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EN
POS DEL «YO» A TRAVÉS DEL «TÚ»
EL
CUARTO DE ATRÁS DE CARMEN MARTÍN GAITE Y DON JULIÁN
DE JUAN GOYTISOLO
Mélanie Valle
Collado
(Universidad Autónoma de Madrid)
Resumen: En este trabajo, se
analiza El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite y Don Julián de
Juan Goytisolo en relación con el concepto de metaficción. Consideramos que los
autores consiguieron rescatar y transmitir su experiencia del pasado sin caer
en los tópicos ni las ideas impuestas porque, en ellas, se aventuraron en un
nuevo modelo formal (fuera del realismo social). En el primer apartado, veremos
cómo las obras muestran su proceso de gestación y qué papel desarrolla la
intertextualidad en ellas. En el segundo, estudiaremos los paralelos entre la
construcción de los recuerdos y de una ficción. En tercer lugar, realzaremos el
papel subversivo del género fantástico y, finalmente, nos interesaremos por las
figuras del narratario y del lector, en diálogo con el narrador y el autor
(respectivamente). Se vinculará todo ello con el contexto de concepción de las
novelas y la vida de los autores.
Palabras clave: autobiografía –
lector – autoconocimiento – metaficción – fantasía – diálogo – memoria –
autocrítica
Summary:
This paper is an analysis of El cuarto de atrás by Carmen Martín Gaite
and Don Julián by Juan Goytisolo in relation to the concept of
metafiction. From our viewpoint, the authors managed to transmit their
experience of the past without falling into topics and imposed ideas because,
in them, they develop a new formal model (different from social realism).
First, we will see how the novels show their creation process and what role
intertextuality plays in them. Secondly, the parallels between the building of
memories and that of fiction will be underlined. In the third place, the subversive
role of the fantastic will be emphasized and, finally, we will speak about the
narratee and the reader, in dialogue with the narrator and the author
(respectively). All this will be linked to the context of creation of both
novels and to the life of the two writers.
Key words:
autobiography – reader – self-knowledge – metafiction – fantastic – dialogue –
memory – self-criticism
Muchos
lectores solemos ver más diferencias que paralelos entre Carmen Martín Gaite y
Juan Goytisolo. No podemos —ni queremos— negar aquí la
existencia de distinciones importantes entre los dos. De hecho, a la tendencia
constructiva y la reivindicación de la filiación en los textos ficticios,
autobiográficos y ensayísticos de ella, se contraponen el deseo de deshacerse del
pasado (familiar y «nacional») y la inclinación destructiva del escritor
catalán. La oposición filiación/afiliación se entiende mejor si nos acordamos
de que Martín Gaite disfrutó de una educación liberal en casa mientras que
Goytisolo se crió en un medio conservador con cuyos principios entró pronto en
conflicto. En este trabajo, veremos que, en sus novelas, la relación que los
autores entretejen con el lector se distingue también sustancialmente. Más allá
de estas diferencias principales, los escritos de Martín Gaite y de Goytisolo
sí comparten algunas características. Esto no es nada extraño: nuestros dos
escritores nacieron en 1925 y 1931. Por lo tanto, vivieron en la misma época
(ambos conocieron la guerra civil y vivieron bajo la dictadura franquista) de
la que hablaron en algunos de sus escritos. Además, empezaron a escribir en los
mismos años y sus primeras obras se inscriben en el marco del realismo social[i].
En las páginas que siguen, quisiera subrayar algunos rasgos comunes a su
narrativa, en particular en Don Julián (1970) y en El cuarto de atrás
(1978), sin descuidar, no obstante, de lo que les distingue.
A mi parecer, en las dos obras, los autores se proponen rescatar y
transmitir su experiencia del pasado desde una perspectiva muy personal que les
permite evitar los tópicos y llegar a un conocimiento más auténtico de sí
mismos. En palabras de Goytisolo, «Señas de identidad, Don Julián,
mi ensayo y traducción de Blanco White forman parte de esta tentativa de
expresión individual, indispensable para vivir en paz consigo mismo»
(Goytisolo, 1977, p. 298-299). A fin de comprender dicho proyecto, situaré
tanto El cuarto de atrás como Don Julián en un «espacio
autobiográfico» (véase Lejeune, 1975, p. 41-43) y, además, tomaré en cuenta el
contexto histórico en el que las obras vieron la luz. Sobre esta base —es
decir, considerando que las dos obras reflejan parcialmente la vida de los
autores y relacionándolas con el contexto social y cultural de entonces—, el
propósito de este trabajo será vincular estrechamente «esta tentativa de
expresión individual» con la renovación formal y la ruptura con el realismo
social (que era, no lo olvidemos, el único modelo válido para los
anti-franquistas en los años cincuenta) que encontramos en las dos novelas, aun
cuando este cambio ya se vea con claridad en obras anteriores.
Sugiero que, para Martín Gaite y Goytisolo, renovar la forma fue el
único camino viable si querían hablar desde la experiencia (y no desde la
ideología) y circunscribir su(s) verdadero(s) «yo(s)». En otras palabras, los
escritores encontraron su propia voz narrativa gracias al cambio formal que
realizaron en las novelas. Por tanto: ¿En qué consiste este cambio? En mi
opinión, en El cuarto de atrás y Don Julián, Martín Gaite y
Goytisolo han dejado de concebir el texto literario como una mera copia del
mundo (invisibilidad y supuesto objetivismo narratorial) para crear obras
metaficticias, o sea, obras conscientes de ser narración, con un narrador
parcial y visible.
Como comenta Gonzalo Sobejano, la ruptura con el realismo social se
puede observar en la mayoría de las novelas de los años setenta[ii].
El crítico apunta que «en tal clima [de obstaculizada apertura al principio y,
después, de transición] parece haber adquirido vigor un nuevo tipo de novela
cuyos rasgos determinantes, por paralelismo o confluencia, vendrían a ser la
memoria en forma preferentemente dialogada, la autocrítica de la escritura, y
la fantasía» (Sobejano, 1979, p. 1). Si bien en medidas y modos diferentes,
hallamos estas tres facetas de la «nueva novela» de los setenta en El cuarto
de atrás y Don Julián.
Antes de analizar con detenimiento los tres rasgos enumerados por
Sobejano, hay que insistir en que el cambio formal (respeto al realismo social)
no implica que los autores dejen de expresar cierto compromiso político-social
en sus obras. En efecto, en el ensayo «La novela española contemporánea»,
Goytisolo declara: «No he abandonado en [Señas de identidad y, sobre
todo, Reivindicación del conde don Julián] en modo alguno el compromiso
que buscaba en mis obras juveniles. Simplemente, lo he trasladado a otro nivel»
(Goytisolo, 1977, p. 168). Por mucho menos rencorosa que sea, Martín Gaite es
igualmente crítica con la dictadura, especialmente en cuanto a la educación
«propagandista» que recibían las chicas de entonces (crítica que ya encontramos
en Entre visillos, mediante la técnica in situ). En El cuarto de
atrás, la narradora recuerda que, en aquella época, «las dos virtudes más
importantes eran la laboriosidad y la alegría, y ambas iban indisolublemente
mezcladas en aquellos consejos prácticos, que tenían mucho de infalible receta
casera» (Martín Gaite, 2007, p. 88). A la página siguiente, añade que estos
consejos se encontraban en la revista Y. La «Y» del título aludía
a Isabel
todos
[los problemas] se arreglaban no quedándose mano sobre mano, llenando el
tiempo, Isabel
Se
trata de un discurso ajeno que Martín Gaite introduce sarcásticamente en la
novela para burlarse de él y criticarlo. Como observó Mijaíl Bajtín (aunque, en
nuestro caso, no se trata de un «género», sino de «discurso» intercalado),
les
genres intercalaires peuvent être directement intentionnels ou complètement
objectivés, c’est-à-dire dépouillés entièrement des intentions de l’auteur, non
pas « dits », mais seulement « montrés », comme une chose,
par le discours; mais le plus souvent, ils réfractent, à divers degrés, les
intentions de l’auteur, et certains de leurs éléments peuvent s’écarter de
différente manière de l’instance sémantique dernière de l’oeuvre. (Bajtín,
2001, p. 82)
Dicho
sea de paso, tanto la referencia burlona a Isabel
A continuación, establezco una relación entre los tres rasgos
«prototípicos» de la «nueva novela» (que separo en cuatro: autocrítica de la
escritura, memoria, fantasía y diálogo) y el concepto de metaficción, puesto que considero que ésta es
la nueva tendencia formal de los dos textos. A fin de entendernos, cito la
definición del concepto con la cual voy a trabajar. Según Francisco Orejas, las
metaficciones son
obras de ficción que, mediante distintos procedimientos,
exploran los aspectos formales del texto mismo y cuestionan los códigos del
realismo narrativo, llamando, al hacerlo, la atención del lector sobre su
carácter de obra ficticia y revelando las diversas estrategias de las que el
autor se sirve en el proceso de las creación literaria. (Orejas, 2003, p. 115)
Creo que, aunque no sólo cumplan este
papel, la autocrítica, la memoria, lo fantástico y el diálogo ponen de relieve
la ficcionalidad de las novelas que nos interesan, o sea, muestran que las
novelas son construcciones lingüísticas creadas por un autor y dirigidas a un
posible lector. Así, el lector real se da cuenta de que toda narración es
subjetiva e independiente del mundo real (no es una mera copia de ése).
c) Autocrítica de la escritura: obra
en gestación e intertextualidad
Por este término («autocrítica de la
escritura»), Sobejano no entiende sólo un proceso de crítica de la obra que se
está elaborando desde ella misma, sino que, en opinión del crítico, se trata de
«ir elaborando la novela misma ante el lector, entregarle a éste la novela en
su proceso de gestación, autocriticarse y exigir al que lee el máximo de
clarividencia y de esfuerzo en la hechura y en la recomposición del texto como
forma» (Sobejano, 1979, p. 22). En resumen, la novela autocrítica de Sobejano
corresponde a lo que hemos llamado «metaficción». En este apartado, quisiera
tratar de dos aspectos de la metaficción que tienen mucha importancia en El
cuarto de atrás y en Don Julián. Primero, veremos cómo las dos obras
muestran su proceso de gestación al lector y, en un segundo tiempo, nos
interesaremos por el papel de la intertextualidad en ellas.
En la novela de Martín Gaite, los
folios colocados bajo el sombrero del hombre de negro (el interlocutor de la
narradora) se multiplican según el lector avanza en la lectura hasta alcanzar,
en la última página del libro, el número de «ciento ochenta y dos» y, «en el
primero, en mayúsculas y con rotulador negro, está escrito ‘El cuarto de
atrás’» (Martín Gaite, 2007, p. 192). Por añadidura, las primeras frases del
texto que nos lee la narradora son las mismas con cuales empezó la novela que
tenemos en nuestras manos. En la obra de Goytisolo, no hay referencias a las
páginas del libro, pero sí al proceso de escritura. Por ejemplo, en las páginas
226 y 227, se puede leer lo que es, según Linda Gould Levine, «la teoría
literaria que sustenta la creación de Don Julián»[v]:
sin otro alimento y sustancia que tu
rica palabra : palabra sin historia, orden verbal autónomo, engañoso delirio :
poema : alfanje o rayo : imaginación y razón en ti se aúnan a tu propio
servicio : palabra liberada de secular servidumbre : ilusión realista del
pájaro que entra en el cuadro y picotea las uvas : palabra-transparente,
palabra-reflejo, testimonio ruinoso yerto e inexpresivo : cementerio de coches,
oxidada hecatombe en las orillas de la gran ciudad : guadalajara verbal que
ensucia y no abona, deyección maloliente e inútil : discursos, programas,
plataformas, sonoras mentiras : palabras simples para sentimientos simples :
amores honestos, convicciones fáciles : las tuyas, Julián, en qué lengua
forjarlas? [...] tu vuelo acariciante ciñe el lenguaje opaco de un esplendor
sombrío, el verbo encadenado se libera, su arquitectura deviene fluida, la
mezquina palabra despierta y ejecuta la implacable traición (Goytisolo, 2004,
p. 226-227)
Como
señaló Goytisolo en varios ensayos y entrevistas, la traición total no se podía
llevar a cabo sin traicionar el lenguaje, o sea, el cimiento de cualquier
discurso o historia.
La intertextualidad es una técnica
«clásica» de la metaficción (y en realidad de cualquier texto literario) y,
como se ha anunciado, desempeña una función esencial en El cuarto de atrás
y en Don Julián. Tanto Martín Gaite como Goytisolo atacan una tradición
literaria (las novelas rosa en el caso de la novelista salamantina, el drama de
honor del Siglo de Oro y la generación del 98, entre otros, en la novela de
Goytisolo[vi]).
Por añadidura, ambos ponen en tela de juicio sus propias obras. Por un lado,
nuestra escritora critica «El balneario» de forma explícita porque, en la
segunda parte, vuelve a la realidad y pone fin a las dudas del lector sobre lo
que es real y soñado; y, por otro lado, el cambio formal de Don Julián
con respecto a las primeras obras de Goytisolo sugiere que nuestro autor ya no
aprueba las bases realistas de éstas. A la vez, ambos reivindican otra
tradición. Goytisolo alaba a Cervantes, Góngora, Rojas y Fray Luis por razones
estructurales, lingüísticas, morales y temáticas, respectivamente (véase
Goytisolo, 1977, p. 314). Por su parte, Martín Gaite vindica el poder de la
imaginación en cuentos fantásticos («fairy tales») como «Alicia en el país de
las maravillas» o el cuento de Pulgarcito. Además, como veremos en el tercer
apartado, la narradora se refiere constantemente al libro de Todorov.
La revisión de los cuentos
infantiles me permite apuntar una diferencia mayor entre nuestros dos
escritores. Mientras que el autor barcelonés los reescribe destruyéndolos (o
sea, cambiando totalmente el sentido original), Martín Gaite extrae de ellos
material para construir ficciones sin necesidad de destruir el primer sentido
de éstos. Es lo que pasa con las novelas rosa, que son simultáneamente el
objeto de críticas positivas y negativas en El cuarto de atrás.
unlike the mature Cervantes’
mocking irony or Goytisolo’s mordant wit, Martín Gaite’s attitude toward the
codes of la novela rosa is more lovingly selective. Rather than turning
to an irony which often seeks to destroy in order to create something new
(Goytisolo), she turns to constructive synthesis in order to transcend the
limitations of convention.[vii]
Este
ajuste de cuentas con la tradición y con sus propias obras permite a ambos
autores liberarse del peso de todo ello y andar con pie firme en pos de su
propia voz narrativa.
Como último punto, es importante
acordarnos de que las referencias intertextuales afectan directamente al
lector. Se puede decir que El cuarto de atrás y Don Julián son
dos telarañas más o menos enredadas con otras obras literarias. Por
consiguiente, le toca al lector identificar éstas y desenhebrarlas, mas también
entender cuál es el sentido que cogen al ser incluidas en un nuevo (con)texto.
Así, los lectores no tenemos más remedio que leer activa, atenta y críticamente
y éste es uno de los propósitos de las metaficciones.
a) Metaficción y memoria
Es posible vincular la construcción
de una ficción al ejercicio de reconstrucción de la memoria. En efecto, las
novelas así como los recuerdos combinan elementos reales con otros ficticios.
En sus novelas, nuestros dos autores ilustran esta idea. En ellas, cada uno de
los narradores recuerda momentos y acontecimientos de su vida y muestra que la
memoria modifica la realidad.
En El cuarto de atrás, la
narradora, que pinta objetos que empiezan «con
En Don Julián, quizás el
tema de la memoria como construcción no sea tan explícito como en El cuarto
de atrás. No obstante, la casualidad de los distintos encuentros del
narrador adulto con el niño que era sugiere que la memoria no se puede
controlar. Después del episodio del urinario, el narrador comenta:
incapaz de articular una excusa : volviendo
sobre tus pasos y huyendo a todo correr : español, moro? : joven, viejo? : o
alguno de esos enanos velazqueños con quienes tropiezas a menudo en el zoco? :
cómo coño saberlo? : en el bullicio musulmán de la calle, pero devuelto a tu
infancia y a sus sombríos placeres : veinticinco, veintiséis años? : nueve
tenías tú (si los tenías) y la imagen (inventada o real)
pertenece a una ciudad, a un país de cuyo nombre no quieres acordarte
(Goytisolo, 2004, p. 166. Cursiva mía)
Por otra parte, en sus memorias, Goytisolo
expone dicho tema con claridad. El final de En los reinos de taifa es
particularmente llamativo.
La memoria no puede fijar el flujo del
tiempo ni abarcar la infinita dimensión del espacio: se limita a recrear
cuadros escénicos, capsular momentos privilegiados, disponer recuerdos e
imágenes en una ordenación sintáctica que palabra a palabra configurará un
libro. [...] Ninguna posibilidad de escapar al dilema: reconstruir el pasado
será siempre una forma segura de traicionarlo en cuanto se le dota de posterior
coherencia, se le amaña en artera continuidad argumental. (Goytisolo, 1986, p.
309)[viii]
Con
todo, se puede afirmar que ambos autores son conscientes de las trampas de la
memoria y del poder de la imaginación. Rememorar y escribir una autobiografía
equivalen, por tanto, a crear cierto tipo de ficción (si bien basada en hechos
reales).
Tal vez podemos ampliar el paralelo entre memoria y metaficción. En
una entrevista, Jeanette Winterson, escritora inglesa actual, hace este
comentario acerca de su primera novela (una autobiografía ficticia):
all writing is partly autobiography in that you draw
on your own experience, but not in a slavish documentary style, but in a way
that transforms that experience into something else. [...] it's not been
difficult for me to use myself as a fictional character. Other writers do it.
Milan Kundera does it, Paul Auster does it. Of course when they do it, it's
called 'metafiction'. When women do it, it's called 'autobiography'. Unfortunate.
(Winterson, 2003 [en línea])
La
observación resulta sugestiva a pesar de que se base en una ligera
equivocación: por muchas características comunes que tengan, metaficción y
autobiografía no son equivalentes. Me interesan aquí las combinaciones
«mujer/autobiografía» versus «varón/metaficción» que podríamos aplicar a
nuestras dos novelas[ix].
A partir de este dualismo, quizás podamos atrevernos a proponer —y
así confirmaríamos la hipótesis de escritura diferenciada de Teruel Benavente— que
si se califica a los escritos femeninos donde las autoras se ponen en escena de
«autobiografía» y de «metaficción» a los relatos masculinos de la misma índole,
se debe a la mejor capacidad de ellas a «perder el hilo para reencontrarlo
después» mientras que ellos «lo pierden con placer y con propósito de no
encontrarlo nunca» (Teruel Benavente, 2004, p. 205). Dicho de otro modo, debido
a su carácter unitario, las ficciones donde la protagonista es la autora se
presentan a los lectores como autobiografías y por su (voluntaria) «falta» de
continuidad o por el continuo juego con las convenciones narrativas, los mismos
relatos escritos por hombres se ven como metaficciones. Por supuesto, no
hablamos aquí en términos de exclusividad, sino de mayor o menor
preponderancia. En El cuarto de atrás, en varias ocasiones, la narradora
se ensimisma y pierde el hilo de la conversación y, en la vida real, nuestra
autora ha mostrado que tenía ganas de «perderse» en la escritura; en El libro
de la fiebre (1949) o El cuento de nunca acabar (1983), por ejemplo.
En cuanto a Don Julián, detrás de un aparente caos, subyace una
organización meticulosa de ideas y palabras.
b) Fantasías metaficticias
Al considerar que las metaficciones
tienen como objetivo cuestionar «los códigos del realismo narrativo», enseguida
reluce el papel subversivo que desempeña lo fantástico en este tipo de
narraciones. Si cogemos a Martín Gaite de la mano y seguimos con ella
A nivel de la praxis, la novela de
Martín Gaite es ejemplar. Como subrayaron otros críticos, no se puede saber si
el hombre de negro visitó a la narradora o si es un personaje onírico. Es más:
la escritora nos obliga a aceptar que «cosas raras pasan a cada momento» y que
«el error está en que nos empeñamos en aplicarles la ley de la gravitación
universal, o la ley del reloj, o cualquier otra ley de las que acatamos
habitualmente sin discusión» (Martín Gaite, 2007, p. 96-97). Por esta razón, la
narradora se «extraña [de] que [el hombre de negro] diga ‘antes’ y no el mes
pasado o el año pasado», ya que le «resulta trabajoso sacar la cuenta del
tiempo que lleva sentado» (Martín Gaite, 2007, p. 124). En cuanto a los
desdoblamientos de la personalidad, se suceden unos tras otros desde el
principio del libro, por lo menos si se considera al hombre vestido de negro y
a Carola como posibles dobles de la narradora. Por cierto, los desdoblamientos
más evidentes ocurren cuando la narradora conversa con ella misma, pero más
joven, en el primer y tercer capítulo.
Y estas charlas con uno mismo me
permiten pasar a la novela de Goytisolo. Ésta es, en realidad, un largo
discurso del narrador consigo mismo «como si fuera otro» (Gould Levine, 2004,
p. 49) y, además, con otros personajes (el niño Alvarito y don Álvaro) que, de
alguna forma, son sus dobles. Las líneas introductorias ilustran el
desdoblamiento del narrador con el paso del «yo» al «tú» que se impondrá hasta
el final de la novela: «tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina, jamás volveré
a ti: [...] en escorzo, lejana, pero identificable en los menores detalles,
dibujados ante ti, lo admites, con escrupulosidad casi maniaca»
(Goytisolo, 2004, p. 117. Cursiva mía). Por añadidura, como señala Gould
Levine, tanto el orden temporal como el espacial resultan de «una coexistencia
de lo real y lo imaginario y de lo posible y lo inverosímil» (Gould Levine,
2004, p. 48). Debido a la alteración de la reglas «usuales», otra vez en
palabras de Gould Levine, el protagonista puede «saltar del pasado al presente
sin distinguir entre los dos ya que su monólogo se expresa casi exclusivamente
en el presente de indicativo» (Gould Levine, 2004, p. 47). Por ejemplo, cuando
el narrador rememora las clases de ciencias naturales que seguía en el
instituto, no hay casi ninguna indicación de que hemos retrocedido en el
tiempo; sólo encontramos un complemento circunstancial de tiempo («un cuarto de
siglo atrás?: poco más o menos»). El narrador continúa su discurso en presente
mientras recuerda su infancia.
Rostros y rostros infantiles que
surgen y desaparecen al tiempo que Tariq llena la cazoleta de la pipa y te la
pasa a ti : un cuarto de siglo atrás? : poco más o menos : compacta disciplina
de niños brumosos cobijados bajo su materna ala : siempre de negro hasta los
pies vestido y, en vez de cetro real, la conminatoria reglilla : imágenes de un
lugar de cuyo nombre no quieres acordarte, preguntas y respuestas que zumban
como flechas y estallan en un deslumbrante ramillete de fuegos de artificio :
Ciencias Naturales hoy : [...]
en medio de los demás niños vestidos
con delantales, agrupados alrededor de la mesa de la tarima en donde él
(Figurón?) manipula el tarro de vidrio y ajusta cuidadosamente la tapa
(Goytisolo, 2004, p. 195-196)
Además,
la novela entera mezcla acontecimientos reales con elementos oníricos y no se
puede discernir con facilidad qué elementos o acontecimientos pertenecen a la
realidad y cuáles al sueño. El lector está, por consiguiente, en la duda. Por
muy metafórica que sea, la violación del niño por el narrador (o sea, el niño
hecho adulto) es una buena ilustración de ello.
Para terminar este apartado, notemos
que el género fantástico de por sí da realce a la diferencia entre la palabra y
la cosa nombrada, entre lenguaje y realidad. Todas las ficciones están hechas
de palabras. Sin embargo, como apunta Robert Spires, las narraciones miméticas
crean la ilusión de que no es así (el lector llega a creer que el mundo
ficticio es un mundo autónomo)[x].
Contrariamente, en palabras de Todorov,
if the fantastic constantly makes
use of rhetorical figures, it is because it originates in them. The
supernatural is born of language, it is both its consequences and its proof:
not only do the devil and vampires exist only in words, but language alone
enables us to conceive what is always absent: the supernatural. The
supernatural thereby becomes a symbol of language, just as the figures of
rhetoric do.[xi]
Llevar
la atención del lector sobre el lenguaje es, sin duda, uno de los propósitos
principales de Goytisolo así como, aunque en menor medida, de Martín Gaite.
d) Dialogar, por fin...
El 20 de noviembre de 1975 es
ciertamente una de las «piedrecitas blancas» (por usar la expresión de Martín
Gaite) más prominente de la historia española reciente. Ese día, el tiempo se
reanudó para miles de españoles. Había muerto Franco, «el motor tramposo y
secreto de ese bloque de tiempo, y el jefe de máquinas, y el revisor, y el
fabricante de las cadenas de engranaje, y el tiempo mismo, cuyo fluir amortiguaba,
embalsaba y dirigía» (Martín Gaite, 2007, p. 127). Este desbloqueo del tiempo
supuso, además, una apertura al diálogo, a las ideas ajenas y a la reflexión.
Dada la importancia del diálogo en la era postfranquista, seguidamente,
mostraré cómo funciona en la obra de Martín Gaite y de Goytisolo y qué objetivo
persiguen los autores al usar dicho recurso. Sugeriré que, a pesar de las
numerosas y obvias diferencias en el empleo del diálogo en las obras de los dos
autores, éste está al servicio de una misma necesidad: el autoconocimiento (más
allá de las apariencias y de los tópicos). En un segundo tiempo, me interesaré
por la relación ¿dialogal? entre el autor y el lector en las novelas que nos
ocupan.
Antes de adentrarnos en el estudio
del diálogo, hay que subrayar que Don Julián se publicó en 1970, es
decir, antes de la muerte de Franco. No obstante, como apuntamos en la segunda
nota de este trabajo (y de acuerdo con Sobejano), ya se encuentra cierta
tendencia dialogal en novelas anteriores a la muerte del dictador. Quizás el
escribir en 1970 (cuando la posibilidad de dialogar no había terminado de
florecer aún) explique que Goytisolo no escenifica el diálogo con tanta
claridad como Martín Gaite. Sin embargo, pensamos que esto se debe ante todo a
elecciones personales.
Las teorías de Martín Gaite acerca
del diálogo (vinculado a la búsqueda de interlocutor y de buenos espejos) son
de sobra conocidas. Según la autora, la gran mayoría de nosotros sufrimos de
soledad e incomunicación. Por añadidura, a menudo, tendemos a juzgar a los
demás con rapidez, sin entenderlos de verdad. Por esto, «el propio yo viene a
verse como una especie de telón despintado y engañoso que solamente una mirada
ajena podría hacer creíble y reivindicar» (Martín Gaite, 2000, p. 20). Ahora
bien, en una sociedad en la que «no nos solemos disfrazar de nada, ni tenemos
de ordinario la ocasión de encontrarnos al anochecer con un desconocido
misterioso junto a un solitario acantilado» (Martín Gaite, 2000, p. 19), no nos
queda más remedio que inventar esta mirada ajena, y, por cierto, es lo que
hacen todos los escritores: «El narrador literario [...] puede inventar ese
interlocutor que no ha aparecido, y, de hecho, es el prodigio más serio que
lleva a cabo cuando se pone a escribir: inventar con las palabras que dice, y
el mismo golpe, los oídos que tendrían que oírlas» (Martín Gaite, 2000, p. 27).
Además, la búsqueda de interlocutor está estrechamente vinculada con la
búsqueda del modo. Esto se ve perfectamente en El cuarto de atrás donde
la renovación formal corre parejas con una importante puesta en evidencia del
narratario (véase Prince, 1973).
Sin duda, el hombre de negro (el
«amigo de toda la vida», «mi interlocutor», «este desconocido», el «personaje
vestido de negro» —Martín Gaite, 2007, p. 39, 62, 70, 161, respectivamente—)
reúne todas las cualidades del oyente ideal de nuestra autora y de su doble, la
narradora. Efectivamente, a lo largo del libro ésta repite que su interlocutor
le «ha dado pie con tanta pregunta» (Martín Gaite, 2007, p. 66), que, por
añadidura, «parece como si realmente le interesara, no se le trasluce ánimo de
fiscalizar sino de esclarecer, de aportar ayuda» (CA: 37) y que,
finalmente y precisamente por ser ideal, «no se merece respuestas tópicas»
(Martín Gaite, 2007, p. 68). De la misma manera que ella no quiere que su
interlocutor la encasille en un tópico, ella no se los va a dar, es decir, le
va a hablar desde la experiencia y no desde la ideología (véase Teruel
Benavente, 2004, p. 200-201). Y hablar desde la experiencia permite a nuestra
narradora darnos un fiel reflejo de sus vivencias y, además, conocerse y
entenderse mejor, ya que al quitar la cortina de las ideas impuestas, sale a la
luz su verdadero «yo».
A diferencia de Martín Gaite,
Goytisolo no escenifica el diálogo ni crea a ningún interlocutor (excepto en
las partes donde el narrador se encuentra con el niño del pasado —que oscila
entre el «tú» y el «él»— o con don Álvaro). La novela es un largo diálogo
interior del narrador anónimo —pero a todas luces, la sombra del autor[xii]—
consigo mismo. La situación es, pues, indudablemente distinta de la de El
cuarto de atrás.
En Don Julián, el diálogo
entre el «yo» y el «tú» ofrece al narrador la posibilidad de revisar su pasado
para criticarlo/se, renegar de él, y, así, llegar al propio y verdadero «yo».
La patria es la madre de todos los
vicios: y lo más expeditivo y eficaz para curarse de ella consiste en venderla,
en traicionarla: [...] por el simple, y suficiente, placer de la traición: de
liberarse de aquello que nos identifica, que nos define : que nos convierte,
sin quererlo, en portavoces de algo que nos da una etiqueta y nos fabrica una
máscara (Goytisolo, 2004, p. 234)
Por
consiguiente, nuestro narrador quiere quitarse la máscara para descubrir e iluminar
su propio rostro. ¿No es esto lo que Martín Gaite pretende conseguir mediante
una conversación con un interlocutor virgen e interesado (en conocerla)? Yo
contestaría que sí. En ambas novelas, los narradores, a semejanzas de sus
creadores, buscan su «yo» profundo (detrás de las máscaras y de los tópicos) a
través de un doble «tú» que, de un lado, es una persona concreta y, del otro,
un doble fantasmal. Dicho esto, no nos olvidemos de que, en múltiples
ocasiones, la narradora de Martín Gaite va recordando a solas y que, dos veces
en la obra, ella también se encuentra con la niña o adolescente que era, como
queda dicho.
Los dos escritores no revisan el
pasado de la misma manera. Martín Gaite extrae de él todo lo necesario y
reconoce tanto sus lados positivos (la educación liberal de la que disfrutó)
como los más sombríos (entre otros, la educación oficial, el miedo a la
palabra). Al contrario, Goytisolo quiere borrarlo todo y suplantar la máscara
del pasado por otra (porque, al fin y al cabo, al reclamar la figura de don
Julián, el narrador se pone una nueva máscara, sea o no más adecuada a su
cuerpo).
Después de analizar el diálogo
interno (entre textos literarios y entre personajes) en El cuarto de atrás
y en Don Julián, es interesante llevar nuestra atención en el posible
diálogo autor-lector en las obras. Si venimos insistiendo desde las primeras
páginas de este trabajo en definir nuestros dos textos como metaficciones es en
parte porque, en este tipo de novelas, el lector gana una importancia muy relevante.
Todos los críticos que han estudiado este tema (Patricia Waugh, Linda Hutcheon,
Francisco Orejas) lo han reconocido: el papel del lector no es el mismo en una
metaficción que en las llamadas novelas realistas. Orejas explica este nuevo
papel en estos términos:
el que un texto literario lleve inscrito
en su portada, bajo el título, la palabra novela no significa
necesariamente [...] que se corresponda con lo que ordinariamente entendemos
por novela, sino un discurso narrativo centrado en las relaciones entre
realidad y ficción, o en el proceso de creación de ese mismo discurso, lo que
obliga al lector a atender al conjunto de los elementos que participan de la
narración, historia y relato, enunciado y enunciación, al mensaje y la función
poética y al código, y, con él, también a la función metalingüística. [...] el
lector no puede ser un lector convencional, no avisado, el « lector
ingenuo » del que habla Eco en Lector en fabula [1993], sino un
lector dotado de « competencias de lectura » que le permitan advertir
los distintos niveles de verosimilitud que se le presentan. (Orejas, 2003, p.
148)
Creo
haber mostrado con suficiente claridad en las páginas anteriores cómo Martín
Gaite y Goytisolo llevan la atención del lector sobre la borrosa relación entre
realidad y ficción, sobre el lenguaje y sobre los códigos de la ficción y cómo,
haciendo eso, lo obligan a leer activamente. Vale la pena hablar ahora de la
oposición entre discurso e historia.
Como Goytisolo observó en un ensayo,
a principios de los años setenta, varios autores empezaron a reivindicar el
discurso en vez de la historia (según la distinción de Émile Benveniste), es
decir, reivindicaban «una expresión del lenguaje subjetivo» o, en palabras del
lingüista francés, una «enunciación que supone un locutor y un auditor y, en el
primero, la intención de influir en el segundo» (Goytisolo, 1977, p. 164). Si
consideramos, con Elsa Dehennin, que la historia es «un discours apersonnel
[...] qui raconte aux temps du passé» y que el discurso «commente aux temps du
présent» (Dehennin, 1994, p. 5), caemos en la cuenta de que Don Julián
es un largo discurso mientras que, en El cuarto de atrás, predomina la
historia frente al discurso. Dejo este hilo sin atar de momento.
Es necesario recordar ahora que, en
realidad, sendos narradores son los autores vestidos de una «máscara retórica»
(Fernández Prieto, 2004, p. 19) más o menos transparente que éstos se han ido
confeccionando según escribían unos textos que reflejan su experiencia y
sensaciones pasadas (y presentes). No se trata en ninguno de los dos casos de
autobiografía en sentido estricto (Lejeune), pero sí de unas autoficciones, si
entendemos el concepto como un «territorio idóneo» «que le otorga al autor la
libertad de representarse textualmente a través de una figura de múltiples
caras, voces e identidades con la que juega a identificarse y distanciarse, a
conocerse y desconocerse» (Fernández Prieto, 2004, p. 20). Ahora bien: si
nuestros dos narradores son los dobles ficticios de los autores, ¿no serían sus
interlocutores (el hombre de negro, la niña o el niño del pasado, Carola, «tú»)
las sombras del lector, o sea, la nuestra?
En lo que concierne al hombre de
negro, es más: es el interlocutor ideal de Martín Gaite, y, además, su lector
ideal: es capaz de conocerla «por lo que escribe» y sabe «leer entre líneas»
(Martín Gaite, 2007, p. 180). También es un lector que se pone a leer sin
«exigencias preconcebidas» y que puede «abandonarse a lo mucho o a lo poco que
[los libros igual que las personas] nos den» (Martín Gaite, 2000, p. 149). En
fin, este lector no es en absoluto ningún «lector ingenuo», sino al contrario,
es un lector competente. Y nosotros, lectores entusiastas de la escritora
salmantina, podemos seguir el camino que nos traza, es decir, convertirnos en
los «lectores competentes» que ella interpela y dibuja en su novela.
La relación de Goytisolo con el
lector es bastante distinta y, probablemente, más exigente. Él no propone
actitudes de lectura, sino que las impone. No quiere a un «lector ingenuo» y no
lo va aceptar. En palabras del autor, «Don Julián es una obra cerrada,
circular, totalizante, que no deja, o aspira a no dejar, ningún cabo suelto y
obliga al lector a volver a cada paso sobre una serie de elementos que
aparentemente habían cumplido ya su misión de información» (Goytisolo, 1977, p.
315). En resumidas cuentas, tenemos que leer criticando, tal y como Américo
Castro hizo con respeto a la tradición española (véase Goytisolo, 1977, p.
311). Esto no supone, sin embargo, que sólo exista una lectura válida de la
novela, sino que estamos obligados a participar en la construcción del sentido
de la obra. Para citar de nuevo al autor: «En Don Julián me propuse
hacer simplemente un texto que me permitiera [y —yo añadiría— permitiera al
lector] diversos niveles de lectura» (Goytisolo, 1977, p. 296). El uso de la
segunda persona es evidentemente una técnica para implicar al lector en el
relato, de hacerlo partícipe de la búsqueda de identidad tanto narrativa
(«traición-lenguaje») como personal («traición-tema» —Goytisolo, 1977, p. 292)
del autor.
Es tiempo de atar el último hilo
suelto y así concluimos. Como el escritor catalán realza, el discurso pone de
manifiesto la «intención» del autor «de influir» en el lector. Por eso, creo
que el uso (parcial o total) del discurso en nuestras dos novelas corre
paralelos con la relación de nuestros autores con los lectores: de buena guía
en el caso de Martín Gaite, dirigista para Goytisolo.
Con todo, podemos afirmar que la
relevancia del discurso, la subjetividad del lenguaje, las semejanzas y
confusiones entre autor y narrador, lector y narratario, realidad y ficción
(fantasía), pasado real y recuerdos, es decir, todos los recursos metaficticios
de los que se han valido los autores en El cuarto de atrás y en Don
Julián los han ayudado a alcanzar un conocimiento no condicionado de su
propio ser, y al mismo tiempo, les han dado la oportunidad de establecer un
verdadero diálogo con el lector. Así, las dos autoficciones, autobiografías
ficticias, o quizás podríamos decir, metaautobiografías, cuentan y comentan la
experiencia pura (más allá de las ideas) de Martín Gaite y de Goytisolo desde
una perspectiva muy personal, pero hacia un colectivo de lectores a quienes
desean dar un retrato sincero del pasado y, a la vez, enseñar a leer de forma
crítica. Como concluye Sobejano:
Al dar expresión al clima de ruptura
de su época y al proponer diálogo, autocrítica y fantasía [...] como elementos
de estructuración de sus obras, los novelistas españoles de los años setenta, a
los que aquí he podido referirme, entregan a sus destinatarios un mensaje
ético-estético de eficacia al mismo tiempo configuradora y transformadora. Y
consuela comprobar que en la etapa última de esta trayectoria de la novela
desde el individuo a la comunidad, de ésta a la totalidad, y de la totalidad
hasta la «escritura», no se haya perdido a pesar de tanto fárrago sobre la
hermética autonomía del texto el humanismo de la persona responsable. Gracias
al diálogo. (Sobejano, 1979, p. 22)
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[i] Recordemos,
sin embargo, que la primera novela de Martín Gaite, El libro de la fiebre
(que redactó después de contraer el tifus en 1949, pero que sólo se publicó en
2007), es de índole fantástica y metaliteraria (véase E. Ruiz Mateo, 2007 [en
línea]).
[ii] La
ruptura con el realismo social ya es visible en los años sesenta con títulos
como Tiempo de silencio (1962) de Martín-Santos, Ritmo lento
(1963) de Martín Gaite y Señas de identidad (1966) de Goytisolo.
[iii] Durante
la dictadura, Isabel la católica era un modelo para la juventud femenina. Se
trata de una de las numerosas manipulaciones ideológicas del franquismo. Sobre
la condición de la mujer bajo el franquismo y los modelos femeninos impuestos
por el régimen, véase A. Morcillo, 1988 [en línea].
[iv] C. Martín Gaite. Entrevista para Círculo Digital [en línea]. Carmen Martín
Gaite. 1925-2000 [página consultada el 1 de junio de 2008]. Disponible en
<http://www.geocities.com/carmenmartingaite/>.
[v] L. Gould Levine, nota 180 en la edición citada de Don Julián,
p. 226.
[vi] Para
más información sobre los objetos de crítica de Goytisolo en Don Julián,
véase el famoso episodio de la biblioteca (Goytisolo, 2004, p. 137-147).
[vii] E. J. Ordoñez. Reading,
telling and the Text of carmen Martín Gaite’s El cuarto de atrás. En From
Fiction to Metafiction: Essays in Honor of Carmen Martin-Gaite. Eds. M.
Servodidio y M. L. Welles. Op.
cit. p. 176.
[viii] Como el autor estipula en la edición
de península (Memorias. Barcelona: Península, 2002), éstas son, en
realidad, palabras de Walter Benjamin.
[ix] Entonces,
deberíamos ampliar la definición de la autobiografía de Lejeune (véase Lejeune,
1975, p. 14): el crítico francés considera que sólo hay autobiografía cuando el
nombre del autor, del narrador y del protagonista son idénticos y no es así —explícitamente
al menos— en El cuarto de atrás.
[x] Véase R. C. Spires. Intertextuality in El
cuarto de atrás. En From Fiction to Metafiction: Essays in Honor of
Carmen Martin-Gaite. Eds. M.
Servodidio y M. L. Welles.
Op. cit. p. 144.
[xi] T. Todorov. The
Fantastic: A Structural Approach to a Literary Genre. Trans. R. Howard.
[xii] Véase «No es moro todo lo que reluce», el último capítulo de En los reinos de taifa. Allí, después de contar su experiencia en Tánger (semejante a lo que se narra en Don Julián, pero en tercera persona), Goytisolo declara, haciendo eco a Flaubert: «don Julián c’est moi» (p. 309).
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