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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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NÚMERO 2 - NOVIEMBRE 2001

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 Teselas 

 

Ø       Tratado de culinaria para mujeres tristes, de Héctor Abad Faciolince 

 

Ø       Los bobos no callan en los convites, de Juan de Zabaleta

 


Héctor Abad Faciolince, Tratado de culinaria para mujeres tristes, Suma de Letras, Madrid, 2001.

 

A ese insolente que te busca sin darse cuenta de que tú no quieres; a ese que te apoya el muslo en la rodilla y te pone la mano sin gracia y sin efecto o con efectos repelentes en tu cuerpo; a ese más fastidioso que mosquito al conciliar el sueño, más molesto que guijarro en el zapato, importuno como un barro en la nariz, como piquiña en mala hora y peor parte, nauseabundo como hediondez al momento del almuerzo, como un pelo en la sopa, a ese empalagoso como miel con panela y mermelada, aborrecido como ave de mal agüero, a ese bostezo humano, a ese impertinente, te dirá cómo sacártelo de encima.

Prepara este potaje: dos onzas de estrictina, seis gramos de cicuta, una pizca de arsénico y tres cucharaditas de sales de mercurio, todo bien mezcladito con azul de metileno. Ya lo sé, eres muy educada y el boticario no querrá despacharte la receta. Por los dos motivos, aquel impertinente del que hablamos volverá a la carga con sus majaderías y manitas.

Puedes dejar a un lado tus modales, por un instante, pegarle un grito inmenso que lo envíe a esa infinita e infranqueable distancia designada por la palabra porra. Pero mejor aún, sin perder las maneras, usar una receta –horrible- para echarlo, un plato que bocado tras bocado vaya haciendo estragos en lengua y paladar, y produzca catástrofes en el esófago y en la barriga.

Haz una mayonesa con huevos no podridos ni muy frescos más el aceite rancio que usaste para freír pescado. Mucha, muchísima mayonesa. Pon mientras tanto a cocinar un puñado abundante de tallarines y déjalos hervir tres veces el tiempo que recomiendan en la caja. Licúa los frisoles que sobraron del almuerzo del miércoles, con trocitos de hígado de buey y un tanto de pezuña. Saca los tallarines blancuzcos y babosos, ponles la mayonesa y los frisoles y desmenúzales encima un poco del quesito que sobró del otro día.

Niega que tengas hambre y sírvele la mezcla más bien tibia, casi tirando a fría. No vayas a probar este mejunje. Mira más bien como se van nublando los ojos del impertinente. Elogiará, por zalamero, tu plato. Pedirá incluso un bis. Se tomará dos vasos de agua tibia (ponla en la mesa así, templada en la cocina). En un momento dado preguntará por los servicios. Poco después recordará un olvido, algo urgente, y ganará la puerta. Tanto como tu plato serás inolvidable. Pero no volverá. Al fin, no volverá, te lo habrás sacado para siempre de encima.

Si vuelve, cianuro o estricnina (imaginarios).

 

 



 

Los bobos no callan en los convites

 

Juan de Zabaleta

 

 Error IV

 Concurrieron a un convite, que hacía un amigo a muchos amigos, Solón y Periandro, dos hombres de muy venerado entendimiento. Empezóse la comida y hablaban todos; solamente Solón era el que callaba. Reparó Periandro, que era opuesto suyo, en aquel silencio y díjole en voz recatada al que estaba a su lado: «Solón calla de entendido o de bobo.» Oyólo Solón y dijo, también en voz baja, volviendo un poco el rostro hacia ellos: «Los bobos no callan en los convites.» Celébralo y admíralo Juan Estobeo.

Discurso

 Los convites los inventó la amistad o para empezarse o para rehacerse. En ellos el cariño o se engendra o se alivia. En un banquete llama la amistad a la naturaleza humana a recrearla y entretenerla. Lo menos a que convida es al gusto de los manjares: éste no sirve sino de señuelo. Lo grande a que convoca es al dulcísimo sabor que hallan los hombres en el concurso de los amigos. Aquí van a divertirse los unos a los otros. El alterno decir y el alterno escuchar hace en todos un deleite continuado.

Irse a callar a un convite es una de las mayores frialdades que puede hacer un hombre, porque no sólo priva a los otros del gusto de verse ayudados en la conversación sino que los desanima para que digan, porque el que calla parece que se enfada de que los otros hablen y allí se teme mucho el enfadarse unos a otros. Dejar caer la cara sobre el trinchero y no servirse de la boca más que para comer es hacer un remedo muy parecido de una bestia en un pesebre. En los convites hay un plato que, con ningún dinero, lo puede hacer nadie en su casa estando solo, que es el gusto de la bulla festiva. Quien no come de este plato, coma en su casa. Una de las cosas que más nos diferencian de los brutos es convidarnos unos a otros. Los animales sin discurso, en cogiendo la presa, buscan el rincón. Coger un hombre el plato y meterse con él en su silencio es salirse del convite y desmentirse de hombre.

Si la gula es mala, el hablar en los convites es bueno. Que la gula es mala no tiene duda. Luego tampoco la tendrá que es bueno hablar en los convites, pues es contra la gula. Comer y hablar a un mismo tiempo no hay quien lo haga. Oír y comer a un tiempo mismo, lo hace cualquiera. Los que oyen y comen en un convite acaban primero aquella parte que les ha tocado de la vianda que está servida. En viendo que están algunos parados, introducen otro manjar los ministros; entonces les es preciso a los que hablan dejar casi entero el plato que tenían por hacerle lugar al que entra de nuevo: con que el que habla en un convite no sólo está más festivo sino más templado. Al que yo viere en un banquete no hablar y comer, le tendré por glotón; al que viere que ni come ni habla, le tendré por insensato. Yo confieso que se ha reñido más veces por hablar que por callar; pero también conozco que se han empezado más amistades hablando que callando. Muchas veces ha habido disgustos en los convites y muchas, también, han empezado a ser amigos en ellos los que no se conocían. Si el hablar tiene un riesgo, el callar tiene otro. Ninguna cosa hay tan cabal que no tenga alguna parte mala. El silencio, por la mayor parte, es bueno y es malo en alguna parte. La prudencia es quien la perfecciona. El hombre cuerdo ha de ser callado, pero no ha de ser mudo. La lengua es bien que se guarde, pero no que se ate. La moderación en el hablar tiene virtud de silencio. Nada hace superfluo la naturaleza. Si fuera bueno callar siempre, no le hubiera dado al hombre facultad de articular palabras. Vigor tiene de espada la lengua. No siempre la espada ofende. Buena es cuando defiende. No es mala cuando adorna. La lengua cuando ofende es perversa, cuando defiende es precisa y cuando deleita es gala. Culpable está dondequiera el que habla injurias, loable el que habla razones, amable el que dice donaires. A descansar de racionales van los hombres a los convites. Allí es discreción decir boberías blandas; prudencia es allí no tener prudencia. En la lengua está el sentido del gusto. Trampa es conocida en los banquetes recibir el agasajo por la lengua y negar en la lengua el agasajo. Por la lengua se recibe el sabor de los manjares; justo será que la lengua dé a los oídos el gusto de las palabras. Quien se queda con lo que debe siempre comete culpa. Culpa cometerá la lengua que no paga el gusto que debe. En la lengua está el sentido del gusto, pero no en toda la lengua; en un nervio que hay en medio della escondido se limita. En la lengua está la facultad de formar palabras, pero no en la lengua toda; el extremo anterior es el que las articula. En los convites ni ha de ser todo hablar ni todo comer, pero se ha de comer y se ha de hablar, pues ni es toda la lengua para hablar ni toda para comer.

 

 

Errores celebrados, de Juan de Zabaleta (¿1600?-1667). Edición digital a partir de la edición de David Hershberg, Madrid, Espasa-Calpe, 1972.

http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=943&portal=12

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