REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


 

DISCURSO DEL EXCMO. SR. DR. D. ERNESTO SÁBATO CON MOTIVO DE SU INVESTIDURA COMO DOCTOR “HONORIS CAUSA” EN LETRAS POR LA UNIVERSIDAD DE MURCIA

 

 

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         Como decía nuestro Miguel de Unamuno, la lengua es la sangre del espíritu. Yo soy hijo de italianos, nacido en el Río de la Plata. Y admiro dos grandes escritores: Dante Alighieri y Miguel de Cervantes.

         De estos dos héroes literarios, el que más emoción me produjo y me produce siempre no es aquél que escribió de manera insigne en la lengua toscana, lengua de mis padres, sino aquel manco de Lepanto que escribió en este castellano que ahora intento hablar. Es el que más me emocionó, tanto es el poder de la lengua que habla el profesor Victorino Polo, quien con tanta generosidad y desmesura ha hecho mi panegírico citando palabras periodísticas mías que dicen alguna cosa oportuna últimamente a propósito de España y el V Centenario.

         Son momentos difíciles hoy en la Argentina, como en otros países latinoamericanos que han tenido grandes dificultades, civilizaciones y culturas autóctonas. Existe sin duda un resentimiento por la conquista. Se está llegando a la exasperación en estos últimos años, a una especie de demagogia, que como todas las demagogias son abominables. La demagogia es a la libertad lo que la prostitución es al amor.

         He tenido que salir a defender más de una vez lo que debemos a España. Si la leyenda negra fuera la única verdad, deberíamos esperar que todos los descendientes de indígenas estuvieran resentidos contra los conquistadores, que efectivamente cometieron grandes crueldades, aunque no mayores que las producidas por los imperios indígenas sobre los pueblos enemigos. Si esa leyenda negra fuera la única verdad, ¿cómo se explica que dos de los más grandes poetas de la lengua castellana de todos los tiempos, Rubén Darío y César Vallejo, descendientes de indios mestizos, por cuyas venas corría también sangre española clara, que no sólo escribieran en la longeva lengua de Castilla, sino, y esto es lo más asombroso y destructivo, que cantaran a España en poemas memorables? Frente a este testimonio de dos geniales poetas, ¿qué es toda esta baratura demagógica?

         Es para mí muy emocionante hablar en este rincón de España que tantos recuerdos de mi infancia me trae, hablar la lengua que heredamos de España, única y diversa, naturalmente, desde el momento mismo en que el primer español puso pie en la tierra americana. La lengua empezó a cambiar. Ni esos cielos eran los cielos de Castilla y Extremadura o Andalucía, ni esas inmensas montañas eran las montañas de España ni la palabra amor significaba lo mismo, ni la palabra nostalgia significaba lo mismo. Todo empieza a cambiar, sutil pero inexorablemente, desde ese momento.

         Y perdónenme que esté improvisando a raíz de cosas que aquí se dijeron. Mi idea era pronunciar una especie de discurso, pero creo que es mejor que diga estas cosas. Todo empezó a cambiar, lenta pero inexorablemente, durante un tiempo que ahora juzgamos con cariñosa ironía. La Academia ejerció una tarea primitiva, casi policial. No la Academia de ahora, donde tengo entrañables amigos que también juzgan aquello con cariñosa ironía. Se fundaban en esa teoría descabellada de la fijeza de las lenguas, descabellada porque no se comprendería por qué estamos hablando en latín, al menos el de la soldadesca, en lugar de hablar en este hermoso idioma románico. Todo ha cambiado, todo cambia. La reina Isabel comprensiblemente, porque tenía Nebrija a su lado, quería que esa lengua de Castilla se fijara para la eternidad, porque dijo Nebrija que había “alcanzado ya una altura tal, que no se puede sino temer su descenso”.

         Todo eso es inocente. Las lenguas cambian, toda la lingüística contemporánea lo afirma, lo demuestra, hay que aceptar esos cambios. Solamente no cambian los cadáveres y la lengua de Castilla no es un cadáver. Al expandirse el Imperio de Isabel en los vastos territorios de la conquista desmesurada, todo fue cambiando, no solamente con respecto a Castilla, sino entre nosotros mismos. Un mexicano no habla como yo, ni un ecuatoriano, ni un colombiano: todos tenemos matices y muy hermosos y ricos. Es una demencia hacer una orquesta solamente con oboes, la orquesta existe porque hay, además, trombones, percusión, flauta, violín y todos tocan una misma y hermosísima partitura. Esto es un poco lo que nos está sucediendo en este formidable Imperio de la Lengua Española, una de las más poderosas, y que sigue dando una de las literaturas más importantes del mundo. Porque lo que asombra de esta lengua es su vitalidad. Grecia fue hegemónica y tuvo esplendor, pero todo terminó. Entre nosotros, hasta el más modesto, estamos rindiendo todos los días tributo a este monumento de la lengua castellana.

         A mí me ha tocado hablar, y eso fue una cosa que me emocionó profundamente porque eran casi todos indios, en Quito ante cerca de dos mil estudiantes, de los cuales mil novecientos serían descendientes de indios. Y me impresionó en ese momento la vivencia de estar hablando en esta lengua y de ser comprendido un rioplatense, hijo de italianos, por una multitud de descendientes de indios. No sólo entendiéndonos, que eso sería lo de menos, sino sintiendo al unísono emociones, sentimientos e ideas expresadas en esa vieja lengua que cambia todos los días y sigue siendo la misma, en virtud de la dialéctica entre tradición y renovación.

         Yo pensaba hablar de otra cosa. Como puedo leer muy poco, a causa del mal de mi vista, el profesor Polo me dijo ayer que no leyera. Y lo hizo muy bien, porque me ha permitido decir estas cosas que no son tan cuidadas como las que había escrito, pero que salen realmente de lo profundo de mi corazón. Querría agregar solamente dos o tres cositas, sobre el porqué de esta vida azarosa que yo he llevado, las vicisitudes de una existencia, que fundamentalmente, esencialmente, se producen sobre la base de la sinrazón. La razón, tan endiosada en nuestra época desde Descartes hasta acá, ha demostrado que sirve muy bien para la ciencia: bueno fuera que no sirviera para la ciencia, es para lo único que sirve. La razón pura, para decirlo en forma casi brutal, sirve para demostrar el teorema de Pitágoras, casi para nada más. Desde luego, no ignoro los grandes sistemas de la filosofía, hecha con razones puras, muchos de los cuales he admirado profundamente desde Platón hasta acá. Quiero decir que la razón pura no sirve para la vida. A cada rato la gente se queja, sobre todo en mi país y con razón. Es todo tan irracional, pero ¿qué esperaban, qué esperan de un país, de una nación, de un ser humano? La casi totalidad de lo que sentimos, ansiamos y veneramos pertenece al mundo de la sinrazón. El amor no obedece a la razón, los odios tampoco. Las guerras sin ejemplos tremendos de la sinrazón. Las dictaduras, ¿qué digo? Los sueños son la tercera parte de nuestra existencia, sin los cuales no podríamos sobrevivir porque nos salvan cotidianamente. Algunos tienen la suerte, bastante dudosa por otra parte, de escribir ficciones, algo que tienen mucho que ver con los sueños, sus fundamentos son los mismos del sueño: pero los que no tienen la dicha de escribir esas ficciones, que son catárticas como acaba de decir el profesor Polo García, porque salvan a los que escribimos y a los que nos leen. Y es que cuanto más ahondamos en nuestro corazón, más ahondamos en el corazón de todos. Por eso, uno que escribe en castellano puede ser leído en japonés. De modo que los que no tienen esa dicha –esta palabra es completamente inadecuada, esa condena yo diría- de poder escribir o de necesitar escribir, difícilmente van a entender. Al menos yo he escrito cuando tenía que resistir a la vida, porque si no, me hubiera vuelto loco, hubiera cometido un crimen, me hubiera encerrado en alguna parte de la que no habría podido salir jamás. Los que no tienen ese recurso, tienen modestamente, cotidianamente, el recurso de sus sueños nocturnos. Bien citó el profesor la frase de Hölderlin: “Todos somos grandes poetas cuando soñamos”. Por eso la literatura cuando es poesía, que es la única que vale, tiene que ver con los sueños. Y somos “andrajosos pordioseros cuando pensamos”. Es una frase exagerada sin duda, pero es una frase que un poeta como Hölderlin tiene todo el derecho a decir. Por dos veces estuve en la torre sobre el río donde Hölderlin pasó treinta años de locura. Un hombre que ha sufrido de esa manera tiene derecho a decir ciertas frases. Si somos totalmente justos, casi tenemos que callarnos: cada afirmación siempre es una injusticia hacia algo o hacia alguien.

         El sueño salvador, pues. La literatura de ficción, la tragedia –para pensar en lo que para mí es la máxima literatura de ficción- o los poemas trágicos, nunca olvidaron al hombre concreto. No hay novelas de mesas, de trompetas, de lámparas, ese pretendido objetivismo un delirio francés y nada más que eso, un delirio. Las novelas son siempre novelas de hombres que sufren, piensan, ansían, tienen esperanzas y amarguras. Nunca abandonó la gran literatura al hombre concreto que es el único que existe, el hombre de carne y hueso. La literatura no abandonó jamás a ese hombre desamparado, desamparado por el pensamiento ilustrado, por la razón pura, por el endiosamiento del pensamiento lógico. Por eso no podemos decir que sea sólo en nuestro tiempo. Y cuando digo nuestro tiempo quiero decir a mediados del siglo pasado, cuando grandes pensadores como Kierkegaard, grandes escritores como Dostoievski comprendieron que se estaba produciendo la más grande catástrofe espiritual al haber ese pensamiento racionalista y racionalizador escindido y partido brutalmente en dos al hombre: de un lado, el pensamiento mágico, los sueños, los mitos, las emociones; y del otro lado, el pensamiento, exaltando solamente el pensamiento puro, proscribiendo el pensamiento mágico, ridiculizándolo, mofándose de él. Así llegamos hasta estos tiempos hastiados. En mi opinión, el fin de los tiempos modernos.

         Es la crisis más profunda que ha atravesado la humanidad, la más terrible y que no sé si será superable. Si no somos destruidos por la bomba atómica, tal vez haya que recuperar la unidad esencial del hombre de dos costados de pensamientos: el puro y el mágico. Habrá que reconstruir todo un tipo de cultura, habrá que terminar con todos estos mamarrachos de la técnica, con que no sólo nos están contaminando la atmósfera, sino también los espíritus, robotizando de más y más a la criatura humana. Esta misión salvadora la hizo siempre la literatura y valga el prestigio de los trágicos griegos, que eran los grandes educadores de su tiempo. No educadores en el sentido escolar de la palabra, es inútil decirlo. Siempre la literatura realizó esta tarea y la sigue realizando y la va a seguir realizando mientras haya seres vivientes, quiero decir hombres. Filosóficamente todos sabemos que ese sabotaje comenzó con el pensamiento existencial hacia mediados del siglo pasado, correspondiente y concomitante con el romanticismo filosófico alemán.

         De ahí salieron los grandes espíritus y comenzó la gran revolución de nuestro tiempo, esta que ahora está desarrollándose ante nuestros ojos y que tuvo su moda también. También los grandes movimientos, el pensamiento y las artes, tienen sus modas, que son siempre deplorables, porque no se puede hablar de moda cuando se trata de cosas esenciales. Pero en fin, quizá también exagerado es decir que tuvo su moda, tuvo su predominio, alcanzó su notoriedad.

         En 1951 publiqué “Hombres y engranajes”, donde decía con ciertos fundamentos algo parecido a lo que estoy diciendo ahora. Durante diez años dejé de publicar libros, tanta fue la amargura que tuve por las acusaciones de reaccionario y obscurantista de rechazar la ciencia, lo que ahora es un lugar común. Y hasta me da vergüenza que siga saliendo “Hombres y engranajes”. Sí, tuve que sufrir el pique, a pesar de haber luchado toda mi vida por la justicia social, por la libertad de los pueblos oprimidos, por la libertad de las razas perseguidas, por desear una sociedad más justa. Tuve que aceptar, y callarme, el epíteto de reaccionario por defender lo que estoy defendiendo ahora, en estos últimos momentos de mi vida. Pero hay que recordar una frase hermosa de Schopenhauer: “Hay épocas de la historia en que el progreso es reaccionario y las tradiciones, progresistas”. Esta es una de esas, por lo que la tolerancia ha alcanzado ahora su máximo valor espiritual y filosófico. Ya no se espera una simple narración, se espera que una gran novela ofrezca la visión total de la condición humana, que está formada de sueños, de mitos, de símbolos, también de ideas. Los personajes de la novela también piensan, piensan a veces de manera encarnada, un ejemplo es “Crimen y castigo”, de Dostoievski, en que el problema del bien y del mal no está dicho de forma abstracta como un tratado de teología, con conceptos puros, sino que está encarnado en un estudiante concreto de la época de la Rusia zarista, pobre, resentido, fanático, con ideas también vinculadas a su fanatismo. Y que mata a una usurera.

         Cuando yo tenía dieciséis años, creo, leí por primera vez “Crimen y castigo”. Y creí que era una novela policial. Cuando tuve más edad, comprendí que era una novela teológica y metafísica. Esta reunión de polos opuestos de la condición humana, no solamente puede hacerla la literatura, y por eso no va a morir nunca la ficción, sino que debe hacerla: es cuando la novela se transforma no solamente en un exponente, una expresión de la colosal crisis de nuestro tiempo, sino también en un instrumento de salvación del hombre. Muchas gracias.

 

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