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Revista de estudios filológicos
Nº28 Enero 2015 - ISSN 1577-6921
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La literatura chicana actual en los Estados Unidos

 

Antonio Daniel Juan Rubio e Isabel María García Conesa

(Centro Universitario de la Defensa San Javier (CUD – UPCT))

danirubio71@hotmail.com / isabl.maria@hotmail.com

 

Resumen

La población chicana está compuesta por los mexicano-americanos que viven por la frontera entre los Estados Unidos y México. Esta población se ha tenido que enfrentar, históricamente, a muchos obstáculos en su camino. La extorsión, la pobreza y la falta de educación son algunos ejemplos de las injusticias que caracterizan sus vidas.

Todas estas acciones, injustas a todas luces, son en gran parte el producto de los diferentes prejuicios y estereotipos que han sido promulgados originalmente en forma escrita primariamente y oral secundariamente.

El caleidoscopio de la identidad latina en los Estados Unidos incluye a gentes de veinte países, diferentes grupos étnicos, religiones y con distintos acentos. Y es en esta complejidad latina donde la literatura chicana pugna por encontrar su propia identidad.

Palabras clave:

población chicana – estereotipos – literatura chicana – identidad chicana

Abstract

The Chicano population is composed of Mexican-Americans living along the border between the United States and Mexico. This population has historically faced many obstacles in their way. Extortion, poverty and lack of education are just some examples of the injustices that characterize their lives.

All these actions clearly unjust are largely the product of the various prejudices and stereotypes that have been promulgated, originally written primarily and secondarily orally.

The kaleidoscope of Latino identity in the United States includes people from twenty countries, different ethnic groups, religions and with different accents. And this is where the Chicano literature struggles to find its own identity.

Keywords

Chicano population - stereotypes - Chicano literature - Chicano identity

 

 

1. Introducción

 

Las fronteras culturales entre México y los Estados Unidos enmarcan una amplia variedad de límites y umbrales que participan en la definición de la propia identidad social. Una de las marcas culturales más importantes de la frontera es su recreación, su mezcla. Sin embargo, estas fronteras no deben considerarse, en opinión del antropólogo y profesor universitario Renato Rosaldo, como zonas de transición y de análisis vacío, sino como sitios de producción cultural creativa (Rosaldo, 1991: 190).

Por su parte, el Profesor de Antropología de la Universidad de Columbia, Claudio Lomnitz-Adler señala que los grupos culturales de la frontera se distinguen por sus interacciones simbólicas y sus formas de compartir significados, lo cual implica una cultura de relaciones sociales (Lomnitz-Adler, 1995: 39).

La comunidad hispana en los Estados Unidos, que en la actualidad representa la población minoritaria más grande del país, sufre de manera desproporcionada las altas tasas de pobreza y desempleo, y muchos también la falta de atención médica (Rothenberg, 2001: 366). Todos estos problemas aumentan la incidencia de la delincuencia en la población hispana y limitan la movilidad social ascendente, aunque bien es cierto que están escalando en el espíritu empresarial y en el entramado social y cultural del país.

Si echamos una rápida ojeada a la circunstancia chicana, descubrimos que, históricamente hablando, el chicano actual es el producto de una larga etapa de ocupación y de colonización. En los últimos quinientos años, el grupo mexicano-chicano no ha conocido un momento de independencia o autonomía, lo que ha dejado sus huellas duraderas.

Estas connotaciones socio-históricas son muy importantes, desde el punto de vista del contexto, como base para la literatura chicana. Son muchas las obras literarias en los diversos géneros que tratan este tema y le siguen, en su labor crítica, numerosos artículos[1].

Los escritores chicanos han logrado abrirse paso en los cánones literarios. Como bien señala la investigadora Adriana Cortés Koloffon, autores como Sandra Cisneros, Julia Álvarez, Tomás Riera, Rudolfo Anaya, Gloria Anzaldúa o Rolando Hinojosa testimonian en sus obras la lucha de miles de latinos contra una cultura hegemónica que, en la mayoría de los casos, los menosprecia y en la que logran alcanzar el éxito (Cortés Koloffon, 2007: 10).

En un artículo publicado en la revista Aztlán, el profesor de Estudios Chicanos Jesús Rosales encontró una base sólida para la literatura chicana en las escrituras de los indígenas (Rosales, 2001: 125). En dicho artículo, se compara los grupos aztecas con el chicano contemporáneo en el sentido de que muchos pueblos se vieron obligados a cargar el yugo de unas alianzas con sus vecinos.

Por lo tanto, el principal objetivo de este artículo será el estudio y análisis de la obra literaria chicana, centrándonos en la búsqueda de la identidad a través de la misma en la literatura chicana actual dentro del complejo entramado literario estadounidense.

 

2. Breve reseña histórica

 

En cierto modo, hay una gran amnesia general sobre la historia de los hispanos en las Américas y, más concretamente, en los Estados Unidos. Los libros de texto en las escuelas públicas están ahora empezando a contar la historia de los españoles conquistadores y exploradores en el sur como Hernán Cortés o Cabezo de Vaca.

Al igual que los nativos americanos, los primeros colonos hispanos fueron ignorados o maltratados por los posteriores pioneros de ascendencia anglosajona. Sólo ahora, con un rápido crecimiento de la población latina, es el escenario ideal en que la presencia hispana continua ha existido en los actuales territorios de los Estados Unidos desde su creación.

Como bien nos recuerda el historiador estadounidense de la universidad de Boston, Howard Zinn, la enseñanza de la historia de los Estados Unidos normalmente hace hincapié en la creación y en el crecimiento de las colonias británicas en América del Norte, su surgimiento como nación independiente en 1776 tras la Guerra de Independencia, y el desarrollo del país de este a oeste (Zinn, 2003: 471).

Pero este tratamiento omite el hecho de que hubo una significativa colonización por parte de España de lo que hoy es el suroeste del país a partir del siglo XVI. También tiende a pasar por alto que el suroeste del país, desde Texas hasta California, fue un territorio de habla española con su propio patrimonio y sus culturas y tradiciones durante muchas décadas.

La diversidad racial y étnica de los Estados Unidos ha sido un tema de controversia social desde mucho antes de su independencia. El racismo, la discriminación y el etnocentrismo, entre otros, persistieron legalmente hasta bien entrado el siglo XX. En opinión del profesor de la universidad de San Francisco, Bill O. Hing, los hispanos han estado sujetos, en algunos casos, a los mismos sesgos que otra gente de color en los Estados Unidos (Hing, 1997: 207).

Las reformas culturales se generaron como respuestas al tratamiento negativo. Los movimientos de los derechos civiles de los años sesenta en los Estados Unidos son buenos ejemplos de ello. Y los hispanos participaron de su propio movimiento chicano durante este periodo. El uso de la raza es, quizás, más revelador sobre el efecto positivo de estos movimientos en la unidad hispana.

La frontera geográfica real entre los Estados Unidos y México ha sido una demarcación activa que ha cambiado de lugar a través de la historia de la región. Al hablar de la historia cultural de los Estados Unidos, Denis L. Heyck señala lo siguiente:

 

 “La historia comienza en 1513 cuando Juan Ponce de León llegó por primera vez a Florida y la nombró La Gran Pascua. La ciudad de St. Augustine, el poblado permanente más antiguo de los Estados Unidos, fue fundado en 1565 por Pedro Méndez de Avilés, cinco años antes de que los peregrinos partieran desde Plymouth (Inglaterra) en el Mayflower” (Heyck, 1994: 33).

 

Esto significa que la historia inicial de estos territorios está escrita en lengua española y se remonta casi quinientos años atrás, rebasando con creces cualquier otro dato o idioma exceptuando los dialectos usados por los indígenas nativos de esas regiones.

De esta fecha inicial de 1513 empieza la noción de lo fronterizo, dado que los conquistadores españoles venían con el mandato real de trasplantar su religión católica y su lengua. Los eventos pasados han dado un matiz muy particular a la historia de los dos países y su influencia se observa en la situación actual de ambos.

Los tempranos movimientos étnicos, raciales, culturales y de clases en la historia de la formación de las dos nacionalidades nunca han desaparecido por completo en ninguna de las dos culturas y han mantenido su influencia en las dos identidades nacionales.

Comienza así un peregrinaje del habitante del sur hacia el norte. De la misma forma, nacen y se mantienen los intentos de trascender la frontera en ambas direcciones a través de la creación literaria y del uso de las lenguas, además de otros marcadores étnicos para mantener ligados el pasado de las dos naciones.

La experiencia de frontera es la experiencia de los límites geográficos, culturales, sociales, ideológicos, raciales, corporales, reales e imaginarios. Pero además, en el caso de la autora Sandra Cisneros, puede ser la experiencia de la transgresión de dichos límites, de la rebelión ante lo prohibido, de la apropiación de lo ajeno, de la invención y el rescate de una identidad.

Sin embargo, no se trata de una identidad fija y definitiva, ya que la frontera, como punto de partida de referencia, sólo define la división, la separación permanente entre una y otra cosa, la no pertenencia y la desnaturalización.

Es indispensable considerar a la literatura chicana en los Estados Unidos desde una perspectiva post-moderna. Es decir, una literatura que se ubica en la post-modernidad concebida, en términos generales, como el actual momento histórico y en términos más específicos, en su aspecto cultural, artístico y literario.

En el ámbito cultural, de acuerdo con los postulados de la académica canadiense Linda Hutcheon, lo que le interesa fundamentalmente al post-modernismo es desnaturalizar aquello que determina y define nuestra manera de vivir, nuestra visión global del mundo (Hutcheon 1995: 2).

Desde la frontera surge una actitud crítica a partir del hecho mismo de recurrir a las dos lenguas en un mismo texto, creando así un texto híbrido que ya es, en sí mismo, un gesto de resistencia frente a los paradigmas dominantes. Surge entonces lo que Renato Rosaldo denomina “las zonas fronterizas de la cultura” (Lionnet, 1995, 6).

Las chicanas han desempeñado un papel significante en la historia, tanto por su lucha por la igualdad como por su literatura que describe sus experiencias. La chicana lucha contra el patriarcado y se esfuerza por establecer un espacio personal, su propio foro donde puede expresarse de su manera, en vez de vivir en las sombras de los hombres.

 

3. La literatura chicana actual en los Estados Unidos

 

Con anterioridad a la exploración directa de la literatura chicana actual, merece la pena destacar un breve comentario sobre la situación de dicha literatura vista desde la perspectiva estadounidense.

Desde la cultura dominante anglosajona, históricamente se ha promulgado una visión negativa del chicano y de su literatura. Tradicionalmente, el chicano aparece en la escritura estadounidense como poseedor de características y connotaciones negativas.

Se podría entonces decir que las acciones injustas dirigidas hacia los chicanos es resultado de la propaganda negativa de la literatura, de los estereotipos dañinos. Además, como bien señala el profesor de la Universidad de Texas José E. Limón en la revista Aztlán, “dichos estereotipos sirven como justificación para las acciones injustas” (Limón, 1973: 257).

Así pues, la literatura chicana y sus orígenes se encuentran fuertemente unidos a los acontecimientos históricos sucedidos entre México y los Estados Unidos y, sobre todo, a partir del tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848[2], tras el cual casi la mitad del territorio mexicano pasó a formar parte de los Estados Unidos.

El afán de aventuras, las múltiples leyendas sobre riquezas y, en ocasiones, el azar llevaron a los españoles a adentrarse en las áridas tierras que hoy constituyen la región fronteriza de los Estados Unidos con México.

Su cultura y tradiciones se mezclaron con las de los nativos mexicanos e indios dando lugar a una mezcla racial y cultural que conformó una cultura que llegará hasta nuestros días. Como bien afirma el escritor estadounidense Carey McWilliams: “la herencia hispana del suroeste tiene dos partes: la española y la mexica-india” (McWilliams 1968: 9).

Los angloamericanos sentían aversión por este grupo y los ignoraron durante décadas. La región fronteriza, en general, fue dejada de lado ya que los anglos tenían suficiente con subyugar a los indios nómadas. Debido al aislamiento de la región, durante muchos años, la frontera fue solo una línea en el mapa[3].

Los habitantes mexicanos se sentían desplazados ya que tenían que adaptarse a otra cultura y a otra lengua. Es a partir de este momento cuando se puede comenzar a hablar del germen de la cultura chicana. Los mexicanos se sentían despechados con su gobierno central que los había abandonado mientras que, por otro lado, empezaban a sentir la opresión de un nuevo gobierno que los trataba como a seres inferiores.

El reconocimiento de esta cuestión nace con el movimiento chicano cuyo origen data de la huelga masiva de los campesinos de California en 1965 auspiciada por César Chávez y Dolores Huerta, quienes denunciaban la explotación de los campesinos. El profesor de estudios latinos Phillip D. Ortego se ha referido a este periodo como un “renacimiento chicano” (Ortego, 1973: 39).

La lengua es uno de los elementos distintivos de la cultura chicana ya que a través de la lengua se transmite no sólo la cultura sino también los valores. La definición más generalizada del término literatura chicana es la ofrecida por el crítico literario mexicano Luis Leal: “Se considera literatura chicana toda aquella literatura escrita por mexicanos y sus descendientes que viven o han vivido en lo que en la actualidad son los Estados Unidos” (Barretto, 1998: 3).

A partir de entonces, es cuando se reconoce y valora la existencia de la comunidad chicana, aunque sólo mencionan, como denuncia la profesora de Ciencias Sociales Patricia Zavella, a las chicanas en relación a su papel doméstico, como si no fuesen trabajadoras, activistas políticas o escritoras (Zavella, 1989: 25).

En sus comienzos, la literatura chicana tiene un marcado carácter de protesta social ya que denuncia la injusticia y la desigualdad que debe afrontar la sociedad chicana con respecto a la sociedad estadounidense. Sin embargo, a partir de los años ochenta, comienza a observarse un cambio, pues aparecen las primeras escritoras chicanas quienes empiezan a escribir y a defender la situación de la mujer chicana.

La comunidad chicana comenzó utilizando el español como lengua de comunicación para pasar al inglés y así poder llegar a la comunidad dominante. La lengua chicana es una lengua libre y viva que no se ciñe a convenciones establecidas por los sistemas del inglés y del español.

Oprimidos social y económicamente, los chicanos se vieron usurpados de su identidad y sustituida por estereotipos, por lo que los escritores chicanos se encaminaron en la búsqueda de la identidad que les había sido robada. Crearon un género propio, una narrativa de la identidad propia. En su literatura, tratan de integrarse en la sociedad anglosajona sin renunciar a sus raíces.

Del movimiento feminista, en opinión de la investigadora chilena Cecilia Vázquez, las chicanas aprendieron que era posible expresar sus preocupaciones sociales a través de la literatura (Vázquez, 1997: 89). Las autoras chicanas más exitosas de estos años son: Gloria Anzaldúa, Ana Castillo, Sandra Cisneros, Lorna Dee Cervantes, Gina Valdés, Bernice Zamora, Denise Chávez, Lucha Capi y Alma Villanueva, entre muchas otras.

La literatura chicana de los últimos años, junto con el mismo pueblo, ha cambiado hasta cierto punto. Los principales autores siguen con las tendencias de explorar las raíces indígenas y las de la cultura mexicana. Pero a la vez surgen otros enfoques temáticos, como el del papel de la mujer ante el machismo o la homosexualidad. Por lo tanto, se puede observar un contenido más universal en la literatura chicana.

Es una literatura producida por escritores chicanos que ha provocado cambios sustanciales en la articulación social de sus comunidades dentro de la sociedad estadounidense, gracias a un esfuerzo por preservar sus orígenes y para forjar un espacio de igualdad y de respeto en su comunidad.

A partir de los años ochenta, las representaciones más destacadas de la literatura chicana son mujeres debido al papel que la mujer tiene dentro de la sociedad mexicano-americana, puesto que en la mayoría de los casos es quien se encarga de transmitir, de manera oral, las tradiciones de generación en generación.

Las escritoras chicanas reexaminan, cuestionan, subvierten y refuerzan los valores de la sociedad patriarcal. Sus narrativas son manifestaciones de las luchas contra múltiples formas de opresión. Las autoras tienen que crearse y en sus obras se representan a sí mismas en los personajes, lo cuales se embarcan en la búsqueda de valores que los identifiquen. En sus obras tratan de establecer una relación directa entre el ser de su interior y la realidad que les rodea.

En esta nueva literatura chicana, el uso del lenguaje y la alternancia de códigos han merecido la atención de numerosos críticos y lingüistas. En la literatura chicana, la alternancia de códigos supone un rasgo distintivo ya que constituye un acto de identidad y un acto de reconocimiento y reivindicación de la identidad femenina chicana.

Se trata de defender la multiplicidad de identidades que caracteriza a la raza chicana. Una de sus reivindicaciones es la búsqueda de un lugar físico suyo propio que le fue arrebatado por los anglos. En opinión de la investigadora Raquel León Jiménez:

“A través de su literatura, especialmente mediante aquella que reproduce la lengua empleada habitualmente por el pueblo chicano, y que consiste en el cambio de códigos entre el español y el inglés, los chicanos están dándose a conocer como un pueblo que quiere expandirse” (León Jiménez, 2000: 37).

La chicana es una literatura que se escribe ya sea en inglés (Rudolfo Anaya, José Antonio Villarreal, Ron arias, Gary Soto, Ana Castillo, Sandra Cisneros, Dennis Chávez), ya sea en español (Miguel Méndez, Aristeo Brito), o bien usando el inglés y el español indistintamente en diferentes obras (Tomás Rivera, Rolando Hinojosa, Sergio Elizondo).

En la literatura chicana escrita en inglés, el continuo uso del español y de una sintaxis concreta produce un cierto efecto. Es inevitable que este tipo de literatura remita a las experiencias de la comunidad chicana y, en el caso de las obras escritas por mujeres, a la experiencia de la mujer.

Una de las características de la literatura chicana escrita en inglés es la presencia de palabras y frases españolas en el texto. Lo más interesante, sin embargo, es que se usan palabras inglesas modificadas para darles una estructura española.

Es importante señalar, asimismo, que en esta búsqueda de identidad, no está solo la lucha del hombre chicano por conseguir la igualdad con el anglo sino la de la mujer chicana por conseguir la igualdad y el reconocimiento dentro de su propia comunidad patriarcal, para huir así de los estereotipos que su misma cultura les impone.

Justo S. Alarcón menciona en un artículo la necesidad de los primeros autores chicanos por contar las experiencias de la raza oprimida y las suyas propias realizadas dentro del propio grupo (Alarcón, 2004: 137). Fruto de dichos acontecimientos en la literatura chicana aparece dos pares de mentalidades paralelas: opresor – oprimido, dominador – dominado.

Como feministas, estas autoras escriben para oponer las representaciones tradicionales del movimiento chicano. Sus obras oponen los movimientos cuyas causas no combinan el género, la raza, y la clase social. Según la profesora de la Universidad de Michigan, Aída Hurtado: “las feministas chicanas buscan exclusiones en un movimiento y disputan desde ese punto de vista” (Hurtado, 1998: 134).

En opinión de Federico Eguíluz Ortiz: “la identificación con un grupo étnico y cultural diferente al de la mayoría se sitúa como una de las causas principales de la aparición de la llamada literatura chicana” (Eguíluz Ortíz, 2000: 99).

Caracterizada por su intención del uso del lenguaje literario y lo temático, la literatura chicana desborda las fronteras en busca de un lector ávido de retos. Las narrativas exponen conceptos históricos y contemporáneos en pos de una fusión que manifieste un nuevo punto de vista, teniendo como premisas la lengua y la influencia de los marcadores étnicos.

Las escritoras chicanas, en su inmensa mayoría feministas, se han dado a la tarea de explorar nuevos senderos, nuevas estrategias narrativas que critiquen o reconstruyan las representaciones tradicionales de lo femenino desde una perspectiva de género, pero también de clase y de raza, planteando la necesidad de escribir una literatura de mujeres hispanas enfrentada a los cánones tradicionales literarios chicanos.

Así, por ejemplo, las novelas de Sandra Cisneros constituyen un muestrario de vidas, o mejor dicho, de fragmentos de vidas de niños y adultos chicanos y de su experiencia de frontera. La experiencia de frontera es, entonces, la experiencia de los límites: geográficos, culturales, sociales, ideológicos, raciales, corporales, reales e imaginarios.

Pero también puede ser, en el caso de escritoras y artistas, la experiencia de la transgresión de dichos límites, de la subversión ante lo prohibido, de la invención y el rescate de una identidad. No se trata, pues en opinión de la escritora Gloria Anzaldúa, de una identidad fija y definitiva ya que la frontera sólo define la división, la separación permanente entre una y otra (Anzaldúa, 1987: 3).

Hablar de frontera, desde la frontera, implica no solamente el referente inmediato de la línea que divide a México de los Estados Unidos, sino todos aquellos factores que afectan la vida personal, familiar y comunitaria de todos quienes han tenido que emigrar pero que conservan lazos culturales, sociales y afectivos con la cultura mexicana.

Para Sandra Cisneros, como para otras autoras chicanas, escribir es contar esta experiencia vivida a flor de piel, hablar de esa identidad desde la ficción, o más bien, desde esa otra frontera que separa la realidad de la ficción, y que abre la posibilidad de experimentar y transgredir otras fronteras, en este caso las literarias.

Si la frontera es límite o margen, las mujeres chicanas son doblemente marginales por ser chicanas y por ser mujeres, y escriben desde esos márgenes con la intención de traspasar las fronteras de clase, raza y género.

Y una estrategia para hacerlo es la revisión y la reescritura de ciertos mitos culturales que, desde una perspectiva chicana y feminista, proponen una nueva manera de interpretar y reinventar la realidad.

Una de las figuras míticas recuperadas por las escritoras chicanas es “La Malinche”, identificada tradicionalmente como la traidora. Es justamente por este papel subversivo según la escritora chicana Norma Alarcón, que es recuperada por las chicanas como la mujer que es capaz de enfrentarse a otra cultura, de mediar entre diferentes discursos, superando las fronteras impuestas desde afuera y desde dentro (Alarcón, 2003: 183).

Otro de los grandes mitos fundacionales de la mayoría de las escritoras chicanas es el de la “Virgen de Guadalupe”, sometida a una constante revisión para ser reescrita desde otras perspectivas y eliminando su carácter sublime de madre pura y virginal y transgrediendo así la iconización tradicional de la iglesia católica para transformarse en una figura híbrida, desligada de su concepción original.

La escritora Sandra Cisneros, por ejemplo, critica y re-significa estos mitos culturales fuertes con figuras menores pero igualmente representativas de una sociedad multicultural como la de los Estados Unidos. De esta manera, Cisneros emprende lo que Gloria Anzaldúa llama “el camino de la mestiza” (Anzaldúa, 1987: 82).

 

 

 

 

4. Conclusiones

 

Uno de los géneros literarios con más auge en los Estados Unidos es el género de la literatura chicana. Esta literatura emerge de un singular fenómeno creado por la yuxtaposición de la cultura tradicional anglosajona y las tradiciones latino-americanas y habla nítidamente sobre este conflicto de identidad cultural.

A través de este particular género literario, los autores se esfuerzan por encontrar y crear una identidad determinada del ser a partir de ciertos mensajes culturales conflictivos y confusos entretejidos en el mundo que los envuelve.

Para poder explicar por qué es esta una literatura tan única y notable es necesario mirar sus raíces culturales que determinan su unicidad y los temas que definen al género como tal.

Las mujeres chicanas constituyen una demografía con preguntas sobre el tema de la identidad muy particular. Ellas socializan dentro de los márgenes de las ideologías capitalistas y también dentro de un marco tradicional latinoamericano. Estas diferentes herencias, en lugar de fusionarse en el proverbial llamado “melting pot[4] de los Estados Unidos, son representantes de dicotomías de existencias problemáticas.

Es decir, aquellos con raíces hispanas, nacidos y crecidos en los Estados Unidos sufren por no ser completamente ninguna de las dos entidades que los forman. Como bien afirma la directora de la biblioteca de Estudios Chicanos Lillian Castillo-Speed: “Latinas are American and yet not American at the same time[5]. Estas mujeres tienen una ardua batalla a la que enfrentarse.

Esta literatura presenta un conjunto de escritores fracturados en busca de algo llamado identidad que siente la influencia opuesta de la historia y el futuro. La elección lingüística en sus trabajos es probablemente el elemento marcador de la naturaleza innovativa de este género literario.

5. Referencias.

 

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[1] Entre estos artículos podemos destacar los siguientes:

Francisco Jiménez. The Identification and Analysis of Chicano Literature. Nueva York: Editorial Bilingüe, 1979.

Rafael Pérez Torres. Critical Uses of Race in Chicano Culture. Minneapolis: University of Minnesota, 2006.

[2] El Tratado de Guadalupe Hidalgo fue firmado al final de la Guerra de Intervención Estadounidense por los gobiernos de México y los Estados Unidos el 2 de febrero de 1848, y fue ratificado el 30 de mayo de 1848. El tratado estableció que México cedería más de la mitad de su territorio, que comprende la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.

[3] Como dato anecdótico podemos señalar que la patrulla fronteriza, tal y como la conocemos en la actualidad, del servicio de inmigración no se estableció hasta 1924.

[4] Crisol de razas, o melting pot, son expresiones de una analogía usada para representar la forma en que las sociedades heterogéneas gradualmente se convierten en sociedades homogéneas, en las cuales los ingredientes mezclados en el "crisol" (las gentes de diferentes culturas, razas y religiones) se combinan para formar una sociedad multiétnica.

[5] Lillian Castillo-Speed. Latina: Women’s Voices from the Borderlands. New York: Touchstone Books, 1995, p. 18.