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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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teselas

Guía del autoestopista galáctico, Douglas Adams

 

(Barcelona, Anagrama, Colección Compactos, 2011,

11ª ed., 1ª ed. 1979)

 

Arthur Dent temblaba en su asiento. No tenía ni idea de por qué estaba allí, pero sabía que no le gustaba nada de lo que había pasado hasta el momento, y no creía que las cosas fueran a cambiar.

El vogón empezó a leer un hediondo pasaje de su propia invención.

- ¡Oh!, irrinquieta gruñebugle… - comenzó a recitar. Los espasmos empezaron a atormentar el cuerpo de Ford: era peor de lo que había imaginado–... tus micturaciones son para mí / Como plumas manchigraznas sobre una plívida abeja.

- ¡Aaaaaaargggggghhhhhh! – exclamó Ford Prefect, torciendo la cabeza hacia atrás al sentirse golpeado por oleadas de dolor. A su lado veía débilmente a Arthur, que se bamboleaba reclinado en su asiento. Apretó los dientes.

- Groop, a ti te imploro –prosiguió el implacable vogón–, mi gándula bolarina.

Su voz se alzaba llegando a un tono horrible, estridente y apasionado.

- Y asperio me acolses con crujientes ligabujas, / O te rasgaré la verruguería con mi bárgano, ¡espera y verás!

- ¡Nrmnnruinriniiiiiiuuuuuuuugggggghhhhh! – gritó Ford Prefect, sufriendo un espasmo final cuando la ampliación electrónica del último verso le dio de lleno en las sienes. Perdió el sentido.

Arthur se arrellanó en el asiento.

- Y ahora, terrícolas… -zumbó el vogón, que ignoraba que Ford Prefect procedía en realidad de un planeta pequeño de las cercanías de Betelgeuse, aunque si lo hubiera sabido no le habría importado–, os presento una elección sencilla. O morir en el vacío del espacio, o… -hizo una pausa para producir un efecto melodramático– decirme qué os ha parecido mi poema.

(pp. 66-67)