Molinos

La primera noticia clara a los molinos de la cima del cerro del Molinete la encontramos en 1541, durante la visita de Carlos I a la ciudad con motivo de las obras de fortificación que se estaban llevando a cabo en ella. Según una fuente contemporánea, el monarca subió al “cabezo de los Molinos de Viento” (en referencia al Molinete) lo que constata la presencia de éstos desde principios del XVI. Sin embargo, es posible que exista una referencia más antigua a la existencia de un molino de viento en la colina: las cuentas del mayordomo del Ayuntamiento de Cartagena del año 1506 reflejan un pago por la construcción de un molino de viento en la ciudad.

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En la actualidad se conservan dos: uno junto a los restos del santuario de Atargatis (que experimentó varias transformaciones a lo largo de su historia, empleándose en el siglo XX como una humilde vivienda familiar) y otro, al Oeste del cerro, que en el siglo XVIII fue transformado en ermita dedicada a San Cristóbal. Ambos, en origen, dieron servicio a las referidas tahonas que suministraban pan y bizcocho (un pan que se horneaba dos veces para prolongar su conservación), entre otros productos, a la población de la ciudad, la flota y el cuartel militar emplazado en la zona de la actual Plaza del Rey. Sobre el decumano que delimitaba por el Norte la Insula I de época romana imperial, se documentaron los restos de una tahona de siglos XVII-XVIII que pudo dedicarse a la cocción de este bizcocho o bien a la elaboración del pan, producto básico en la alimentación de la época.

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La maquinaria de estos molinos constituía un alarde de precisión propio de la ingeniería popular. Se emplearon distintos tipos de madera según la función de las piezas, las cuales encajaban a la perfección en el estrecho habitáculo interior. La cubierta cónica (chapitel) era giratoria, permitiendo enfrentar las aspas al viento dominante. La ventana de levante permitía el cambio de las piedras de moler cuando estaban desgastadas.

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