REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


 

ROGER WOLFE: NIHILISMO Y HUMOR
Juan Miguel López Merino
(Universidad de Berna)

 

 

Asumir un pesimismo radical, profundo, completo, omnipresente, absoluto, lúcido; hasta el punto de que acabe dando lugar a una especie de optimismo, a una especie de nihilismo optimista que sólo se puede llamar liberación. No hay otra salida. No hay esperanza, jamás la habrá. No se puede aspirar más que a la liberación; la absoluta liberación del que ya no tiene nada que perder. (La absoluta liberación del condenado a muerte.)

A partir de ese momento, es posible empezar a comprender el mundo. (HG: 33)

 

 

Sería mezquino pretender inmovilizar, ordenar y empaquetar en un puñado de páginas la actitud y las obsesiones fundamentalmente contradictorias de un autor que, ante todo, aspira a expresar el caos constante, la incesante pulsión de la vida y su carencia de fundamento. Querer sistematizar el espíritu de un hombre sin dejarse lo esencial en el tintero, querer que todas sus piezas encajen y que el conjunto ofrezca un sentido único e inmóvil sin falsearlo, sería algo tan iluso como pretender disecar su cuerpo y que su corazón continuara latiendo. El gusto por el rigor clasificatorio y por las conclusiones definitorias denotan una clara falta de escrúpulos y una estrepitosa estrechez de miras. Nada más justo que mantenernos fieles en este capítulo a la inherente dispersión y a la vital incoherencia de un hombre cuya obra desconfía del lenguaje, manda directamente «al carajo la literatura» e insiste en que la vida es insoluble, irreductible tanto a juegos de palabras como a serias verborreas, que la vida es imposible de reducir y que todo intento de encarar el sinsentido a lo más que puede llegar es a arañar su careta y a atrapar jirones. ¿Cómo cimentar y dar forma, deformar un material al rojo vivo cuya sagacidad pone una y otra vez en evidencia la falta de cimientos de todo? Comencemos, pues, sabiendo que estas páginas no lograrán jamás palpar lo esencial, pero con el deseo de que al menos lo rocen de cuando en cuando. Sigamos adelante sin olvidar que el núcleo de un escritor escapa siempre a las siempre falsas clasificación y catalogación, y sabiendo también que no se puede cometer mayor injusticia contra un escritor que acuñarlo en fórmulas, en grupos de palabras, dichos o no por él. «De un autor –dice el propio Wolfe– no se pueden tomar al pie de la letra ni sus explicaciones ni sus declaraciones ni su “poética”. Y por supuesto, tampoco se pueden tomar al pie de la letra sus obras. Es tan sólo la sinergia orgánica que surge de todo ello, junto con sus datos biográficos más decisivos, lo que finalmente dará la clave para interpretarle. Un escritor no tiene un mundo, tiene cientos; y algunos de ellos incluso pueden llegar a excluirse entre sí.» (OG: 50) Quede dicho, por tanto, que estas reflexiones no son una llegada sino una aproximación, que son un posible esbozo y no una fotografía; de modo que todo lo que aquí se apunte se presenta no como una afirmación sino como una divagación más o menos lúcida sobre la obra en curso de un escritor que se encuentra nel mezzo del cammin della vita.

Si hay algo que llama la atención al momento cuando se aborda la lectura de la obra de Wolfe es su descaro e intrepidez para desvelar y dejar al descubierto todo aquello que literatos, guardianes de la cultura y bienpensantes se afanan en silenciar u ornamentar. La obra de Wolfe es un haz de arisca claridad, de brutal veracidad, sajando las mullidas tinieblas de la corrección, la hipocresía, la anemia y el apoltronamiento que caracterizan desde hace mucho a esa ramera en que se ha convertido cierta cultura en manos de sus representantes o proxenetas oficiales. Frente a este estado de cosas, una de las mayores virtudes de Wolfe es la claridad, tanto perceptiva como expresiva. El sedimento del que brota la obra de Wolfe podría ser circundado con palabras como «clarividencia» o «claridad de juicio». Según María Moliner, «clarividente» es aquella persona que prevé o percibe algo que a los otros pasa inadvertido. ¿Y qué es eso que a escritores de feria, escribas, eruditos estatales, perfectos ciudadanos o pensadores a sueldo pasa inadvertido y que el arrojo de Wolfe se ocupa de desvelar? Nada del otro mundo, nada en absoluto nuevo, sino la hiel esencial y el germen de toda sabiduría: la inanidad del ser, el absurdo del mundo, la carencia absoluta de fundamento de toda vida; o, como dijo Bataille en muy pocas palabras: «la posición de los hombres es insostenible».

«Mi obra no es más que un intento reiterativo y desesperado de constatar nuestra absoluta inutilidad. La inutilidad de cualquier esfuerzo humano. El absurdo de todas nuestras empresas.» (HG: 80) Y nadie que haya apurado del todo este cáliz puede volver a contemplar el desaguisado del Hombre sin ser presa del desasosiego, del asco y del aburrimiento metafísico.

 

Hay un momento determinado en la vida –a mí me ocurrió sobre los 17 y fue mi perdición– en que se pierde algo y se pierde con ello la vida. Algunos opinan que es la inocencia, lo que se pierde. No lo sé. Yo la inocencia ya la había perdido. Y sin inocencia no sólo se puede seguir viviendo, sino que incluso se podría decir que sin perderla no es posible sobrevivir. No, la catástrofe no fue perder la inocencia; fue perder el interés. Los rostros, las palabras, las obras, los actos, las acciones, la gente, la familia... todo: no eran más que máscaras de muerte. Ya jamás me podría creer nada. Ya no tenía interés en creerme nada. La vida era una danza en un escenario vacío. La famosa sombra ambulante shakesperiana. El sonido y la furia que nada significan. Una comedia sencillamente carente de interés... (HG: 137)

 

Cabe decir por tanto que frente a todo disimulo civilizado y toda máscara de sonrisa muerta de la oficialidad, la condición esencial del clarividente la constituye el hecho de haber sufrido un desgarro espiritual incurable e inocultable. Tras buscar y no encontrar más que el vacío, la transparencia que la desgarradura otorga es tan fuerte que aturde:

 

He indagado en todas las fuentes que he podido. He leído a los grandes poetas, a los grandes filósofos. Muchos de ellos afirman tener la respuesta, o al menos un sucedáneo de solución. Todos ellos comparten un denominador común: están equivocados. La única conclusión a la que se puede llegar es que no sabemos nada, que nunca sabremos nada, que no hay esperanza ni redención en esta vida, y que, en cuanto a una vida futura, una vida más allá de esta vida, no nos serviría ahora mismo de nada aun en el caso de que existiese. Siempre recuerdo una pintada que vi una vez en un muro, en Londres, hace muchos años. Decía: «¿Hay acaso vida antes de la muerte?». Quizá los poetas y los pensadores tendrían que haberse centrado en esa pregunta. (QF: 82)

 

Desde el promontorio de la aplastante certeza de que no hay nada que hacer, el clarividente es totalmente incapaz de articular nada positivo; todo lo que consigue ver desde esta cima es el ridículo que reina en el orbe, el patetismo de los desvelos humanos, la falsa esperanza de toda positividad. La vida se convierte en agonía bajo «el peso del mundo» (CA: 17) y el clarividente queda paralizado y a un mismo tiempo ajeno a todo, impotente y a la vez indiferente, sin poder ni querer hacer nada. Ya sólo puede «dejarse de joder con florituras / y hablar de lo que importa. Dejar las cosas claras / de una vez.» (MB: 35) De ahí que todo su decir se afinque en la negatividad, que su dicción sea negación pura. El clarividente no habla más que para constatar lo obvio y poner así en evidencia la mentira de lo que hay. La incitación o la alabanza no son tarea suya; su «misión» –si es que pudiera adscribírsele tal palabra– es más bien lo contrario: el desvelamiento de toda seducción o loa, de todo asentimiento a lo dado. Frente a todo engaño, el trabajo de Wolfe es el desengaño; frente a toda ilusión, la desilusión; frente a toda esperanza, la desesperanza. Y el que no tiene esperanza, tampoco tiene verdades con las que infectar su discurso: sólo la fe tiene contenido. El clarividente desconfía hasta de sus propias palabras; no es en ellas donde reside su autenticidad sino en el poso del que éstas nacen, de la vivencia extrema de la que surgen. El clarividente sabe que «escribir es inútil» (AB: 84), que «las palabras son inútiles, retorcidas / como tornillos que no entran rectos» (AE: 63), y éstas le cansan; pero ya que no opta por el silencio admite que son lo único que tiene. Así, es el hombre que respira en la página el que avala la obra de Wolfe; es la sangre que corre por cada uno de sus versos o líneas lo que da vida a sus libros y lo que los aleja de la labor de taxidermistas o decoradores de las hordas de escribientes. Hay que ser un necio redomado o un tremendo caradura para escribir a estas alturas sin haber despertado del ingenuo sueño dogmático de la Gran Literatura, del autoculto y narcisismo de la Creación, de la farsa del Arte. Ningún hombre que haya hecho suyas las siguientes palabras podrá volver a sentirse en casa, a confiar en ninguna empresa humana:

 

El hombre es un error. El hombre

no es más que el hijo de la triste puta

de su propio absurdo.

La historia de su presencia en el planeta

es la historia de una pila de patrañas,

un monumental camelo,

una sideral estafa.

 

Todo es mentira.

 

Todo está permitido. (AE: 55)

 

Antes de seguir con este intento de vivisección, hay un aspecto importante que tiene que quedar claro: el clarividente no es exactamente un escéptico, aunque tenga puntos en común con él; la clarividencia está por encima de diatribas y de dudas juguetonas; la impotencia –el don– que otorga el haber visto va mucho más allá del «sí» o el «no». «La cuestión no está / en creer o no creer / [...] si no en que te importe / o no te importe. // A mí / personalmente / me la suda.» (AE: 43) A diferencia de quien ha asimilado que no hay nada que hacer, nada que decir y nada que aprender, que «todo esto es simplemente / una broma estúpida y pesada / que nos está gastando algún cretino» (AE: 19), el escéptico conserva aún una tara: es capaz de discutir sus ideas; mientras que el clarividente ataja ese problema del siguiente modo: «La cuestión no es tener razón o no tenerla; la cuestión es, siempre, para qué» (OG: 28). El escéptico también delira y de algún modo cree en sí mismo desde el momento en que toma postura, desde que se sitúa frente a las creencias para ubicarse, aunque sea a la contra; el clarividente, en cambio, descree hasta de su descreer, sabe que toda idea o contraidea es siempre otro subterfugio con el que ir tirando más tranquilo, y no puede adherirse ni a la duda. El escéptico aún se cree en posesión de una certeza, su corrección, en tanto que el clarividente admite abiertamente que no tiene «ni puta idea» (CA: 46); el escéptico sigue pensando que tiene algo que decir, pero el clarividente confiesa que no tiene nada que añadir a lo ya dicho. «Yo no digo nada», afirma Wolfe en un poema después de acordarse de algunos de los hombres que se supone que sabían algo: «Es lo que dice Sócrates / es lo que dice Platón / es lo que dice Marco Aurelio / es lo que dice Kant / es lo que dice Hegel / es lo que dice Nietzsche / es lo que dice Freud / es lo que dice Borges / es lo que decía mi abuela... // ¿Y tú? ¿Tú qué dices? // ¿Yo? ¿Cómo que / qué digo yo? / Menuda pregunta. / Yo no digo nada» (AE: 44). Mientras que el escepticismo se sirve de sí mismo para hacer o simular que el mundo a pesar de todo funciona, la clarividencia no puede echar mano de sí misma porque carece de contenido; ver es escrutar los vacíos, las grietas que resquebrajan el montaje. El clarividente no puede olvidar que la vida es una «avería», que el mundo no tiene vuelta de hoja, que el hombre es un tumor, que su condición no da más de sí. Frente al escéptico que se apacigua en su duda, Wolfe, ante la pregunta «¿qué hacer, entonces?», sólo puede balbucir: «No lo sé. / Y no funciona» (CA: 96).

Otro aspecto de la clarividencia es que tanto puede decir lo que tiene que decir en un poema breve como en una novela de doscientas cincuenta páginas. «Últimamente tengo la sensación de que ya he escrito todo lo que tenía que escribir. Lo grave es que también tengo la sensación de que aún no he dicho nada.» (HG: 153) La mirada, y no lo que ve; la voz, y no lo que dice, son todo el mensaje de la obra de Wolfe: no hay nada que hacer, nos dice con su tono de voz desencantado y a punto de estallar en risotadas; no hay nada adonde ir, nos muestra con el mirar de sus ojos incisivos y cansados, penetrantes y limpios. Se trata de una vuelta al pesimismo necesario desde el cual poder describir el entramado humano sin caer en justificaciones lenitivas. Nada más consecuente con esta manera de mirar y hablar que el desdén por la originalidad, la superstición de lo nuevo, lo ingenioso o la renovación. Wolfe sabe que no hay nada nuevo bajo el sol, que no lo ha habido ni lo habrá, y a ello se ciñe. «¿En qué disminuye la radicalidad de un dictamen el que haya sido repetido mil veces, si quien lo formula ha alcanzado a padecer la experiencia que lo posibilita?», dice Savater hablando de Cioran, otro gran clarividente con el que Wolfe comparte lo esencial, ya que lo esencial es siempre idéntico[1]. Todo ha sido dicho, o nada se ha dicho, y además no importa. Y «lo que no es / tradición / se ha dicho / y con razón / esputo / plagio» (CA: 18). Las palabras de estos hombres que hablan desde «fuera del tiempo y de la vida» son una siniestra sabiduría de nada, que no es explicable porque es fruto de una vivencia, y no de una lectura. Lo que estos hombres dicen puede ser irrelevante o arbitrario, pero procede de algo que no lo es: la experiencia del vacío, que todo lo aclara y no explica nada. La sabiduría del vacío, la perspectiva del clarividente, surgen del modo en que capta intuitivamente el mundo, y no del saber; es decir: del dolor y no de conceptos abstractos. El clarividente repudia la lógica porque sabe que la inteligencia es un estado de fuerzas y de tensiones discordantes por naturaleza. Wolfe reivindica y practica la contradicción. No hay nada que resolver, no hay respuestas ni prospectos, no hay apología posible ni canto que valgan cuando se ve el mundo al desnudo. Mirar el espectáculo, el escándalo del mundo, con ojos limpios y agudos, es comprobar que su guión es una salmodia desquiciada, una machacona cantinela. No es entonces extraño que la obra de Wolfe atufe a reiteración y a vacío: Wolfe podría haber cerrado la boca tras su primer libro o podría seguir escribiendo el mismo libro indefinidamente sin añadir nada esencial a lo que dejó dicho en el primero. De hecho Wolfe ha confesado más de una vez que no tiene nada más que decir y que si sigue escribiendo es simplemente por hacer algo. «El vicio solitario e inofensivo de la escritura, decía Onetti. Poner palabras en la página. Verlas flotar en la pantalla del ordenador. ¿A dónde hemos llegado? A ningún sitio, es evidente. Pero insistimos. Pese a todo insistimos. Es una manera como cualquier otra de entretener la espera.» (QF: 82) De una postura así, incapaz de circunloquios vacuos y de palmaditas en la espalda, es lógico esperar arremetidas contra el entramado de la farsa, y así ocurre en el caso de Wolfe. Y no se trata de una labor premeditadamente destructora, sino de un no poder hacer otra cosa. «Cuando uno ya no puede hacer nada», dice Roa Bastos, «escribe». La destrucción, pues, es consecuencia de su postura, y no un fin. Estas palabras de Cioran expresan bien la idea: «Sepa usted que no destruyo nada: anoto, anoto lo inminente». Wolfe lo ha dicho una y mil veces de este otro modo: «Mi trabajo es constatar lo obvio».

También es característico del clarividente el poder dedicarse a cualquier cosa sin adherirse a ella; de ahí que viva la mayor parte del tiempo como un extraño, un extranjero en todas partes, exiliado del mundo, desarraigado de toda verdad, carente de caminos; de ahí que tampoco falacias mayúsculas como la Literatura, la Obra o la Posteridad logren hacer mella en su impavidez y en su aplastante honestidad. La clarividencia revela que hasta la profundidad está vacía. Por esto el discurso del clarividente (y más aún si éste vive, como es el caso) acostumbra a ser tildado de superficial; y no es raro, ya que una de sus mayores virtudes es no ceder jamás a la tentación de «seriedad». Sólo quien ha visto el mundo desde la desnudez y ha comprendido su vacuidad puede hablar de los grandes temas sin afectación ni presunción. Y llegamos al otro aspecto clave del capítulo: el humor. El que llega a descreer hasta del lenguaje se ve irreversiblemente abocado al humor; y la risotada natural (y no el ingenio buscado) es una de las características clave de Wolfe, libre en su exilio interior de cualquier atadura o imposición que le comprometa a la trascendencia por decreto, a la hondura de servicio. El clarividente siempre escribe «descojonándose un poco de lo que uno mismo está escribiendo» (OG: 88). La carcajada de l’étranger, del outsider, arroja más luz sobre las grietas del mundo que todos los lamentables intentos de justificación de lo existente llevados a cabo una y otra vez por los regimientos de funcionarios de la Realidad. Como dijo Wittgenstein, «el humor no es un estado de ánimo, sino una visión del mundo», y como tal está presente en toda la obra de Wolfe tanto en su forma más visible, la risa, como de otra menos patente: a modo de hilo musical de fondo. El humor es una forma de escapar del «espíritu de seriedad» tal y como lo define Sartre en El ser y la nada. El humor es la definitiva vuelta de tuerca, la única irreverencia posible, la única modalidad del non serviam, la única excusa de la vida. El humor es el mejor antídoto contra las ínfulas de trascendencia de feria, contra la sublimidad de postín, contra toda altisonancia, impostura, sectarismo, partidismo, gran idea o respuesta de eunucos, popes y vacas sagradas. (Pero quede claro que se trata de humor, nunca de ironía: «la ironía es patrimonio de los débiles; el humor a mandíbula batiente, sin duda alguna, de los fuertes» (OG: 71). El humor –como supo Schopenhauer– es ironía al revés. Así como ésta es la broma que se esconde tras la sinceridad, aquél es la seriedad que se esconde tras la broma.) El humor es el síntoma más claro de que se ha comprendido, de que se ha percibido el absurdo de toda altivez humana. El humor osa decir lo que es forzado callar. El humor es el resquicio milagroso en el infierno por el que se filtran una inocencia y candidez incomprensibles para quien desconozca el desengaño esencial, algo así como un salvoconducto a la sorpresa cuando ya no cabe sorpresa alguna (y éste es otro rasgo definitorio de Wolfe: no creer jamás, pero seguir siendo capaz de sorprenderse). El humor es a un mismo tiempo y paradójicamente negación y afirmación, arremeter contra la muerte segura, aceptar nuestra condena a vida[2]. No otra cosa, por cierto, viene a decir el existencialismo de Sartre, con quien Wolfe confiesa estar en deuda en ciertos aspectos. Negar y reír, desgarro y descojone, zozobra y risotadas, he aquí dos caras de una misma moneda. O tal y como ha escrito Savater: «Se niega para fulminar todo aquello que impide a la vida afirmarse libremente sin palabras: sólo cuando se han hundido todas las razones de vivir puede florecer el puro gusto por la vida»[3]. Porque si hay algo que el clarividente quiere es vivir; de hecho es esa pasión exacerbada la que le ha llevado a la clarividencia: la lujuria por la vida (Lust For Life, se titula una canción de Iggy Pop), imposible de saciar en el lodazal de las mezquindades y fabulaciones de nuestro mundo. Como dice el ya mencionado Cioran, el hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad. El clarividente es un vitalista trágico.

Antes de continuar con este merodeo en torno al siempre inalcanzable centro neurálgico de la obra de Wolfe, creo que el siguiente texto suyo hablando del recién mencionado Sartre puede ayudarnos en nuestro intento de asedio al núcleo de la cuestión:

 

Me estoy dando cuenta de lo mucho que Sartre me aportó, por mal que lo leyera en su día y por mucho que hubiera creído olvidar lo que llegué a asimilar de él. Todo ese concepto de la libertad del primer Sartre. Toda esa rebeldía, ese nihilismo, ese fundamental anarquismo filosófico, esa lucha permanente contra lo que él definía como los «cabrones» de toda especie y condición, y ese demoledor antihumanismo, que están en la raíz de su más auténtica y mejor filosofía. [...] Cuidado con Sartre, porque el tipo es clave. Ahora veo por qué me apasionó tanto en la adolescencia. Aunque más que llegar a conocerle con un mínimo de rigor, lo intuía, en aquella época. Ahora estoy viendo que mi intuición fue correcta. Y luego vuelvo la vista sobre mi propia obra, y resulta que me encuentro con Sartre a cada paso, cuando en su día, al escribir todos esos libros, nunca me acordé conscientemente de él. ¿Qué es El índice de Dios, si no es un libro sartreano? Hay incluso en él un brevísimo pasaje en el que llego a comentar que «todos somos hijos de nuestros actos», lo cual es Sartre en estado puro. Y luego la constante reivindicación de la contradicción, que recorre todos mis libros, y también de la rebeldía permanente, y de la vida como proceso de «autodemolición». Mi permanente huida hacia delante.[4]

 

Las coincidencias con la filosofía del primer Sartre son, efectivamente, muchas. Wolfe, tal vez sin ser del todo consciente –como él mismo afirma en la cita de arriba– ofrece asimiladas en su obra y frecuentemente reproduce afirmaciones sartreanas como que la libertad genera angustia; que el hombre está en constante inadecuación consigo mismo; que «el hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente»; que el hombre es la única trascendencia, a la vez que es esencialmente tragedia; y que su pasión es inútil.

Más. Fruto del resquebrajamiento espiritual y a la vez causa de él, el clarividente es por esencia un misántropo declarado, un odiador de hombres, al que «repugna / el ser humano en general» (CA: 111). El clarividente, aquejado de hiperestesia, detesta a muerte a la Humanidad tomada en abstracto, el concepto del hombre medio que la compone: «La gente / a la que amo / es gente. / La gente / a la que odio / es gente. / Gente. / Yo soy gente. / Gente. / Odio a la gente. / Todos somos / gente.» (MB: 20) Pero si por una parte está el odio, por otra encontramos tanta o más compasión. «Me muevo entre extremos igualmente virulentos de odio y compasión –escribe Wolfe–. Hay días en los que sería capaz de regalar hasta la camisa; y días en los que ni salir a la calle y liarme a tiros con la gente apaciguaría este asco enfermo, esta ira emponzoñada que me corroe.» (OG: 63) De ahí que el clarividente, abrumado por el peso del mundo y por su vaciedad, lejos de cualquier altisonante falacia del tipo «paz interior» o «anulación del deseo» y sobre todo obligado por la necesidad («ganarse los garbanzos», diría Wolfe) a interactuar con sus semejantes, rompa a menudo en cólera y abandone su mutismo o su discurso del no contenido para arremeter a diestro y siniestro contra todo aquello que conforma su vida civil[5]. Es entonces cuando Wolfe se remanga, baja a la arena y se dedica a repartir mazazos concretos y directos hasta no dejar títere con cabeza. «Me cabreo con la gente y la maldigo... –confiesa–; y luego me lo pienso mejor. Cuando la gente alimenta mi rabia, me está ayudando sin saberlo. Esa rabia es el combustible de mi obra.» (OG: 53) Entonces «escribir significa adoptar al mundo entero como enemigo»[6] y nada escapa a sus diatribas, no hay elemento de la sociedad ni representante de las más variadas sectas, categorías o especialidades que no reciba lo suyo: la familia, el estado, la democracia, las patrias, el amor con moho, los escritores, los periodistas, los políticos, el llamado pueblo llano, el ciudadano tipo, los colectivos, los fanáticos, la masa, los dirigentes, los pasotas, los alternativos, los votantes, los progres, los amigotes, la ley, la policía, los trasnochados, los modernos, los bienpensantes y bienintencionados, los editores, la crítica, los sabelotodo, etcétera. El único modo de que el clarividente pierda los papeles y abandone la indiferencia que le otorga la visión del absurdo es el contacto directo con la realidad palpable. «¿Cómo llamarlo? ¿“Personalidad reactiva”? Sólo puedo crear, palpitar, sentirme vivo, como reacción en contra de algo, de todos y de todo. Gracias a Dios, no me faltan enemigos. Pero si no los tuviera, tendría que buscármelos.» (HG: 130) Pero tanto odio, tanta aversión declarada no parte de la autoestima; si hay algo que el clarividente no hace jamás es presentarse como ejemplo. «En realidad, uno de mis mayores problemas es que no puedo soportar a casi nadie. No se trata de complejo de superioridad, y en el fondo no es tampoco “sociopatía”. Yo creo que tiene más que ver con una peculiar sensación de distanciamiento interno derivado de la abulia. El aburrimiento –que Schopenhauer atribuía erróneamente a los seres vulgares– me fustiga desde que tengo uso de razón.» (HG: 129) Ajeno a toda santidad o santurronería, Wolfe fluctúa entre la quietud angustiada, la irrisión y la irascibilidad; pero estos elementos no suelen presentarse aislados, sino que la mayoría de las veces aparecen combinados, aunque uno de ellos sofoque o debilite a los otros.

Otro rasgo del clarividente es su forzada honestidad. La clarividencia inhabilita para el subterfugio verbal o ideológico y por tanto para la apología incondicional del status quo frente a la inevitable catástrofe de la vida. Pero no se trata de rectitud sino de incapacidad para el cuento chino; por lo que no cabe hablar de ejemplo ético sino de «coacción del desvelamiento»[7]. Rechazando las máscaras edulcorantes y anestesiantes del «civilizado», Wolfe se presenta en sociedad como un individuo desmañado y sin domar; como un lobo sediento de sangre frente a tanto perro cuidador de ovejas; como un salvaje no invitado, musculoso, puro y veraz, rudo y vital, condenado a una franqueza indecente, que se sienta a la mesa pública de las Letras frente a tanto correcto comensal panzudo, flojo, ahíto, rancio, engreído, incapaz de ponerse en pie de una maldita vez y de dejar libre el asiento que nunca debió ocupar. El miedo que el clarividente provoca en el establishment literario, en las camarillas y cenáculos de escribientes decentes y gentes de provecho, es tanto como el asco que éstos le provocan a él. Esta situación se repite y se ha repetido automáticamente siempre que alguien tiene la valentía y candidez de señalar que «el monarca va desnudo». ¿Cómo podrían perdonárselo los supuestos sastres, las hordas de redactores allegados, los santones, caraduras y consejeros, y hasta el fervoroso y sumiso «pueblo llano»? «El artista que ha conseguido la liberación por medio de la conciencia del absurdo se convierte en una especie de dolor de cabeza, de migraña, de molesto grano en el culo de la intelectualidad establecida.» (TM: 109)

«El poeta, que cuando lo es de verdad es por encima de todo un comprendedor, le debe su inadaptación a esta nefasta virtud.» (OG: 85) La clarividencia, pues, aboca indefectiblemente en el aislamiento, relegando a su presa a la soledad interior, a la condición de «animal solitario»[8], de nómada espiritual incapaz de formar parte de facción o cultura algunas. La única cultura del clarividente es la cultura aplicada, la de todos los grandes hombres que, brutalmente veraces, han barrenado a lo largo de los siglos las patrañas humanas. El pensamiento, el arte, la sabiduría, son destrucción en su esencia. Nada mejor para calcular la potencia y veracidad de una obra que su capacidad para aturdirnos. Las grandes obras son beatíficos atentados terroristas (ya que así es como el Poder designa a la violencia no generada por y para él) contra lo Establecido, lo Imperante, lo Aceptado o demás mamarrachadas evidentemente cínicas pero por desgracia también dominantes. En fin, la grandeza y singularidad de todo gran hombre consiste en la capacidad de situarse ante la comedia de la vida como ante un todo, fuera –pero a la vez dentro– de ella, e interpretarla en su totalidad, mientras que el hombre común sólo percibe su papel –y muchas veces sin llegar a comprenderlo– y a lo sumo un par de escenas. La condición de espectador privilegiado del clarividente hace que éste siempre, de un modo u otro (puede que hasta sin querer), se dedique a arremeter contra cualquier forma del Todo.

Su tarea es desorbitada. David contra Goliat. Pero de alguna forma la victoria es siempre de David desde el momento en que osa enfrentarse a la omnipotencia del gigante y desvelar que ésta no es tal, independientemente de que acierte a derribarlo o no de una sola pedrada. Esta tarea, o tal vez sea mejor decir esta heroica labor con la que entretener la espera, es un pasaporte directo a la soledad y al aislamiento. El clarividente es lo opuesto a nuestro proverbial Vicente y ya hemos dicho que está indefectiblemente condenado al aislamiento interior. Pero si siempre ha sido difícil la auténtica singularidad frente a los patrones y sus ligeras variantes de catálogo, más aún lo es en estos tiempos frenéticos, masivos y de bombardeo informativo. Muy pocos hombres cuentan hoy con la fortaleza y resistencia necesarias para mantenerse ajenos y a la vez atentos a la locura generalizada, y hay menos aún que cuenten también con el talento y la inteligencia suficientes para crear una gran obra desde esa trágica y dichosa unicidad.

Valga como cierre de este artículo tan teórico un texto del propio Wolfe que sintetiza y ejemplifica lo que tal vez se haya escapado como agua entre los dedos de estas páginas:

 

No hay nada que hacer, ni sitio alguno a donde ir, pero aquí estamos en cualquier caso, avanzando por el trillado camino. Tenemos que descubrir nosotros mismos que no hay nada que descubrir, aunque lo sepamos o creamos saberlo de antemano. También es verdad que creemos saber muchas cosas, y luego la vida nos da muchas sorpresas, porque no es menos cierto que aquí ni dios sabe en realidad nada. Esto es una comedia que no se acaba nunca. Jamás se para la función. La vida: sesión continua. Y ahí nos ves a todos, rajando, agitándonos, pegando berridos, corriendo de un lado para otro y haciendo como que sabemos qué cojones se supone que estamos haciendo. Todo teatro, comedia, farsa, patético vodevil. Vodevil en todos los sentidos. Yo anoche me quedé en la terraza a la una de la mañana a fumarme el último pitillo antes de plegar, y me quedé mirando los neones lejanos, y las luces de las farolas y los edificios y la luz de las estrellas y la luna velando allá arriba sobre nuestra estupidez, y estuve pensando en todo esto, y en eso mismo que te digo. Y me decía: cuándo parará, toda esta comedia, cuándo se detendrá. No para nunca, este maldito camelo sideral de planetas en marcha y perpetuo movimiento hasta la desintegración. Es bella la agonía; nuestra agonía. Y no deja de tener un cierto esplendor. Miseria y esplendor de la condición humana.[9]

 

 

 

 

 

 

 
B I B L I O G R A F Í A

 

III.         1.  BIBLIOGRAFÍA DE ROGER WOLFE

 

IV.            1.1. P o e s í a

DP. Diecisiete poemas, Málaga, Caffarena, 1986.

Máquina de sueños, Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 1991. [Plaquette con los poemas «Levante», «Arqueología emocional», «Algo de lo más extraño», «Poesía», «Si alguien te pregunta alguna vez, puedes responder por mí», «Amparo», «El peso», «El hombre de acción», «A ver», «Enfermo», «La pura verdad» y «El vaso», todos ellos incluidos luego en Hablando de pintura con un ciego.]

DPT. Días perdidos en los transportes públicos, Barcelona, Anthropos, 1992; prólogo de Miguel Munárriz.

HP. Hablando de pintura con un ciego, Sevilla, Renacimiento, 1992.

AB. Arde Babilonia, Madrid, Visor, 1994.

Poemas desde un 5º sin ascensor, Béjar, Asociación Cultural El Sornabique, 1995. [Plaquette con los poemas «Todas las noches del mundo», «Teatro» y «Como a todo el mundo», todos ellos incluidos luego en Mensajes en botellas rotas.]

MB. Mensajes en botellas rotas, Sevilla, Renacimiento, 1996.

CA. Cinco años de cama, Zaragoza, Prames, 1998.

EF. Enredado en el fango, Oviedo, Línea de fuego, 1999. [Edición bilingüe inglés/español. Traducción del autor.]

I. El invento, Málaga, Miguel Gómez Ediciones, 2001; selección y prólogo de Aurora Luque y Emilio Carrasco. [Antología que incluye poemas de todos sus anteriores poemarios salvo de Diecisiete poemas y de Enredado en el fango, más diecisiete inéditos, cuatro de ellos en edición bilingüe inglés/español y traducidos por el autor.]

AE. El arte en la era del consumo, Madrid, Sial, 2001. [El libro cuenta con cinco relatos intercalados entre los treinta poemas de que consta, diez de los cuales aparecen en El invento.]

1.2. R e l a t o

QN. Quién no necesita algo en que apoyarse, Alicante, Aguaclara, 1993; prólogo de David C. Hall.

MC. Mi corazón es una casa helada en el fondo del infierno, Alicante, Aguaclara, 1996.

 

1.3. N o v e l a

DPM. Dios es un perro que nos mira (publicada con el título El índice de Dios), Madrid, Espasa Calpe, 1993.

FT. Fuera del tiempo y de la vida, Zaragoza, Prames, 2000.

 

1.4. « E n s a y o – f i c c i ó n »

TM. Todos los monos del mundo, Sevilla, Renacimiento, 1995.

HG. Hay un guerra, Madrid, Huerga & Fierro, 1997.

OG. Oigo girar los motores de la muerte, Barcelona, DVD, 2002.

1.5. D i a r i o

QF. ¡Que te follen, Nostradamus!, Barcelona, DVD, 2001; prólogo de José Ángel Mañas.

1.6. T r a d u c c i o n e s
1.6.1. Prosa

Bernières, Louis de, Dionisio vivo y el señor de la coca, Barcelona, Destino, 2000.

Block, Lawrence, Los pecados de nuestros ancestros, Gijón, Júcar, 1989.

Bockris, Victor, Lou Reed: las transformaciones, Madrid, Celeste, 1997.

Bukowski, Charles, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, Barcelona, Anagrama, 2000.

Crumley, James, Un caso equivocado, Gijón, Júcar, 1990.

Hebeisen, Heinz, Reino de los vientos: España en globo, Gijón, Trea, 1992.

Marlowe, Ann, Cómo detener el tiempo: la heroína de la A a la Z, Barcelona, Anagrama, 2002.

 

1.6.2. Poemas y canciones

Bukowski, Charles, el poema “in the shadow of the rose” («en la sombra de la rosa»), Lúnula, n.º 9, junio de 1994, en la contraportada.

—, el poema “the rape of the Holy Mother” («el rapto de la Santa Madre»), en Hay una guerra.

Carver, Raymond, el poema “Fear” («Miedo»), en Todos los monos del mundo.

Childish, Billy, «13 poemas», Lúnula, n.º 9, junio de 1994,  pp. 63-74. [Los títulos de los poemas —que en inglés reproducen textualmente la peculiar ortografía de Childish, que es disléxico y publica sus poemas tal como los escribe, sin hacer corrección alguna— son los siguientes: “give me truly harts” («dadme corazones verdaderos»), “to understand murder” («entender el asesinato»), “under the clock” («bajo el reloj»), “dragging thru this” («arrastrándonos a través de esto»), “the typeriter that couldnt spell” («la máquina de escribir que no sabía ortografía»), “legercy” («legado»), “just in this way” («justamente de esta manera»), “and the cyder bottle passes as my eyes” («y la botella de sidra pasa como mis ojos»), “never to fake it” («nunca fingir»), “here let bitterness evaporate (amsterdam 92)” («aquí dejad que la amargura se evapore (amsterdam 92)»), “a little less” («un poco menos»), “and cruelness here” («y aquí la crueldad») y “trembling of life” («temblor de vida»).] 

Cohen, Leonard, la versión libre de la canción “I Can’t Forget” («No puedo olvidar», aunque en la versión de Wolfe el título es «El doble»), en El arte en la era del consumo.

Cummings, E. E., la versión del poema “let’s start a magazine” («empecemos una revista», aunque en la versión de Wolfe el título es «con el permiso de e. e. cummings»), en Días perdidos en los transportes públicos.

Hemingway, Ernest, el poema “The Age Demanded” («La época exigía»), en Hay una guerra.

Lawrence, D. H., “The Ship of Death” («El barco de la muerte»), Lúnula, n.º 9, junio de 1994, pp. 11-14. [Después incluido en Hay una guerra.]

Reed, Lou, la recreación de la canción “Turn to Me” («Recurre a mí», aunque en la versión de Wolfe se titula «Llámame»), en Días perdidos en los transportes públicos.

Schwartz, Delmore, «Cartas al editor (El extraño caso de Delmore Schwartz)», el poema “The Heavy Bear Who Goes With Me” («El oso pesado que conmigo va», Lúnula, n.º 8, julio de 1993. [Después incluido en Todos los monos del mundo.]

Williams, C. K., «Cuatro poemas de C. K. Williams»: “Ten Below” («Diez bajo cero»), “The Critic” («El crítico»), “The Mistress” («La amante») y “Philadelphia: 1978” («Filadelfia: 1978»); Archione, n.º 7, julio de 1993. [Después incluidos en Todos los monos del mundo.]

—, el poema  “Trash” («Basura»), en Hay una guerra.

Young, Neil, la canción “Piece of Crap” («Pedazo de mierda»), en Hay una guerra.

 

1.7. C o l a b o r a c i o n e s   e n   p r e n s a (selección)

 

1990

– «Quién no necesita algo en que apoyarse», La Nueva España, 14-IX-1990, p. 44. [Relato después incluido en el libro homónimo Quién no necesita algo en que apoyarse.]

– «Alberto Moravia ha muerto», La Nueva España, 23-XI-1990, p. 40. [Relato.]

 

1991

– «Si te cuento lo que pasa», La Nueva España, 1-II-1991, p. 43. [Relato después incluido en Quién no necesita algo en que apoyarse.]

– «Tan solos como siempre», Diario 16 (Asturias), Edición Especial, 7-VI-1991, p. 8. [Artículo sobre el músico Sting con motivo de su concierto en Gijón.]

– «Angie», La Nueva España, 21-VI-1991, p. 43. [Relato después incluido en Mi corazón es una casa helada en el fondo del infierno.]

 

1992

– «Notas a pie de obra: 1-4», La Nueva España, 7-II-1992, p. 46. [Fragmentos de «ensayo-ficción» después incluidos en Todos los monos del mundo.]

– «Notas a pie de obra: 5-12», La Nueva España, 26-VI-1992, p. 58. [Fragmentos de «ensayo-ficción» después incluidos en Todos los monos del mundo.]

– «Panero, Warhol, Felinghetti y yo mismo», La Nueva España, 4-IX-1992, p. 46. [Fragmento de «ensayo-ficción» después incluido en Todos los monos del mundo en versión ampliada.]

– «Insomnio», La Nueva España, 2-X-1992, p. 46. [Relato después incluido en Quién no necesita algo en que apoyarse.]

– «El último blues», La Nueva España, 13-XI-1992, p. 54. [Reseña del ensayo La rabia de vivir, de Mezz Mezzrow y Bernard Wolfe, luego incluida en Todos los monos del mundo.]

 

1993

– «Que nasti, pero ya», Olas, n.º 1, junio de 1993, p. 10. [Fragmento de «ensayo-ficción» después incluido en Todos los monos del mundo.]

– «El nivel del arte», La Nueva España, 12-VI-1992, p. 42. [Fragmento de «ensayo-ficción» después incluido en versión resumida en Todos los monos del mundo.]

– «El club de los poetas medio muertos», ABC, suplemento «ABC literario», 16-VII- 1993, p. 22. [Prosa después incluida en Todos los monos del mundo.]

– «Polvo de estrellas», Olas, n.º  2, julio de 1993, pp. 28-29. [Fragmento de «ensayo-ficción» después incluido en Todos los monos del mundo.]

– «Cuatro poemas de C. K. Williams», Archione, n.º 7, julio de 1993. [Artículo y traducción de cuatro poemas de C. K. Williams después incluidos en Todos los monos del mundo.]

– «Cartas al editor (El extraño caso de Delmore Schwartz)», Lúnula, n.º 8, julio de 1993. [Artículo y traducción de un poema de Delmore Schwartz después incluidos en Todos los monos del mundo.]

– «Me voy a comprar una pipa», El Mundo, suplemento «UVE», 31-VIII-1993, p, 8. [Relato después incluido en Quién no necesita algo en que apoyarse.]

 

1994

– «Mi sueño de Kaurismäki», La Nueva España, suplemento «Cultura», 4-VI-1994, p. VI. [Relato después incluido en Mi corazón es una casa en el fondo del infierno.]

 

1995

– «La espera», El Mundo, suplemento «UVE», 21-VII-1995, p. 64. [Artículo con motivo de la llegada de los Rolling Stones a Gijón después incluido en Hay una guerra.]

– «Desesperante tragicomedia», El Mundo, suplemento «La Esfera», 22-VII-1995, p. 9. [Reseña del poemario La condición urbana, de Karmelo C. Iribarren.]

– «Larga vida a las huestes de Satán», El Mundo, suplemento «UVE», 24-VII-1995, p. 54. [Artículo con motivo del concierto de los Rolling Stones en Gijón después incluido en Hay una guerra.]

– «Piraguas... ¿qué piraguas, tío?», El Mundo, suplemento «UVE», 6-VIII-1995, p. 4. [Artículo con motivo del «LIX descenso del Sella» después incluido en Hay una guerra.]

– «El nirvana de los pobres», El Mundo, 23-VIII-1995, p. 53. [Artículo de opinión sobre la televisión después incluido en Hay una guerra.]

– «Céline, a ritmo de rap», El Mundo, suplemento «La Esfera», 23-IX-1995, p. 9. [Reseña del poemario Nebraska no sirve para nada, de David González. Su título original era «Céline a ritmo de rap».]

– «Cómo hacer el agosto en primavera», Ajoblanco, septiembre de 1995. [Reseña de la novela Agosto, de Rubem Fonseca, después incluida en Hay una guerra.]

– «Paranoicos con causa», El Mundo, suplemento «La Esfera», 5-XI-1995, p. 14. [Reseña de la novela Jugar a matar, de Andreu Martín.]

 

1996

– «La gran literatura del corazón», Ajoblanco, febrero de 1996. [Reseña del libro de viaje Shakespeare never did this y de la novela Pulp, de Charles Bukowski, después incluida en Hay una guerra.]

– «La fuerza de la vida», El Mundo, suplemento «La Esfera», 9-III-1996. [Reseña de Cartas a Misha (1838-1864), de Fiodor Dostoyevski.]

– «Antídotos contra la estupidez», El Mundo, suplemento «La Esfera», 30-III-1996, p. 56. [Reseña de Parábolas, aforismos y comparaciones, de Arthur Schopenhauer.]

– «Céline, la historia de un agravio», El Mundo, 2-IV-1996, p. 69. [Artículo sobre Louis-Ferdinand Céline después incluido en Hay una guerra con su título original: «Louis-Ferdinand Céline: breve historia de un largo agravio».]

– «Magia para toda ocasión», El Mundo, suplemento «La Esfera», 5/6-IV-1996, p. 18. [Reseña de la novela Guignol’s Band, de Louis-Ferdinand Céline, después incluida en Hay una guerra.]

– «Savage Art: A Biography of Jim Thompson», Ajoblanco, junio de 1996. [Reseña de la biografía de Jim Thompson Savage Art, de Roberto Polito, después incluida en Hay una guerra.]

– «El amor en los tiempos de la polca», El Mundo, suplemento «UVE», 21-VIII- 1996. [Prosa después incluida en Hay una guerra.]

– «Hasta que el cuerpo aguante», El Mundo, suplemento «UVE», 25-VIII-1996, p. 6. [Artículo con motivo de «La fiesta de la sidra» de Gijón.]

– «Sabor americano», El Mundo, suplemento «La Esfera», 7-IX-1996, p. 17. [Reseña de la antología de poesía Buffalo Bill ha muerto, de E. E. Cummings.]

– «Sólo la muerte salva de la muerte», El Mundo, suplemento «La Esfera», 28-IX- 1996. [Reseña de la biografía de Jim Morrison De aquí nadie sale vivo, de J. Hopkins y D. Sugerman.]

– «Paisaje desolador», El Mundo, suplemento «La Esfera», 5-X-1996, p. 14. [Reseña de la novela Trainspotting, de Irvine Welsh.]

– «Descenso a los infiernos de las envidias literarias», El Mundo, suplemento «La Esfera», 12-X-1996, p. 14. [Reseña de la novela Soy un escritor frustrado, de José Ángel Mañas.]

– «Hablar, hablar, hablar», El Mundo, suplemento «La Esfera», 26-X-1996, p. 17. [Reseña de la novela El día de la Independencia, de Richard Ford.]

 

1997

– «Bukowski de pura cepa», El Mundo, suplemento «La Esfera», 4-I-1997, p. 14. [Reseña de la colección de relatos Hijos de Satanás, de Charles Bukowski.]

– «Las historias de los autores consagrados son siempre las mismas», El Mundo, suplemento «La Esfera», 1-II-1997, p. 2. [Entrevista con Irvin Welsh.]

– «Las siete vidas del rey de Nueva York», El Mundo, suplemento «La Esfera», 15-II- 1997, pp. 2-3. [Artículo sobre Lou Reed con motivo de la publicación de Las transformaciones de Lou Reed, biografía de Victor Bockris sobre este músico traducida por el propio Wolfe.]

– «Un corazón entero», El Mundo, suplemento «La Esfera», 22-II-1997, p. 18. [Reseña de Obra completa. Poesía. Vol. I, de Luis Rosales.]

– «Desoladas periferias interiores», El Mundo, suplemento «La Esfera», 12-IV-1997, p. 14. [Reseña del poemario Las afueras, de Pablo García Casado.]

– «Un amor italiano», El Mundo, suplemento «La Esfera», 17-V-1997, p. 15. [Reseña de la biografía Hemingway en el amor y en la guerra, de Henry S. Villard y J. Nagel.]

– «El infierno doméstico de Tosltói», El Mundo, suplemento «La Esfera», 13-IX- 1997, p. 14. [Reseña de la biografía de León Tolstói Amor y odio, de William L. Shirer.]

– «Ni Dios ni Patria ni Rey», El Mundo, suplemento «La Esfera», 15-XI-1997. [Reseña de la antología de la obra de Charles Bukowski Peleando a la contra.]

– «Federico García Lorca: un fósil en busca de acomodo», Hélice, n.º  10, Granada, 1997. [Artículo de opinión sobre Federico García Lorca.]

 

1998

– «A tamaño natural», El Mundo, suplemento «La Esfera», 3-I-1998, p. 4. [Artículo de opinión sobre Federico García Lorca.]

– «Crónicas del “gulag”», El Mundo, suplemento «La Esfera», 17-I-1998, p. 15. [Reseña del libro de relatos Relatos de Kolymá, de Varlam Shalamov.]

– «La cara oculta del sueño americano». El Mundo, suplemento «La Esfera», 21-II- 1998, pp. 6-7. [Entrevista con Hubert Selby.]

– «Mapas del desarraigo», El Mundo, suplemento «La Esfera», 28-II-1998, p. 19. [Reseña del libro de relatos Cruzando el paraíso, de Sam Shepard.]

– «Poesía pasada por agua», El Mundo, suplemento «La Esfera», 7-III-1998, p. 19. [Reseña de la antología de poemas El infierno es un lugar solitario, de Charles Bukowski.]

– «¿Mundial?», ABC, suplemento «ABC literario», 12-VI-1998. [Artículo de opinión.]

– «Canibalismo prêt-à-porter», Ajoblanco, junio de 1998, p. 16. [Reseña de la antología de relatos Juventud caníbal.]

– «Bikini verde», El Mundo, suplemento «UVE», 13-VIII-1998, p. 8. [Relato después incluido en El arte en la era del consumo.]

– «Capital de la intrahistoria», Ajoblanco, agosto de 1998, pp. 55-59. [Reportaje sobre Alcobendas.]

– «Clásicos de nuestro tiempo», Ajoblanco, diciembre de 1998, pp. 57-59. [Largo artículo sobre los clásicos de la novela negra norteamericana.]

– «El Yo fragmentado de Kosinski», El Mundo, suplemento «UVE», FECHA, p. 6. [Reseña de la novela El ermitaño de la calle 69, de Jerzy Kosinski.]

– «Viajes del espíritu», El Mundo, suplemento «UVE», FECHA, p. 4. [Reseña del libro de viajes Viajes por Alaska, de John Muir.]

 

1999

– «El viejo y noble oficio de escribir», El Mundo, suplemento «La Esfera», 2-I-1999, p. 2. [Artículo de opinión.]

– «Vida y muerte de un león», El Mundo, suplemento «La Esfera», 9-I-1999, p. 9. [Artículo sobre Ernest Hemingway con motivo del centenario de su nacimiento.]

– Reseña del libro misceláneo de poemas y prosas Ley de vida, de David González, El Mundo, suplemento «La Esfera», 23-I-1999.

– Reseña de la novela The Big Picture, de Douglas Kennedy, El Mundo, suplemento «La Esfera», 30-I-1999.

– «Gran literatura del corazón», El Mundo, suplemento «La Esfera», 3-VII-1999, p. 9. [Reseña del libro de viaje Shakespeare nunca lo hizo, de Charles Bukowski.]

– «Malditismo y lentejas sin chorizo», El Mundo, Las 100 joyas del milenio/número 37, 21-VII-1999. [Artículo de opinión.]

 

2001

– «Vivir para contarlo», Quimera, diciembre de 2001, p. 47. [Artículo de opinión.]

– «José Ángel Mañas: del punk al kronen», El Mundo, 7-XII-2001. [Texto también publicado como prólogo de la novela Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, que salió a la venta con el periódico del día siguiente en «Biblioteca de El Mundo, colección Millenium: Las mejores novelas en castellano del siglo XX», Madrid, 2001.]

 

2002

– «La alquimia del verbo», Quimera, enero de 2002, p. 59. [Artículo de opinión.]

– «La llamada de la escritura», Quimera, febrero de 2002. [Artículo de opinión.]

– «La ciclotimia es el hombre (I)», Quimera, marzo de 2002, pp. 66-67. [Artículo de opinión.]

– «Un maestro raconteur», El Mundo, 28-XI-2002. [Texto también publicado como prólogo de la novela El filo de la navaja, de William Somerset Maugham, que salió a la venta con el periódico del día siguiente en «Biblioteca de El Mundo, colección Millenium III: Las mejores novelas de la literatura universal contemporánea», Madrid, 2002.]

 

2003

– «Bestias que llevamos dentro», El Mundo, 29-X-2003. [Texto sobre la película Perros de paja, de Sam Peckinpah, que salió a la venta, junto con el suplemento semanal El Cultural, el día siguiente en la colección de películas en DVD «El Cine de El Mundo: Filmoteca de El Cultural».]

1.8. O t r o s

– «¿Cómo escribí El índice de Dios?», en Cómo escribí..., Oviedo, Consejería de Cultura del Principado de Asturias, 1998, pp. 189-193. [Ponencia leída en Oviedo, 21-XI-1997, durante el ciclo de debates Literástura.]

 

2.  BIBLIOGRAFÍA SOBRE ROGER WOLFE

 

V.                2.1. M o n o g r á f i c o s   d e d i c a d o s   a   s u   o b r a

Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza, 1998. VV. AA.

 

2.2. R e s e ñ a s   e n   p r e n s a   y   e s t u d i o s  

o    r e f e r e n c i a s    i n c l u i d o s   e n   l i b r o  (selección)

Alonso, Santos, «Dos géneros», Diario 16, 24-VIII-1992. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Altares, Guillermo, «Pedazos humanos para los perros», El País, suplemento «El País de las Tentaciones», 26-XI-1993, p. 45. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

Álvarez, Antonio, «17 poemas. Roger Wolfe», El Correo de Asturias, 17-II-1987. [Reseña de Diecisiete poemas.]

Ara Torralba, Juan Carlos, «Biodegradable: el explícito encanto de la Serie B», Trébede, abril de 2001, pp. 92-93. [Reseña de Fuera del tiempo y de la vida.]

Arnáiz, Joaquín, «La sombra de Quevedo», La Razón, suplemento cultural «Caballo Verde», 2-II-2001, p. 42. [Reseña de Fuera del tiempo y de la vida.]

Ayala-dip, J. Ernesto, «Un cobrador poco creíble», La Nueva España, suplemento cultural, 18-XII-1993, p. IV. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

Baena, Enrique, «El mundo ha sustituido a la poesía», Ínsula, n.º 593, mayo de 1996, pp. 23-24. [Reseña de Arde Babilonia.]

Barrera, José María, «Arde Babilonia», ABC, suplemento «ABC literario», 10-II- febrero de 1995, p.8.

Basanta, ángel, «Quién no necesita algo en que apoyarse», ABC, suplemento «ABC literario», 14-I-1994, p. 10.

Buenaventura, Ramón, «El buen ir del verso a la cerveza», El Mundo, 7-III-1992. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Bueres, Enrique, «Roger Wolfe: un inglés en la corte de la poesía asturiana», Hojas universitarias, Oviedo, marzo de 1987, p. 23. [Reseña de Diecisiete poemas.]

Castro, Pilar, «Mi corazón es una casa helada», ABC, suplemento «ABC literario», 5-IV-1996, p. 9.

––«Fuera del tiempo y...», El Mundo, suplemento «El Cultural», 18-IV-2001.

Colubi, Pepe, «Contra la estupidez, la obscenidad. Por ejemplo», La Nueva España, marzo de 1996. [Reseña de Mi corazón es una casa helada en el fondo del infierno.]

Conte, Rafael, «Días perdidos...», ABC, suplemento «ABC literario», 7-V-1993.

Cuenca, Luis Alberto de, «La primera novela de Roger Wolfe», en Ínsula, n.º 566, febrero 1994, p. 24. [Reseña después incluida en el monográfico Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza, 1998, pp. 3-6.]

––«Roger Wolfe», ABC, 16-XI-1997, p. 24. [Artículo de opinión después incluido en Señales de humo, Valencia, Pre-textos, 1999, pp. 233-234.]

Dalmau, Miguel, «Denuncia de las miserias literarias», Qué Leer, marzo de 2002, p. 82. [Reseña de ¡Que te follen, Nostradamus!.]

Echevarría, Ignacio, «El lobo feroz», El País, suplemento «Babelia», 11-XII-1993, p. 11. [Reseña de Dios es un pero que nos mira.]

Errasti, Eduado, «Sobre el amor y el tiempo», en La Nueva España, 5-IV-1987. [Reseña de Diecisiete poemas.]

––«Poemas como cuchillos», La Nueva España, suplemento «Cultura», 18-III-1995, p. III. [Artículo sobre la poesía de Wolfe.]

Fernández Porta, Eloy, «Ficciones de la crueldad social. El “giro a la abyección” del relato realista español»,

http://www.barcelonareview.com/35/s_efp.htm, marzo/abril 2003, n.º 35.

García de la Concha, Víctor, «Hablando de pintura con un ciego», ABC, suplemento «ABC literario», 9-VII-1993, p. 8.

García Martín, José Luis, «Extremos a que ha llegado la poesía española», en La poesía figurativa. Crónica parcial de quince años de poesía española, Sevilla, Renacimiento, 1992, pp. 192-195.

––«Al carajo con la literatura», en La Nueva España, 14-II-1992, p. 43. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

García-Posada, Miguel, «El realismo, de nuevo», El País, suplemento «Babelia», 20-VI-1992, p. 12. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

––«Del nuevo realismo: La confirmación poética de Roger Wolfe», El País, suplemento «Babelia», 19-VI-1993. p. 10. [Reseña de Hablando de pintura con un ciego después incluida en el monográfico Roger Wolfe, Universidad de Zaragoza, Poesía en el Campus, n.º 40, 1998. pp. 7-8.]

––«Algunos poetas del 93. Diferentes estilos y actitudes en la lírica española actual», El País, suplemento «Babelia»,  25-IX-1993, p. 12.

––«Poetas recordados y en guerra», El País, suplemento «Babelia»,  25-II-1995, p. 11. [Reseña de Arde Babilonia.]

––La nueva poesía española (1975-1992), Barcelona, Crítica, 1996, pp. 215-216.

––«Poemas y relatos del vacío», ABC, suplemento «ABC Cultural», 26-I-2002, p. 15. [Reseña de El arte en la era del consumo.]

––«El realismo sucio, canonizado», ABC, suplemento «Blanco y Negro Cultural», 11-IX-2004, p. 14. [Reseña de la edición crítica de Juan Miguel López de Días perdidos en los transportes públicos y de Hablando de pintura con un ciego.]

Ghariani, Lucien, «Mettons qu’ils parlent de la cite (Lecture de 3 poèmes de D. Alonso, Á. González et R. Wolfe)», ponencia inédita leída en la Universidad de París IV, noviembre de 1999.

Gracia, Jordi, Los nuevos nombres: 1975-2000. Primer suplemento. (Historia y crítica de la literatura española 9/1), Barcelona, Crítica, 2000, pp. 34, 99, 104, 200-202, 211, 213, 237, 240, 451, 509, 513, 515.

––, Hijos de la razón, Barcelona, Edhasa, 2001, pp. 78, 111, 139, 142.

––, «Prosa bruta, lírica y expansiva», El Periódico, 6-XII-2002, p. 23. [Reseña de El arte en la era del consumo.]

Gullón, Germán, «El reverso de la realidad», ABC, suplemento «ABC Cultural», 28-VI-2001, p. 10. [Reseña de Fuera del tiempo y de la vida.]

Gutiérrez Cillero, Enrique, «La muerte es gratis», Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza, 1998, pp. 9-10.

Ingelmo, Luis, «Las últimas gotas, siempre en los calzoncillos», Tribuna de Salamanca, suplemento «Batuecas», 29-VI-1996, p. II. [Reseña de arde Babilonia.]

Ingenschay, Dieter, «El realismo sucio o la poesía de los márgenes», Ínsula, n.º 671-672, noviembre/diciembre 2002, pp. 46-48.

Iravedra, Araceli, «¿Hacia una poesía útil? Versiones del compromiso para el nuevo milenio», Ínsula, n.º  671-672, noviembre/diciembre 2002, p. 6.

Irigoyen, Ramón, «La salvaje crudeza de la vida», Letra, n.º 39, julio/agosto 1995. p. 77. [Reseña de arde Babilonia.]

Kunz, Marco, «Poética negra de un resentido (Edición Crítica)», Quimera, marzo, 2005, en prensa. [Reseña de la edición crítica de Juan Miguel López de Días perdidos en los transportes públicos y de Hablando de pintura con un ciego.]

Lasala, Magdalena, «El poeta roto, mensajero enajenado, el atrapado en su botella abandonada», Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza, 1998, pp. 11-13.

Lasheras, Javier, «Roger Wolfe, la atmósfera del desasosiego», La Nueva España, suplemento «Cultura», 18-III-1995, p. III. [Reseña de arde Babilonia.]

López Merino, Juan Miguel, «Roger Wolfe», El Pájaro de Papel, invierno de 1995, pp. 8-9.

––, «El corazón en un puño», Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza, 1998, pp. 14-16.

––, «Fuera del tiempo y de la vida», Cuadernos del Matemático, n.º 26, abril de 2001, pp. 123-24.

––, «Aproximación a la obra de Karmelo C. Iribarren», Versants (Revista suiza de literaturas románicas), n.º 43, Génova, Slaktine, 2003, pp. 35-70. Este trabajo está también publicado digitalmente en

http://www.um.es/tonosdigital/znum8/estudios/12-iribarren.htm

––, Edición crítica de Días perdidos en los transportes públicos y de Hablando de pintura con un ciego, San Sebastián de los Reyes, Universidad Popular José Hierro, 2004.

Mañas, José Ángel, «La guerra de Roger Wolfe», Lateral, febrero de 1999, pp. 10-11.

––, «El caso de Roger Wolfe», pról. a ¡Que te follen, Nostradamus!, pp. 7-10.

Marcano Lasheras, M.P., «Esta vida es un chiste privado», Segre, 22-III-1992, p. 27. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Martín, Salustiano, «Arde Babilonia: exabruptos de desesperanza», Reseña, diciembre de 1995, p. 35.

Martínez, Santiago, «De la elegía al radicalismo», La Vanguardia, 24-III-1992, p. 46. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Marr, Matthew J., “Out of the Office: Comic Self-Derision as a Vacation from Solemnity in the Postmodern Metapoetry of Roger Wolfe”, Revista Hispánica Moderna, n.º 56.2, 2003.

Marra, Nelson, «La belleza de la irreverencia», El Mundo, suplemento «La Esfera», 23-X-1993, p. 9. [Reseña de Quién no necesita algo en que apoyarse.]

Medina, Alejandro, «Dios hace zapping», Egin, 6-II-1994, p. 36. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

Montero, Josu, «Poesía poco poética», Egin, 22-XI-1992, p. 28. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

––, «Cagando fuera de la pota», Egin, 24-III-1996. [Reseña de Todos los monos del mundo.]

Moreno Jurado, José Antonio, «Sobre onanismos y otras aberraciones», El Correo de Andalucía, suplemento «La Revista», 16-V-1997, p. 33. [Reseña de Mensajes en botellas rotas.]

Morales, Jorge Luis, «Servido crudo», La Revista del Campus, n.º 3, noviembre de 1993, p. 10. [Reseña de Quién no necesita algo en que apoyarse.]

Morante, José Luis, «Roger Wolfe: una poesía de la impertinencia», Los Cuadernos del Matemático, n.º 11, diciembre de 1993, pp. 81-82. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Munárriz, Miguel, «Diecisiete poemas sin trampa», Guía del Ocio, Oviedo, abril de 1987, p. 11.

––, «Gracias a Dios, se puede vivir sin haber leído a Proust», El Mundo, 16-IV-1997, p. 46. [Reseña de Mensajes en botellas rotas.]

Ostrowski, Mark J., «Tres tendencias emergentes en la poesía de Roger Wolfe», Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza 1998, pp. 17-21.

Ortega, Antonio, «Las imperfecciones del realismo», El Urogallo, octubre de 1995, pp. 50-52. [Reseña de Arde Babilonia.]

Piquero, José Luis, «Hablando de poesía con Roger Wolfe», Fin de Siglo, mayo/junio 1993, p. 32. [Reseña de Hablando de pintura con un ciego.]

––, «Roger Wolfe y Aurelio G. Ovies», La Voz de Asturias, 27-X-1994, p. 42.

Priede, Jaime, «Poemas de ordinaria locura», en La Voz de Asturias, 27-V-1993, p. 41. [Reseña de Hablando de pintura con un ciego.]

––, «¿Quién no necesita a Eros?», La Voz de Asturias, 14-X-1993, p. 38. [Reseña de Quién no necesita algo en que apoyarse.]

––, «Mariposas en la boca del estómago», La Voz de Asturias, 2-XII-1993, p. 39. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

Roche, Myriam, «Nulla dies sine linea», Quimera, n.º 217, junio de 2002, pp. 78-80. [Reseña de ¡Que te follen, Nostradamus!.]

––, «Diario de un resentido», en Quimera, febrero de 2003, pp. 77-79. [Reseña de Oigo girar los motores de la muerte.]

Ramos, Pepe, «Breve glosario a la obra poética de Roger Wolfe», Roger Wolfe, Poesía en el Campus, n.º 40, Universidad de Zaragoza 1998, pp. 22-24.

Rico, Manuel, «Al borde del nihilismo», El País, suplemento «Babelia», 27-X-2001, p. 11. [Reseña de El arte en la era del consumo.]

Salanova, Ernesto, «Hablando de pintura con un ciego, de Roger Wolfe», El Comercio, suplemento Literatura y Arte, 26-VII-1993, p. 47.

Saldaña, Alfredo, «Roger Wolfe, una sensibilidad otra», en TYRAS, G. (ed.), Postmodernité et écriture narrative dans l’Espagne contemporaine, Grenoble, CERHIUS, 1996, pp. 261-271.

Sánchez Rey, Virgilio, «El movimiento M.V.P.», El Correo de Andalucía, 15-III-1996, p. 34. [Reseña de Todos los monos del mundo.]

Santiago, José Alberto, «El vértigo de lo cotidiano», en El Sol, suplemento «Los Libros del Sol», 21-II-1992, p. 7. [Reseña de Días perdidos en los transportes públicos.]

Sanz Villanueva, Santos, «Un error de la naturaleza», en Diario 16, suplemento «Culturas-Libros», 18-XII-1993, p. VIII. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

Serra, Mayte [pseudónimo de Magdalena Costa], «Fuera del tiempo y de la vida», Lateral, julio/agosto 2001, pp. 22-23.

Taján, Alfredo, «¿Arde París?», Hélice, verano/otoño 1995, pp. 55-56. [Reseña de Arde Babilonia.]

Villena, Luis Antonio de, «Timón de navegar poemas», El Mundo, suplemento «La Esfera», 28-V-1993, p. 13.

––, «Un hosco ardor contemporáneo», El Mundo, suplemento «La Esfera», 5-VI-1993, p. 10. [Reseña de Hablando de pintura con un ciego luego recogida en Teorías y poetas, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 129-130.]

––, «Sangre, golpes, sexo», en El Mundo, suplemento «La Esfera», 20-XI-1993, p. 8. [Reseña de Dios es un perro que nos mira.]

––, «Roger Wolfe», Hélice, invierno/primavera de 1994, p. 47.

––, «Hogueras desesperadas», El Mundo, suplemento «La Esfera», 18-II- 1995, p. 10. [Reseña de Arde Babilonia luego recogida bajo el título «Hogueras desesperadas, lúcidas» en Teorías y poetas, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 137-138.]

––, «Incendios cotidianos, aire sombrío», El Mundo, suplemento «La Esfera», 22-III-1997, p. 13. [Reseña de Mensajes en botellas rotas luego recogida en Teorías y poetas, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 157-159.]

––, «Imágenes de abandono y rabia», El Mundo, suplemento El Mundo de los Libros, 16-I-1999. [Reseña de Cinco años de cama luego recogida en Teorías y poetas, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 193-195.]

––, «Tiempo de desazones vitales», El Mundo, suplemento «La Esfera», 24-IV-1999, p. 18. [Reseña de Enredado en el fango.]

––, Teorías y poetas. Panorama de una generación completa en la última poesía española, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 107-108, 129-130, 137-138, 157-159, 193-195.]

2.3. E n t r e v i s t a s (selección)

Anónimo, «Traducir es crear», Artículo 20, 29-XI-1999, p. 32.

Antuña, Mariano, «Soy hipercronista, hiperrealista; escribo de lo que hay», Diario 16, 16-VI-1993, p. 36.

Belmonte, Juan, «He perdido parte del odio que tenía dentro», Artículo 20, 25-X- 1999, p. 41.

Colomer, Álvaro, «Roger Wolfe», Vanidad, marzo de 1999, p. 53.

Fernández, Georgina, «Escribir significa adoptar al mundo entero como enemigo», La Voz de Asturias, 29-IV-2002.

García, Mariano, «La vida es dura para todos, pero terriblemente bella», Heraldo de Aragón, suplemento «Cultura/Espectáculos», 15-VII-2000.

Iribarren, Karmelo C., «Charlando con Roger Wolfe», Bart, n.º 4, otoño de 2002, pp. 33-38.

López merino, j. m. y Ramos, Pepe, «Un ciego con una linterna en una mano y una pistola en la otra», El Pájaro de Papel, abril de 1997, pp. 22-24.

Llorente, Manuel, «Adentrarse en un poema es como entrar en un edificio en llamas», El Mundo, 30-VI-1993, p. 46.

Martínez, Gabi, «Poemario incomprendido», Integral, diciembre de 1995, pp. 76-77.

Martínez, Santiago, «El vértigo de lo cotidiano. Roger Wolfe», Ajoblanco, diciembre de 1994, pp. 62-64.

Martínez Pañeda, Gustavo, «No soy un profeta del Apocalipsis», El Comercio, 21-II-1995, p. 32.

Merayo, Paché, «La poesía debe descubrir cosas, pero no con grandes palabras, sino con las que están gastadas por el uso», El Comercio, 13-IV-1993, p. 28.

Miralbés, Susana C., «Hacemos literatura de la resistencia», Heraldo de Aragón, suplemento «Cultura/Espectáculos», 10-III-2001.

Moyano, Alberto, «Encuentro ridículo y trasnochado enarbolar la bandera del malditismo», Diario Vasco, 22-I-2004.

Munárriz, Miguel, «Ahí fuera hay muchos ciegos deseando hablar de pintura», La Nueva España, 4-IX-1993, p. 36.

Naveros, Lucía S., «Constatar lo que nadie dice es un cometido del poeta», La Nueva España, 11-II-1995, p. 49.

Oliveira, Juan de, «No todo el mundo se atreve a describir lo que hay en su cabeza», El Progreso Digital, 30-VIII-2001,

      http://www.grupoelprogreso.com/ImprNot.asp?secc=Verano&id=42561

Pérez Miguel, Leandro, «Roger Wolfe publica dos libros que destilan alcohol y sexo», El Mundo, 17-III-1996, p. 104.

Pertierra, Tino, «Roger Wolfe, entre las ruinas de su tiempo», La Nueva España, suplemento «La Revista», 29-XI-1992, p. XXIV.

Piquero, Alberto, «La desmesura existencial de Roger Wolfe», La Voz de Asturias, 19-XI-1992.

––, «Literariamente, soy un escritor español», La Voz de Asturias, 9-XII-1993, p. 39.

––, «Roger Wolfe en Babilonia», La Voz de Asturias, 8-XII-1994.

––, «El escritor es un animal solitario», La Voz de Asturias, 5-XI-2001, p. 85.

––, «La literatura es mi propia vida, una forma de respirar», El Comercio, 7-VIII-2004, http://www.elcomerciodigital.com/pg040807/prensa/noticias/Sociedad/ 200408/07/GIJ-SOC-130.html

Priede, Jaime, «El oficio de Roger Wolfe», La Voz de Asturias, 29-XI-1990.

––, «Roger Wolfe: “En este país hay demasiados escritores”», La Voz de Asturias, 16-I-1992, p. 34.

R., M. Á., «Somos cadáveres de vacaciones», El Periódico, 6-II-1998, p. 42.

Rubiera, Pilar, «Me siento orgulloso de la tradición literaria de mi país», La Nueva España, 4-III-1987, p. 6.

Tapia, Juan Luis, «Vivimos en una sociedad de secretos a voces», Ideal, 5-IV-2001, p. 50.

 

2.4. A n t o l o g í a s   e n   l a s   q u e   a p a r e c e   o b r a s u y a

 

2.4.1. Poesía

Escrito en Alicante-Muestra de poesía joven, Diputación Provincial de Alicante, 1986.

Tres poetas, colección Aula de Poesía, Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias, 1989.

La nueva poesía española (1975-1992), ed. Miguel García-Posada, Barcelona, Crítica, 1996.

Antología de poesía española (1975-1995), ed. José Enríquez Martínez, Madrid, Castalia, 1997.

Hitos y señas (1966-1996). Antología crítica de la poesía en castellano (27 propuestas para principios de siglo), ed. Ricardo Virtanen, Madrid, Laberinto, 2001.

Poesía española reciente (1980-2000), ed. Juan Cano Ballesta, Madrid, Cátedra, 2001.

Poesía para los que leen prosa, ed. Miguel Munárriz, Madrid, Visor, 2004.

 

2.4.2. Relato

Los cuentos que cuentan, ed. J. A. Masoliver Ródenas y Fernando Valls, Barcelona, Anagrama, 1998.

Afterhours: una muestra de cult fiction, ed. Javier Calvo, Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1999.

Relato español actual, ed. Raúl Hernández Viveros, Universidad Nacional Autónoma de México, FCE, México, 2002. (Edición española: Madrid, FCE, 2003.)

 

2.5. T r a d u c c i o n e s   d e   s u s   p o e m a s

Al alemán por Pedro Lenz, en Spanische Lyrik des 20. Jahrhunderts (5ª reedición revisada y aumentada), selección, comentarios y edición de Gustav Siebenmann y de José Manuel López de Abiada, Stuttgart, Philipp Reclam, 2003, pp. 436-437.

Al checo por Josef Prokop, http://web.ff.cuni.cz/~prokop/spanpoesie.htm/

Al eusquera por Eneko Monreal, Bart, n.º 8, primavera de 2004, p. 27.

Al inglés por Mark J. Ostrowski,

http://ccat.sas.upenn.edu/xconnect/v4/w1/wolfe1.htm/

Al portugués por Joaquim Manuel Magalhães, en la antología Poesia Espanhola de Agora, Lisboa, Relogio D’Água, 1997.

Al ruso en la antología Sovremennaya ispanskaya poezia, San Petersburgo, Fundación Cervantes, 1997.



[1] He aquí una reflexión del propio Wolfe a este respecto: «Walcott es un autor que no me interesa gran cosa, y del que apenas he ojeado alguna página suelta, aquí y allá. Su tradición me es ajena; sus moldes formales tienen poco que ver con los míos; los asuntos de los que se ocupa están muy lejos de los que me obsesionan a mí. Sin embargo, todos los creadores –si se me permite la inmodestia, diré que todos los grandes creadores– comparten, de alguna extraña manera, un fondo común. O acaban llegando, en todo caso, a conclusiones parecidas. La creación misma parte de una necesidad básica que quizá resulte casi imposible definir, pero cuyas pulsiones más íntimas pueden convertir a los autores aparentemente más dispares en inesperadas almas gemelas.» (“La llamada de la escritura”, Quimera, febrero de 2002).

 

[2] Matthew J. Marr ha escrito lo siguiente al respecto (“Out of the Office: Comic Self-Derision as a Vacation from Solemnity in the Postmodern Metapoetry of Roger Wolfe”, Revista Hispánica Moderna, n.º 56.2, 2003):

 

Wolfe’s comic vision […] can be said to “consistently [mock] willfulness, pride of purpose, and self-centered design, especially when they are associated with schemes of action that have or are likely to have public approval or when they involve a claim to godlike dignity or power”. Wolfe’s typical speaker presents himself as what Northrop Frye has characterized as the erion: the light-hearted, self-deprecating man who tends to portray himself as less than he may actually be. In his metapoetry, this type of poetic speaker is prone to undercutting incipient texts which he himself is presented as in the process of constructing.  As if the fulfillment of a wish for poetic failure, such self-subversion is carried out in episodes that draw attention to the internal poem at hand and its divergence from traditionally accepted norms. It might be said that for the modernists, the decentering, destabilization, and even destruction of the self was a constant preoccupation—the troubling loss of yet another ideal and, thus, a source of crisis.  Yet, self-destruction filtered through Wolfe’s mode of postmodern humor is a painless, and even cathartic process; it is a movement toward a sort of “joyful wisdom” that frees up the poetry of our age. Release from self-importance through self-derision is, in the poetry of Roger Wolfe at least, a form of liberation.

 

[3] Fernando Savater, La filosofía tachada, Madrid, Taurus, 1972.

[4] Roger Wolfe, Carta inédita, 23-II-2001.

[5] Hay una larga cita de Nietzsche (Schopenhauer como educador, Madrid, Valdemar, 2001, pp. 63-64) que explica perfectamente de dónde procede esta violencia:

 

Estos hombres que pusieron a salvo su libertad en el interior de sí mismos no tienen más remedio que vivir también para el exterior, tornarse visibles, dejarse ver; se hallan sujetos por múltiples lazos humanos: por su nacimiento, residencia, patria, educación, imposiciones ajenas; asimismo se presupondrán en ellos numerosas opiniones sólo por el hecho de que éstas son las dominantes; todo gesto que no niegue servirá de aprobación; todo movimiento de la mano que no destruya será interpretado como asentimiento. Saben, estos solitarios y libres de espíritu, que constantemente, en cualquier circunstancia, parecerán ser distintos de lo que piensan; mientras que ellos no desean sino la verdad y la honestidad, se tejerá a su alrededor una red de malentendidos; y su violento deseo no logrará impedir que, a pesar de todo, emane de sus acciones un vapor de falsas opiniones, de acomodación, de verdades a medias, de silencios indulgentes, de interpretaciones erróneas. Todo esto condensa una nube de melancolía sobre sus frentes: pues estas naturalezas odian más que a la muerte el hecho de que la apariencia sea necesaria; y esta amargura constante los torna volcánicos y amenazadores. De cuando en cuando, se resarcen de su violenta ocultación, de la reserva a la que se ven obligados. Salen de sus cavernas con aspavientos terribles; sus palabras y sus hechos se transforman entonces en explosiones, y es posible que se destruyan a sí mismos.

 

[6] Entrevista de Georgina Fernández, «Escribir significa adoptar al mundo entero como enemigo», http://www.elperiodico.com/EDASTURIAS/ED020429/CAS/CARP01/tex040.asp

[7] Fernando Savater, Ensayo sobre Cioran, Madrid, Espasa Calpe, 1992.

[8] Entrevista de Alberto Piquero, «El escritor es un animal solitario», La Voz de Asturias, 5-XI-2001, p. 85.

[9] Roger Wolfe, Carta inédita, 21-V-2002.