|
LAS TRECE ROSAS DE
VISTAS POR EL
NOVELISTA JESÚS FERRERO Y EL PERIODISTA CARLOS FONSECA
Jaime Céspedes Gallego
(Université Paris 10 – Nanterre, Centre d’Études
Ibériques et Ibéro-Américaines)
Realizamos aquí un estudio comparativo entre la novela de
Jesús Ferrero
Gracias a su calidad literaria, la obra del novelista Jesús
Ferrero, nacido en Zamora en 1952, despertó, más de sesenta años después de los
hechos, el interés general en España en torno al caso de las Trece Rosas,
adelantándose algunos meses al también esperado libro de Fonseca, de factura
más complicada, ya que es este un trabajo basado solamente en documentos
reales. Como recuerdan hoy día muchos historiadores españoles, no hay que
pensar que antes las Trece Rosas no fuesen conocidas en absoluto o que se
evitase hablar de ellas, pero sí es cierto que su caso era fundamentalmente
recordado, aparte de en las obras de algunos historiadores, solo en la memoria
de exiliados políticos, para quienes las Trece siempre tuvieron un carácter
mítico, sobre todo entre los antiguos oponentes clandestinos al régimen
franquista, como recuerda Jorge Semprún en el prólogo
a la edición en francés de la novela de Ferrero[4].
Esta novela, así como la investigación documentada de Carlos Fonseca (el tercer
libro publicado por el periodista madrileño nacido en 1959), desencadenaron
toda una serie de obras en otros ámbitos culturales (como el cine, el
documental, el teatro y la danza contemporánea) que han hecho posible no solo
la difusión general de este episodio especialmente execrable de
Antes de analizar según el propósito anunciado las obras en
que nos centramos en este trabajo, recordemos rápidamente que el origen de
la tragedia de las Trece Rosas se halla en la decisión tomada por el Buró
Político del Partido Comunista de España (el principal órgano de dirección
del PCE) en febrero de 1939 de hacer que sus principales dirigentes se exiliasen
antes de que las fuerzas franquistas llegasen a Madrid. El PCE quiso en ese
momento dejar en la capital de España una organización compuesta por jóvenes
militantes poco conocidos. Tal decisión fue tomada a raíz del rechazo categórico
de los franquistas a negociar la rendición de la capital, lo que había sido
propuesto por el Consejo Nacional de Defensa el 8 de marzo de 1939. Fue así como el mando
del partido en Madrid fue otorgado en un primer momento a Matilde Landa Vaz
(conocida como Elvira, de 35 años y detenida tan solo algunos días después
de su nombramiento, exactamente el 4 de abril de 1939
[5]
), y a Joaquín Rodríguez López (de 36 años, como secretario
de organización del Comité Provincial de Madrid). Se cree que este último
fue quien denunció a Elvira bajo tortura. Como estas dos personas fueron detenidas
muy pronto, se decidió nombrar jefe del PCE en Madrid a Francisco Sotelo
Luna (alias Cecilio, de 40 años), detenido también poco después de su llegada
a la capital. Con Cecilio estaba Federico Bascuñana como enlace entre el PCE
y las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y tres de las Trece Rosas: Carmen
como "responsable femenina", Pilar como responsable de la
creación de pequeños grupos, llamados "sectores", de las JSU en las diferentes zonas de
la capital, y Dionisia como la persona que debía hacer de enlace entre todos
ellos.
Por
tanto, bajo la dirección del PCE se encontraban en las JSU antiguos militantes
de
Cuando
Severino Rodríguez, a la cabeza de las JSU como secretario general, fue detenido, denunció bajo tortura a compañeros que
denunciaron a su vez a otros, poniéndose así en marcha la inevitable cadena de
detenciones. Severino Rodríguez fue sustituido por José Pena
Brea, quien, pese a su juventud (21
años), había adquirido una gran experiencia de la guerra en Brunete
y en Guadalajara, habiendo conocido también la prisión en Alicante. Llegó a
Madrid el 10 de abril de 1939 y fue detenido un mes más tarde, el 11 de mayo,
víctima seguramente de otra delación. Su confesión igualmente bajo tortura fue
la que permitió que se detuvieran casi inmediatamente a todos los demás
dirigentes de las JSU que quedaban, quienes no tuvieron prácticamente tiempo de
reaccionar. De esta manera, el 16 de mayo de 1939, empezaron las detenciones de
las Trece Rosas con las de Pilar, Ana, Virtudes, Dionisia y Carmen; Cecilio,
Severino Rodríguez, Pena Brea y Bascuñana serían también ejecutados el mismo
día que las Trece.
Con excepción de Blanca (que no pertenecía en absoluto a
las JSU), Adelina (que estuvo afiliada a
Con
la ejecución de estas 13 mujeres y de 43 hombres el 5 de agosto de 1939 el franquismo quiso
responder de manera desmesuradamente ejemplar al triple asesinato del
comandante Isaac Gabaldón, su hija de 18 años y su chófer de 23 en una acción que había tenido lugar siete
días antes (el 29 de julio de 1939). El régimen recién llegado al poder utilizó
el triple asesinato como una excusa para organizar rápidamente un proceso
(llevado a cabo el 3 de agosto) que permitió terminar con una organización a la
que temía precisamente por estar compuesta por jóvenes capaces de plantear
continuamente problemas durante mucho tiempo. Como era de suponer, la prensa
franquista del día después de las ejecuciones presentó estas como una venganza
justa contra el asesinato del comandante Gabaldón,
pero sin precisar el alto número de ejecutados, dado que los franquistas
aprovecharon la ocasión para matar también a gente de la que querían deshacerse
por otros motivos. El régimen no dudó en condenar por primera vez a nueve
mujeres menores de edad en aquel entonces, considerando que un detenido no era
realmente responsable de su compromiso con la república (y que no merecía, por
tanto, la pena de muerte) solo cuando era menor de 16 años (salvo si había
matado a alguien). Por otro lado, resultaba que los verdaderos autores del
asesinato de Gabaldón eran tres hombres que habían
conseguido librarse de las detenciones que habían estado efectuándose a
consecuencia de las torturas a dirigentes de las JSU a principios de mayo de
1939. Los tres[11], conocidos como "los Audaces",
serían, de hecho, detenidos un poco más tarde, el 1 de julio, pero no serían
identificados como los autores del triple crimen y no fueron ejecutados sino
dos días después de las Trece Rosas, el 7 de agosto, con otros jóvenes
dirigentes de las JSU[12].
Tras este rápido repaso del contexto histórico y del
contexto particular en torno a la ejecución de las Trece Rosas, veamos las
diferencias que existen entre las dos obras que nos ocupan e intentemos
calcular hasta qué punto podemos considerarlas como complementarias. Antes de
las obras de Ferrero y de Fonseca no había específicamente sobre el tema de las
Trece Rosas sino un trabajo de Jacobo García Blanco-Cicerón titulado «Asesinato
legal (5 de agosto de 1939). Las Trece Rosas»[13], publicado en febrero de 1985. Aunque daba cuenta de los
hechos en general, contenía imprecisiones debido al hecho de que en el momento
de su publicación todavía no se podía tener acceso a los documentos que Fonseca
sí pudo consultar después, sobre todo, al sumario, clasificado con el número 30.426[14]. Algunos datos referidos a las Trece
Rosas aparecían en el libro publicado por Tomasa
Cuevas también en 1985 Cárcel de mujeres (1939-1945)[15],
realizado con entrevistas a varias compañeras de las Trece Rosas que todavía
estaban en vida. Aun así, ese primer intento de difusión debido a García Blanco-Cicerón no fue secundado
posteriormente y no bastó para difundir de manera generalizada el caso de las
Trece, ya que el pacto de silencio al que hemos hecho referencia estaba todavía
plenamente en vigor.
A primera vista, parece que Jesús Ferrero no tiene en
cuenta más documentación sobre el caso que la proporcionada por esas dos
fuentes principales de los años 1980. En todo caso, no utiliza en su novela la
información contenida en el sumario. Ello nos hace pensar que su intención fue
escribir una historia verosímil de los últimos días de las Trece Rosas a partir
de los elementos generales que conoce y sabiendo que tales elementos eran
insuficientes para dar cuenta de la lógica completa de las causas y los efectos
reales. Por ello encontramos en su novela varios elementos inventados cuya
función es afianzar la verosimilitud del conjunto. El lector de la novela de
Ferrero no es consciente de lo que este ha inventado o modificado si no ha
leído previamente el libro de Fonseca (o si no ha consultado por sí mismo el
sumario del caso u otro trabajo basado en este). Fonseca, por su parte, no
menciona en absoluto la novela de Ferrero, aparecida un año antes de que
terminase su libro, y da la impresión de querer desmentir los elementos
inventados por Ferrero, demostrando implícitamente los "defectos"
que, desde un punto de vista estrictamente histórico, contiene la novela.
De este modo, al contrario de Ferrero, Fonseca arranca su
novela dedicando varias páginas a recordar el contexto político particular de
los primeros meses de marzo de 1939 en Madrid, cuando los ciudadanos que habían
apoyado la república vivían bajo la amenaza inminente de las represalias de las
tropas franquistas. Ferrero, por su parte, prefiere comenzar directamente
proponiendo una reconstrucción imaginaria de las detenciones de las Trece, sin
entrar en las razones precisas de tales detenciones y sin lanzar hipótesis
acerca de las personas que pudieron denunciarlas. Al no hacer referencia a
causas concretas y casi ninguna al papel preciso que desempeñó cada una de las
Trece durante la guerra, Ferrero parece pretender caracterizarlas
implícitamente como heroínas que aceptaron morir para que otras no muriesen en
su lugar, lo que, de hecho, concuerda con los mensajes esperanzadores que
varias de ellas mandaron realmente por carta a sus familiares desde la cárcel.
De esta manera, Ferrero da a su relato el tono de una tragedia cuyas protagonistas
son conscientes de no poder vencer una invencible fatalidad escrita de antemano
cuya manifestación precisa no sería sino una de las formas múltiples y azarosas
que sabe adoptar la barbarie. Fonseca, por el contrario, lo que quiere es
restablecer toda la verdad, como suelen desear mayoritariamente las familias de
las víctimas. Fonseca nos da todos los detalles que posee acerca de las
detenciones, insistiendo especialmente en la cadena precisa de delaciones que
llevó de una a otra y señalando la ausencia de información fiable cuando es el
caso. Incluso reproduce el acta de la sentencia del proceso con los nombres
completos de los condenados y de los miembros del tribunal militar (en el anexo
4).
A diferencia de Fonseca, Ferrero nunca dice los apellidos
de las trece mujeres, solo sus nombres, lo que subraya el valor simbólico que
otorga a sus personajes, simbolismo ya propiciado por la propia caracterización
de las mismas como rosas, apelación que les fuera dada por las reclusas de la
cárcel de Ventas tras su ejecución, no habiendo sido todavía en esa época
adoptada la rosa como símbolo del socialismo[16]. Esta preferencia se explica también, desde nuestro
punto de vista, por el hecho de que de la lectura de la obra de Ferrero se
desprende la impresión de que las Trece Rosas son verdaderas heroínas dignas de
toda nuestra admiración y gratitud, mientras que la impresión que prevalecería
de la obra de Fonseca es que las Trece son más bien solamente víctimas dignas
de nuestra compasión y admiración, pero no tanto de "gratitud" (o al
menos, no como la sentimos al leer a Ferrero). Mostrándose tan preocupado por
el restablecimiento de la verdad (como los que le aportaron su testimonio),
Fonseca rehabilita a las Trece Rosas como las víctimas que fueron, mientras que
Ferrero se muestra especialmente interesado, por un lado, por conseguir con
este material un alto grado de emoción estética, y, por otro lado, por reducir
la complejidad real de esta historia a su esencia, y, en todo caso, a hacernos
ver la utilidad de su muerte y la continuidad de su presencia entre nosotros,
es decir, entre los herederos de los valores que las Trece encarnan. En nuestra
opinión, ello explicaría suficientemente el éxito del libro de Ferrero a pesar
de los "defectos" señalados, que creemos que es mejor no ver como
tales[17]. Ferrero se esfuerza por sacar a las Trece Rosas de la
supuesta categoría de simples víctimas para reinsertarlas en un estructura
semántica que las configura como víctimas propiciatorias, evitando así caer en
el patrón literario de la ironía trágica para crear más bien una tragedia romántica, más apta para hacer inteligible la significación de
sus muertes que Ferrero quiere transmitir y para otorgarles toda la dignidad de
que son merecedoras. Dicho esto, hay que precisar que esta visión dignificante
no se aplica por igual a cada una de las Trece. Ferrero establece cierta
gradación tomando en consideración que hubo algunas que, según su grado de
compromiso real con el republicanismo, debieron considerar de diferentes maneras
el valor de su propia muerte, como vemos en los pasajes de la tercera parte del
libro en que las jóvenes mujeres discuten entre sí principalmente sobre el
porqué de su muerte próxima. De hecho, se sabe que el deseo de continuar
formando parte de las JSU no era el mismo en Pilar, Dionisia, Carmen, Virtudes
o Joaquina que en Ana, Martina, Victoria y Elena, quienes simplemente no se
opusieron a prestar pequeños servicios de contacto en los primeros días de la
posguerra, sin olvidar que Blanca y Adelina no tenían ya verdaderamente ninguna
intención de colaborar en las JSU en aquel momento. En general, a través del
proceso de aceptación de la imposición de la muerte en la novela de Ferrero,
las víctimas rituales se convierten en heroínas simbólicas al saber que
contribuyen a calmar la ira del enemigo, a la espera de poder ser un día,
simbólica pero públicamente, recuperadas para
Para confeccionar ese patrón de tragedia romántica, la
estructura semántica del relato de Ferrero se basa en algunos episodios en
particular que presentan una fuerza dramática más intensa que otros y que
muestran el signo del sacrificio altruista de las Trece Rosas. Tenemos como
ejemplo el ya aludido de las discusiones entre las Trece en la cárcel, en claro
contraste con la falta total de diálogos en el libro de Fonseca, donde se
recurre a las citas pero donde no aparecen diálogos en estilo directo. Tenemos
también la recreación de la propia ejecución, en la que Ferrero dispone que
Blanca y Ana no sean alcanzadas por las balas en la primera descarga, lo que
parece que no fue cierto sino en el caso de Ana, según Carmen Cuesta (la
compañera de las Trece que se salvó por tener tan solo 15 años, habiendo
ayudado a Virtudes en el Sector Oeste). Fonseca, en cambio, señala que “varios
libros de memorias hablan de Blanca” a este respecto (p. 243). Ferrero refuerza
el efecto dramático prolongando por algunos segundos la vida de las dos
mientras reclaman su derecho a no ser ejecutadas en virtud del rumor que
circulaba de que quien no muriese tras la primera descarga no sería ejecutado.
Tenemos también el carácter dramático de los capítulos en torno a la confesión
que el padre don Valeriano propone a las Trece y que estas rechazan (con
excepción de Blanca, quien era realmente católica). La realidad, sin embargo,
fue que las Trece debieron confesarse porque no había otro modo de tener
derecho a escribir una última carta (Fonseca, p. 20). Empero, Ferrero aprovecha
la ocasión para presentarnos una larga discusión ficticia entre las detenidas y
don Valeriano en el transcurso de la cual estas hablan de manera bastante
violenta contra
Con el mismo objetivo, podemos mencionar también la
manera en que Ferrero trata en particular la historia de Blanca, la única de
las Trece que nunca formó parte de las JSU, como ya hemos anunciado. Blanca,
pianista en una sala de cine mudo antes de la guerra, fue ejecutada unos
minutos después de su marido (afiliado a
Finalmente, veamos el motivo que nos parece más elaborado
en Ferrero: el caso de Adelina, de quien sabemos que solo estuvo afiliada a
[Benjamín] entró en
una taberna, pidió un café y, mientras lo bebía, se fijó en tres chicas que
cruzaban la calle, destacándose de la multitud por su viveza y su sonrisa.
Parecían Joaquina y sus hermanas el día en que las detuvieron.
Se dio la vuelta y
descubrió a una mujer que le recordaba a Carmen y que acababa de salir de una
farmacia. Le conmovió la suavidad de sus rasgos y su sosegada forma de mirar.
[…]
Entonces imaginó que
todas aquellas chicas que lo rodeaban desaparecían como barridas por una
radiación y se subió a un autobús que lo dejó en el barrio de Blanca y Julia,
muy cerca de la calle San Andrés. Se hallaba frente al inmueble en el que había
vivido Blanca cuando vio a una mujer de cara tan lunar como la de Julia que le
sonreía antes de desaparecer entre la gente. Fue entonces cuando empezó a
escuchar un piano y elevó la mirada.
[...] ya no lo
costaba suspender el juicio y creer que Blanca seguía tocando el piano en la
calle San Andrés. [...] era fácil volver atrás y pensar que estaba a punto de
empezar el ayer (p. 230-231).
Seguidamente Ferrero pone fin a la novela con una imagen
que se inspira, invirtiendo sus valores, en el poema de Ezra
Pound «In a station of the metro»[18]. Lo vemos en el hecho de que Ferrero titula la sección
final de su novela «A una estación de metro» y en que menciona en la sección de
«Agradecimientos» al poeta de
Habida cuenta de todas estas consideraciones, entendemos
mejor que el libro de Ferrero, aunque sea una novela e introduzca varios
elementos inventados en relación con la historia real, haya sido en gran parte
responsable de la recuperación del caso de las Trece Rosas en nuestra
reconstrucción mental de
Se podría
pensar que obras como la de Ferrero o como la de Fonseca corren en un principio
el riesgo de dejarse llevar por la tentación de un ajuste de cuentas que podría
ser visto incluso como "justo" por una buena parte
de los lectores a partir del hecho de que ambos autores dan la palabra a
quienes no tuvieron derecho a ella antes. Y si bien ambos pretenden que se
difunda de diferentes maneras una historia que, de todos modos, estaba llamada
a ser generalmente difundida tarde o temprano, ninguno de los dos olvida
introducir el punto de vista de los verdugos para "justificarlos" a ellos también en su papel histórico,
no en el sentido jurídico del verbo, claro está, sino para demostrar que es
necesario, para comprender verdaderamente esos crímenes, conocer la lógica de
los vencedores y las razones para continuar la barbarie durante la posguerra.
Como hemos dicho, los dos no proceden de la misma manera a este respecto: el
narrador omnisciente de Ferrero se introduce a veces en los pensamientos, las
intenciones y los problemas de los franquistas para que entendamos mejor una
barbarie de carácter en el fondo muy humano; Fonseca prefiere permanecer en el
nivel de una explicación general del contexto de los últimos meses de la guerra
y de las motivaciones de los vencedores sin tratarlos de manera personalizada o
"humana", reservando este
acercamiento solo a los pasajes de su relato dedicados a las Trece Rosas de
forma novelada. Ferrero ni siquiera
menciona fechas concretas ni nombra a los personajes relacionados con la
historia de las Trece Rosas del lado franquista por sus nombres reales (salvo
cuando se trata de personalidades históricas conocidas de antemano por todos y
necesarias para situar el contexto, como Franco). Prefiere utilizar nombres
inventados, como Verónica Carranza por Carmen Castro (la directora de la cárcel
femenina de Ventas); María Anselma por María Teresa
Igual (la segunda responsable de la prisión); y el Pálido, Gilberto Cardinal y
Adriano Roux por los nombres verdaderos de los que
llevaron a cabo los interrogatorios y decidieron quiénes iban a ser las Trece
ejecutadas (a este respecto, Carmen Cuesta hablaba de un tal Fontela como nombre de uno de los realmente encargados de
interrogarlas)[21].
Podemos
preguntarnos, en todo caso, por las razones por las que una novela inspirada en
hechos reales y el libro de un periodista que utiliza parcialmente un estilo
novelado en vez del rigor científico de un libro de historia alcanzaron tan
bien el objetivo de divulgar el caso de las Trece Rosas, divulgación que
impulsó incluso la creación de
[…] ¿no consideramos las
vidas humanas como más comprensibles cuando son interpretadas en función de las
historias que la gente cuenta sobre ellas? ¿Y no resultan tales historias de
vida a su vez más inteligibles cuando les son aplicadas modelos narrativos –intrigas– tomados de la historia
propiamente dicha o de la ficción (del drama o de la novela)?[24]
Tal sería claramente el mérito de la novela de
Ferrero según Jorge Semprún: poner una historia
histórica al alcance de todos gracias a que la reelabora, a que la reinventa:
La
democracia española, ya consolidada, en pleno desarrollo, tiene fuerza
suficiente para pagarse el lujo de una memoria verdadera, crítica, sin
equívocos ni evasivas […]. Novelas, ensayos, trabajos documentados abordan
desde ahora el terreno durante tanto tiempo abandonado de la memoria borrada,
reprimida, censurada, pero que sigue viva, que es capaz de revivir, al menos.
En este concierto, la voz de Jesús Ferrero se distingue por su pureza, su
fuerza imaginativa –pues ese pasado no solamente hay que redescubrirlo: hay que
reinventarlo– (p. 7-8, traducción nuestra).
Como hemos dicho al principio de este trabajo, el impulso dado a esta
historia por los dos libros dio lugar en
Esperamos haber mostrado que el sentido de las diferencias que existen
entre los relatos que Jesús Ferrero y Carlos Fonseca dedicaron a las Trece
Rosas está motivado por un punto de vista "ejemplarizante" de Ferrero y "literal" de Fonseca en lo que respecta a la
ética del enfoque de un relato fundado en hechos históricos. Hemos insistido en
explicar la finalidad subyacente tras la construcción ficcional
y los elementos inventados en Ferrero, que van en el mismo sentido de la
preferencia de Fonseca por la forma novelada aplicada a unos contenidos
verídicos. Si, como dice Semprún, “un poco de
artificio nos aproxima al arte, por consiguiente a la verdad; demasiado
artificio nos aleja de esta”[28],
al lector le toca juzgar también hasta qué punto la cantidad de elementos
inventados en la novela de Ferrero perjudica o favorece la recuperación de esta
historia. Lo que no parece ofrecer dudas es que, como en el célebre poema de
Borges[29],
las obras de Fonseca y de Ferrero logran el milagro secreto de prolongar la
vida de las Trece Rosas en nuestro imaginario histórico.
* * *
[1] Ferrero, Jesús (2003),
Las Trece Rosas, Madrid, Siruela, 2003, 233 p.
[2] Fonseca, Carlos (2004),
Trece Rosas Rojas, Madrid, Temas de Hoy, 2004, 321 p.
[3] Como el límite de la
edad adulta en España en aquella época era 21 años, las Trece fueron llamadas “las
Menores” en la cárcel de mujeres de Madrid (Ventas) donde pasaron sus últimas
semanas de vida. Recordamos por orden alfabético los nombres y
apellidos de las Trece Rosas y su edad (y las llamaremos en adelante por sus
nombres solo, como hace siempre Ferrero y a veces Fonseca): Carmen Barrero
Aguado, “Marina” (20), Martina Barroso García (24), Blanca Brisac
Vázquez (29), Pilar Bueno Ibáñez (27), Julia Conesa Conesa (19), Adelina García Casillas, “
[4] Ferrero,
Jesús (2003), Les Treize Roses, Castelnau-le-Lez, Climats, 2005, traducción francesa de Jean-Marie Saint-Lu, prólogo de Jorge Semprún.
[5] Condenada a muerte en
diciembre de 1939, Matilde Landa obtuvo la revisión de su pena a treinta años
de reclusión gracias a influencias familiares, pero terminó suicidándose el 26
de septiembre de 1942.
[6] He aquí el pasaje en
el que Carmen explica la finalidad de su Plan de trabajo para las mujeres:
“Estimo debemos organizar a las mujeres dentro de una especie de agrupación que
podría titularse Unión de Mujeres contra
[7] La intención del PCE
en un principio era formar ocho sectores de las JSU en Madrid: Norte, Sur,
Este, Oeste, Chamartín de
[8] En torno al actual
distrito 9 de Madrid.
[9] Las JSU tenían otro
sector más al Este de Madrid, el llamado Ventas (en aquella época en las
afueras, hoy integrado en el distrito 15, conocido como Ciudad Lineal). Hubo
también otro sector en el sur de Madrid que estuvo muy poco tiempo operativo.
[10] Este sector, “el mejor
organizado y el que contaba con más militantes” (Fonseca, p. 113) se encontraba
al norte del Sector Norte, en el actual distrito 5 de Madrid, llamado hoy Chamartín a secas.
[11] Damián García Mayoral,
Sebastián Santamaría Linacero y Francisco Rivares Cosials.
[12] En su libro Madrid
en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión
(Madrid, Sílex, 2 vols., 2005), Pedro Montoliú Camps explica que las
ejecuciones masivas comenzaron en junio de 1939 y se prolongaron durante cinco
meses. En junio hubo 227 ejecutados, 193 en julio, 106 en septiembre, 123 en
octubre y 201 en noviembre. El 5 de agosto fue uno de las días más sangrientos.
[13] García
Blanco-Cicerón, Jacobo (1985), «Asesinato legal (5 de agosto de 1939). Las
Trece Rosas», en Historia 16, n.º 106, febrero
de 1985. Este artículo se basa en entrevistas a miembros de las familias de las
Trece Rosas.
[14] Además de haber tenido
acceso al sumario, Carlos Fonseca consiguió también los testimonios de Tomasa Cuevas y de algunas personas que conocieron a una o varias
de las Trece Rosas, especialmente a Carmen Cuesta (quien ayudó a Virtudes en el
Sector Oeste y se libró de la pena de muerte por tener solo 15 años en el
momento del proceso), tres sobrinos de Dionisia, Enrique García Brisac (el hijo de Blanca), Nieves Torres (secretaria
agraria de las JSU), José Luis López Gallego (uno de
los tres hermanos de Ana), Antonio Paje Conesa
(sobrino de Julia), Carmen Machado, Concha Carretero (ambas recluidas en la
cárcel de Ventas) y Pilar Parra (quien fue ayudada por la directora de Ventas,
Carmen Castro, gracias a su amistad con ella antes y durante la guerra; Pilar
se casaría después con el hermano de Ana, a quien conoció en prisión).
[15] Cuevas, Tomasa (1985), Cárcel de mujeres (1939-1945),
Barcelona, Sirocco Books, 2
vols., 1985.
[16] Como explica Julián
Rodríguez Álvarez en Las estaciones de la imaginación. Antología de
materiales para la enseñanza práctica de la lengua oral y escrita en
[17] A veces Ferrero quizá
hubiera podido aprovechar más hechos reales para reforzar el tono general de su
novela. Pensamos en concreto en el caso de “los Audaces”, que no menciona.
Ferrero solo señala al personaje apodado “el ruso” como responsable del
asesinato del comandante Gabaldón, a quien mata con
la ayuda de un compañero en plena carretera improvisada y espontáneamente.
Fonseca, en cambio, explica no solo quiénes fueron los responsables de ese
asesinato, sino también que se trató de un acto bien premeditado, aunque se
desconozcan ciertos detalles.
[18]
Solo dos versos componen este poema: “The apparition
of these faces in the crowd / Petals on a wet, black bough”.
[19] Frazer,
James G., La rama dorada. Magia y religión, Fondo de Cultura Económica,
1981, traducción de The Golden
Bough. A study in Magic and Religion
(1906-1915 para la primera edición en inglés en 12 volúmenes).
[20] Eneida,
libro VI.
[21] Carlos Fonseca da los
nombres de los cinco agentes que llevaron a cabo los interrogatorios de “la
mayoría de los jóvenes de las JSU detenidos en la misma época” (p. 159), entre
los que figura el de Emilio Gaspar Alou, quien para
Carmen Cuesta sería el seudónimo del tristemente famoso Roberto Conesa. Jorge Semprún,
en su Autobiografía de Federico Sánchez (1977), lo menciona como el
comisario de policía más obstinado y obsesionado por detener a republicanos y
militantes comunistas clandestinos, transformándolo en el personaje de Roberto
Sabuesa en su novela Veinte años y un día, Barcelona, Tusquets, 2003.
[22] Esta Fundación
española tiene por objetivo la creación de un archivo documental y actividades
de difusión y de investigación, organizando también verdaderos programas de
ayuda social a personas y colectivos desfavorecidos.
[23] MacIntyre,
Alasdair C. (1981), After
Virtue. A Study in Moral Theory, Notre Dame (Indiana),
University of Notre Dame Press, 1984. Mink, L. O., «History and Fiction as Models of Comprehension»,
en New Literary History, I, 1979, p. 557.
[24] Ricœur,
Paul (1990), «Le soi et l’identité narrative», en su
libro Soi-même comme un autre, París, Seuil, 1990, pp. 167-198, p. 138, nota 1, traducción
nuestra.
[25] Entre la publicación
de los libros de Ferrero y Fonseca y la película de Martínez-Lázaro, como
anunciamos al principio, se realizaron un documental, una obra de teatro y un
espectáculo de flamenco en torno al tema de las Trece Rosas. El documental Que
mi nombre no se borre de la historia (Delta Films,
2 partes, 120 min en total, 2004, guión y dirección
de José María Almela y Verónica Vigil) tiene un
carácter específicamente histórico. La finalidad de los realizadores era
preservar la memoria de las víctimas, decir lo que realmente sucedió y
contribuir a la "justicia política"
para alcanzar un reconocimiento a nivel parlamentario. El documental ofrece en
su primera parte el contexto político de la formación de las JSU y en su
segunda parte el recorrido personal de las Trece Rosas. La participación del
antiguo dirigente comunista Santiago Carrillo, que fue dirigente en un momento
de las JSU, fue importante para el contenido de la primera parte. En cuanto a
la segunda, se basó, además de en los documentos de que se dispone, en
testimonios de personas que conocieron a las Trece Rosas en la prisión de
Ventas, especialmente Maruja Borrell, Nuria Torrres, Carmen Cuesta, Concha Carretero y Ángeles García-Madrid.
Todas ellas dan numerosos detalles de las torturas y del sufrimiento diario en
esa cárcel de mujeres prevista inicialmente para alojar a 450 detenidas pero
que contaba en la posguerra con más de 4.000.
Como la película
dirigida por Martínez Lázaro, la obra de teatro Trece Rosas, montada por la compañía catalana Delirio y estrenada
en el Teatro Tantarantana de Barcelona en octubre de
2006, solo se centra en cinco personajes, en este caso cuatro de las Trece
(Dionisia, Julia, Blanca y Martina) y Julia Vellisca,
que es el personaje que dirige en esta obra la mirada del espectador. (Llamada
a ser la rosa número catorce, Julia Vellisca solo fue condenada
a una pena de doce años de cárcel, de los que solo cumplió seis. Habiéndose
considerado que no había formado parte de las JSU, sino que solo las había
ayudado, ella fue la única joven que se salvó de la pena capital en el proceso
del 3 de agosto de 1939.) Escrito por Julia Bel y codirigido con
Eva Hibernia, este espectáculo en tres actos se
centraba en el contraste entre el lirismo creado por la puesta en escena y
episodios de violencia y de brutalidad, no siendo tampoco fundamentalmente
histórica la intención de la obra, sino ética, según una ética basada en los
valores humanos de compromiso y de solidaridad que las protagonistas encarnan
en esta obra cuyo lirismo dependió en buena medida también de su partitura
musical, de su coreografía y de las pinturas que hizo Rinat
Etshak.
Por último, la compañía
de baile Arrieritos realizó un espectáculo de flamenco contemporáneo titulado
también Trece Rosas, creado por
Héctor González y codirigido con Florencio Campo. Estrenado en el Teatro
Fernando de Rojas de Madrid el 1 de noviembre de 2006, las Trece Rosas eran
finalmente las protagonistas de manera colectiva.
[26] Martínez de Pisón,
Ignacio (2005), Enterrar a los muertos, Barcelona, Seix
Barral, 2005.
[27] Declaraciones al
periódico La voz de Asturias, 7 de agosto de 2006.
[28] Semprún,
Jorge (1993), Federico Sánchez se despide de ustedes, Barcelona, Tusquets,
1993, p. 202.
[29] «Una rosa y Milton»,
en El otro, el mismo (1964).
|