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Ronda, 1883
Afuera se oía la lenta galopa de
caballos, tirando de calesas, entremezcladas con una guitarra dándose al ritmo
flamenco. Bailaba una gitana con su compañero mientras la gente alrededor
gritaba "olé", tirando monedas en el suelo. Las jóvenes señoritas con sus velos blancos y
vestidos vibrando de colores andaluces -rosas, violetas, rojas- brillaban en el
sol cálido de primavera. Salían de la catedral acompañadas por sus madres y
tías en velos y vestidos negros. Iban hacia el parque central vía la calle
Santa María, después cruzando el viejo puente de Ronda. Desde el puente se veía el tajo donde los
pájaros volaban encima del río Tajo.
El joven teniente Francisco de Paula caminaba solo en pleno uniforme hacia
su casa en la calle Ríos Rosas. Tenía la facha de un aristócrata de las provincias
-orgulloso, su cuerpo recto, con una energía juvenil-. Mostraba en el fruncir
de sus cejas algo que le perturbaba. Pero
no tenía ningún remordimiento de lo que ocurrió hace una semana. Tuvo un argumento
con su capitán, sobre su novia Encarnación a quien su rival se enamoraba,
y resulto feo después. Le insultó y dos días después, el comandante le llamó
para decirle que la vida militar no correspondía bien con su temperamento
y el joven allí mismo en frente del comandante tendió su resignación. ¡Qué
más da! La juventud, el temperamento impulsivo de un andaluz aristócrata que
no le importaba ni un pepino a estos idiotas militares. Le habló a la condesa
su mamá de esto y le dijo que quería marcharse de España para olvidar de esta
desgracia, este feo acontecimiento, y pues la buena madre le consolaba a su
hijo mayor y le dijo que le iba a escribir a su hermano Miguel en Filipinas
a ver si le consiguiera algún trabajo allá.
Estos pensamientos cruzaban la mente
del joven ex-teniente mientras caminaba deprisa hacia su hogar.
Su hermana menor, Adela, quien estaba
sentada al lado de la ventana de la sala mirando a la gente divirtiéndose le
vio a su hermano mayor andando en la calle. Corrió hacia la puerta para
saludarle a su hermano mayor y abrazarle.
-Hola, Paco.
-Hola Adela. Le besó a su hermanita
en la mejilla y se sentó al lado de ella por la ventana.
La sala tenía la sensación de un castillo medieval. En la pared un gigantesco
retrato de su padre, el Conde de Paula, muerto muy joven en un accidente de
caballería cuando Francisco solo tenía diez años. Un candelabro se colgaba
en medio de la sala, y cuando se hablaba, se oían ecos alrededor de todos
los pasillos.
-Filipinas, pero ¿qué vas a hacer
allá? Adela le preguntó en su voz
chiquita, débil, femenina. Se sentía triste porque su hermano se iba a marchar.
-No sé. Un exilio, más bien un
auto-exilio. El caso fue grave. El
cabrón casi se forzaba sus intenciones a Encarnación. Lo conté a mamá. Primero no estaba de acuerdo pero después de
hablar de las consecuencias si me quedara aquí, me dio su bendición para
marcharme.
-Pero ¿qué piensas hacer allí?
-No sé todavía. Probablemente
trabajar con tío Miguel. Para decirte la verdad, no sé qué va a pasar. Dios
sólo sabe.
Málaga, 1884
En treinta minutos, el expreso para
Barcelona estaba para salir. Toda la familia se reunía en la estación de
ferrocarril para despedirse de Paco -su madre,
-Te echaré de menos.
-No te preocupes. Volveré en dos
años. Pasará pronto el tiempo. Te voy a traer una de esas graciosas mantillas
de Manila. - Le abrazó a su hermanita.
Sus hermanos Diego y Abelardo le
abrazaron y le despidieron.
-Buena suerte, Paco.
Sus hermanas le besaron y les dijo: -
Nos veremos pronto, muy pronto, os aseguro.
Su querida madre, con una triste sonrisa en su cara, beso a su hijo. Sintió su cálido beso en su mejilla. Le abrazo.
No sabía el joven Paco que esta iba a ser la última vez que le besaba su
madre.
--Ten cuidao, hijo, ¡y váyate con
Dios!
--Gracias mamá. Nos veremos seguro en dos años.
El viaje a Barcelona fue nostálgico.
Paco miraba afuera, desde su asiento en el tren, a las flores de los naranjales
sonriendo al sol cálido de Andalucía. Se acordó de su niñez en la hacienda
de Ronda. Su pequeño caballo Rocinante, su burro Sancho Panza que le fastidiaba
siempre porque tenía un genio...la dulce fragancia de la miel que las abejas
cosechaban de los naranjales, y en otoño, recogía las dulces y verdes naranjas
de los árboles, su mamá haciendo mermelada de las cáscaras secas, y él, tomando
su café con la dulce crema de la leche de las cabras, pan tostado y la mermelada.
Ya era el verano de 1884. Las
colonias de Latinoamérica y Filipinas estaban intranquilas; muchas colonias en
Hispanoamérica ya han obtenido la independencia después de luchar en
sangrientas revoluciones. Muy pocas se quedaron bajo el dominio español. Las Islas Filipinas, Puerto Rico y Cuba eran
unas de las pocas. Pero ya se notaba la
intranquilidad política en Filipinas; el pueblo filipino clamaba por su
independencia. Los frailes con sus abusos daban a España una mala reputación. Los
frailes españoles abusaron de sus poderes eclesiásticos, aprovechando, por medio
de sus terrenos, el control de la política y economía filipina, todo en nombre
de la cristiandad. Los ilustrados filipinos empezaron su propaganda contra los
frailes, y consecuentemente, contra España. Este movimiento intelectual resultó
después en la revolución filipina contra España que estalló en 1896 poco
después de la muerte del héroe nacional, José Rizal.
Francisco de Paula iba a un país en
tumulto; un país donde la mayoría del pueblo eran anti-españoles. A la vez que
España perdía poco a poco sus colonias, un nuevo poder económico y político
surgía, los Estados Unidos de América. Este nuevo imperio dominará el mundo muy
pronto, pensaba el joven de Paula.
-Es el destino, pensó el joven. Muchas
veces se sentaba en el último banco de la iglesia y en vez de contemplar en el
sermón del párroco de Ronda, rezaba directamente al crucifijo encima del altar
y susurraba ‘Tu voluntad no la mía’.
Encontraba difícil creer que era necesario confesar los pecados a un
cura, como lo creían todos, que el cura servía como sicólogo-confesor. Le era
difícil creer en el sacramento de la penitencia. Para él, la confesión era un
tipo de chismes, un instrumento de manipulación de los curas. De esta manera fue un tipo de rebelde, un verdadero
"protestante" que no creía necesario pedir perdón por sus pecados por
medio de un intermediario, o sea, el cura en un confesionario. Para él, era más
natural, más puro comunicar directamente al Todopoderoso.
-Destino,
pensó otra vez. Estaba en camino a una de las colonias. Una sensación de
esperanza surgió dentro de su alma.
Morong,
1891
El joven Francisco de Paula puso su
cédula en su bolso y estaba en camino a verle a su tío Miguel, el gobernador de
la provincia de Morong, que previamente recibió una carta de su hermana en
Ronda de la llegada de Francisco, pidiendo si le pudiera ayudar a encontrar
trabajo en Filipinas. El gobernador le
había vuelto a escribir a su hermana para decir que no había ningún problema,
diciendo que si quería trabajar en Morong con él, no era ninguna inconveniencia.
Francisco terminó sus estudios con el título de Ingeniero de
-Claro, tío, si me necesitas aquí, estoy dispuesto a trabajar contigo.
Y así fue. Estuvo siete años
trabajando como ingeniero con su tío en Morong, y fueron años fructíferos en su
carrera. Una tarde, su tío le llamó a su
oficina.
-Buenos días, tío.
-Hola sobrino. ¿Cómo te va? Siéntate,
siéntate. ¿Qué tal la familia?
-Pues todo anda bien, gracias a Dios.
Mamá, siempre nostálgica en sus cartas, quejándose de mi hermanita Adela, a
pesar de tantos pretendientes, no se ha decidido con quien casarse. Mi hermano
Abelardo fue designado a Madrid. Mamá escribe que hay una gran posibilidad que
le hagan el nuevo comandante de la escuela militar en Zaragoza.
-Bien, bien.
Me alegro de que todo ande bien. Pues, te llamé porque me marcho para
España. Después de diez años aquí, fui recomendado al Rey para el puesto de
Gobernador de
-Me alegro, tío. ¡Enhorabuena!
-Muchas gracias. Ahora bien.
¿Quieres seguir conmigo? O si quieres
quedarte más tiempo en Morong. Eres un buen trabajador.
-Prefiero quedarme más tiempo en las
Islas, tío Miguel. Me gusta Filipinas y me acostumbré a vivir aquí. Son buena
gente los filipinos. Claro que echo mucho de menos a mamá y mi familia, pero
quizá me gustaría quedarme dos años más, y después, veremos.
-¿Quieres seguir trabajando aquí en Morong?
-No creo, tío. Ahora que te vas, me
gustaría trasladarme. Quizás al norte. Visité esa parte el año pasao y me gusto
el terreno mucho. Se parece mucho a Ronda. Las montañas, el mar en
-Sí, sí, hace unos años, estuve por ahí. Sé lo que dices.
Muy parecido a Andalucía.
-¿Crees que puedes conseguirme algún trabajo por ahí?
-Puedo hablar con el Director de
-Por supuesto, tío. Gracias. Lo
aprecio mucho. Hasta luego. ¡Adiós!
-Adiós, Francisco. Nos vemos. Hasta ahora.
Un mes después, Francisco de Paula
estaba en el tren camino hacia San Fernando,
No sabía, en aquel momento, cuando se
sentó en aquel tren en Tutubán para
Sentado en aquel tren, se acordaba de
su viaje desde Málaga a Barcelona hace más de siete años… los pueblos, la
costa… cuánta España veía en esta parte de las islas… cuánta Andalucía… mar,
montañas, colinas. Se acordó en particular las Colinas de Palali cuando tomó
por primera vez un viaje desde San Fernando a Baguio el año pasado cuando se
fue de vacaciones. Se enamoró instantáneamente con las Colinas rojas de Palali
igual que las Colinas rojas de Ronda, y el camino “zigzag” a la ciudad de
pinos, Baguio, igual que el camino de curvas a su pueblo natal. Tenía el
presentimiento de que esto iba a ser su nuevo hogar.
Los
años 1894-1899 fueron los mejores años en la vida de Francisco de Paula. Su
carrera como Director de
La historia filipina en estos años
fue una de turbulencia; pasaba lo mismo en el mundo hispánico, porque los
Estados Unidos abarcaban hacia su dominio y control mundial. Sus relaciones con
España se empeoraron, y en diciembre de 1898, España y los Estados Unidos
firmaron el infamoso Tratado de París donde España vendió sus ultimas tres
colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, a los Estados Unidos por $20,000,000.
La turbulencia alrededor del mundo hispánico no
afectaba el mundo doméstico de Paco de Paula.
El seguía su vida normal en
Paco seguía recibiendo cartas de su
madre y su hermana Adela casi todos los meses y el siempre contestaba
inmediatamente. Tenía la costumbre de cerrar la carta con una lacre roja y
sellarlo con el anillo que llevaba el escudo de la familia.
Este mes su hermana le escribió para
contarle malas noticias. Su madre estaba muy enferma. Su salud se deterioraba. Desde
su primer infarto hace 10 años, su salud no andaba bien. Esta vez era algo
grave, escribía Adela, un ataque que por poco le mata.
-Vente en seguida. Mamá está muy enferma -decía en su carta.
Paco muy angustiado, le llamó a su
esposa.
-Adela, tengo que ir a España. Mamá esta muy enferma. ¿Quieres seguir
conmigo?
-Y ¿quién cuidará a los chiquillos?
-¿Puedes hablar con tu madre?
-Bueno. Hablaré con ella.
Ese mismo día, se prepararon para ir
a Manila y coger el primer barco para España.
Llegaron a Ronda en marzo, un día cálido en marzo. Pero era demasiado
tarde. ¡Su madre murió tres días antes!
El entierro era para el día siguiente.
Paco recitó el elogio. Voz triste,
agrietada. Primero, dio gracias a la gente en nombre de sus hermanos y tíos por
haber asistido en el funeral. Después expresaba su tristeza de no haber llegado
a tiempo y haberla visto a su madre viva. Paró un rato. No podía seguir con su
discurso. Las lágrimas caían de sus
ojos. Oía sollozos de sus hermanos. Continuó:
-Me duele mucho la muerte de mamá; siento
verdadero remordimiento por no haber venido más temprano, sabiendo que ya
estaba enferma hace años. Mi trabajo, mi familia me lo impidió, pero -paró otra
vez para secar sus lágrimas- No, no quiero dar excusas. Me siento culpable, muy culpable.
Miró la cara serena de su madre. Empezó a sollozar.
-Madre, perdóname.
Sus lágrimas caían de sus ojos como
dos ríos. No podía continuar con el elogio. Su esposa Adela le ayudo a su
asiento. El padre, en medio de los sollozos dentro de la iglesia, terminó el réquiem.
Fue un día muy cálido durante aquel
entierro en el cementerio de Ronda. El calor seco de Ronda. La familia y unos amigos asistían al
entierro. Paco y las dos Adelas se ubicaban al lado del reverendo padre quien
recitaba las últimas palabras del réquiem: Salmo 23.
Paco y Adela se quedaron una semana
más antes de regresar a Filipinas. Conoció por primera vez a los cuñados
Izquierdo y Corrales casados con sus hermanas Luisa y Concha. Abelardo estaba con
su mujer Teresa. Abelardo seguía en el militar y ya era un coronel. Adela la
menor a pesar de sus muchos pretendientes decidió quedarse soltera.
-Pues, hermanita, ¡cómo corre el tiempo! Y tú, ¿sin marido todavía?
-Alguien tenía que estar con mamá. Todos
se marcharon, o se casaron. Me quedé sola con ella para cuidarla.
-Has hecho bien, Adela. Mamá, en los
cielos, con certeza te va ayudar el resto de vida.
Y resulta que así pasó. Su madre,
antes de morir, dejó la mitad de todas sus posesiones, incluso la casa en
Ronda, a su hija Adela. A Paco le dejó una pequeña herencia que utilizó más
tarde para construir la casa solariega en Baguio.
Antes de marcharse de Ronda, Paco
acompañó a su mujer a la finca de los de Paula para recordar sus días de niño.
-Mi feliz niñez -le dijo a Adela.
–Aquí yo mismo recogía limones y naranjas y mamá me preparaba jugos y
mermeladas. Mira los oliveros. Me
acuerdo de esas aceitunas negras que los inquilinos preparaban, y su aceite
puro de olivo que se usaba para el bacalao durante la semana santa.
Pensó en su madre otra vez.--La
muerte inevitable… nacer, vivir, morir. Todo parte del ciclo humano. Todo parte
del plan divino.
El día siguiente, se marcharon para
Filipinas.
BANGAR, 1903-1905
Paco
volvió a Filipinas, su alma completamente destrozada. Sentía un dolor mezclado
con una confusa angustia; sus sentimientos de culpabilidad le inundaban, y
empezó a beber fuerte para matar el dolor y la vaciedad que sentía. Siempre
estaba de mal humor. A veces, permanecía en un estado melancólico días tras
días sin hablar con nadie; luego, en sus sueños, lloraba en sollozos como un
niño castigado. Con frecuencia se despertaba de pesadillas gritando y llorando
"¿Por qué?" Paco ya no era el andaluz alegre que Adela conoció hace
casi diez años.
En
sus momentos de borrachera, gritaba a los criados -Puñetera la madamdama!; perdía la paciencia por poca cosa. Su mal
genio le hacía gritar con frecuencia al chofer, al cocinero, por cada poca cosa
-que no se ha cocinado bien la carne, que no manejaba con cautela el chofer,
etcétera-. Adela hablaba con los criados después para explicar que el señor
estaba de mal genio por la muerte de su madre, y que por favor tengan mucha
paciencia con él, etcétera. Los criados comprendieron y asintieron con un wen, siñora.
La
muerte de su madre le causó un terrible golpe psicológico a Paco. En sus
momentos nostálgicos, con lágrimas en sus ojos, se ponía a recordar sus días de
niño con su querida madre en Ronda, los paseos con ella y la familia en las
playas de Málaga, las procesiones durante
Después
de un mes, Paco decidió volver a su trabajo. Trabajaba más que nunca para
distraerse. Se daba cuenta de la miseria que seguía causando a su familia con
su mal genio y momentos irracionales. El trabajo fue su única salvación para
quitarle la depresión y la melancolía. Trabajaba doce horas al día en
Baguio y Palali, 1910-1931
Don Francisco de Paula, ya bien
conocido y respetado en la comunidad de Baguio en el año del señor 1910, se
acercaba a su mediana edad y se ponía más y más irritable cada día. Se
impacientaba mucho con los criados y les gritaba puñeta cuando les oía decir madamdama.
A él le fastidiaba la procrastinación, y cuando mandaba que hicieran algo,
quería que lo hicieran inmediatamente.
Pero los criados le temían por
respeto. Conservaba su postura aristocrática; tenía un estilo elegante en su
manera de dar órdenes, en su modo de sentar, en su manera de agarrar su vaso de
coñac.
Hoy estaba de mal genio porque su
hijo Paquito tuvo una pelea y venía a casa lloriqueando, su nariz sangrienta,
diciendo que uno de sus condiscípulos le pegó en la cara. Don Paco le dijo: -¡Vuélvete
y pégale también, y no vuelvas aquí llorando!
Paquito, con una mezcla de confianza
y temor a su padre, paró de llorar y volvió a su escuela. Desde aquel día,
Paquito nunca jamás volvió a su padre; aprendió aquel día una lección que no olvidó
nunca en toda su vida: el coraje.
Después de este incidente, Paquito,
que salió triunfante aquel día porque resulta que le pegó al niño varias veces
que por poco le llevaron al hospital, pues, Don Francisco sintió recompensada,
el honor de la familia conservada. Tomó un sorbo de su coñac, y se sonrió contento.
Se acordaba aquel viaje en tren a
Barcelona cuando salió por primera vez de España hace más de 25 años. Se llenó
de nostalgia recordando los campos de Andalucía, el mar cuando el tren se
acercaba a Valencia, la famosa costa del sol. Se acordaba también de sus viajes
a Castilla cuando era aún un cadete en la escuela militar de Toledo -el terreno
casi como un desierto, el terreno de los oliveros de Castilla, Burgos, hogar
del legendario El Cid, y más cerca a Madrid, Toledo, con su famoso Alcázar, y
la ciudad del pintor El Greco, ciudad de los "moros". -Sí, Castilla
de mis recuerdos--pensó Don Paco.
En
el mismo compartimento del tren, se encontraba con una familia amable. Le
ofrecían al joven Francisco tinto y bocadillos, pero el tenía su vino andaluz y
los bocadillos de jamón serrano y aceitunas preparados por su madre la noche
antes. Tomaron su vino después de un
brindis.
-Salud, pesetas y amor.
-Y tiempo para gastarlas, contestó el
compañero.
Se pusieron a reír y contar cuentos
tártaros de Andalucía. Era una familia feliz, típica de las familias andaluzas
-alegres, enérgicas, con el gesto frenético de vivir la vida. Se acordaba de
sus días de niño mientras miraba a los niños de esta pareja reír y jugar.
-¡Papá! -le interrumpió Paquito, en
medio de estos salubrios recuerdos.
-¿Qué dices, hijo?
-Pues le pegué a aquel niño, y se
puso a correr a su mamá llorando.
-Pues, hijo, hoy día has aprendido una lección de coraje.
-Sí, papá, sonrió el niño Paquito que
apenas tenía ocho años.
-¿Qué pasa aquí?, -preguntó Adela,
preocupada con la facha sucia de su hijo.
-¡Todo anda bien y resuelto!,
respondió Don Paco, sonriendo a su esposa. Ella tomó la mano de Paquito y le
llevó al baño para limpiarle.
Don Francisco volvió a sus recuerdos
y pensamientos. ¡Qué pronto pasan los días! Más de veinte años se han pasado. Se
acordó de aquel día cuando le escribió a su hermanita Adela diciéndole que se
enamoró de una hermosa ilocana que también llevaba el mismo nombre, Adela. Como
que un día, aburrido con el sermón del cura, miraba alrededor de la iglesia, y
curioso, se fijó en una cantatriz en el coro que tenía una voz muy bonita y que
cantaba mejor que los canarios, y que se enamoró de ella en ese instante
mientras ella cantaba
Pero la joven Adela que acababa de
cumplir sus quince años no quería casarse con el conde español de
Pero ella supo que no podía hacer
nada contra la decisión de su padre. El deseo de su padre fue un mandato
irreversible, y ella, siendo una hija obediente y sumisa, no podía hacer nada.
La madre de Adela la consolaba y le
decía -Cuando tengas hijos, te vas a dar cuenta de la felicidad. Tus hijos serán
tu alegría. Adela se acordó de estas palabras de su madre el resto de su vida.
Don Francisco tomo otro sorbo de su
coñac mientras reflexionaba, sonriendo, recordando como su novia, la jovencita
Adela, en la iglesia, rehusó dar la mano cuando él iba a meter el anillo en su
dedo. Dio finalmente la mano después de mirar a su madre quien le devolvía la
mirada con una sonrisa de aliento.
-Acuérdate dos cosas, aconsejaba la
madre a Adela después de la boda. Enséñales a tus hijas que si se casasen con
hombres ricos, deben saber manejar la casa y los criados. Pero, por suerte,
bien o mal, si se casasen con pobres, deben saber cocinar, y cuidar bien a sus
maridos e hijos. Así son las buenas esposas.
Doña Adela se acordó de estos
consejos de su sabia y buena madre, y educó a todas sus hijas con la misma
tradición.
Se
disminuía un poco el dolor que sentía Paco por la muerte de su madre cuando
nació su hija, Luz, en 1905. La nombró Luz porque se acordaba de su hermana
Luisa Luz, una mujer jovial y siempre alegre. Se acordaba como su pelo rizado
era igual que su hijita, pelo negro y rizado. Sonrió por primera vez después de
mucho tiempo y le llamó "mi pequeñita gitana morena". A veces, cuando
la chiquilla no podía dormir, él le cantaba Soñé...
danzando por ti en una noche de amor porque tenías la voz de un ángel que vi.
Pero la suerte que hallé ha sido cruel...
mi ilusión, mi pobre fiel corazón que padecí por ti..., y la gitanilla se
ponía a dormir tranquilita. Su gitanilla era su salvación de su estado
deprimido, como si fuera el nacimiento de su hija le hubiese dado nueva vida
dentro de su espíritu. Ella era su
salvación después de tres años de dolor y vaciedad. De la muerte de su madre
encontró la resurrección del espíritu de su madre en su hija. La pequeña
gitanilla creció para quedarse una mujer generosa que luego cuidó a sus
hermanos y sobrinos menos afortunados que necesitaban su ayuda.
Los
años que siguieron después del nacimiento de Luz fueron los años más prolíficos
de Don Paco y Doña Adela. Tuvieron seis hijos más, y cada vez que nació una
criatura, Don Paco vio a su madre resurrecta y poco a poco se disipó su
aflicción. Después de Luisa nació Conchita en 1908; Paco la nombró de su
hermana, Concha, que se casó con la familia Izquierdo. Otra hija nació en 1910;
la nombró Dolores, de una tía rondeña conocida en la provincia de Málaga como
cantatriz y danzarina de flamenco. Dos años después nació Miguel. Lo nombró tal
por su tío, que le ayudó cuando era Gobernador en Morong y luego, Gobernador de
Málaga. Otra hija nació en 1913, pero murió de pulmonía cuando sólo tenía 4
años. Aida Adeling en 1915, nombrada por la madre y su hermana menor; Josefina,
1917, nombrada por su tía Pepa, conocida en toda Málaga como una incansable
trabajadora comunitaria; y el menor, Diego, nacido en 1919, nombrado de su
hermano menor.
Estos
años fueron los más fructíferos para Don Paco; le volvió la felicidad, y no
necesitaba a su "Carlos Primero" o "Fundador" para
distraerse. Se convirtió en un excelente padre de familia. Le gustaba mucho
jugar con sus hijos después de su trabajo diario. Se abundaba del amor, cariño
y respeto de su mujer y de sus hijos. A
pesar de que era un disciplinario y un padre muy estricto, fueron compensadas
por su compasión y sentimentalidad. Y por eso sus hijos, aunque le temían por
su manera disciplinaria, le amaban y le respetaban. En casa, su palabra fue la
ley, y cuando se le desobedecía, quitaba su grueso cinturón de cuero y pegaba
con fuertes palizas a los hijos, en particular a los niños Paquito y Miguel cuando
mentían o desobedecían. Pero en total, lo hacía para darles lecciones de la
vida.
Un
año después que nació Diego, Paco empezó a hacer planes de jubilarse de
Decidió
construir su casa de retiro en Baguio. Había comprado unas cinco hectáreas de
terreno allí en 1901, y pensó en construir la casa solariega cerca del
municipio de Baguio. En 1921, se terminó la construcción de la casa; ese mismo
año, se jubiló de
La
casa que mandó construir en Baguio fue una magnífica mansión de piedra de tres
pisos con nueve dormitorios, seis baños, y una enorme cocina y dormitorios de
los criados en el sótano. Adela y Paco ocuparon el tercer piso; con ellos en el
mismo piso, los menores Adeling, Pepita y Diego acompañados por una aya. Los
mayores ocuparon el segundo piso: Luisa y Conchita en un cuarto, Miguel y
Paquito en el otro. El otro cuarto fue reservado para los otros hijos que ya no
vivían con ellos pero que visitaban de vez en cuando: Abelardo cuando venía
visitar de sus viajes en
La
pobre Antonia no tenía tanta suerte. Se fugó con su amante, un médico casado, y
le dejó un hijo, que ella nombró Francisco con el apodo de
"Paquing". Paquing llevaba el
apellido de su madre, de Paula, y fue nombrado igual que su abuelo. Antonia se
casó poco después con un empleado de los Ferrocarriles Nacionales de Filipinas
(PNR), y vivió el resto de su vida en Tondo, cerca de la estación de Tutubán
donde trabajaba su marido. Tuvo dos hijos con él: César y Berting.
En
el año 1945, antes de la liberación de Filipinas por los GI's bajo el General
McArthur con su famoso "I shall return", los norteamericanos
bombardearon las ciudades donde creían que los japoneses aún escondían. Baguio
y Manila fueron las dos ciudades donde más hubo bombardeos. La magnífica
mansión de piedra en Abanao se destruyó completamente. La reconstrucción
comenzó poco después del fin de la segunda guerra mundial, y en 1951, se
levantó una casa de madera de pino importado con casi las mismas dimensiones
que la casa original.
Abelardo se había ingresado en el "Navy" cuando sólo tenía
17 años, tanto con el disgusto de su padre. Se casó con una mujer santa de
buen corazón, una ilocana con el nombre de Teresa.
No tuvieron hijos. Cuando apenas
tenía 40 años, murió de una complicación rara de los riñones, “nefritis”.
Su hermano menor, Miguel, se caso con la viuda Teresa y tenían dos hijos gemelos,
Migueling y Luisito. Ella y el otro
gemelo Luisito murieron poco después de la desnutrición en el año 1942 mientras
fugaban y escondían de los japoneses. Miguel era un oficial guerrillero, y
estaba constantemente fugando de los japoneses, con su mujer preñada. El otro
gemelo, Migueling, vivió con su abuela y sus tías en la casa en Abanao. En
1971, su prima, Angeling, hija de Conchita, le ayudó emigrar a Chicago, y
hoy día, es un próspero negociante en
la ciudad del legendario Al Capone.
Don
Francisco había enviado a sus dos hijas, Luisa y Conchita a una escuela
exclusiva de mujeres en Manila, Santa Isabel.
Lolita y Aida siguieron después. Luisa aprendió a tocar el piano y
conocer a los clásicos: Beethoven, Mozart, Rakmaninoff, etcetera. Luego se
acordaba cómo de estricto eran las monjas española en aquella escuela. Cada vez
que tocaba notas sintonadas, la maestra de música le daba palizas en la mano
con una regla de madera.
Con
su pensión de
Palali. Palali, para Paco, era un nostálgico recuerdo de Ronda. Durante
los fines de semana, bajaba de Baguio para respirar el aire fresco de la granja.
Mandó construir una pequeña casita ranchera con un balcón típicamente andaluz,
y allí sentaba en la tarde con su coñac, dormitaba un rato. Cuando se despertaba
y no hacía tanto calor, subía a Kimalugong para ver, en días claros, el mar
en el distante. El clima en Palali era ideal.
No tenía la fría humedad de Baguio, ni tampoco el calor irritante y sudoroso
de las tierras bajas de
El color ladrillo de las colinas le hacía recordar de las colinas alrededor
de Ronda. Iba con frecuencia a Palali
en estos últimos años de su vida para absorber en su alma los últimos alientos
del aire de Palali, el microcosmos de su querida patria adoptiva, bañarse
después en su sol cálido del mediodía, refrescarse en las noches tranquilas,
tomar su coñac y sentir la paz y la quieta comunicación con la naturaleza
y su Creador el Omnipotente para después hablar con él en medio de la tranquila
quietud para darle gracias por haberle regalado dos divinas bendiciones: su
vida y sus hijos.
A los setenta años,
Don Francisco de Paula murió en la gracia omnipotente de Dios, rodeado por su
mujer e hijos en 1931.
FIN
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