REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Naufragio con espectador[1]
“Soledad Primera”, versos 22-41
María Dolores Adsuar Fernández
(Universidad de Murcia)

 

 

     

¡Óyeme, oh soberano! Quienquiera que seas, te imploro.

Vengo huyendo del mar porque en él Poseidón me sojuzga.

Incluso a los dioses, digno es de respeto el que llega

Errabundo, lo mismo que yo a tus riberas me acerco,

Y estoy ya a tus rodillas después de pasar tantos males.

¡Oh, señor, ten piedad del que a ti suplicándote acude!

 

Odisea, Canto V.Homero

 

 

 

 

 

Cuando tras el naufragio Zaratustra fue devuelto a tierra, se preguntaba cabalgando sobre una ola: "¿Dónde se ha quedado mi destino? No sé a dónde va. Me pierdo a mí mismo”. –Se echa al tumulto. Entonces, sumido en el disgusto, busca cualquier cosa de consuelo- él mismo.

 

Así hablaba Zaratustra. Friedrich Nietzsche.

 

 

Comenzar este trabajo diciendo que la historia de la literatura es la historia de unos cuantos tópicos es baladí, pero cierto. El tema del naufragio es, sin lugar a dudas, uno de los grandes tópicos de la literatura, quizás porque la navegación fue la primera de las artes en cultivarse. El hombre, antes que vate, fue marino, no lo olvidemos.

 

Afirma Hans Blumemberg en el excelente ensayo que lleva por título Naufragio con espectador, que durante la Edad Media tardía se convirtió a Dios en "espectador del teatro del mundo". Siglos antes, Homero nos había mostrado a una Atenea espectadora de la gran Odisea que resultó el ir y devenir de Ulises. Siglos más tarde, Góngora haría lo propio con su padre latino, Júpiter, celando al Peregrino.

 

El título de este trabajo tiene una sencilla explicación: si entendemos la obra literaria como un espectáculo en sí, todo lector es un espectador. Desde mi butaca contemplo la escena. Me permito el lujo de actuar como crítico. Y, aun así, este peregrinaje es, sin apenas pensarlo, un naufragio con espectador.

 

Los versos seleccionados para este estudio corresponden al comienzo de la “Soledad Primera”, versos 22-41:

 

Del Océano pues antes sorbido,

    Y luego vomitado

No lejos de un escollo coronado

De secos juncos, de calientes plumas,

    Alga todo y espumas,

Halló hospitalidad donde halló nido

    De Júpiter el ave.

Besa la arena, y de la rota nave

    Aquella parte poca

Que le expuso en la playa dio a la roca;

    Que aun se dejan las peñas

Lisonjear de agradecidas señas.

 

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido

    Océano ha bebido,

Restituir le hace a las arenas;

    Y al Sol lo extiende luego,

    Que lamiéndolo apenas

Su dulce lengua de templado fuego,

Lento lo embiste, y con suave estilo

La menor onda chupa al menor hilo.

 

Del Océano pues antes sorbido, y luego vomitado… Dos versos antes, Góngora acaba de describirnos el mar como una Libia de ondas (un desierto de ondas, por su magnitud), y seguidamente comienza con este Del Océano pues, donde encontramos dos conectores: uno de visualidad y otro narrativo. Pero esta estructura, este juego de conectores, es bastante usual en la obra gongorina: De este, pues, formidable de la tierra bostezo, nos dice, por ejemplo, en la “Fábula”. Dos elementos tan dispares, mar y tierra, que son el punto de partida para dos tramas bien distintas. En la Fábula, el cordobés ha precisado presentarnos la gruta de Polifemo antes de enfrentarnos a él: formidable bostezo de la tierra, melancólico vacío[2], son sintagmas que definen el espacio del cíclope. Un espacio majestuoso, bárbaro, como majestuoso y bárbaro es el desierto de donde nos llega el peregrino. Pero un desierto de ondas, no de arena. A ésta llegará nuestro peregrino en breve…

 

Del Océano pues antes sorbido, y luego vomitado… fue Jonás, personaje bíblico engullido por un “gran pez” (quizás el mismo que engulló a Simbad, aquel marino de las mil noches y un día; quizás el mismo que siglos más tarde persiguió el capitán Ahab…). Y mucho antes que Simbad, y mucho antes que Jonás, Ulises, hijo de Homero, que dio con sus huesos en la tierra de Calypso (un naufragio físico y también sentimental). Los naufragios de Ulises son incontables (hemos recordado a Calipso, haremos lo propio con Nausicaa y aún más…), y me aventuro a pensar que al redactar las “soledades”, Góngora está teniendo presente en su memoria al héroe homérico: no en vano, Ulises tendrá la deferencia para con el cordobés de esperar a que éste concluya su fábula para entonces, siendo Nadie, cegar al cíclope… Todo un detalle, pues de haberlo cegado antes, Polifemo no habría podido apreciar las bellezas de Galatea…

 

No lejos de un escollo coronado de secos juncos… Llegados a este punto, tenemos un problema: ¿quién es el sujeto coronado? ¿El escollo, el peregrino…? Podemos atender a la primera posibilidad: que sea el escollo, no lejos del cual ha quedado el peregrino. El escollo duro de la polifémica Fábula, al que unos troncos robustos eran tosca guarnición, es ahora un escollo coronado de secos juncos. No estamos ahora en el Lilibeo siciliano, sino en un lugar bien distinto que más tarde “presumiré”: Góngora retomará en este espacio (desarrollará más tarde) el topos horaciano, el mito del buen salvaje y se permitirá el lujo de asistir a los esponsales de unos campesinos, tal vez parientes próximos del cervantino Camacho... Pero no adelantemos acontecimientos.

 

No lejos de... No lejos de este escollo a donde ha arribado nuestro Peregrino, hemos tropezado con otros dos, no menos importantes e igualmente cruciales: el escollo duro donde encontramos la gruta de Polifemo, y el fatal escollo con que el cíclope “corona” al bello Acis… Sin olvidar, claro, y en la misma Fábula, esa playa de escollos no desnuda, donde la brava roca “desnucada” por el jayán era linterna ciega y atalaya muda. Bien es cierto que, ante semejante panorama (sin faros ni vigías), bien podría haber venido a parar acá, náufrago, el Peregrino. Pero los juncos que encontrará éste serán secos, y no la dulce ofrenda en verdes que Acis hará a la ninfa. 

 

Y olvidando a Acis y a su ninfa, y volviendo a Ulises, podemos recordar su llegada a Feacia, cuando se echó al pie de unos juncos y besó la fructífera tierra (esto lo hará nuestro peregrino más adelante). Acá, en esta obra, Góngora, quizás en represalia por haber cegado a su criatura, mantendrá en el anonimato a Ulises (decididamente será Nadie, como predijo), cambiará el palacio de Alcinoo el Magnánimo por un albergue, y no le esperará con una bella Nausicaa que le unte de aceites y le sea su guía… Le hará acompañar de unos cabreros, que le conducirán no a Feacia sino a la aldea, rodeado de pastores y serranas. Aunque la hospitalidad que reciba de éstos sea tanta como la de aquéllos. Y respecto al pastor que recibe a nuestro peregrino, no olvidemos que cuando Ulises llega (sin saberlo) a Ítaca, peregrino también él, es Atenea quien le recibe bajo esta figura sin que él la reconozca.

 

Retomando los juncos, la otra posibilidad que surge es la siguiente, y quizás sea un poco atrevida por mi parte exponerla: el peregrino, antes sorbido y luego vomitado no lejos de un duro escollo, está coronado de secos juncos. A imagen y semejanza de aquellos antiguos héroes a los que coronaban con laurel al salir vencedores de pruebas. En lugar de laurel, son restos de juncos, que, ya secos, son llevados por el aire de uno a otro lado y terminan en la orilla de la playa. Al llegar nuestro “mísero extranjero” (uno de los calificativos con que Góngora se referirá más adelante a nuestro hombre), rendido en la playa, no son los suyos los únicos restos que el mar ha arrastrado hasta la orilla: restos de juncos secos, calientes plumas (de las aves que en sus contornos viven), algas, espuma… Así, podemos decir que acaba encontrándose, curiosamente, coronado de secos juncos, de calientes plumas (calientes, bien porque el sol ya las haya secado en la orilla, bien porque pertenezcan a aves aún vivas) y su cuerpo está todo cubierto de algas y espumas.

 

De calientes plumas, alga todo y espumas… Esta rima “plumas/espumas” la hemos podido observar en distintas ocasiones. La primera ocasión corresponde a la lectura de la “Fábula de Polifemo…”, cuando en la estrofa 16 nos presenta a Palemo (al que enfrenta a Polifemo, en rima y “logros” con Galatea), y nos refiere que la ninfa

 

...y calzada plumas,

tantas flores pisó como él espumas.

 

En esta ocasión, estas plumas equivalen a las de Mercurio, para darnos una idea de la velocidad de su fuga, y las espumas pisadas lo son por Palemo, pues, como marino, la persigue a través de ellas.

 

Ya en la Soledad Primera (vv. 556-560), podemos leer:

 

Pintadas aves, cítaras de pluma

coronaban la bárbara capilla

 mientras el arroyuelo para oílla

hace de blanca espuma

tantas orejas cuantas guijas lava.

 

También en los vv. 948-953:

 

Cual nueva Fénix en flamantes plumas,

Matutinos del Sol rayos vestida,

De cuanta surca el aire acompañada

Monarquía canora;

Y vadeando nubes, las espumas

Del Rey corona de los otros ríos…

 

Y más adelante, podemos concluir este canto con los magníficos versos finales:

 

Bien previno la hija de la espuma

A batallas de amor campo de plumas[3].

 

Me resisto a pensar que cuando Góngora escribe, en el fragmento seleccionado de la “Soledad Primera”, plumas y espumas está pensando en Venus. Por más que pluma-espuma pueda haber sido en alguna ocasión un emblema lingüístico para referirse a la diosa, por más que su nombre en griego (Afrodita) signifique “nacida de la espuma”... Venus aparecerá más tarde, mucho más tarde. El único dios que ahora nos ronda es Júpiter, al que nos referiremos a continuación.

 

Halló hospitalidad donde halló nido de Júpiter el ave. No he de negar que en un primer momento llegué a pensar que el ave del que nos hablaba era el águila: versos atrás, el cordobés ha comparado a nuestro náufrago con el garzón de Ida, a quien Zeus raptó metamorfoseado en tal (al menos, así afirma una de las versiones existentes). Desde entonces, al águila se le ha definido como ave de Júpiter, y así la retrata Góngora en la Fábula, y así hará también Sor Juana en su “Primero Sueño” (que, como sabemos, compuso a la manera de las “Soledades”).  Pero necesitamos situarnos para “deshacer el entuerto”: nos encontramos con un náufrago recién “vomitado”, o sea, estamos en la playa. Y el nido del ave de Júpiter ha de encontrarse en las más altas cimas. El náufrago, cubierto de algas, coronado de secos juncos, halla hospitalidad (de Júpiter) donde halló nido (también por intercesión de Júpiter) el ave: más concretamente, halla hospitalidad en las húmedas arenas de la playa, hasta donde ha sido arrastrado. Y el ave que igualmente halló hospitalidad acá fue el Alción.

 

Júpiter, mentido robador de Europa, perseguidor de Ganímedes, ofrece al peregrino la misma hospitalidad que brindó al Alción: descansar en la playa. Ya Góngora nos ha hablado de esta ave en la Fábula, y ya también Sor Juana se refirió a ella en su “Sueño”. Alcíone y su esposo ofendieron a Júpiter por “cultivar” a Apolo más que a éste. En venganza, los metamorfoseó en aves y les condenó a anidar en el agua, con lo que sus huevos eran destruidos. Pero, por intercesión de Apolo, se apiadó de ellos y les permitió que una vez al año depositaran sus huevos al borde del mar: ésta fue la hospitalidad que demostró para con ellos. 

 

Besa la arena, y de la rota nave aquella parte poca que le expuso en la playa dio a la roca… Besando la arena, el náufrago realiza la típica acción del que arriba a tierra. Colón, sin ir más lejos, será lo primero que haga al bajar de la nave. Así hemos visto, por ejemplo, que idéntica acción realiza Ulises al llegar a Feacia. En la fábula de Polifemo, Góngora nos ha relatado esta misma escena:

 

En tabla dividida rica nave

Besó la playa miserablemente…

 

Que aun se dejan las peñas lisonjear de agradecidas señas. El resto de la nave que ha conducido al náufrago hasta la playa (la breve tabla que nos ha dicho Góngora: breve tabla Delfín no pequeño fue al inconsiderado peregrino, el leño al que dio su vida) es, a las peñas, lisonja. Y Góngora les atribuye el calificativo de agradecidas porque lo están de haberse salvado. También en el canto de Polifemo hemos escuchado la narración de un naufragio, y cómo las delicias transportadas por la nave acaban siendo trofeo de Escila.

 

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido Océano ha bebido, Restituir le hace a las arenas… Desnudo el joven, cuanto Océano ya ha bebido el vestido, (Océano) le hace restituir a las arenas: las ropas del peregrino son devueltas a la playa. En distintas ocasiones he tratado de señalar las semejanzas entre la llegada de Ulises a Feacia y su estancia allá, y las “Soledades” de Góngora. Ahora quiero señalar otro nexo: cuando Ino Leucotea se apiada de Ulises, y le dice que parta a Feacia, le pide que se desvista y se cubra con un velo, y que arroje éste una vez llegue a tierra. Así, el náufrago Ulises llega a tierra tan desnudo como nuestro peregrino…   

 

Y al Sol lo extiende luego,/ que lamiéndolo apenas/ su dulce lengua de templado fuego... Luego que el Océano ha restituido el vestido a las arenas, el Peregrino lo extiende para que se seque. El Sol lo "lame" con su dulce lengua: tropezamos ahora con una prosopopeya o personificación. Podríamos haber comenzado este estudio señalando la personificación que del Océano hacía Góngora, al atribuirle dos cualidades humanas, como eran las acciones de sorber y vomitar. Y como antes había hecho con Océano, ahora hace lo propio con el astro Rey. En esta ocasión hace referencia a los rayos del Sol. Confiere al astro rasgo humano, al dotarlo de lengua: el rayo es una dulce lengua de templado fuego, con la que "lame" la vestimenta del náufrago. Y podríamos decir de ese templado fuego que puede acercarse a la atenuación retórica de la lítote.

 

Lento lo embiste... Al llegar a este punto observo que, en el manuscrito de Chacón[4], podemos leer de Góngora los versos:

 

Y al Sol le estiende luego,

Que lamiéndole apenas

Su dulce lengua de templado fuego,

Lento le enviste...

 

En la primera edición del diccionario de la R.A.E. (1732), una de las acepciones del término "envestir" era: "iluminar, penetrando alguna cosa, y llenándola, y como vistiéndola de luz y claridad, y haciendo que esté resplandeciente". Una de las posibilidades que la lectura ofrece es esa doble posibilidad que ofrecía el verbo envestir por la grafía de la época: el lento embiste de la fiera (que es Júpiter, que es el mentido robador de Europa) y el lento enviste del Sol, que penetra la vestimenta con ese templado fuego, "vistiéndolo" de su luz y calor. 

 

Y con suave estilo, la menor onda chupa al menor hilo. De forma cuidada, el Sol seca las vestimentas del náufrago, y esta acción es descrita con una hermosa perífrasis. Góngora, con el suaveestilo de su escritura, con extremada elegancia, nos dice que el Sol toma hasta la última gota de su vestimenta, del hilo más pequeño que pudiera prender de ella. Del menor que pudiera restar: la menor onda chupa al menor hilo. De algún modo el barroco gongorino queda metaforizado en esta acción solar, suave y delicada que ilumina todo un mundo de imaginería plástica y visual.

 

En los mismos años en que Góngora osa echarse a la mar de la mano del Peregrino, el Inca Garcilaso de la Vega, desde Lisboa, publica en la parte segunda de sus "Comentarios Reales" (16017) la historia de Pedro Serrano que, como el Peregrino, naufraga en una tierra desconocida (salvo que la de Pedro es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña...). Prueba de que la historia de la literatura es un juego de tópicos, es descubrir al Inca como precursor de Stevenson, pero también lo es descubrir a éste, y al otro, como a Góngora, hijos de Homero. Pedro Serrano llegaría a una tierra inhóspita, y tras de él –cuenta el Inca- llegaría un segundo náufrago que, como el Peregrino –y mucho antes Ulises- exclamarían a la Divinidad. Así, al llegar a Feacia, Ulises oró de este modo en su ánimo: - ¡Óyeme, oh soberano! Quienquiera que seas, te imploro.... Frente al farol de una cabaña, nuestro Peregrino también se encomendará a los dioses:

 

Rayos, les dice, ya que no de Leda

Trémulos hijos, sed de mi fortuna

Término luminoso.

 

Pedro Serrano y el segundo náufrago anónimo de su historia, sin hacer uso de dioses paganos, se dirán cada uno al otro: Jesús, Jesús, líbrame Señor, del demonio. Y  acabarán reconociéndose con un Credo.

 

Al comienzo de mi exposición, aventuré conocer el paraje donde naufragó nuestro extranjero: quizás sea una osadía aventurar que estamos en el imaginario del recién descubierto continente. Ya en 1542, Alvar Núñez Cabeza de Vaca había publicado sus Naufragios, y este tópico, así como los viajes a América, eran recursos literarios muy frecuentes en la época. El beatus ille, eltopos horaciano, y el mito del buen salvaje fueron, y serían durante siglos, constantes en una literatura en "constante" evolución. No en vano, y algunos años antes que Cabeza de Vaca y después del Descubrimiento, Tomás Moro había intentando recuperar en su Utopía la tierra hospitalaria que conoció Ulises en Feacia, y que el Inca Garcilaso trató de conseguir llevando a Pedro Serrano a la isla americana. No olvidemos que el tópico de la llegada a un Nuevo Mundo irradia en la literatura más importante del siglo XVII: Cervantes viaja, acompañado de Persiles y Segismunda, a tierras fantásticas y maravillosas; la tempestad conduce a Shakespeare a la "nueva tierra" de Próspero, con Ariel y Calibán; Baltasar Gracián comienza la Crisi de su magna obra con el naufragio de su protagonista y la llegada a una utópica costa. 

 

Casi un siglo después de la Utopía, Góngora devolvió a Ulises, hecho Nadie –un Peregrino, un mísero extranjero- a una nueva Arcadia al fin esférica.

 



[1] Las tres ilustraciones incluídas en el texto son propiedad del artista plástico peruano CARLOS LÉVANO. Agradecemos su generosidad y recomendamos la exposición permanente de su obra en la siguiente dirección electrónica: http://www.levanoarts.com

[2]   Cabe considerar que Góngora, como también Cervantes (así nos demuestran numerosos estudios, y Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho), conocía la existencia de Huarte de San Juan y su Examen de ingenios… Así pues, el “melancólico vacío” que nos presenta el cordobés tiene una estrechísima relación con ese humor que Huarte nos definió, y que para Huarte correspondía al elemento tierra (tantos humores como elementos, y a cada uno su correspondiente). El “melancólico vacío” es la cueva, bostezo de la melancólica Gea.

[3]   Nos tomamos acá la licencia de recordar aquellos versos del Polifemo: cama de campo y campo de batalla

[4]   Fábula de Polyfemo y Galathea y Las Soledades. Textos y Concordancias. Alfonso Callejo y María Teresa Pajares, editores. Madison, 1985.