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Revista de estudios filológicos
Nº32 Enero 2017 - ISSN 1577-6921
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VICENTE MEDINA, UNA VIDA PARA LA POESÍA Y PARA MURCIA

 

Francisco Javier Díez de Revenga

(Universidad de Murcia)

revenga@um.es

 

El 27 de octubre de 1866, ahora hace 150 años, nació en Archena Vicente Medina, un escritor que representaría bien el tipo de poeta español de aquellos años que no alcanzó la fortuna de una aceptable difusión. Relegado a los límites de su región, hubo de esperar a los años de la Transición para que se reconociese, por lo menos entre nosotros, el interés de su poesía, pero lo cierto es que apenas si es conocido fuera de aquí a través de algunas de sus composiciones, como podría ser su poema «Cansera», inexcusable en las antologías de la época.        

 

 

Publicó Vicente Medina su poema «Cansera» por primera vez en Blanco y Negro el 18 de junio de 1898, y pronto esta composición se habría de convertir en el texto más conocido de todos cuantos escribió, hasta el punto de que aún hoy día se le sigue recordando por su intensidad lírica y social. Perteneciente a su libro Aires Murcianos, el poema refleja el desaliento ante las adversidades que sufre el huertano de Murcia en la época en que Aires Murcianos está ambientada, finales del siglo XIX, la España de la Restauración al 98, en la que la agricultura era pobre y sometida a las inclemencias de la meteorología y a los fatales resultados de la mala administración y de los procedimientos anticuados, a los que se une la guerra, el hambre, el caciquismo, la sequía y la muerte. Medina acertó en muy pocos versos a captar la desilusión y tristeza del hombre que ve que no puede salir adelante, y su canto desolado y sin esperanzas viene a representar toda aquella España, con la que Vicente Medina conecta y a la que se une ideológica y sentimentalmente.

    

«Cansera» viene a ser un resumen y también un programa de acción y de desolación de todo lo que Medina ha querido encerrar en sus Aires Murcianos, de todo lo que ha querido captar con esos aires doloridos, desesperanzados, que reunió en su obra maestra y que tanto se ha valorado por ser representación de un tiempo de España ya pasado. Su representación de esa realidad se destaca por ser fiel trasunto de un mundo que Medina conoció de cerca, y no sólo en lo que se refiere a la agricultura dependiente de la voluntad del tiempo, sino también en otros aspectos sugeridos en el poema, como pueden ser la marcha de los hijos a la guerra. Medina, que fue de los últimos de Filipinas, y que vivió de cerca el desastre del 98, combina con acierto las propias vivencias huertanas con la realidad social que se deja sentir en tan breves pero tan sugerentes alusiones a otros aspectos que son moneda de uso diario en la vida del huertano, como pueden ser la emigración, que Vicente Medina ya conocía cuando escribió este poema y que será el signo poco después de toda su nostálgica existencia hasta su muerte en Argentina en 1937, lejos de su tierra.

 

 

 

Manuscrito de «Cansera»

 

 

En realidad, con «Cansera», cuando aparece en aquel Blanco y Negro de 1898, Medina está iniciando Aires Murcianos, su  obra más representativa, un conjunto de poemas que da la medida exacta de su gran mérito en tres aspectos básicos: en el filológico, al trasmitir la más pura de las versiones de la lengua de Murcia, el murciano, como dialecto del español; en el literario, porque formaliza una serie de módulos métricos populares y consagra como tema literario todo el mundo sentimental y anímico del huertano con sus preocupaciones, sus inquietudes y sus reivindicaciones; y, por último, en el cultural y en el histórico, ya que lega el testimonio de un pueblo en un momento clave, conjunción  de un espacio (Murcia) y un tiempo (crisis del 98 y principios de siglo) dentro de los límites de un claro determinismo histórico y paisajístico, emparentado con el naturalismo.

A Medina le interesa ante todo, una vez rechazado muy conscientemente el folklorismo fácil, reflejar el sentimiento vital de la tierra, de la huerta y del campo que él conoció desde niño, enriquecido con la presencia de personajes, tradiciones y costumbres tomados del natural. En sus constantes explicaciones sobre el sentido de su obra poética, Medina alude frecuentemente a la necesidad de expresar el sentir del huertano, su forma de ser, sus tristezas, sus dolores, sus alegrías cuando las hay, preferidos por él a un pintoresquismo o un tipismo afiligranado que no responde a la realidad, porque lo que el poeta quiere ante todo es trasmitir la vida y las preocupaciones  de los hombres y las mujeres de la huerta.

     Para llevar a cabo una aproximación al trascurrir vital del poeta Vicente Medina hay que partir justamente de sus propios escritos autobiográficos, que, desde la aparición de su libro Canción de la vida (1902), fueron frecuentes y legaron una imagen de su personalidad bastante peculiar e, incluso, curiosa. Poeta desde muy joven, dramaturgo inicial, fue comerciante, escribiente, voluntario en Filipinas, funcionario de Marina, emigrante, administrativo, terrateniente, industrial, ganadero, perseguido por la justicia, penado, editor y vendedor de libros, estudiante de francés en su madurez, conferenciante y ateneísta,  doctrinario político, agitador social, institución regional, y, en fin, sobre todo y por encima de todo, inquieto intelectual autodidacta, filólogo aficionado, etnólogo, antropólogo ocasional y costumbrista. Bien relacionado con la intelectualidad más prometedora de principios de siglo (sobre todo con Azorín y Unamuno), adquirió fama muy pronto con su libro Aires murcianos, al publicarse (en segunda edición) en la «Biblioteca Mignon». Aires murcianos había tenido antes una edición regional que lleva una fecha más que significativa: 1898. Y, en efecto, los poemas que lo forman, por lo menos en esa primera entrega, llevarán consigo todo el cansancio y el pesimismo que caracterizó a su generación.

     Vicente Medina Tomás nació en Archena, pueblo ribereño del río Segura próximo a Murcia, el 27 de octubre de 1866 en el seno de una familia modesta, relacionada, sin embargo, de una forma ancilar, con el mundo de las letras, ya que su padre, leñador, molinero, jornalero en el campo, entre otros muchos oficios, estableció en 1875 una tienda de periódicos y libros en Archena. Medina lo cuenta orgulloso: debido a que tenía que estar siempre entre libros y periódicos, surgió pronto su afición a la literatura: «yo leía mucho para matar el tiempo, en mi pueblecito y a los trece años ya había leído repetidas veces las obras de nuestros más populares poetas y novelistas, así como las de algunos extranjeros ya traducidos entonces: Zorrilla, Espronceda, Bécquer, Narciso Serra, Campoamor, Núñez de Arce, Fernández y González, Alarcón, Valera, Trueba, Balzac, Lamartine, Víctor Hugo, Zola, Dickens, Julio Verne...»

  Trabaja en estos años juveniles en Madrid como sirviente de la familia de un Procurador de los Tribunales, para regresar pronto a Archena y preparar oposiciones a auxiliar de telégrafos o de aduanas, en las que no llegó a participar. A los 19 años, es destinado en su servicio militar a San Fernando de Cádiz, durante el cual gana unas oposiciones de escribiente y llega alcanzar la graduación de cabo de Infantería de Marina. Destinado a la Capitanía General de Cartagena, viaja en la «Numancia» a Baleares y Barcelona y, a petición propia, es destinado como voluntario a las Islas Filipinas, donde permanecería más de un año, desde el 13 de marzo de 1889 hasta el 6 de abril de 1890. Destinado en Cavite, comienza a escribir diversas obras de carácter primerizo e inseguro, como confesaría más tarde, y ve publicados sus primeros poemas en el diario La Oceanía de Manila, bajo el seudónimo de M. Nadie, compuesto con las letras de su apellido. También escribió un primer drama de más de diez mil versos, que destruiría posteriormente.

     En julio de 1890 se licencia en el ejército y se traslada a Archena, en donde establece un comercio ambulante de tejidos que, debido a la pobreza de la comarca, fracasa pronto. Se decide entonces por la emigración, y en concreto planea trasladarse a Orán, donde ya habían acudido algunos miembros de su familia, para cuyos preparativos vuelve a Cartagena, donde, sin embargo permanecerá muchos años, ya que reingresa como funcionario («escribiente de 2ª») en la Armada, puesto en el que permanecería, sirviendo diferentes destinos, hasta 1908. Los escasos ingresos obtenidos como funcionario los completaba con diversos pluriempleos, algunos muy satisfactorios para sus aspiraciones de escritor, ya que trabajó como contable para el dueño de los periódicos La Gaceta Minera y El Diario de Cartagena.

     La relativa estabilidad económica le permite, el 14 de octubre de 1891, contraer matrimonio con Josefa Sánchez Vera en la parroquia de su Archena natal e instalar un modesto domicilio familiar en la calle de la Muralla del Mar. En 1892 nacería su hija Aurora y diez años después, en 1903, su hija Josefa. Medina, a la muerte de su padre, se haría cargo también de sus hermanos, a los que buscó trabajo en Cartagena, y de la manutención de su madre. En estos años comienza su producción literaria, protegido y ayudado por el que será siempre su mejor amigo cartagenero, el estudiante de Derecho, escritor y periodista republicano José García Vaso, que lo introduce en la vida literaria y artística local. Con él comparte también ideales republicanos y de política social muy avanzada para aquellos años. Asiste a la tertulia «El Abanico», en la calle Mayor, a la que también acuden el pintor Inocencio Medina Vera —primo y amigo entrañable durante muchos años de nuestro poeta—, Bartolomé Pérez Casas y otros, entre ellos el propio García Vaso, que fundaría en esta tertulia un semanario satírico titulado ¿...?, donde colaboraban los contertulios con textos satíricos y de otro tipo. En sus páginas aparecieron por primera vez algunos poemas de Medina, que luego serían de los más conocidos: «Murria», «Cansera».... Se hacen habituales sus colaboraciones en los periódicos locales: El Diario de Cartagena, El Republicano, El Mediterráneo, Cartagena, Las Noticias, etc.

 

 

 

 

Edición completa de Aires murcianos

(Real Academia Alfonso X el Sabio)

 

     En abril de 1895 publica su primera obra: el poema El Naufragio. Editado con un propósito noble y benéfico —socorrer a las víctimas del «Reina Regente»— el poema tuvo muy buena acogida entre sus amigos de Cartagena, aunque a Medina nunca llegó a satisfacerle plenamente, ya que en esta fecha había iniciado su proyecto más importante desde el punto de vista literario: la creación de Aires murcianos, que surge con el propósito de reflejar con exactitud el lenguaje y las costumbres de la huerta que él había conocido desde niño. Medina Tornero recoge unas declaraciones del poeta a un periódico de Santiago de Chile, hechas muchos años más tarde (Las Ultimas Noticias, 3-2-1930), que resultan del máximo interés para comprender estos propósitos: «Se estrenó en Cartagena María del Carmen de Felíu y Codina. Esta obra pretendía ser una manifestación de la vida y costumbres huertanas. Desde muchacho me indignaba el uso cómico que se hacía del lenguaje huertano en las fiestas de carnaval. A este lenguaje, que llamaban “panocho” se le exageraba llenándolo de barbarismos y extravagancias en los titulados “Bandos”, edictos que leía al público de propia voz una máscara disfrazado de alcalde rural. Fue entonces cuando, en total desacuerdo con esta interpretación del “panocho”, me propuse escribir un drama huertano que sería El Rento. Para prepararme empecé a hacer, a manera de bocetos, unos romances en lenguaje huertano. Así fueron naciendo: “La barraca”, “En la cieca”, “La novia del sordao”, que se publicaron en la revista ¿...?, y así nacieron mis Aires murcianos».

     La aventura teatral de Vicente Medina comenzó, en efecto, con El rento, que estrena en Cartagena, de manera informal, como una especie de ensayo general, en el Teatro Principal, con el título de Santa —nombre de la protagonista de la obra—. La representación tuvo, al parecer, buena acogida, ya que según se desprende del manuscrito de la obra, realizó reformas y perfeccionó el texto, antes de editarlo en corta tirada de cien ejemplares, que envió a críticos y escritores. De esta forma Medina y su obra llegaron al conocimiento de los que fueron sus primeros —y decididos— admiradores, entre ellos José Martínez Ruiz —todavía no era Azorín—, que escribió un muy difundido artículo sobre la obra en el diario El Progreso el 22 de febrero de 1898, donde entre otros elogios, sentenció. «El Rento es una obra hermosa, un cuadro exacto, conmovedor, de costumbres campesinas». Clarín, por su parte, lo alaba en una carta que más tarde daría a conocer el propio Medina: «El final del primer acto es muy hermoso; el carácter de José, de lo mejor que se ha hecho aquí hace tiempo. Sobran, acaso, algunos pormenores locales, y el lenguaje provinciano fatiga algo a oídos profanos. Hay concisión, sobriedad y fuerza, y sea lo que quiera el drama, usted es un autor dramático, de fijo».

      Vicente Medina era muy sensible a todo este tipo de opiniones, y como se ha señalado, «su escasa capacidad para enjuiciar su producción poética le hizo apoyarse continuamente en las críticas ajenas, que aceptaba de buen grado, y aunque no siempre eran elogiosas no tuvo inconveniente en incluirlas como preámbulo o apéndice de sus ediciones».  De esta forma, se sintió animado por las palabras de unos y otros y continuó su aventura teatral, casi frenéticamente, ya que entre 1898 y 1904 publica en Cartagena cuatro textos dramáticos. El rento (1898), ¡Lorenzo!... (1899), La sombra del hijo (1899) y El alma del molino (1902), que completa con un total de cinco estrenos: ¡Lorenzo!... (en Madrid, 1900), En lo obscuro (en Murcia, 1901), El alma del molino (en Cartagena, 1902) y El canto de las lechuzas (en Las Palmas, en 1904). Pero, a pesar de las diferentes gestiones que hacen en Madrid Azorín, Unamuno y Clarín, Medina no consiguió ver estrenada su obra más representativa y en la que había puesto más empeño, El rento, que convertiría en «novela dialogada», y así la publicaría en Cartagena en 1907. Toda la obra teatral de Medina es adscribible a los géneros en ese

 

 

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Edición de Aires murcianos (Biblioteca «Mignon»)

 

momento más en boga en el teatro español y que también más se ajustaban a sus propósitos literarios: el drama rural y el drama social. Su intención de reflejar la realidad rural y social de la huerta, su proximidad ideológica al naturalismo, fueron los impulsos que alimentaron una obra teatral, cuyos supuestos ideológicos formalizaron la base de su poesía regionalista, de sus Aires murcianos.

     A raíz de la crítica que Martínez Ruiz dedicó en El Progreso a El rento, se decide Medina a enviarle sus primeros «aires murcianos», en recortes de la prensa de Cartagena donde los había publicado. Vuelve a recibir nuevos elogios de Martínez Ruiz, que se unen a los que ya había recibido en Murcia, entre otros una elogiosa crítica de Pedro Díaz Cassou, influyente escritor local, recopilador de poemas tradicionales de la región, quien lo relaciona con un poema del siglo XVIII titulado justamente como uno de los «aires» del primer Medina: «La barraca».

 

Se decide entonces a reunir un total de 13 poemas y publicarlos en un tomito que aparece en Cartagena en 1898, como ya sabemos, y, a continuación, aunque ya en 1899, en la Biblioteca «Mignon» que el editor Bernardo Rodríguez Sierra inaugura en Barcelona con este libro. En 1900 habrá segunda edición en esta pequeña biblioteca. Martínez Ruiz, en carta de 12 de julio de 1899, escribió palabras que Medina reprodujo con generosidad en muchos lugares: «Aunque no escriba usted más, este diminuto volumen, que es de oro, bastará para colocarle a usted entre los grandes líricos de nuestro parnaso. Su poesía es de las pocas que conmueven hondamente. Diga lo que diga la prensa, puede usted tener la íntima convicción de que ha hecho una obra de artista. Adelante. Le abraza, J. Martínez Ruiz». Y no sólo Martínez Ruiz. Medina reprodujo en diferentes ocasiones otros juicios críticos que, o bien publicados en la prensa, o bien transmitidos a través de cartas a él dirigidas, mostraban su afecto y su elogio por el nuevo estilo de Aires murcianos. Y, entre estos testimonios, hay que citar una carta de José María de Pereda, que destaca en el poeta un raro dominio de la poesía que hay en la Naturaleza; un artículo de Clarín, quien advierte que Medina posee la capacidad para crear una poesía que trasparenta el dolor real; un testimonio algo posterior de Unamuno y una referencia de Juan Ramón Jiménez, quien aseguró en su discurso «El modernismo» que se sabía de memoria a los quince años «la siempre maravillosa» «Cansera» de Vicente Medina .

     A partir de esta fecha, la actividad literaria de Medina se intensifica. Ya sabemos que en estos años desarrolla sus aspiraciones en el mundo del  teatro, que concilia con la participación en diversos certámenes poéticos con premios en juegos florales regionales (Cartagena, Murcia, Alicante...) y nuevos libros. En 1900 aparece Alma del pueblo, libro compuesto por poemas escritos en castellano normalizado pertenecientes a su primera época; en 1902 La canción de la vida, que recoge poemas doloridos o alegres también en castellano normalizado, que merecen juicios críticos bastante severos y exigentes de Juan Valera, quien denuncia su desaliño y falta de pulimiento, a pesar de contar con buenos materiales; en 1903 La canción de la muerte, formada por poemas en prosa de contendido elegíaco; en 1905 La canción de la huerta, subtitulada «Nuevos aires murcianos», y como tales son muy bien acogidos por los críticos y escritores, entre ellos Joan Maragall, que vuelve a descubrir la musa trágica del poeta murciano.

     Pero la penuria económica era el signo de su vida, a pesar de su prestigio en el mundillo literario cartagenero. En 1907, por ejemplo, es nombrado Cronista de Cartagena, pero el cargo carece de remuneración. El deseo de cambiar de aires se hace más fuerte cada día y la búsqueda de la subsistencia para sí y para su familia, le hace volver a la idea de la emigración. En 1906, diecisiete miembros de su familia marcharon a América, y, a partir de ese día, sus deseos de cruzar el Atlántico se van acrecentando hasta que se hacen realidad a principios de 1908, cuando parte de Cartagena rumbo a Barcelona y a Montevideo. La prensa local, la catalana y aun la americana se hacen eco de la emigración del poeta, que Unamuno anuncia en un recordado artículo publicado en La Nación de Buenos Aires.

     La llegada a Argentina le proporcionará inmediatamente trabajo como contable en Buenos Aires, pero la gran ciudad no le convence y, al poco tiempo, se traslada a Rosario de Santa Fe donde se establecerá y obtendrá un buen empleo en una empresa cuyos dueños de origen español Ramoneda y Monserrat le ofrecen un buen sueldo. Poco a poco, Medina se hará con un capital que invertirá en una primera finca, en Mendoza, en la que producirá uva con la que elaborará vino en una bodega que construye en su domicilio de Rosario. Nuevas inversiones, nuevas fincas y nuevas explotaciones lograron un bienestar económico

 

 

 

para el poeta, quien llegó a recrear un ambiente murciano total en su quinta de Hume, muy cerca de Rosario, con construcción de barracas, acequias, brazales, plantación de naranjos, palmeras, cipreses, rosales, claveles, cultivos en bancales de pimientos, tomates, bajocas y panizos. Al atardecer, paseaba con su familia por esta finca como si estuviese en la mismísima huerta de Murcia. En las fiestas de Navidad elaboraba los dulces típicos y hacía la matanza, mientras que en otras ocasiones memorables celebraba comidas con gastronomía típica de la región mientras vestía a toda la familia y a los obreros de la finca con trajes murcianos.

     Su prosperidad económica contó con otros muchos negocios, tanto ganaderos como inmobiliarios, con grandes aciertos especulativos en inversiones en las playas de moda en Uruguay así como diversos terrenos y edificios en Rosario de Santa Fe, que le produjeron sustanciosas rentas. De esta forma, su actividad literaria quedó relegada durante algunos años en que produjo muy poco y no publicó nada, y sólo dos acontecimientos dramáticos, de distinta dimensión, hicieron al poeta volver a sus publicaciones: el inicio de la Gran Guerra y la enfermedad y muerte de su esposa. Con Canciones de la guerra, de 1914, su primer libro argentino, reinicia su obra Medina comprometido con los que sufren los males de la guerra, expresando en esta poesía nueva, distinta de la anterior su «grito de horror y de dolor, por la torpeza de los hombres». Obtuvo cierta resonancia en la prensa argentina y fue invitado a pronunciar conferencias y recitales, lo que supuso una vuelta a la actividad literaria completada con la publicación de nuevos libros. En el mismo 1914, aparece El libro de la paz (La voz de los pastores. Año sangriento de 1914). Nuevos libros con materiales del mismo contenido haría en 1919: Ya regada está la tierra con la sangre de los hombres..., Hondos surcos han abierto los trabajos y las penas... y ¡Sembradores, a los campos que es el día de la siembra¡, pero tales publicaciones apenas tuvieron difusión.

     El otro acontecimiento, la enfermedad y muerte de Josefa, fallecida en 29 de junio de 1915 tras una larga hospitalización en Montevideo, le haría escribir una serie de poemas elegíacos, que no reuniría en libro hasta 1921. Este habría de titularse La compañera y contiene el reflejo del amor doméstico por su esposa, compañera más que amante, y el inmenso dolor que se produjo en el poeta y que analizó con singular sagacidad Luis Valenciano (24), que lo valoró, más que como un amor, desde el comienzo como una simpatía y un proyecto de vida en común, ya que Josefa, no fue su primer gran amor ni la musa inspiradora de poemas como «Mi reina de la fiesta», «La cita» o «En la senda», sino su «compañera» de fatigas, y el título del libro a ella dedicado es suficientemente expresivo. Vicente Medina volvería a tener «compañera» cuando se unió, en la primavera de 1917, con Elvira Arcas, hija de un sastre de Hellín, amigo del poeta a quien había ayudado a venir de España e instalarse en Rosario. De esta unión, que no se formalizaría como matrimonio hasta el final de su vida, en 1937, nacerían otros dos hijos: Iris y Elvira.

     Por estos años lleva a cabo la publicación de una interesante revista, con el título de Letras, que mantendría durante cuatro años (1916-1919). Muy variada en cuanto a colaboradores y contenidos, fue muy irregular en lo que se refiere a su periodicidad. Al principio fue quincenal, luego mensual, y las colaboraciones que en ella aparecían tanto eran reproducciones de textos publicados de muy distinto origen (Bécquer, Darío, Tagore...) como inéditos, en su mayor parte del propio poeta. La revista incluía poemas, textos en prosa, noticias, correspondencia, reseñas de libros y otros muchos apartados desarrollados con generosa irregularidad.

     A partir de 1917, inicia Medina lo que él denomina su «segunda época literaria», a la que va unida una labor editorial que ha llamado la atención de los estudiosos, ya que entre 1919 y 1927 el poeta editó la colección  de sus Obras completas en veintiséis volúmenes, que recogen reediciones de sus mejores libros, como lo es la reproducción del «tomito Mignon» de Aires murcianos (vol. XIV), nuevos libros de poesía en franca decadencia, tales como La compañera (vol. VI), Sin rumbo (vol. IX), La tirana (El poeta abuelo) (vol. XIII), nuevos aires murcianos, como Abonico (vol.

 

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Edición completa de Aires murcianos

(Rosario de Santa Fe, 1928)

 

 

XXIV), En La Ñora (vol. XXV) y una serie de volúmenes en prosa o verso con reflexiones de tipo autobiográfico (Humo (Yo mismo), vol. VIII; A otras tierras, vol. XXIII), costumbrista (Patria chica (Sentimiento regional), vol. III), religioso (Padre Nuestro (Breviario), vol. II; Contra el dios de los hombres, vol. VII), político (Hacia un sensato comunismo, vol. XII), social (En el mundo huérfano (Escepticismo), vol. V), pedagógico (En las escuelas, vol. IV) y filosófico (A la buena de Dios (Filosofía ligera) vol. X; Heces (Prosa. Pensamientos), vol. XVII), todo enmarcado en una peculiar concepción de las cosas y de la vida que caracterizó la madurez y adelantada senectud del poeta, cuyos arrebatos místicos, filosóficos y socio-políticos constituyen una parte muy negativa de su obra, cuyo mejor destino es el más absoluto de los olvidos.

Sus disparatadas consideraciones sobre el mundo, sobre la vida y sobre las relaciones humanas, expresadas en algunos de estos volúmenes, fueron utilizadas en su contra por la acusación privada en el proceso por defraudación continuada que le llevó a la cárcel en 1926, poniendo de relieve, a partir de sus propios textos, sus «sentimientos antisociales» presentes «en mucho artículos y composiciones suyas».

     En efecto, Medina, que había causado baja en su empresa por enfermedad en febrero de 1924, fue denunciado el 26 de julio de 1926 por los nuevos propietarios de la misma, al advertir en la contabilidad de la empresa por medio de una auditoría, un delito continuado de defraudación por medio de asientos dobles, del que hacían responsable a Vicente Medina y a su inmediato superior. El poeta fue condenado a cuatro años de prisión que cumplió en el Parque de Bomberos de Rosario de Santa Fe.

Fue excarcelado a primeros de marzo de 1929, tras una campaña de prensa en su favor tanto en América como en España. Sin entrar en los detalles procesales del juicio, que pueden leerse en diferentes documentos y estudios, hay que señalar que, con toda probabilidad, Medina no fue sino una «cabeza de turco», víctima directa, como su superior inmediato, de la investigación  a que la empresa en cuestión fue sometida, tras ser transferida a nuevos propietarios en julio de 1926. Posiblemente, según se desprende de los documentos judiciales, las alteraciones contables iban encaminadas a evadir impuestos, y los autores materiales quedaron al descubierto, mientras los nuevos propietarios de la empresa se lavaban las manos y se explicaban a través de un panfleto que publicaron para hacer frente a la campaña de prensa en favor del poeta Vicente Medina. Medina, durante su reclusión, muy atenuada ya que podía recibir a la familia y a los periodistas, invirtió su tiempo en escribir numerosos artículos de prensa que le eran solicitados por periódicos americanos y españoles, a componer nuevos poemas, que iba dando a conocer en la prensa y que proyectaba reunir con el título de Carcelarias, y a aprender francés, ya que proyectaba llevar a cabo, cuando obtuviera la libertad, un viaje a Francia.

     Al salir de prisión, Medina se dedica de lleno a la promoción de su obra literaria y a la venta y difusión de sus ediciones en distintos lugares de América, a los que viaja para presentar sus libros, y dar conferencias y recitales. En abril de 1929 lo encontramos en Buenos Aires y de allí pasa a Belgrado, Mendoza, Tucumán, Catamarca y Salta. En enero de 1930 lo hallamos en Santiago de Chile y en Concepción, y es en octubre de aquel año cuando realiza su tan anhelado viaje a París, a donde llega el 14 de noviembre de 1930. Allí permanece, aprendiendo francés e intentando vender sus libros hasta marzo del 31. Durante esta estancia parisina consigue, ya en febrero de 1931, uno de sus anhelos más fervientes: dar una conferencia en el Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de la Sorbona, acontecimiento que recoge la prensa española con toda clase de detalles. En la Casa de España, Medina recibe un homenaje de la colonia española y en Murcia empiezan a reclamar su regreso, que tendrá lugar, en olor de multitud, el 8 de marzo, después de numerosas invitaciones y ruegos. Su primer destino, Archena. Luego, Cartagena, Murcia. Homenajes, banquetes, juegos florales, exposiciones, conferencias, recitales, discursos. En diciembre de 1931, se instala con su familia en Madrid y allí permanece hasta junio de 1932. Unas veladas en el Ateneo, presentado por Unamuno, cuyo recuerdo queda en unos impresos de la época, y la grabación de su voz, con lectura de «Cansera», «Los pajaritos» y un texto de teoría literaria para el Archivo de la Palabra del Centro de Estudios Históricos, son lo más significativo de aquella corta etapa de vida literaria madrileña.

 

 

 

 

Los años siguientes los pasa el poeta en Archena, donde se ha instalado. Su familia se ha reunido con él, ha comprado una casa y más tarde una finca de huerta cercana. Se reúne en el pueblo en diferentes tertulias, cuida sus tierras, pasea por la huerta y tiene problemas con los jornaleros. Viaja a las ciudades próximas, veranea en las playas costeras —Guardamar, Santa Pola, Mazarrón— y así trascurre su vida hasta 1936. Interviene, entonces, en la campaña del Frente Popular haciendo defensa de unos principios socio-políticos candorosamente idealistas: cultura para el pueblo, acercamiento de los pobres a los bienes de la enseñanza, educación para todos: «enseñar, leer, dar libros, y después hablar de política...»  

     Aconsejado por su familia, tras recibir anónimos con amenazas de muerte por su apoyo al Frente Popular, y apremiado por la necesidad de ocuparse de sus negocios en Argentina, que se habían deteriorado seriamente en su ausencia, Medina decide regresar a Rosario y así lo hace en abril de 1936. Alteraciones serias en su salud también le decidieron a volver para consultar a su médico de confianza, que en efecto le diagnosticó, tan pronto llegó a la Argentina, la enfermedad incurable que le habría de causar la muerte al año siguiente. El diagnóstico fatal coincidió con la dolorosa noticia del inicio de la guerra en España, y el poeta conmovido profundamente por la lucha escribió numerosos poemas y textos que dio a conocer en los periódicos defensores de la causa republicana de Argentina, Chile y Uruguay. En la prensa murciana de la guerra civil aparecieron algunos poemas suyos, pero escritos sin duda antes de su partida a la Argentina, porque son poemas sociales característicos de su última etapa y nada tienen que ver con la guerra. No ocurre así con uno de sus últimos poemas, dedicado a la muerte de García Lorca y que publicó en un homenaje en Montevideo, ya en 1937. Posiblemente fuera éste la última composición de Vicente Medina, ya que su muerte se produjo, tras una etapa de alta medicación, inconsciencia y deterioro paulatino, en Rosario el 17 de agosto de 1937. La prensa murciana de aquellos meses tardó en dar la noticia, ya que hasta el 7 de  octubre no se harían eco los periódicos murcianos de la desaparición del poeta.

A pesar de su indudable valor hoy Vicente Medina sigue siendo un gran olvidado acaso porque se trata de un poeta regional que escribió la parte más interesante de su obra, sus Aires murcianos, en lengua dialectal, dando entrada a una fonética y un léxico coincidentes con el habla murciana, que el poeta intentaba dignificar oponiéndose al denostado «panocho», lenguaje populachero propio de las coplas satíricas de las fiestas de Murcia, con el que Vicente Medina nada tiene que ver. A este carácter local hay que añadir que el poeta se alejó de España, como emigrante, y en la Argentina no supo o no quiso evolucionar hacia una modernización de sus recursos poéticos ni someter sus ideales estéticos a una prudente revisión, al tiempo que su inspiración experimentaba una notable decadencia, mientras prolongaba románticamente su fe en unos supuestos filológicos, costumbristas e incluso sociales que, con los años, quedaron trasnochados. Pero Vicente Medina es, sin duda, un poeta estimable que refleja toda una época con una particular singularidad, justamente la que quizá hoy despierte el interés de algunos lectores y estudiosos.