REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


JORGE GUILLÉN, POETA Y CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE MURCIA

Francisco Javier Díez de Revenga

(Universidad de Murcia)

 

Jorge Guillén nació en Valladolid en 1893. Estudiante en Suiza y en la Residencia de Estudiantes de Madrid, fue profesor universitario en París, Murcia, Oxford y Sevilla. Participa en los años anteriores a la Guerra Civil en las más importantes empresas poéticas de aquellos días: crea en Murcia, con Juan Guerrero la revista Verso y Prosa (1927) y colabora en el homenaje a Góngora, sobre quien había versado su tesis doctoral (1925). Después de la guerra es profesor en Montreal y Wellesley, y, una vez jubilado, se instala en Málaga, donde muere en 1984.

Cinco libros constituyen su obra poética: Cántico (con cuatro versiones: Madrid, Revista de Occidente, 1928; Madrid, Cruz y Raya, 1936; México, Litoral, 1945 y Buenos Aires, Sudamericana, 1950), Clamor (con tres entregas: Maremagnum, Buenos Aires, Sudamericana, 1957, Que van a dar en la mar Buenos Aires, Sudamericana, 1960, A la altura de las circunstancias Buenos Aires, Sudamericana, 1963), Homenaje (Milán, All’Insegna del Pesce D’Oro, 1968), Y otros poemas (Buenos Aires, Muchnik, 1973) y Final (Barcelona, Barral, 1981).

Los muchos estudiosos que a la poesía de Guillén se han aproximado, tanto aquéllos que lo estudiaron parcialmente por razones estrictamente cronológicas, como aquellos otros que han podido juzgar aspectos de la obra completa, han aludido con frecuencia a la presencia del poeta y su mundo en la obra completa. Jorge Guillén, desde que comenzó su obra, mostró siempre una especial dilección por el análisis de su presencia como poeta y como hombre en el mundo. Cuando su obra finaliza, ya próximo a su muerte en 1984, y cuando pocos años antes aparece su libro Final, han transcurrido sesenta y cinco años desde aquel lejano 1919, y se ha producido en el poeta una transformación de su visión del mundo y de la vida.

Pero no ha decaído en ningún momento aquella inquietud inicial de hombre en el mundo, de poeta que inquiere sobre la esencia y la existencia del habitante de una tierra en la que todo sufre transformaciones y la vida del poeta detecta tales cambios. Las reacciones de Jorge Guillén durante esos sesenta y cinco años de actividad como poeta, como pensador, como filósofo de la palabra exacta y precisa, van variando con el tiempo.

 

Jorge Guillén y la Universidad de Murcia

 

         Además de su actividad como poeta, bien editada y difundida, interesan otros aspectos del trabajo intelectual de Jorge Guillén, en especial todo lo relacionado con su profesión de catedrático universitario, de filólogo y de estudioso de la literatura española, profesión por la que se decidió a su regreso de París en el año 1925, cuando realiza la tesis doctoral, el 26 de marzo de 1925, y la oposición la cátedra de la Universidad de Murcia, a partir del 15 de octubre del mismo año, que garantizaría su estabilidad laboral. Parece muy prosaico todo esto, pero es indudable que “primum vivere et deinde philosophare”, y el buen Guillén hubo de procurarse, en pocos meses, la seguridad del sustento, ayudado y dirigido, sin duda, por su amigo Pedro Salinas, ya catedrático universitario, que siguió el curso de su oposición con todo detalle. Pero faltaba por conocer todos los documentos relacionados con su “vida laboral”.

         Guillermo Carnero, Catedrático de la Universidad de Alicante, publicó hace unos años un libro repleto de textos inéditos del poeta Jorge Guillén relacionados con su etapa de opositor a la cátedra de Lengua y Literatura Españolas de la Universidad de Murcia, su posterior estancia en Sevilla y los sucesos acaecidos en aquella Universidad cuando comienza la Guerra Civil. Se titula el volumen Cienfuegos, investigación original de la Oposición a Cátedra de Lengua y Literatura Españolas (1925 y otros inéditos (1925-1939), y se encarga de la publicación la Fundación Jorge Guillén, que continúa con este volumen la serie que inició con la edición de su tesina de licenciatura (El hombre y la obra, en edición de K. M Sibbald, Valladolid, 1990) y de su tesis doctoral (Notas para una edición comentada de Góngora, en edición de Antonio Piedra y Juan Bravo, con prólogo de José María Micó, Valladolid, 2002).

 

Guillén en su casa de Murcia

(1928)

 

         Nicasio Álvarez Cienfuegos es un poeta dieciochesco y prerromántico al cual dedicó Guillén el trabajo de investigación inédito que preceptivamente había de presentar para obtener la cátedra universitaria, que finalmente le traería a Murcia. Fue Pedro Salinas, su amigo y ya catedrático de Universidad, quien le propuso realizar el trabajo sobre Cienfuegos a partir de un manuscrito con poemas olvidado en la Biblioteca Nacional. El trabajo nos ofrece un concienzudo estudio sobre el poeta dieciochesco, acorde con la metodología y los sistemas de investigación que se utilizaban en España en los años veinte, por lo que podemos concluir que don Jorge era un avanzado en su tiempo como estudioso, como erudito, como filólogo en definitiva. Este trabajo lo presentó también Guillén en el concurso para la plaza de Bibliotecario de la Diputación de Murcia, en la que sólo obtuvo el voto del presidente de la corporación, el Rector Loustau, mientras que todos los demás iban para el otro candidato, Víctor Sancho y Sanz de Larrea, afecto al régimen (estaban en plena Dictadura de Primo de Rivera), que sería el que obtendría la plaza.

         Sorprende hoy la lectura de este trabajo indudablemente pensado para su objetivo último, es decir, obtener la cátedra ante un tribunal muy de su época, lleno de eruditos, y lo que más llama la atención es que el trabajo es de pura erudición, ajustado plenamente a unas fuentes que se van especificando con todo detalle. Justamente, este sería el mayor valor del estudio en ese momento y ante ese tribunal: demostrar fehacientemente la capacidad de Jorge Guillén para investigar en el sentido más estricto de la palabra, es decir para hacer erudición sobre un escritor totalmente olvidado en el momento que se realiza el ejercicio de oposición. Guillén se sentó ante un tribunal compuesto por Ramón Menéndez Pidal (Presidente), Antonio Rubió y Lluch, Armando Cotarelo Valledor y Juan Hurtado Jiménez de la Serna (vocales) y Pedro Sainz Rodríguez (secretario). No hay en Guillén una predilección personal por el poeta dieciochesco ni se manifiesta ningún juicio de valor positivo sobre el mismo. Por el contrario, se acumulan opiniones y datos  procedentes de otros escritores, eruditos y estudiosos, contemporáneos y posteriores a Cienfuegos, y se confirman con documentos, escrupulosa y precisamente anotados y reseñados, cuantas observaciones se llevan a cabo. Pura erudición para un tribunal de eruditos muy de la época, si hacemos excepción del Presidente, Menéndez Pidal, el más moderno, sin duda, de todos aquellos sesudos catedráticos ante los que Jorge Guillén poco podía hacer y poco podía dar rienda suelta a su genio personal. Se trataba de obtener la cátedra y de convencer a los miembros del tribunal de la sabiduría del opositor. Y nada más. Sin duda, Guillén cumplió y bien con estos objetivos. Sólo en alguna ocasión aislada, se permite algún juicio más personal. Así ocurre cuando Guillén se refiere a la aceptación posterior del poeta dieciochesco: “Cienfuegos yace dulcemente olvidado. Se sabe que está en su rincón, apenas leído precursor romántico, alma ardiente, mal hablista…”

 

En su casa de Murcia. Palacio del Marqués de Ordoño

(1928)

 

 

         Y, por último, destaca la conclusión al final de su trabajo tras elaborar unas líneas de investigación que deberían seguirse, muy expresiva del escaso por no decir nulo aprecio de Guillén por el poeta estudiado y que, hoy, no deja de confirmarnos cuáles era los limitados objetivos de este trabajo y su destino final: “Cienfuegos es una gran voz, un vozarrón, pero torpe; no tiene gusto ni tino, es muy pesado, se lee con fatiga. Pero a la postre gana nuestra admiración aquel arrojo —humano y poco—, aquellos maridajes de palabras —algunos muy felices—, aquel amor peligroso de todos los extremos. Y si todo en él se halla a medio lograr, e interesa más por lo que hubiera sido que por lo que es (un Cienfuegos posible salva siempre al Cienfuegos de su obra); y si no ha escrito apenas una página sin mancha, mal pueden apartarse del conjunto, siempre desigual, tosco y con desafinaciones, algunas estrofas valientes, algunos versos de rara belleza. Pero la belleza, la plenitud de la belleza —su fatalidad, romántica fatalidad— no está guardada para él.” En estas palabras sí descubrimos al Jorge Guillén poeta y crítico, que más tarde se revelaría con originalidad y personal singularidad en todos trabajos filológicos y críticos.

         La colección de inéditos publicada por Guillermo Carnero incluye también otras pruebas que Guillén tuvo que realizar ante el tribunal de oposición, dos temas sorteados del cuestionario: “Ascéticos y místicos agustinos” y “Caracteres generales de la literatura española en el siglo XIX”, así como los temidos “prácticos”, un análisis gramatical, histórico y filológico de varias estrofas del “Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita y otro análisis literario histórico y métrico de un soneto de Francisco de Medrano. También edita la Memoria sobre concepto, método, fuentes y pedagogía de la Lengua y la Literatura Españolas y el Programa de la asignatura de Lengua y Literatura Españolas, textos estos últimos que responden bien al estado de la cuestión a la altura de 1925 en torno al conocimiento que un opositor al primer cuerpo docente del Estado debía dominar sobre las materias a las que opositaba.

         Se completa el libro con valiosos documentos rescatados por Carnero de los archivos de la Universidad de Sevilla que testimonian su relación con la universidad hispalense hasta los años de la Guerra Civil, y documentan el modo en que se produjo su exilio, iniciado en 1938, entre ellos el discurso en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla, el 12 de octubre de 1936, y el expediente incoado por la Comisión Depuradora del Profesorado Universitario junto a las cartas, oficios y otras comunicaciones relativas a ese procedimiento.

         Carnero, al hilo de las investigaciones sobre la obtención de la cátedra, dedica también un amplio espacio a las actividades desarrolladas por Jorge Guillén en su época de Murcia, entre 1926 y 1929, cuando fundó en aquella ciudad, junto a Juan Guerrero Ruiz, la revista Verso y Prosa. La reconstrucción de todos los sucesos entre el año 1925 y la marcha al exilio del poeta vallisoletano es muy concienzuda, detallada y amena, y su valor reside en que, por fin, se averigua la verdad de lo ocurrido con el poeta en la Sevilla del General Queipo de Llano en los años de Guerra, y cómo Guillén fue acosado y perseguido por los depuradores, que le hicieron la vida imposible.

         También sabemos por este libro, hasta qué extremo o hasta qué punto colaboró Guillén con el régimen. El exilio sería la única opción posible, pero, antes de lograrlo, Guillén, liberal de conciencia y de estilo, sufrió todo tipo de persecuciones que soportó con elegancia y paciencia, según testimonian los documentos aportados por Carnero. El discurso del Día de la Raza de 1936, que con frecuencia se ha esgrimido para asegurar que Guillén se doblegó, no es sino una comprometida y hábil exposición en la que exaltaba la unidad de España aunque de una forma distante y sin compromisos, lo que no le ayudó en absoluto sino todo lo contrario, tal como podemos advertir en algunas de sus afirmaciones: “Ante todo, quede bien asentado que lo español no constituye sólo un motivo de orgullo, de amor y de canto -en suma, de pasión- para los herederos de un pasado famoso. Lo español se nos impone a nosotros y al resto del mundo como una calidad que vale objetivamente entre las más espléndidas calidades humanas. No hay más remedio que rendirse ante la fuerza del espíritu creador que ha soplado y se ha expresado en España en castellano ¡Y qué mayor culminación creadora que esta lengua castellana, a lo largo de ocho siglos de una gran literatura!”. Manifestaciones éstas poco triunfalistas, sin duda, que no gustaron nada a sus superiores.

 

 

La poesía de Jorge Guillén: Cántico

 

El poeta parte de una consideración de esencias, aunque tiempo y vida son circunstancias que le preocupan y que trasforman su análisis esencial de la naturaleza. Cántico, como espléndido producto inicial, va sufriendo a lo largo de los años ampliaciones y va experimentando un crecimiento que lleva consigo modificaciones de su forma de pensar ante el mundo. En la década de los cuarenta, en 1945, Cántico ya se subtitula Fe de vida y los setenta y cinco poemas que aparecían en la edición de 1928 se han aumentado hasta  334 en la edición de 1950.

Por ello, la vitalidad de Cántico se evidencia en su condición de “fe de vida”, inicial de un mundo poético que tendría su continuación en las tres entregas de Clamor, su segundo libro, a partir de 1957. Clamor se subtitulará Tiempo de historia, porque el poeta quiere implicar a su lector en la circunstancia temporal que ahora le preocupa. Se comienza entonces un análisis de existencia y de vida. Las tres entregas revestirán tres análisis del mundo: experiencia del mundo negativo en Maremágnum, que aparece en 1957; experiencia de la historia personal de poeta frente al mundo y al tiempo en ...Que van a dar en la mar; y experiencia hacia una historia abierta en A la altura de las circunstancias.

Con la aparición de Homenaje en 1967, Guillén recoge poemas de todas las épocas, muchos de ellos de circunstancias, y busca junto al título magnánimo y espléndido de Homenaje un subtítulo evocador: Reunión de vidas. No estarán ausentes de Homenaje los latidos cotidianos de nuestro contemporáneo mundo y el poeta ante ellos reflexionado e inquiriendo su significación. El poeta cree definitivamente concluida su obra y le otorga un título general muy acorde con su larga trayectoria: Aire nuestro. Reunión de vidas, tiempo de historia, fe de vida, aire nuestro... Todos son símbolos de la presencia del poeta en el mundo y con sus semejantes, en convivencia.

Pero todavía dos libros más habrían de completar la producción guilleniana e iluminarla con nuevas reflexiones y portentos. Y otros poemas, en 1973, daría entrada a una gran meditación sobre el instante y la vejez, al tiempo que se intensifica el importante componente epigramático y satírico ya iniciado en Homenaje. El poeta se enfrentará decididamente con el mundo moderno, con las agresiones de la sociedad de nuestros días, saliendo airoso y con la moral muy alta.

En los años de Cántico

 

 

En Final, ya en 1981, y en la edición definitiva y póstuma de 1987, Guillén insistirá, desde su perspectiva de  creador que ha logrado una supervivencia, en la idea del paso del tiempo y del triunfo de la poesía sobre el mismo, mientras se plantea con agudeza en tema general de la vida frente a la  muerte, de la Creación y de su autor, del más allá, del destino, la fe, el ser y la existencia, todo ello observado con pausada serenidad y con la convicción de un “final” al que el poeta está llegando. Las reflexiones sobre nuestro mundo se intensificarán y la agudeza de una visión tan lúcida le llevará a desafiar a los malignos y consagrar su fe en la poesía, en la libertad y en la  paz, palabra excelsa con la que finalizará el libro y toda la poesía guilleniana (“Paz, queramos paz”). Es la gran lección humanista de una espléndida y lúcida poesía de senectud, que cierra la producción poética de aquel Jorge Guillén que inició su andadura sesenta y cinco años antes, asombrado y lleno de  vitalidad ante la plenitud del mundo que le rodeaba.

Toda la poesía de Jorge Guillén, observada en su conjunto, como deseaba el poeta, se constituye en un profundo análisis de la vida del poeta y de su presencia en el mundo que va desde el entusiasmo juvenil de Cántico hasta las reflexiones de Final, no menos llenas de ilusión y vitalidad. El tiempo, la vida —con sus grandes instantes poéticos e inquietudes humanas del amor y de la muerte—, el mundo, nuestro tiempo, nuestra vida y nuestro mundo, son los grandes temas permanentes de este poeta analizador de la realidad y sublimador, a través de su experiencia poética, de una existencia vitalista, humanizada y ennoblecedora.

Cántico es un libro con historia. Guillén comienza a construirlo, con numerosos poemas, de los que luego algunos serían rechazados, en 1919, en Tregastel, en la Bretaña francesa, de manera que hasta su edición definitiva en 1950 contiene la poesía de más de treinta años. Las sucesivas ediciones del libro no son sino soluciones para incorporar nuevos poemas.

 El hecho de que la obra poética de Jorge Guillén se presente, como deseaba el poeta, como un todo unitario no invalida la posibilidad de considerar al primer libro, a Cántico, como una unidad representativa dentro del total. Cuando aparece por primera vez en 1928 se le considera ya, desde el principio, una obra terminada, sin que fuera posible prever la existencia de posteriores ediciones. Pero la historia de Cántico desmentiría esta visión, ya que, como ejemplo único en la historia literaria española fue creciendo con el tiempo. La primera edición, de 1928, contenía 75 poemas; la segunda, de 1936, 125 poemas; la tercera, de 1945, 270; y la cuarta y definitiva, de 1950, 334 poemas.

 

Sevilla, 1927. Con los poetas de su generación. Homenaje a Góngora.

 

El proceso de creación de Cántico a través de las transformaciones operadas a lo largo de las cuatro ediciones revela progresos de gran interés en los motivos y temas literarios que conforman el mundo poético del libro: el hombre y las cosas, el ser, la plenitud del amor, la temporalidad, la muerte, el dolor, el desorden. Se puede hablar de dos épocas en la manera de abordar estos asuntos: una primera, formada por las dos primeras ediciones, antes de la Guerra Civil, caracterizadas por un presente optimista; la segunda, formada por los incrementos en las dos últimas ediciones, distinguida por la presencia de elementos disturbadores de la plenitud inicial. En todo caso, Cántico revela la manera de analizar el mundo de Jorge Guillén, su forma de penetrar en la realidad y captar sus esencias para transmitírselas a su lector.

Uno de los elementos constitutivos de Cántico de mayor fuerza y permanencia es el amor y su realidad, reflejada en una interpretación muy original del poeta que nos presenta a los amantes y su relación en el marco de ese mundo de intensidad construido en el poemario, con lo que se establece una relación íntima y lúcida entre amor y realidad, amor y vida. Todo ello permite un análisis más profundo del ser en el mundo, en busca de la perfección y de la plenitud.

La multiplicidad temática de Cántico es, sin embargo, una de la notas más destacadas del libro. Además de los antes apuntados, habría que citar el azar, el caos, la memoria, el goce, la inminencia, el júbilo, la plenitud, la luz y el aire, todo enmarcado en una activa relación entre espacio y tiempo, entre esencia y existencia, que desemboca en un existencialismo vitalista único en la poesía española. La condición objetiva y jubilosa de ese existencialismo en un presente continuo determina la forma y estructura de todos los poemas.

Destaca en este aspecto el libro como construcción formal, como arquitectura ordenada y armónica, en la que numerosos elementos forman parte de un equilibro formal tanto en la relación de unos poemas con otros como en la propia estructura interna de cada composición, lo que determina, que, en cada nueva edición, se formalice una nueva estructura formal de todo el conjunto.

La composición que ofrece Cántico en su versión definitiva se estructura en cinco libros: en el primero de ellos, “Al aire de tu vuelo”, se ofrece la relación del ser con la realidad; en el segundo, “Las horas situadas”, el ser se enfrenta al tiempo; en el tercero, “ El pájaro en la mano”, se afirma la multiplicidad de la existencia; en el cuarto, “Aquí mismo”, ser y existencia se relacionan; y en el quinto, “Pleno ser”, se logra el canto final de la plenitud y de la intensidad.

A pesar de las notas singulares que definen a Cántico, la relación del libro con el resto de la obra es fundamental, y así hay que destacar con el propio Jorge Guillén, que “ya en Cántico se insinúa Clamor”. Pero tan sólo se insinúa. Por tanto hay que tener mucha prudencia a la  hora de contrarrestar el apelativo de “puro” que se atribuyó al Guillén de Cántico, con el que se le tildó de deshumanizado. No  podemos, para demostrar que Cántico no es poesía pura y  deshumanizada, interpretarlo como una denuncia comprometida de nuestro mundo en consonancia con los libros posteriores de Aire  nuestro, a partir del Clamor.

Si  bien Cántico exalta jubilosamente el mundo natural, también  trata de la búsqueda de valores satisfactorios por parte del hombre, en medio de un mundo limitado por el tiempo, por el  sufrimiento y por la muerte. No debemos caer en una falsa valoración de Cántico, porque si, junto a los valores esenciales, destacamos preocupaciones existenciales estaríamos delatando la falta de unidad de una obra, cuyo máximo valor reside precisamente en el rigor de su unidad: perfección formal, lenguaje preciso, construcción cuidadísima, exaltación del mundo, pero presencia  del hombre en él, en convivencia, con iniciales referencias a las  crisis que se producen en nuestro tiempo individual o  colectivamente.

Pero fue precisamente Jorge Guillén, en El argumento de la obra, quien más insistió, sin embargo, en destacar los aspectos negativos de Cántico. Publicado en Italia en 1961, trasformado parcialmente, al ofrecerlo como prólogo a su  Selección de poemas de 1965 y darlo a conocer por primera  vez en España, Guillén en estas fechas —años sesenta—, cuando está dando a conocer la poesía de Clamor, en sus tres entregas, tiene interés, sobre todo, en conectar su primer libro con los restantes de Aire nuestro, que empiezan a conocerse entonces. Y, por ello, en El argumento de la obra, referido a Cántico exclusivamente, de sus cuatro breves partes, las dos últimas estarán dedicadas exclusivamente a definir los elementos  negativos presentes en el primer libro.

Así, todo el breve capítulo tercero está destinado a demostrar al lector la presencia de los siguientes elementos de nuestro vida contemporánea que lo hacen ingrato, frente al mundo esplendoroso y perfecto de Cántico: crisis, ruidos hostiles, peleas, ruidos de animales, ruidos enigmáticos, ruidos demoníacos; presencia del azar como fuerza disturbadora de la paz y la perfección del hombre, relación entre el azar y la muerte, azar sin sentido, azar sin suerte, dominio del azar, azar indómito, azar anticreador, necesidad de luchar contra el azar y dominarlo; caos, barullo, batahola, desorden físico, caos niebla, caos ciudad, caos muchedumbre, caos confusión, desorden social, peligros de la tierra, conflictos de la historia, elementos demoníacos; dolor, llanto, angustia, dolor compartido, resistencia al dolor, voluntad contra el dolor; tiempos, tiempo pasado (historia), tiempo presente fluyente, tiempo futuro: mañana incierto, tiempo en jardines, tiempo al tiempo, y un largo apartado final dedicado a la muerte, en sus distintas presencias  en Cántico: muerte a lo lejos, camposantos, muerte esperada, muerte detenida, etc.

 

Homenaje en Madrid. 1949. Con Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y otros poetas.

 

 

Hacia Aire nuestro. Y otros poemas

 

Cuando en 1957 se publica la primera entrega del que será su segundo libro, Clamor, y que llevará por título Maremágnum, las primeras críticas ya advirtieron la continuidad del mundo poético sin que se produjese la temida renuncia de Guillén a su propia personalidad poética para integrarse en mundos más comprometidos. Sin embargo, y afortunadamente, la  realidad fue muy otra: al aparecer Maremágnum,  a pesar de la existencia de elementos negativos, éstos se armonizan en una renovada consideración de la realidad, equilibrada y desde luego lógica evolución desde el mundo último de Cántico, cada vez más comprometido con lo cotidiano y lo pasajero.

El mundo poético no se ofrece tan perfecto como en Cántico, pero la sublimación de la realidad cotidiana recupera muchos de los modos del primer libro, mientras el poeta se introduce en nuevos compromisos, nuevas visiones de la realidad circundante, en tanto que afectan al ser humano y al poeta, a veces, eso sí, negativamente. El mundo con su belleza, con su esplendor y su plenitud siguen existiendo y merecen ser cantados. Pero la vida está sometida a una serie de fuerzas negativas que han irrumpido con su poder imparable en nuestro cotidiano vivir, y el poeta protesta frente a ellas y deja testimonio en sus versos de un mundo de confusión, desorden e injusticia, un mundo de guerras y hambre, de persecuciones políticas raciales, de terror atómico. No se trata de que la belleza haya desaparecido de nuestro mundo ni de que, como consecuencia de ello, Guillén ya no escriba sino una poesía de angustia y desesperanza.

Y fue el propio Guillén, en 1963, el que, en conversación  con el hispanista francés Claude Couffon, daba la clave de lo que  sería el nuevo libro, parte de una obra completa mucho más amplia y no desconectado de Cántico: “He emprendido un nuevo libro, Clamor, cuyas proporciones serán análogas a las de Cántico. En este último libro ya había yo aludido a ciertas fuerzas que considero negativas para el estado de plenitud en la vida. Se trata del mal, del desorden, del azar, del paso destructor del tiempo, de la muerte. En Clamor quisiera desarrollar estos temas, pero no ya de una forma general, como en Cántico, sino de una  manera concreta, vinculada a la vida contemporánea y a la  historia. Esto no implica por mi parte un cambio de actitud, sino sencillamente que ha llegado para mí el momento de evocar estas fuerzas. Clamor será, por consiguiente, el complemento de Cántico”.

A la luz de estas observaciones tan precisas, la obra completa de Jorge Guillén requiere una lectura actual, una lectura que centre, no sólo lo que fue Cántico, tan importante para la lírica española de nuestro siglo XX, sino las restantes aportaciones de Guillén, tan significativas en su enfrentamiento  de la realidad, de eso que los críticos de Guillén suelen denominar “nuestro mundo”, frente al mundo general e inconcreto  de Cántico. Jorge Guillén es siempre cantor del mundo, de ese  mundo que está bien hecho en Cántico, pero que, a partir de  Clamor —e incluso en algunos de los poemas últimos de Cántico—,  ya no está tan bien hecho, sino que tiene sus defectos.

El espacio universal, el mundo de “pleno ser”, siempre patente, brillante, cenital, se convierte, de pronto, en el mundo diario de nuestro  vivir. La noción espacio‑mundo se concreta en un tiempo preciso, el nuestro, nuestro tiempo. En Clamor, el poeta inicia realmente ese análisis lúcido que lo definirá —abriendo un nuevo camino en  la crítica de la poesía española contemporánea— como poeta del  presente concreto. El adjetivo nuestro adquiere un valor de  tiempo y de historia. En “El acorde”, primer poema de Clamor, comparece nuestro vivir. Aire nuestro, con el adjetivo nuestro,  será el título definitivo de toda la obra de Jorge Guillén. Mientras Cántico será subtitulado “Fe de vida”, Clamor recibirá  el de “Tiempo de historia”. “Reunión de vidas” será el subtítulo de Homenaje.

Tiempo, vida, historia. El subtítulo de “tiempo de historia” alude a algo más que a nuestra propia existencia. La respuesta, tan fuera ya del espíritu de Cántico, la dará el mismo poeta en 1963 cuando dice que la nueva obra se preocupa de “...el suceder del tiempo, no tanto en su desarrollo histórico como en su desenvolvimiento general. Es el melancólico tiempo que pasa, y, como siempre, el curso temporal con su carga de recuerdos del pasado va hacia un futuro que acaba individualmente en la muerte”.

El interés por todo ello de esta parte menos conocida de la  obra de Guillén, o por decirlo de otra forma, de esta poesía menos “guilleniana” —si nos empeñamos en designar con ese  adjetivo a aquella poesía de Cántico en la que Guillén parte de  la poesía pura hacia una personal y muy peculiar contemplación  del mundo— aumenta a la hora de valorar, desde Clamor a Final el sentido ético y humanístico de una poesía que enjuicia al  hombre en su mundo y compromete al lector —al interlocutor, como lo llamará Guillén en alguna ocasión— en ese análisis de nuestro mundo, con sus dificultades, con sus bajezas, con su caos, que  muchas veces escapa al sentimiento de una mayoría de humanos y  depende sólo de unos pocos, de aquellos que constituyen la autoridad, el poder.

El protagonista del ciclo de Clamor, de acuerdo con la presencia en la poesía de estos libros un cierto tono social y comprometido, muy acorde con los finales de los cincuenta y primeros sesenta, pero también muy discutido por un importante sector de la crítica, que defiende la unidad del mundo poético guilleniano, no sólo es el hombre contemporáneo, el hombre de nuestro tiempo, angustiado, amenazado, víctima de violencias, persecuciones, guerras, hambres, terror atómico, sino también, más en la línea del pensamiento expresado por Guillén y confirmado por el resto de su  poesía, el “animal humano”, con sus vivencias, con sus  pequeños placeres vitales, con sus angustias también, pero estas amortiguadas por una gran esperanza y por un valiente vitalismo, que acompañó al poeta hasta su poesía de senectud.

El ser humano en convivencia con los demás, el hombre en sociedad vital, que no reivindica socialmente sus derechos, sino que defiende ante todo la vida. Maremágnum representará, en algunos de los poemas, el mundo, incomprensible para el ser pacífico, que rodea con su caos a la víctima de la incomprensión y de la pérdida de  unos valores éticos, que el hombre concreto genera en  convivencia. Por ello, en Clamor veremos siempre al protagonista rodeado de otros, observándolos y sintiéndose observado por ellos, pero también estará presente la naturaleza, la belleza de entornos paisajísticos, que al poeta le recuerdan que el mundo sigue estando bien hecho, aunque el hombre lo trasforma y, a  veces, lo estropea.

         Tiempo y vida de un poeta contemporáneo, comprometido con sus semejantes, con la sociedad “humana” que sufre, en estos años, la mayor deshumanización. Tiempo y vida que permanecen imperecederos y que desarrollan una meditación que no se corresponde sólo con los años cuarenta, cincuenta y sesenta de un poeta español exiliado. Son reflexiones de ética general, que afectan a todos los días de nuestro mundo y que superan lo meramente circunstancial para convertirse en análisis comprometido  de nuestro tiempo. En lucha contra la injusticia, clamando entre  el silencio de los sumisos y de la conformidad, Guillén traza sus  versos con el pulso firme de una actitud vitalista que defiende,  ante todo, la vida y su realidad. Poeta en el mundo, poeta del mundo y de nuestro mundo, contribuye a concebir esa esperanza siempre presente, nunca perdida, en la vida y en su sentido, por  más que el poeta sienta, a veces, miedo, temor, ira.

En la realidad total de la obra de Jorge Guillén, ...Que van  a dar en la mar, segundo libro de Clamor, se constituye en la expresión más personal de ese “clamor” entonado por el poeta,  hasta el punto de que se ha llegado a establecer una relación muy íntima entre su propia vida, particularmente el nutrido gran  espacio dedicado al episodio amoroso, y este “clamor” personal ante el mundo que se traduce en una expresiva elegía del tiempo y de la edad.

La evocación de Jorge Manrique, manifestada en el título del libro, es algo más, mucho más que una mera referencia literaria que el poeta nos ofrece como signo de una ley incontrovertible: el hombre está condenado a morir y su vida no es sino un constante fluir de ese río que inevitablemente le habrá de conducir a la mar, que es el morir. La alusión manriqueña está clara y merece la pena insistir en ella una vez más, a pesar de que la primera bibliografía sobre este libro guilleniano estableció con claridad el parentesco.

También nos interesa manifestar la relación del poeta con el vivir contemporáneo, igualmente presente —y de qué modo— en este libro más personal, en este libro en el que Guillén ha puesto más de sí mismo. En ..Que van a dar en la mar se mantienen los signos de análisis del mundo contemporáneo que habían sido la base de Clamor desde su primer libro, es decir, que habían constituido el sentido de Maremágnum, aunque desde el primer momento el  se pueda establecer la diferencia del enfoque. Maremágnum sería básicamente la expresión de una concreta situación histórica, mientras Que van a dar en la mar, reitera y profundiza subjetivamente alguno motivos que permanecen siempre en la obra de Guillén, pero que ahora se agudizan: la muerte y del tiempo pasajero, vejez y juventud, enfermedad y amor, memoria, vistos desde la perspectiva del acontecer personal, de la propia autobiografía del poeta.

De las siete secciones de que está compuesto ...Que van a  dar en la mar, la que ocupa el quinto lugar es la que en sus  contenidos más se aproxima a la exigencia del poeta como analizador del mundo actual. Aunque muchos de los poemas siguen  vinculados a esa gran reflexión de la vida, la muerte y el  tiempo, que es el signo dominante del segundo libro de Clamor, en  esta sección entran de lleno los temas que más preocupan al poeta como habitante del mundo, ese mundo que aturde y altera la sana reflexión y contemplación evocadora que ha constituido el resto del libro, y en cuyas páginas también hallaremos preocupaciones propias del hombre contemporáneo, tan alejadas del poeta medieval que sirve de emblema a este libro, tan distantes de los mundos evocados por Jorge Manrique, ya que la gran diferencia que existe entre los dos poetas, en su análisis y en su reflexión del mundo como transcurso y como fluir imparable y perecedero, reside en su  perspectiva.

La tercera entrega de Clamor, A la altura de las circunstancias, confirmó en su totalidad el espíritu general de esta obra tripartita guilleniana, que ya se había puesto de  manifiesto en el primero de sus libros, Maremágnum. A la altura  de las circunstancias se nos ofrece, en cierto modo, como síntesis de los planteamientos realizados por Jorge Guillén en los dos primeros libros de Clamor, de manera que en este tercer libro se cierra el ciclo compacto de su protesta contra el mundo,  contra los enemigos de nuestro vivir contemporáneo.

Y de forma sintética, porque si en Maremágnum el poeta se había enfrentado contra el caos y el  desorden de nuestra existencia, y en ...Que van a dar en la mar  había advertido la brevedad de nuestra vida y la aguda angustia del paso del tiempo que determinan la naturaleza humana, en A la  altura de las circunstancias se cierra este tiempo de historia ofreciéndonos la imagen del hombre en el mundo, agitado por su  desorden y por su caos, sobreviviendo al paso del tiempo, pero también siendo protagonista y víctima de su tiempo de historia. Tiempo, mundo, historia en definitiva del hombre‑animal humano, alcanzan en este  libro la expresión comprometida de un poeta que ha sufrido  directamente esa historia y que ha descubierto, por propia experiencia, que la historia está sujeta a los designios del  hombre, dominador de este planeta, pero que ejerce su poder con error constante. Víctima, por tanto, de los errores de otros. Y,  por encima de todo, la dignidad del hombre.

Sin embargo, en A la altura de las circunstancias, como ocurría en los otros dos libros de Clamor, también existe la esperanza y los poemas más angustiados, los poemas más negativos siempre tendrán, en algún momento de su transcurso, un aire de esperanza, bajo la mirada serena de este Guillén crítico, pero conciliador; satírico, pero esperanzado; incisivo, pero inmerso en la realidad de una vida que continúa, y que, al final, siempre ofrece una esperanza.

A la altura de las circunstancias será un  libro de compromiso, tal como ya se expone en su mismo título, inspirado por el Antonio Machado de Juan de Mairena. Más vale estar a la altura de las circunstancias que no escurrir el bulto, sobrevivir y revivir por encima de ignorar y de no conocer. Mundo y ser humano se enfrentan ante un poeta absorto y dispuesto a repartir entre lo negativo y lo positivo la lección ética de un libro que corona un ciclo  decisivo. “Es más difícil estar a la altura de la circunstancias que au desus de la mêlée” es la frase recordada por Guillén de  Antonio Machado, que el poeta toma como bandera en este libro, como antes había tomado, en un mismo papel, a los poetas  medievales Juan Ruiz Arcipreste de Hita (Maremágnum) y Jorge  Manrique (...Que van a dar en la mar).

Ahora Guillén se enfrenta al acontecer de toda una vida con afán de superación, según se advierte en todo el libro. Superación humana de la adversidad patente, como indicó Guillén cuando explicaba el sentido de esta tercera  entrega de Clamor: “Hay que estar a la altura de las circunstancias. No es posible abandonarse al apocalipsis, a una final anulación. La vida, la continuidad de la vida tienen que  afirmarse a través de todas estas experiencias y dificultades. Por eso, aquí en este libro se presenta más bien la condición general del hombre, porque la realización del hombre es la meta a la que todos nuestros esfuerzos deben tender. Nosotros no somos más que una tentativa hacia una plenitud propiamente humana.”

Por ello, nada más aparecer el libro, se advirtió la alternancia cuidadosa entre poemas “clamorosos” y poemas más optimistas, poemas negativos y poemas positivos, dentro de la capacidad guilleniana para organizar un libro poético y situar en él de manera estudiada las composiciones que lo integran. Lo cierto es que esta actitud de síntesis aleja al poeta, definitivamente, y hay que insistir en ello una vez más, del mundo optimista de Cántico, aunque siempre quedan recuerdos de esas visiones virginales.

Contiene esta tercera parte de Clamor un nuevo enfrentamiento del ser humano, representado por la vida misma del propio poeta, al mundo que le ha tocado vivir, ya que es mucha la importancia que en este libro de “historia” tiene la historia personal del poeta, su propia autobiografía, ya que el libro está nutrido constantemente por las propias experiencias negativas del poeta en su transcurrir vital. Lo cierto es que lo primero que se distinguió de la obra, a pesar de su  carácter negativo hacia ciertas visiones del mundo, fue su anhelo de esperanza y de encuentro en la experiencia vivida de la lección vital que supone la superación de las adversidades.

Pero al lado de esta versión positivista, que sin duda está presente en el libro, para que tenga una validez real, tienen que estar presentes también los aspectos más negativos del hombre inmerso en su propia historia. Este tercer “tiempo de historia”  nos presentará, como los dos anteriores, aspectos ingratos de  este mundo, que el poeta descubre y denuncia, sin duda para establecer el ansia de superación que su planteamiento ético exige en la obra.

Homenaje  en el contexto de la obra  guilleniana constituye una excepción total, ya que, por más que se integre, como el poeta quería, en su condición de tercera  parte de Aire nuestro, en el conjunto total de la obra guilleniana, es un libro diferente, muy distinto de los dos  anteriores. La crítica especializada que a  este Homenaje se aproximó a raíz de su aparición, no dudó en señalar la excepción y en valorar precisamente el libro por constituir algo tan absolutamente insólito en la literatura  española como esta gran glosa de los libros y la amistad que  supone Homenaje, y que, por esa misma razón, se constituye en singular producción, expresiva de una reflexión literaria y cultural muy subjetiva por parte del poeta.

 

En la época de Homenaje

 

 

 

Homenaje, que cierra como tercera parte el conjunto de toda la obra de poeta, y que en ese mismo 1967 recibe el título general de Aire nuestro, viene a ser una especie de institucionalización de la poesía de circunstancias, ya que son los nombres, las lecturas, las traducciones y todo lo que al poeta-lector le rodea la sustancia poética que da forma a la colección. un así, se destaca la presencia de otros elementos fundamentales en el libro, como la notable presencia del amor y una revitalización de la intimidad del yo que no hacen sino proporcionar al libro un aspectos misceláneo y múltiple, alejado del modelo escrupuloso de colección, ya consagrado en Cántico. El poeta, desde la poesía y la cultura adquirida a través de los libros, llega a realizar un canto a la amistad, en cuyo canto entran también aspectos de la vida diaria, lo menudo y lo cotidiano

En la línea de toda la poesía anterior, y como cierre final de Aire nuestro, Homenaje muestra signos de relación e incluso de unidad con los dos libros anteriores, sobre todo en lo que se refiere a la reflexión moral, al análisis de la vida y del tiempo, a las consideraciones sobre la sociedad y la convivencia, sobre el mundo contemporáneo. Preocupaciones metafísicas las hay, como  hay también presencia del poeta frente a nuestro mundo, aunque, desde luego, en menor medida que en otros de sus libros, quizá  sencillamente, porque en la ordenación de la obra guilleniana Homenaje debía ser un libro fundamentalmente positivo, un libro de entusiasmo ante los más queridos seres de la existencia del poeta: los libros, los amigos, y en el “centro”, el gran episodio del amor, colofón definitivo del carácter positivo de este libro, contemporáneo en sus composiciones a toda la serie de Clamor, ya  que se sitúan sus fechas entre 1949 y 1966.

Homenaje, por otro lado, es en gran parte la obra poética  de un lector. Su mundo poético central y constitutivo está formado por los libros, los de todos aquellos escritores de la literatura universal que forman también parte de la existencia del poeta, quien a través de su palabra poética, rinde tributo de admiración. La experiencia poética aquí, en su casi totalidad, es una experiencia e lector y la emoción transmitida surge de la lectura de numerosos escritores universales clásicos y contemporáneos.

Pero en una obra de Jorge Guillén no puede dejar de haber preocupaciones humanas, reflejo de su presencia en el mundo. Es imposible que nuestro mundo esté ausente de una poesía que, por muy ordenada y bien distribuida que nos la ofrezca el poeta, no  perciba  los latidos de la vida y del mundo en el que se está.  Guillén, y los libros y los amigos, pero también Guillén presente en nuestro mundo.

Por ello, ya algunos críticos perspicaces advirtieron, en el amplio contexto literario que constituye Homenaje, rasgos que son comunes a toda la obra de Jorge Guillen. Y, el mismo modo que en los libros anteriores, idéntica ideología preside las reflexiones de Homenaje, constituida por un humanismo liberal, reflexivo y comprometido con la convivencia y con la libertad, pero también con la reflexión satírica y la denuncia constante de los enemigos del hombre, de los malignos que con su actitud, de palabra o de obra, atentan contra los principios fundamentales de la libertad y de la coexistencia pacífica, de la relación con los demás y la convivencia. Justamente, en la línea de las reflexiones contenidas en la serie de Clamor, son descubiertos y denunciados, satirizados, a veces con fino sarcasmo o con elocuente ironía, quienes con su forma de vida irrumpen en un anhelado mundo de convivencia y de paz. Descubre igualmente a los que actúan con torpeza, a quienes con su actitud poco inteligente, alteran el normal desarrollo de la convivencia.

La aparición, en 1973, de un nuevo libro, con el título sorprendente de Y otros poemas, acentúa la dedicación de Jorge Guillén a la poesía ética y satírica. Corresponde a la poesía de Jorge Guillén que se publica en la década de los setenta, una representación muy fecunda  de su visión ética del mundo. Para los lectores del Guillén de los libros anteriores, la publicación de un nuevo libro representa un gran avance en el análisis sereno que el poeta lleva a cabo de la  sociedad contemporánea, desde el punto de vista de la convivencia, desde la perspectiva del análisis ético.

Guillén inicia ahora una actitud ante sus semejantes que alcanzará valores muy positivos en los poemas que le quedan por escribir hasta su  muerte en 1981. Si su poesía, a través de Cántico, se había distinguido por su visión estética del mundo, su visión esencial, y en los libros de Clamor había alcanzado una dimensión social y existencial, para centrarse en las circunstancias, en Homenaje, y comenzar al mismo tiempo una trayectoria de poesía moral, ahora, con el nuevo libro, con Y otros poemas, esta veta alcanza una activación muy notable, que hemos de vincular a la edad y a la  visión del mundo del poeta.

Cuando Jorge Guillén publica Y otros poemas tiene ya ochenta años que ha cumplido al comenzar ese 1973. Puede decirse que el poeta, a lo largo del libro, realiza una última confesión de que ha vivido, aunque éste su último libro en esa fecha no sea, en el  estricto sentido de la palabra, un libro de memorias. Parece, sin  embargo, que sí hay en él, y en gran medida, mucho de memoria, más de evocación y recuerdo subjetivado en la perspectiva de lo crítico y aun de lo satírico.

El poeta ha ido ampliando su obra con el tiempo y registrando en ella, cada vez con mayor fecundidad, los impulsos vitales que han ido forjando su dilatada existencia, por lo que puede afirmarse que éste y su último libro, Final, es toda una gran culminación de aquella obra en la que lo humano, lo más intensa y entrañablemente humano, ha ido abriéndose paso entre temas más moderadamente superficiales, escasos por otro lado en la obra de Guillén.

En 1973, Y otros poemas era un meta, era una parada en una trayectoria que todavía tendrá una continuación y, más que una continuación, una culminación en el definitivo Final, obra que desarrolla un mundo de reflexión, próximo al desenlace definitivo, en el que las inquietudes morales ahora iniciadas alcanzan dimensiones sobrecogedoras, totalmente nuevas y originales en el mundo de la poesía española contemporánea. Habría que ir a nuestro Siglo de Oro, buscar en nuestra más vital poesía metafísica, para encontrar parangón al que comparar esta poesía “final” de Jorge Guillén.

Y otros poemas refleja sobre todo la existencia del ser humano en el mundo, en ese mundo nuestro que nos ha tocado vivir, contra el que el poeta viene rebelándose desde los años de Maremágnum, aunque ahora el punto de vista, el enfoque sea mucho más afiladamente irónico en su más frecuente y general expresión. Aun así, no está ausente la nota de desánimo y resignación o la de  cólera que supera al “clamor”.

Interesa sobre todo una serie de motivos y reflexiones que parecen extraordinariamente sugerentes de  una actitud ante la vida que los años han modulado. La venturosa vejez de Guillén le hace observar ahora nuestro mundo, el mundo contemporáneo, con un escepticismo irónico y elegante que le permite superar, y en algunos casos menospreciar, lo que a otras mentes cándidas pudiera parecerles deslumbrante.

Los años del poeta, ese estar de vuelta de muchas cosas, y la residencia en un país, como EE.UU., tan avanzado, poderosamente industrializado, le hacen conocer bien, muy de cerca, lo que el mundo moderno puede ofrecerle. Téngase en cuenta que Guillén, nacido en Valladolid, es un temperamento —según se desprende de muchos de sus poemas— amante de la sana tradición y de los viejos valores, que no por viejos son perecederos o  caducos, sino permanentes y vivos. Italia ofrece a Guillén mucho en este sentido, y con frecuencia aparece en sus páginas, como también los veteranos temas de la naturaleza, las flores, los  árboles, el cielo, el mar, los ríos..., aunque siempre envueltos en un simbolismo que, unas veces profundo, otras más evidente, en todo caso aparece intelectualizado y nos sirve a los lectores para hacernos sentir inmersos en nuestra propia existencia.

Se advierte en Y otros poemas, ante todo, un aliento humano, encendido y fortalecedor. Jorge Guillén es un poeta que se sitúa ante nuestra sociedad contemporánea y vive sus precarios valores, fustiga los intentos  —y los logros— de hacerlos desaparecer y satiriza la contumaz incomprensión característica de nuestro tiempo. Nada más auténticamente lírico que la pasión del octogenario poeta transcrita a lo largo de sus siempre pulcros versos. Mucho tiempo ha transcurrido desde Cántico, e incluso desde el totalizador Aire nuestro una gran distancia existe.

Podemos considerar que Guillén ha trascendido estos límites y ha aumentado su visión del mundo y de la vida con nuevas perspectivas universalizadoras que, en todo caso, amplían y enriquecen la anterior visión y hacen de Aire nuestro y otros  poemas una mucho más completa interpretación de nuestro mundo con  toda la variada serie de enfoques que a lo largo de cincuenta años ha ido creando el poeta al aire —nuestro— de sus impulsos  cambiantes. Final como conclusión poética general vendrá a  confirmar lo que en los libros anteriores es expresión de anhelos  y riqueza de mundos vitales.

Pero ¿pueden alterar esa gran moral, ese espíritu fuerte,  las sátiras, ironías y críticas afiladas de este interesante libro? La realidad es que no, sino que a través de ellas realiza Jorge Guillén de nuevo un mundo ideal, deseable, estimado, lleno de gozo, que se presiente como aspiración deseada y como anhelo  enriquecedor en las apasionadas diatribas contra nuestro tiempo. A esta alta moral quedan unidos el sentido plural de su poesía,  que desde Cántico hasta nuestros días ha ido sintiendo el mundo en cambio y haciéndolo sentir. La cosmovisión guilleniana queda  así forjada y construida como una energía que ha sido capaz de  registrar todos los variados latidos constitutivos de la vida de  Jorge Guillén. Desde el día de 1919, en que ofrecía de nuestro mundo una visión nueva y optimista, hasta los años setenta en que se escribe Y otros poemas han pasado muchas horas, pero esas  horas y sus días y sus impulsos han valido para enriquecer el  mundo y la poesía con la gran experiencia vital de un poeta  intenso e integrador.

         En el conjunto de la obra completa de Jorge Guillén, Final viene a confirmar la presencia del poeta en la sociedad contemporánea y la  presencia de ésta en su poesía de una manera particularmente acentuada. Final consagra, dado su carácter sintético, como Y otros poemas, la confluencia y conjunción de  las diferentes tendencias expresadas en la poesía guilleniana, y dedica importantes espacios a la situación del poeta en el mundo,  a la situación de este mundo y a la “convivencia” como forma de  relación entre los animales humanos, los bípedos, que este mundo  dominan y habitan.

 

 

Imagén Jorge Guillén

Últimos años

 

Mientras que otros libros revestían un tono más monográfico —aunque ya hemos demostrado que en Guillén el libro especializado, como podría ser Homenaje, no se da en su  totalidad o plenitud—, un tono más monotemático, como es la  intención de las tres series de Clamor, Final se formaliza como  una gran síntesis última —“final”— del pensamiento guilleniano. La plena lucidez que el poeta siente en sus años de avanzada  edad, la gran claridad mental y la extraordinaria capacidad de observación y de autoanálisis, la seriedad de unos presupuestos afianzados a lo largo de una vida fiel a sí misma, la experiencia del mundo y del arte, la gran experiencia de la poesía, forjada en la fecundidad de una obra extensa, profunda y especialmente lúcida, culmina en este libro que, con toda dignidad, representa el máximo exponente de la poesía española de senectud, entre cuyas preocupaciones fundamentales están las metafísicas, el más allá y la muerte, pero también están, y muy presentes, las  físicas, las del mundo y la actual sociedad de consumo.

El poeta continúa viviendo en este mundo y lo analiza junto a su propio transcurrir cotidiano, simultáneo al propio autoanálisis que constituye su cotidiana tentativa. El poeta, como recordaba por aquellos años  ochenta, se enfrenta a la sociedad con su poesía y la analiza, la critica, la satiriza —recordando el significado griego de la palabra “sátira”, como análisis del  mundo en que vivimos, como censura de sus males. Y quizá la edad, la senectud, es el momento más idóneo para enfrentar esta visión en claridad. “Todo más claro”, recordando un título de Salinas, parece verse el mundo desde la atalaya de la vejez. El poeta entonces escruta la sociedad del presente y descubre sus males, pero  también, en alarde de tolerancia y moderación, igualmente ve su lado positivo. La porción de esperanza nunca falta, en consonancia con lo que se ha expresado a lo largo de la obra anterior, a lo largo de todo Aire nuestro.

Guillén, que tan aficionado era a las expresiones cotidianas del lenguaje coloquial, tanto por su expresividad como por su buen gusto en muchos de los casos, está de vuelta de muchas cosas, dicho sea en expresión coloquial, de muchas de las  circunstancias de la vida, y, por ello, su visión del mundo al final es aún más lúcida, más vital, más enérgica en sus condenas, más magnánima en sus aprobaciones.

Poesía en definitiva de nuestro mundo y para nuestro mundo, que Final, como libro de síntesis y como poesía de senectud, resume y consagra, en las últimas y entrañables páginas que el poeta escribió casi con  noventa años, sorprendido —siempre— ante la torpeza de este  planeta humano mal hecho, mal hecho por sus habitantes, los energúmenos bípedos que están presentes y denunciados siempre en su poesía, junto a los “transeúntes” bondadosos, transeúntes moderados como lo fue el propio Guillén y como dejó claro y bien  en su poesía de la alta edad, de la dignísima senectud.

Desde luego, Final interesa por la multiplicidad de sus sugerencias, por los diferentes registros a los que somete distintos asuntos que al poeta preocupan en estos momentos, algunos característicos del momento de su vida en que son  juzgados, y otros, habituales en su poesía, pero que reciben un enfoque  particular y preciso, relacionable con su condición de poemas de senectud. Y, posiblemente, no haya nada tan característico de  esta edad como su interés por todo.

Los poemas de Final indagan, de nuevo, en la realidad del poeta, en la naturaleza, en la historia y en el destino del hombre con la misma energía vitalista de los orígenes desplegada en una multiplicidad de enfoques que transita del entusiasmo a la sátira política y a la condena moral, y que adquiere especial trascendencia al intercambiarse en muchos de sus poemas con la reflexión estética y existencial. Este tipo de lírica intimista e introspectiva, analizadora desde el interior de la realidad circundante, que ya era decisiva en Cántico  de 1945, es en Final, como en Y otros poemas, fundamento básico de toda esta etapa, característica de un tono de senectud propio de esta época última, de tal manera que otorga profundo sentido a lo que en este Final  se desarrolla como reflexión del mundo y de la sociedad en convivencia.

Estamos pues ante una poesía de alto contenido ético, en consonancia con lo que en los libros anteriores ha realizado el poeta, pero acentuada por las exigencias de la propia edad y de la superior inmersión del poeta en el mundo, ya iniciada de forma  masiva en Y otros poemas. El análisis de los comportamientos humanos, naturalmente, se halla presidido por una clara posición ideológica, liberal y democrática, como le gustaba al poeta decir en sus últimos años, burlando un tanto adscripciones ideológicas más concretas, frecuentes en los intelectuales de los setenta en España.

En realidad, sigue cultivando el pensamiento humanista que definió su poesía anteriormente: pensamiento humanista que se rebela ante la actual crisis de  valores y lucha por la restitución de las grandes virtudes  humanísticas de la tolerancia y la convivencia, porque ante todo  Guillén sigue proclamando su fe en el mundo, y, más que nada, su mantenida fe en la vida, “fe de vida”, que culminará en los versos finales del libro, en un anhelo muy de nuestro mundo y muy  de nuestro tiempo, cuando proclame su alegato por la paz. La consideración del mundo llevada a  cabo por el poeta está vinculada a la presencia del hombre en ese mundo y en su historia, que siempre es “voluntad del hombre”. Los pronunciamientos y valoraciones de Guillén justificarán siempre “el arraigo planetario del poeta”, su deseo de ser en el mundo,  de respirar.

 

 

La prosa de Jorge Guillén

 

         Jorge Guillén publicó entre 1918 y 1929 más de un centenar de artículos periodísticos, que fueron recopilados por K. M. Sibbald en su libro Hacia “Cántico”. Escritos de los años 20. Posteriormente, en 1999, han sido recogidos por Francisco J. Díaz de Castro en la edición de la Obra en prosa de Guillén. Esta época de la actividad periodística guilleniana coincide con la denominada prehistoria de Cántico, en el momento en que el poeta comienza, al mismo tiempo, sus primeras tentativas poéticas (recordemos que Cántico se inicia en Bretaña (Tregastel) en 1919) y su preparación para obtener la consolidación profesional como Catedrático de Universidad (obtendría la plaza de Murcia en diciembre de 1925). Es una etapa de formación intelectual y académica en la que, consecuentemente, se registran dos obras sumamente curiosas, su tesina de licenciatura y su tesis doctoral, ambas actualmente publicadas. La primera, realizada en París, se tituló El hombre y la obra, y ha sido editada también por K. M. Sibbald. La segunda, Notas para una edición comentada de Góngora, ha sido dada a conocer en edición de Antonio Piedra y Juan Bravo, con prólogo de José María Micó, tal como se ha señalado anteriormente. Época guilleniana, por tanto, de gran actividad literaria en distintos frentes: poesía, erudición y ensayo, periodismo…

         Nos referimos ahora a su actividad periodística llevada a cabo en estos años. Guillén, tal como estableció Kate Sibbald, comenzó a publicar artículos en la prensa bien pronto, en 1918, en el periódico El Norte de Castilla de Valladolid. Su artículo más antiguo conservado es el titulado “Apología de Abel”, que aparece en Castilla. Suplemento Literario de El Norte de Castilla, periódico al que estaba unido por relaciones de su familia. El diario vallisoletano se convertiría así en el destino habitual de sus artículos junto a La Libertad de Madrid.

         Su primer artículo es de un gran interés ya para juzgar cuál va a ser la actividad periodística más frecuentada por el poeta y cuáles los presupuestos ideológicos y literarios en que se va a sustentar. Se titula el artículo “Apología de Abel” y se establece como un diálogo entre dos personajes, Pepe Arias y Joaquín Ansúrez, en torno a la novela de Unamuno, y, en particular, a la posibilidad de desdoblarse, de suplantar a otro, ya que como señala el primero de los dos personajes inventados: “no comprendo que nadie se disponga a dar la vida por poder ser otro, ni siquiera comprendo que nadie quiera ser otro. Ser otro, es dejar de ser uno, de ser lo que es”. Dividido en tres partes, tituladas “Paralelismos”, “Bebedizos” y “Una historia de pasión”, recorre a través de la conversación de estos dos lectores de Don Miguel, la originalidad de planteamientos utilizados por el novelista, de manera que pronto se llega a una conclusión reveladora de los valores que prefiere Guillén en el maestro, y sobre todo lo que significa su aportación mayor, su modernidad.

         Pero hay que señalar que el grueso de la actividad periodística en estos años se desarrolla a partir de su marcha a París, desde donde muy pronto actúa como “corresponsal” para el periódico La Libertad. Como sabemos, Guillén ejerció como Lector en la Sorbona desde 1917 a 1923. En 1921 se casaría en París con Germaine Cahen. Y justamente es en 1921 con el inicio del año cuando comienzan sus crónicas desde la capital francesa con el artículo titulado “1921”, que aparece en el citado periódico el día 6 de enero. Se trata de un artículo que manifiesta ya el carácter que poseerán estas crónicas tanto social, como político y también, por supuesto, literario. Motivado el artículo por celebrarse en 1921 el centenario de Napoleón, se preocupa por los errores de la política centralista napoleónica y analiza sus consecuencias en la Europa del siglo XIX hasta la Gran Guerra. Se muestra entonces Guillén muy preocupado por la destrucción de Europa y el sentido de lo europeo, que marcaría desde entonces su forma de ser. Las consecuencias de la guerra son explicadas para sus lectores de España, un país que había permanecido neutral.

         Señala K. M. Sibbald que “el tono de aquellos análisis de la situación precaria de Europa puede reconocerse en los poemas posteriores de Clamor, cuyos temas son las atrocidades cometidas en una Europa nuevamente fragmentada por la guerra. Hay una concordancia estricta entre la preocupación similar por el sufrimiento humano y la denuncia humanitaria de la injusticia y la deliberada crueldad”. Guillén se expresa con  una fuerza expresiva muy especial que refleja su indignación mientras su lenguaje escogido no oculta la dureza de sus reclamaciones:

         Las crónicas desde París se concentran fundamentalmente en los años 1921 (con 38 crónicas) y 1922 (con 13), aparecidas todas en La Libertad, salvo alguna excepción, como es la dedicada a “El gorro, la pipa y la pluma de Flaubert”, aparecida, antes que en La Libertad, en Índice y en El Norte de Castilla. Otra crónica sobre Anatole France aparece en la revista España, en la que Guillén colaboraba habitualmente en estas fechas con primeros poemas. En 1923 solo publicó tres crónicas, que aparecieron en El Norte de Castilla, y en 1924 únicamente cinco, también en El Norte de Castilla y una en La Libertad firmadas por Félix de la Barca o de Pedro Villa, curiosos seudónimos que aluden a Lope de Vega y a Calderón el primero, y a “piedra ciudad”, según recordó el mismo Guillén, el segundo. Por otra parte no está de más recordar que el nombre de pila completo del poeta era Pedro Jorge.

         La colección se completa con cuatro crónicas, pertenecientes a 1928-1929, dedicadas, respectivamente, a Matilde Pomès, Jules Supervielle, Proust y una final titulada “Poesía central”. Pero estos cuatro artículos difieren en mucho de los que escribiera al principio de la década, tienen otro espíritu, otro estilo, y carecen de la impetuosidad que vemos en sus primeras crónicas francesas. El primero de ellos aparece en La Libertad, los dos siguientes en El Norte de Castilla y el último en La Gaceta Literaria.

         Son las crónicas de París de lo más variado que imaginarse pueda, y ese, sin duda, es uno de sus atractivos. Guillén informa a sus lectores españoles de los más diversos aspectos de la vida, la sociedad y la cultura francesa, sin que ningún espacio intelectual esté vedado al curioso cronista, de manera que es imposible resumir con coherencia la multiplicidad de intereses que informa todos estos artículos.

 

Sello postal conmemorativo

 

         Sin embargo, sí es posible poner algunos ejemplos, para que se advierta la diversidad de sus preocupaciones e inquietudes intelectuales. Y el primero de ellos ha de ser otro artículo de 1921, el titulado “Una jugada emocionante”, en el que Guillén nos informa de la edición de los poemas primerizos de Paul Valéry. El párrafo inicial tiene que ver con lo que luego será la poesía de Guillén, incluso con lo que está siendo ya esa poesía en sus primeras producciones, aunque, por el momento, el poeta se muestra cauto en sus publicaciones poéticas frente a lo pródigo que es en lo que a artículos o crónicas se refiere. Incluso podríamos decir, como tantas veces se ha señalado en otros poetas de su generación (Salinas, Lorca, Gerardo Diego…), que cuando trata de Paul Valéry parece enteramente que está tratando de sí mismo y de su poesía, en la que trabaja en estos momentos y en la que concentra sus primeros esfuerzos.   Texto de 1921: matemática. Coincide con el conocidísimo texto de 1927, publicado en Verso y Prosa, “Carta a Fernando Vela”, que Guillén aportaría como “poética” a la Antología de Gerardo Diego, de 1932. Matemática y química. Y ahora, Azorín (“La lírica española. Época”, recogido por B. Ciplijauskaité, en 1975). Nos hallamos en 1929: física: Matemáticas, física, química… Lo cierto es que entre unos y otros (Valéry, Azorín, Guillén), lo que se busca es una metáfora para definir una poesía compuesta con rigor y con orden, una poesía nueva, aséptica, en la que nada queda suelto ni en manos de la imaginación, en la que, como ahora se diría, todo está controlado. Un universo nuevo, proclamaba Azorín. Perfección y disciplina veía Guillén en su admirado Paul Valéry. Y así, para siempre, fue norma de su escritura poética, como señala en el artículo de 1928, “La profesión de poeta”, con el que quiso Jorge Guillén que se cerrase la recopilación Hacia Cántico.

         Y dos ejemplos más, tomados de las crónicas parisinas, para advertir la indignación de Guillén, desde Francia, con España y algunos españoles, sobre todo con sus representantes. En ambas crónicas satíricas hay, como solía ser habitual, un componente o un motivo literario que las provocaba. La indignación de Guillén ante ciertas actitudes nos muestra al ciudadano recto, asombrado ante la estupidez humana, que no permite que los necios queden sin la correspondiente reprimenda. La primera de estas crónicas se refiere a Blasco Ibáñez y la segunda a la memoria de Rubén Darío. Y ambos coinciden en una clara censura a la tosca diplomacia española incapaz de representar a España dignamente ante la sociedad francesa.

         Se titula el primer artículo “Blasco Ibáñez, embajador” y trata de la representación como embajador de España en los actos del centenario de Moliére. Al gobierno de la República Francesa le pareció bien aceptar a tan peregrino plenipotenciario para tal conmemoración, pero Guillén se pregunta con ironía si hubiera opinado lo mismo el mismísimo Moliére, para reflexionar interrogándose: “¿No es desproporcionado que un buen novelista regional, de estofa tan fuerte como basta, según dicen, se convierta en el universal portavoz de la intelectualidad española?” Porque, además de estar callado y nada decir en ningún acto oficial, a Blasco Ibáñez sólo se le ocurrió, cuando fue entrevistado por un periodista, asegurar: “J’aime le Don Juan, de Molière, parce que je suis républicain”, lo que provoca el siguiente comentario jocoso y serenamente indignado del joven Guillén, sorprendido ante tal representante de España y de su cultura.

         De embajadores y embajadas trata también el otro artículo escogido de entre las crónicas parisinas; y también de literatura, en este caso relacionada con Rubén Darío. El artículo se titula “El Embajador estrecha lazos”, y se publicó en La Libertad, el 3 de agosto de 1921. En él, Guillén escribe una dura sátira contra el Embajador de España en París, en ese momento, tildándolo de ocioso, vago, señorito, etc. Muy distinto de lo que sería un Embajador de España ideal: sin duda, para él, el modelo es Don Juan Valera, verdadero intelectual, porque los embajadores para Guillén se dividen en dos grupos: el del “señorito en todo el esplendor de su oquedad” (que es el caso del censurado); y el del buen diplomático, que, para Guillén, será “diletante”, poeta, historiador, experto en la hermosura del arte y de la vida”. Y el mejor ejemplo de esta última especie de diplomático era, sin duda, el autor de Pepita Jiménez.

         La censura llevada a cabo por Guillén viene a cuento porque, por iniciativa de intelectuales franceses, se ha decidido, tras la muerte de Darío, erigir un monumento al genio latino, en el que figurase el nombre del inmenso poeta junto al de los más significativos libertadores americanos. Pero el Embajador de España, en nombre no se sabe de quién, se ha opuesto con la intención de impedir que en el monumento estén representados los independentistas hispanoamericanos y el poeta de Azul… como símbolos del genio latino, con lo cual el monumento, como relata con detalle Guillen, ha quedado desvirtuado.

         Para él, Rubén, que había sido aplaudido y animado tras la publicación de Azul… por el otro Embajador evocado (Don Juan Valera en su famosa “Carta-prólogo, recordada y citada por Guillén), es la representación de este espíritu español que había logrado a través de San Martín, de Bolívar y tantos otros españoles insignes, la creación de los nuevos estados, de las nuevas repúblicas, que al actual Embajador le parecen tan mal. El elogio hacia Rubén, en esta crónica periodística, es absoluto, e interesa ahora para entender cómo pensaba Guillén, en consonancia con todos sus compañeros de generación, sobre el autor de Cantos de vida y esperanza, al que se le reconoce su inmenso valor como figura indiscutible de la literatura en lengua española y como representante de las nuevas naciones que tanto sacan de quicio a nuestro Embajador. Un asunto político y diplomático, de absoluta actualidad en ese momento, vale a Guillén, tal como resume en la conclusión del artículo, para satirizar la estupidez humana una vez más, la ignorancia, la vagancia y la abyección de algunos de nuestros representantes diplomáticos. Y también para recordar al gran Rubén, maestro de los poetas de su generación y muy admirado por Darío.

         Merecen detenimiento también, al estudiar esta actividad periodística de Jorge Guillén, los numerosos artículos que escribió en aquellos años sobre temas o asuntos literarios, quizá mas conocidos por los lectores y citados por los estudiosos. Toda una sección del libro reunido por Sibbald, que se titula “Correo literario”, está dedicada a recoger artículos de diferente procedencia sobre literatura, escritores, libros y otros asuntos de actualidad relacionados con la literatura.

         Los textos periodísticos de “Correo literario” vieron la luz tanto en El Norte de Castilla (ahí fue donde apareció, como ya sabemos, su primer artículo dedicado a Unamuno el 7 de julio de 1918), como en La Libertad, entre los años 1918 y 1929, aunque el mayor número de artículos corresponden a 1921-1924. Se recogen también textos publicados en la Pluma y La Gaceta Literaria,  y algunos de ellos están firmados con los seudónimos que ya conocemos. K. M. Sibbald los ordena, en su edición, de forma cronológica en cuanto a los temas tratados, desde la literatura arábigo-española y Góngora hasta las letras contemporáneas más actuales, cerrando la colección, como sabemos, con el artículo titulado “La profesión del poeta”.

         Interesan todos estos artículos porque descubrimos los intereses literarios del joven Guillén, entre cuyas preferencias figuran ya escritores que irán siempre unidos a su biografía, como Góngora, Bécquer, Rubén Darío, Gabriel Miró o Juan Ramón Jiménez, pero también están otros a los que dedicó estudios extensos, hoy olvidados, como lo es el caso del poeta dieciochesco madrileño Nicasio Álvarez de Cienfuegos.

         Me refiero en este momento a un ensayo que Guillén escribió en aquellas fechas y del que nada se ha sabido posteriormente, aunque nos consta que existió como trabajo de investigación. Cuando Guillén se presentó al concurso para la obtener la plaza de Bibliotecario de la Diputación de Murcia, el 12 de mayo de 1926, en su instancia y relación de trabajos aportados indicaba en cuarto lugar entre sus méritos el de “ser autor de un estudio de investigación histórica (del que presenta un ejemplar) realizada en el Archivo Histórico Nacional principalmente, sobre el poeta español don Nicasio Álvarez Cienfuegos”. Sabemos que los documentos aportados al concurso fueron retirados, una vez que se falló, por Juan Guerrero Ruiz, autorizado por Guillén para este cometido, por lo que el trabajo en cuestión no se conserva en el expediente administrativo, publicado por mí en 1979 y en 1982. Y nunca hemos vuelto a saber nada de ese trabajo. Por cierto que entre los méritos alegados también figuraba ser autor de un estudio titulado “Notas para una edición de Góngora”, que por fin hemos conocido recientemente, tal como quedó más arriba señalado. Pero el caso es que sobre Cienfuegos, en la bibliografía de Guillén, sólo aparece el artículo publicado en El Norte de Castilla, el 9 de febrero de 1927, con el título de “Los prerrománticos: El ardiente Cienfuegos”.

         ¿Procede este artículo periodístico de aquél estudio hoy desaparecido? ¿Era el estudio desaparecido la “lección magistral” de la oposición a Cátedras que realizó en diciembre de 1925 cuando consiguió la plaza de Murcia? Parece posible que así fuera, ya que Guillén, siguiendo la normativa de las oposiciones de aquella época y la tradición de los opositores, debió de buscar un autor alejado de sus intereses habituales para desarrollar la obligada “lección magistral”, que recogería un trabajo de investigación original (“estudio de investigación histórica” lo llama Guillén), y en ese caso, Cienfuegos, entonces tema poco explorado y sobre el que Guillén nunca había tratado, sería ideal para convencer al tribunal de las dotes investigadoras del candidato. El artículo de prensa nos aporta algunos datos de interés para que así lo pensemos.

         Pero antes, hay que indicar que, en este caso, el periodista Jorge Guillén no está ofreciendo, como en otros muchos, un asunto de actualidad. Se está refiriendo a un poeta olvidado, que quizá a nadie interese, y además no se trata de un artículo reivindicativo o promocional, ya que sus conclusiones no son muy favorables hacia el poeta. Por ello, estamos, desde el punto de vista genérico, ante otra especie de artículo en Guillén, y que es frecuente entre los de “Correo literario”: el artículo de lector dirigido a otros lectores; el escrito breve que quiere comentar, sugerir, reflexionar sobre un libro, sobre un escritor, sobre una anécdota vital que le ha interesado en tal o cual biografía literaria.

 

 

Manuscrito de “Obra maestra”

 

 

         El contenido del artículo, en efecto, parece conducirnos al antes citado trabajo de investigación hoy desaparecido. Compuesto de tres apartados, en el primero se refiere a la difusión del enciclopedismo y humanitarismo en España. Incluso, la forma de comenzar el artículo, nos suena a trabajo de investigación más que a artículo de prensa: “Para trazar la figura del poeta  Cienfuegos (1764-1809), habría que trazar antes una minuciosa historia de la difusión del enciclopedismo y el humanitarismo en España…”. Y también en este apartado inicial sitúa generacionalmente a Cienfuegos.

         En el apartado II, cuerpo central del artículo, surgen, con el estudio sobre el poeta, las comparaciones con otros escritores de su época y con otros que han de venir, como Víctor Hugo. Porque lo que más llama la atención a Guillén de Cienfuegos es su vehemencia expresiva, sus gestos vibrantes, que no venían acompañados del genio que debe tener todo gran poeta, como le ocurrirá a Víctor Hugo. Y el tercer apartado contiene la conclusión, muy arrebatada, ya que Guillén casi no ha entrado en materia en el apartado anterior, porque no ha tenido tiempo ni espacio, y tan sólo nos ha dejado unas notas dispersas. Es evidente, entonces, que este artículo procede de otro trabajo anterior más amplio, al que nos hemos referido antes, y la forma de concluir aboga a favor de esta hipótesis, ya que no estamos ni ante un artículo reivindicativo ni promocional, ni tan siquiera entusiasta. Estamos ante un ensayo sobre un poeta muy olvidado, al que se analiza y estudia relacionándolo con su tiempo y con la ideología de su tiempo, con sus contemporáneos y con los que habrían de venir después, sin concesiones de ningún tipo, analizándolo con rigor y con objetividad, como si el estudio estuviese realmente hecho para ser juzgado por un tribunal de oposiciones.

         La actividad periodística de Jorge Guillén, correspondiente a estos años iniciales de su producción literaria, tiene, por todo lo señalado un gran interés. Lázaro Carreter aseguró que Guillén no se decidió a publicar su primer libro hasta que no tuvo asegurada su poética. Y esta poética, justamente, se construye cuando está escribiendo los artículos recogidos en Hacia Cántico. Por eso tiene tanto interés la colección de artículos de aquellos años, ya que en ellos se advierte la construcción de una poética, y el interés del joven escritor, que está entrando en su madurez literaria (no olvidemos que Guillén escribe estos artículos entre los veinticinco y treinta y seis años, y que publicaría Cántico, por primera vez, con treinta y cinco años), por conocer y asimilar las novedades literarias de los dos países que más le convencen. Hay que destacar en su trabajo periodístico la gran capacidad de Guillén para discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo interesante y lo estúpido, entre las novedades que merecen la pena y las que no son sino flor de un día.

         No se deslumbraba Guillén ante los falsos oropeles de la modernidad más rabiosa. Apostaba por la defensa de lo clásico, de lo castizo, de los valores culturales más sólidos de nuestra tradición, tanto española intrínseca, como la que podemos importar del exterior, de Francia. Por eso, Mallarmé, Proust, y más lejos Molière o Ronsard, son para Guillén estímulos de modernidad, que pueden hacerse extensivos a otros muchos nombres citados con detenimiento o sugeridos de pasada. Se convierte nuestro escritor así en un gran observador que todo lo que le llama la atención llega a ser objeto de reflexión, de consideración detenida, y, en su caso, de crítica y de censura sincera y aun apasionada, como hemos visto en alguno de los ejemplos recordado.

         No era Jorge Guillén, evidentemente, un periodista al uso. Sus intereses de joven escritor en formación, que terminaría opositando a una cátedra de Literatura Española de Universidad, eran sobre todo literarios, pero también sociológicos, ya que merecían sus reflexiones detenimientos en aspectos muy variados de la sociedad intelectual, a la que asistía entusiasmado, pero muy atento a descubrir y denunciar, no sin ironía y agudo sentido del humor, la falsedad, la estupidez, la superficialidad y la falta de rigor.

         Jorge Guillén, como otros poetas de su generación, dejó además una completa obra crítica y ensayística, compuesta de artículos y estudios sobre literatura española propios de su actividad como lector y profesor. Al mismo tiempo que construía su poesía, Guillén era requerido para participar en diferentes acontecimientos con su palabra; otras veces eran las exigencias profesionales como docente e investigador de la literatura, que llevaron a Guillén a ir escribiendo, a lo largo de su vida, una “obra en prosa”, recopilada por Francisco Díaz de Castro en 1999.

         De esta obra en prosa, ya conocíamos en forma de libro aquellas crónicas periodísticas antes citadas con detenimiento, y también se difundieron previamente, como conferencias para estudiantes norteamericanos, los estudios literarios que componen el volumen Lenguaje y poesía, que aparece por primera vez en EE. UU. (Cambridge) en 1961, el mismo año que en Milán publica su breve volumen  El argumento de la obra. Otros textos suyos, publicados en libro son Lenguaje y poesía, Federico en persona y En torno a Gabriel Miró (Semblanza y epistolario). Pero resulta mucho menos conocida la serie de textos prosísticos que completan su Obra en prosa.

         Los textos en prosa de Jorge Guillén nos muestran, en efecto, una importante parte de su personalidad literaria. Nos descubren sobre todo al lector, al lector atento juvenil que está completamente al día de las novedades más importantes que se están desarrollando en la literatura española de los años veinte, aunque sus miradas no se reducen tan sólo nuestro país, ya que muy presente está también Francia (donde el poeta vive seis años) y la cultura francesa. Nos descubren también al lector de madurez, al amigo y admirador de compañeros suyos de generación como Pedro Salinas y Federico García Lorca. Nos revelan al discípulo de Gabriel Miró, con quien Guillén conectó intelectual y anímicamente. Y nos traen también al escritor maduro que recuerda tiempos pasados.

         Jorge Guillén es uno de nuestros grandes poetas de todos los tiempos. La Obra en prosa completa en parte su figura intelectual, a la que todavía tendríamos que añadir su labor como escritor de cartas, revelada ya en la publicación de algunos epistolarios, imprescindibles, dada su riqueza, para el conocimiento de la historia intelectual de España en el siglo XX.