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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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NÚMERO 2 - NOVIEMBRE 2001

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Los tonos y el estudio social del lenguaje

Como tantas otras categorías lingüísticas, la de Tono está marcada por el sino de la polisemia. Su misma caracterización léxica ya lo es. En su definición lexicográfica el Diccionario de Autoridades resaltaba el modo, o manera particular, con que se hace alguna cosa, o se quiere que se entienda, y remitía al latín Modus. También destacaba el sonido que hace la voz cuando se habla o se canta, remontándose al latín Tonus. El Diccionario de la Real Academia, en su edición de 1992, mantiene en una sola entrada estos y otros sentidos del término, pero remitiendo, además de al latín Tonus, al griego tonos, tensión, y destacando, entre otros aspectos, la inflexión de la voz y modo particular de decir una cosa, según la intención y el estado de ánimo del que habla, así como el carácter o modo particular de la expresión y del estilo de una obra literaria según el asunto que trata o el estado de ánimo que pretende reflejar.

Algunos sentidos del término tono dependen también del tipo de categorización que le asignemos. Proponemos tres posibles consideraciones:

            a) En cuanto categoría ingenua.

            b) En cuanto categoría instrumental.

            c) En cuanto categoría teórica.

a) El tono como categoría ingenua:

Son diversos los registros en los que la categoría semiótica tono adquiere un valor autónomo y absoluto. En el caso del discurso literario la urdimbre psicodramática del texto depende de la presencia explícita o catalizable de las marcas tonales. Ejemplo antológico de aparición expresa del término es el siguiente diálogo de la novela Las cosas que llevaban los hombres que lucharon (Anagrama, Barcelona, 1990, pág. 101) del norteamericano Tim O’brien:

“El Rata seguía así hasta que Mitchell Sanders ya no podía aguantar más. Su oído interno se sentía la mar de ofendido.

- La historia –decía Sanders-. Estás echando a perder el tono de tu historia, chico, la estás destrozando.

- ¿El tono?

- La manera de expresarla. Tienes que conseguir un tono coherente, como lento o rápido, triste o alegre. Con todas esas digresiones, no haces más que joder el tono de tu historia. Limítate a lo que ocurrió.

Con el entrecejo fruncido, el Rata cerraba los ojos.

- ¿El tono? –decía-. No sabía que fuera algo tan complicado.

      La muchacha se unió al zoológico. Un animal más: aquí se acaba la historia.

- Vale, cojonudo. Pero cuéntala bien.”

La retórica política en sus diversas aplicaciones (parlamentarias, periodísticas o propagandísticas) recurre al tono como cimiento y resorte en diversas fases y circunstancias de su proceso constructivo: “Ni la oportunidad ni el tono tienen nada que ver con la cuestión de fondo, que es la necesidad de un profundo cambio en la política vasca”, decía José María Aznar y explicaba de inmediato, en reiteración enfática, en las declaraciones que recogía el diario El País el domingo 11 de junio de 2000: “Lo puedo decir en voz bajita, como lo he hecho ahora, o subiendo los decibelios. El tono no es lo importante, lo importante es la cuestión de fondo, si se cambia de actitud. Lo demás lo considero bastante poco relevante.”

Es más, la competencia metacomunicativa ingenua de cualquier hablante (incluso los menos idealizables) se orienta merced a una serie de puntos cardinales que conducen a las áreas nucleares de los diversos tipos de textos: por qué y para qué se dice (o se calla) lo que se dice de la manera cómo se dice, utilizando para ello un determinado soporte material, en un determinado contexto psicosociocronotópico: intención, propósito, tema, argumento, clave, tono, tenor, estilo, sonsonete, voz, letra, situación, etc., son algunas de las etiquetas que envuelven, en cierta medida, los mismos contenidos referenciales que otras etiquetas tecnolectales como intellectio, inventio, dispositio, elocutio, actio, etc. Una tipología abierta de denominaciones valorativas de agentes, actos y resultados comunicativos completan esta pragmática ingenua.

En el caso del tono (sin mencionar algunas de sus variantes léxicas –en significante y en significado- como entono o desentono, sintonía, tonillo, etc.) existe esta tipología abierta, constituida sobre especificaciones valorativas. Sirva como ejemplo el siguiente listado recogido por completo de textos periodísticos: tono despectivo, tono sentido y exaltado, tono racista, tono de cansancio, tono festivo, tono optimista, tono insultante, tono conciliador, tono desafiante, tono amable, tono picante, tono poco riguroso, tono irónico, tono de mayor intimidad, etc.

Junto a esta consideración taxonómica ingenua, el tono, desde la misma clave, es contemplado como un procedimiento o mecanismo sometido en su devenir a valoraciones de estrategia y táctica comunicativa. Se explica de esta forma el control ingenuo de los cambios de tono o el juicio censor de las salidas de tono. En efecto, los interlocutores se entonan o se ponen a tono, ajustan el tono subiéndolo o bajándolo, lo mantienen en el punto justo o lo cambian; recuperan el tono, a veces, se salen de tono (pierden las formas o los papeles).

La noción discursiva de tono conserva su condición gradatoria o escalonada en semejanza metafórica con los tonos cromáticos (claros y oscuros), musicales (agudos y graves) o musculares (altos y bajos). La conciencia sinonímica ingenua con la noción de estilo se sitúa, sobre todo, en el terreno de las rupturas o salidas de tono que se asocian a la ausencia de estilo, justificándose en esta similaridad la graduación estilística asociada a la banda de la formalidad o informalidad, en función, conviene recordarlo, del tipo de relación y grado de conocimiento (familiaridad) de los participantes en un evento comunicativo.

b) El tono como categoría instrumental:

La causa de numerosos conflictos lingüísticos o sus manifestaciones más frecuentes obedecen a razones de tipo tonal, a las diversas maneras de decir (o de callar) lo que sabemos, queremos, debemos o podemos decir. Los tonos desde el punto de vista de su estimación o apreciación social han significado siempre un foco de obsesión y, sin afán de exagerar, de angustia. ¡Cuántas veces se sabe lo que hay que decir pero se ignora cómo hay que decirlo! ¡Cuántas veces nos ofende o nos alegra no aquello que se dice sino la forma en que se nos dice!

Esta preocupación social por el control de los tonos se ha manifestado históricamente:

a) En la organización de las disciplinas retóricas en las cuestiones relativas a la teleología artística (docere, delectare o movere) y en la clasificación de los diversos estilos artísticos. En su obra Lingüística Textual y análisis de textos hispánicos (Universidad de Murcia, 1988), el profesor Michael Metzeltin recuperaba, en el apartado dedicado a los tipos de comunicado y estilo, los planteamientos sostenidos por Jovellanos en sus Lecciones de retórica y poética:

“Ya hemos visto que la configuración de un comunicado depende de la intención del emisor, del contexto y del co-texto. Pero la elocución de un texto está condicionada también por la materia de la que trata el comunicado. “Aquel solo se debe tener por elocuente” –dice Jovellanos- “que sabe tratar las cosas pequeñas con simplicidad, las grandes con elevación y movimiento, y las medianas en un estilo más relevado que el simple y menos animado y fuerte que el grande. Esto es lo que propiamente se llama conveniencia en la elocución. Y la atención a observarla produjo necesariamente los tres géneros de estilo que más han señalado los retóricos, es a saber: el estilo simple, el adornado o florido, y el grande o elevado.” (p.27)

Veamos, a modo de ejemplo, las características del estilo florido:

“El ornato dirigido a agradar” es lo que constituye el estilo florido y lo diferencia de los otros. “Cuando el orador está sin interés particular, y el auditorio nada más busca que su placer, como en las arengas académicas, en discursos de aperturas de tribunales, escuelas y funciones públicas; en fin, en todos aquellos discursos que no tienen por principal objeto la instrucción, entonces acomodará bien el estilo florido, entonces podrá desplegar todas las riquezas del arte de ostentar toda su pompa; entonces podrá emplear los pensamientos ingeniosos, las expresiones brillantes, las colocaciones y figuras agradables, las metáforas atrevidas, el orden numeroso y periódico; en una palabra, todo aquello que tiene el arte de más brillante y magnífico. A nada aspira entonces mas que á agradar, y todo cuanto a esto se dirige llenará su objeto.” (p. 28)

Las intenciones, los diversos tipos de textos en función de su temática, los recursos formales, las posibles circunstancias contextuales, todo queda previsto, programado, controlado. La posible angustia o tensión comunicativa queda mitigada desde el principio con el recurso a los patrones modalizantes.

Esta tradición retórica, retomada y renovada por Jovellanos, se vuelve a manifestar, en esta dimensión instrumental, en forma de consejos difundidos a través de Internet. Sirva de ejemplo la serie de consejos útiles –antídotos contra la ansiedad- que se facilita a los hombres de empresa frente a los diferentes medios de comunicación:

“Televisión

El vestuario es muy importante: moderno dentro de la sobriedad; los colores azulados transmiten serenidad; y siempre debe guardarse la propia imagen, sin falsos artificios. La expresión debe ser clara y resuelta, acompañada de un lenguaje no verbal comedido en movimientos, que transmita tranquilidad.

Radio

Exposiciones breves y pausadas. Los mensajes principales deben ir precedidos y acabados por pausas, esto los subrayará y facilitará el posterior montaje radiofónico si la entrevista no es en directo. Los mensajes deben ser argumentales y no retóricos evitando las cifras en lo posible.

Prensa escrita

La prensa escrita permite una mayor densidad en el mensaje, pero sin aburrir. Las exposiciones han de construirse a partir de frases claras, concisas e imaginativas, que permitan al periodista tener titulares atractivos.”

       Después de otra tanda de consejos generales, termina el autor de estos consejos organizando la nada bajo un socorrido y vacío doble vínculo:

“A pesar de todo, no hay que obsesionarse –por fin apareció la palabra- con los consejos y conocimientos adquiridos. Es cierto que hay aspectos a tener en cuenta, pero lo importante es la naturalidad, la brevedad y la sencillez en la exposición. Y, desde luego, ser siempre uno mismo.” (Cfr. “Manual del Ejecutivo frente a los medios”, en http://www.proyeccion.com/manual.html).

Gran parte de la ortopraxis –especialísimo Prozac discursivo- contenida en manuales preceptistas de diverso género, dirigida tanto al comportamiento oral como escritural, habría que encuadrarla en esta particular dimensión instrumental.

b) En las diversas técnicas especializadas en el control profesional de algunas manifestaciones de los tonos discursivos. Estas habilidades –como las piedras para Demóstenes- son de importancia fundamental en Arte Dramático, en particular, todas las disciplinas auxiliares del arte de la declamación.

c) En los incontables manuales de urbanidad o buenas costumbres. Su florecimiento cíclico coincide con las fases críticas que se producen con el ascenso socioeconómico de un determinado sector social como consecuencia de las oscilantes hegemonías políticas. La tensión y angustia generadas por la ignorancia en diversas facetas de la actividad pública favorecen la difusión de recetarios en los que se incluyen desde técnicas rigurosísimas para dominar correctamente una nerviosa aceituna en un piscolabis en la Embajada marroquí hasta necesarios listados de temas de conversación, fórmulas de tratamiento, tipos de saludos, etc. En la obra Urbanidad en verso del Rdo. José Codina, reeditada en 1998 en la editorial Plaza y Janés, Amando de Miguel analizaba, en breve pero interesante prólogo, las características principales de este subgénero literario. En efecto, en su opinión: “Los libros de etiqueta son un aviso contra la alteración de costumbres que significa una sociedad móvil. Por eso abundan en la época de la Restauración (1876-1931), que es cuando la sociedad española empieza a registrar amplios movimientos geográficos y de ascenso social, por ejemplo, a través de los estudios, las profesiones. Se trata de imitar con soltura a los que ya están arriba. Pero hay que cuidar no hacer el ridículo, al ‘recién llegado’ se le nota. Las prescripciones de la urbanidad están también para recordar lo difícil que es cambiar de posición. Pero, si uno aprende a ‘comportarse’, puede llegar a que se olvide su origen humilde” (págs. 11-12).

En otra sección de este número de Tonos (Recortes de Prensa) se incluyen dos testimonios impresionantes de la correlación existente entre cambios políticos radicales y voluntaristas propuestas de nuevas formas de tratamiento. Igual calificativo merece, por diversas razones, el artículo titulado ¿Usted o tú? que, en El País Semanal de 1 de noviembre de 1987, publicaba Fernando Fernán-Gómez en la sección denominada Impresiones y depresiones. Entre esas razones hay que señalar la interesante explicación histórica que brinda para entender algunas de las curiosas oscilaciones que en el presente siglo se han producido en España. Reproducimos por extenso esa crónica:

“Hubo un tiempo en el que todo esto estaba más claro y hasta los niños lo aprendían con facilidad. Pero determinadas circunstancias históricas interrumpieron las enseñanzas de muchos y trastocaron los usos y las costumbres. Durante nuestra guerra civil se impuso el tú mayoritariamente en los dos bandos. Al final, como todo el mundo sabe, ganó uno de ellos, y ése no es que impusiera el tú, pero lo puso de moda, como habría hecho el otro bando de ser el vencedor. El tú era de los falangistas y también de buena parte de los vencidos: anarquistas, socialistas, comunistas. Casi puede afirmarse que el usted se quedó exclusivamente para los republicanos. La gente fina, por imitación de la aristocracia (que a la vez lo hacía por presumir de castiza, de sencilla), estableció la costumbre de hablarse de tú desde el momento de conocerse, y pasaron a tutear incluso a los que eran superiores en edad, dignidad, saber y gobierno. Después de la posguerra se había extendido tanto el hábito del tuteo entre la clase alta y la media que el usted quedó poco menos que reservado para los obreros, quizá temerosos de que a su tuteo se le vieran connotaciones políticas …A finales de los años cincuenta y durante los sesenta, la década prodigiosa, la acracia triunfó, como muchos de ustedes recuerdan,…Pero todos éramos compañeros, el futuro había llegado y el tú se imponía. No el tú selectivo y excluyente de la nobleza, ni el de los partidos políticos, sino el tú humanitario, igualitario, de la gente común, de las personas.

A mediados de los setenta perdieron la paz los que muchos años antes habían ganado la guerra, y se diluyó en el olvido todo eso de los tús falangistas, comunistas y ácratas. También la gente fina y la nobleza empezaron a dejar de sentir la necesidad de ser demócratas, populares, sencillos y barriobajeros en el sentido en que lo era la Chata.

Y ahora, en esta época neotecnológica, de europeísmo, de convenciones, Mercado Común, cuadros y ejecutivos, vuelve a ser necesario el usted…No hay por qué ocultar que, al cabo del tiempo y tras muchos avatares, esto significa un triunfo del neocapitalismo o neoliberalismo, que viene a ser una de las múltiples formas con las que de cuando en cuando nos presentan la democracia.”

En este mismo artículo se comenta, con cierta ironía y un no disimulado malestar, la normativa aprobada en esas fechas por los dirigentes socialistas sobre las formas de tratamiento en las entrevistas televisivas.

Sin lugar a dudas, la llegada al poder del PSOE y el ejercicio de gobierno tan prolongado en las diversas administraciones del Estado favorecieron el resurgir de este tipo de propuestas normativas. Propuestas que no se limitaban exclusivamente a los variados consejos para “saber estar” (soluciones rápidas para quienes, en el fondo, “no sabían lo que eran”), sino que se extendieron a otras esferas de la vida social tan importantes como las relativas al control estilístico de los diversos agentes de los medios de comunicación social, aunque en este terreno se trataba más de paliar la ignorancia de las correctas normas gramaticales que de refinar la conducta. La revista Estilo –repárese en el nombre- que durante un tiempo distribuyó el diario El País como complemento informativo pretendía colmar estas carencias. Un artículo como el titulado: “El ritual del saber estar”, publicado en la mencionada revista el día 3 de junio de 1990, refleja todas las obsesiones de ese momento histórico. Junto a cosas más profundas, resaltaba como “terminantemente prohibido”: “Pisar las conversaciones de otros y caer en la impertinencia. Efectuar llamadas particulares por medio de la secretaria teniendo el número directo de una persona. Usar palillos mondadientes, excepto para la tortilla de patata. Llevar el bolígrafo visible como si se viniera del bingo. Llevar las bolsas de mano llamadas popularmente ‘mariconeras’. Llamar de tú a una persona de mayor edad o de categoría social superior. Utilizar gafas de sol cuando se habla con alguien en sitios públicos o lugares cerrados. Mascar chicle o comer pipas” (pág. 27).

Hoy incluso nos puede parecer sorprendente –aunque el nivel de frivolidad parece no tener techo- el que la revista dominical de un periódico de vida fugaz publicase la lista de los cincuenta personajes públicos más maleducados de España. El reportaje se aderezaba con un conjunto de fotografías ilustradoras de los gestos y de las situaciones que, por si el texto no era suficiente, demostraban que “somos un pueblo maleducado”. Reforzaba este informe (El Independiente. 26 de agosto de 1990, páginas 12-19) una reflexión de Alberto Moncada titulada: “La urbanidad de las formas” en la que se analizaban las causas del que se consideraba un proceso de degradación. No está de más recordar el diagnóstico que se hacía hace una década de las causas de la situación: “Por la rapidez con que se ha producido la conversión de España en una sociedad de consumo a la americana, donde el dinero es el principal pasaporte social, no ha habido mucho tiempo de que se produzcan anticuerpos estéticos y morales. La principal agencia de información y control moral de nuestro país, la Iglesia católica, ocupada en sus propios esfuerzos de supervivencia y escasamente proclive a otros pecados que no sean los carnales, está siendo incapaz de acaudillar un rearme ético y estético. Las prepotencias y las brutalidades del modelo americano han terminado empalmando con los malos modos del señoritismo español, con los peores perfiles del rufianismo barriobajero, sin que ninguna organización importante, ni siquiera el sistema educativo en su conjunto, sea capaz de desplegar una función de reeducación en la urbanidad. Para terminarlo de arreglar, el ya largamente gobernante partido socialista ha dejado de enarbolar las consignas éticas de sus fundadores, la preocupación por la redención intelectual del proletariado. Surcado por diversas corrientes de triunfalismo, el socialismo en el poder genera vientos de prepotencia, de arribismo y mala educación, simbolizados en la saga de los hermanos Guerra, que se transmiten a sus triunfadoras clientelas, y no contribuyen precisamente a mejorar la situación”.

No es lugar este de valoraciones políticas, pero, nos atrevemos a decir que la incapacidad de custodiar secretos de Estado (pérdida del poder sobre la información vital) y el descontrol de los modelos de actuación pública fueron dos de las claves del fin del poder político socialista.

Una década después estas mismas cuestiones siguen apareciendo en el mismo tipo de publicaciones. Carmen Posadas, en la sección Mi turno del Semanal Magazine del 8 de octubre de 2000, razonaba, en el artículo “¿Y usted por qué me tutea?”, sobre la llamada “generación del usted” para la que: “algunas pérdidas, como la del usted, implican algo más que un simple cambio lingüístico. La lengua tiene miles de recursos minúsculos y está hecha de sutiles diferencias como las de llamar a alguien de tú o de usted. Ya sé que se considera muy campechano y “guay” tutear a todo el mundo y a veces también se considera un síntoma de proximidad, pero no lo es. Se trata más bien de un empobrecimiento innecesario. En el lenguaje como en la vida, todo es cuestión de matices.” (pág. 16). “¿Se debe hablar de religión en la mesa?” es la pregunta con la que una tal Sir Lulu Stout daba comienzo al artículo que publicaba la revista El Semanal el mismo día 8 de octubre. La respuesta no podía ser más salerosa: “En resumen, usted decide su propia talla: entre los Kennedy y los Simpson, dispone de un gran abanico de conversaciones a las que recurrir.” (pág. 96). 

c) El tono como categoría teórica

La noción de tono (o su equivalente léxico tenor) es un elemento integrante de la conocida Teoría del Registro, una de las formulaciones más conocidas de la denominada Escuela Neofirthiana (también etiquetada como Contextualismo Británico), cuyo representante más conocido internacionalmente es el profesor Michael Halliday. Parte de su obra y la de otros miembros de la escuela (Michael Gregory y Susanne Carroll) ha sido traducida al español y utilizada en análisis estilístico-textuales y sociosemióticos. A diferencia de la categoría Estilo en el modelo variacionista laboviano (entendida como uno de los parámetros necesarios tanto para la obtención como la evaluación de datos lingüísticos), la de Tono o Tenor se concibe como tipo de variedad constitutiva de cualquier texto dependiente en sus manifestaciones formales de la escala de formalidad o familiaridad que presida la particular situación de producción o recepción del texto. De igual forma, aunque no haya unanimidad, los factores determinantes de la teleología de cada texto se catalogan también como “tonales”. En última instancia, desde un punto de vista más general, llega a concebirse como el instrumento canalizador de las manifestaciones de la función interpersonal del lenguaje humano.

Sin lugar a dudas, si hubiera que formular una lingüística de las emociones, la principal vía de acceso sería la que estuviese rotulada por la categoría del tono. Esta propuesta supone –y, de inmediato hay que ponerlo de manifiesto- descubrir un Mediterráneo, ese maravilloso mar de la Estilística. En este sentido, es recomendable la lectura de Estilo y texto en la lengua (Gredos, Madrid, 1997), del profesor Joaquín Garrido Medina.

Inexcusable es, para algunos de los aspectos arriba mencionados, la referencia al proyecto EDICE (Estudios del Discurso de Cortesía en Español) del que es directora la Dra. Diana Bravo (http://www.geocities.com/edice_2000).

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