REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS




 

Mariano Baquero Goyanes, la plenitud de una obra crítica
Francisco Javier Díez de Revenga
(Universidad de Murcia)

 

 

La obra crítica e investigadora de Mariano Baquero Goyanes destaca por su interés y actualidad. No ha sufrido ni sufre su labor de estudioso de la literatura española, y especialmente de la narrativa, el paso del tiempo, antes bien sus planteamientos, sus análisis y sus intuiciones mantienen con plenitud su interés. Supo Baquero Goyanes como nadie conciliar exquisito gusto de lector atento e intuitivo con la amplia sabiduría de quien, al acercarse a un texto literario, sabe conjugar ciencia y experiencia.

  Nacido en Madrid, el 10 de junio de 1923, Mariano Baquero Goyanes habría de destacar bien pronto como estudiante primero en Madrid, en el Instituto «San Isidro» y finalmente en Gijón, en el Real Instituto «Jovellanos». En la ciudad asturiana residió también durante toda su carrera, realizada en la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo, capital a la que se dirigía todos los días a bordo de un casi decimonónico tren de madrugada. Licenciado en Filología Románica en Oviedo en 1944 obtuvo los premios Extraordinario de Licenciatura y Fin de Carrera, tras lo cual marchó a Madrid a realizar la tesis doctoral bajo la dirección del que había sido su maestro en Oviedo, Rafael de Balbín Lucas. En el Madrid de la posguerra reside nuestro autor en la Residencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la ya famosa «Residencia de Estudiantes» de la calle de Pinar, de extraordinarias y reconocidas resonancias literarias. Allí comparte Baquero horas y días con, estudiosos diversos entre los que siempre recordaba algunos filó­logos destacados como Fernando Lázaro Carreter o el hispanista R. O. Jones. Nútrese Baquero para su trabajo, que versó sobre El cuento español en el siglo XIX en los fondos de las bibliotecas madrileñas, que completó con estancias en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, cuyo rico depósito tanto contribuyó a la precisión y seriedad de su estudio. Ni qué decir tiene que presentado éste al tribunal correspondiente obtuvo las máximas calificaciones de la entonces Universidad Central, la única que podía expedir títulos de Doctor. En tal jurado estuvieron, entre otros, Balbín, Entrambasaguas y actuaba como secretario su joven compañero Lázaro Carreter. Obtuvo el trabajo, desde luego, el Premio Extraordinario de Doctorado y posteriormente el Consejo Superior de Investigaciones Científicas le otorgó el codiciado Premio «Menéndez Pelayo» correspondiente a 1948.

  Con tales antecedentes, no es extraño que Mariano Baquero optase bien pronto, en las durísimas oposiciones de aquellos años, a una Cátedra de Universidad. Y así, durante el otoño de 1949, a lo largo de tres meses de competición, realizó brillantes ejercicios ante un tribunal presidido por Dámaso Alonso que no dudó en otorgarle la plaza de Catedrático de Historia de la Lengua y la Literatura Española en sus relaciones con la Literatura Universal de la Universidad de Murcia, cátedra de nueva creación de la que tomó posesión el 16 de diciembre de aquel año, convirtiéndose, a sus 26 años, en el catedrático más joven de la universidad española.

  Baquero llega a la recoleta Universidad de Murcia, en la que ya están de catedrático de Literatura Española Ángel Valbuena Prat y de Crítica Literaria Carlos Clavería, que pronto marcharía a América. Reside en el Colegio Mayor en el que comparte tertulia con otro catedrático recién aprobado, Enrique Tierno Galván. Recordaba Baquero con añoranza su llegada a aquella Universidad de pocos profesores y cómo fue presentado el primer día a todos ellos recorriendo los entonces escasos despachos y dependencias y siendo presentado a figuras hoy históricas de nuestra Universidad como el ex‑Rector José Loustau, en su laboratorio de Biología de Ciencias, el Bibliotecario Andrés Sobejano, con el que mantendría larga y fecunda amistad sustentada en la mutua admiración, el Vicerrector Gestoso, una de las grandes figuras del Derecho Canónico, etc.

  Treinta y cinco fueron los años de permanencia activa de Baquero en su cátedra, por la que pasaron multitud de estudiantes, de filólogos futuros que hoy ocupan las cátedras de nuestra universidad y de nuestros institutos. Treinta y cinco años en los que Baquero asistió con una cierta disconformidad elegante a los procesos de crecimiento primero y de masificación después de unas enseñanzas que él concebía de forma muy diferente, para personas dotadas de gusto por la lectura, sensibilidad estética y capacidad de trabajo. Pero lo cierto es que a lo largo de esos treinta y cinco años también se desarrolló junto a él una importante escuela de estudios literarios, a través de tesis doctorales por él sabiamente orientadas. No sería lógico que aquí se diese cuenta de esa larga nómina de discípulos, aunque sí debemos destacar dos de sus primeras tesis dirigidas, por el prestigio actual de los entonces doctorandos: la de Gonzalo Sobejano, profesor de Columbia University, realizada y leída en Madrid sobre El epíteto en la lírica española, y lade Joaquín Gimeno Casalduero, profesor luego en University of California Los Ángeles (UCLA), primera tesis leída en la Facultad de Murcia, sobre Elementos naturalistas en la obra de Pérez Galdós. Se leen tales tesis, respectivamente, en 1955 y 1956.

  Poco dado a la actividad pública, enemigo sincero de boatos y honores, hubo de participar sin embargo en la gestión de la Facultad y en labores administrativas que siempre con natural elegancia trataba de declinar. Aun así, en su actividad universitaria y académica cuenta con valiosas aportaciones. Crea en 1953 la revista Monteagudo, dentro de la Cátedra Saavedra Fajardo, hoy, felizmente, subsistente. Fue Director de la Escuela de Formación del Profesorado de Grado Medio y Director del Departamento de Literatura Española desde su creación. Durante algunos años fue Vicedecano de la Facultad, cargo en el que sucedió a Valbuena Prat, llegando durante meses muy difíciles de la vida universitaria de los años setenta a ocupar el cargo de Decano en funciones, ya que siempre se resistió a ser nombrado definitivamente para tal puesto que detestaba apasionadamente, y que si lo desempeñaba era de manera provisional y por su sentido del deber y su compromiso con personas a las que apreciaba.

  En la vida de la cultura local, Baquero se distinguió por su moderación y sentido de la amistad. Contertulio de escritores y artistas de extraordinario prestigio (Carlos Ruiz‑Funes, Alemán Sainz, Carpe, Molina Sánchez, Cano Pato, Hoyos, Muñoz Cortés, etc.) mantuvo siempre una gran compostura ante excesos y falsos laureles. Durante sus últimos años, su participación en tal vida local la llevaba a cabo a través de la Academia Alfonso X el Sabio, a la que pertenecía desde 1969 (él fue el primero que leyó el preceptivo discurso de ingreso) y de la que llegó a ser Subdirector. Participó activamente en cuantas tareas se le encomendaron a través de homenajes, ediciones y publicaciones. También fue nombrado, ya en 1980, Académico Correspondiente de la Real Academia Española.

  Pero Baquero Goyanes fue ante todo un universitario y a su Universidad y a su Facultad dedicó sus horas de trabajo y de estudio sin interrupción, sin más ausencias que aquellas provocadas por enfermedades, porque hay que destacar que su escaso gusto por los viajes, su ausencia bien meditada y asumida de cenáculos nacionales, de simposios, de encuentros más o menos obligados en otras universidades, producto de su aversión a trasladarse de un lado para otro, fue muy beneficiosa para su Universidad, de la que en muy pocas ocasiones ‑y éstas obligadas por alguna realidad física‑ estuvo ausente. Su aprecio por la vieja, y en cierto modo por algunos aspectos de la nueva Universidad, le hizo serle enteramente fiel. Se cierra esta sucinta biografía con los últimos datos nada fríos. A principios de 1984 una tremenda enfermedad alcanza la naturaleza de Mariano Baquero cuando, todo lleno de proyectos editoriales, completaba la parte principal de un libro sobre el cuento que no pudo ver publicado, pero que apareció en 1992 con el título de El cuento español. Del romanticismo al realismo, en edición de Ana L. Baquero Escudero. El 13 de junio de 1984 dejaba de existir el ilustre catedrático y crítico de la Literatura Española.

 

Una importante y bien nutrida obra crítica ha dejado tras sí Mariano Baquero Goyanes sobre diferentes aspectos de la literatura española, pero especialmente dedicada a la narrativa del siglo XIX y contemporánea, aunque otros muchos fueron los puntos de su interés. La dimensión de su obra, ampliamente reconocida en lo que tiene de aportación a los distintos campos del estudio de nuestros escritores, ha recibido también expresivos elogios desde el punto de vista teórico, es decir desde la posición de Mariano Baquero como creador y cultivador de una personal y peculiar metodología crítica. La posición de Baquero, en su original planteamiento del «perspectivismo», pone a nuestro autor en relación con Ortega, pero también directamente en contacto con posiciones neocriticistas anglosajonas, muchas veces citadas por él. Originales planteamientos, peculiares enfoques y métodos de análisis le han concedido una posición privilegiada en el campo de la actual crítica literaria española, reconocido por lectores y estudiosos.

  Quizá, lo más destacable, según se admite por todos, es la capacidad de comunicación poseída por Baquero a la hora de poner en contacto un texto, con unas determinadas características, y su lector, un prototipo de obra literaria en las diferentes formas adoptadas y las reacciones del lector intuitivo, en este caso la sensibilidad artística de la persona que a él se acerca. Provisto de una especial preparación espiritual, dada sus dotadísimas cualidades como lector, como experto perceptor de la música ‑ una de sus más íntimas peculiaridades, experimentada como permanente enriquecimiento espiritual privado (Baquero apenas escribió sobre música) ‑ como fotógrafo o espectador de cine, plantea el hecho artístico literario como criatura poseída de una serie de cualidades artísticas que el lector ha de hallar, comprender, disfrutar y, en su caso, explicar. Es, en definitiva, un crítico literario que más que desfilar bajo las banderas del dogmatismo de una escuela fue capaz de sintetizar las aportaciones de las diferentes corrientes innovadoras de los estudios literarios que, analizadas con autoridad y con sobriedad, nutrían sus inteligentes enfoques en los que tanto contaba su buen gusto y su personalidad.

  Muchos fueron los estudios literarios publicados por Mariano Baquero Goyanes, y hay que señalar que fue privilegiado en la publicación de sus obras, requeridas en casi todos los casos por editoriales de gran prestigio. La revisión de tales estudios nos muestra la personalidad de un crítico especializado principalmente en dos sectores sugestivos e interesantes: la narrativa y el perspectivismo. El primero de ellos, enfo­cado tanto desde el punto de vista teórico como crítico, procede de sus primeros trabajos de investigación, cuando escribió su tesis doctoral sobre El cuento español en el XIX. Luego son muchos los trabajos que tratan de definir los géneros narrativos, buscando la acertada síntesis en dos volúmenes de divulgación editados en diferentes ocasiones: ¿Qué es el cuento? y ¿Qué es la novela?. Su interés por este último género literario y su conocimiento de los movimientos literarios que, desde el siglo XIX, van buscando una renovación de las técnicas narrativas, le condujo a la producción de uno de sus más meditados y mejores libros: Estructuras de la novela actual.

  La propia tesis doctoral dotó a Baquero Goyanes de extraordinaria familiaridad con toda la literatura del siglo XIX y especialmente con la narrativa de su segunda mitad. Ya en sus primeros trabajos ‑realizados en la Universidad de Oviedo‑ había demostrado gran interés por la generación de narradores asturianos, especialmente por Clarín y Palacio Valdés. Más adelante serán Alarcón, Pardo Bazán y Galdós. Una bien compuesta síntesis puso de manifiesto tempranamente la riqueza de sus conocimientos sobre la época cuando apareció en el marco, de gran prestigio en su momento (1958), de la Historia General de las Literaturas Hispánicas, su estudio sobre la novela en la segunda mitad del siglo XIX. Posteriormente fueron apareciendo estudios y ediciones sobre estos autores. Debemos destacar su libro sobre la Pardo Bazán, apreciado por los especialistas en la escritora gallega por su seriedad e intuición. O los nuevos estudios sobre Galdós, Alarcón y Clarín, cuya edición de La Regenta fue la última obra importante publicada por nuestro autor cuando se celebraba en toda España el centenario de la genial novela. El conjunto de estudios sobre tal época ha convertido a Baquero en uno de los especialistas mundiales más citados como autoridad indiscutible por los estudiosos de esta brillante época de nuestra nove­la.

  Su interés por los prosistas españoles no se ha circunscrito exclusivamente a la narrativa del XIX, sino que en el Siglo de Oro ha estudiado aspectos del Persiles, de las Novelas Ejemplares (también por él editadas) y del Quijote, así como del Patrañuelo. Posteriores a los narradores del siglo XIX, han sido objeto de su pluma en diferentes ocasiones Rubén, Valle‑Inclán, Baroja, Azorín y Miró, entre otros. Sobre este último prosista levantino pronunció un juvenil discurso, en 1952, en la inauguración del curso de la Academia de Bellas Artes de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia. Y a las relaciones entre Azorín y Miró dedicó el discurso de inauguración del curso 1956‑1957, también a edad muy temprana.

  Mucho más sugestiva, por original, personal y propia, es su faceta de crítico en torno a lo que, con denominación muy orteguiana, Baquero llamó «perspectivismo literario», y cuyos resultados tanto han destacado los que a la obra de Baquero se han acercado. La observación de la realidad circundante por el escritor a través de distintos enfoques o puntos de vista, ha producido en nuestros autores clásicos y modernos una serie de obras donde se da paso a la sátira, la crítica, el desengaño o el contraste. Con un riguroso método de análisis, basado en esta faceta perspectivística, han sido estudiados Cadalso, Larra, Mesonero Romanos, Gracián, Feijoo, Galdós, Pérez de Ayala, Ganivet y, por último, Saavedra Fajardo.

  Con referencia a este último escritor murciano, hay que destacar la labor de Baquero Goyanes al frente de la Cátedra Saavedra Fajardo de nuestra Universidad, cristalizada de forma especial en la publicación ya citada de la revista Monteagudo, que funda en 1953 y dirige hasta 1970. En ella aparecieron con frecuencia selecciones antológicas comentadas del autor de las Empresas y de otros escritores como el también murciano Polo de Medina. Unas pocas líneas o un breve poema proporcionaban al director de Monteagudo la ocasión de elaborar un comentario donde se relacionaban el escritor y las modas, tendencias o tradiciones de la literatura de su tiempo.

  Otros aspectos interesaron de forma continuada a Mariano Baquero en relación con la literatura española. Así, el ritmo en la prosa, la teoría de la novela en nuestros escritores, la didáctica o la metodología de la literatura, que tuvo su lado práctico en la realización de dos libros de bachillerato, la edición de autores clásicos o de antologías trascendentales.

La plenitud de una obra crítica excepcional había alcanzado Baquero Goyanes al final de su vida, en plena madurez, cuando su magisterio y su inteligencia eran reconocidos en todos los medios hispanísticos más exigentes y prestigiosos. Fiel a su original concepción de la crítica como medio de facilitar el conocimiento de la obra literaria, supo conciliar cualidades que aún hoy le son reconocidas: amenidad, claridad, ingenio y extraordinaria capacidad para captar nuevos lectores con sus sugerencias y observaciones tan personales como logradas.