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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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ACTOS DE HABLA Y TEORÍA DE LA RELEVANCIA: ¿SEMÁNTICA O PRAGMÁTICA? Una vuelta a la cuestión

Dr. Hamdan ‘Ali Al Shehri

Institute of Diplomatic Studies of Riyadh

hamd6363@yahoo.com

RESUMEN

El propósito general de este artículo es discutir el fenómeno de los actos de habla, atendiendo especialmente al tratamiento que de él hacen los teóricos de la relevancia desde sus bases iniciales. Para ello, analizamos en un primer momento el concepto de performatividad, para relacionarlo a continuación con el de actos de habla, a la vez que reflexionamos sobre los planteamientos de Austin y Searle, brillantemente criticados desde la visión de Levinson. En una siguiente fase, nos referimos a la teoría de la relevancia presentada inicialmente por Sperber y Wilson, como posible solución a ciertos puntos débiles de los actos de habla, que sin embargo encuentra en su análisis de la modalidad el aspecto más criticable: el trasfondo semántico que subyace a su propuesta y, por tanto, el alejamiento de la verdadera esencia de la pragmática, que es la del estudio del lenguaje contextual. Entendemos, finalmente, que los estudios de pragmática pueden representar una contribución preciosa e insustituible para la comprensión del lenguaje, pues es desde sus preceptos desde donde mayor rendimiento se puede obtener del conocimiento de esa maquinaria asombrosamente compleja y sencilla a un tiempo que es la gramática en uso (es decir, basada en el enunciado), lo que necesariamente implica un alejamiento de la gramática tradicional que toma como categoría de análisis única y exclusivamente la oración, que es la premisa que subyace, a nuestro juicio, en la teoría de la relevancia.

Palabras clave: actos de habla; teoría de la relevancia; modalidad; semántica; pragmática

ABSTRACT: The aim of this paper is to discuss the speech acts, paying special attention to the treatment made by relevance theorists since its foundation. With this purpose, we analyze firstly the concept of performativity, in order to make a relation with speech acts, while we reflect, at the same time, on Austin and Searle’s ideas, succesfully analyzed by Levinson. In a next step, we refer to the relevance theory explained by Sperber and Wilson, as a possible solution to some weaknesses of speech acts theory. However, we find in its analysis of mood the most criticized aspect of the theory, that is, the semantic view that still underlays. As a consecuence, this theory is very far away from the true pragmatics perspective –the study of the language from the context. Finally, we defend the pragmatics studies as a precious and irreplaceable contribution to the understanding of language, due to the fact that this discipline is the key to deepen in the knowledge of the complexity and, at the same time, surprisingly simplicity of the grammar in use –utterance-based gramar, what of course implies refusing the traditional conception of the grammar, which takes the sentence as a study object –just as the relevance theory.   

Keywords: Speech Acts, Relevance Theory, Mood; Semantics; Pragmatics

 

1. INTRODUCCIÓN

El propósito general de este artículo es discutir el fenómeno de los actos de habla, atendiendo especialmente al tratamiento que de él hacen los teóricos de la relevancia.

Para ello, comenzaremos estudiando el concepto mismo de performatividad (cfr. § 2.1), para pasar a hacer lo propio con el de actos de habla (cfr. § 2.2), reflexionando primero sobre el planteamiento de Austin (cfr. § 2.2.1) y después sobre el de Searle (cfr. § 2.2.2), brillantemente analizados por Levinson (cfr. § 2.2.3).

A continuación, pasamos a referirnos a la teoría de la relevancia, tal y como se entendía en sus inicios (por querer abarcar la base metodológica), como posible solución a ciertos puntos débiles de los actos de habla (cfr. § 3.1) que, sin embargo, encuentra en su análisis de la modalidad el aspecto más criticable: el trasfondo semántico que subyace a su propuesta (cfr. § 3.2) y, por tanto, el alejamiento de la verdadera esencia de la pragmática (cfr. § 4).

Quizás nuestra hipótesis de partida se pueda formular así: un teórico no puede esperar interpretar adecuadamente los enunciados sin haber comprendido el sentido sui generis de una oración. Y si los comprende, entonces ya no lo hace como teórico, sino como hablante nativo competente de su lengua.

De esta idea se desprende una conclusión: los estudios de pragmática pueden representar una contribución insustituible para el entendimiento del lenguaje éste, pues es en la diversidad de aspectos heterogéneos que se cruzan reveladoramente, donde el entendimiento puede esperar obtener indicios que identifican y delatan la forma y el funcionamiento de esa maquinaria asombrosamente compleja y sencilla a un tiempo que es la gramática en uso (Rebould y Moeschler, 1998, 1994). En cambio, no creemos que una pragmática pueda prosperar en sus estudios si depende de un conocimiento exacto y preciso de la gramática y ésta no ha sido antes puesta analíticamente en claro.

 

2. EXPRESIONES PERFORMATIVAS Y ACTOS DE HABLA

En todas las lenguas hay una serie de verbos metalingüísticos que se refieren al hecho, mucho más que general, de hablar, y a algunos tipos de acciones que se realizan así, hablando; términos que pretenden, contradictoriamente, algo así como dejar enunciado y dicho, desde fuera del ejercicio del habla (desde el vocabulario y la realidad o estados de cosas que representan), lo que se hace hablando, lo que es hablar (Tsohatzidis, 1994).

Cabe, entonces, preguntarse varias cuestiones. En primer lugar, en qué medida estas distinciones, que están establecidas en el vocabulario de las lenguas naturales en forma de significado léxico, recogen precisa y exactamente lo que se hace gramaticalmente cuando se habla, se pregunta, se pide, se solicita, se llama, se evoca, o se pronuncia una exclamación, se lanza un piropo o un insulto. No sería de ningún modo tan extraño o sorprendente que este obligado quid pro quo que toda representación (el representante frente a lo representado) de otra cosa no puede menos de acatar, viniera a tergiversar o trastocar alguno de los aspectos esenciales de lo representado; algo que se hubiera vuelto, por así decir, refractario, inasequible o intraducible a los términos que exija el sistema de representación.

En segundo lugar, se puede también reflexionar sobre la medida en que estos términos metalingüísticos, que los teóricos e investigadores recogen en primer término de las lenguas naturales y luego de los vocabularios técnicos heredados de sus tradiciones respectivas, son fieles a las distinciones prácticas que se ponen en juego cuando se trata de dar cuenta de las acciones lingüísticas. Cuántas de esas distinciones se fundan en una atención a los procedimientos y formas gramaticales de su lengua (un más o menos claro sentimiento o intuición lingüísticos); y en cuántas, en cambio, predominan en la noción léxica (inquirir vs. preguntar vs. cuestionar, o pedir vs. ordenar vs. mandar vs. instar) aspectos o matices que tienen que ver más con la riqueza infinita de los aspectos que cobran los hechos en el centro del tablero de juego de la vida social de una sociedad determinada, que con la verdad descriptiva que pretende el estudio de estos aspectos. Se tiende a pensar que esta distinción entre lo propiamente cultural y lo lingüístico (división muchas veces no tan fácil de reconocer, pues el lenguaje es precisamente el centro o el eje que articula la vida y la comunicación social, y a él parece que se le adhieren multitud de hechos culturales que lo impregnan y modelan de muy diversas formas) debe regir siempre el estudio de cualquier fenómeno gramatical.

 

2.1. En busca de la performatividad y sus enseñanzas

Gracias a la obra de William James, conocemos las conferencias de 1955 impartidas por John Austin, recogidas en el libro How to do things with words (1962).

Austin se pregunta por los criterios gramaticales o léxicos que puedan distinguir las expresiones realizativas (performative). Y, lo más interesante, hace una pequeña prospección de los casos fronterizos, de las expresiones que sin llevar un marcador performativo explícito, pueden funcionar como tales. Intentaremos extraer de aquí qué podría poner en evidencia respecto de la gramática esta atención a los usos de tales expresiones. Aborda Austin su discusión partiendo de la concepción tradicional de la gramática de persona, tiempo, modo y voz, pero al contrastar estas categorías de una manera desprevenida e ingenua con la diversidad de usos, se van insinuando algunos de los aspectos gramaticales que uno diría que ocultan las etiquetas tradicionales de la gramática.

Así, cuestiona si es un ingrediente esencial de toda expresión realizativa el llamado "1ª persona singular de presente del indicativo en la voz activa". Y examina las excepciones (aparte del uso trivial de la 1ª persona de plural). Casos en los que aparecen formas en pasiva, en 2ª persona, en 3ª (sing. y plural), como You are hereby authorized to pay; Passengers are warned to cross the track by the bridge only; Notice is hereby given that tresspassers will be prosecuted. Y ya, separándose de estas expresiones altamente formalizadas y explícitas, donde aparece disimulado u omitido (Austin, 1981: 106), tanto la fórmula realizativa como el agente que pronunciaría la fórmula que autoriza (I hereby authorize you...), que advierte (I hereby warn you) o que amenaza (We prosecute, o mejor, We shall prosecute who...), entra a descubrir cómo es que fallan también como criterios el modo y el tiempo. Le ordeno/ le aconsejo que gire a la derecha (Gire a la derecha; yo giraría a la derecha); Lo acuso de haber hecho X (Usted hizo X); Yo acepto (Aceptado); Le declaro culpable (Culpable); Y falla, ya lo hemos visto, también la voz: Me comprometo a hacer X (Soy resposable de hacer X; Haré X; Lo hago); Lo declaro fuera de juego /peligroso (Fuera de juego; Peligroso).

Y tal como muestran algunos ejemplos, se demuestra que no sólo no es necesario contar en el enunciado con un performative prefix que declare explícitamente su carácter realizativo, sino que, además de poderse llevar a cabo implícitamente, se puede prescindir incluso del verbo en las fórmulas que Austin llama truncas (I find you guilty of doing it = You did it = Guilty!) (Levinsonm 1983:233).

Las observaciones de Austin tienen una serie de implicaciones. En primer lugar, parece claro que fracasan los criterios gramaticales para dar cuenta de las expresiones realizativas: ni la 1ª persona singular del presente de indicativo en voz activa (PPIVa) («there are plenty of other uses of first person indicative active sentences in the simple present», como indica Levinson (1983: 232), ni por separado el modo, el tiempo o la voz pueden servir para lo que la gramática ha indicado tradicionalmente que sirven. Y a la inversa, también se pueden producir con ese valor formas sin verbo (“En el colegio” = “Estoy en el colegio”).

En segundo lugar, fracasan también los criterios léxicos para caracterizar esas expresiones. Es verdad que hay verbos con una –diríamos– vocación o destino performativo, pero también pueden aparecer en otros usos: Juro (Juró, juré). Y lo mismo ocurre con determinadas fórmulas, que se pueden usar con distintos valores, aunque algunas están como fosilizadas y se muestran incapaces de ser usadas de otro modo. Por ejemplo, por favor, please, bitte o s'il vous plait cuentan con sentidos “semánticos” no tan alejados, pero desde una perspectiva sociocultural los usos pragmáticos distan considerablemente.

Asimismo, son interesantes los casos de adecuación de la acción a la palabra (me río de ti –y luego me echo a reír–; cito –y a continuación digo una cita–); y también los casos de tránsito, desde la adecuación de acción a palabra hasta fórmulas indicadoras de usos realizativos: Y con esto concluyo mi alegato –y ya no añadió nada más–.

Por otra parte, el inminente descubrimiento de que lo performativo, a pesar de las correlaciones entre hechos que tan bien observa, no sean por tanto unos cuantos verbos (performatividad lexicalizada), ni una categoría gramatical o una combinación clara de ellas (de las que entran en consideración), le hace a Austin consciente de que puede perder la navaja de Ockham y comenzar a multiplicar los entes clasificables: «corremos el peligro aparente de incluir demasiadas fórmulas que podríamos no querer calificar de realizativas» (Austin, 1981:109).

A pesar de ello, ve claro el papel central que cumple la constelación PPIVa en medio de la acción y la enunciación de la fórmula realizativa, que no termina por otro lado Austin de atreverse a precisar, tal y como recoge en las páginas 99-100 [fórmula] "que es usada para hacer algo, o al hacer algo" [el subrayado es nuestro]. Y entiende que el resto de casos, siendo muy reveladores, cumplen un papel subsidiario.

Igualmente, los verbos llamados realizativos explicitan determinadas acciones convencionales en que se le exige al hablante –la 1ª persona– (o que él necesita) que haga lo que dice. «Performatives are, if one likes, just rather special sorts of ceremony» (Levinson, 1983: 230):

Así, aunque habría mucho que meditar acerca de esta actitud o disposición de la primera persona y lo convencional, podemos resumir las observaciones de Austin en una idea: hacer lo que se dice (y no decir lo que se hace) es lo propio de estas expresiones realizativas. Y hacerlo en el momento en que se dice es lo que vincula la acción con el momento de decir y con el hablante que ha tomado la palabra. Y si se piensa bien, hacer lo que se dice sólo puede hacerlo el que lo dice (que sólo puede ser yo, el hablante) y sólo puede hacerse en el momento en que se haga (lo cual supone reconocer como inútiles todos los implementos y manejos de tiempo, al servicio de la narración o predicación, si no es la indicación más elemental y deíctica que confunde "aquí" y "ahora", y de ahí la elección del presente). Esa acción aparece confinada al momento de decirlo, a ese ahora, que es siempre así, ahora; y confinada al único actor capaz de llevarla a cabo, la primera persona.

En cambio, respecto a modo y voz, nos parece que la necesidad de uno u otra está justificada en menor medida, como bien reconoce Austin, ya que dependiendo de las lenguas se optará por un empleo mayor o menor de las construcciones pasivas (Moreno Cabrera, 2002: caps. 22 y 23).

¿Pero en qué consiste entonces la performatividad?  Levinson se hace eco de cómo algunas observaciones refutan la naturaleza de la dicotomía performative/constative, con lo que se produce  el reconocimiento de que todos los enunciados, signifiquen lo que signifiquen, denotan especificaciones o, dicho de otra manera, hacen cosas a través de fuerza ilocutiva (Levinson, 1983: 235).

El problema aparece al comprobar que una misma oración como I warn you the bull will charge se puede producir como enunciado realizativo y como enunciado constatativo. Lo cual, si se reconoce como una objeción, nos devuelve inmediatamente al punto de partida, renunciando con ello a los descubrimientos realizados hasta aquí. Pensamos que estos casos son los más interesantes y, en contra de lo que parece, diríamos que son los más reveladores.

Estamos ante lo que son los casos de salto de un sentido al otro. Entremos, siquiera sumariamente, en ello, porque la clave parece estar en dos hechos. Por un lado, la situación lingüística es declaradamente distinta en uno y otro caso (te advierto o te advierto que te advierto que...). Por otro lado, el modo en que aparece empleado y funcionando el deíctico de 1ª persona es distinto en ambos casos. Así, en el ejemplo te advierto, la simple advertencia del peligro del toro la hace, por supuesto, el hablante, es decir, el agente de la acción lingüística, que es agente sólo porque ha hablado y nada más; un yo que es cualquiera; falta la indicación de gravedad: ¿Has atendido quién te lo dice?; mientras que en te advierto que te advierto que… la expresión abiertamente performativa hace aparecer al agente de la acción lingüística dentro de la oración pronunciada haciendo la advertencia, es decir, ya como un personaje más del que se habla, sólo que en 1ª persona –coincidiendo como por casualidad el yo que habla con el Yo del que se habla–, y esta forma marcada puede, y quizás debe, tener efectos contextuales en el oyente. ¡Cuidado, que me lo ha dicho una persona mayor (o mi padre, un experto, el dueño del toro, etc.)!

Evidentemente, no es lo mismo apuntar de esa manera limpia de toda significación hacia el yo, que remitir al oyente a una identidad determinada, que puede ser por eso mismo significativa, a un Yo que ya no es cualquiera, sino una expresión definida o un nombre propio.

Una cuestión a la que hemos aludido resulta también relevante. El papel que desempeña el tipo de oración, en la confusión entre ambas acciones o tipos de acciones lingüísticas, realizativas o no, debe ser siempre declarativo, y no podría ser de otra manera; a no ser, por supuesto, que se le haga entrar al oyente en procesos interpretativos e inferenciales más costosos, y con ello más relevantes. Esta característica, del sentido último de la proposición que representa al enunciado, se puede relacionar con el peso de las funciones lógicas o predicativas en los actos convencionales en que suelen participar las expresiones realizativas y con el papel que debe jugar esa forma particular de la deixis de 1ª persona (siempre con valor de expresión definida o de nombre propio) en estos actos sociales (Gazdar, 1979).

Nada nos parecería más lógico que los dos usos del enunciado tengan distintas condiciones de verdad, si es que se admite la reducción del valor performativo a la semántica veritativo-condicional (Levinson, 1983: 252). Este argumento que parece haber funcionado como una seria objeción contra la hipótesis performativa más extrema, daría al menos cuenta en alguna medida de esta diferencia que observamos.

La otra objeción sobre la manera en que juegan las nociones de verdad o de cumplimiento (felicity) para unos actos u otros, es más bien una consideración sobre la semejanza o diferencia entre ellos, y –diríamos que una vuelta de nuevo al punto de partida– la posible reducción teórica de los realizativos a condiciones de verdad o semejantes; como un deseo latente en los teóricos de formalizar en lo posible el significado de los enunciados.

 

2.2. Los actos de habla

Abandonada la cuestión de la performatividad provisionalmente, al reconocer que se trataba de un fenómeno secundario y particular de un hecho más general, como es el hecho de que los enunciados no sólo sirven a la realización de actos asertivos, sino también a otros manifiestamente heterogéneos respecto de la aserción, declaración o predicación, entramos en la cuestión general que, precisamente los verbos llamados performativos nos evitaban de una manera clara. Pues si ellos hacían exactamente lo que decían, mediante el recurso, cómo si no, de la lexicalización o semantización de la acción, que le otorgaba así ese tono tan ceremonial a la acción realizada. Ahora, desaparecida la sanción del hablante sobre el valor o la acción puesta en juego, entra el oyente, y con él el teórico, en ese vertiginoso laberinto de descifrar el sentido de los enunciados de alguien que no ha cifrado expresamente su sentido.

Y la cuestión general es precisamente esa: qué, cuánto y de qué manera aparece representado en el enunciado a través de su forma propiamente gramatical (con los alcances pragmáticos que ello tenga), y qué, cuánto y de qué modo corresponde a la interpretación del enunciado dentro del contexto, entendido éste en sentido amplio.

Se quiera reconocer o no, alguna indicación debe dar el lenguaje sobre las acciones lingüísticamente previstas, tal y como reconoce Austin: «[...] la oración es, como se suele decir, el instrumento que lleva a cabo el acto de advertir, autorizar, etc.» (Austin, 1981: 101).

 

2.2.1. Según Austin

La triple distinción que nos presenta Austin entre actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos parece de sentido común, y recoge la diferencia que podríamos parafrasear dudosamente como 'decir o hablar', frente al 'alcance directo y específico de la acción lingüística particular' y el 'alcance general exterior al precedentemente señalado'. Con ello se recoge la distinción entre oración y enunciación, y los dos tipos de acciones que despliega el enunciado en el contexto: las inmediatamente ligadas a la forma lingüística y las que no lo están directamente. No alcanzamos a imaginar cómo pueda ponerse en cuestión; aunque reconocemos bien los apuros y dudas que le pueden hacer pasar al que tiene que reconocer estos, más que tipos, órdenes distintos de acciones en un enunciado concreto. En la conferencia nº VIII de sus William James Lectures expone muy claramente los problemas y dificultades que le esperan a quien quiera entrar a reconocer bien la triple cara de las acciones que se ejecutan por la mera emisión de un enunciado. Pienso que tiene sentido detenerse a recordar algunas de estas cuestiones que con tanta simplicidad expone Austin.

Así, ya en la primera conferencia advierte cómo se han reducido los distintos usos o sentidos de los enunciados a un mero decir acerca de la realidad (los estados de cosas).

La siguiente cuestión que nos interesa se encuentra en la dificultad de atender como es debido[1] el sentido de 'acción' («La dificultad radica más bien en el número de sentidos distintos de una expresión tan vaga como "de qué manera estamos usando" la locución»; Conferencia VIII).

También advierte contra la facilidad de recaer en el típico error de dar por supuesto que se sabe bien qué es la acción, o que se deba enfrentar esta investigación acompañado de las ideas vagas de la noción de acción que se encuentra el investigador en su propia lengua natural («Sin embargo quizá, todavía, nos sentimos demasiado inclinados a explicar estas cosas en términos del "significado de las palabras"», Conferencia VIII).

La noción de ilocución y fuerza ilocutiva es evidentemente la clave, precisamente porque en la forma lingüística es donde hemos de encontrar todo el suelo de certezas sobre el que levantar el primer sentido del enunciado «hablar del "uso" del lenguaje puede, de igual modo, hacer borrosa la distinción entre el acto ilocucionario y el perlocucionario» (Conferencia VIII).

 

2.2.2. La teoría de Searle

Con ello, volvemos al terreno donde están por descubrir los límites entre el componente lingüístico y el del contexto o el uso.

Searle desarrollará el estudio de los actos de habla centrando su investigación en la fuerza ilocutiva, que considerará de algún modo ligada a los performativos explícitos y a otros dispositivos indicadores de esa fuerza. Siguiendo una línea divergente de Grice (1975), intentará hallar un esquema abstracto de clasificación de las condiciones de cumplimiento (felicity conditions) para obtener a partir de él una clasificación que pudiera delimitar todos los posibles los actos de habla basada en principios elementales. Pero, según Levinson, no está fundado en un modo sistemático de condiciones de cumplimiento y no se puede tomar como definitivo (1983: 240). Además, lo importante de la fuerza ilocutiva son las clases específicas de intención comunicativa, tal como lo entiende Grice (1975). La mayor parte de las condiciones de cumplimiento se dejan deducir sin más de los principios de cooperación y racionalidad griceanos.

Levinson estima que son infructuosos estos intentos clasificatorios, pues arrastran el supuesto, según él, de que se pueden hallar algunas especificaciones generales de todas las funciones posibles del lenguaje (Levinson, 1983: 241). A decir verdad, no entendemos por qué no iba a ser posible esto, esta esperanza, en términos suficientemente generales y válidos.

Todo lo cual tiene Levinson que volver a considerar cuando reconoce sin embargo que hay determinadas categorías lingüísticas que aparecen una y otra vez. Por ejemplo, los tipos de oración, donde cuenta los tres básicos que considera universales: declarativas, imperativas e interrogativas (a las que añade las exclamativas en nota al pie). Se va a criticar más abajo esta idea de que los tipos de oración expresen las ilocuciones de 'pregunta', 'solicitud (u orden)' y 'declaración'.

 

2.2.3. Aportaciones de Levinson

El capítulo 5 de Levinson (1983) es una apabullante muestra de la riqueza y exuberancia de desarrollos que ha despertado la cuestión de los actos de habla entre los estudiosos. Así, parece que la línea de investigación que siguió Searle redujo la teoría de los actos de habla meramente a una teoría de la fuerza ilocutiva, y concluyó que ésta pertenecía al ámbito de la acción, y que por tanto su análisis debía ser realizado dentro de la teoría de la acción y no de una teoría del significado.

El intento contrario, el de reducir la fuerza ilocutiva a la sintaxis y semántica ordinarias, se apoyaba en una serie de evidencias o indicios gramaticales que, reinterpretados, condujeron a la formulación de un análisis o hipótesis performativa. Procesos anafóricos (que hacen que se pueda decir Solar energy was invented by God and myself, pero no *Solar energy was invented by God and herself; o que pueda aparecer en la oración una indicación como yourself, sin que you haya aparecido en la oración: People like yourself are rare), los modificadores oracionales (performative adverbs: Frankly, I prefer the white meat), algunos adverbios que sólo pueden modificar performativos explícitos (como hereby) u otros que sólo pueden modificar el acto ilocucionario que acompaña al enunciado (algunos usos de in brief, etc.) y otros hechos que Levinson llama menores, como la ausencia de sujeto expreso en las imperativas y la obligatoriedad del sujeto expreso en inglés, llevaron a la hipótesis de que todas las oraciones estaban constituidas a imitación de las expresiones performativas: con un prefix realizativo a menudo implícito más una cláusula proposicional subordinada, al modo I (hereby) Vperform you (that) Sentence. La hipótesis era plenamente integradora y reductora de las insinuaciones y pruebas al modelo de sintaxis y semántica preexistentes; aunque ciertamente lo complicaba. Y como resultado, se recogieron las contradicciones del modelo (Levinson, 1983: 255-257).

¿Era necesario mantener que esas indicaciones anafóricas y esos modificadores oracionales tenían que encontrar una oración dentro de la que funcionaran? ¿No podría tratarse de una manera mucho más elemental? ¿Qué prejuicios acerca de las oraciones ordinarias y del modo de actuar de las indicaciones anafóricas se ponen en cuestión? No pensamos que la enseñanza haya servido para algo más que desacreditar a la propia hipótesis de partida.

 

3. LA TEORÍA DE LA RELEVANCIA

La teoría de la relevancia pone sobre el buen camino y en el marco adecuado aquellos principios arrancados por Grice descriptivamente del estudio de la conversación (Grice, 1975). El Primer Principio de Pertinencia, un principio de economía en términos de optimidad, viene a servir de filtro pragmático a la interpretación de los estímulos –entre ellos, los enunciados–, sin por ello ceder a la tentación teórica de imponer una concepción demasiado estrecha a la riqueza o accesibilidad de interpretaciones, que como cualquier hablante sabe, se le pueden ofrecer a un ser cognitivo como el nuestro. Nos resulta convincente ese margen infinito que se les da a las interpretaciones, para ser inmediatamente corregido por las nociones de 'pertinencia' y 'esfuerzo/coste', que contienen los ingredientes de vaguedad (o amplitud) y estrechez regulable que necesita una buena teoría pragmática. El haber buscado para ello un principio cognitivo, después de todo, no podía ser más acertado (Vicente Cruz, 1999).

Las dudas que nos plantea el modelo, sin embargo, se refieren ya a algunos aspectos concretos y a algunos detalles de las aplicaciones de la teoría, o a algunos de los presupuestos de que parten estas aplicaciones, que iremos comentando. En particular, vamos a centrar la atención en el tratamiento que hacen de los actos de habla y de las oraciones no declarativas.

En el último epígrafe del último capítulo donde se trata de varios aspectos de la comunicación verbal dentro del libro Relevance. Communication and Cognition (1986), D. Sperber y D. Wilson se ocupan de los actos de habla, precisamente para cuestionar, como dicen ellos, lo que tal vez es la asunción más indiscutible de la pragmática moderna, consistente en que cualquier teoría adecuada de la comprensión del enunciado debe incluir alguna versión de los actos de habla. Y como muestra de lo arraigado de tal supuesto, citamos las palabras iniciales del capítulo 5 de Levinson (1983: 226): "speech acts remain, along with presupposition and implicature in particular, one of the central phenomena that any general pragmatic theory must account for".

Vamos a utilizar las consideraciones que hacen allí junto con el artículo de 1988 "Mood and the analysis of non-declarative sentences" para exponer su posición y comentar las dudas y críticas que ella nos ha suscitado.

 

3.1. La aportación de Sperber y Wilson a la teoría de los actos de habla

A juicio de Sperber y Wilson, no se necesita ningún principio pragmático especial para explicar los actos de habla, lo que pasa por considerar que la mayor parte de los datos de que se han ocupado los teóricos de los actos de habla no tienen un interés especial para la pragmática, salvo la interpretación que hace de las oraciones no declarativas.

Conceden una importancia de primer orden a una distinción general que establecen entre las representaciones entre un tipo descriptivo y un tipo interpretativo. El primero sería una representación veritativo-condicional, que se refiere a la relación directa entre pensamientos o enunciados y estados de cosas. El otro consistiría en una representación por semejanza, una relación que se daría entre pensamientos o enunciados y otros pensamientos, u otros enunciados, a los que se asemejarían.

Además, para explicar la interpretación de todos los enunciados cuya explicatura principal no sea simplemente su forma proposicional, van a proponer esa dimensión interpretativa distinta de la mera descriptiva, que debe ponerse en juego para explicar los tropos, metáforas, ironías, enunciados figurativos e incluso los actos de habla no declarativos (1986: 224 ss.): «We do not share this view of illocutionary forces and tropes as defining two homogeneous and radically distinct domains.» Mediante esta distinción fundamental entre descripción e interpretación, que se desprende según ellos del modelo de la comunicación inferencial ostensiva basada en la relevancia, proponen para todos estos fenómenos un tratamiento común, y declaran que esta distinción no es un ad hoc de la maquinería extra introducida para contar cantidades ingentes de fuerzas ilocutivas.

El rechazo de la concepción tradicional de literalidad y de que lo que se comunica ha de buscarse en el mensaje codificado lingüísticamente no puede ser más acertado y creemos que cae por su propio peso. Y con ello, el modelo comunicativo subyacente a la literalidad (el "modelo de código"), que reduce la comunicación a un proceso de mera codificación y descodificación. Sin embargo, nos deja insatisfechos esa distinción entre descriptividad e interpretividad. ¿No vuelve a dar razón –cierto, en términos cognitivos–, de esa vieja distinción entre literal y no literal? Además, no pudiendo tratarse sino de representaciones en ambos casos, nos resulta difícil aceptar que pueda representar un salto cualitativo o un cambio de orden el mero hecho de diferenciar entre una representación "directa" y una representación de otra representación. Más aún cuando ellos mismos reconocen que "identifying a stimulus, an ostensive stimulus in particular, involves entertaining a logical form, a structured strings of concepts" (1986: 226).

A nuestro juicio, hay un hecho crucial que determina desde el principio toda la discusión de los actos de habla y que ellos mismos reconocen con claridad. Este hecho se muestra con dos caras. Por un lado, es necesario determinar de una vez por todas si hay o no una relación definida entre enunciado y acto de habla (1986: 244). Por otro lado, hay que especificar en qué términos se da la relación entre oración y acto de habla (1986: 246-247).

Expongamos a continuación lo que se presenta en su obra de 1986, porque nos parece que puede mostrar con precisión la importancia de lo que acabamos de señalar.

Sperber y Wilson establecen una distinción general de los actos de habla en tres clases que incluye la doble distinción de Austin en explícitos (secundarios) e implícitos (primarios), y añade una tercera clase formada por una serie de verbos de los que mencionan sólo say, tell y ask (con el valor de 'decir', 'pedir u ordenar' y 'preguntar'):

§  Los primeros son los que para cumplirse necesitan ser comunicados e identificados como tales; se trata predominantemente de actos institucionales. Por ejemplo: promissing, thanking.

§  Muchos otros, en cambio, se pueden cumplir sin necesidad de ser formulados así por el hablante, y tampoco necesitan ser identificados como tales para cumplirse. Se trataría de actos no institucionales. Por ejemplo: asserting, hypothezising, suggesting, claiming, denying, entreating, demanding, warning y threatening; pero, como se apresuran a aclarar entre paréntesis, "en la medida en que sean verdaderamente actos de habla". Lo que sostienen es que aunque dos oraciones como "mejorará el tiempo" y "el hablante está prediciendo que el tiempo mejorará" son distintas, la recuperación de la información de la cláusula principal de la segunda no es esencial, y se puede recuperar por los medios pragmáticos ordinarios.

§  Say, tell y ask[2]: Constituyen verdaderamente una clase excepcional, una especia de clase mixta, que resulta de la necesidad de reconocer como actos de habla implícitos que debe sin embargo "recuperar" el oyente aunque no se formule de forma abierta; y que además no se trata de actos institucionales. Lo cual parece contradecir el modo fundamental que habían establecido para interpretar los actos de habla.

De manera que da la impresión de que se ven forzados así a otorgar algo subrepticiamente, en los únicos casos de tipos de oración que manejan, el valor de actos de habla inequívocos a las oraciones declarativas, imperativas e interrogativas (1986: 246). Con lo cual parece que queda claro que se revierte a la separación entre tipos de oración y actos de habla.

Nosotros diríamos que en este tercer punto es donde se recoge la esencia de los actos de habla. Para que los actos de habla no queden reducidos a la condición de dudosas etiquetas metalingüísticas de una teoría de las acciones lingüísticas bajo criterios particulares y exteriores al lenguaje, deben emanar de las indicaciones inequívocas de una gramática; lo cual exige que la tipología de actos de habla se replantee y se ciña a las acciones que "prevea" la gramática. Esto, a su vez, exigiría ponerse en camino a la búsqueda de ese tipo de acciones esquemáticas que una gramática sólo puede recoger, valga la redundancia, esquemáticamente; lo cual implica volverse a situar sobre el mismo terreno inicial en que se colocó Austin, pero ahora con el bagaje y las sugerencias de la incursión, y con la certeza de saber mejor qué clase de fenómeno se está buscando. Y, por supuesto, para ello lo primero de todo es reconocer que la interpretación del hablante empieza después de esa "codificación primera y elemental".

En el fondo, es como si hubiéramos partido el acto de habla en dos: una acción elemental, esquemáticamente codificada (indicaciones deícticas y valor extraíble de la oposición con las otras "acciones gramaticalizadas"); y una acción que se despliega ya como rigurosamente semántica de resultas de la interpretación de la primera en el contexto, dentro de la que, cual si de la forma proposicional se tratara, desplegarán su valor y encontrarán su interpretación todos los demás elementos gramaticales en juego: deixis, vocabulario, cuantificación…

¿En qué consiste, entonces, la interpretación última de los indicadores de fuerza ilocutiva de los actos de habla de las oraciones declarativas, interrogativas, exclamativas e imperativas? Responden los autores que esto es hacer manifiesta unas propiedades bastante abstractas de la intención informativa del hablante: la dirección en que ha de buscarse la relevancia del enunciado. La cuestión es ahora encontrar de qué maneras se cifran e interpretan estas indicaciones en el enunciado.

Se propone básicamente un mismo procedimiento con variaciones: a) partir de la representación performativa; b) asignar a P un valor proposicional; y c) partir del supuesto de que interrogativas y exclamativas están especializadas en el uso interpretativo.

Es bien evidente que mientras se maneje como actos de habla esa pluralidad heteróclita de "acciones reales", olvidando las claras indicaciones de Austin, no habrá manera de dar una interpretación satisfactoria de los usos de los distintos tipos de oración. No nos parece un abuso de interpretación reconocer aquí que Sperber y Wilson, sin reconocerlo abiertamente, están pasando por encima de los actos de habla y, en su lugar, levantando como nociones perfectamente equiparables a ellos (cumpliendo el mismo papel, al final, que ellos, relativo a dar cuenta de las acciones lingüísticas genuinas), otras nociones más cómodas y manejables desde el punto de vista de una teoría cognitiva ¿semántica? Nos gustaría denunciar, como una posible crítica, esa actitud, en el fondo reduccionista, de los actos de habla de que se trate a meros actos de habla asertivos en términos léxicos (conceptuales) de 'descriptividad' o 'interpretatividad', 'deseabilidad', 'estado de cosas'; dejando casi como único reducto no léxico la indicación deíctica expresada un poco groseramente a lo semántico de "punto de vista del hablante" y "punto de vista del oyente".

 

3.2. El problema de la modalidad

Es en el artículo mencionado de 1988, "Mood and the analysis of non-declarative sentences", donde discuten lo relativo a la relación entre los actos de habla y las oraciones no declarativas. Pero ahora, aunque continuando con la apuesta semántica, van a dar un cierto giro a la cuestión. Una vez reconocido el fracaso para estos propósitos del poder explicativo de la ilocutividad y de la fuerza ilocutiva en los términos en que de ordinario se manejan, se intenta dar cuenta de algunas de las oraciones no declarativas en términos de modalidad (mood), entendida como posición del hablante ante el mismo hecho que pretende explicar, sea con relación a la verdad del contenido de la proposición que formula, sea con relación a la actitud de los participantes en el acto mismo de la enunciación (Ridruejo, 1999: 3211; Lyons, 1980: 723). El artículo presenta los logros del momento y una prospección de la futura investigación del programa semántico fundado en la modalidad.

Queremos hacer constar varios aspectos antes de entrar en detalle en el comentario del artículo. Así, el enfoque continúa siendo semántico, con todo lo que esto implica de presupuestos y de maneras peculiares de representar estos hechos. Parten del supuesto de que la noción de acto de habla ha fracasado para dar cuenta de los usos de los enunciados[3], se conserva un núcleo que no aparece cuestionado directamente: la acción, el acto; esto es, la fuerza, pero que se arriesga a quedar reducida a una especie de fuerza externa a la oración, una suerte de adherencia que pertenece a la realidad de la acción. «The correct conclusion seems to be that illocutionary force is a purely pragmatic category, a property not of sentences but only of utterences» (1988: §1).

Y he aquí la espina dorsal de todo el planteamiento: es una clamorosa evidencia que están buscando una conexión con la forma lingüística o gramatical, de la que sólo a riesgo de arruinar la empresa y tirar todo por la borda, podrían prescindir. La única vinculación que mantienen ahora, la que se proponen examinar, es la de algún contenido semántico inherente a la categoría gramatical de la expresión de la modalidad. «However, this is not the end of the mood-based programme. It might be possible to assign the moods some intrinsic semantic content that would lay a satisfactory foundation for an explanatory account of force» (1988: §2).

Y aceptan la modalidad como candidato alternativo a los actos de habla, guiados también por la respuesta que predomina en la bibliografía del momento. Se proponen explicar en términos de modo la fuerza ilocutiva de los enunciados, ya que se descarta la posibilidad de hacerlo en base a los tipos oracionales. Así, la modalidad se selecciona como la categoría candidata a ocupar el primado frente a fuerza. [«The moods themselves might be treated as semantically primitive, mere notational inputs to rules or conventions of pragmatic interpretation.» (Sperber y Wilson, 1988: §2)]

Se sustituye tipo de frase por modalidad, ya que eso parece desprenderse cuando afirman que a cada tipo sintáctico de oración se le debe adjudicar un modo semántico inherente capaz de dar cuenta de todos los usos.

Sin que el enfoque derive hacia un modelo reductoramente pragmático, da la impresión de que continúan a la busca de una respuesta a la diversidad heteróclita de las acciones que son capaces de realizar los tipos oracionales no declarativos.

Son conscientes de las dificultades interpretativas que entrañan sus ideas, a falta de más principios ciertos sobre los que fundarse: se les abre una enorme cantidad de grados y de maneras de combinar principios semánticos con pragmáticos (1988: §1), lo que ya implica serios problemas.

El punto de partida es que la mayoría de propuestas basadas en la modalidad, en realidad no se sostienen empíricamente. Se proponen por tanto encontrar las modalidades dentro del programa semántico de los actos de habla y describir la relación entre estas y la fuerza.

Lo que vamos a hacer es mostrar en general las bases metodológicas de su modelo y a explicitar sus pre-supuestos.

Parece evidente que los actos de habla y, con ellos, la fuerza ilocutiva han quedado reducidos a un dudoso catálogo de distinciones semánticas; así, por ejemplo, se presentan ahora bajo la etiqueta imperative mood las siguientes fuerzas ilocutivas: advice, permission, threats and dares (¿una o dos?), good wishes, audienceless cases (¿una? ¿"cases"?), predetermined cases (ídem). ¿Son conscientes los autores de esto?

Además, el instrumento metodológico del que se sirven quedaría justificado semánticamente bajo la asunción –que repercute, a mi juicio, en este caso de una manera determinante– de que «Thoughts can be entertained, and the utterances that express them can be used, as descriptions (i.e. truth-conditional representations) of states of affairs in different types of worlds.» (1988: §2)

Por otra parte, sobre la caracterización del modo imperativo, se pueden resaltar algunas ideas. Admitida ya apriorísticamente la naturaleza de los modos gramaticales y aceptada, como instrumento para dar cuenta de ellos, la concepción de los tipos de mundos (reales frente a posibles; deseables y potenciales), lanzan su hipótesis: las oraciones imperativas están especializadas en describir estados de cosas en mundos que se contemplan como tanto posibles como deseables.

Por consiguiente, parten del supuesto simplificador de que los enunciados imperativos se utilizan invariablemente para describir estados de cosas concebidos como potenciales (si es o no factible un estado de cosas, y si está al alcance o no del oyente) y deseables desde el punto de vista del hablante, supuesto que corregirán más adelante para dar cuenta de los casos "no serios" y "no literales".

Resulta, así, una necesidad verdaderamente lógica, de la acción desnuda que subyace a las acciones que suelen realizar en el uso las formas imperativas, la que obliga al mecanismo descriptivo a tener en cuenta tres elementos (de los que uno puede quedar como ausente): algo (alguna cosa), hablante y oyente. Traducida la acción en términos del predicado ’deseabilidad’, con tres argumentos x, y, z (“x concibe y como deseable para z”), la interpretación de Sperber y Wilson “traduce” a sus términos semánticos una acción, por ejemplo, como la del enunciado ¡A la calle!, a una proposición veritativo-condicional “el hablante contempla que el oyente se vaya a la calle como deseable para el hablante”.

Por otra parte, se propone que la relación que hay entre forma lingüística y fuerza (o interpretación pragmática) está mediatizada por la vinculación directa entre forma lingüística y las representaciones de la actitud proposicional. Y las propiedades semánticas intrínsecas de la forma imperativa se pueden caracterizar como una actitud proposicional compleja, analizable en dos actitudes elementales: ‘la creencia de que cierto estado de cosas es potencial’ y ‘la creencia de que es deseable’. Además, señalan como ventaja del modelo que no se fundan en la fuerza, sin embargo, podría utilizarse para explicarla.

Sobre la modalidad interrogativa, por su parte, cabe señalar que según su concepción, preguntar consiste en representar interpretativamente. He aquí lo decisivo, un pensamiento del hablante, que a su vez representa interpretativamente otro enunciado o pensamiento. Se trataría de una interpretación de segundo grado, atribuida a una tercera persona distinta del hablante. El hablante no haría un uso descriptivo del enunciado, en términos veritativo-condicionales, sino que, tal y como lo describen ellos apelando a la intuición, lo utilizan interpretativamente para representar lo que considera como respuestas relevantes.

En realidad, es semejante a como tratan los enunciados en estilo directo: para representar lo que se tiene intención de comunicar se utiliza un enunciado, del que debe hacerse un uso no descriptivo (es decir, extraer por semejanza las propiedades lógicas relevantes, sean analíticas o contextuales). Ahora bien, en el caso de las preguntas, se supone que este enunciado, que entrega el que pregunta al oyente, contiene alguna indicación del modo (¿gramatical?) que le pone sobre la pista de la nueva reinterpretación interpretativa a que debe someter ese enunciado, ahora ya como indicación directa, algo semejante a la manera ecoica, porque en él podrá hallar la representación de las respuestas relevantes (Gazdar, 1979).

Además, las oraciones interrogativas representan de esta manera doblemente interpretativa pensamientos deseables, cuya deseabilidad consiste en la relevancia comunicativa de lo preguntado. No se trata por tanto de respuestas posibles o verdaderas, como otros han interpretado, sino de respuestas relevantes.

De forma similar, la diferencia entre preguntas negativas o afirmativas, consiste en que el hablante le ofrece al oyente lo que piensa que puede ser lo relevante; así, aparece representada la proposición negada o afirmada, a diferencia de lo que ocurre con las preguntas parciales o preguntas Qu- (wh-), con las que se representa interpretativamente, por semejanza, proposiciones completas. ¿Cuáles? Aquellas que para el preguntante más relevantemente completen la forma lógica trunca del enunciado interrogativo (Gazdar, 1979).

Por otra parte, igual que en el caso de los enunciados imperativos, la versión semántica de lo que es pregunta se vuelve a valer de la noción de ‘deseabilidad’, predicado de tres argumentos ‘x (alguien) considera deseable y (algo) para z (alguien)’. Esta indeterminación semántica se resuelve pragmáticamente en el contexto.

También como en los imperativos, reparten todos los usos en dos grupos, según la indeterminación semántica se resuelva a favor del hablante (fuerzas ilocutivas de ‘solicitar información’, ‘preguntas de examen’?, ‘preguntas acertijo’, ‘preguntas sorpresa’, ‘preguntas reflexivas’, ‘especulativas’) o del oyente (fuerzas de ‘preguntas retóricas’, ‘preguntas de táctica expositiva’).

Finalmente, cabe añadir algunas reflexiones más. En primer lugar, se han obviado en el análisis los casos de oraciones subordinadas, chistes, fantasía y ficción, amenazas y pseudo-imperativos, preguntas sorpresa, y otros tipos de preguntas-eco y lo que denominan “tipos menores de frases” (se citan como ejemplos sólo tres más: exclamativas, optativas y exhortativas). Pretenden que pueden analizarse siguiendo también las sugerencias del mismo análisis que esbozan aquí.

En segundo lugar, hablando en términos de dispositivos gramaticales variados e independientes (puesto que se pone en cuestión la noción de tipo de frase, por mucho que se refieran a ella continuamente: “nothing more than a convenient shorthand” Sperber y Wilson, 1986:247), proponen que hay un vínculo semántico entre forma lingüística y representación de actitudes proposicional. Cabría preguntarse dónde está establecido ese vínculo.

En tercer lugar, no se pretende tener un análisis adecuado de los modos semánticos. Porque los autores dudan incluso de que los modos semánticos existan, en el sentido de que haya categorías semánticas inanalizables y mutuamente excluyentes a las que pertenecería cada tipo de oración, y que no se puede descomponer en otros modos elementales.

En cuarto lugar, concluyen que la distinción fundamental de uso descriptivo e interpretativo suplanta ventajosamente cualquier distinción entre tipos de oraciones, y por ello también de cualquier distinción entre modos semánticos. Sin embargo, como bien reconocen, esta distinción no está codificada lingüísticamente de ninguna manera. Se deja al entendimiento del hablante decidir cómo de literal es un enunciado.

Asimismo, otra noción clave que se introduce, también reconocida como no codificada lingüísticamente, es la de interpretación de segundo grado a que se puede someter cualquier enunciado. En cambio, encuentran índices de la noción de interpretación ecoica.

Otro problema es que los dispositivos imperativos están vinculados a representaciones de ‘potencialidad’ y ‘deseabilidad’ y los dispositivos “interrogativos” lo están a representaciones de ‘deseabilidad de pensamientos’.

Finalmente, parece que las oraciones exclamativas comparten en lo esencial el análisis de las interrogativas: codificarían el mismo subtipo de actitud, mientras que la forma lingüística de los enunciados no declarativos sub-especifica cómo han de ser entendidos los enunciados.

 

4. CONCLUSIONES  

En la discusión bibliográfica comentada, se han ido desgranando una serie de términos para intentar dejar dicho dónde está la separación entre lo que depende directamente de la forma lingüística (sentence) y lo que ya no depende de ella, sino del contexto (utterance). La teoría cognitiva tiene la necesidad de enriquecer la discusión con la introducción del punto de vista del sujeto cognitivo y sus representaciones, con lo que ha introducido (heredada del tratamiento de la lógica) las proposiciones (Gazdar, 1979).

¿Cuál ha sido el problema que se nos ha hecho más omnipresente a la hora de realizar estas reflexiones críticas? El problema de la relación de los medios utilizados para describir y el objeto a ser descrito. Entendemos que el objetivo último de la investigación debe ser una teoría general acerca del lenguaje que sea capaz de integrar y responder a todos los problemas y aspectos del lenguaje en que éste se haya involucrado. Todas las disciplinas que parten de supuestos o enfoques particulares deben terminar convergiendo en un modelo general. Nos asalta sin embargo una y otra vez el problema de los medios que se emplean para representar el objeto. Nos preguntamos hasta qué punto una teoría pragmática puede permitirse el lujo de ceder a la tentación de emplear unos medios formales, en sentido amplio, que se adecúen sólo tangencialmente a la forma peculiar de los fenómenos; o dicho más concretamente, hasta qué punto puede una teoría pragmática, abastecida de un arsenal de instrumentos que como tales llevan escritos en su forma el alcance de sus logros, obviar determinados hechos pertinentes para el objeto de estudio, y dar cuenta de ellos como mediante un rodeo, indirectamente o incluso olvidarlos (Rebould y Moeschler, 1998).

Tienen razón Sperber y Wilson cuando dicen que una cosa es inventar para propósitos teóricos un conjunto de categorías para clasificar los enunciados de los hablantes nativos, o incluso –lo cual, nos parece, es ya de un orden completamente distinto– descubrir el conjunto de categorías que utilizan los hablantes para clasificar (y entender, diríamos) sus propios enunciados, y otra cosa muy diferente, que tal clasificación juegue un papel decisivo o necesario en la comprensión y comunicación. Cierto. Y la actitud que toman, a nuestro juicio tan razonable al menos para sus propósitos, de dar por prescindible o no esencial para la comprensión del enunciado la atención a los actos de habla del segundo tipo, los que no se presentan explícitamente, los que no deben ser reconocidos como tales para que se cumplan con éxito, prescinde precisamente en estos casos del acto de habla. ¿Y no están reconociendo con ello que esta otorgación de acto de habla para los casos no explícitos corre el riesgo de obedecer a una clasificación arbitraria y no justificada, de la que hay que prescindir? No es necesario, dicen, que el oyente reconozca como acto de habla 'predicción' el enunciado "mañana mejorará el tiempo" para su adecuada comprensión (Sperber y Wilson, 1986: 244-245).

Ocurre, sin embargo, con este hecho algo más peligroso y dudoso de lo que ocurría con las categorías vacías de la gramática. Lo que no se muestra es evidente que puede estar allí, pero los indicios han de ser abrumadores para reconocerlo. Creemos que la duda que abriga cualquiera contra los actos de habla implícitos procede principalmente de este hecho. Sólo cuando se establezcan sobre principios claros, que a nuestro juicio deberían ser gramaticales, se podrá dar cuenta exacta y verdadera no sólo de los actos implícitos, sino igualmente de los llamados actos de habla indirectos.

Nos parece claro que una teoría tiene que salir al paso de muchos fenómenos que no tenemos que suponer que hayan de ser siempre homogéneos o congruentes, sino a menudo incluso heterogéneos, y que justamente este problema de la relación entre los medios de representación y el objeto es una cuestión crucial y clave, pero que, diríamos, sólo se puede plantear adecuadamente tras mucha investigación y a largo plazo. Lo mencionamos aquí, a pesar de todo, porque esta duda elemental anda rondando siempre al investigador en cada asomo de explicación o modelo, en los presupuestos de cada teoría, y suele ser uno de los mayores motivos de desasosiego a la hora de reflexionar sobre los modos de ataque de cada cuestión. Pero, obviamente, los instrumentos que hay son los instrumentos que hay, y sólo resta ponerse en camino y ser paciente.

Muchas veces nos hemos preguntado si se están planteando las preguntas adecuadas (adecuadas, ¿para qué?), si se están buscando las distinciones que rigen en la práctica (¿en qué práctica o aspecto de la práctica? ¿La de descifrar las oraciones o la descifrar las intenciones comunicativas?) o qué categorías son las más pertinentes para el propósito de dar cuenta de las acciones lingüísticas (¿no se puede restringir más la generalidad del término "pertinentes"?).

Y la clave nos parece la ilocutividad, pero no un modo cualquiera de entenderla, sino uno muy preciso; que diríamos que está por lo demás razonablemente claro ya en los escritos de Austin. Pero que, si no lo hubiera estado, sería irrelevante, porque se vería igualmente abocado el lector a la misma concepción estrecha de ilocutividad: una ilocutividad gramatical, inscrita de algún modo en los propios elementos de la gramática. Lo decimos porque tenemos la impresión de que los autores, arredrados por la dificultad –que no es poca– de haber hallado esta conexión estrecha entre tipos de oraciones y tipos de actos de habla de un modo claro, retroceden a la confusión de encomendar por entero a las reglas de conversación o a principios comunicativos generales, lo que, sólo auxiliados por la gramática, podrían hacer los hablantes con una precisión e infalibilidad eminentes, que son parte indispensable de lo que se necesita para explicar lo bien que suele transcurrir la comunicación verbal entre los hombres (Sperber y Wilson, 1986: 246-247).

¿Hasta qué punto son válidas las definiciones de los presuntos actos de habla que parecen dictadas por el sentido común? ¿Dónde y cómo puede comprobarse que un acto asertivo es el que compromete al hablante con la verdad de la forma proposicional del enunciado? ¿No es esto una forma hiper-estrecha, si se nos permite el término, de concebir lo que hace un enunciado declarativo en este mundo de los hablantes? Caben menos dudas respecto de los enunciados imperativos e interrogativos, pero incluso en estos, nos permitiríamos dudar de si no es una cierta exageración decir que preguntar es pedir información. ¿No hay un exceso de precisión ocasionado por el empleo de vocabulario semántico en estas definiciones que resultan ciertamente impertinente para la esquematicidad y vaguedad general de las acciones lingüísticas? Un exceso en las definiciones que dan los teóricos de los actos de habla que termina confundiendo a quienes pretenden servirse de ellos para dar cuenta de la comunicación verbal, y que justifica precisamente lo poco al pie de la letra que se toman éstos los resultados de aquéllos, y que aprovechan, mediante la utilización de la diversidad de acciones que se ejemplifican para cada acto de habla o de tipo de oración, para refutar la propia noción de acto de habla, esto es, de acción propiamente ilocutiva, y sortear así el problema fundamental, que consiste en averiguar las características esenciales que ha de exhibir el instrumento comunicativo, el lenguaje, para que pueda cumplir esta o aquella función.

Y respecto a la objeción que hacen Sperber y Wilson a los actos de habla mediante estas ejemplificaciones tan abigarradas que hemos mencionado, diremos también que ese carácter tan dispar nos pone inmediatamente sobre la pista de la oportunidad de un análisis pragmático mucho más cercano a la perlocutividad que a una estricta ilocutividad; o, si se quiere, más cercano a una ilocutividad indirecta (actos de habla indirectos), donde no nos cabe duda de que es el lugar en donde la teoría de Sperber y Wilson ha encontrado su terreno.

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] Sólo se nos ocurren tres modos: 1) gramaticalmente: con lo cual alguna manera de prever los sentidos de las acciones debe haber en ella; 2) pragmáticamente: en el sentido que inaugura Grice (1975) de análisis de la conversación y que enmarca la teoría de la relevancia dentro de un marco cognitivo; y 3) culturalmente: los usos de determinadas fórmulas están ya previstos por el carácter estereotipado de los usos. No me imagino que esta segunda manera pueda ser, ni de lejos, tan eficaz como la otra, ni presentar menos dudas o problemas.

[2] Parece no quedarles claro si habría que ampliar esta lista: «There is, however, a small class of speech acts which fall into neither of these categories, and which are of genuine interest to pragmatics. They include saying, telling and asking» (Sperber y Wilson, 1986: 246).

[3] De la definición de significado de la oración como rango de actos de habla que su enunciado puede realizar (versión metodológica de "por sus actos los conoceréis"), sólo puede obtenerse, a poco que se piense, una grosera aproximación casuística, que jamás podría alcanzar título de verdadera definición. Discúlpesenos la audacia de asemejar tamaña torpeza con la de admitir una concepción estrechamente literal (extensional) de lo que es una especie o categoría, y en cualquier caso impropia de quienes demuestran inclinación hacia el uso de instrumentos formales en el expediente científico. Parece sensato que, a pesar de reconocer la provisionalidad en que se halla el estudio de los significados (funciones) oracionales, no se puede reconocer como válido ese mero recurso a la extensión del concepto, sino que de él debe extraerse, restringiendo y depurando de lo concreto, su intensión o comprensión. Se vuelve a incurrir en el mismo error cuando van a aceptar la categorización de modo: «there is nothing more to understanding a mood than simply knowing the range of speech acts it is conventionally, or standardly, used to perform» (Sperber y Wilson, 1988: § 2). Del carácter "standardly" es de donde correspondía extraer lo pertinente.