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Revista de estudios filológicos
Nº31 Junio 2016 - ISSN 1577-6921
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LA ISLA IMAGINARIA DE ROBERTO DE LA GRIVE: FICCIÓN Y TEORÍA EN LA OBRA DE UMBERTO ECO

Rocco Mangieri

(Universidad de Los Andes. Venezuela)

 

“Comienzo a sospechar que la tristeza que me embarga cuando pienso que, cuando muera, perderé todo mi tesoro de experiencia es parecida a la que siento al pensar que, si sobreviviera, empezaría a aburrirme de esta experiencia opresiva, fanée y tal vez anticuada. Tal vez, es mejor que durante los años que todavía me sean concedidos, siga dejando mensajes en una botella para los que vengan después, y espere a la que Francisco llamaba Hermana Muerte”.

U. Eco El crepúsculo del comienzo del milenio. Un sueño. A paso de cangrejo, 2006

 

Toda escritura es autobiográfica y en contra de la pretendida objetividad impersonal que seguimos imponiendo a nuestros estudiantes en las tesis y ensayos de investigación a quienes obligamos a escribir en tercera persona. Pero existe además otro rasgo tan fundamental como el autobiográfico: cuando un texto nace, cuando una escritura se abre al mundo y viaja por la mente de los lectores, el autor ha muerto o cuando menos debe morir. Es a la vez un acontecimiento y una muerte episódica, quizás cercana a la respiración erótica de aquél que espira y lanza el aire al ciento. Cada escritura dada debería ser una joissance como decía Roland Barthes en “El placer del texto”. Nada de amarre ni de sufrimiento posesivo, de copyrights estúpidos. El texto tiene valor en una circulación abierta que va, como dice Eco, en la búsqueda erótica, cognitiva y pasional de su lector modelo. No tiene por qué encontrarlo definitivamente pero ese es su norte de desplazamiento. Confieso que no había leído ese párrafo final que he colocado al comienzo de este breve ensayo pero conociendo a Eco y su amor por el mar no me ha extrañado mucho.  A veces el libro está esperándolo en el estante de una biblioteca, a veces es acunado como regalo en sus propias manos, a veces ese lector modelo lo entresaca con gozo y sorpresa entre un montón de otros libros y folletos. Es probable, incluso, como diría Borges, que el libro nunca encuentre su lector, su descirfrador perfecto. El autor espira muchas veces en su vida y envía en una botella de marinero una escritura y no tanto un libro. Toda escritura cuando se produce (aún hoy pero tengo algunas dudas) es estilográfica, autorial, personal y única. Todas las novelas de Eco, desde “El nombre de la Rosa” hasta “Número cero” son marcadamente (auto)biográficas, en un vaivén de flashbacks y flashforwards, de desdoblamientos autoriales, saltos temporales, a partir de una mano que escribe y un cuerpo que recuerda. Un cuerpo-mente que habla a través de sus personajes, sus ritmos y sus espacios. En estas escrituras los signos tienen un lugar especial pues cada novela, entre otras cosas, es una metateoría sobre el signo y sus lecturas, sus juegos interpretativos, sus engaños y certezas efímeras. Los mundos narrativos de Eco casi siempre construyen personajes (reales e imaginarios) entretejidos con el discurso del engaño, de la mentira, la falsificación, el ocultamiento deliberado de signos, estratagemas que oscilan entre el ser y el parecer. Su última novela “Número cero” se organiza sobre lo que él etiquetó como la máquina del fango: esa máquina semiótica tan actual del descrédito, del prejuicio y del aniquilamiento moral que a todos nos compete. Este contexto requiere de un sujeto que observe, deduzca, construya pistas y como dice Charles Sanders Peirce, aprenda a hacer un uso creativo de la abducción, a dar saltos interpretativos a veces magistrales. Pero al mismo tiempo nada garantiza en ese mundo el éxito de su labor. Se incluye entonces, y este a mi modo de ver es un elemento sustancial en la obra de Eco, un inevitable principio de incertidumbre. Desde el maestro de Baskerville hasta Roberto de La Grive, Baudolino, Giambattista Bodoni o Simone Simonini, todos ellos deben viajar entre laberintos y enciclopedias de las cuales no poseen las claves, un código claro de interpretación y esto los empuja a hacer uso de una semiosis ilimitada que, por otra parte, no garantiza en ningún momento el acceso a una verdad objetiva, a una aprehensión total y completa del mundo. Umberto Eco antes de expirar (hace apenas unos días) había espirado muchas veces. Ha dejado varias botellas de náufrago en el mar de la lectura. Están allí para ser encontradas por sus lectores y luego de abrirlas disfrutar de la profundidad y belleza de su escritura.

Febrero 2016