En las últimas décadas, los estudios centrados en los desarrollos militares que tuvieron lugar en Europa y en sus áreas de influencia extraeuropea en esta cronología, han experimentado un auge considerable que justifica dicho planteamiento. Tales desarrollos han sido objeto de un fecundo debate, centrado en torno al problema de si las transformaciones experimentadas en el modo de ejecutar y de conducir la guerra constituyeron o no una «revolución histórica», por el impacto que tuvieron sobre los desarrollos políticos y sociales. Este interés creciente y actual por el rendimiento político y social de la guerra y por su impacto sobre las formaciones políticas y las sociedades justifica el análisis de la guerra en sus múltiples facetas como recurso, instrumento y vector explicativo de la propia Monarquía.
El problema transversal que se pretende estudiar, con una perspectiva diacrónica e interdisciplinar, es el papel de la guerra en los procesos de mundialización histórica liderados por la Monarquía, como entidad de poder que se organizó para controlar vastos ámbitos territoriales en Europa, América, África y Asia, siendo capaz de transformar territorios laxamente conectados en espacios políticos sobre los que ejercer dominio e influencia.
Mediante la práctica de la guerra, este poder territorial extenso adquirió, defendió y perdió su predominio mundial. Aunque el «poder militar» sustentó el «poder imperial», los instrumentos de la Monarquía fueron múltiples, por lo que el nodo no pretende maximizar la impronta agresiva de esta construcción imperial en detrimento de otra centrada en la atracción, la persuasión y el consenso. El nodo asume que la creación y la pervivencia de la Monarquía estuvieron estrechamente ligadas a la elaboración de ideologías capaces de legitimar un «proyecto imperial» dotado de fines específicos que se reformularon y reinventaron con el paso del tiempo. La Monarquía y sus discursos incorporaban principios y prácticas de asociación política de carácter inclusivo, susceptibles de incorporar sin conquistar y de integrar sin coercer. Unos y otras resultaban imprescindibles para el establecimiento de nuevas formas de comunidad e identidad, capaces de generar sentimientos de pertenencia que aseguraran la consolidación del «proyecto monárquico» y su viabilidad en el largo plazo. Dichos sentimientos debían ser promovidos e incentivados no solo por el discurso, sino también por la misma «praxis del imperio», haciendo uso de recursos distintos de los propiamente militares. Por eso, la Monarquía se dotó de estructuras de gobierno que fomentaban la colaboración antes que la coacción, con el fin de involucrar al mayor número posible de agentes territoriales en su proyecto imperial. La Monarquía no existió sin la aquiescencia de sus súbditos, o al menos de grupos significativos de éstos, lo que implicaba coalición entre gobernantes y gobernados en su propio marco político-territorial.
Pese a ello, la Monarquía registró un éxito variable debido a la contestación interna y externa que su proyecto imperial generó a lo largo del tiempo. Las fuerzas disgregadoras que operaron en su seno y desde fuera de ella, para impedir su consolidación, resistir su avance o precipitar su desarticulación, plantearon graves problemas de seguridad que le obligaron a sustituir sus políticas de adquisición y engrandecimiento por políticas de contención y repliegue, orientadas a asegurar su propia conservación.
La conservación combinaba dos objetivos distintos, pero complementarios. Por un lado, la salvaguardia del poder monárquico en todos los territorios, que exigía respuestas contundentes ante cualquier cuestionamiento interno, puesto que la falta de ellas podía ser interpretada como impotencia o falta de capacidad para sustentar su autoridad. Por otro, la salvaguardia de los espacios que integraban el conjunto monárquico, tanto dentro como fuera de la Península, amenazado desde el exterior y susceptible de padecer amputaciones derivadas de agresiones externas.
Para asegurar su pervivencia, la Monarquía precisó mantener un nivel de respuesta militar óptimo, simultaneando la guerra en múltiples frentes, internos y fronterizos, con alto grado de eficacia. Así, la potencia militar y el mantenimiento de una supremacía bélica de carácter permanente obraron como garantes de la estabilidad y la continuidad de su proyecto imperial. Gracias a ambas variables, la Monarquía pudo aspirar a establecer un orden político de dimensiones mundiales: un sistema de control global que hacía de la guerra por la hegemonía una estrategia de conservación en sí misma. Obtuvo, mantuvo y perdió su «hegemonía imperial» mediante la guerra, que le sirvió para definir e imponer un orden de paz favorable a sus intereses, y no poder hacerlo precipitó su final como poder global.
El nodo se propone atender a las siguientes líneas de investigación genéricas cuyo estudio se plantea desde una perspectiva comparada, además de diacrónica:
- La organización político-militar de la Monarquía Hispánica como poder territorial extenso. Aborda el estudio del aparato administrativo-militar (terrestre y naval), asociado al propiamente gubernativo-territorial: creación, desarrollo y dinámicas de evolución de ejércitos, armadas, guarniciones, fortificaciones, sistemas de defensa… Se interesa por sus dimensiones y por los medios humanos, financieros y tecnológicos empleados (tamaño, composición y procedencia, formas de reclutamiento voluntario o forzoso, distribución en unidades orgánicas y tácticas, jerarquía de mando y rango militar, cuerpo de oficiales y competencias de los oficiales, formas de retribución de las tropas, equipamiento, armamento, grado de instrucción, entrenamiento, profesionalismo, especialización…). Además, atiende a las funciones de la burocracia administrativa militar (personal civil dedicado a gestionar el funcionamiento de lo militar) y al marco teórico que regula, tecnifica y disciplina la mecánica bélica a través de las ordenanzas, los reglamentos y códigos, o la producción de los tratadistas militares.
- La praxis de la guerra. Atiende a su grado de protagonismo en la construcción, conservación y declive del sistema monárquico, a su papel en la defensa del orden interno de la Monarquía y en la defensa de la integridad del conjunto monárquico en el transcurso del tiempo. Tiene en cuenta en qué medida la supervivencia de la Monarquía y de su complejo entramado territorial dependieron del funcionamiento de un orden hegemónico sustentado por su capacidad de respuesta militar y por la eficacia-eficiencia de dicha respuesta. Así, se interesa por las siguientes cuestiones:
- Los ejércitos y armadas en acción: requerimientos estratégicos, tácticos y logísticos de las campañas territoriales y/o navales. Especial atención a la reunión-captación-contratación de recursos militares, a su movilización-transferencia hacia los escenarios de combate y a su gestión en los frentes. Interesa el funcionamiento de los sistemas de abastecimiento gestionados de forma directa o privatizada, porque de ellos dependían la eficacia y la eficiencia bélica del aparato militar. Se atenderá al «negocio de la guerra» ligado al aprovisionamiento militar y a la guerra como «gran empresa» (que ocupa hombres y demanda productos y servicios), es decir, como motor de desarrollo económico susceptible de involucrar al conjunto social y de generar aceptación social en cada marco territorial donde se ejecuta.
- La guerra y el desarrollo de la Monarquía como poder imperial: el impacto de la guerra en el aumento del poder monárquico y en el de sus agentes desde la perspectiva del incremento, o no, de sus capacidades coercitivas como resultado de su modo de ejecutar y conducir la guerra; también el impacto de la fiscalidad ligada a los costes de la guerra (a sus exigencias financieras y humanas), es decir, las cargas militares como posible causa del declinar de la Monarquía.
- La casuística de las guerras: estudio contextualizado de los medios, fines y logros-fracasos de guerras o batallas decisivas para la trayectoria de la Monarquía.
- La representación como sinónimo de pensamiento, ideología y visión de la guerra. Se atenderá a la legitimación práctica de la guerra, como realidad indisociable del proyecto monárquico, estudiando:
- Los argumentos empleados para legitimar el recurso a la guerra en las distintas coyunturas, porque a través de ellos se pueden clasificar y comprender las guerras que la Monarquía libró, dentro o fuera de sí.
- Las estrategias empleadas para legitimar la guerra: la propaganda favorable a la guerra a través de la literatura panfletaria, la literatura de consumo y de circunstancias o el grabado, es decir, la publicística que se concibe y produce para generar adhesión y compromiso en coyunturas precisas (para convencer y crear opinión); también cabe la oratoria sagrada y el discurso religioso o eclesiástico, junto con otras posibilidades.
- El impacto de la guerra sobre la producción cultural, considerando que esta ha dado forma a las percepciones, experiencias y memorias de la guerra en el seno de la Monarquía. Se pretende explorar la relación entre guerra y cultura (visual y escrita), atendiendo a cómo el tema de la guerra se representa e imagina en el arte y la literatura.