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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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I S S N     1577 - 6921

NÚMERO 2 - NOVIEMBRE 2001

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Un mapa de la semiótica y sus aplicaciones

a los estudios de traducción

 

Ubaldo Stecconi

 

(Servicio de Traducción, Comisión Europea, Bruselas)

 

 

1. Apología de la semiotraducción

 

            Generalmente, investigadores y legos en la materia han creído que los traductores eran personas bilingües que leían un mensaje impreso y, posteriomente, escribían ese mismo mensaje en otra lengua. Según ellos, esas serían las características necesarias y suficientes para la realización de la traducción. Estamos, sin duda, ante una gran simplificación. Esta perspectiva no tiene en cuenta el hecho de que no todas las culturas tienen el mismo concepto de la traducción, así como el que ese concepto cambia con el paso del tiempo y con el acervo individual. Además, se olvidan de situar el asunto de la comunicación traducida dentro de otro más extenso, el de la circulación de los signos, o, por decirlo de otra manera, la relación entre traducciones y no-traducciones. Finalmente, parece que se quiera asumir como evidente lo que se quiere decir al afirmar que dos mensajes son "lo mismo", cuando de hecho es una cuestión bastante problemática. Estas perspectivas simplistas también están siendo atacadas desde la propia profesión. En los últimos años, cada vez más proyectos de traducción han incluido otros sentidos comunicativos al margen de las palabras impresas. El caso más claro ha sido el crecimiento de la 'industria de localización'. Este término, en origen, se refería al trabajo de los traductores de software y ahora afecta al campo, más amplio, de elaboración de contenidos de páginas electrónicas cada vez más asequibles, desde el punto de vista local, a diferentes comunidades lingüísticas y culturales. La llegada de la localización ha generalizado, igualmente, el uso de herramientas informáticas que automatizan algunos procesos de traducción, también conocidas como herramientas de traducción asistida. Por otro lado, sin embargo, ha distanciado algo más al traductor de las prácticas tradicionales y ha forzado algunos cambios tanto en los profesores de los traductores como en los teóricos de la traducción. Se aprecia un aumento de quienes solicitan los servicios de una compañía especializada en traducción que, simplemente, sustituye el contenido verbal de -pongamos por caso- sus ventas de material y los límites por debajo de los cuales no se podría sobrevivir en el mercado. Estamos, por supuesto, ante una de las consecuencias de la globalización, que pronto convertirá a las personas con habilidades que en la actualidad son asociadas con los traductores en profesionales al estilo de los administradores de contenidos multilingües o de los mediadores culturales. En resumen, parece que las perspectivas y prácticas tradicionales pronto pasarán a ser historia.

         De esta manera, si en no demasiado tiempo el hecho de traducir puede ser identificado con el "reemplazamiento del lenguaje material", ¿cómo podemos describirlo? En un sentido más amplio, la traducción es la representación de signos  por medio de otros signos bajo condiciones específicas. Dicho así, la afirmación parece inoperante, dado que, en definitiva, puede ser aplicada a toda la semiosis humana (incluyendo el pensamiento humano y la comunicación) y depende notablemente de lo que se entienda por 'condiciones específicas'. De todas formas, una afirmación preliminar, que se manifiesta ya en la finalidad general de mi proyecto de investigación, es la búsqueda de características generales y específicas para la traducción. En primer término, la afirmación alude a que traducir es una forma de interpretación y representación del signo (generalidad); en segundo lugar, alude a que acontece en sus propias condiciones (especificidad). En otras palabras, toda traducción es semiosis, pero no toda semiosis es traducción. Por otra parte, la terminología tampoco es inocente. Términos como 'signo', 'representación' y 'semiosis' remiten a semiótica, entendida en adelante como la disciplina inaugurada por el erudito C. S. Peirce (en oposición a la sémiologie de Saussure). La observación de la traducción desde el marco de la semiótica peirciana será el punto de partida de mi proyecto.

         ¿Por qué elegir la semiótica como una caja de herramientas metodológicas para la traducción? He aquí algunas razones que considero convincentes:

a) La semiótica de Peirce es una teoría completa y detallada de los signos en general. Puesto que la traducción se postula como un tipo especial de semiosis o acción sígnica, la semiótica se podrá aplicar igualmente a la traducción.

b) Gracias a su nivel de generalidad, la semiosis permite al investigador buscar las condiciones lógicas en las que se obtendría la traducción. Esto equivale a un discurso metateórico que promete sobrepasar el callejón sin salida de, por un lado, las aproximaciones empíricas y descriptivas y, por otro, de las aproximaciones basadas en axiomas y postulados teóricos.

c) Las nociones nucleares de la semiótica se caracterizan por una dinámica interna que les proporciona la habilidad necesaria para expandirse recursivamente y abordar los problemas desde distintas escalas de complejidad. Siguiendo un típico ejemplo de Peirce, es como cuando se observa un cristal grueso. La semiótica de la traducción es, por tanto, una teroría multi-estrática que permite analizar detalles tales como los trabajos de "la pequeña caja negra" o como cuestiones referidas al status ontológico y epistémico de la traducción.

d) La semiótica de Peirce no fue desarrollada para describir o explicar ningún tipo de signo individual ni estaba basada específicamente en el lenguaje verbal. De este modo, nos permite responder teóricamente a un cada vez mayor contexto de traducción de aspectos no verbales.

A continuación, intentaré dar forma a estas y a otras optimistas propuestas. Al igual que en otras iniciativas semióticas, empezaré por abrir un espacio alrededor de la traducción en el intrincado follaje del pensamiento de Peirce, un pensador poco convencional que alcanzó la genialidad a cambio de sostener a veces oscuras e incluso contradictorias posiciones. No tenemos una comprensión sólida de toda su arquitectura, pero sabemos que debe ser muy importante. Permítanme recordar que, temporalmente, describí la traducción como "la representación de signos por medio de otros signos bajo condiciones específicas".  El volumen de mi proyecto es una investigación de las "condiciones específicas" para la traducción. En este 'mapa', intento dar cuenta de cosas como 'signo', 'interpretación' y 'representación' con frecuentes referencias al campo de la traducción.

 

2. (Casi) todas las cosas pueden actuar como signos: los signos acontecen

 

            ¿Qué es la semiosis? Puedo ofrecerles dos respuestas:

1. Siempre que interpreto algo como puesto en lugar de alguna otra cosa y conforme a un cierto punto de vista, estoy haciendo semiosis.

2. Puesto que las cosas que para un determinado intérprete representan a otras bajo ciertos puntos de vista son llamadas signos, la semiosis es cualquier proceso en el que los signos aparecen.

La primera respuesta describe una acción (semiosis); la segunda la explica en términos de una entidad (el signo). Ambas son igualmente válidas, pero no son circulares; el signo-acción –no el signo- es la noción originaria de semiótica. En otras palabras: los signos acontecen.

A continuación, les ofrezco algunos ejemplos de semiosis o signo-acción.

a) Usted dice: "Está lloviendo". Y yo interpreto que la expresión está colocada en relación al tiempo que hace afuera. La lluvia, la expresión, y lo que hago son elementos de semiosis basados en códigos convencionales.

b) Llego a casa una tarde y observo que mi aparato de televisión  ha desaparecido. El supuesto robo, el espacio ahora vacío en el estante y mi conclusión de que soy la vícitima de un ladrón son elementos de semiosis basados en la inferencia.

c) El viento cambia de dirección y la veleta del tejado gira. La dirección del viento y la veleta son dos elementos de semiosis basados en una relación de causa-efecto. Es una débil forma de semiosis porque no está constituida por la interpretación de mente alguna. Por supuesto, cuando desvío mis ojos hacia la veleta, lo hago para observar de dónde sopla el viento, pero la veleta como signo funciona independientemente de mi observación. En general, algunos signos suceden en el mundo sin tener nada que ver con una mente o una consciencia.

 

El ejemplo c) demuestra que hay formas de signo-acción que son poco o nada relevantes para la traducción. Diseñaré este mapa sin atender a los escasos límites de lo que puede ser aplicable a la traducción. Sin embargo, la comprensión de este pequeño mapa requiere nociones que sólo indirectamente se aplican a nuestros problemas. Intentaré adherirme a ellas mínimamente.

 

2.1. Una primera aplicación a los estudios de traducción: producto y proceso

         La expresión 'los signos acontecen' tiene gran interés para un asunto recurrente en los estudios sobre traducción. Actualmente, en nuestra disciplina, en efecto, es bastante común separar cuidadosamente el discurso sobre la traducción en producto y proceso; esto es, textos traducidos, por un lado, y proceso de traducción, por otro. La primacía del signo-acción puede ayudarnos a describir mejor esta distinción. Empíricamente, los originales y sus traducciones existen porque los actos de traducir les dan su ser. Se puede objetar que esto es aplicable a las traducciones, pero no a los originales, que necesariamente existían antes de que alguien los tradujese. Aceptaré esta afirmación, pero antes de que se inicie un proceso de traducción, nadie sabe a ciencia cierta que un determinado texto llegará a convertirse en original. Esto es, en realidad, sólo cuando forme parte de un proceso de traducción, podemos decir que estamos ante un original. De lo que se deduce que ambos, el texto traducido y el original, son productos de la traducción. Sin embargo, es evidente que los dos no se ven afectados por el proceso de la misma manera. Según el sistema semiótico de procedencia, el texto se constituye como un original y a menudo cambia su status; desde el punto de vista del sistema semiótico de destino, el texto se ve sometido a cambios más importantes; de hecho, no existía en absoluto antes de que la traducción tuviese lugar.

            No estoy muy seguro de las implicaciones ontológicas de estas observaciones. ¿Se podría decir además que el texto traducido evolucionó desde lo potencial hasta lo actual? Tal vez sea cierto que los efectos de la traducción son: i) materializar el potencial de originalidad dormido en el texto fuente, y ii) materializar el potencial de traducibilidad que permanece igualmente dormido en el sistema semiótico de destino. Si éste es el caso, ¿en qué sentido se puede decir que el texto traducido es, en efecto, nuevo u original? Lo anteriormente comentado también se ocupa de la lógica según la cual el proceso precede al producto o, de manera más general, las acciones propias de la traducción tienen prioridad sobre las entidades utilizadas por la traducción tales como las palabras, los textos, etc. Siempre tendré esto presente. Aunque, en el ámbito de la traducción, todos debamos observar productos, los investigadores deberían ocuparse también de interpretar esos productos como marcas, como síntomas y como indicadores del comportamiento translaticio; en definitiva, como signos que indirectamente se refieren al objeto de investigación que más interesa y que más pertinente resulta, como es el caso de la semiosis que se pone en marcha durante la traducción.

 

2.1.1. Los textos de origen y los textos de destino no son fijos

 

            Esta advertencia prevendría a los investigadores de considerar los textos originales y los de destino como puntos fijos en el inicio o en el final de una travesía. Cuando alguien inicia un viaje -digamos desde su propia casa hasta la casa de un amigo-, se parte de un lugar perfectamente determinado y se sabe, igualmente bien, dónde se va a ir. En la semiosis de la traducción, como en todo tipo de semiosis, los puntos de origen y de destino se encuentran determinados sólo de una manera vaga; de hecho, el símil del viaje es poco apropiado. El hecho de que la traducción sea el proceso de confección de un texto de destino será una afirmación obvia para muchos, así que les proporcionaré algunos ejemplos de cómo traducir también puede ayudar a determinar el origen. A veces, los traductores deciden que algunas características del texto originario serán excluidas en el de destino; más frecuentemente, deciden centrarse en algunas características de la fuente, ofreciendo, a cambio, un tratamiento más superficial a las otras. Esas elecciones pueden estar motivadas por disfunciones estructurales o de otra naturaleza entre los textos, como por ejemplo por los sistemas semióticos a los que pertenecen. En ocasiones, los traductores realizan sus elecciones como respuesta a las condiciones específicas del sistema de destino e incluso como respuesta a su propio marco poético, ideológico, etc. En este sentido, la traducción favorece una cierta lectura del texto original en detrimento de otras. Es lo mismo que sucede, por supuesto, con todo tipo de interpretación, pero en el caso de la traducción esto se encarna en artificios tangibles que se exhiben gustosamente y que hacen más evidente el trabajo deinterpretación. Además, puede ser necesario hacer una observación colateral para completar el objetivo deseado. Es una práctica habitual la traducción basada en la lectura de otros trabajos sobre el mismo asunto escritos por el mismo autor. Tal observación colateral entrará en convergencia final en el texto de destino, consciente o inconscientemente. Finalmente, y de forma más decisiva, hay que decir que, en ocasiones, un original se proyecta en una diversidad de textos de destino o, a la inversa, un texto de destino es el resultado del cotejo de partes procedentes de diversos originales.

         Esto nos muestra que el proceso de traducción puede o no modular importantes características tanto del texto de origen como del de destino.

 

3. Las tres partes de un signo

 

            Los ejemplos a) y b) comentados en 2, a propósito de la lluvia y la desaparición del mueble de TV indican algunos elementos nucleares de la semiosis. Comenzaré con el mágico número tres. La noción originaria de Semiótica es un acto

que, en su forma más genuina, siempre implica tres elementos, que podemos denominar Signo, Objeto e Interpretante. Normalmente, aparecen representados en un triángulo como el reproducido a la izquierda. Una curiosidad: Peirce situó en una de las esquinas un tercer componente pensando en la traducción oral. “Such a mediating representation may be termed an interpretant, because it fulfils the office of an interpreter, who says that a foreigner says the same thing which he himself says” (1:553)[1].

            Puesto que la semiosis es una acción y no la acumulación de partes discretas, una por encima del resto, los tres elementos son indivisibles; si eliminas una de ellas, la semiosis no durará demasiado. Ahora bien, aunque indivisible, son tres partes autónomas y distintas de la continuidad interna del signo. Esto quiere decir que los tres elementos son irreductibles. Por ejemplo, supongamos que yo conozco el Objeto y el Signo perfectamente bien; aun así, no podré realizar una predicción precisa sobre el interpretante antes de que, en realidad, éste tenga lugar. Ningún elemento de la tríada puede ser eliminado de ninguna manera.

 

3.1. Segunda aplicación a los estudios de traducción: el discurso diádico no representa adecuadamente la traducción

 

            El triadismo esencial de los signos y la acción sígnica puede ayudarnos a encaminar el discurso sobre la traducción hacia una base teórica firme. Gran parte de nuestra literatura sobre teoría de la traducción consiste en una letanía de unidades (lingüísticas) de destino comparadas con sus correlatos originales. Desde un punto de vista semiótico, estas aproximaciones no tienen sentido (o apenas lo tienen), puesto que niegan la necesaria tridimensionalidad de la semiosis traductora. Aplicar una forma diádica de razonamiento a un fenómeno triádico es el camino más corto para errar. Un divertido ejemplo de esta confusión es la novela corta Flatland, del teólogo y profesor victoriano Edwin Abbott (1984). En ella, un mundo puramente bidimensional es habitado por una población de figuras geométricas planas. Pero el universo ficticio también incluye un mundo tridimensional habitado por figuras sólidas. Un día, una esfera decide revelar la existencia de su propio mundo a los flatlanders. El encuentro entre la esfera y un emprendedor triángulo -el héroe de la historia- resulta dramático y revela las diferencias que pueden existir en la extensión de los discursos basados en la díada o en la tríada. Un triángulo difícilmente puede hacerse idea de lo que es una esfera; en este mismo sentido, la lógica diádica no puede encontrar sentido a la naturaleza triádica de la traducción.

 

4. Cómo trabajan los signos: dinámica interna

 

4.1. La belleza evidente

 

            Antes de proceder, permítaseme que me manifieste en contra de una característica distintiva de la teoría de los signos de Peirce: la recopilación de acciones, eventos y relaciones y no de objetos, funciones y rasgos distintivos. Todos los elementos de este antiguo sistema son parte de un flujo, espacios en donde las cosas están en continuo movimiento. Peirce propuso un término para esto: "sinequismo", que los griegos utilizaban para la expresión de continuidad. Este marco contrasta con la semiótica estructural, basada en la recopilación de un sistema estático en donde los componentes no tienen valor per se sino como parte de ese sistema. Esta es la belleza evidente de la semiótica peirceana. Es bella porque el sinequismo refleja la continuidad de la realidad tanto natural como cultural. Y es evidente porque hace el sistema difícil de aprehender y de comunicar. Pensemos, por ejemplo, en la figura que se representaba más arriba, el triángulo semiótico; es tan expresivo como una estructura sacada de una persecución de coches en una película de acción. En el momento en el que detienes la acción para analizar sus partes, la dinámica de la persecución se pierde por completo. Nuestras prácticas discursivas habituales no son adecuadas para representar un flujo; de hecho, Peirce inventó un nuevo sistema semiótico para la propuesta (véanse los gráficos en, por ejemplo, 4:347-584).

 

4.2. Causa y finalidad

         Causa y finalidad son dos nociones que ayudan a explicar el funcionamiento interno de los signos sólo si son entendidas juntas. La causa es la relación del Signo con el Objeto que justifica una cierta interpretación de los signos y, por consiguiente, "el significado se basa en la interpretabilidad" (Short, 1986:105). Pero, dado que la semiosis es una teleología, la interpretación es imposible sin un fin. Ahora que está establecido el nexo, vamos a ver estos dos rasgos por separado.

 

4.2.1. Causa

 

            El sol sale por el este. En el sistema ptolomeico, se dice que el sol se mueve; en el copernicano, se habla de movimiento aparente causado por la rotación de la tierra. El mismo evento que aquí cuenta como Objeto ha producido dos signos diferentes que pueden originar, sucesivamente, muchas y variadas interpretaciones (pregúntese a Galileo). Los signos son diferentes porque sus causas lo son. La causa es el punto de vista que los signos adoptan sobre el Objeto, el ángulo bajo el cual el primero representa al último. Cualquier cosa puede generar tantos signos como causas distintas hay bajo las cuales esa cosa puede ser interpretada (véase íbid. 106).

 

4.2.2. Finalidad

 

            La direccionalidad inherente de la semiosis tiene dos posibles significados: i) objeto, signo e interpretante están ordenados en una secuencia fija; y ii) no hay intepretación sin un propósito. El último está relacionado con la teoría del interpretante y será tratado en otro momento. El primero, por su parte, ayuda a explicar el funcionamiento interno del signo, lo que constituye nuestra presente tarea. Signo, Objeto e Intepretante están asociados a las importantes categorías de Peirce conocidas como Primeridad, Segundidad y Terceridad. Una discusión de las categorías nos llevaría, en efecto, muy lejos, sobre todo si seguimos algunos de los tortuosos caminos con los que Peirce solía demostrar su validez y su realidad. Así pues, les pediré que acepten como un acto de fe que esta semiosis es un evento teleológico, en donde el objeto, el signo y el interpretante se suceden uno a otro en un determinado orden.

 

4.3. Tercera aplicación a los estudios de traducción: el punto de vista de la teoría de la equivalencia

 

            Los textos traducidos siempre representan los originales desde un determinado punto de vista y a partir de un objetivo de interpretación y/o comunicación. Los debates sobre la equivalencia tendrían en cuenta algo tan sencillo si quisiesen reflejar la naturaleza semiótica de la traducción. Cuando decimos que el signo B, en un sistema semiótico, equivale al signo A, en un diferente sistema semiótico, deberíamos pensar que esto depende en efecto de esas circunstancias. A veces, cuando la equivalencia de dos signos es incierta o cuestionable, la única salida es centrarse en las causas y en la direccionalidad. Esto se refiere tanto a asuntos generales que utilizan el concepto específico de equivalencia asumida como verdadera por una determinada comunidad de intérpretes en un determinado espacio de tiempo, como a detalles más específicos que asumen la equivalencia de cierta pareja de signos en un proyecto de traducción. Pero no se aplica, sin embargo, a la equivalencia per se. Decir que la equivalencia depende de la causa y de la finalidad de la interpretación no implica que podamos disponer de la totalidad de la noción de equivalencia. La equivalencia cero -o mejor la similitud de grado cero- es un mero ideal, tan inalcanzable como la equivalencia total. Entre estos dos utópicos puntos, podemos encontrar una infinita gama de traductores de equivalencias a partir de lo que se manifiesta en la vida real.

            Por alguna razón, los estudiosos de la traducción han examinado pormenorizadamente la cuestión de la equivalencia perfecta, pero han obviado el caso opuesto, el de la equivalencia cero. Si la primera ha llevado a algunos a concluir que la traducción es imposible, la segunda conducía a otros a concluir que es inmanente e inevitable. Cada posición es insostenible, por supuesto, lo que es más fácil de apreciar si ambas son evocadas al mismo tiempo. Me gustaría dar un ejemplo de lo irreal de la similitud de grado cero, que procede del gran escritor cómico Achille Campanile (1900-1977). Son dos páginas de una historia sin sentido titulada Espárrago y la inmortalidad del alma (1974). En este texto, el narrador examina lo que el espárrago puede tener en común con la inmortalidad del alma y nos dice que ambos términos son cosas agradables y de los que una parte ha sido desechada: el tallo del espárrago y el cuerpo del alma tras la muerte. Pero las similitudes son rechazables por ser demasiado débiles y la conclusión es que "sea cual sea el ángulo desde el que se observe el asunto, nada tienen en común". Éste es presentado como un presunto caso de equivalencia cero, pero la conclusión no tiene lógica alguna fuera del mundo poético de Campanile. Aparte de los dos rasgos distintivos ya establecidos por el narrador, la existencia de una historia sobre espárragos y la inmortalidad del alma ya presupone un cierto grado de similitud. Sé que estoy extendiendo el argumento en este sentido, pero este es mi argumento. Si se busca el correcto (o conveniente) punto de vista y se tiene algún objetivo definitivo en mente, cualquier cosa puede ser similar a otra (véase Eco, 1990, cap. 4.6 y passim). Por ejemplo, yo acabo de afirmar que un vegetal es similar a un problema telológico en relación a la historia de Campanile con el propósito de ofrecer un caso extremo de similitud.

 

5. Las categorías

 

            Podemos resumir en este punto nuestro paseo por el difícil terreno de la semiótica de Peirce. No vamos a abordar por qué la semiosis es representada a menudo por un triángulo ni por qué sus tres partes son ordenadas de acuerdo a una secuencia fija. Ambas cuestiones pueden ser respondidas observando las categorías de Peirce, uno de los pilares en los que se sustenta su arquitectura. Estas categorías también son denominadas existenciales, puesto que se corresponden con tres dominios o modos de existencia. Constituyen una ontología en la que algo queda envuelto en el todo, real o imaginado. En 1897, Peirce las llamó "Quality, reaction, and mediation” (4:3) pero “for scientific terms, Firstness, Secondness, and Thirdness, are to be preferred as being entirely new words without any false associations whatever” (Íbid.). En este contexto, advertía lo siguiente:

 

"How the conceptions are named makes, however, little difference. I will endeavour to convey to you some idea of the conceptions themselves. It is to be remembered that they are excessively general ideas, so very uncommonly general that it is far from easy to get any but a vague apprehension of their meaning. . . ." (Ibid.).

 

A pesar de la advertencia, mantenemos la esperanza de conseguirlo. Los siguientes rasgos nos resumen la tipología de categorías:

 

Primeridad

Segundidad

Terceridad

Un dolor inmutable, un puro sentimiento

Un golpe en la noche, un reflejo

Una palabra, un pensamiento sintético

Singular

Dual

Plural (triadico)

Cualidad

   Reacción

Mediación

Posibilidad

Existencia

Ley

Potencialidad (generalmente negativa)

Actualidad

Generalidad

Hipótesis

Deducción

Inducción

Cualidad

Experiencia

Pensamiento

Presente

Pasado

Futuro

Signo

Objeto

Interpretante

 

Puesto que las categorías son la base para una fenomenología, es importante dejar constancia de que ellas nos inician en la experiencia bruta de un hecho sin el cual la semiosis no puede funcionar. Las cualidades puras allí contenidas nos permiten percibir el fenómeno (phaneron en la terminología de Peirce) e identificarlo como tal (o situarlo aparte del resto de hechos). Sólo más tarde, a través de la mediación del Primero, desarrollamos juicios perceptivos seguidos por los pensamientos másdesarrollados y otros signos que el phaneron puede llevar. Dicho en otras palabras, la fenomenología nos transmite las categorías en el siguiente orden: Segundo, Primero, Tercero.

Una relación completa de la Primeridad -sin duda la categoría más espinosa de todas- queda fuera de los límites que nos hemos impuesto, pero una noticia de la historia más reciente puede proporcionar un ejemplo de la Segundidad y de la Terceridad. Yo empecé a escribir estas notas en Washington D.C., durante la confusión institucional que siguió a las elecciones presidenciales del año 2000. Después de emitida la votación, el recuento fue tan minucioso que el presidente electo no pudo ser anunciado durante semanas. La disputa fue especialmente ajustada en el Estado de Florida, en donde los votos tuvieron que ser contados de nuevo manualmente en algunos condados después de que las máquinas usadas para el recuento final expulsasen bastantes papeletas por no ajustarse a ciertos patrones. Una semana después del día de las elecciones, los dos candidatos principales aparecieron en TV y declararon lo siguiente:

 

                           Mr. Bush

   "Este es el motivo por el que mi campaña defendía el recuento automático de todos los votos en Florida. En Florida, el voto de todo el mundo ha sido contabilizado una vez. Estos votos han sido recontados. En algunos condados, han sido contados una tercera e incluso una cuarta vez.

   Y esto nos conduce al segundo principio, la precisión. Este proceso debe ser preciso. A través de la televisión, los americanos han visto por sí mismos que el recuento manual, con individuos tomando decisiones subjetivas sobre la intención del votante, introduce el error humano y la política en el proceso de recuento de votos. Cada vez que las papeletas son manipuladas, los errores se multiplican potencialmente".

 

   Mr. Gore

   "Es el momento de respetar cada voto y a cada votante. Es el momento de honrar a la verdadera voluntad de la gente. Así pues, nuestra meta debe ser lo que sea correcto para América.

   La ley de Florida y la de otros estados están pidiendo una cuidadosa revisión por parte de personas de los resultados electorales como éstos que han sido dados por una máquina.

   ¿El motivo? Las máquinas pueden a veces malinterpretar o errar a la hora de detectar la manera en la que las papeletas son emitidas; y cuando hay serias dudas, todo el mundo admite que repasar el recuento mecánico con un cuidadoso recuento manual  es la mejor manera de conocer las verdaderas intenciones de los votantes".

                   (Washington Post, 2000, cursivas añadidas)

 

            Nadie negaría que el objetivo del recuento de papeletas es averiguar la intención de los votantes, pero Bush afirma que no deberíamos confiar en los humanos porque no aplicarían uniformemente las normas y se inclinarían más bien al error. Gore, al contrario, decía que la intención de muchos votantes había sido eliminada en el recuento mecánico y sólo el recuento manual podría restituirla. No importa que ambos hombres fueran conducidos a este delicado debate hermenéutico por su propio interés. Echemos un vistazo a las dos versiones de la historia desde un punto de vista semiótico.

            La versión de Bush prefería la Segundidad a la Terceridad. El cálculo mecánico realmente no "interpreta" la intención del votante; en lugar de eso, ciertas características formales del papel del voto les llevaría a cambiar de estado, como sucede en todo proceso automático, incluido el informático. Cuando esto pasa, el flujo semiótico se rompe y pasa a ser discontinuo, degenerando el Signo en lo que se denomina Índice. Los procesos automáticos están regulados por relaciones del tipo acción-reacción; acción: los agujeros realizados en la papeleta no están totalmente perforados; reacción: el voto queda anulado. Precisamente, éste es el motivo por el que algunos votos no se contabilizaron inicialmente en el recuento oficial; observar las perforaciones es precisamente el trabajo de las personas encargadas de contar. La versión de la historia ofrecida por Gore se aproxima mucho más a la Terceridad que a la Segundidad en la medida en que la mente humana responde a una relación continua entre la intención del votante y la interpretación de esto como un voto a través de la mediación de la papeleta. Por supuesto, el recuento se basará en ciertas normas que sirvan para guiar la interpretación, pero, al final, una representación estará formada por lo que estaba en la mente del votante "como reflejado" por el papel del voto. Si las intenciones de las personas que se encargan del recuento son puras, la no uniformidad del juiciodenunciada por la leva republicana no es más que la libertad inherente en la interpretación de todos los signos genuinos. Por otro lado, un votante que no sepa cómo perforar una hoja de papel difícilmente puede ser merecedor de confianza suficiente como para elegir al funcionario más importante del mundo.

 

5.1. La secuencia fenomenológica en la semiosis

 

            Como hemos podido ver, los tres elementos de la semiosis se asocian con otras tantas categorías: el Signo con la Primera, el Objeto con la Segunda y el Interpretante con la Tercera. En cuanto a la manera en la que las categorías nos llegan en la experiencia, si observamos el triángulo semiótico, se debería seguir la flecha más ancha marcada con la palabra "semiosis", desde el Objeto, situado en el vértice inferior derecho, hacia el Signo, en el vértice inferior izquierdo, para desembocar, finalmente, en el vértice superior del triángulo, en donde se sitúa el Interpretante. ¿Qué quiere decir esta secuencia?

            Debemos concebir la semiosis como una acción continua, un flujo, en el que las tres partes son autónomas pero inseparables. En cierto sentido, cada idea que concebimos es como un pequeño problema que se resuelve en tres actos. Inicialmente, con un Objeto situado allí afuera (o "aquí adentro", pero es más sencillo pensar en realidades externas) y que percibimos a través de los sentidos; el Objeto está, pues, mediado por el Signo, y acaba siendo representado por un Interpretante. Los signos siempre se conectan con otros signos antes de llegar a un reposo temporal. Imaginemos, por un momento, que este pequeño problema no requiere ningún otro trabajo y recuperemos en este punto el primer ejemplo que introducíamos: mi aparato de TV ha desaparecido del estante; éste es el hecho en bruto, el Objeto. Me encuentro con él, como una percepción visual, cada vez que enciendo la luz. Todo parece indicar que se trata simplemente de un robo, pero, sin embargo, no puedo asegurarlo. Cuando esté seguro, aparecerá el Signo. Ahora, suponiendo que la idea me aborda inmediatamente, mi conclusión o Interpretante sería la confirmación de que he sido robado y mi exclamación, ¡Oh, Dios mío!,  su encarnación verbal. Lo cierto es que, una vez más, la imagen sería más compleja de lo que aquí hemos representado y cada una de las etapas necesitaría pequeños retoques. De hecho, resulta difícil imaginar una auténtica acción sígnica que se resuelva simplemente en un signo.

 

5.1.1. Cuarta aplicación a los estudios de traducción: un poco de orden en la semiosis de la traducción

 

Permítaseme repetir que las traducciones representan a sus originales. Esta sencilla y constante observación puede ser analizada, ahora, a la luz de los tres elementos de la semiosis y de sus relaciones (véase la figura).

 

El dibujo dice que los lectores destinatarios podrán formarse por sí mismos una representación del original gracias a la mediación realizada por la traducción. En este nivel de generalidad, por tanto, es más o menos equivalente al Objeto de la semiosis traductora; el texto traducido es el Signo común y la interpretación de los lectores destinatarios sería el Interpretante global. Obsérvese, finalmente, que las flechas r1 y r2 indican la dirección de la semiosis traductora, desde el original hasta la traducción y finalmente hasta los lectores. Este cuadro resume el vasto y complejo proceso de traducción; al actuar así, no se le hace justicia. Por encima de todo, puede llegarse a la conclusión de que los productos de la traducción preceden al proceso, lo que sería tan errado como colocar los efectos antes de las causas. En la sección 7 nos ocuparemos de esto.

 

6. El Objeto

 

            Hasta el momento, hemos visto algunas características propias del Signo y su relación con el Objeto, pero conocemos poco del Objeto mismo. Sin embargo, puesto que los Objetos son fragmentos de realidad, debemos orientarnos, inicialmente, hacia la ontología y la teoría de la cognición de Peirce. A lo largo de toda su actividad intelectual, Peirce mantuvo dos creencias aparentemente contradictorias: i) el mundo existe independientemente de lo que nuestra mente pueda hacer de él; y ii) no podemos tener una percepción directa del mundo. Todos nosotros percibimos y finalmente conseguimos conocer a través de los signos. La contradicción puede ser justificada afirmando que Peirce no estaba interesado en lo que el mundo es per se; todo lo que quería transmitirnos es lo que el mundo es para nosotros. Puede haber caminos más complejos para conciliar estas posiciones, pero nos confundirían y, además, no son verdaderamente pertinentes para nuestro principal objetivo (más en 9.2). Tenía que hacer una rápida referencia a la ontología de Peirce para dar cuenta de cómo el Objeto -es decir, una parte de todo lo que conforma el mundo real, incluyendo nuestras mentes y sus contenidos- penetra en el dominio de la semiosis. Recordará el lector que el Objeto es el Segundo componente de la Semiosis. Ahora bien, es característico de las categorías existenciales el que se contengan unas a otras al estilo de las cajas chinas: la Terceridad contiene a la Segundidad y a la Primeridad; la Segundidad contiene a la Primeridad; y la Primeridad no contiene nada más. Esto quiere decir que los Interpretantes se manifiestan con tres componentes y los Objetos con dos. Veremos los tres tipos de Interpretantes en unos momentos. Ahora, me centraré en los dos tipos de Objetos.

            Vamos a seguir usando entidades materiales del mundo exterior, si bien cosas inmateriales, como Emma Bovary, e incluso fragmentos del mundo interior, como los celos, servirían igualmente. Las "cosas de ahí afuera" corresponden con la Segundidad del Objeto completo. Peirce los denominó objetos dinámicos y son cosas individuales que existen, como los libros, el pisapapeles o la botella de agua que veo ahora en la parte derecha de mi escritorio. No hay manera de tener una percepción directa y completa de todas estas cosas. Puedo mirar el pisapapeles, pero todo lo que sé sobre él es que es un producto de las señales electroquímicas que mis ojos envían al cerebro. Puedo tocarlo, pero, una vez más, tengo que guiarme sólo de una percepción sintetizada procedente de las terminaciones nerviosas de mis manos. Cualquier relación que pueda tener con el pisapapeles es inevitablemente indirecta, parcial y mediada por signos como los que mis nervios envían a mi cerebro. Más exactamente, cuando dirijo mi atención a un objeto y me centro en él, lo coloco al margen del continuum del mundo y lo identifico. Esta es la función del dedo que señala o, para usar un término técnico, de un índice. De este modo, cuando es percibido e identificado, el objeto de mi atención pasa a convertirse en algo esencialmente diferente de "la cosa que está ahí afuera". Peirce lo denominó el Objeto Inmediato. Incluso en este bastante resumido relato, podemos apreciar que el objeto inmediato ya es en cierto sentido una representación mental; más concretamente, una representación mental de un índice (véase 5:473). Ahora podemos proceder a la inclusión de los dos Objetos en nuestro triángulo semiótico, tal y como aparece en la figura.

 

6.1. Quinta aplicación a los estudios de traducción: el original siempre es más amplio que su traducción

 

            En la semiótica de la traducción, el original-objeto es, por lo general, un texto complejo antes que un objeto material bruto. Dividir el original entre Objeto dinámico y Objeto inmediato tiene implicaciones muy interesantes. El Original Dinámico en su totalidad -o el texto per se- es, en última instancia, inabordable. Lo que resulta del contacto entre él mismo y el traductor es el Original Inmediato. El Original Inmediato es todo lo que puede entrar en el proceso que, al fin y al cabo, conduce al texto traducido. Por consiguiente, la materialidad física y semiótica del original asegura un residuo permanente después de que el texto sea interpretado y representado por los traductores, no importa lo numerosos que sean. Si no se está convencido de la existencia de este residuo, piénsese simplemente en la Biblia, el texto que mayor número de traducciones ha recibido. Cada nuevo proyecto combina la larga tradición interpretativa del texto y una base novedosa que justifica cada nueva traducción. Si no quedase residuo, no habría lugar para nuevos Signos ni para interpretaciones relacionadas con un Objeto dado. En definitiva, una traducción perfecta podría aparecer en teoría y sería el final de la historia; de hecho, el final del proceso.

            Sin embargo, el hecho de que un texto nunca pueda ser representado en su totalidad o en su esencia por una traducción (o algún otro signo, en este sentido) no confirma las opciones opuestas, que no pueda ser representado en absoluto o que nada lo sea. Como sucedía en el ejemplo comentado en 4.3, la representación cero es tan inalcanzable como la representación total. A este propósito, permítaseme simplemente recordar que el Original Inmediato procede del estrecho contacto entre el Original Dinámico y el traductor. Aunque este contacto tenga una naturaleza puramente psicológica y escape a la consciencia en su conjunto, es bastante evidente que: i) el texto existe allí-afuera, y ii) tenemos que tratar con él (véase Proni, 1990:114). Si no fuera éste el caso, un texto individual en el marco de un sistema semiótico Y podría reivindicarse como la traducción de todos los posibles textos en el sistema semiótico X, lo que es evidentemente absurdo. A la inversa, si éste no fuera el caso, se podría reivindicar la imposibilidad de la traducción, lo que es simplemente un típico caso de sin-sentido.

 

7. La teoría del Interpretante

 

            Hasta ahora, hemos abordado la Primeridad y la Segundidad del Signo. Volvamos al Interpretante, el represente de la Terceridad del Signo. Partiendo siempre de que estamos describiendo partes de un continuum, en este punto de nuestra exposicion ya podemos asumir que el Signo ha recibido y seleccionado bastante información del Objeto y está preparado para seguir su camino hacia adelante. En este punto, pasamos desde la relación Signo-Objeto, que remite a la noción de referente, a la relación Signo-Interpretante, que, naturalmente conduce al significado. Se han propuesto numerosas (y poco claras) terminologías para esta distinción. Para aclarar lo que yo, por mi parte, tengo en mente, volvería -con Peirce- a sus proponentes más antiguos, como John de Salisbury, quien distinguió entre nominatio y significatio. La primera corresponde al referente o denotación, que son extensiones lógicas de un signo; la segunda corresponde al significado o significación, que son profundizaciones lógicas de un signo.

 

7.1. El Signo "determina" al Interpretante

 

            Peirce nos transmitió algunas opiniones sobre la relación entre el Signo y el Interpretante en diferentes momentos de su vida. Así pues, cualquier reconstrucción que se intentara hacer, podría ser contradicha fácilmente. Desde mi punto de vista, los factores cruciales en la teoría del interpretante son la noción de determinación, la noción de apuesta interpretativa y la noción de "ultimidad". Trataré aquí de las dos primeras; la "ultimidad" pertenece al hábito (véase 8.1). En 1905, durante una de sus varias tentativas de definición de semiosis y de pragmatismo, Peirce escribió que un signo era en esencia "anything which, being determined by an object, determines an interpretation to determination, through it, by the same object" (4:531). Seleccioné esta oscura y complicada definición por la inusual densidad del término "determinar" y sus derivados, que es lo que nos gustaría discutir aquí. Peirce usaba el término en un sentido especial. Un diccionario moderno incluía, entre otros, los siguientes significados:

 

"[...] 6. Limitar en alcance o extensión. 7. Matemáticas. Fijar o definir la posición, forma o configuración. 8. Explicar o limitar mediante la adición de diferencias. 9. Legislación. Poner fin a algo; terminar [...]".

(American Heritage Dictionary, 3ª. Edición).

           

            Creo que nuestro uso común de "determinar" está incluido por los sentidos 7 y 9. Frente a esto, Peirce usa constantemente el término en los sentidos 6 y 8, en consonancia con su teoría del signo y su pasión por la etimología ("inglés medio determinen, procedente del francés antiguo determiner, procedente a su vez del latín  d¶termin³re, limitar: d¶-, de- + terminus, límite” (Ibid.)).

            Así pues, traza los límites del Signo, el cual, por su parte, limita o reduce el alcance del Interpretante (véase la figura). Esto significa que sólo una limitada clase de Signo puede ser usada para llevar un determinado objeto hacia la semiosis y sólo una limitada clase de Interpretante puede ser producida desde el Signo resultante. Al mismo tiempo, esto quiere decir que ningún Objeto puede tener sólo un Signo y que ningún Signo puede ser representado simplemente por un Interpretante. Esta propiedad lógica de los signos puede ser empíricamente verificable.Tenemos, por ejemplo, el simple hecho de que cualquier signo pueda ser sacado de un texto y citado en otro; la inclusión en una trayectoria interpretativa novedosa cambiará necesariamente la referencia y la significación del signo -esto es, sus relaciones con el Objeto y con el Interpretante, respectivamente- sin importar la intensidad con la que se intente mantenerles invariables. En adelante, usaré el término "determinar" y sus derivados en este especial sentido peirceano.

 

7.1.1. Sexta aplicación a los estudios de traducción: una crítica de las correspondencias exactas

 

            La pregunta a la que, con mayor frecuencia, un traductor o un profesor de traducción debe responder es la que se basa en estructuras del tipo "¿Cuál es la palabra italiana equivalente a "lluvia"?". Yo no sé ustedes, pero por lo que a mí respecta, siempre respondo: "Depende", aun a riesgo de promover la frustración generalizada entre clientes y estudiantes. A pesar de los años predicando a partir de nuestros textos literarios, da la impresión de que no hemos hecho nada a propósito de la ingenua asunción según la cual traducir tiene que ver con correspondencias exactas entre palabras. La anécdota reproducida anteriormente puede ser trivial, pero esa ingenua asunción no es algo que debamos abordar con ligereza. He aquí una de sus importantes consecuencias. Es común entre las compañías de localización incluir la memoria de traducción y el glosario entre las tareas propias del trabajo de traducción. Algunos clientes solicitan este material simplemente para aumentar la corrección de sus textos corporativos; otros lo hacen con la esperanza de no tener que contactar nunca más con la compañía de localización; creen que cuando necesiten una actualización todo lo que deben hacer es entregar los archivos a una secretaría bilingüe y pedirle que los traduzca.

            La idea del Interpretante como algo que está incluido en el campo de las representaciones posibles explica la polisemia inherente de los signos y justifica, en primer término, la posibilidad de traducción. Imagínese un mundo en el que los Interpretantes estuvieran fijados por sus signos y objetos de una manera exacta; en este mundo, la traducción (y otros tipos de semiosis) sería imposible, puesto que los signos no podrían incluir recorridos interpretativos alternativos al que ya se ofreciese en el original. De hecho, el trabajo de los traductores es representar una interpretación preferente de unos determinados signos originales usando signos de llegada que permiten interpretaciones similares, si no equivalentes, entre diferentes recorridos semióticos y también entre distintos sistemas semióticos. La libertad de acción de la interpretación explica también el irreductible exceso del Interpretante en su relación con su correspondiente Signo. A menudo, Peirce insiste en que, cuando interpretamos un signo, estamos diciendo "algo más" sobre él. Esto, junto con el residuo del Signo referido en 6.1, conforma una imagen en la que Signo e Interpretante mantienen una relación dialéctica en donde ninguno de los dos lados puede representar totalmente al otro o reducirlo (véase Ponzio, 1993:189). En otras palabras, en toda semiosis algo se pierde y algo se gana, y la traducción hace esto más evidente.

            Finalmente, no debemos olvidar que el Interpretante se sitúa en una relación triádica con Signo y Objeto. Más específicamente, el Interpretante está determinado por el Objeto a través de la mediación de un Signo. Recordemos una característica general de las categorías existenciales (véase apartado 5, desarrollado anteriormente): los Segundos, como es el caso del objeto, son cosas reales y eventos -"individuos existentes", como dijo Peirce-; por contra, Primeros y Terceros son ambos abstractos, cada uno a su manera. En nuestro diseño, los originales ocupan la posición de Objetos; ellos sujetan la semiótica traductora a la realidad existente. Eso significa que lo que traducimos son manifestaciones actuales de signos, y no sus imágenes abstractas o virtuales tal y como podemos encontrar en diccionarios y gramáticas. Este es el argumento más importante de mi irritante respuesta: "Depende", puesto que si te digo que la palabra italiana para "lluvia" es pioggia, te estoy llevando, simplemente, al inicio del proceso, pero no al final. Si me pides que interprete un original, necesito establecer un origen y una meta interpretativa y realizar alguna observación colateral necesaria para dar sentido a los textos-objetos existentes. Mi interpretación y consiguiente representación serían imposibles de predecir si nos limitásemos, sin más, a observar sus componentes virtuales.

 

7.2. La interpretación es una apuesta

 

            Ahora que hemos visto que los Interpretantes pueden establecerse sin un campo determinado por el Signo, nos surge una pregunta: ¿Cómo podemos elegir, entre todos los posibles, el Interpretante que, al fin y al cabo, representará el Signo? La respuesta depende de algunos factores, entre los que habría que incluir, por ejemplo, el hecho de estar interpretando un signo nuevo u otro ya establecido. En este último caso, podemos servirnos de interpretantes que ya existan y trasladarlos rápidamente hacia adelante (más sobre este tema en el apartado 9); en el primer caso, hallar un nuevo interpretante para un Signo es básicamente lo mismo que resolver un problema intelectual. En resumen, el "nuevo signo" (o el nuevo Signo-Objeto complejo) es como un "hecho sorprendente" (5:189) para el que proponemos una hipotética explicación o interpretación. Algunos autores han usado la frase "apuesta interpretativa" para esta acción semiótica, por lo que cada vez que nos enfrentamos a un acto de interpretación compleja, apostamos por un recorrido interpretativo específico y lo mantenemos hasta que se demuestre que es erróneo. Esto implica, igualmente, que el trabajo de interpretación y de semiosis en general es inherentemente falible.

 

"[E]very proposition which we can be entitled to make about the real world must be an approximate one; we never can have the right to hold any truth to be exact. Approximation must be the fabric out of which our philosophy has to be built" (1:404).

 

            La Interpretación, pues, es una inferencia del tipo Signo®Interpretante, "Si Signo, entonces Interpretante". Sin embargo, las inferencias tienden a estabilizarse en tiempo suplementario, sobre todo cuando sucesivas ocurrencias del mismo o de similar signo son susceptibles de la misma o de una similar interpretación. En otras palabras, Signo®Interpretante tiende a convertirse en Signo=Interpretante, "Signo igual a Interpretante". Esta tendencia, con todo, no resta mérito a la primacía de la inferencia sobre la equivalencia. Una analogía basada en Wittgenstein (1969:152; cit. en Frongia, 1983:225) puede ilustrar este punto. La posición de las equivalencias estabilizadas en relación a los procesos inferenciales es similar a la de un eje geométrico alrededor del cual gira un elemento sólido. El eje se fija no a través de algunas características intrínsecas, sino más bien a causa del propio movimiento de ese elemento alrededor de él; se fija, pues, sólo en relación al sólido rotante. Además, las equivalencias sólo aparentemente resultan esenciales para la semiosis de la traducción; de hecho, ellas están históricamente determinadas por procesos inferenciales y pueden ser alteradas o subvertidas por nuevas inferencias en cuanto sea necesario.

 

7.2.1. Séptima aplicación a los estudios de traducción: desde la equivalencia hasta la inferencia

 

            La teoría del Interpretante tiene una importante función en la teoría de la traducción, especialmente en lo que respecta a la noción de equivalencia (esta sección procede de Stecconi, 1994, con modificaciones). Posiblemente, la equivalencia es la única relación intertextual que las traducciones, entre todos los tipos textuales posibles, debían mostrar. Veamos, pues, a continuación qué sucede con esto a la luz de lo expuesto con anterioridad.

         La forma de interpretación que propongo como núcleo de las prácticas de traducción procede de la abducción o "hipótesis explicativa" (cf. 5:180-212, esp.5:189). Para nosotros, la abducción es una forma de razonamiento hipotético en el que el traductor sitúa una determinada apuesta interpretativa en el signo original. Si esa apuesta queda confirmada por pruebas de carácter deductivo e inductivo, la hipótesis puede ser asumida como un interpretante bastante bueno. Si no es así, será descartado. Podemos usar este procedimiento mental como un modelo para los traductores en todos los estadios de su trabajo; lo usamos, por ejemplo, para valorar la probable recepción que nuestro texto va a tener en el sistema de llegada; para comprender el tópico general de nuestro original y de sus componentes; para organizar las unidades de nuestro texto de llegada; para descifrar las características estilísticas y retóricas; y finalmente, para tomar decisiones sobre la apariencia física del texto. En lo que sigue, me centraré exclusivamente en la relación entre abducción y equivalencia.

            La equivalencia puede ser representada por la fórmula A=B, en donde A es un elemento en el original y B su "equivalente" en la traducción. A y B pueden ser elementos lingüísticos, estilísticos, culturales, etc. de los sistemas semióticos de origen o de llegada, luego se puede asumir que ambos existen antes del momento en el que el proyecto de traducción comienza. Y es entonces cuando la cosa se complica. Si se piensa que A y B son ya equivalentes, la tarea del traductor es la de descubrir el sentido de A y dar con el B más correcto en el sistema de llegada. De esto se deriva que existe un B igual a A y que prevalece sobre otra opción que, aunque admisible, ocuparía un segundo lugar. Mi punto de vista es diferente. Los traductores adoptan estrategias del tipo problema-solución siguiendo lo que Peirce llamaba nuestra "luz natural" y Bonfantini rebautizó como "luz cultural" (1987, págs.73-ss). Después de establecer nuestro interpretante para A, suponemos un B; entonces elaboramos severos experimentos mentales para contrastarlo con A, con nuestras estrategias de traducción en conjunto, con la probable respuesta de nuestros lectores, con la base (o perspectiva) desde la que A quiere decir lo que quiere decir, con lo que nosotros queremos decir con B, etc. Sólo al final de estas inferencias normalmente alcanzamos una solución satisfactoria. El trabajo de un traductor consiste en buscar B y concluir que es equivalente a A. B nunca había sido equivalente a A antes de que los dos entrasen en una relación dialéctica a través de la semiosis traductora. Utilizando inferencias de tipo abductivo, el traductor hace equivalentes los dos elementos. En suma, propongo sustituir la fórmula de equivalencia A=B, por la fórmula de inferencia A®B, "si A, entonces B", en presencia de los factores x, y, y z, que representan el origen interpretativo y la meta interpretativa de su traducción, así como otras observaciones colaterales.

            La fórmula para la inferencia difiere de la de la equivalencia en algunos aspectos. Primeramente, es compatible con la primacía de los procesos sobre las entidades, un asunto básico en este estudio. En segundo lugar, se centra en el hecho de que traducir implica un procedimiento de problema-resolución que usa un conocimiento especial de dos sistemas semióticos y de las maneras de conexión entre ellos. En tercer lugar, la fórmula de la equivalencia da prioridad a los elementos formales de dos lenguas y empuja hacia el fondo su proceso de búsqueda. Por el contrario, en la fórmula de inferencia, y más generalmente en la aproximación semiótica, los elementos son signos de los cuales A es un problema y B una solución. Más específicamente -como dijimos anteriormente-, A es un "hecho sorprendente" cuya investigación concluye con el establecimiento de un hábito (véase 8.1.). El fragmento B en el texto de llegada simplemente resulta de una acción determinada por tal hábito. Un par de ejemplos nos ayudará a ilustrar este pasaje.

 

7.2.1.1. Ejemplos de procesos inferenciales en la traducción

 

            Hace algunos años, coordiné en Italia un equipo de trabajo que traducía manuales de software. Uno de ellos era un original -escrito en U.S.- que se servía, por extensión, del ejemplo del software usado por una firma en la elaboración de un curso del golf. En las etapas preliminares del proyecto decidimos si la invención funcionaría en un contexto italiano.

         La verdad es que estábamos indecisos; entre las hipótesis barajadas incluso pensábamos utilizar como ejemplo la construcción de un estadio de fútbol (estábamos en una fecha próxima a las finales de la Copa del Mundo de 1990 celebrada en Italia). Pero nuestro estudio mostró que practicar golf estaba popularizándose en nuestro país, sobre todo entre los posibles compradores del programa. Cuando descubrimos que estaban elaborando un nuevo curso de golf unas millas más allá de nuestra propia ciudad, el problema quedó resuelto: mantendríamos la invención.

El segundo procede del mismo proyecto. En el inicio del manual impreso, se aconsejaba sobre cómo usar el ratón -por entonces todavía un animal más bien exótico. Uno de los consejos decía así (cito de memoria): "Si, arrastrando el ratón sobre su mesa, llega a alcanzar el margen, debería levantar el ratón de la superficie, desplazarlo hacia el centro de su área de trabajo y volver a arrastrar" un hecho sorprendente, en efecto. Nuestra duda era: "¿queremos contar a nuestros lectores esta perogrullada?". Por entonces, la única hipótesis que estábamos considerando era: o mantener el consejo en el texto de llegada o suprimirlo en su totalidad. Tras un entretenido debate, decidimos que era mejor omitirlo. Esto pasó a ser un hábito para nosotros; la ausencia del pasaje en los manuales italianos era nuestra solución definitiva.

Las inferencias tienden a estabilizarse en el seno de equivalencias hasta que casualmente son cambiadas por nuevos hechos, nuevas inferencias u otro tipo de mutaciones. Querría terminar esta sección con un ejemplo de este proceso de estabilización. En relación a mi último ejemplo, justo cuando llegamos a la conclusión de que el pasaje sobre el ratón debía ser suprimido, un hábito de traducción, pues, fue estabilizado. Meses más tarde, se nos asignó la traducción de un segundo conjunto de manuales por parte de la misma compañía; cuando llegamos al citado pasaje de nuevo, ya sabíamos lo que hacer puesto que habíamos desarrollado un hábito. Simplemente, ejercitamos nuestra decisión y de nuevo suprimimos rápidamente el pasaje: ya no supuso un problema para nosotros, no resultó ser un hecho sorprendente y no tuvimos que pensar mucho sobre él. Esto hace el trabajo del traductor factible, puesto que no tenemos que estar siempre estableciendo nuevas equivalencias; podemos, a menudo, reutilizar algunas que nosotros mismos habíamos establecido o que otros que llegaron antes que nosotros habían hecho en el pasado.

 

8. Semiosis ilimitada

 

            Deberíamos tener una idea sólida de las tres partes que hasta el momento forman el continuum de la semiosis; sin embargo, nada ha sido dicho sobre la naturaleza del Interpretante y de cómo diferentes signos se acoplan unos a otros para formar cadenas interpretativas (la siguiente discusión está diseñada en Proni, 1990, esp. págs.234-238).

         En primer lugar, debería decirse que los Interpretantes son Signos por sí mismos: un Signo es "[a]nything which determines something else (its interpretant) to refer to an object to which itself refers (its object) in the same way, the interpretant becoming in turn a sign, and so on ad infinitum” (2:303). En cuanto un Interpretante se desarrolla en una tríada, inmediatamente determina otra tríada en la que ha pasado a ser un Signo. La segunda tríada tendrá un nuevo Interpretante pero mantendrá el mismo Objeto que la primera. Puesto que las representaciones siempre pueden ser interpretadas por representaciones complementarias, se corre el riesgo de caer en un abismo de regresión; afortunadamente, el hábito llega a nuestro rescate (véase 8.1) y el abismo sólo es potencialmente insondable.

            Si el  mecanismo anteriormente descrito se sigue al pie de la letra, tendremos unas series de tríadas potencialmente inacabables que giran alrededor de su Objeto como si se tratase de pétalos de una margarita (fígura de la izquierda). Significaría esto que la semiosis produce cada vez mejores determinaciones del Objeto sin dejarlo nunca. Esto puede dar cuenta de ciertos tipos de razonamiento focalizado, pero no puede explicar otros fenómenos comunes como la asociación libre de ideas.

 

            Podemos ahora volver la mirada a la siguiente figura que ilustra una característica de los Interpretantes. Estos tienen dos funciones; las flechas azules finas que, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, van desde el Objeto a través del Signo hacia el Interpretante indican la primera función: el Interpretante comprende el Objeto gracias a la mediación del Signo. La línea más gruesa que baja desde el vértice superior hacia la base indica la segunda función: el Interpretante entiende de qué manera el Signo representa su Objeto. Merced a la segunda función, cuando los signos se desarrollan pueden cambiar el Objeto inicial. Puesto que las dos funciones del Interpretante están estrechamente relacionadas hay sitio tanto para la permanencia del signo a través del tiempo como para el desarrollo ordenado de nuevos signos a través de la semiosis.

 

8.1. Octava aplicación a los estudios de traducción: Objeto y Orientabilidad de la relación

 

            La dinámica anterior puede quedar más clara si se relaciona directamente con la traducción. Para hacerlo, daré un paso atrás en nuestro nivel de generalidad. Hasta ahora, he estado modelando el amplio proceso de comunicación por medio de la traducción; ahora, esbozaré -a grandes rasgos- dos tipos de semiosis que suceden cuando los traductores están trabajando. Acordes con la terminología de Peirce, los llamaré modo orientado al objeto y modo orientado a la relación. Ambos modos siempre aparecen juntos durante el trabajo, pero los mantendré separados en favor de una mayor claridad.

 

8.1.1. Modo orientado al objeto

 

 

 

            Esta es la figura tipo margarita que corresponde a la primera función del Interpretante. Como se puede ver, las tríadas giran alrededor del Objeto en unas series potencialmente inacabables. Se observará que en este nuevo nivel de análisis, el modelo considera que el Original -antes en la posición del Objeto- es un signo por sí mismo. Aparece en la tríada número 1, en donde se representa el Objeto (referente, contenido, tópico...). Este texto-signo es desarrollado por parte del traductor en sus propios Interpretantes -p.e. su entendimiento del original-. En la tríada número 2, los Intepretantes del traductor ahora son un Signo y la Traducción se sitúa en el vértice superior reservado al Interpretante de esta tríada. Esto significa que el texto traducido es un desarrollo semiótico de las conclusiones interpretativas del traductor. La tríada número 3 representa la Traducción como un signo en las manos de sus lectores, quienes esperan leer un texto sobre el mismo Objeto que el del Original. La respuesta de los Lectores es, de nuevo, un desarrollo semiótico del texto traducido; de hecho, los Lectores ocupan la posición del interpretante en la tercera tríada.

 

8.1.2. Modo orientado a la relación

 

 

           

 

Este modo corresponde a la segunda función del Interpretante, por la que se consigue la manera en la que un Signo representa a su Objeto. También en este diseño, la posición del Interpretante es ocupada por los Interpretantes del Traductor, la Traducción y los Lectores en sus respectivas tríadas (adviértase que la primera tríada mira al norte, la segunda al este y la tercera al sur). Pero aquí el interpretante en cada tríada pretende comprender cómo los signos representan a sus Objetos, identificados como O1, O2 y O3. Esta función no asegura que los caracteres sustantivos circulen en la semiosis; de hecho, la tercera tríada no tiene ningún elemento en común con la primera. Lo que circula en la semiosis es el modo de significación; por ejemplo, la base con respecto a la cual los Signos representan sus Objetos, lo que produce un efecto similar a las "semejanzas familiares" de Wittgenstein.

Henry Taylor, un respetado poeta americano, nos ayuda a entender cómo esto funciona en realidad. Como les sucedía a otros escritores curiosos con el mundo, a Taylor le gustaba traducir. Frente a otros, él no se sentía coartado por el conocimiento o desconocimiento de lenguas extranjeras. De hecho, a menudo traducía textos procedentes de lenguas que nunca había podido ni siquiera leer bien. Uno de sus "autores originales" es un poeta israelí, amigo personal suyo. El autor le enviaba sus poemas en hebreo con indicaciones en inglés con lo que querían decir. Taylor trabajaba en ellos y más tarde discutían el borrador con comentarios como éstos (H.T. es Henry Taylor y A.I., el autor israelí):

 

H.T. "Esta línea de aquí parece ser muy divertida"

A.I. "No lo es en absoluto"

H.T. "Ah, de acuerdo, tendremos que hacer algo con él".

 

Cuando pregunté a Taylor sobre sus "traducciones ciegas", se expresó de la siguiente manera: "Resulta sencillo hallar alguien que me cuente lo que el poema dice; mi trabajo consiste en hacerle hacer lo que tiene que hacer en inglés" (Taylor, 2000). Como suele suceder con los poetas, comentarios aparentemente claros ocultan posos de gran interés que aparecen al ahondar un poco. En efecto, ésta es una de las manifestaciones más evidentes que he encontrado de mis propuestas de dos modos de traducción: el modo orientado al objeto corresponde con "lo que el original dice"; el modo orientado a la relación es "lo que hace", o mejor aún, cómo lo hace.

Algunos especialistas en traducción se han ocupado de distinciones similares. Peter Newmark, por ejemplo, ha escrito sobre traducción comunicativa vs. traducción semántica, con un ojo puesto en la transferencia de términos con gran carga cultural (por ejemplo, 1991, págs.10-11 y passim); desde otro punto de vista bien distinto, Barnstone (1993, págs.33-41 y passim) distinguió entre transferencia de información y traducción alfabética. Mis dos modos difieren de estas distinciones fundamentalmente en que los modos orientados al objeto y orientados a la relación no se excluyen mutuamente ni hay un intercambio entre ellos. Una traducción pura orientada al objeto es imposible y una traducción pura orientada a la relación no sería una traducción. Ambos procedimientos de producción de signos son, de hecho, complementarios y siempre funcionan juntos: el primero garantiza la continuidad de la referencia en tanto que el segundo da cuenta de la generación de información nueva en el texto de llegada.

 

9. Creencias y hábitos, pragmaticismo, interpretantes emocionales, energéticos y lógicos

 

            He afirmado en 8 que Peirce nos proporcionó una escalera para descender al abismo de la semiosis ilimitada. Como se puede recordar, dado que los Interpretantes son en sí mismos Signos, las tríadas semióticas o las representaciones se suceden unas a otras en una sucesión ilimitada. Algunos autores han escrito sobre cómo Peirce superó este problema. La exposición más lúcida que he hallado es la de Short (1996). En este ensayo se dice que en 1885 Peirce comprendió algo que "supuso una revolución en su teoría de los signos o semeiótica" (p.488). Ese algo era que no todos los signos eran conceptos generales; los índices, por ejemplo, no lo eran. Un índice es una clase de signo contenida en palabras como "aquí", "ellos" y "ayer". Palabras como éstas indican individuos existentes, porciones simples y perfectamente identificables del mundo. No existe una "aquí-dad" general, sino tan sólo espacios concretos en donde el locutor se sitúa. Este descubrimiento abrió las puertas a una nueva clase de signos, aquellos que marcan un final en la fuga de interpretantes. Peirce llamó "pragmaticismo" a la versión más elaborada de su teoría, lo que puede encontrarse entre otros lugares en CP 5:464-496 de 1907. A continuación, exponemos un breve resumen.

            El Pragmaticismo es un método para llegar al significado de los conceptos, que -como se dijo en 7- es el destino del viaje que se emprende a lo largo del recorrido Signo-Interpretante. El método no puede ser aplicado a todos los conceptos e ideas, sino sólo a lo que Peirce llamaba "conceptos intelectuales". Las ideas se habilitan como conceptos intelectuales si cumplen dos requisitos: i) tienen algunas consecuencias concebibles desde un punto de vista práctico en el mundo de la experiencia; y ii (son generales. La generalidad aquí significa que estos conceptos pueden referirse a algo siempre que ciertas condiciones se cumplan del todo. Esa es una generalidad positiva, que no debería confundirse con la generalidad negativa de los signos Primeros, como los Iconos. Recordando la distinción entre referencia y significación -por ejemplo, entre amplitud lógica y profundidad lógica-, un genuino Tercer signo puede hacer referencia a una pluralidad de cosas, pero se significa sólo a sí mismo, mientras que un Primer signo se refiere sólo a sí mismo pero puede significar algo que satisfaga ciertas condiciones.

         Los conceptos son pensamientos, valga decir signos mentales. Puesto que toda semiosis se dirige a una meta, entre sus efectos está el significado deseado o "efecto de significado propio"; los Interpretantes son tales efectos de significado propio. De los tres tipos de Interpretante -emocionales, energéticos y lógicos- sólo el último puede representar el significado de un signo genuino. El interpretante emocional es una mera sensación, a menudo la sensación de reconocer un signo. El interpretante energético es una obligación o una acción, y por tanto no se puede calificar como general.

         Pero, como sabemos, puesto que el interpretante lógico es un signo mental, necesita otro signo que lo interprete y otro, y otro... Sin duda, no actuará como último interpretante lógico. Para marcar un final en las inacabables series de signos, Peirce buscó algo en la mente que no fuese un signo y que, sin embargo, fuese general. La disociación de las ideas de la signicidad y de la generalidad es, en resumidas cuentas, la "revolución en la teoría de los signos" de Peirce en 1885.

         Peirce estableció el último interpretante en el hábito, que es una inclinación o tendencia hacia la acción. Los hábitos se adquieren por la experiencia y se retienen en la mente hasta que alguna circunstancia fuerza o facilita un cambio. Aprender una nueva palabra en una lengua ajena es un ejemplo de cambio de hábito. He aquí una de las definiciones de hábito propuestas por Peirce: "[Readiness] to act in a certain way under given circumstances and when actuated by a given motive is a habit; and a deliberate, or self-controlled, habit is precisely a belief” (5:480). Me gustaría indicar que la disposición a actuar no es absoluta, sino la función tanto de ciertas circunstancias como de un motivo o de una meta deseada.

            Esta es la escalera en el abismo de la semiosis ilimitada; puesto que ha sido hallado un último elemento, la fuga de signos en la semiosis adquiere el orden, la finalidad y la dirección con la que estamos familiarizados en nuestra experiencia cotidiana. El hábito es el significado de un signo intelectual y el último interpretante lógico (véase 5:494). Sin embargo, esto no quiere decir que la semiosis no sea ilimitada en algunos otros aspectos. Hábitos y creencias son objetos en constante cambio mediante "hechos sorprendentes" que contradicen o generan dudas sobre creencias establecidas. Así pues, la semiosis es potencialmente ilimitada, pero en realidad tienen un punto final situado en una entidad general que no es un signo. Finalmente, cuando describo el último interpretante lógico como un hábito, nada estoy diciendo sobre la verdad; este es el tema de la próxima sección. Desde el punto de vista de la logicidad, describiré qué es el significado, es decir que es un efecto mental; en su "ultimidad" describe qué efectos tiene, es decir que temporalmente detiene el flujo de la semiosis.

            Como corolario con interesantes consecuencias para los Estudios de Traducción, me gustaría añadir que no todos los signos que pueden producir interpretantes lógicos lo hacen. Algunos signos se adelantan demasiado, son interpretados bastante bien por interpretantes emocionales o energéticos y no necesitan alcanzar la etapa de los interpretantes lógicos. Otros signos, por contra, llegan demasiado tarde. Es el caso del repetido pasaje del ratón mencionado anteriormente; la segunda vez que lo hallamos, ya era conocido su interpretante lógico y no había razón para cuestionarlo (5:489).

 

9.1. Interpretante inmediato, dinámico y final: semiosis y verdad

 

            Las series emocionales-energéticas-lógicas esbozan algo parecido a una morfología del Interpretante. Las series que presentaré ahora están más próximas a la sintaxis, al centrarse en los efectos en la frase "efectos de significado propio" que en un momento determinado fue la definición de interpretante de Peirce. Éste llegó a una teoría completa del Interpretante ya tarde; la mejor división que pude encontrar está en las cartas a William James y Lady Welby de 1909.

         Para aclarar sus ideas a su amigo William James, Peirce imagina una conversación entre él mismo y su esposa que seguiré pausadamente. Son los primeros momentos de la mañana (imagino), Juliette está aún en cama y le pregunta a Charles sobre el tiempo. Él dice: "Es un día tempestuoso". Digamos de paso que Peirce considera la expresión completa como un único signo, anticipándose a las propuestas de los actos de habla de los teóricos de mediados del siglo XX. Entonces, procede a analizar los deseados "efectos de significado" de este signo. En primer lugar, tenemos el interpretante inmediato, que es simplemente la impresión o la sensación de que el signo ha sido reconocido. En su relato, Peirce lo describe como "la Imagen vaga o lo que tienen en común las diferentes Imágenes de un día de tormenta". Esta imagen se forma en la mente de Juliette y el término clave en la descripción es "vaga". La inmediatez es la Primeridad del Interpretante, y como tal no existe; es la posibilidad sobre la que cualquier idea actual se edificará y -cuando esto sucede- incluyéndola. Cuando la imagen se registra, la noticia tendrá algún efecto actual en la mujer; tal vez, le desagradará. Esta dialéctica acción-reacción en bruto es el interpretante dinámico que, por supuesto, corresponde a la Segundidad. Ahora, abandonamos el mundo de la existencia para adentrarnos de nuevo en otro ámbito abstracto, el de la Terceridad. Para completar este micro-drama, Peirce describe el interpretante final como "la suma de las Lecciones de respuesta, Moral, Cientifica, etc." (todas las citas proceden de 8:314).

         Lo que todo esto quiere decir está algo más claro en otra carta dirigida a William James y escrita en April Fools'Day del mismo año (8:315). En ella, Peirce sitúa el Interpretante Dinámico aparte de los otros dos al ser el único que en realidad ve la luz en la mente de alguien. El añadido más interesante, con todo, es que ahora está dividido en dos lados, el pasivo y el activo, como si se tratase de los de una montaña. Así es cómo aprendemos que "In its Active/Passive forms, the Dynamical Interpretant indefinitely approaches the character of the Final/Immediate Interpretant; and yet the distinction is absolute” (Ibid.). Esto es, la actividad se aproxima al Intepretante Final y la pasividad hace lo propio con respecto al Interpretante Inmediato; y ambos movimientos quedan descritos como indefinidos. La indefinitud es la marca de continuos en donde las partes fluyen unas con otras en pasos infinitamente más pequeños, pero absolutamente diferenciables. Vamos a observar la distinción que marca el Interpretante Final.

            El Interpretante Final no consiste en la manera en la que cualquier mente actúa, sino en la manera en la que cada mente actuaría. Es decir, consiste en una verdad que podría ser expresada en una proposición condicional del tipo: "If so and so were to happen to any mind this sign would determine that mind to such and such conduct" (Ibid).

Ya conocemos la 'determinación de la conducta' en la constitución del Último Interpretante Lógico, el hábito. Pero esto es diferente. Aquí estamos tratando con el Interpretante Final, relacionado con la verdad. Si un signo real fuera la representación completa de un Objeto Dinámico, desde todos los puntos de vista, estaría precedido por un cortocircuito semiótico. Tal signo no tendría una base (puesto que todos los aspectos habrían sido ya revelados) y marcaría el final del proceso, puesto que ningún otro signo podría interpretarlo de manera que se diese a conocer algo más sobre él (siendo el signo ya una perfecta representación del objeto). De hecho, el Interpretante Final es "the best interpretant of the sign relative to the goal of interpretation” (Short 1986: 106, cursiva añadida. Si la interpretación en cuestión es una investigación científica, entonces la verdad es el objetivo último.

 

9.2. Verdad, realidad y comunidad

         La anterior cita de 8:315 se acerca a una proposición condicional: el signo determinaría una conducta, lo que quiere decir que la semiosis se aproxima a la verdad de la misma manera en que una curva se acerca a su asíntota. Ambos, la curva y el Interpretante Final habitan en un futuro condicional, un permanente "sería" cada vez más próximo cuya consecución siempre está pendiente. La seductora marcha de la semiosis hacia la verdad deja abierta una importante pregunta: ¿Cuál es el status de la verdad? ¿Es real o es un constructo cuya realidad depende por completo de lo que nos parezca? Por supuesto, se trata de una de las cuestiones centrales de la filosofía occidental y este no es el lugar para investigarla con detenimiento. Siguiendo mi propósito original de ofrecer sólo la información necesaria acerca de la teoría del signo de Peirce que necesitara un especialista, estudioso de la traducción honesto, me limitaré a realizar algunas sucintas consideraciones.

            Vamos a movernos en la aparente paradoja que ya aparecía en 6. Por un lado, Peirce estaba convencido de la realidad del mundo y definía real como "that whose characters are independent of what anybody may think them to be” (5:405). Supóngase un número de mentes concentradas en imaginar algo diferente a partir de lo que ese algo es; si ese algo no cambia, es real. No se flota en el aire sólo porque se piense que se puede volar (pero se puede volar en sueños); si un amante te dice: "Te dejo", no puedes cambiar sus palabras (pero puedes hacer que cambie de opinión); si se escribe sobre un árbol que habla, el texto es real (pero no su objeto). En definitiva, se podría llamar a Peirce un realista.

         Y por otro lado, también se podría llamar a Peirce un nominalista. Cree que no tenemos poder de intuición: la facultad de tener percepción directa de algo, sea del mundo psíquico interior o del mundo físico exterior. Como consecuencia, todo lo que existe para nosotros es de naturaleza sígnica. Puedo sentir y ver un bolígrafo, esto me garantiza que hay algo en mi mano, pero apenas sé nada de sus cualidades reales. De hecho, Peirce cambió las clasificaciones en este punto: no es tarea de la verdad mostrar lo que es real; el objetivo de la realidad es producir signos verdaderos; así pues, el bolígrafo es real sólo en tanto que produce un juicio perceptivo verdadero; ciertas cosas dejan de producir juicios perceptivos verdaderos porque no son reales. A partir de nuestras percepciones, inferimos otros signos para alcanzar una representación verdadera de lo que las originó. Con todo, no es seguro que esto vaya a suceder; en 7.2 veíamos que la inferencia interpretativa es falible por naturaleza.

            Creo que podemos demostrar que la paradoja es sólo aparente si superamos la lógica diádica que sostienen tanto el realismo como el idealismo y que artificialmente alimenta su separación. Peirce no es ni nominalista ni realista puesto que el pensamiento se resiste a la dicotomía. El principal punto en cuestión entre los realistas y los nominalistas es si verdad y realidad son asuntos objetivos o subjetivos. Si  lo real nos llega desde el objeto de ahí afuera o si es el resultado de nuestro individual comportamiento cognitivo. Aunque parecía que Peirce ratificaba ambas posiciones, de hecho nunca sostuvo ninguna. La realidad para él era un asunto colectivo.

                                  

“The opinion which is fated to be ultimately agreed to by all who investigate, is what we mean by the truth, and the object represented in this opinion is the real. That is the way I would explain reality” (5:407).

 

            Y también:

           

“The real, then, is that which, sooner or later, information and reasoning would finally result in, and which is therefore independent of the vagaries of me and you. Thus, the very origin of the conception of reality shows that this conception essentially involves the notion of a COMMUNITY, without definite limits, and capable of a definite increase of knowledge” (5:311).

 

            La metafísica de Peirce se asemeja a su teoría de la probabilidad. Semiosis y realidad convergen como lo hacen la frecuencia de un evento en un estudio en curso y la calculada  probabilidad de ese mismo evento (Parker, 1998:193). Pero una cosa es echar a cara o cruz una moneda varias veces para ver que cara y cruz son idénticas en el número de apariciones y otra cosa es inferir que cara y cruz son eventos de igual probabilidad. Lo primero es un conjunto de eventos, unas series de eventos de existencia individual o Segundos; lo segundo es un concepto,  un Tercero general. No importa la longitud de las series, nunca cruzará la línea categorial. Esto es por lo que un signo verdadero, uno cuyo objeto es una entidad real, llegará sólo al final de un largo e infinito filamento de semiosis. Este signo será idéntico a una opinión sobre la que existe un consenso por parte de una larga e infinita comunidad de intérpretes. Por razones que serían muy largas de explicar aquí, cuando un conjunto es infinito, sus miembros no son tanto individuos como partes de un continuum. Un continuum es, por contra, un grupo en, al menos, un importante sentido: no comprende tantos miembros individuales como vagas posibilidades de Primeros y el grupo en sí mismo deja de ser identificable como objeto y se convierte en una entidad general o Tercero. Por supuesto, esta situación no tiene opción de manifestarse en un tiempo presente; ni este mundo, ni en ningún mundo posible podemos hacernos una idea; en otras palabras, la noción de realidad debe ser separada de la noción de existencia. Consecuentemente “all reality [is] something which is constituted by an event indefinitely future” (5:311).

            Las consecuencias prácticas de este estado de cosas son que el principio lógico y el social o comunitario se implican entre sí. El argumento propuesto por un individuo sólo es válido en tanto que sea sometido al escrutinio de la comunidad de investigadores y se llegue a un consenso; y será verdad sólo si se consigue el consenso de una comunidad infinita de investigadores. Además, la semiosis es impelida por la certeza de la existencia de un objeto real de investigación y por la indefinida esperanza de que la comunidad eventualmente logrará un perfecto conocimiento de él. Esta es la posición de un "realista lógico del tipo más marcado". Por contra, un nominalista puede ser representado como alguien que espera objetos reales más allá del alcance de la investigación, mientras que un realista es alguien que está convencido de que el conocimiento perfecto puede ser alcanzado.

 

9.3. Novena aplicación a los estudios de traducción: el corsé de la normas

 

         Para recapitular, una teoría semiótica de la traducción se refiere a la primacía del traducir sobre los fenómenos de traducción; a los elementos de partida y de llegada que sustentan el proceso de traducción y los textos de partida y de llegada que resultan de él; a la necesidad de un discurso triádico para representar un proceso esencialmente triádico; a una revisión de la noción de equivalencia; a la afirmación de los puntos de vista y de las intenciones  de los traductores; a la traducción como un ejercicio de problema-resolución basado en un razonamiento inferencial; a un exceso inherente tanto del origen sobre el destino como del destino sobre el origen, y a una consiguiente relación dialéctica entre ambos. Comparemos todo esto con algunas de las reclamaciones y observaciones más frecuentes dirigidas hacia los traductores. "Use el glosario, usted no debería tenerse a sí mismo como objeto comunicativo. Desaparezca tras el autor. Mantenga al pie de la letra el original. Escriba la traducción equivalente, etc.". Estas son algunas de las normas que algunos traductores de todo el mundo reciben implícita o explícitamente con el pequeño informe que acompaña al original. Desde un punto de vista semiótico están desprovistos de sentido. Además, estas normas probablemente extiendan fuertes tensiones hacia los traductores, así como copias realmente malas. Recientes desarrollos profesionales han exacerbado este ya lamentable estado de cosas: el breve escrito de un traductor que trabaja como "vendedor" para una compañía de localización implica un cada vez menor espacio de tiempo que apenas permite a los traductores recoger suficiente información sobre el original y su versión. Aún peor, los localizadores trabajan sobre textos muy sincréticos, como páginas web, software, documentación corporativa y presentaciones. Estos mensajes, de gran riqueza en cuanto a la utilización de medios, acaban reduciéndose a una serie de caracteres cuando llegan al traductor. En este sentido, se representan signos no sólo sin información colateral, sino también sin signos no verbales que fueron entretejidos con las palabras en el texto original ("texto" procede del latín textere, tejer). En resumen, es como pedir a un guitarrista que actúe con la mano derecha atada a su espalda.

            ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué clientes y localizadores pagan a la gente un buen dinero para que efectúen actos semióticos antinaturales? No tengo respuesta, pero probablemente tenga algo que ver con la extraordinaria habilidad del ser humano para adaptarse a los contextos más extremos. Aquí el contexto es semiótico, no físico, pero esto no cambia las cosas. De hecho, es posible preparar a alguien para leer y escribir en condiciones semióticas casi imposibles tal y como es posible tocar la guitarra con una mano. En ambos casos, el resultado no será adecuado, pero algo acabará apareciendo de todas formas. También implica la interiorización de restricciones semióticas antinaturales como si de normas "naturales" de traducción se tratase. Esto afecta a clientes y a intermediarios, algunos de los cuales no son expertos en traducción, así como a los propios traductores, víctimas de una bien documentada tradición de marginación y represión cultural. Por último, repercute, según cabe suponerse, en el culto estudiosos de la traducción, que debería alejarse en ocasiones de su Olimpo especulativo y de sus disputas de congreso para trascender al ámbito profesional y de mercado. Sin duda, tres décadas de estudios de traducción no han sido suficientes.

 

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[1] Todas las referencias a la Colección de Escritos de Charles S. Peirce serán dadas en el habitual número de la 2ª parte. Así pues, esta cita es del volumen 1, parágrafo 553.

I S S N     1577 - 6921

NÚMERO 2 - NOVIEMBRE 2001