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Revista de estudios filológicos
Nº25 Julio 2013 - ISSN 1577-6921
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Gerónimo Torres Casanova,

Rector de la Universidad Libre de Murcia

 

Francisco Javier Díez de Revenga

(Universidad de Murcia)

          Personalidad fundamental en la historia de la enseñanza universitaria en Murcia es Gerónimo Torres Casanova, canónigo de la Catedral que llegó a ser Rector de la Universidad Libre de Murcia, institución fundada por la Diputación y el Ayuntamiento que impartió enseñanzas entre los años 1869 y 1874, y que ha sido estudiada con detalle por diversos investigadores. El ensayo de Concepción Ruiz Abellán, La Universidad Libre de Murcia (1869-1974), que se publicó en Anales de la Universidad de Murcia, Letras (vol. XLI, 3-4, 1982-1983), explica con detalle todo lo que este centro universitario supuso para la región, y cómo Torres Casanova estuvo al frente de la institución, aunque no desempeñó ninguna cátedra ni por lo tanto dio clases. Tenía la titulación eclesiástica de Doctor en Teología y Cánones pero no contaba con ningún doctorado civil, que finalmente obtendría, en la propia Universidad.

 

 

          Había nacido Gerónimo Torres en Murcia en el año 1822, estudió en el Seminario Conciliar de San Fulgencio en el que obtuvo la Licenciatura en Teología y posteriormente el Doctorado. Era hijo de un rico hacendado murciano, Lino Torres Abad, y de Camila Casanova Riquelme. Según Julián Navarro Melenchón indica en su ensayo Organización social y sistemas políticos en Murcia durante la I República (Universidad de Murcia, 2004) poseía Lino Torres cuantioso capital dedicado a actividades mercantiles y crediticias. Por su boda con Camila añadió a sus bienes importante patrimonio territorial. Invirtió tales rentas en bienes procedentes de la desvinculación y desamortización aumentando así su patrimonio rústico y urbano de forma notable.

Lino Torres y Camila Casanova tuvieron  cuatro hijos y una hija. Dos de los hijos hicieron carrera eclesiástica: Simón fue canónigo de la catedral y secretario el Cabildo. Murió antes el Sexenio. El otro eclesiástico fue Gerónimo. Y a los negocios y a las rentas patrimoniales se dedicaron Martín, Pablo y Camila. Pablo, casado con Ramona García-Otazo Clemencín (nieta de un hermano del ministro y estudioso del Quijote, Diego Clemencín Viñas), tendría tres hijos: Lino, Dolores y Gerónimo Torres García-Otazo. Los dos varones estudiaron la carrera de Derecho en Madrid y se casaron Lino con Josefa de Parada Díaz, y Gerónimo con Felisa, que murió pronto sin descendencia, y posteriormente con Clementina de Parada Díaz, las tres madrileñas y hermanas. A la graduación de doctorado de sus sobrinos asistía en la capital de España Gerónimo Torres cuando le sobrevino la muerte de un ataque de aplopejía a los cincuenta y siete años de edad. Navarro Melenchón, de acuerdo con el testamento que existe en Protocolos Notariales, informa también que Lino Torres Abad murió el 16 de octubre de 1868. Gerónimo heredaría por valor de 29.644 escudos, el 96,3 % en bienes raíces, dos tercios rústicos y solo un 3.7 % en bienes muebles. Lino Torres había transformado todo su patrimonio mercantil en 1867 en propiedad territorial. Se puede afirmar por tanto que era una familia muy rica.

Según los padrones y censos consultados por Navarro Melenchón, en 1873  Gerónimo Torres, ya Deán de la Catedral, tiene 51 años y reside en la calle de Contraste, 22, en Santa Catalina. Vive con su madre, Camila, de 78 años de edad, y figuran como sirvientes de la casa Concepción García, de 36 años, y su hermano Juan García, de 21.

          A su muerte, según figura en la esquela publicada en La Paz de Murcia, del viernes 4 de julio de 1879, Gerónimo había sido Deán de la Catedral, Doctor en Derecho Civil y Canónico, Auditor Honorario del Tribunal Supremo de la Rota, Comisario de los Santos Lugares de Jerusalén, Vicario Capitular que fue Sede Vacante, Rector de la extinguida Universidad Libre de Murcia, Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel La Católica, exdiputado a Cortes, etc., etc.

Y lo que no dice la esquela es que también había sido Licenciado en Teología y Cánones, Canónigo de la Catedral, Fiscal del Tribunal Eclesiástico, Vicepresidente de la Junta Revolucionaria (1868), Diputado a Cortes en dos legislaturas, las Constituyentes (1869-1871) y la siguiente (1872-1873) y Juez y Examinador Sinodal del Obispado.

          Tres son las actividades que distinguieron la figura de Gerónimo Torres: la eclesiástica, la política y la académica, y en las tres logró contar con el respeto de sus paisanos, aunque en las tres no estuvo exento de polémica. Y en las tres llegó al puesto más alto: en la eclesiástica cuando llego a ser Vicario Capitular Sede Vacante tras la marcha a Valencia del obispo Mariano Barrio, en junio de 1861 cuando aún no había cumplido los cuarenta años; en la política como Vicepresidente de la Junta Revolucionaria que se constituyó en la ciudad de Murcia tras el derrocamiento de la reina Isabel II en septiembre de 1869, en realidad Presidente efectivo de esa Junta como también lo fue, desde similar vicepresidencia, de la Junta Revolucionaria de Provincia de Murcia; y en la académica al desempeñar el cargo de Rector de la recién creada Universidad Libre en 1869.

 

Vicario capitular Sede Vacante

 

          La carrera eclesiástica de Gerónimo Torres Casanova es poco conocida hasta la fecha de 1861 cuando, inesperadamente y en plena juventud, es elegido Vicario capitular Sede Vacante tras la marcha de Murcia del obispo Mariano Barrio, elevado al arzobispado de Valencia. Inesperadamente, porque lo lógico es que hubiera sido elegido Joaquín González del Castillo, que con el obispo Barrio desempeñaba los cargos de Deán de la Catedral, Provisor, Vicario General y Gobernador del obispado en las frecuentes ausencias del prelado titular.

María José Vilar, en su estudio La polémica elección en 1861 del clérigo liberal Gerónimo Torres Casanova como Vicario Capitular y Gobernador Eclesiástico de la Diócesis de Cartagena. Tres cartas inéditas del Archivo Secreto Vaticano (Littera Scripta in honorem Prof. Lope Pascual Martínez, Murcia, Universidad de Murcia, 2002), da cuenta detallada de las circunstancias en que esta elección se produjo y de las protestas que ante la Nunciatura hicieron los clérigos disconformes, así como las dudas de la legación vaticana y la confirmación de su cargo que el sacerdote murciano recibió directamente de la Santa Sede, a través del ministerio de Estado.

          Como señala María José Vilar, el clérigo había obtenido por oposición su canonjía en la Catedral muy pocos años antes, en 1858, en plena juventud, a los treinta y seis años. Vilar lo considera «individuo de despierta inteligencia, amigo de los libros y fácil comunicador», y señala que «en posesión de una dialéctica fácil y persuasiva, y con un talante un tanto provocador y arrogante, se hizo temible para sus contrincantes en el Cabildo, suscitándole enemigos que no dudarían luego en alegar contra él la ideología liberal del joven clérigo».

          El 8 de mayo de 1861 fue su elección de Vicario Capitular y Gobernador Eclesiástico de la Diócesis por el cabildo catedralicio y el día 13 Torres lo notificó al Nuncio de Su Santidad. Al no recibir la habilitación que le correspondía otorgar al Nuncio, le vuelve a escribir el día 17. No contestaría el representante de la Santa Sede hasta el día 29 y en esa respuesta le pide algunas informaciones y le indica que se han presentado alegaciones a su nombramiento. Pero a estas alturas, Torres ya había recibido, a través del Ministerio de Estado, la correspondiente habilitación directamente desde la Santa Sede mientras el propio Nuncio considera las alegaciones  en términos tan generales que no le es posible juzgar si son procedentes, por lo que requería también más información de los alegantes. Torres decide dar por zanjado el asunto y comenzó su gobierno de la diócesis que no finalizaría hasta el 27 de noviembre de ese año 1861, día de la toma de posesión del obispo siguiente, el gallego Francisco Landeira, con el que Gerónimo Torres se entendería de manera distante y fría.

Landeira nombraría en septiembre de 1862 a González del Castillo nuevamente Provisor, Vicario General y Juez de Obras Pías y Testamentarias, con lo que el hombre de confianza del obispo Barrio volvía a serlo del obispo Landeira. En 1871, cuando muere González del Castillo, Gerónimo Torres lograría promoverse a Deán de la Catedral, pero las relaciones con el obispo ya estaban muy deterioradas, sobre todo porque en esas fechas Torres ya había desempeñado o estaba desempeñando una actividad política muy intensa desde la facción liberal progresista, lo que sin duda provoca el desdén del obispo, con el que rompe definitivamente en ese 1871, cuando el prelado nombra a otro canónigo, Fabriciano Cebador, Vicario General y aparta definitivamente a Gerónimo Torres del gobierno de la diócesis a pesar de ser el Deán de la Catedral, con el pretexto de que estaba muy ocupado como Rector de la Universidad Libre.

 

 

 

 

Carta de Gerónimo Torres al Nuncio de Su Santidad de 13 de mayo de 1861 (M. J. Vilar)

 

Landeira se retiró a Lorca y allí permaneció hasta su muerte a principios de 1875. Lo que está claro es que una carrera eclesiástica que pudo ser muy brillante porque cualidades no le faltaban a Gerónimo Torres, fue arruinada por su carrera política. María José Vilar lo resume con toda claridad al final de su trabajo: «Su creciente distanciamiento del obispo, rayano en la ruptura con ocasión de la revolución septembrina, y su notoria militancia durante el Sexenio democrático, alejaron toda posibilidad razonable de que pudiera alcanzar la mitra.»

 

 

Licencia firmada por el Vicario capitular de 22 de mayo de 1861 (M. J. Vilar)

 

          Es muy curioso que, aunque habían pasado ya bastantes años, el cronista que hace la necrológica de Gerónimo Torres en La Paz de Murcia, el 4 de julio de 1879, alude con detalle a esta etapa eclesiástica del finado, y evoca la polémica que se debió de suscitar en la ciudad por el nombramiento de Vicario Capitular, que el periodista anónimo atribuye a la juventud de Torres, cifrada por él, creemos que equivocadamente, en 36 años: «El Sr. Torres desde que fue ordenado de sacerdote ha ido obteniendo sucesivamente todas las dignidades eclesiásticas. El Sr. Obispo Barrio, que además de su grandísimo celo, tuvo un tino especial en aprovecharlo todo en el mejor servicio de su diócesis, nombró bien pronto al joven abogado y sacerdote, fiscal de su Tribunal eclesiástico, cargo que desempeñó en circunstancias harto difíciles, a satisfacción del prelado, y con el prestigio que corresponde a aquel respetable tribunal. Poco después el  Gobierno de S. M. le propuso para canónigo de esta Iglesia y el Supremo Tribunal de la Rota Romana le condecoró a su vez nombrándole su Auditor honorario, diploma distinguidísimo, que son muy pocos los eclesiásticos que llegan a obtenerlo. No había cumplido aún el Canónigo Torres 36 años, cuando el Sr. Obispo D. Mariano Barrio, fue promovido al Arzobispado de Valencia, y el Cabildo, teniendo en cuenta sus dotes de gobierno, lo nombró su Vicario Capitular, Sede Vacante, elección disputadísima, y que se prestó a muchos comentarios, ya por ser sobradamente joven el Canónigo sobre que caía la elección, y más principalmente por otra persona dignísima que tenía entonces el Cabildo de Murcia, y que como Provisor y Vicario General ha honrado después por muchos años nuestro Tribunal eclesiástico. Díjose entonces que el Canónigo Torres se había puesto enfrente de su antiguo y respetable amigo D. Joaquín González del Castillo, que es la persona a quien aludimos, pero la verdad es que este señor en aquellos momentos no quiso ser elegido, para evitar disgustos muy graves que en su prudencia no pudo menos de prever: así lo hemos oído muchas veces a íntimos amigos del Sr. Torres.»

 

Actividad política

 

          En su libro sobre Organización social y sistemas políticos en Murcia durante la I República, Navarro Melenchón traza la filiación política de Gerónimo Torres en la serie de microbiografías que cierran su ensayo. Señala que era miembro el Partido Progresista, decantado hacia el radicalismo con  la crisis del partido, del que fue presiente de la Junta Directiva en noviembre de 1869 hasta su dimisión a finales de 1870. Fue copresidente de la Junta Revolucionaria el 29 de septiembre de 1868 y de la Junta Provincial Revolucionaria el 13 de octubre.

          En efecto, el diario La Paz de Murcia publicó un suplemento a su número del 29 de septiembre de 1868 dando a conocer la alocución de la Junta Revolucionaria de la Ciudad de Murcia dirigida a los murcianos y firmada entre otros por Gerónimo Torres como Vicepresidente. Tal como publica el mismo periódico al día siguiente, el 30, «La junta revolucionaria que ayer se constituyó se compone de los siguientes señores: Marqués de Pinares, Torres (D. G.), Herrera Forcada, Meseguer (D. S.), Hernández Amores, Lacárcel (D. J.), Monassot, Nolla Orriols, Aguilar, Poveda, Giménez (D. M.) Sandoval (D. R.), Ibáñez de Alba, Marín Baldo (D. R.)» Pero en el texto del 29 había más nombres: como presidente figuraba el Duque de la Victoria; como vicepresidentes, Torres y Herrera Forcada; y como vocales, además de los ya citados, Restituto Sandoval, Joaquín Báguena  y Pascual Abellán; y como secretarios, además de los citados Marín Baldo y Nolla, Antonio Hernández Amores. Es evidente, como hemos adelantado y así se le reconocería durante años, que quien presidía la Junta Revolucionaria de la capital, y luego de la provincia, era Gerónimo Torres ya que la presidencia le correspondía al Duque de la Victoria que no era otro que Espartero, y el otro vicepresidente, Herrera Forcada era el Gobernador Civil.

          Y hay que destacar en el texto de la alocución de la Junta Revolucionaria algunas frases que hoy estarían de total actualidad, ya que el texto no puede ser más moderno y avanzado. Pensar que en 1868, entre los propósitos de los revolucionarios, que toman como modelo lo conseguido por la Constitución de 1812, figuran los que a continuación reproducimos, da idea de lo avanzado del «pensamiento» de los sublevados: «Murcianos, confiad en vuestra Junta cuya decisión, lealtad y patriotismo os salvará de todos los peligros.- El sufragio universal será la piedra angular en que descanse nuestra regeneración política y social. Usando de él libremente podréis elegir aquí vuestros administradores y para el Parlamento Soberano que pronto deberá reunirse, aquellos que os han de representar dando a la nación el gobierno que ella elija.-  Entre tanto os expondremos nuestro pensamiento en breves palabras.- Respeto a la propiedad como principio eterno de derecho; amor al trabajo como medio único de bienestar y felicidad en los pueblos; seguridad personal garantida en la inviolabilidad del hogar doméstico; orden como requisito indispensable al perfeccionamiento de todo gobierno; moralidad en las diversas esferas de la administración pública, e igualdad completa en sus derechos en todos los ciudadanos.- Murcianos, viva la libertad, viva la soberanía nacional, viva el pueblo y el ejército.»

 

 

 

 

 

Alocución de la Junta Revolucionaria de Murcia de 29 de septiembre de 1869

 

La Paz de Murcia del 7 de octubre recoge esta interesante noticia: «Ayer tarde llegó a esta ciudad el Excmo. Señor Mariscal de Campo D. Lorenzo Milans del Bosch, gobernador militar de la vecina plaza de Cartagena. En la estación le esperaban para saludarle varios individuos de la Junta Revolucionaría. Acompañado del vice-presidenle de la misma D. Gerónimo Torres, del gobernador de la provincia D. José Herrera y Forcada y de otros señores estuvo a visitar después el casino y otros edificios.» Y en la edición de la tarde del mismo día: «La Junta revolucionaria ha hecho en obsequio del señor Milans cuanto es dable hacer, siendo así que la noticia cierta de su visita a esta ciudad la tuvo muy pocas horas antes de su llegada. El señor D. Gerónimo Torres, con esa solicitud de que tantas pruebas tiene dadas, ha acompañado constantemente al general. La música ha contribuido a amenizar las horas que en Murcia ha pasado.» Milans del Bosch sería inmediatamente trasladado a Madrid y nombrado segundo cabo del capitán general de Castilla la Nueva, gobernador militar de Madrid y comandante general de la provincia por su amigo, el ministro de la Guerra Juan Prim, de lo que da cuenta La Paz con alborozo el 17 de octubre.

Pero más curioso aún es el suelto que aparece en La Paz el 11 de octubre: «Hasta los más encarnizados enemigos del partido liberal han convenido en que la figura más distinguida de la revolución en este país ha sido don Gerónimo Torres. El que sea buen murciano no podrá olvidar nunca los servicios prestados por este distinguido patricio a la causa del orden en los difíciles y críticos momentos por que hemos atravesado. Cuatro días dando empleos le han gastado más que treinta años de vida pública. ¡Qué gangrena lleva consigo la cuestión de destinos, que así esteriliza y mata las más puras reputaciones!».

El 13 de octubre se constituye la Junta Provincial Revolucionaria con los mismos presidente y vicepresidentes (Torres y el Gobernador Civil). Lo dice el Boletín Oficial de la Junta Provincial Revolucionaria publicado en los días inmediatos. Y con referencia a la actividad partidaria, también hay noticias en la prensa de esas semanas: el 27 de noviembre La Paz da cuenta de la aprobación de la candidatura para dirigir el Partido Progresista, encabezada por su presidente Gerónimo Torres. Y la prensa no ahorra elogios hacia su persona, como lo hace La Paz del 24 de octubre, cuando relata la celebración de un banquete en honor de los que han hecho la revolución: «Ahí estaba un sacerdote, que casi dotado de la ubicuidad, y revestido de su sotana que aun cuando no es hipócrita siempre es respetable, supo en los días turbulentos de la revolución, contener al pueblo murciano que ávido esperaba la hora de romper sus cadenas. A él se debe que en Murcia no haya sido sangrienta la conquista de la libertad; y grande es el hombre cuya voz contiene a un pueblo. Rico y ocupando una elevada dignidad en la jerarquía eclesiástica, no se comprende, que, sin un amor intenso a la causa del pueblo, hubiera expuesto tan resueltamente sus intereses y su vida. Ya sabéis todos quien es; pero ¿por qué no he  de decir su nombre cuando ha de pasar a nuestros hijos en las gloriosas páginas de la historia de la libertad? Es ¡D. Gerónimo Torres!»

Coincide esta manifestación con lo que escribe el anónimo autor del obituario que La Paz le dedica el día 4 de julio de 1879: «Cuando vino la revolución del 68 el Sr. Torres pudo hacer o hizo efectivamente a Murcia incalculables beneficios. Asustaba lo que podía hacer, o hasta donde podía llegar aquella revolución, que no tenía ejemplar en nuestra historia; muchos tenían confianza en los hombres que la dirigían; los que estaban al frente de ella en esta localidad eran honrados y buenos; pero no siempre los hombres tienen espaldas para contener las iras populares cuando se desbaratan. En aquellos supremos momentos de verdadero apuro, Murcia entera puso sus miradas en el Canónigo Torres; tenía verdaderas simpatías en este pueblo; había socorrido a los pobres; había favorecido a los necesitados; había sido pública y privadamente el paño de lágrimas de muchas amarguras; había hecho bien a todos; había sido toda su vida un hombre verdaderamente generoso y amigo de hacer el bien, y en él se fijaron las gentes pacíficas, y le suplicaron se colocase al frente de aquel movimiento para contener a los impacientes, y evitar esos terribles desórdenes que por desgracia, suelen ser tan frecuentes en estos casos. No seremos nosotros los que digamos lo que hizo el Canónigo Torres en aquellas circunstancias. En Murcia no hubo que lamentar una desgracia personal; ni un insulto, ni un atropello; y con su actividad, y con su prestigio, y con sus amigos y con su propia fortuna, que por cierto quedó entonces muy mermada, fue una verdadera providencia para el pueblo.»

 

 

 

Candidatura de Gerónimo Torres para Diputado a Cortes (1 de enero de 1870)

 

De acuerdo con la información que facilita el Índice Histórico de Diputados del Congreso, Gerónimo Torres Casanova fue, en efecto, diputado, en dos legislaturas. En las elecciones parciales de 23 de enero de 1870 resultó elegido para la Legislatura 1869-1871 por la circunscripción de Murcia, Distrito de Murcia. Sustituyó en el escaño a José Echegaray Eizaguirre. Obtuvo 5.568 votos frente a su oponente republicano que obtuvo 1.154. Fecha de alta 10 de febrero de 1870. En las elecciones triunfó el Partido Progresista con 159 diputados, seguido de la Unión Liberal y el Partido Republicano Federal con 69 escaños y del Partido Demócrata con 20. Los isabelinos y los carlistas apenas alcanzaron representación en la cámara.

Esas Cortes proclamaron una nueva Constitución y designaron a Amadeo de Saboya Rey de España por mayoría absoluta el 16 de noviembre de 1870. El presidente del Gobierno, el general Juan Prim, fue el encargado de proponer su candidatura por su carácter católico y progresista. Los progresistas dominaban el Congreso de los Diputados con 159 escaños, el 45% de la Cámara, en alianza con los unionistas. Fecha de baja: 2 de enero de 1871.

En las elecciones para Legislatura 1872-1873 de 2 de abril de 1872 fue elegido por la misma circunscripción y distrito de Murcia. Votantes: 3.661, votos obtenidos: 3.142. Fecha de baja: 22 de marzo de 1873.

 

El Rector Torres Casanova y la Universidad Libre de Murcia

 

La creación de la Universidad Libre de Murcia (1869) tiene lugar a raíz de la Revolución de 1868, y a causa de la libertad de enseñanza establecida en el Decreto Ley de 21 de octubre de 1868 y más en concreto en virtud de una disposición del mismo rango de 14 de enero de 1869, que autorizaba a Diputaciones y Ayuntamientos a crear Universidades, siempre que las financiasen con cargo a sus fondos, tal como ha señalado Concepción Ruiz Abellán en el estudio antes citado. En el preámbulo de tal disposición, firmado por Manuel Ruiz Zorrilla, se da cuenta del espíritu que animaba este tipo de legislación. Naturalmente, se cita el Decreto-Ley anterior, también obra de este mismo ministro, como «base de las grandes reformas en materia de instrucción pública [que] estableció la libertad de enseñanza, dando a las provincias, a las corporaciones y a los particulares los derechos de que nunca debieron verse privados», para a continuación referirse a que la educación no puede ser únicamente patrimonio de Estado: «El Ministro que suscribe cree, como allí dijo [en el Decreto-Ley], que el estado no puede erigirse en definidor y maestro infalible de las teorías científicas, que así penetran en el mundo real como en el imaginario, y son el producto del estudio o de la inspiración de los hombres consagrados a profundas reflexiones». Hace un largo estudio comparativo de la legislación de otros países y revisa cómo practican la libertad de enseñanza, citando el caso de Bélgica, donde las Universidades libres están teniendo mucho éxito, para concluir en la necesidad de establecer la nueva legislación que ahora se presenta y que trata de conseguir esa fuerza de las naciones basada en la suma de ciencia, riqueza, bienestar social y moralidad, todos precedentes «de la pública instrucción».

Y fue en septiembre de 1869 cuando en las correspondientes sesiones de la Diputación y el Ayuntamiento se da forma a la idea creando una comisión-mixta que, tras los estudios correspondientes, logra poner en marcha la Universidad, que inaugura el curso el 11 de noviembre, con la presencia del nuevo Ministro de Fomento, el casi murciano José Echegaray, que años después obtendría el Premio Nobel de Literatura. Se establece la Universidad en el edificio del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, y se nombra Rector al canónigo de la Catedral y Doctor en Teología y Cánones, don Gerónimo Torres Casanova.

 

 

 

Muceta de Rector de Gerónimo Torres (Luis Pescador, Madrid) Colección particular

 

Los estudios que la Universidad Libre ofreció fueron Derecho, con accesoria de Notariado, Ciencias y Filosofía y Letras, estas últimas al principio incompletas, pero en el curso 1870-71, completas la de Ciencias hasta la Licenciatura y la de Letras, como la de Derecho, hasta el Doctorado. La vida de la Universidad también puede considerarse efímera, ya que en 1874, el Decreto de 29 de julio, pondría toda clase de dificultades, como veremos, para la subsistencia de este centro docente. De su precariedad económica, dan cuenta los documentos de la época, que nos señalan las numerosas dificultades para que la Diputación pudiese atender sus obligaciones con respecto a la Universidad.

Aun así, cuatro cursos de actividad y uno final marcaron la existencia de un centro de gran importancia, en que hay que destacar fechas significativas como la de la expedición de títulos de Doctor e investidura en acto público, lo que logró conseguirse a pesar de las dificultades legales.

La Universidad logró, a partir de una nueva legislación de mayo de 1870, mantener completas las Facultades de Derecho con su accesoria de Notariado y de Filosofía y Letras, ambas hasta el doctorado, y la de Ciencias, con dos especialidades, Físico-Naturales y Exactas, hasta la Licenciatura durante tres cursos académicos. Pero en 1873, sufriría un importante recorte quedando, únicamente,  el último curso.

Contó la Universidad Libre con un nutrido número de Profesores, reclutados principalmente para Letras y Ciencias entre los docentes del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza y del Seminario de San Fulgencio, y para Derecho y Notariado entre prestigiosos profesionales. Baste citar solamente los nombres de Francisco Holgado y Toledo (Decano) y Simón García, entre los de Letras; Ángel Guirao Navarro (Vicerrector) y Olayo Díaz Giménez (Decano), entre los de Ciencias; Juan López Somalo (Decano), Gonzalo Baño (secretario general de la Universidad), Luciano Diez Sanz de Revenga, Vicente Pérez Callejas, Manuel Serrano Alcázar o Dionisio Alcázar, entre los de Derecho; y Juan de la Cierva Soto, entre los de Notariado.

Sabemos que uno de los problemas planteados a la Universidad, desde el punto de vista presupuestario, fue el del escaso número de alumnos, que apenas permitía ingresar parte de los fondos que cada año se proyectaban. Conocemos cifras concretas de alumnos, referidas a los cursos 1869-70 y 1870-71. En el primero de ellos, Filosofía sólo contaba con 15 alumnos de los que ahora llamamos oficiales; Ciencias con 10; Derecho con 57, y Notariado con 24. Estas cifras mínimas se veían incrementadas por las de alumnos libres: Filosofía, 36; Ciencias, 23; Derecho, 82; Notariado, 18. En total, aquel curso se alcanzó la cifra de 265 alumnos para toda la Universidad. En el curso siguiente, sin tener en cuenta la convocatoria de septiembre, se alcanzó la cifra total de 254, de los cuales, oficiales sólo había en Filosofía, 32; Ciencias, 16; Derecho, 78, y Notariado, 18, lo que sin duda revela un descenso notable en este tipo de alumnos matriculados todo el curso.

 

 

Documento firmado por el Rector de la Universidad Libre de 24 de abril de 1870 (C. Ruiz Abellán)

 

Tampoco fue buena la situación presupuestaria de la Universidad y los más graves problemas que acabaron con su existencia se produjeron por esta causa. Dependía el centro docente de un presupuesto elaborado por la Diputación en el que había tres fuentes de ingresos, que tenían efecto mal y tarde: recursos obtenidos a través de matrículas y tasas académicas por grados y títulos (teniendo en cuenta que casi todos los expedidos por esta Universidad fueron con exención de derechos por estar eximidos de los mismos los nuevos titulados que, en su mayoría, eran profesores de la propia Universidad), aportación fija del Ayuntamiento y resto a cubrir por la Diputación. Como gastos, figuraba la importante nómina de gratificaciones del profesorado, gastos de material e imprevistos. Lo cierto es que ni el Ayuntamiento ni la Diputación disponían de liquidez suficiente para enfrentarse a sus obligaciones y el déficit fue aumentando, hasta el punto de que desde mayo de 1871, la Universidad contó en el seno de la Diputación con enemigos importantes (el principal fue Pedro Díaz Cassou), que consideraron durante todo este tiempo la creación de la Universidad como algo inútil, e imprevisora la idea de su fundación, y que opinaban que los fondos provinciales debían dedicarse a otros fines más provechosos para toda la provincia.

De las actividades desarrolladas por la Universidad Libre de Murcia, hay que destacar las que se reflejan a través de los cuatro discursos de apertura de curso académico que nos han quedado. Tales discursos fueron pronunciados por los Profesores Barrio Roldán, López Somalo, Díaz Giménez y Holgado Toledo, entre 1869 y 1872, y los textos conservan un gran interés por contener todos y cada uno de ellos exposiciones doctrinales en torno a la libertad de enseñanza y la defensa de los centros como el de Murcia debidos a la iniciativa local. Son interesantes las distintas reflexiones de estas cuatro piezas oratorias en torno a la difusión de la enseñanza y la ilustración de los pueblos, fuente del progreso y del bienestar o felicidad que se persigue desde el cultivo en la libertad, nacida a raíz de la revolución de septiembre de 1868. Sólo Díaz Giménez expone un tema doctrinal-científico conjuntamente con las habituales reflexiones de carácter político-educativo.

Se ha señalado que la causa de la extinción de la Universidad Libre de Murcia fue principalmente la cuestión presupuestaria, de la que ya hemos hablado. Pero también tuvo importancia notable la legislación vigente, ya que un Decreto de 29 de julio de 1874, reformó totalmente la enseñanza y afectó en profundidad a los establecimientos libres, al expresar de manera clara que eran públicos u oficiales todos los establecimientos de enseñanza subvencionados con fondos públicos, del Estado, la Provincia o el Municipio: «y no son únicamente Escuelas públicas las costeadas por el presupuesto general —se dice en la exposición—; sonlo también, y debe por lo tanto alcanzarles la dirección del Estado, las dotadas o favorecidas por el erario provincial o municipal. Llevando las ideas de autonomía del pueblo y de la provincia a un extremo que apenas cabría en una constitución federal, se atribuyó en 1868 la condición de establecimientos libres de enseñanza a los creados por las Diputaciones y Ayuntamientos, equiparándolos a los fundados por particulares; y aunque en las leyes orgánicas de 1869 se volvió por los buenos principios del Gobierno, declarando que el carácter de estas corporaciones es meramente económico-administrativo en materia de instrucción pública conservan todavía por tolerancia del poder central una independencia que bien merece la calificación de anárquica». Las palabras iniciales de la exposición no pueden estar más claras y la justificación del nuevo decreto no puede ser más convincente. Pero lo cierto es que una de las pocas experiencias que en España se han hecho en el campo de la enseñanza basándose en criterios descentralizadores quedaba truncada, sobre todo en lo que se refiere a la enseñanza superior, a la Universidad. No por ello, el Ministro decretante, Eduardo Alonso Colmenares, priva a Diputaciones y Ayuntamientos de la posibilidad de fundar centros, pero no pudiendo éstos alcanzar la dotación de medios y categoría de los estatales, queda claro que se dedicarán a escuelas profesionales, técnicas o de grado medio en el caso de las Diputaciones y a la vigilancia de la instrucción primaria en el de los Ayuntamientos. Las palabras de la exposición no dejan lugar a dudas e incluso hacen referencia a la seguridad de que, al ponerse en vigor este Decreto, habrá que clausurar alguna de las universidades existentes. La de Murcia fue una clara víctima de la nueva situación legislativa.

 

 

Edificio del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza

donde se estableció la Universidad Libre

 

Con las condiciones planteadas en la Gaceta y dada la situación presupuestaria que atravesaba la Universidad Libre de Murcia, es obvio que su final era inmediato, lo que se refleja en las actas de la corporación municipal expresando el desaliento de la comunidad local ante la supresión evidente de la Universidad y valorando muy positivamente la actividad durante cuatro años de aquel primer centro docente murciano: «La existencia de la Universidad Libre de esta capital —decían los miembros de la corporación municipal en 1874— por espacio de cuatro años ha justificado acabadamente la bondad del pensamiento que le dio vida».

Y el cronista anónimo que redactará en 1879 para La Paz de Murcia la necrológica del Rector, recordará con emoción que en realidad fue el alma de la institución desde el mismo momento en que se ideó: «Desde aquel instante ya no pensó en otra cosa: buscó local; invitó a las personas que por sus cualidades especiales pudieran estudiar y dar forma al pensamiento: organizó un claustro de profesores, que en aquella ocasión pudo honrar el establecimiento más antiguo y mejor acreditado; estimuló el patriotismo de todos para que trabajasen mucho a pesar do lo exiguo de las retribuciones; y Murcia tuvo una Universidad literaria, que no la pudieron matar los celos o la rivalidad de las escuelas oficiales, pero que debió caer y cayó efectivamente bajo la pesadumbre de una legislación, buena sin duda, pero que mejor meditada, no debió ser aplicable para Murcia. Nuestra Universidad tenía vida propia: no necesitaba recursos del Estado: de ella han salido jóvenes brillantísimos, que serán siempre la honra y el orgullo de nuestra malograda escuela. Por la posición topográfica de Murcia, por los institutos y establecimientos de segunda enseñanza que tiene a su alrededor, por la importancia de esta capital, y por otras circunstancias, que no son del caso enumerar, Murcia debía tener una Universidad literaria mejor que Oviedo, que Salamanca, y que otros pueblos que apenas tienen alumnos que se inscriban en sus clases. ¡Honor, pues, a su primer Rector y fundador el Excmo. Sr. D. Gerónimo Torres!»

 

Final

         

          Poco sabemos de Gerónimo Torres a partir de 1874 y la prensa local apenas lo menciona. Tan sólo La Paz de 25 de enero de 1875 lo sitúa en Madrid a donde asistía con otros murcianos que son citados (Gonzalo Baños, Abellán Medina, Sandoval, los Corvalanes, Pardo, Andrés Almansa, Ernesto Castillo, los Marín Baldos, Villasante, Rivera, Valero, los Fontes, D. Primitivo Vergara, González Conde, José Gómez, Clemencín, Montiel, Salván, Alix, Donato Carrillo, D. Gerónimo Torres, Fuentes, Cuartero…) a las celebraciones en honor de Alfonso XII que tenían lugar en la villa y corte por su entrada en la ciudad como rey el 14 de enero de aquel año. En diciembre de 1877 participa como miembro de la Junta para la distribución de ayudas económicas para los damnificados en las recientes inundaciones (La Paz, 12 de diciembre) y en febrero de 1878 sabemos que toma posesión del obispado en nombre de nuevo obispo Diego Mariano Alguacil, que hará su entrada en la ciudad en los días siguientes (La Paz, 6 de febrero). Y, por último, La Paz de 3 de diciembre  informa de que ha sido nombrado Vicepresidente de la Comisión Provincial dela Cruz Roja en Murcia.

          Los periódicos murcianos dieron cuenta inmediatamente de la muerte de Gerónimo Torres, tan pronto recibieron la noticia por telégrafo desde Madrid, tal como lo relata La Paz del día 2 de julio: «La noticia de su pérdida, ocurrida en Madrid, se extendió ayer con suma rapidez, con tanta como el telégrafo la comunicó, causando gran sentimiento, pues era un hombre de gran valía y a quien Murcia debe mucho y no podrá olvidar.» Y el mismo día 2, El Diario de Murcia le dedica una necrológica extensa en la que destaca su labor en los días de la Revolución de septiembre: «En el momento de saberlo, se nos vinieron a la imaginación aquellos días inolvidables del mes de Setiembre de 1868, cuando el sacerdote murciano era llevado en triunfo en medio del pueblo por las calles de esta ciudad, cuando su nombre era vitoreado mil y mil veces a los acordes de los himnos populares, cuando presidía aquella Junta Revolucionaria, y cuando con su respetabilidad se imponía a los díscolos y evitaba las colisiones y desgracias que todo el mundo esperaba en aquellos memorables días. Pertenecía el Sr. D. Gerónimo Torres y Casanova, Deán de la Santa Iglesia Catedral de Murcia, a aquella raza de viejos liberales, que en su vida política habían sabido hermanar el amor más profundo por la religión y el culto más sagrado por la libertad. Era de aquellos honrados liberales que habían recibido como en precioso legado, para comunicarlo a las generaciones venideras, la savia vivífica de aquellos gigantes del año 12, patriarcas de la libertad y del régimen constitucional.»

 

 

La Paz de Murcia, 14 de julio de 1879

 

El 4 de julio será La Paz la que le dedique una extensa necrológica, de la que algún fragmento ya hemos reproducido, en la que valora todos sus aciertos en las tres facetas de su vida que le distinguieron, y destaca por último su carácter como hombre de acción: «El Sr. Torres era uno de esos caracteres que necesitan estudiarse, porque real y verdaderamente no se comprenden a primera vista. Tímido al parecer, sabía arrostrar todos los peligros con ánimo sereno en los momentos más difíciles y apurados; sin que le podamos llamar un genio, tenía ese talento práctico no solo para ver el fondo de las cosas, sino para ver en ellas todo lo que hay, y verlas tales y como son: su entendimiento no se alucinaba nunca: huía del optimismo y del pesimismo, como vicios incapaces de producir nada bueno. Tolerante con todos, a todos escuchaba, y rara vez les quitaba la razón; pero cuando llegaba el momento de obrar, su voluntad era inquebrantable a pesar de todos los obstáculos y de todas las contrariedades.»

          Y por último, será El Diario de Murcia el que haga la crónica del funeral con la habitual y detallada enumeración de los asistentes: Gobernador Civil, Presidente de la Diputación, Alcalde de Murcia, miembros del Cabildo Catedral, sacerdotes y numerosas personalidades de la vida pública local, aunque una nota final de esta crónica no ha de sorprender ni siquiera en su sugerente redacción: «El señor Obispo no pudo asistir al acto fúnebre, porque según nos dijeron estaba un poco indispuesto.» Se trataba del nuevo obispo de Cartagena desde 1876, el conservador Diego Mariano Alguacil Rodríguez, que en su etapa de obispo de Vitoria, en 1871, había sido senador carlista. «Algo indispuesto», en efecto, debía de estar el obispo cuando no pudo asistir al funeral por el alma de quien tanto había luchado por Murcia y por la libertad.