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LA IV CARTA DE RIZAL AL PADRE PASTELLS

Edición a cargo de Vasco Caini
Introducción

Según las autoridades eclesiásticas españolas que gobernaban la Iglesia (y el Estado) de Filipinas, Rizal había manifestado en sus escritos que se había dejado influenciar por las teorías luteranas durante el tiempo que permaneció en Europa, más particularmente en Alemania.

     Por otra parte, durante los años de sus estudios en Manila, Rizal había apreciado siempre la labor como docentes de los jesuitas, porque, a diferencia de los dominicanos, eran modernos, enseñaban las ciencias y no se mostraban demasiado racistas (impartían docencia en aulas unitarias de nativos y españoles). Mantuvo con ellos una actitud de franca deferencia y gratitud.

     El Padre Pablo Pastells, jesuita español (1846-1932), había llegado a Manila en 1875, precisamente en el momento en que Rizal asistía al Ateneo, y había desempeñado el cargo de tutor y probablemente de confesor del propio Rizal. El Padre, hombre de vasta cultura, conciencia y entrega, tenía la vocación de misionero y, al año siguiente, partió para la isla de Mindanao, al sur de Filipinas, donde permaneció para convertir al ciristianismo algunas aldeas locales hasta el año 1893. Una vez regresado a España, se dedicó a redactar voluminosas historias sobre la Orden jesuítica y sobre Filipinas.  

       Cuando Rizal fue confinado en Dapitan de Mindanao en 1892, por razones políticas y religiosas, el Padre le escribió una carta para intentar volver a convertirlo al catolicismo, que, en su opinión, había abandonado en favor del protestantismo. Dió comienzo de esta forma una correspondencia cada vez más teológica sobre diversos aspectos de la Fe. Cada uno de ellos se mantuvo en su propia posición y la correspondencia se interrumpió bruscamente con la V carta.

     Volvemos a sacar a la luz la IV carta. En ella Rizal expone de manera sistemática su punto de vista. Se dejan fuera aquellas partes que hablan de cuestiones prácticas contingentes.

Referencia

Raul J. Bonoan, S.J., The Rizal-Pastells correspondence, in Spanish, translation in English, historical background, theological critique, Ateneo de Manila University Press, 1994, 1996, ISBN 971-550-124-9 (pbk).

                                                   Dapitan, 5 de Abril de 1893

Muy R. P. Pablo Pastells

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       Estamos enteramente conformes en admitir la existencia de Dios: ¿Cómo dudar de ella cuando estoy convencido de la mía? Quien reconoce el efecto, reconoce la causa. Dudar de Dios sería dudar de la conciencia propia, y por consiguiente sería dudar de todo y entonces ¿para qué la vida?

       Ahora bien, mi fe en Dios, si fe puede llamarse el resultado de un raciocinio, es ciega, ciega en el sentido de que nada sabe. Ni creo, ni no creo en las cualidades que muchos le atribuen: me sonrío ante las definiciones y elucubraciones de teólogos y filósofos de ese inefable é inescrutable ser. Ante el convencimiento de que me encuentro delante del Supremo Problema, que voces confusas me quieren explicar, no puedo dejar de responder: Puede ser, pero ¡el Dios que presiento es mucho más grande, mucho mejor: Plus Supra! [1]

       No creo imposible la Revelación, antes bien creo en ella, pero no en la Revelación ó revelaciones que cada religión ó todas las religiones pretenden poseer. Al examinarlas imparcialmente, cotejarlas y escudriñarlas, no puede uno menos de reconocer en todas la uña humana y el sello del tiempo en que fueron escritas. No, el hombre hace á su Dios á su imagen y semejanza, y luego le atribuye sus propias obras, como los magnates polacos escogían su rey para después imponerle su voluntad. Y todos nosotros hacemos lo mismo, y V. R. tampoco puede exceptuarse cuando me dice: "El que hizo los ojos ¿no verá? El que formó los oídos ¿no oirá?" Perdóneme V. R. la cita pero ya que hemos hablado del toro de Anacreonte, oigámosle mugir: "El que hizo los cuernos ¿no sabrá dar cornadas?" No, lo que es perfección en nosotros puede ser una imperfección en Dios.

       No, no hagamos un Dios á imagen nuestra, pobres habitantes que somos de un pequeño planeta perdido en los espacios infinitos. Por brillante y sublime que sea nuestra inteligencia apenas si será una pequeña chispa que brilla y esa extingue en un momento y ella sola no puede darnos idea de esa hoguera, de ese incendio, de ese piélago de luz.

       Creo en la revelación, pero en esa viva revelación de la naturaleza que nos rodea por todas partes, en esa voz potente, eterna, incesante, incorruptible, clara, distinta, universal como el Ser de quien procede, en esa revelación que nos habla y penetra desde que nacemos hasta que morimos [2] . ¿Qué libros pueden revelarnos mejor la obra, la bondade Dios, su amor, su providencia, su eternidad, su gloria, su sabiduría? Coeli enarrant gloriam Domini, et opera manuum ejus anunciat firmamentum [3] . ¿Qué más Biblia y qué más Evangelios quiere la humanidad para amar á su Dios? ¿No cree V. R. que los hombres han hecho muy mal en buscar la voluntad divina en pergaminos y templos en vez de buscarla en las obras de la naturaleza y bajo la augusta bóveda de los cielos? En vez de interpretar pasajes oscuros, ó frases oscuras que provocaban odios, guerras y disensiones, ¿no era mejor interpretar los hechos de la naturaleza, para amoldar mejor nuestra vida á sus inviolables leyes, utilizar sus fuerzas para nuestro perfeccionamiento? ¿Cuándo han empezado a hermanarse de hecho los hombres sino cuando han dado con la primera página de la obra de Dios? Semejante al hijo pródigo que ciego ante la dicha de su paterno hogar ha buscado otros extranjeros, la humanidad ha vagado miserable y llena de rencor durante muchos siglos. No niego que haya preceptos de absoluta necesidad y utilidad que no se encuentran en la naturaleza claramente enunciados, pero éstos los ha puesto Dios en el corazón, en la conciencia del hombre, su mejor templo, y por esto adoro yo más á ese Dios bueno, próvido, que nos ha dotado á cada uno de lo necesario para salvarnos, que tiene para nosotros abierto continuamente el libro de su revelación, hablando constantemente su sacerdote en la misteriosa voz de nuestras conciencias. Por esto, las religiones más buenas son las más sencillas, las más naturales, las que están más en armonía con las necesidades y las aspiraciones del hombre, y he aquí la principal excelencia de la doctrina de Cristo.

       Yo no prejuzgo al decir que sólo puede provenir de Dios la voz de mi conciencia, como V. R. quiere asentar, juzgo por deducción. Dios no pudo crearme para mi mal, porque ¿qué mal le había hecho yo antes de ser creado para que El quisiese mi perdición? Ni debió El crearme para la nada ó la indiferencia porque ¿á qué mis sufrimientos, á qué la lenta tortura de mi continuo anhelar? Debió crearme para un fin bueno, y para este fin no tengo otra cosa mejor que me guíe que mi conciencia, mi conciencia sola, que juzga y que califica mis actos. Sería inconsecuente si habiéndome creado para un fin, no me hubiese dado el medio para conseguirlo: como un herrero que quisiese hacer un cuchillo y luego no le pusiese filo.

       Todos los brillantes y sutiles argumentos de V. R. que no trataré de refutar porque tendría que escribir un opúsculo, no me pueden convencer de que la Iglesia Católica no sea la dotada de la infalibilidad. En ella también está la uña humana; es una institución más perfecta que las otras, pero humana al fin con los defectos, los errores y las vicisitudes propias de las obras de los hombres. Está más sabia, más hábilmente conducida que muchas otras religiones, como heredera directa de las ciencias religiosas, artísticas y políticas de Egipto, Grecia y Roma: tiene su base en el corazón del pueblo, en la imaginación de la multitud y en el cariño de la mujer; pero como todas, tiene sus puntos oscuros, que viste con el nombre de misterios, puerilidades  que santifican en milagros, divisiones ó disensiones que se llaman sectas ó herejías.

       Yo no puedo creer que antes de la venida de Jesucristo todos los pueblos estuviesen en el báratro profundo de que V. R. habla. No; precisamente allí está Zoroastro [4] , el fundador de la religión de la pureza, Kungtseu [5] , el de la razón, Sócrates [6] que muere por declarar la existencia de un solo Dios, el divino Platón [7] y los virtuosos Arístides [8] , Milcíades [9] , Acrión [10] , etc. Ni puedo creer tampoco que después de Cristo todo haya sido luz, paz y ventura, que los hombres se hayan vuelto en su mayor parte justos, no;  allí estarían para desmentirme los campos de batalla, los incendios, las hogueras, las cárceles, las violaciones, los tormentos de la Inquisición; allí están los odios que las naciones cristianas se profesan unas á otras por diferencias tenues, allí está la esclavitud tolerada, si no sancionada, durante diez y ocho siglos; allí está la prostitución . . . allí está en fin gran parte de la sociedad de Europa hostil á esa misma religión. Me dirá V. R. que todo esto existe porque se han separado de la iglesia, pero ¿cuándo ha dominado ésta que no ha habido estos males? ¿Acaso en la Edad Media, acaso cuando toda Europa era un campo de Agramante [11] ? ¿Acaso en los tres primeros siglos cuando la Iglesia estaba en las catacumbas, gemía presa y no tenía poder? Entonces si había paz, que no la había tampoco, no se debería á ella, pues ella no mandaba.  Ah, no, mi Rdo. Padre, me regocijo al ver á hombres como V. R. llenos de fe y virtud sostener su religión y lamentarse de las desgracias actuales de la humanidad porque eso prueba amor á ella y que velan sobre su porvenir espíritus generosos como el de V. R.,  pero más me regocijo cuando contemplo la humanidad en su marcha inmortal, progresando siempre á pesar de sus desfallecimientos y caídas, á pesar de sus extravíos porque eso me demuestra su fin glorioso, me dice que ha sido creada para mejor fin que para ser pasto de llamas, me llena de confianza en Dios que no dejará perderse su obra á pesar del diablo y todas nuestras locuras.

       Acerca de las contradicciones en los libros canónicos, de los milagros, confieso que el asunto es muy trillado y enojoso de repetir. Todo se explica cuando se desea y todo se acepta cuando se quiere. La voluntad tiene un poder enorme sobre la imaginación, y vice-versa. Así es que no le hablaré ni de la contradicción en las genealogías, ni de los milagros ni del de Cana [12] que Cristo hizo á pesar de haber dicho no había llegado aún su hora, ni de los panes y los peces, ni de la tentación: estas cosas no disminuyen la talla del que pronunció el Sermón de la Montaña [13] , y dijo el famoso: "¡Padre, perdónalos! [14] . . ." A lo que voy es á algo más trascendental. ¿Quién murió en la Cruz? ¿Era el Dios ó era el hombre? Si era Dios, no comprendo que un Dios pueda morir, cómo un Dios, consciente de su misión, pueda exclamar en su amarga melancolía: "¡Pater, si posibile est transeat a me calix iste! [15] "  y en la cruz el doloroso: "¡Dios mió, Dios mió! ¿porque me has abandonado?" [16] Este grito es absolutamente humano, es el grito de un hombre que confiaba en la justicia de Dios y en la bondad de sus causas y luego se veía preso de toda clase de injusticias sin esperanza de salvación.  Menos el Hodie mecum eris [17] , todos los gritos de Cristo en el Calvario anuncian á un hombre en el tormento y en la agonía, si bien, ¡qué hombre!  Para mí, Cristo hombre es mas grande que Cristo-Dios. Si hubiese sido un Dios el que dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" [18] los que han puesto en él las manos debían haber sido perdonados á no ser que digamos que Dios se parece á ciertos hombres que dicen una cosa y luego hacen  otra. Todas las sutilezas de la teología para explicar la unión de Dios con el hombre es para mí esfuerzo de fantasia. ¿Qué frágil molde de barro humano contiene todo el peso de Dios, creador de los mundos?

       Otra objeción que tengo á los milagros de Cristo es  la apostasía de sus discípulos y su incredulidad ante la resurrección del maestro. A haber sido ellos testigos de tantos prodigios y resurrecciones, no le habrían desamparado tan cobardemente y no habrían dudado de su resurrección.  Quien volvía á la vida á los demás, bien podrá dársela á sí mismo.

       Acerca de la explicación de V. R. sobre los milagros suponiendo que no se contradice el que ha dictado las leyes para suspenderlas en ciertas épocas para conseguir ciertos fines, se me antoja que si bien puede conseguir los mismos fines sin alterar ni suspender nada. Un mal gobernante sale del paso suspendiendo la eficacia de las leyes y enstituyéndolas por su voluntad: uno bueno, gobierna en paz y fortifica lo establecido.

       Necio llama V. R. el orgullo de los racionalistas; yo, si bien estoy lejos aún de serlo uno, me pregunto: ¿donde hay más orgullo en aquel que se contenta con seguir su razón sin imponérsela á nadie, ó en aquel que pretende imponer á los demás lo que su razón no le dicta sino porque le parece que es la verdad? Lo razonado nunca me pareció necio y el orgullo siempre se ha manifestado en la idea del predominio. 

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                                                                                         José Rizal



[1] Latín, Más Arriba.

[2] Confróntese con la afirmación de un trotamundos moderno, especialista en el mundo asiático, Tiziano Terzani, La fine è il mio inizio, Longanesi editore, 2006, Desde el Himalaya, “Ho capito perché certi popoli non hanno bisogno di scritture. Il libro da leggere è davanti ai loro occhi. Nella grandiosità della natura espressione del divino. Tutti i messaggi più sacri sono lì”.

[3] Latín, Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento revela la obra de sus manos, Biblia, Vulgata, Salmos, 18:1.

[4] O Zarathustra (sec. VI a.C.?), predicador del mazdeismo, religión de la Persia preislámica.

[5] O Kong fuzi, Confucio (551-479 a.C.), pensador chino.

[6] Filósofo griego (470-399 a.C.), condenado a muerte por delitos de opinión.

[7] Filósofo griego (427-348 a.C.).

[8] Estadista y militar griego, famoso por su integridad (n. 520 a.C.).

[9] Militar y político ateniense (550-489 a.C.), artífice de la victoria de Maratón (490 a.C.).

[10] Heleniuis Acron (II s. d.C., escritor romano).

[11] Personaje del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto (1474-1533). General islámico, en el asedio de París, su campo fue dañado por la Discordia enviada, por gracia recibida, por los cristianos asediados de Carlomagno.

[12] Antigua ciudad de Palestina, en Galilea (actual Kafr Kana); N.T. Juan, 2:1-12.

[13] O Delle Beatitudini; N.T., Mateo, 5:1-12, Lucas 6:12-23. Altura cercana a Cafarnaú sobre el lago Tiberiades.

[14] N.T., Lucas 23:34.

[15] Latín, Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, Vulgata,  N.T., Mateo, 26:39.

[16] N.T., Mateo 27:46, Marcos 15:34.

[17] Latín, Hoy estarás conmigo (en el Paraiso), Vulgata, N.T., Lucas 23:43.

[18] N.T., Lucas 23:34.

                   
 




 




 
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