REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Dientes blancos
Zadie Smith [1]

 

         - Sí, señor Iqbal.

         Samad se arrancó los dedos de Alsana de la solapa, se levantó innecesariamente y hojeó los papeles que llevaba prendidos en una tablilla, extrajo el que buscaba y lo sostuvo ante los ojos.

         - Sí, sí. Tengo una moción. Tengo una moción.

         Hubo en la sala la insinuación de un suspiro, seguido de una ligera agitación: piernas que se cruzan, manos que rascan, que abren el bolso, que arreglan la chaqueta colgada en el respaldo.

         - ¿Otra, señor Iqbal?

         - Oh, sí, señora Miniver.

         - Es que ya he presentado doce mociones esta tarde, y quizás alguna otra persona…

         - Se trata de algo importante, no admite espera. Si me permite, señora Miniver…

         - Lo está pronunciando usted mal.

         - ¿Cómo dice?

         - Ha estado usted toda la tarde pronunciando mi nombre como si se escribiera Mrs. Miniver, cuando en realidad se escribe Ms. Miniver.

         Samad miró interrogativamente a Katie Miniver, luego a los papeles como si esperase encontrar la respuesta allí, y luego otra vez a la atribulada presidenta.

         - Perdón, ¿no está casada?

         - Divorciada, en realidad, divorciada. Pero conservo el apellido.

         - Ya. Mis condolencias, Mis Miniver. Hablando del asunto que…

         - Perdone – atajó Katie pasándose los dedos por la crespa melena -, pero tampoco es Miss Miniver. Lo siento, pero estuve casada, así que…

         Ellen Corcoran y Janine Lanzerano, dos amigas del Grupo de Acción pro Defensa de los Derechos de la Mujer, dedicaron a Katie sonrisas de ánimo. Ellen movió la cabeza para indicarle que no llorara (porque estás haciéndolo bien, pero que muy bien) y Janine musitó: “Adelante” y levantó el pulgar con disimulo.

         - Es que no me sentiría cómoda… Considero que el estado civil no debe importar… No es que quiera rectificarlo, señor Iqbal, es sólo que me sentiría… Si usted pudiera pronunciar bien Ms. Miniver…

         - ¿Mzzz?

         - Ms.

         - ¿Acaso se trata de una especie de fusión lingüística entre las palabras Mrs. y Miss? – preguntó Samad con una curiosidad auténtica y sin reparar en el temblor del labio inferior de Katie Miniver -. ¿Un término que describe a la mujer que ha perdido a su marido o que no tiene la esperanza de encontrar otro?

         Alsana gimió y se llevó las manos a la cabeza.

         Samad miró la tablilla, subrayó algo tres veces y se volvió de nuevo hacia la asamblea.

         - La Fiesta de la Cosecha.

         Agitación, cruzar de piernas, rascar, arreglar chaquetas.

         - Sí, señor Iqbal. ¿Qué ocurre con la Fiesta de la Cosecha?

         - Eso quisiera yo saber. ¿Qué ocurre con la Fiesta de la Cosecha? ¿Qué es? ¿Por qué se celebra? ¿Y por qué han de celebrarla mis hijos?

         La directora, la señora Owens, fina y cortés, cara afable semiescondida por melenita rubia con atrevido corte a lo paje, indicó a Katie Miniver que ella contestaría.

         - Señor Iqbal, de las festividades religiosas se trató ya expresamente en la reunión de otoño. Como usted debe de saber, la escuela reconoce una gran diversidad de fiestas religiosas y laicas, entre otras: Navidad, Ramadán, Año Nuevo Chino, Diwali, Yom Kippur, Hanukkah, el cumpleaños de Halie Selassie y la muerte de Martin Luther King. La Fiesta de la Cosecha se inscribe en la política de la escuela de respetar la diversidad religiosa, señor Iqbal.

         - Ya. ¿Y hay muchos paganos en la escuela, señora Owens?

         - ¿Paganos? Lo siento, pero no comp…

         - Es muy sencillo. El calendario cristiano tiene treinta y siete conmemoraciones religiosas. Treinta y siete. El calendario musulmán tiene nueve. Sólo nueve. Y están desbancadas por esta increíble profusión de festividades cristianas. Mi moción, pues, es de lo más sencilla. Si elimináramos del calendario cristiano todas las festividades paganas, nos quedarían libres unos… - Samad miró la tablilla – veinte días, y los niños podrían celebrar Lailat – ul – Qadr en diciembre, Ei – dul – Fitr en enero y Ei – dul – Adha en abril, por ejemplo. Y la primera fiesta que, en mi opinión, debe desaparecer es esa cosa de la cosecha.

         - Mucho me temo – empezó la señora Owens con su mejor sonrisa de “afable firmeza” - , mucho me temo que eliminar las festividades cristianas de la faz de la tierra esté más allá de mis atribuciones. De no ser así – terminó, dedicando el latiguillo a la concurrencia -, eliminaría la Nochebuena y me ahorraría mucho trabajo llenando calcetines.

         Samad hizo caso omiso del coro de risitas que ello suscitó, e insistió:

         - Precisamente a eso me refiero. La Fiesta de la Cosecha no es una fiesta cristiana. ¿Dónde dice la Biblia “Robarás alimentos de la despensa de tus padres y los llevarás a la escuela, y obligarás a tu madre a cocer un pan en forma de pez”? Esto son ideas paganas. A ver dónde dice “Llevarás una caja de barritas de pescado congelado a un viejo que vive en Wembley”.

         La señora Owens frunció el entrecejo: no estaba acostumbrada al sarcasmo que no fuera de la variedad empleada por los maestros, por ejemplo “¿Qué es esto, es que tenemos que vivir en una pocilga? Supongo que lo mismo haréis en vuestra casa”.

         - Sin duda, señor Iqbal, es el carácter benéfico de la Fiesta de la Cosecha lo que debe inducirnos a preservarlo, ¿no? Llevar alimentos a los ancianos me parece una idea encomiable, aunque no esté recomendada por las Escrituras. Desde luego, no hay en la Biblia nada que indique que debemos comer pavo en Navidad. Pero serían pocos los que por esta razón condenaran la costumbre. En realidad, señor Iqbal, preferimos plantearnos estos actos más como prácticas comunitarias que religiosas.

         - El dios de cada hombre es, precisamente, su comunidad –declamó Samad.

         - Sí. Hm… ¿votamos la moción?

         La señora Owens paseó la mirada por la sala, en busca de manos.

         - ¿Alguien la secunda?

         Samad oprimió la mano de Alsana. Ella le dio un puntapié en el tobillo. Él le pisó el dedo gordo del pie. Ella le pellizcó la cadera. Él le retorció el dedo meñique y ella, de mala gana, levantó el brazo derecho al tiempo que hábilmente le clavaba el codo izquierdo en la ingle.

         - Muchas gracias – dijo la señora Owens, mientras Janice y Ellen se volvían a mirar a Alsana con la sonrisa triste y compasiva que reservaban para las tiranizadas mujeres musulmanas.

         - Quienes estén a favor de eliminar del calendario escolar la Fiesta de la Cosecha…

         - Por sus raíces paganas.

         - …por ciertas… connotaciones paganas, levanten la mano.

         La señora Owens volvió a recorrer la sala con la mirada. Se alzó una mano, la de Poppy Burt – Jones, la bonita pelirroja maestra de música, y varias pulseras le resbalaron por la muñeca con un tintineo. Luego Marcus y Joyce Chalfen, una pareja de hippies veteranos ataviados con indumentaria pseudoindia, levantaron las manos en actitud desafiante. Samad miró fijamente a Clara y Archie, sentados al otro lado de la sala en actitud pasiva, y otras dos manos se elevaron lentamente.

         - ¿Los que estén en contra?

         Las treinta y seis manos restantes se alzaron en el aire.

         - Rechazada la moción.

         - Estoy seguro de que la Sociedad Solar de Brujas y Duendes de la Escuela celebrará la decisión – dijo Samad sentándose.

 

 

………………………………….

 

         Pero el inmigrante no puede menos que reírse al oír los temores del nacionalista, que teme la contaminación, la infiltración, el mestizaje, porque esto son bagatelas, chorradas, comparado con lo que teme el inmigrante, que es la disolución, la desaparición. Incluso la imperturbable Alsana Iqbal se había despertado más de una noche bañada en sudor, después de soñar que Millat (genéticamente bb, siendo “b” símbolo de “bengalí”) se casaba con una muchacha llamada Sarah (genéticamente aa, siendo “a” símbolo de “aria”) y tenían un hijo llamado Michael (ba) que, a su vez, se casaba con una muchacha llamada Lucy (aa), y daba a Alsana un legado de bisnietos irreconocibles (¡Aaaaaa!), con su sangre bengalí completamente diluida, y el genotipo oculto por el fenotipo. Es a un tiempo el sentimiento más irracional y más natural del mundo. En Jamaica, esto se refleja hasta en la gramática: no existe diversidad de pronombres personales, no hay diferencia entre yo, tú o ellos: sólo el puro y homogéneo yo. Cuando Hortense Bowden, que era medio blanca, se enteró del matrimonio de Clara, se presentó en la casa y dijo desde el umbral de la puerta: “Que quede claro: desde ahora, yo y yo no nos hablamos”; dio media vuelta  y mantuvo su palabra. Después de todo lo que se había esforzado Hortense para casarse con un negro, a fin de salvar sus genes desde el mismo borde del precipicio, ahora su hija traería al mundo una descendencia más descolorida todavía.

         En la familia Iqbal la línea de batalla estaba también claramente trazada. Cada vez que Millat llevaba a su casa a una Emily o una Lucy, Alsana lloraba en silencio en la cocina y Samad salía al jardín a pelearse con el cilantro. A la mañana siguiente, había una espera tensa, un morderse la lengua furiosamente hasta que Emily o Lucy se iba y podía empezar la guerra de palabras. Pero entre Irie y Clara casi nunca se hablaba del tema, porque Clara comprendía que no estaba en condiciones de sermonear. A pesar de todo, no disimulaba su decepción ni su profunda tristeza. Entre los ídolos de Hollywood de ojos verdes que poblaban el dormitorio de Irie y la tropa de amigos que entraban y salían de casa, Clara veía a su hija sumida en un océano de pieles sonrosadas y temía que la corriente se la llevara.

         Era en parte por esa razón por lo que Irie no hablaba a sus padres de los Chalfen. No era que pensara emparejarse con ellos… pero ésta era la impresión. Había concebido por ellos una nebulosa pasión de quinceañera, arrolladora pero sin una dirección u objeto claros. Ella deseaba, en fin, fusionarse con ellos. Adquirir su estilo inglés, su estilo Chalfen. Aquella pureza. No se le ocurrió que, en cierto modo, los Chalfen también eran inmigrantes (tercera generación, oriundos de Polonia, vía Alemania, apellido original Chalfenovski), ni que la necesitaran tanto como ella los necesitaba a ellos. Para Irie, los Chalfen eran más ingleses que los ingleses. Cuando Irie cruzaba el umbral del Chalfen sentía el cosquilleo del placer ilícito, como el de un judío que saboreara una salchicha o un hindú que hincara el diente a un Big Mac. Estaba cruzando una frontera, colándose en Inglaterra; era la sensación de estar haciendo algo prohibido, como ponerse el uniforme, o la piel, de otra persona.

         Irie decía que el martes por la noche tenía baloncesto y no daba más explicaciones. 

  

 

          

       



[1] Salamandra, Barcelona, 2001 (pp. 137 – 141 y  pp. 326 – 327, respectivamente).