EL PAÍS, lunes 13 de febrero de 1995

 

ANTOLOGÍA DE PROSA ELECTRODOMÉSTICA

 

El español de los manuales de los aparatos domésticos es descuidado, incomprensible y sexista

 

JAVIER MARTÍN, Madrid

         Son máquinas que limpian, fijan y dan esplendor – incluso alguna cocina -, pero nada tienen que ver con la Real Academia Española. Son máquinas que funcionan a pesar de su manual de instrucciones, en la mayoría de los casos escrito en un castellano ininteligible. Desde hace años, cualquier producto a la venta en España debe llevar las instrucciones en español. Literalmente es así, aunque en algunos casos las instrucciones son incomprensibles. Tras analizar los manuales de 22 marcas de electrodomésticos, todos tienen errores tipográficos; la mayoría relegan el castellano al penúltimo lugar; algunos son sexistas (van dirigidos a la mujer), y en un par de casos lo recomendable es tirar el manual a la basura.

         Si no se atasca la lavadora WWA 8852 de General Electric no es por su manual de uso, un texto infame mecanografiado en España. En 13 páginas, le faltan 128 acentos y le sobran 46. Si nos olvidamos de la ortografía, de la sintaxis, de que los bebés son “bebes” y de que la ropa no se enrolla, sino que se “arrolla”, el manual resulta práctico. ¿Qué hacer con una mancha? “Trate las manchas nada más ocurrir, antes de que puedan establecerse”. ¿Y si su lavadora me encoge la ropa? Hay solución “a largo plazo”: “Compre tallas mayores para dejar sitio al encogimiento”. Para hacer justicia con esta firma norteamericana, su frigorífico incorpora un correcto castellano impreso en Louisville.

         Zanussi nos presenta su lavadora con mandos “escamoteables”. Si quiere limpiar su filtro hay que girar la manilla en sentido “antihorario”. “Manilla” es una palabra comodín en los manuales. Por eso llama la atención con el lavaplatos Mièle, con 59 páginas de instrucciones en pulcro y variado castellano. Para abrir su puerta, “asir el tirador embutido y presionar la tecla incorporada en la moldura del mismo”. También de Alemania viene el frigorífico Liebherr, más preocupado por la ecología que por la ortografía. Reúne 105 faltas en 14 páginas de papel reciclado.

 

“Roscando en el espadín”

         El horno de Balay tiene la sintaxis de Toro Sentado en un spaghetti – western: “Para extraer el alimento hacer uso del mango desmontable, roscándolo en el espadín”. El uso del infinitivo, impersonal y asexuado, es lo más socorrido en la literatura electrodoméstica, aunque los hay que prefieren un “usted” elíptico (Moulinex).  

         El horno de Balay no conecta, “conexiona”. Si quiere poner en marcha su “interruptor minutero”, relájese: “Si su horno está dotado de dicho interruptor, para cualquier operación con el horno, además de posicionar el termostato en la temperatura elegida, deberá programar la duración de la misma colocando el mando en el número que represente la duración en minutos que queremos esté funcionando el horno”.

         La campana extractora Thermor se ha tragado 74 tildes en tres cuartillas. Es más rápido decir lo que acentúa: sintético y técnico. Aparte de estos detalles, el resto es deplorable: “Se aconseja mantener la campana en funcionamiento hasta bien después de haber terminado la cocina”. Thermor nos advierte del peligro que supone que la campana y un quemador funcionen “contemporáneamente”. Finalmente se lava las manos: “No se asume responsabilidad alguna por danos o incendios causados por o al aparato, derivantes de la falta de observaciónde las advertencias antecedentes”.

         ¿Qué hay que hacer con un filtro sucio? “Lavar y secar sin torcer”, contesta el extractor Thermor. ¿Cómo limpiar la campana?“Con un pano humero con alcohol disnaturalizado”.“En caso se desee llmar [llamar] al servicio de asistencia para denunciar desperfectos de Illuminacion, comprobar antes que las bombillas resultan bien ajusta das”. 

         El sector de los extractores se lleva el premio a la literatura – basura. Aunque es el electrodoméstico con menos botones y sus manuales no pasan de cinco páginas, todos los analizados, excepto Nodor, llevan errores tipográficos y sintácticos: “Para evitar de estropear el aparato se recimienda utilizar exclusivamente los agujeros ya previstos por el constructor”.

         En medio de tanto desaguisado, la secadora Bosch nos reconforta: “Le deseamos mucha alegría con el cuidado económico y cuidadoso de su ropa”. Gracias. Esta secadora “por motivos de seguridad está equipada con un dispositivo de seguridad”. Seguramente será por seguridad. Quizá por eso recomienda: “No meter la mano con el tambor girando”.

         ÖKO AEG es lavadora, automática, ecológica y, además, habla: “Asegure mi manguera de desagüe. Si se me instalará debajo de una encimera en la cocina o el cuarto para trabajos domésticos, será necesario que después de haberse desmontado el tablero de la mesa de trabajo se monte, de acuerdo con las instrucciones de la instalación y conexión, una chapa intermedia debidamente conectada a tierra en calidad de protección contra el contacto con piezas bajo corriente eléctrica”. Así durante 72 páginas de autobiografía impresa en papel reciclado.

         A menudo, el manual y la máquina no tienen el mismo origen. Las marcas japonesas imprimen sus manuales en Singapur o Malaisia, pero con calidad; no es el caso del lavavajillas alemán Otsein, que incorpora un manual en español, impreso en Italia, espolvoreado de acentos agudos, graves y circunflejos.

         Pero Otsein se preocupa de tornillos, no de palabras: “La firma fabricante declina toda responsabilidad por los posibles errores de impresión que pueden haber en este libreto”. Asunto zanjado.

 

 

Secador de ropa con labia

         La lavadora ÖKO AEG tiene un hermanito, el secador 3230, con más labia que un dramaturgo con bastón ante la llegada de la primavera. “Buenos días”, dice el 3230. “Permítame presentarme. Soy el secador Lavatherm de AEG. A partir de ahora me he propuesto simplificarle sus tareas al secar la ropa. Y ello no sólo debido a mi aspecto bonito, sino también en base a mis valores internos. Soy sumamente económico en lo que al consumo de energía se refiere, trato cuidadosamente su ropa, al funcionar soy extraordinariamente silencioso y mi manejo le resultará fácil, al igual como los trabajos para mi buena conservación”. Por si no está claro el sexo de quien mete la ropa en sus “valores internos”, queda explícito: “Usted quedará muy contenta al secar su ropa conmigo”.

         La cocina Tecnoges habla de mujer a mujer: “Apreciada señora, le estamos muy agradecidas de que haya comprado nuestro producto”. La licuadora Philips no tiene un manual de instrucciones, sino un “instructivo de manejo” y el frigorífico Thomson una “noticia de utilización”. A partir de ahí no extraña que el termostato de Thomson no haya que moverlo, sino “posicionarlo” y “ulteriormente ajustar la regulación”.

         Desde North Carolina llega la licuadora Hamilton Beach con extravío de una docena de acentos en sus tres páginas de instrucciones y no es que funcione, sino que a veces “opera” y a veces “trabaja”. La batidora Kenwood “trabaja con acción planetaria”.