta será la base de entendimiento que posibilite desacuerdos
morales (Warner, 1989: 106).
Si volvemos a EUP, el uso y despliegue
de su repertorio gentilicio muestra que la protagonista autora no siente el
empeño de demostrar nada de sí misma, mostrando sus errores y narrando la evolución
contextual del resto de personajes, lo que vale por tanto no para una
justificación, sino para una comprensión más auténtica.
En lo tocante a la sexualidad, esa carnalidad
estereotipada se aprecia tanto como percepción de la otredad cristiana
femenina, como de la masculinidad mora: una sexualidad capciosa o animal que
objetualiza la compañía sexual (Martínez Carazo, 2010; Zecchi, 2010; Conde,
2010). Como ya se ha podido ver, la gran
particularidad de EUP estriba en que la perspectiva narrativa tiene doble foco,
pues no aparece objetualizada la sexualidad del inmigrante únicamente, ya que las cristianas -en muchas ocasiones
insistentemente asociadas con el mal olor- representan esa sexualidad mendaz
que controla sibilinamente a los hombres moros, sirviéndose metonímicamente de
ellos. Son metonimias y metáforas que muestran su triste reduccionismo cuando
en los ámbitos culturales con presencia de población migrada o migrante la mano de obra es difícilmente
considerada como persona plena sujeto de derechos, dado que los mismos
criterios mediante los cuales se crea reconocimiento y aprecio (ser muy
trabajador o ser un semental, por
ejemplo) bloquean el acceso a otras dimensiones, manteniendo a esta población en
una posición de subordinación y de impotencia civil.
Por lo demás, creo que Najat El-Hachmi lanza un mensaje
total, para lo cristiano y para lo moro. No encapsula la identidad
migratoria y la identidad de la sociedad de acogida en esencialismos
pertrechados de sus propias banderas (cfr.
para la descripción de esta actitud literaria Zovko, 2010), sino que señala
cauces transitables para la permeabilidad y el cambio culturales, cuyo fluido
principal debe ser la dimensión ética interactiva y no autojustificativa.
El-Hachmi ha demostrado la suficiente habilidad retórica para hacer verosímil
la posibilidad de las relaciones socioculturales que implícitamente propone en
su novela: logra una resignificación connotacional desde la omnipresencia
cuantitativa que desemboca en una normalización del uso gentilicio. El mejor de
los supuestos será que estas distinciones gentilicias etnofaulistas, xenófobas,
xenofílicas, epicléticas, sobrenominales o paternalistas el futuro las haga
innecesarias.
Finalmente, Bhaskar (1989) previene del fundamentalismo interpretativo. Por ello,
ésta ha sido la lectura de una novela a partir de sus gentilicios en un
contexto discursivo, que someto a otra mejor fundamentada.
6. Bibliografía
Aedo, S. y M. Farías (2009). “Etnofaulismos,
coprolalia, representaciones y estrategias discriminatorias: el caso del discurso
chileno antiperuano”. En Discurso & Sociedad, 3(3),
2009, pp. 372-396.
Aijón,
M. Á. (2009). “Los dialectalismos como recursos de estilo en los medios de
comunicación de Salamanca”. En Salamanca,
Revista de Estudios, 57, 2009, pp. 339-355.
Bergere,
J. A. (1999). “Psicología social de los procesos migratorios y relaciones
intergrupales”. En J. L. Álvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa, coords. (1999).
Psicología social aplicada. Madrid:
McGraw-Hill, pp. 269-294.
Bhaskar,
R. (1989). “La poética de la transformación social y los límites del paradigma
lingüístico”. En T. Ibáñez, coord. (1989). El
conocimiento de la realidad social. Barcelona: Sendai, pp. 71-84.
Bourdieu,
P. (2001[1985]). ¿Qué significa hablar?
Economía de los intercambios lingüísticos. Madrid: Akal.
Bueno,
J. (2010). “Género, exilio y desterritorialidad en L’últim patriarca de Najat
El Hachmi”. En L. W. Miampika y P. Arroyo,
coords. (2010) De Guinea
Ecuatorial a las literaturas hispanoafricanas. Madrid: Verbum,
pp. 213-226.
Carbó,
C. y L. Güell (2008). “Los estereotipos de nacionalidad en
el DRAE”. En J. Martí Contreras, coord. (2008). Teoría y
práctica docente: actas del II Congreso Internacional de Lengua,
Literatura y Cultura de E/LE, celebrado en Valencia, del 15 al 17 de mayo de
2008, pp. 109-120.
Carrasco,
Mª S. (1998). “Apuntes sobre el calificativo ‘morisco’ y algunos textos que lo
ilustran”. En A. Stoll, ed. (1998). Averroes
dialogado y otros momentos literarios y sociales de la interacción
cristiano-musulmana en España e Italia. Un seminario interdisciplinar.
Kassel: Reichenberger, pp. 187-209.
Carrasco,
Mª S. (2005). Vidas fronterizas en las
letras españolas. Barcelona: Bellaterra.
Conde,
D. (2010). “Espacios discursivos de la inmigración”, en M. Iglesias, coord.
(2010). Imágenes del
otro: identidad e inmigración en la literatura y el cine. Madrid: Biblioteca Nueva, pp.
33-61.
Eguren,
J. (2003). “La comunidad transnacional rifeña: un espacio simbólico y real
entre España y Marruecos”. Recuperado el 20 de mayo de 2012: http://meme.phpwebhosting.com/~migracion/ponencias/13_1.pdf
El-Hachmi,
N. (2008b). Pròleg a F. Candel
(2008[1964]). Els altres catalans. Edició
no censurada. Barcelona: Edicions 62, pp. 7-11.
Espinosa,
F. (2006). La Justicia de Queipo:
Violencia Selectiva y Terror Fascista en la II División en 1936: Sevilla,
Huelva, Cádiz, Córdoba, Málaga y Badajoz. Barcelona: Editorial
Crítica.
Fernández
Juncal, C. (2011). “El sistema antroponímico como diasistema”. En Nouvelle Revue d’Onomastique, n° 53, pp.
141-150.
Fernández
Romero, Jª. Mª. (1992). “La antroponimia en la obra de Miguel Delibes”. En M.
Ariza, coord. (1992). Actas del II
Congreso Internacional de Historia de la Lengua española, vol.
2, pp. 955-968.
Fowler,
R. (1988). La literatura como discurso
social. La práctica de la crítica lingüística. Alicante: Marfil. Trad. de
Mª F. Rodríguez Álvarez.
Fuentes,
A. D. y Y. Zoubair (2002) “Incidencia de las creencias y de las actitudes
sociolingüísticas hacia el español en inmigrantes magrebíes de Almeria”. En
Luque, J., Pamies, A. y Manjón, F. J. eds. (2002) Nuevas tendencias en la
investigación lingüística. Granada. Método, pp. 395-410.
Fuentes,
A. D. e I. Mª Hernández (2002a). “Aspectos de ELE a inmigrantes africanos:
acerca del afán alfabético”. En Luque, J., Pamies, A. y Manjón, F. J.
eds. (2002) Nuevas tendencias en la investigación lingüística. Granada.
Método, pp. 385-394.
Fuentes, A. D. (en prensa). “El último patriarca, de Najat EL Hachmi: Una lectura sociolingüística”.
Álabe.
Gergen, K. J. (1989). “La psicología posmoderna y la
retórica de la realidad”, en T. Ibáñez, coord. (1989). El conocimiento de la realidad social. Barcelona: Sendai, pp.
157-185.
Göbl, B., Zechner, K. y Götsch, C. (2012). “Complexity and
http://homepage.univie.ac.at/Andreas.Olbrich/handout4ws12.pdf
Grimson,
A. (2008). “Diversidad y cultura. Reificación y situacionalidad”. En Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, 8,
enero-junio 2008, pp. 45-67.
Hoyos-Redondo,
E. (2006). Interferencias
morfosintácticas y léxicas en el español de Cataluña y Valencia por el contacto
de lenguas. University of Georgia Theses and Dissertations.
http://athenaeum.libs.uga.edu/handle/10724/8982
Ibáñez, T., coord. (1989). “La psicología social como dispositivo desconstruccionista”. En T. Ibáñez,
coord. (1989). El conocimiento de la realidad social.
Barcelona: Sendai, pp. 109-133.
Jiménez
Cano, J. M. (2001). “La enseñanza de la lengua
española en contexto dialectal. Algunas sugerencias para el estudio del caso
murciano”. En Tonos digital.
Recuperado el 3 de marzo de 2013: http://www.um.es/tonosdigital/znum8/portada/monotonos/13-JIMENEZCANO.pdf
Lambert, J., Meylaerts, R.
y Borden, M. (2005). “La lengua de la literatura: la institucionalización por la mediación del
discurso”. En Tonos Digital.
Recuperado el 19 de mayo de 2012:
http://www.um.es/tonosdigital/znum9/estudios/lengualiteratura.htm
Leemhuis, R. (2010). Kanaken
und Kartoffeldeutsche-Ethnisierungsprozesse Sozialer Gruppen.
München: Grin Verlag.
Lerner, G. (1990[1986]). La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica. Traducción
castellana de M. Tusell.
Lucerga, Mª J. (2003). “Gregory Bateson: lectura en clave semiótica de
una aventura epistemológica del siglo XX”, en Tonos, Revista
Electrónica de Estudios Filológicos, nº 5. Recuperado el 7 de marzo de 2013: http://www.um.es/tonosdigital/znum5/perfiles/bateson.htm#_edn3
Luque,
J. de D. y F. J. Manjón (1996). “Léxico, gramática y pragmática del insulto”. En
J. de D. Luque, A. Pamies y A. Manjón, eds. (1996). Segundas jornadas sobre el estudio y la enseñanza del léxico.
Granada: Método, pp. 49-66.
Martínez Carazo, C. (2010). “Inmigración
en el cine español: El otro que es siempre el mismo”, en M. Iglesias, coord. (2010). Imágenes del
otro: identidad e inmigración en la literatura y el cine. Madrid:
Biblioteca Nueva, págs. 185-197.
Magraner, Fª. Mª. (2003). “Apuntes sociolingüísticos de las
complejas relaciones entre españoles y marroquíes durante la etapa inicial del
Protectorado (1912-1936)”. En M. Pérez y J. Coloma, eds. (2003). El español,
lengua del mestizaje y la interculturalidad: Actas del XIII Congreso
Internacional de la Asociación para la Enseñanza del Español como Lengua
Extranjera, ASELE: Murcia, 2-5 de octubre de 2002, pp. 560-568.
Magraner, Fª. Mª. (2004).
“El Magreb en la novela juvenil: creando lectores interculturales”, en Luengo,
Mª R., G. De la Maya y P. Gutiérrez, eds. (2004). Actas del VIII
Simposio Internacional de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la
Literatura. CULTURA, INTERCULTURALIDAD Y DIDÁCTICA DE LA LENGUA Y LA LITERATURA.
Badajoz: Diputación Provincial. Recuperado el 20 de febrero de 2013:
http://sedll.org/es/admin/uploads/congresos/15/act/157/ Magraner_Frau,_Francesca.pdf
Manjón, A. (2009). “Política lingüística e inmigración en el siglo XVIII”. En J. Mª García y
V. Gaviño, coord. (2009). Ideas y
realidades lingüísticas en los siglos XVIII y XIX. Cádiz:
Universidad de Cádiz, págs. 427-442.
Mehlbaum, U.
(2010). Maledicta – Schimpfwörter.
Wie und warum schimpft der Mensch? München: Grin Verlag.
Morales, J. F. y M. Moya (2007). “Definición de Psicología social”. En J. F. Morales, M. C. Moya, E. Gaviria e I.
Cuadrado, coords. (2007) Psicología Social (3ª ed.). Madrid: McGraw-Hill,
pp. 3-31.
Morant, R. y A. Martín (en prensa). “Onomastic maltreatment as
a symptom of discrimination”. En Onomastics in Contemporary, Public Space,
Mullen, B. (2001).
“Ethnophaulisms for ethnic
immigrant groups”. En Journal of Social Issues
57 (3), pp. 457–475.
Níkleva, D. G. (2012). “Educación para la convivencia
intercultural”. Arbor, 188 (757), pp. 991-999.
Querol,
J. M. (2010). “El otro magrebí en la literatura española”. En M. Iglesias, coord. (2010). Imágenes del
otro: identidad e inmigración en la literatura y el cine. Madrid:
Biblioteca Nueva, pp. 63-86.
Ortega, G. (1994). “La competencia onomástica dialectal”.
En Revista de Filología de la Universidad
de La Laguna, 13, p. 291-307.
Roback, A. (1944). A dictionary of international slurs.
Rodríguez, Á. (1999). “Psicología social
de los prejuicios”. En J. L. Álvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa, coords.
(1999). Psicología social aplicada.
Madrid: McGraw-Hill, pp. 296-316.
Rojas, A. J., J.L.
Padilla, J. S. Fernández y A. D.
Fuentes (1998). “Definición de un continuo de valoración hacia
los inmigrantes. Aplicación del método de pares comparados”. En Boletín de Psicología, 60, pp. 77-90.
Rovetta, A. I. (2011). “Políticas de integración y familias migrantes en la Comunidad de Madrid”.
Recuperado el 23 de marzo de 2013: http://www.unavarra.es/digitalAssets/157/157823_1_ Rovetta_IntegracionCMadridFamiliasMigrantes.pdf
Sánchez
Zapatero, J. (2011). “La representación de la guerrilla antifranquista en Inés y la alegría y Donde nadie te encuentre”. En Analecta
Malacitana, XXXIV, pp. 551-567.
Shotter, J. (1989). “El papel de lo imaginario en la
construcción de la vida social”, en T. Ibáñez, coord. (1989). El conocimiento de la realidad social.
Barcelona: Sendai, pp. 135-154.
Solé, J. (2001). El
políedre sociolinguistic. Una iniciació a la sociolingüística del conflicte. València:
Climent Editor.
Thon, S. (1998). “El texto narrativo como discurso social: una
perspectiva histórica”. En P. A. Odber, ed. (1998). Actas del XII
Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas 21-26 de agosto de 1995,
Birmingham, Vol. 7, 1998 (Estudios hispanoamericanos II, pp.
287-292.
Trifone, P. (2010). Storia linguistica dell'Italia disunita. Il Mulino.
Warner, C. T. (1989). “La
construcción social de los errores básicos en la conceptualización de las
conductas”, en T. Ibáñez, coord. (1989). El conocimiento de la realidad social.
Barcelona: Sendai, págs. 85-108.
Zecchi, B. (2010). “Veinte años de inmigración en el imaginario fílmico español”, en M. Iglesias,
coord. (2010). Imágenes del
otro: identidad e inmigración en la literatura y el cine. Madrid:
Biblioteca Nueva, págs. 157-184.
Zovko, M. (2010). “El exotismo,
las tradiciones y el folclore en la literatura de inmigración en España”. En RiMe
(Rivista dell’Istituto di Storia dell’Europa Mediterranea, 5, dicembre
2010, pp. 5-22. Recuperado el 14 de mayo de 2012:
http://rime.to.cnr.it/2012/RIVISTA/N5/2010/articoli/Zovko.pdf
Obras literarias
Abbey,
E. (2012[1975]). La banda de la tenaza.
Ediciones Berenice. Trad. de J. Bonilla y T. Llanero.
El-Hachmi,
N. (2004). Jo també sóc catalana.
Barcelona: Columna.
El-Hachmi,
N. (2008). L’últim patriarca.
Barcelona: Planeta.
El-Hachmi,
N. (2008a). El último patriarca. Barcelona:
Planeta. Trad. de R. Mª Prats.
El-Hachmi,
N. (2011). La cazadora de cuerpos.
Barcelona: Planeta. Trad. de A. R. da Costa.
Giménez Barlett, A. (2011). Donde nadie te encuentre. Barcelona: Destino.
Karrocuh,
L. (2004). De Nador a Vic. (2004)
Barcelona: Estrella Polar.
Romero,
F. (2005). El mar de bronce.
Barcelona: Roca.
[1] Tanto el texto
original como su traducción son editadas por Planeta. Pocos años antes, su presencia literaria empezaba con la publicación
del ensayo Jo també sóc catalana (2004).
En fecha ya más cercana publica La
cazadora de cuerpos (2011).
[2] Vid. Lerner
(1990[1986]) para una explicación del patriarcado como institución
históricamente configurada.
[3] Parece
contradictorio, pero en las posibilidades simbólicas que proyecta la novela, no
parece que se llegue a un sitio, abandonando otro; esto es, resulta plausible
que el entramado vivencial de la niña disponga no tanto un origen para un
destino, sino dos destinos que tensan su propio crecimiento.
[4] Véase también el
relato autobiográfico de L. Karrouch (2004) De
Nador a Vic.
[5] Véase cómo el
omnipresente inmigrante, migrante, emigrante en contextos migratorios
focaliza esa territorialidad diluida mediante la presencia sémica del viaje y
del desplazamiento, lo que siempre indica que no se es de un sitio.
[6] A pesar de que el
sentido de etnofaulismo en los trabajos norteamericanos es muy restringido,
pues se hace equivalente al de persona de nacionalidad extranjera (holandés,
español, griego, etc.), dirigido para averiguar el potencial de integración en
la sociedad hegemónica norteamericana, sin que quepa aplicarlo a las minorías
internas de EE.UU (negros, afroamericanos, chicanos, pachucos, hispanos, asiáticos, etc.), el concepto y su presencia bibliográfica puede
ser ampliado para aprehender la capacidad de un término colectivo ideológica y
culturalmente orientado hacia cualquier otro grupo, muy especialmente por la
rica polisemia del prefijo etno-. En
todo caso, para profundizar al respecto cfr. también Bergere (1999), Rodríguez
(1999) o Mullen (2001); para estudios prácticos más cercanos a nuestra
comunidad lingüística vid. Aedo y Farías (2009) y Rovetta (2011). De hecho, esa
posibilidad ya está parcialmente desarrollada por autores germanohablantes, que
contemplan en la noción de etnophaulismus
gentilicios internos a partir de fronteras político-geográficas extintas,
pero fuertemente operativas en lo simbólico-cultural, como el caso de Ossi und
Wessi [oriental y occidental] en la Alemania actual (Mehlbaum, 2010)
o aún Ösi [Österreicher, austríaco]
con sentido peyorativo que marca fronteras políticas para los miembros de una
misma comunidad lingüística geográficamente continua (Göbl, Zechner y Götsch, 2012).
[7] Observación
personal del Dr. Ricard Morant i Marco, de la U. de València.
[8] Obsérvese para lo que interesa en este trabajo el buen
número de apellidos españoles, como Moro, Moreno, Moruno, Morillo, Morito, (De
la) Morena, Morenés, Morillejo o incluso el énfasis identitario apostólico de
Santiago Matamoros en los apellidos Matamoros o Matamoro. Cuestión aparte son
los Moreno o Negro, por ejemplo, cuyo apellido es castellanización de los
apellidos germánicos Braun o Schwarz, táctica por la que comenzó a optar ya la
segunda generación de suizos y de alemanes que repoblaron las tierras de Sierra
Morena (los llamados desiertos andaluces)
durante el reinado de Carlos III (Manjón, A. 2009).
[9] Cfr. el trabajo de Aijón (2009: 444) sobre dialectalismos en las noticias de prensa salmantinas, donde el uso del gentilicio tradicional charro [‘salmantino’] viene motivado por razones e intenciones estilísticas, para evitar la excesiva repetición de salmantino. Significativo resulta que casi siempre aparezca en noticias relacionadas con el deporte, la tauromaquia y los espectáculos, ámbitos temáticos que por sí mismos favorecen un tono mas relajado, cercano y espontáneo.
[10] De hecho, Jiménez Cano (2001: 259) despeja la cuestión para
los desconocedores del uso presuntamente gentiliciofóbico
de murciano, “ya que actúa el agravio que supone para los
murcianos el significado del verbo murciar:
El DRAE remite a la palabra ‘murcio’,
con el significado de “ladrón o ratero” en la jerga de los que precisamente
practicaban ese oficio y la asocia al murciélago, por ser un animal que sale a
robar de noche, pero no con el gentilicio de los que proceden de Murcia.” Cuestión bien
distinta es, como decía, que haya intención de de menospreciar a los
referenciados, supuestos o no. En cualquiera de los casos, a pesar de que puede
haber un repertorio lingüístico de insultos, lo que sí parece claro es que cualquier elemento lingüístico puede
funcionar como insulto (Luque y Manjón, 1996), especialmente los sustantivos,
sobre todo aquellos que denominan a los otros: los heterogentilicios.
[11] Según Lucerga
(2003), Bateson observó que el patrón más común era el de un
"círculo vicioso" o regenerativo. En tales sistemas, los actos del
individuo A resultan un estímulo para los actos del individuo B, que se
convierten en un nuevo estímulo para una acción más intensa de A, y así
sucesivamente, con una tendencia cada vez mayor hacia la diferenciación
progresiva. Este proceso recibió el nombre de cismogénesis. Los procesos
de cismogénesis fueron, a su vez, susceptibles de una clasificación,
distinguiendo entre CISMOGÉNESIS SIMÉTRICA, que abarcaría todas aquellas
secuencias en las que los individuos A y B poseen las mismas aspiraciones y los
mismos patrones de conducta, pero con una orientación diferente, y CISMOGÉNESIS
COMPLEMENTARIA, que incluiría todos aquellos casos en que las conductas de A y de
B son diferentes, pero se acomodan la una a la otra (las relaciones
sadomasoquistas, jefe-subordinado, amo-esclavo y similares).
[12] En correspondencia
sociopragmática, los terroni idearon
el gentilicio polentone para los del Norte, haciendo hincapié en que
comían polenta, es decir, comida de pollos (canigghia).
Como se ve, actúa el criterio de los hábitos alimenticios como designación
fronteriza, también en el mismo país. En cualquiera de los casos, la intención
denigratoria comienza a desaparecer cuando los referenciados expresan
orgullosamente esa denominación, caso de G. Gattuso, calabrés campeón mundial
de fútbol con Italia en 2006, o el escritor catalán Vázquez Montalbán al
reconocerse como charnego. Agradezco
a Stefano Fimognari, miembro del grupo de investigación Psicología social, Lenguajes y Comunicación, HUM-192, de la UAL la
precisa información relativa al caso italiano. Vid. también para una panorámica
más amplia Trifone (2010).
[13] La categoría Kanaken es sumamente dinámica. Hasta los
años 70 del XX designaba a los Gastarbeiter
[lit. ‘trabajadores invitados’] de Grecia, Italia y España principalmente. En
la actualidad denomina a personas de origen árabe, persa, turco, kurdo, etc. Puede
decirse que sociolingüísticamente establece un doble estigma, ya que estigmatiza a los nombrados y también a
quienes se atreven a nombrar con este término tan declaradamente xenófobo y
racista. Para el correspondiente término ideado por la comunidad de los Kanaken, se ha inventado Kartoffeldeutscher [‘alemanes-patata’]
(Leemhuis, 2010).
[14] Cfr. Fernández Romero (1992: 962), donde moro es gentilicio equivalente a mauritano.
[15] Aunque no parezca ser el caso concreto de este
pasaje de EUP, muy ilustrativo al respecto es el trabajo de Morant y Martín (en
prensa) sobre el maltrato onomástico
como poderosa herramienta discriminatoria de los grupos hegemónicos contra otros
subordinados, especialmente cuando un nombre propio pasa a ser apodo gentilicio
(los Diego como antonomasia de los
mexicanos o los Guido de los
italianos en USA o las Natachas como
quintaesencia vejatoria de mujer rusa =
prostituta = Natacha).
[16] Recordemos que “en
la Hispania romana, en el 171-172 d. C., en tiempos de Marco Aurelio, la Bética
fue invadida por los Mauri (cum mauri Hispanias prope omnes vastarent, res
per legatos bene gestae sunt leemos en la Historia Augusta, y en la Vita
Severi, 2.4: quod mauri Baeticam populabantur. Los mauri están
identificados como una de las tribus que habitaban Mauritania en época romana,
si bien parece que los invasores fueron realmente los habitantes del Rif (Querol,
2010: 86).”
[17] Con fines
didácticos, cfr. asimismo Carbó y Güell (2008)
para una interesante compilación acerca de los estereotipos de nacionalidad en el DRAE.
[18] Aunque la
información es ciertamente más abundante, no muy distinta es, desde el punto de
vista cualitativo, la que aportan el Diccionario
de uso del español de María Moliner o el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares.
[19] Nótese que no
parece ocurrir lo mismo con el término árabe,
dotado de mucho prestigio y en ocasiones usado para diferenciarlo de moro, de forma que éste se relaciona
frecuentemente con la pobreza y árabe con el poder, la riqueza y la cultura. En
cualquier caso, ni todos los moros son árabes, ni todos los moros y árabes son musulmanes.
[20] En
lo que se refiere a Hicham El-Guerrouj está casi unánimemente considerado el
mejor mediofondista de la historia. El Estado español, en 2004, le concedió,
con gran aclamación, el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes.
[21] Cfr. también cómo
la novela El Pinche Gachupín bien podría “traducirse” como El puto
español, escrita por un novelista
español bajo el pesudónimo El Novelista Descalzo. Toma este título
porque su autor necesitaba un antihéroe. Creo que si el texto hubiese sido
escrito por gente mexicana, tendríamos una aproximación hacia el texto menos
curiosa y amable. Recuperado el 19 de marzo de 2013: http://novelista.antoniofortiz.over-blog.es/article-como-nace-el-pinche-gachupin-97919788.html
[22] Véanse respectivamente los enlaces http://www.sudaca.galeon.com/
y http://revistasudacas.wordpress.com/.
[23] Muchos de sus
partidarios fascistas y también de los leales a la II República llegaron a
afirmar que Queipo hacía más daño con la radio que un desembarco de legionarios
y regulares.
[24] Recuperado el 30 de
julio de 2012: http://hispanismo.org/historiografia-y-bibliografia/8661-memorias-de-queipo-de-llano.html
Asimismo, en http://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/gallardon-da-titulo-de-marques-al-nieto-de-queipo-de-llano/20120731161837079046.html
(Recuperado el 31 de julio de 2012), se indica que en F. Espinosa (2006) se recoge la transcripción que el corresponsal inglés, Arthur Koestler,
hizo de este mensaje radiofónico del general Queipo de Llano aquel 23 de julio
de 1936.
[25] Revisada la versión
original en catalán, cabe decir que la distribución de moro y de magrebí es la
misma. El caso disidente comentado es en el original magribins
assassins (L’últim patriarca, p. 84).
[26] La mayor frecuencia
de gentilicios como judío o
semánticamente afines es correlativo con el punto de visto judío desde el que
se plantea la trama de esta novela.
[27] Se refiere a la
ciudad de Granada.
[28] Recuperado el 8 de
marzo de 2013: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/apuntes-sobre-el-calificativo-morisco-y-algunos-textos-que-lo-ilustran/html/dad9ddca-3c33-11e1-bcc6-00163ebf5e63_6.html
[29] A saber: convertidos desde el islam por el cristianismo y conversos desde el judaísmo.
[30] Este último parece
ser el más fiel al homoglotónimo más
común y generalmente usado por la comunidad rifeña, tanto en Marruecos como en
España.
[31] Comunicación
personal del Dr. Juan Alfredo Bellón Cazabán, de la Universidad de Granada.
[32] Este personaje se
llama originalmente Hamed, que pasará a ser Jaime para ser conocido
posteriormente como Jaume.
[33] Apelativo que
designa al amigo, al compañero (en nota al pie en EUP, 133).
[34] Nótese en el texto
la aparición entrecomillada de mores,
recurso que no utiliza para gitana.