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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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reseñas

SOBRE PHOTOGRAPHICA OVIDIANA TOMIS 2011 . SULMONA 2015 DE JOAQUÍN BÉRCHEZ

Concepción de la Peña Velasco

(Universidad de Murcia)

velasco@um.es

 

 

Joaquín Bérchez, Photographica Ovidiana: Tomis 2011 . Sulmona 2015. Textos de Esperanza Guillén y Esteban Bérchez Castaño. Valencia, Escolar y Mayo Editores, 2017, 140 págs, 48 fotografías. ISBN: 978-84-16020-93-5

 

         Una conversación entre padre e hijo es el origen de un proyecto y el comienzo de un viaje de reconocimiento –¿personal, tal vez?–. Joaquín y Esteban Bérchez hacen del exilio real o ficticio de Ovidio el tema de Photographica Ovidiana: Tomis 2011 . Sulmona 2015. En este trabajo, Joaquín ha dejado el rol de profesor a Esteban y es, definitivamente, un fotógrafo.

Ahora, en este mundo trastrocado, el profesor Esteban Bérchez y el fotógrafo Joaquín Bérchez invierten la andadura vital de Publio Ovidio Nasón y alteran el sentido de vida/muerte por el de muerte/vida. Comienzan su peregrinaje por la antigua Tomis –hoy Constanza–, junto al Mar Negro, en los confines del Imperio Romano, donde sufrió la ausencia de su tierra el poeta del Arte de amar y donde murió. Y concluyen, cuatro años después, en Sulmona, la ciudad que amaba y que lo vio nacer, en L'Abruzzo italiano.

En esta continua tergiversación, eligen la peor herramienta como instrumento de aproximación precisa a la realidad: la fotografía. Cuando en 1852 el suplemento del diccionario académico define por primera vez el término, refiere que es el “arte de fijar en láminas […] la imagen exacta”. Todavía hoy en una de sus acepciones señala que es “representación o descripción de gran exactitud”. Sin embargo, si algo caracteriza a la fotografía, pese a su (in)certidumbre, es la independencia del objeto representado.

El profesor Bérchez señala que Ovidio se lamenta, al describir en Tristezas las circunstancias del destierro tras el edicto de Augusto en el año 8 d.C., de que su “culpa es haber tenido ojos”. También, la culpa de Joaquín Bérchez es tener ojos y una mirada fotográfica y, acaso, poética.

Joaquín y Esteban Bérchez parten de los textos y también de los silencios que ellos contienen y se desplazan a los lugares en busca de las imágenes. Procuran rememorar lo que pudo ver y sentir otra persona desde el conocimiento de sus escritos y su estancia en el lugar donde los redactó, para comprender mejor sus palabras y estados de ánimo y escudriñar la persistencia o no de su memoria. Pero el proceso es diferente. Si en Ovidio los lugares y los acontecimientos vividos despiertan sentimientos que las palabras expresan, el viaje tras sus huellas, recorriendo las pantanosas tierras rumanas de la desembocadura del Danubio –ese “río a lo largo del cual se encuentran, se cruzan y se mezclan gentes diversas”, en cita de Claudio Magris–, ansía unas imágenes que denoten la pervivencia del poeta. Los nombres de las calles y plazas, la ínsula, la escultura urbana, las marcas de vino y numerosos topónimos evocan la presencia abrumadora de Ovidio. La fotografía se apodera de la memoria de su exilio –se cuestione o no– y la transmite. Verdad o ficción no importa, tampoco si es simulación o invención. No existe lo que no se cuenta o lo no se ve. El poeta se mantiene omnipresente y las imágenes llenan la certeza de lo inefable. Inefable, quizá, pero fotografiable. Así, Ovidio marcha a afrontar su castigo a las fronteras del Imperio, que no estaban totalmente romanizadas, y deja su patria tras haber sido testigo de una época de esplendor como ninguna. Augusto, recogiendo la herencia cultural de Julio César y tomando como base las instituciones de la República, dio un nuevo giro y se convirtió en Princeps, primer ciudadano, un ciudadano igual a cualquiera de su colegas en potestas pero superior en auctoritas, como él mismo declara. Una etapa floreciente gracias a la Pax Augusta. No en vano en Res gestae, su testamento epigráfico, señala que, por tres veces durante su gobierno, el Senado determinó cerrar el templo de Jano Quirino, que permanecía abierto mientras había guerra.

Joaquín Bérchez cuida el nombre que otorga a cada fotografía y la fundamenta con dos frases. La primera, a modo de lema, proporciona el argumento y revela el secreto que la inspira. La segunda localiza y describe el enclave. Joaquín Bérchez no quiere engañar con lo que se ve. Orienta sobre su lectura personal y sobre lo que le sugiere. Puede ser una cita literaria del autor de las Metamorfosis, pero también de otros escritores que a lo largo de los siglos se han inspirado en él, como Angolo Poliziano y su Elegía sobre el exilio y la muerte de Ovidio –“Y se dice que el Istrio lloraba en medio de sus aguas” se titula la imagen elegida para el acto de presentación de este libro–, de Alexandr Pushkin en A Ovidio o de Manuel Moreno en Ovidio en Constanza. El fotógrafo expresa su punctum, como diría Barthes, aquello que a él le hiere. De ahí títulos como Pulsión arqueológica, El pasado vive, El triglifo sueña, Topografía para el exilio e, incluso, alusiones a vivencias o al amigo perdido y compañero de viaje –Evocando a Juan Antonio Ramírez y su metáfora apícola–. Luego explica qué contempla el espectador o dónde se encuentra el objeto representado: un “escaparate en el Corso Ovidio en Sulmona”, un “embarcadero desde donde zarpa el barco para visitar la Isla de Ovidio” en Rumanía, el “mar Negro desde el puerto de Constanza” o el “Museo de Histria”.

Photographica Ovidiana: Tomis 2011 . Sulmona 2015, publicado en 2017 cuando se cumplen dos mil años de la muerte de Ovidio, trasciende los catálogos habituales de exposiciones. Si bien, es un compañero inmejorable para la importante muestra que se ha hecho en el Museo de la Universidad de Alicante y la que se efectuará en el Museo del Teatro Romano de Cartagena. El libro es el resultado del diálogo entre dos personas que observan el mismo tema: el latinista y el fotógrafo. No es un Walking on words que explora los entornos a través de la literatura referente a ellos. Es una andadura aventurada y reflexiva desde conocimiento excepcional de lo que significa el estudio del personaje y la lectura de los testimonios del exilio que hace el profesor Bérchez. Según Augé, con la saturación actual de información es imposible el viaje de descubrimiento. Sin embargo, todavía quedan coyunturas y azares que permiten que suceda, como el que aquí acontece.

La estructura del libro gravita en torno a las imágenes motivadas por la crónica existencial de Ovidio. En las palabras del preámbulo, Joaquín Bérchez especifica las fechas, los lugares y el proceso sobre el desarrollo de este lance fotográfico/literario. Prosigue Esperanza Guillén deteniéndose en “el tiempo, la imagen y la palabra” y habla sobre la percepción del drama. En “Las Lágrimas de Ovidio. De Sulmona a Tomis, de Tomis a Sulmona”, Esteban Bérchez expone con precisión las claves para entender al poeta y su trayectoria. Explica cómo sus versos y su figura han inspirado a escritores y artistas y se pregunta por la invención o no del exilio. Resalta el valor de Ovidio en la “estela poética del destierro”, “enhebrado –continúa afirmando el profesor Bérchez– al infortunio de los últimos años de su vida”. El libro, dedicado a la memoria del diseñador gráfico Julio Giner, termina con una escueta memoria –“Sobre las imágenes y sus recorridos”–, que relata la historia expositiva y de uso que han tenido las fotografías de Joaquín Bérchez, cuyo quehacer queda glosado en unos breves párrafos biográficos finales. Cabe, además, resaltar el gran trabajo de edición, con la colaboración de Juan Peiró.

Para Joaquín Bérchez –y en este caso he querido circunvalar su pasado académico–, este proyecto constituye un punto de inflexión. El corpus de imágenes tiene unas connotaciones diferentes por el argumento elegido, las circunstancias de avenencia entre padre e hijo y también por los resultados de esta fotografía ancilar de una crónica homenaje, donde prima lo designativo. Ha demostrado con sus imágenes que todo en Constanza remite a Ovidio. Como en la caverna platónica -¡ay la cámara oscura!-, las sombras son la realidad. No sé si en Tomis estuvo Ovidio, pero en Constanza sí.