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Revista de estudios filológicos
Nº23 Julio 2012 - ISSN 1577-6921
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relecturas

TIEMPOS POSTMODERNOS: EL SENTIDO DE UNA CIENCIA FILOLÓGICA ([1])

 

 

Rafael González Fernández

(Universidad de Murcia)

 

 

A principio de la década de los noventa del siglo pasado escribía el profesor Marc Mayer, refiriéndose a la arqueología y la Filología, que la actualidad de una valoración de los orígenes no podía ser más clara en un momento en el que esas dos ciencias pugnaban por resituarse en el panorama científico, víctimas de reorganizaciones clasificatorias que les hacían perder su identidad y también su espacio como disciplinas complejas a favor de alguno de sus componentes[2]. Resulta curioso que en los tiempos actuales la Filología, ciencia bimilenaria, se halle cuestionada de nuevo y siga buscando su sitio. Es verdad que el concepto de filología puede resultar difícil de precisar y hasta tal punto es así que, en 1914, Werner Jäger afirmaba que existían tantos conceptos de filología como filólogos[3]. Aserción, a todas luces, hiperbólica, sin embargo no es menos cierto que resulta difícil distinguir un método y unos objetivos filológicos comunes a lo largo de toda la historia ya que el concepto ha experimentado oscilaciones, tanto amplificatorias como restrictivas, en su desarrollo histórico. Múltiples son las definiciones que se han dado sobre la Filología; repasemos algunas: “ciencia histórica que tiene por objeto el conocimiento de las civilizaciones del pasado mediante los documentos escritos conservados; otra definición: el estudio de una lengua fundamentado en el análisis crítico de los textos escritos en esa lengua”; otra, la define como “fijación o estudio crítico de los textos y de su transmisión, mediante la comparación sistemática de los manuscritos o de las ediciones y a través de la historia”.

La Filología, aunque nacida en época helenística como ciencia, se constituyó en la época del Renacimiento como la primera de las ciencias humanas y acabó por desmembrarse a medida que éstas surgían y se precisaban: historia, arqueología, historia del arte, lingüística, crítica literaria, estilística, etc. El objeto propio de la Filología se ha ido precisando y haciéndose más restringido y desde esta perspectiva reduccionista podemos decir que hoy en día la filología se suele concebir como el estudio de la fijación del texto (cronología, desciframiento, su crítica interna: fijación de las variantes y la “lectio melior”), y eventualmente su comentario (referencias que faciliten la lectura y aparato crítico que garantice su autenticidad). Todos estos datos obtenidos por el filólogo pueden ser posteriormente utilizados por el historiador, por el lingüista, el crítico literario, etc. Además del estudio en sí de los textos, el campo de la filología se extendió al de su contenido (la lengua, el estilo, el contexto histórico y cultural, etc.). A pesar de todo a finales del siglo XIX seguía manteniendo cierta ambigüedad, ya que para algunos era el “estudio de los documentos escritos y su transmisión”, para otros era la “ciencia universal de la literatura”, o “el estudio general de las lenguas”.

Pero lo que a todos nos parece claro es que la filología debe acercarnos al conocimiento y al estudio de las fuentes documentales escritas de tal forma que a través de su estudio seamos capaces de sacar todos sus posibles contenidos. Por tanto necesita de un método específico que le permita cumplir con éxito su cometido. Esta metodología ha de partir de un doble análisis, por un lado restitución, y en su caso reconstrucción del texto en su forma genuina y, por otro lado, hacer claro el contenido de dicho documento. Es decir tras la restitución debemos estudiar su contenido desde una perspectiva múltiple, no sólo desde el punto de vista lingüístico sino que debe llevarnos a cada uno de los aspectos que nos den una comprensión general del mundo en el que se incluye tal obra. La filología está interesada, a partir de los textos escritos, por todo el conjunto de particularidades que forman la esencia y la cultura de un pueblo. Y aquí aparecen unidas la Filología y la Historia, que caminan de la mano y participan de un método histórico-filológico. De tal forma que las palabras que escribió Alfred Gercke[4] en 1909, “…la Filología es Historia y la Historia es Filología”, siguen manteniendo su vigencia en la actualidad de cara al debate en torno a la interdisciplinariedad de la Filología y de la Historia[5].

A partir de este punto podríamos definirla como la disciplina que se ocupa del análisis de las fuentes escritas en general, de las que se han desgajado aquéllas que, en virtud de los caracteres del soporte sobre el que radican, han llegado a constituir una ciencia separada (sobre todo en lo que a la especialidad de Historia Antigua atañe), tratándose estas fuentes de las inscripciones (epigrafía), papiros (papirología), las monedas y medallas (numismática), etc. Su actividad se centraría en la consulta original y en el conocimiento, comprensión y análisis interno de las fuentes documentales escritas, así como en su posterior valoración, datación, descripción de su contenido, crítica, fijación del texto, traducción y, en su caso, publicación con aparato crítico. En consecuencia, el filólogo, realiza historia y se incluye en ella en ese sentido. Por eso tratar de Historia (fundamentalmente la Antigua, en su vertiente de Historia de Grecia e Historia de Roma) y de Filología es tratar de ciencias complementarias y metodológicamente muy emparentadas. Se puede decir sin temor a equivocarnos que fue en la Alemania de finales del XVIII y principios del XIX en donde surgieron los factores idóneos y oportunos que dieron lugar a la eclosión de los estudios filológicos, en su vertiente clásica y por ende al nacimiento de la Historia Antigua. El auge de la ciencia alemana en general, y de la prusiana en particular, hace que a lo largo del siglo XIX se convierta Berlín en la indiscutida capital de la "Altertumswissenschaft". Con Friedrich A. Wolf se instauró la concepción de la filología como macrociencia de la Antigüedad. Bajo esta visión historicista y totalizadora la filología se definía como "interpretación de todas las manifestaciones del espíritu de un pueblo". Este nuevo enfoque provocó la ampliación de su campo de estudios y una cierta dispersión de sus objetivos. Su discípulo Augusto Böck[6], caracterizaba la filología como "conocimiento de lo producido por la mente humana, es decir, conocimiento de todo lo conocido". Otros compatriotas suyos de la talla de C. Heyne (1729-1812), y K. Lachmann (1793-1851) enfocaban el conjunto de las ciencias de la Antigüedad como filológicas y del que con el tiempo se desgajó lo que hoy conocemos como Historia Antigua.

En el XVIII la ciencia filológica comprendía la totalidad de la vida y de la producción intelectual del mundo clásico, además de la idea central del Geist de esa misma Antigüedad y que se veía reflejada en dos campos principales: por un lado, el contenido: las artes, ciencias y vida pública de griegos y romanos, y por otro lado, la forma, es decir, la lengua y sus auxiliares.

Sin embargo otros autores intentaron separar la Historia de la Filología, aunque quizás convendría mejor hablar de separación metodológica. Dos eminentes ejemplos lo constituyen las figuras de J.G. Droysen con su obra Gründriss der Historik, Leipzig, 1867, y E. Berheim, Lehrbuch der historischen Methode und der Geschichtsphilosophie, Leipzig, 1889. De todas formas la unidad de la Filología con la Historia continuó predicándose por parte de estudiosos como Hermann Usener quien en Bonn, en 1882, publicó Philologie und Geschichtswissenschaft. O un poco más tarde Alfred Gercke codirector de la obra Einleitung in die Altertumswissenschaft, quién, en el capítulo dedicado a la metodología, en un apartado dedicado a la unidad del método histórico-filológico (“Die Einheit der philologisch-historischen Methode”), escribía la famosa frase[7] Philologie ist Geschichte, und Geschichte ist Philologie”.

No obstante hay que precisar que el concepto de Filología de los siglos XVIII y XIX era mucho más amplio y poco cercano al concepto restringido que suele existir hoy – en ocasiones Literatura más Lingüística – y que se trataba de un concepto bastante amplio, cercano, casi equivalente, a Ciencia de la Antigüedad y con un carácter eminentemente historicista. Los estudiosos que se alinean bajo esta corriente subrayan la importancia del contexto histórico como base y finalidad misma de la interpretación de los textos, llegando, en algunos casos, a identificar la Filología con la Historia. Esta amplia concepción hace que se cifren sus objetivos en el "estudio de una civilización", o, en el caso de la Filología Clásica, en el estudio de "la cultura greco-romana en su esencia y en todas las manifestaciones de su vida". A finales del siglo XIX, como reacción a esta visión "historicista" y coincidiendo con el nacimiento de la gramática comparada, algunos autores propugnaron una tajante escisión entre gramática/lingüística, por una parte, y filología/literatura, por otra.

Sin embargo la influencia de la corriente "historicista" se ha dejado sentir, en otros muchos autores posteriores. Sirvan los testimonios de dos grandes filólogos: en opinión de A. Tovar[8] "la filología, primordial y originariamente, es una habilidad, un arte; consiste simplemente en tomar un texto y poder explicarlo bien, sin dejar ningún punto oscuro... Entran en ella, ya no sólo la gramática, sino la historia, la arqueología, la mitología, la geografía. Y entra, además, no ya sólo la explicación de un texto dado, sino la preparación de un texto legible, libre de erratas y corruptelas, la fijación de un texto lo más próximo posible a lo que pudo escribir el autor o lo que se imagina que es autor".

Para G. Funaioli[9] "la filología es y quiere ser comprensión crítica e histórica, interpretación de la palabra, de los sentimientos, de las ideas de un escritor, exploración de su personalidad, conocimiento científico, íntima compenetración y complementación de los espíritus y de las formas del mundo antiguo en su unidad, principalmente de cuanto de él nos ha quedado como patrimonio vivo: historia -no pura historicidad- y arte, dos momentos que no se pueden separar".

Poco a poco, como, por ejemplo, señalaba J. Lasso de la Vega, la historia antigua, la arqueología, etc., se fueron emancipando del tronco común de la Filología Clásica. La creciente complejidad en los métodos justificó (y sigue hoy justificando), en gran medida, la necesidad de una especialización. De este modo los objetivos de la filología quedaban reducidos, según la definición de G. Hermann, a "la exégesis de textos, a la búsqueda de la congruencia entre forma y contenido".

Por otra parte, las nuevas corrientes lingüísticas, estructuralismo y gramática generativa, han reabierto esta antigua controversia al proponer una clara distinción entre Filología y Lingüística. Así, L. Hjelmslev[10], en su teoría glosemática, separa nítidamente los campos de la filología (= el estudio del lenguaje y de sus textos como medio de conocimiento histórico y literario') y de la lingüística (= el estudio del lenguaje y de sus textos como fin en sí mismo').

Según P. Quetglas, una vez superada esta fase gracias a los intentos reconciliadores de Curtius y Corssen, entre otros, se llegó a lo que él llama "etapa actual de sedimentación", en la que se ha tratado de alcanzar un cierto equilibrio conciliando las posturas extremas representadas por los historicistas y sus detractores[11]. Esta "conciliación" es, más bien, consecuencia de un nuevo planteamiento de las relaciones entre Historia y Filología no como un conflicto de intereses sino como una relación de paridad y complementación. En cierto modo los modernos estudiosos retoman la idea integradora -utópica, si se quiere, pero aún fructífera- de la Altertumswissenschaft, pero matizan la formulación historicista, viendo entre las disciplinas que la constituyen un vínculo no de subordinación sino de necesaria interdependencia. Desde esta perspectiva se tratan de hallar, sin negar su sentido histórico, los rasgos diferenciadores de la Filología. A esta visión se adscriben, entre otras, las recientes manifestaciones de algunos filólogos españoles: "Los filólogos -afirma M. Mayer[12]- leemos los textos, los arqueólogos la cultura material: la Historia Antigua nos sintetiza... Nos hallamos no ante la servidumbre sino ante la paridad, y una paridad legítima. No en vano la Filología en su concepto decimonónico es una materia esencialmente histórica... Nuestro campo de estudio llega hasta todos los puntos a los que debamos llegar para hacer acopio de información que nos permita dar completo y pleno sentido a nuestros textos".

Para J.S. Lasso de la Vega[13], "sin filología no hay historia”. Negar a la filología clásica, desde Wolf en adelante, sentido histórico sería sencillamente una calumnia. Sin embargo, hay algo diferencial entre ambas disciplinas. Dejemos que lo diga un eminente historiador, Eduardo Meyer: Yo definiría la esencia de la filología diciendo que ella introduce los productos de la Historia en el presente y los trata como presentes y subsistentes... La filología trata a su objeto no como algo en devenir, ni históricamente, sino como algo que es y es existente".

En este último punto Lasso de la Vega se distancia de la filología historicista del XIX y defiende la actualidad de la orientación neohumanista preconizada por Werner Jäger, convencido de que la ciencia de la antigüedad clásica de hoy "sólo como umbral de un renovado Humanismo gana su pleno sentido", como nexo, en fin, entre la Antigüedad Clásica y la Cultura Moderna.

En las modernas concepciones, la filología, sin prescindir de la ayuda de otras disciplinas (¿ciencias auxiliares? ¿quién es auxiliar de quien?), trata de hallar su status propio como ciencia que atiende a la fijación, comprensión y explicación de un texto a partir del contexto (lingüístico) y del contexto (histórico-literario) en que se produce.

Víctor José Herrero[14] nos resume el concepto actual del término philologia: “Para unos se limita solamente a una erudición centrada en las lenguas y literaturas clásicas. Según otros abarca el concepto de las disciplinas que en la época actual se ocupan del mundo antiguo. Todavía hay quien confunde con la Lingüística, rama que, en realidad, forma parte, como otras muchas disciplinas, del contenido filológico, aunque sea la de más reciente aparición. En consecuencia creemos acertada la clasificación de W. Kroll (Historia de la Filología Clásica, Barcelona, 1928, 8), según la cual las disciplinas que abarca la Filología son: Historia de las lenguas, Lingüística, Retórica, Métrica, Literatura, Historia, Religión, Mitología, Historia de la cultura, Instituciones privadas, públicas y militares, Geografía, Numismática, Epigrafía, Historia Artística y Arqueología […] Entran, por tanto, en la categoría de filólogos cuantos investigadores se han ocupado de las disciplinas mencionadas”.

 

 

 

 



[1] Publicada en la monografía ¿Quo vadis Philologia? de José María Jiménez Cano (ed.) http://www.um.es/tonosdigital/znum17/portada/monotonos/monotonos.htm

[2] MAYER Y OLIVÉ, M., “Filología y Arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, p. 95.

[3] W. JÄGER, Philologie und Historie, Basilea, 1914 [= H. OPPERMANN (ed.), Humanismus, Darmstadt, 1971, 1-17].

[4] Que él confiesa haberlas tomado de una publicación de Hermann Usener de 1882, Philologie und Geschichtswissenschaft, Bonn.

[5] Véase mi trabajo “Historia (Antigua) y Filología”, Tonos digital: Revista electrónica de estudios filológicos, ISSN 1577-6921, Nº. 6, 2003.

[6] A. BÖCK, Encyklöpadie und Methodologie der philologischen Wissenschaften, Leipzig, 1877, 18862.

[7] Página 35 de la edición de 1912.Véase nota 3.

[8] A. TOVAR, Lingüística y Filología Clásica, Madrid, 1944.

[9] G. FUNAIOLI, "Lineamenti di una storia della filologia attraverso i secoli", en Studi di letteratura antica, Bologna, 1946, vol. I, 185-385.

[10] L. HJELMSLEV, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, trad. esp., Madrid, 1971.

[11] P. QUETGLAS, Elementos básicos de filología y lingüística latinas, Barcelona, 1985.

[12] M. MAYER Y OLIVÉ, M., “Filología y Arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, pp. 95-99.

[13] J.S. LASSO DE LA VEGA.et alii, La enseñanza de las lenguas clásicas, Madrid, 1992.

[14] V.J. HERRERO, Introducción al estudio de la Filología Latina, Madrid, 1965, 1981, 3ª ed., 18-19. Cit. en P. VILLALBA I VARNEDA, “Fuentes clásicas y arqueología”, Arqueología Hoy, Madrid, 1993, 102-103.