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Revista de estudios filológicos
Nº31 Junio 2016 - ISSN 1577-6921
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reseñas

JUSTA E IMPRESCINDIBLE REVISIÓN CRÍTICA DE ALFONSA DE LA TORRE Y DE GERMÁN BLEIBERG, POR JOSÉ LUIS MOLINA

 

Manuel Martínez Arnaldos

Carmen M. Pujante Segura

(Universidad de Murcia)

 

El doctor José Luis Molina Martínez, inquieto, penetrante y pródigo investigador, a la par que reconocido historiador, teórico y crítico de la literatura, ha tenido el acierto y realizado un generoso esfuerzo de dar a la luz, en un mismo año, el 2015, dos excelentes obras en las que reivindica el quehacer poético de Alfonsa de la Torre y de Germán Bleiberg: Alfonsa de la Torre (1915-1993) en la poesía de la primera postguerra[1], y Germán Bleiberg. Cuando un poeta ausente regresa. Antología[2]. Dos estudios que, en cierto modo, son un tributo de reconocimiento, dado su relativo olvido en nuestros días, al cumplirse el centenario de ambos: Cuéllar (Segovia) y Madrid, 1915, respectivamente. Un mismo año de nacimiento y del que por tan sólo tres años no es coincidente con el de la muerte, pues G. Bleiberg fallece en Madrid en 1990, en tanto que el óbito de Alfonsa de la Torre tuvo lugar en Cuéllar en 1993. Un acontecer vital y quehacer literario que transcurre casi en paralelo, aunque con mayor actividad poética y académica por parte de G. Bleiberg, y que el profesor José Luis Molina sabe conjugar con destreza en sus dos libros. Pero a pesar de que el referido al segundo responde a una condición antológica, ello no menoscaba el interés histórico-crítico de su extensa introducción y atinada selección de poemarios y notas críticas.

 Y decimos que lo sabe conjugar porque el aludido paralelismo, según nos expone, tiene muchos puntos tangenciales, tanto en lo que afecta a las respectivas formulaciones poéticas como al acontecer vital de los dos. Así, mientras G. Bleiberg pertenece, no sin ciertos reparos, al clasicismo garcilasista de la preguerra, Alfonsa de la Torre supone una continuidad en cuanto al garcilasismo de la postguerra. Y, además, los dos coinciden en la Universidad de Madrid, donde se conocen en 1934. Una amistad que se habrá de prolongar desde el momento en el que Alfonsa de la Torre haga explícita su admiración por G. Bleiberg, según declara en una entrevista a José Cruset para el diario La Vanguardia. Estimación que deriva en afecto amoroso por parte de G. Bleiberg, aunque de carácter platónico, un “amor cortés”, garcilasiano, sin traslación física o tendencia erótica, y no correspondido, según intuye J. L. Molina de la lectura de determinados versos de El cantar de la noche[3].

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Respecto al libro sobre Alfonsa de la Torre, este aparece dividido en dos partes: A) Una época compleja: la poesía de la primera postguerra (1939-1944), apartado introductorio al que siguen otros apartados (pp. 11-153), y B) Comentarios interpretativos sobre la poesía de Alfonsa de la Torre, al que, como en el caso anterior, le siguen siete aparatados, pero ahora correspondientes a otros tantos poemarios (pp. 157-313). Mención especial merece la pertinente y exhaustiva bibliografía (pp. 315-334).

En referencia a la primera parte, y en lo que concierne al apartado introductorio, se nos ofrecen diversas propuestas, en ocasiones con un tono coloquial, como también acaece en otras páginas del extenso texto, que hace más asequible y sugestivo el rigor científico de concretos apartados, mediante las cuales procura objetivar la personalidad literaria de Alfonsa de la Torre, como “[…] una voz poética periférica, de difícil clasificación, de claros tintes heterodoxos, de una personalidad especial, de sensibilidad manifiesta y originalísima […].” (p. 15). Una poeta extraña y excéntrica en sus gustos, pues sus últimos treinta años de vida los dedica a sus aficiones esotéricas. Ello explica que su obra no sea muy extensa, aunque sí lo suficientemente interesante para situarla entre los buenos autores de su época como escritora de culto. Caracterización que lleva a J. L. Molina a establecer un epígrafe con la denominación de “Supuestos básicos teóricos y metodológicos” (pp. 26-32), desde los que mejor escudriñar y valorar la estricta condición teórico-crítica de su poesía. Una poesía incardinada en su tiempo pero, a la vez, alejada de la poesía característica de la primera postguerra. Poeta rebelde que sabe tomar el pulso a su tiempo, con una expresión propia y no predeterminada por la convención. De ahí que en su poesía se perciban elementos esotéricos, propios de la ciencias ocultas, en especial en Plazuela de las obediencias; pues considera que la filosofía ocultista es básicamente mística y simbólica, algo que escritores como Rubén Darío, Horacio Quiroga o Valle-Inclán, ya tuvieron en cuenta siguiendo el movimiento europeo de finales del siglo XIX, proclive al misterio, al ocultismo y al esteticismo.

Y a la par que incide en esas preocupaciones poéticas de Alfonsa de la Torre, J. L. Molina no soslaya adentrarse, aunque de manera sutil y objetiva, en aspectos extraliterarios que afectan a su vida interior, a su misticismo y condición humana, desde la perspectiva que impone el contexto religioso y cristiano de la primera postguerra. Lo que le lleva a exponer, atendiendo a concretas referencias bio-bibliográficas, su particular percepción sobre Alfonsa de la Torre y la preocupación de ésta sobre la mujer en general en la época junto a su condición de lesbiana. Sin embargo, pese al predominio del tema amoroso en su obra, es difícil encontrar rasgos de sexualidad y erotismo que justifiquen su lesbianismo.

Relevante y de interés es el apartado Si Garcilaso voviera…, donde se contextualiza, social, política y literariamente, mediante diversos epígrafes, el restringido ámbito de la divulgación de las revistas literarias del momento, en las que se inserta no tanto la producción lírica de Alfonsa de la Torre sino su posición vital y poética en el entramado de las tendencias literarias existentes. Y desde tal visión se atiende a “La poesía de los vencedores” y a “Los garcilasistas” (pp. 53-70), así como a revistas como Escorial, Garcilaso, Proel, Mediterráneo, Acanto, Cántico y Espadaña, que acogen poemas, según tendencias, de los “arraigados” y de los “desarraigados”, según denominaciones acuñadas por Dámaso Alonso. Entre los primeros, de tendencia falangista e impresionista, destacan los Ridruejo, García Nieto, Leopoldo Panero o Luis Rosales; mientras que entre los segundos, de índole existencialista, cabe citar a Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre que publican en Espadaña, surgida como oposición ideológica a Garcilaso. Un contexto socio-cultural en el que se entrecruzan tendencias lírico-ideológicas y al que José Luis Molina presta atención “[…] porque sirve para enmarcar la publicación del primer libro de Alfonsa de la Torre, Égloga, libro garcilasista en tanto en cuanto, dado que es el único, que con matices, se encuentra dentro de esta tendencia. […] pero también deseamos contemplar cómo una mujer tan independiente y libre como en apariencia es la poeta viene a caer en un grupo tan denostado e ideológicamente falangista” (p. 57). Por ello, como más adelante enfatiza J. L. Molina, parece casi imposible afiliarla al garcilasismo en primera instancia y sólo a esta tendencia literaria sin profundizar en su obra. En su poesía existe algo más. Y ese algo más es su propensión a la intimidad, a despreocuparse de la realidad exterior y a su conciencia autocrítica. Circunstancia psíquica y anímica que favorece una creatividad tendente a lo cultural y esotérico, al hermetismo y a una preocupación por lo religioso. Rasgos de una personalidad singular que tras las críticas a su primer libro, Égloga, le llevan a exilarse de Madrid y marchar a Cuéllar, en 1951, “[…] para vivir una soledad y un silencio de claustro gótico […]” (p. 98). Y allí, en ese silencio monacal proseguirá su labor poética en la que lo simbólico y el hermetismo tendrán conexión con un misticismo no de raigambre religioso. Pautas que perfilan el último apartado en esta primera parte del libro: “De la espiritualidad tradicional a la (auto)transcendencia (la poesía de tema religioso en Alfonsa de la Torre)” (pp. 123-154). Y en el que J. L. Molina, tras una evaluación de los diferentes posicionamientos teórico-críticos establecidos sobre la vertiente espiritual y religiosa de su poesía, pone de manifiesto su personal, lúcido y contrastado juicio en el que nos advierte acerca de un proceso de búsqueda, por parte de Alfonsa de la Torre, mediante el cual traspasa la linde de lo ortodoxo y se hace marginal como solución para su situación espiritual.

Y tras exponer las coordenadas históricas, culturales y teóricas que determinan su labor creadora y la publicación de sus poemarios y poemas, en la segunda parte J. L. Molina procede a un análisis concreto de sus diferentes obras hasta ahora conocidas.

En un primer apartado emprende una revisión crítica de Égloga, “un libro irrepetible”, publicado en Madrid, en 1943, no exento de “complejidad”. Dificultad interpretativa textual que nuestro autor trata de esclarecer por medio de diferentes epígrafes en los que atiende a postulados teórico-críticos, ya sean de carácter más general o complementario (Barthes, Bauzá, Alfonso Reyes o Avalle- Arce, entre otros), o específicos (Josefina Romo o María Payeras), para discernir, discrepar, conjeturar y descifrar, un conjunto de tópicos, atribuidos al poemario, desde su óptica personal y pormenorizada evaluación crítica. Así, en torno al concepto de égloga y sus connotaciones, las circunscritas a la tradición como a la modernidad, J. L. Molina dispone esos diversos epígrafes (pp. 162-198) en los que va matizando la singularidad y rasgos subyacentes inscritos en el poemario: “Neocostumbrismo ecológico o égloga tradicional”, “Alquimia mística”, “Un retorno al pasado” (entendido como tradición oficial que venía a significar una condena del presente, un mundo que sólo le servía para insertar en él su propia experiencia), “Silencio” (una poética del silencio como recurso más de su poesía), “Elegía”, “Paisaje”, “Elementos esotéricos como componentes de Égloga”; luego, a modo de “Conclusión”, destaca J. L. Molina que tras la lectura de Égloga nos queda la impresión de la “[…] presencia alegre de aquello oculto que, sin estar en el paisaje, proporciona un hálito de misterio y por ello agrada su poesía sin que haya que hacer una lectura ingenua de Égloga. Porque su lectura ya nos ha permitido comprobar que no es la descripción de un ambiente pastoril, sino una interpretación poética bajo una técnica impresionista utilizada para una creación perfecta y armoniosa” (p. 194). Un “Glosario” en el que se explicita el significado de voces no muy usuales manejadas por Alfonsa de la Torre, lo que ayuda a la mejor comprensión de su expresividad lírica, cierra este apartado.

En un segundo apartado incide en Maya (Retablo poético en loor de la Virgen María), poema publicado, en 1944, en la revista Mediterráneo, en el que Alfonsa de la Torre se aviene a la tendencia oficialista de la moral de la época, por lo que ensalza a María, la protagonista, como la que nos libera de la serpiente, del mal.

En el tercer apartado se refiere a la Oda a la reina de Irán, poemario editado en Madrid, en 1948, y que tuvo una difusión muy limitada. Poema extenso, compuesto por 522 versos y que J. L. Molina, pese a la ilación y adecuada estructura interna del poema, lo divide para su mejor concreción y comprensión en 6 fragmentos que corresponde cada uno a una letra capital. La invención poética surge tras contemplar nuestra poeta, en una revista, la belleza de la reina, por lo que finge una comunicación dialógica con ella, estableciendo una cierta concomitancia entre la soledad de la reina, Fawzia, en un país exótico, y su propia soledad.

El cuarto apartado corresponde a un poema suelto titulado Canción de la muchacha que caminaba a través del viento, publicado en Madrid, en 1949, por Ediciones J. Romo Arregui. Y constituye una edición especial, dado que tan sólo ven la luz 25 ejemplares numerados y con la firma autógrafa de la autora. Un poema de 227 versos heptasílabos sin rima, en el que J. L. Molina advierte un doble sentido: el exterior, casi literal, y otro interior, oculto, preñado este segundo de elementos esotéricos y expresiones simbólicas que dificultan su correcta interpretación, como se puede observar en los cinco primeros versos con los que se inicia el poema, y que J. L. Molina reproduce a modo ejemplificador para a continuación analizar, en las páginas siguientes, detalladamente. Los versos iniciales son los siguientes:

Miradme, soy de barro,

mi base es media esfera

dos alas me sostienen

erguidas en el aire:

las puntas de mi velo. (p. 238)

El quinto apartado hace referencia a Oratorio de San Bernardino, al que J. L. Molina califica como “Psicodrama con decorado de piedra”. El poemario se publica en Madrid, en 1950, y tiene como pretexto imaginario para su formulación lírica el Oratorio de San Bernardino, de Perugia. En una breve introducción o prólogo en prosa, la poeta explica la estructura y distribución de los asuntos que trata y de los poemas que componen las tres partes en que se divide el libro. Tres partes que en sucesivos epígrafes analiza J. L. Molina, siendo curiosa y llamativa la segunda parte que se inicia con una letanía peculiar en la que se “[…] otorga nuevos nombres a la Virgen, nombres que son los de las plantas y flores que solicitan el ora pro nobis. Así pues, parece un tratado de botánica general tomado de un grimorio[4] que tiene por objetivo el que la naturaleza vegetal alabe a la Virgen. […] Persea gratísima / Salix fragilis / Clavaria coralloides /Salix viminalis /etc. […]” (p. 266). Una actitud, la adoptada por Alfonsa de la Torre que, según J. L. Molina, es otro punto de vista no subyacente a la doctrina oficial sino la que procede de sus estudios esotéricos, siempre en la órbita neoplatónica, como la poeta la entiende. En su conjunto, Oratorio de San Bernardino, “[…] es un libro trepidante, tenso, complejo e inusual para su época.” (p. 277).

En el sexto apartado se analiza el poemario Plazuela de las obediencias, caracterizado por nuestro autor como “Un divertimento lírico entre esoterismo y tradición popular culta”. Último libro publicado por Alfonsa de la Torre, en Madrid en 1969, y en el que la presencia de lo simbólico y de lo alquímico-esotérico es más profusa que en libros anteriores. El poemario se divide en tres partes: a) “Desde el mirador que da a la infancia”, que contiene “canciones rústicas e ingenuas” compuestas en la década de 1930 a 1940; b) “A la sombra de la parroquia” engloba las “canciones rústicas y trascendentales” escritas entre 1940 y 1950; y c) “En lo alto del observatorio desde el que se presiente el futuro”, que incluye “canciones transformistas y evolucionistas”, realizadas durante el período de 1950 a 1968. La autora dedica el libro a los patios de las obediencias de las cartujas medievales, es decir, al lugar menos noble de la cartuja, donde se reunía el pueblo y se establecía el comercio de carnes, especias, frutas y verduras que producía la comunidad. Libro complejo por la variedad de temas y motivos que lo componen, por la elaboración de una estrofa nueva y nuevos ritmos, por la introducción de materia esotérica, y por el uso de un vocabulario espléndido tendente al divertimento idiomático. Por ello, J. L. Molina procede, para una mejor interpretación textual de esta etapa lírica de Alfonsa de la Torre, en la que prima la trasgresión (teosofía, kábala, ocultismo), a un análisis del poema titulado “Salutación de Rosael” en todos sus niveles: léxico-semántico (incluidos valores semémicos: semantemas, clasemas y virtuemas), y estructuras estrófica, métrica y rítmica. Ejemplar ejercicio analítico el que se nos ofrece de este poema, en el que tras una precisa y rigurosa lectura no sólo crítica sino también poético-lingüística, se ponen de manifiesto diferentes sentidos y significados subyacentes del texto.

Se hace mención en un breve séptimo apartado, y último del libro, a Epitalamio a Fabiola, calificado como “Poema circunstancial ideológico”. Publicado en Madrid, en 1960. En él, Alfonsa de la Torre exalta la castidad y lo dedica a Fabiola de Mora y Aragón con motivo de sus esponsales con Balduino de Bélgica. Libro que, a juicio de J. L. Molina, no aportada nada a su producción.

Un libro, el de José Luis Molina, de todo punto imprescindible y necesario para conocer en toda su profundidad y alcance la obra, en conjunto, de Alfonsa de la Torre. Pues en él disecciona, con gran rigor teórico y crítico, no sólo cada uno de los poemarios sino que sabe enmarcarlos, cultural y sociológicamente, en el ámbito histórico de su acontecer vital. Lo que coadyuva a una mejor y correcta interpretación de su proceder y trayectoria poética que abarca diversos y diferentes registros líricos y temáticos: tanto los que conectan con la tradición, como aquellos otros proclives a la trasgresión y el hermetismo (léxico, simbólico, esotérico, etc.). Una tarea ardua, sin lugar a dudas, con múltiples referencias bibliográficas, adecuadamente escogidas, de las que se sirve, como refrendo científico, para sus originales y sugerentes reflexiones e interpretaciones. Libro, en definitiva, pionero sobre la obra de Alfonsa de la Torre.

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   En cuanto a la antología sobre la producción poética de Germán Bleiberg, realizada por José Luis Molina, destaca, en primer lugar, la interesante y amplia introducción en la que por medio de diversos epígrafes se nos diseñan las coordenadas que determinan, socio-cultural e históricamente, los vaivenes vitales que habrán de condicionar su quehacer lírico. Algo que el propio J. L. Molina tiene en cuenta a la hora de establecer sus premisas, como cuando afirma: “Únicamente ambiciono presentar su poesía desde una perspectiva humanista: conocer al hombre, al poeta, a través de su poesía y tratar de entender las motivaciones que lo llevaron a escribir tales poemas en tales fechas” (p. 11). Por ello precisa su acontecer vital y literario en el epígrafe “El silencio como espacio biográfico”. En él nos expone cómo G. Bleiberg se forma literariamente en los años de la II República (1931-1936), donde tuvo en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Madrid, eminentes profesores (Ortega, Menéndez Pidal, José Gaos o Américo Castro) y amistosa relación con Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Melchor Fernández Almagro. Entre sus condiscípulos estaban los hermanos Panero, Leopoldo y Juan, Luis Rosales, Alfonsa de la Torre y Luis Felipe Vivanco. La Guerra Civil (1936-1939) interrumpió sus estudios, pero siguió fiel a la República y participó en la contienda bélica, llegando a ser teniente del Ejercito Popular y segundo Jefe de Informaciones. Fue redactor de la revista CNT del Norte y colaborador de Hora de España. Tras la Guerra Civil fue encarcelado en la prisión de la calle Torrijos, de Madrid, donde convivió durante cinco meses con Miguel Hernández. Tras su excarcelación colabora en revistas como Clavileño y Arbor. Se doctoró en 1959, en la Universidad de Madrid, con una tesis sobre Alejandro Humboldt y España. Dirigió el Diccionario de Historia de España y codirigió, junto a Julián Marías, el de Literatura Española, ambos para la editorial Revista de Occidente. Excelente traductor, puesto que dominaba cinco idiomas, en 1961 marcha como profesor a Estados Unidos, donde inicia un periplo por diversas universidades (Vanderbilt University, University of Massachusetts, Vassar College, entre otras). Como ya hemos anotado fallece en Madrid, en 1990.

Datos biográficos que representan un adecuado pórtico para acceder a una mejor interpretación de su creación lírica, según epígrafe “Obra poética”. En él J. L. Molina hace referencia a las siguientes obras: Árbol y farola, Madrid, 1934, un poemario experimental, con múltiples influencias, “[…] que no llega a ser un todo bien construido” (p.22); El cantar de la noche, Madrid, 1935, y del que no recupera ni un solo poema para sus posteriores antologías, está dividido en tres partes: “El camino”, “El recuerdo del amor” y “Los muertos”; Sonetos amorosos, Madrid, 1936, es la contribución de G. Bleiberg a una nueva poesía caracterizada por lo amoroso, el misterio, la armonía y, sobre todo, por el sentimiento; Más allá de las ruinas, Madrid, 1947, representa una superación del drama de la guerra, de la cárcel y de un porvenir incierto que duraría hasta su marcha a Estados Unidos; El poeta ausente, Madrid, 1948; La mutua primavera, San Sebastián, 1948; y Selección de poemas 1936-1973, London, 1975, con prólogo de Juan Marichal y epílogo de J. Ferrater Mora.

En epígrafes sucesivos J. L. Molina nos va precisando la actitud poética de G. Beliberg. Así, ante la posible adscripción de G. Bleiberg al garcilasismo por parte de algunos críticos, nos advierte de que “Germán Bleiberg no es Garcilaso de la Vega” (pp. 25-27). Luego, en el epígrafe “Intimismo versus evasionismo”, deduce que los poemas de Bleiberg no son testimonio de la situación política vivida, sino antes bien una “crónica” íntima por el daño sufrido, por lo que sería posible denominar como “poesía evasiva”. En el siguiente epígrafe (pp. 31-33) transcribe J. L. Molina un texto de G. Bleiberg en el que, tras algunas disquisiciones sobre la idea de generación expuesta por éste, como conclusión expone: “la personalidad lírica surge en cada escritor con una identidad inconfundible” (p. 32); de lo que se deduce que Bleiberg no se siente satisfecho con las “etiquetas forzadas y convencionales”. Por ello, en el epígrafe “Más allá del formalismo garcilasista”, así como en el siguiente (pp. 36-37), sugiere J. L. Molina que el garcilasismo sólo está presente en sus Sonetos amorosos, pues su poesía responde a un patrón clásico, culterano e intelectual, porque es racional hasta en la expresión de sus sentimientos. De ahí que su mundo poético es el resultado del enfrentamiento con su propia vida. Finalmente, la edición que propone J. L. Molina se puede catalogar de definitiva, ya que G. Bleiberg escribió relativamente poco y eliminó libros enteros, casos de Árbol y farola y El cantar de la noche (que ahora se incluye completo). En concreto, bajo el título general de Paisajes de amor, dolor y ausencia recoge J. L. Molina la casi totalidad de poemas autologizados, así como los que ocultó y eliminó de su producción. Y para ello tiene en cuenta, lo que avala la calidad literaria y científica de la presente antología, las primeras ediciones. Y desde tal condición, la antología que nos presenta está compuesta por los siguientes títulos:

Árbol y farola.

Poemas aparecidos en revistas que no forman parte de libros.

El cantar de la noche.

Sonetos amorosos.

Más allá de las ruinas.

La mutua primavera.

El poeta ausente.

Selección de poemas 1936-1972.

Antología poética (1985).

 Ante la escasa atención prestada y olvido existente, en los últimos años, de la obra poética de Germán Bleiberg, es digna de elogio la actual selección de poemas, con oportunas notas críticas en muchos de ellos, que componen la presente antología. Una fundamental aportación y revitalización de una producción poética de la que apenas se encuentran ejemplares en librerías convencionales y en las de viejo. Una feliz iniciativa que atañe no sólo a la obra particular sino al devenir de Germán Bleiberg en la historia de la literatura española.

 

                       

                               



[1] Madrid, Vitruvio, 2015. 334 págs. ISBN 978-84-943930-2-0

[2] Madrid, Vitruvio, 2015. 260 páginas. ISBN 978-84-944024-6-3

[3] Sobre estas consideraciones, véase José Luis Molina, “Alfonsa de la Torre (1915-1993) y Germán Bleiberg (1915-1993), en la poesía garcilasista: el amor y la amada”. [En línea]. Dirección: Lacalletranquila.blogspot.com. [consulta: 21 febrero 2016].

[4] Libro de fórmulas mágicas usado por los antiguos hechiceros.