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Revista de estudios filológicos
Nº30 Enero 2016 - ISSN 1577-6921
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teselas

 

 

Mr. Mercedes, Stephen King

(Plaza y Janés, Barcelona, 2014)

 

         Hace tiempo que no piensa como un policía, y más aún que no se dedica a esta clase de trabajo –una forma de investigación forense que no requiere cámaras, microscopios ni sustancias químicas especiales–, pero, en cuanto se pone manos a la obra, entra en calor enseguida. Empieza con una serie de encabezamientos.

                   PÁRRAFOS DE UNA SOLA FRASE.

                   PALABRAS CON MAYÚSCULA.

                   EXPRESIONES ENTRECOMILLADAS.

                   EXPRESIONES FLORIDAS.

                   PALABRAS POCO CORRIENTES.

                   SIGNOS DE ADMIRACIÓN.

         Aquí se detiene y, golpeteándose el labio inferior con el bolígrafo, relee la carta desde Apreciado inspector Hodges hasta ¡Espero que esta carta lo haya animado! A continuación añade otros dos encabezamientos en la hoja, que empieza a llenarse.

                   UTILIZA METÁFORAS DEPORTIVAS, QUIZÁ SEA AFICIONADO.

                   CONOCIMIENTOS DE INFORMÁTICA (¿MENOS DE 50 AÑOS?).

         En cuanto a estos dos últimos aspectos, tiene sus dudas. Las metáforas deportivas son ya muy comunes, sobre todo en los comentaristas políticos, y hoy día hay octogenarios en facebook y twitter. Hodges en concreto aprovecha solo en un doce por ciento las posibilidades de su Mac (eso según Jerome), pero él no es representativo de la mayoría. No obstante, por algún sitio hay que empezar, y además la carta transmite una sensación de juventud.

         Hodges siempre ha tenido un don para esta clase de trabajo, y aquí la intuición desempeña un papel muy superior al doce por ciento.

         Bajo el encabezamiento PALABRAS POCO CORRIENTES ha anotado casi una docena de ejemplos, y ahora marca dos con sendos círculos: cofrades y Eyaculación Espontánea. Al lado añade un nombre: Wambaugh. Mr. Mercedes es un comemierdas, pero un comemierdas inteligente y leído. Tiene un vocabulario amplio y no comete faltas de ortografía. Hodges se imagina a Jerome Robinson diciendo: «Anda ya, hombre, ¿para qué se cree que está el corrector ortográfico?».

         Ya, ya, hoy día cualquiera con un procesador de textos tiene una ortografía impecable, pero Mr. Mercedes ha escrito Wambaugh, no Wombough ni Wombow, que es como suena. El solo hecho de que haya recordado poner esa gh muda induce a pensar en cierto nivel de inteligencia. Puede que la misiva de Mr. Mercedes no sea gran literatura, pero su redacción es mucho mejor que los diálogos de series como Navy: investigación criminal o Bones.

         ¿Educado en casa, alumno de una escuela pública o autodidacta? ¿Eso importa? Quizá no, pero quizá sí.

         Hodges no cree que sea autodidacta, no. La redacción es demasiado… ¿qué?

         - Demasiado comunicativa –dice en voz alta a la habitación vacía, pero es más que eso –. Hacia fuera. Este individuo escribe hacia fuera. Aprendió con otros. Y escribió para otros.

         Una deducción poco sólida, pero se sustenta en ciertos adornos: esas EXPRESIONES FLORIDAS. Para empezar, debo felicitarle, escribe. Cientos de casos, literalmente, escribe. Y dos veces: Me tenía en mente. En el instituto Hodges sacaba sobresalientes en lengua, y en la universidad notables, y recuerda cómo se llama a esto último: «repetición incremental». ¿Acaso Mr. Mercedes imagina que su carta se publicará en el periódico, circulará por internet, se reproducirá (con renuente respeto) en el telediario de la noche del Canal Cuatro?

         - Seguro que sí –dice Hodges–. Antiguamente leías tus trabajos en clase. Y te gustaba. Te gustaba ser el centro de atención. ¿A que sí? Cuando te encuentre, si es que te encuentro, descubriré que sacabas tan buenas notas como yo en lengua.

         Probablemente mejores. Hodges no recuerda haber utilizado nunca la repetición incremental, como no fuera por casualidad.

         Solo que en la ciudad hay cuatro institutos y a saber cuántos colegios de secundaria privados. Por no hablar ya de los centros de formación preuniversitaria, las facultades de diplomatura y la Universidad Católica de San Judas. Un sinfín de pajares donde esconder una aguja emponzoñada. Y eso si es que estudió allí, y no en Miami o en Phoenix.

         Además, es ladino. La carta está salpicada de falsas huellas digitales: las palabras con mayúscula como «Botas de Plomo» o «Nota de Preocupación», las expresiones entrecomilladas, el abuso de los signos de admiración, los contundentes párrafos de una sola frase. Si se le pidiera una muestra de escritura, Mr. Mercedes no incluiría ninguno de esos recursos estilísticos. Hodges es tan consciente de eso como lo es de su desafortunado nombre de pila: Gustavo, como en ranagustavo19.

         Pero.

         Este capullo no es tan listo como se piensa. La carta contiene casi con toda seguridad dos huellas reales, una borrosa y la otra clara como el agua.

         La huella borrosa es el uso insistente de números en cifras: 27, no veintisiete; 40 en lugar de cuarenta; ins. de 1er grado en vez de ins. de primer grado. Hay algunas excepciones (ha escrito una cosa sí lamento en lugar de 1 cosa sí lamento), pero Hodges opina que son las que confirman la regla. Aunque las cifras podrían ser sólo más camuflaje, como él bien sabe, muy probablemente el bueno de Mr. Mercedes no es consciente de ello.

         «Si pudiera llevármelo a la SI4 y pedirle que escribiera Cuarenta ladrones robaron ochenta alianzas nupciales… »

         Solo que G. William Hodges nunca volverá a entrar en una sala de interrogatorios, incluida la SI4, que era su preferida; su SI de la suerte, la consideró siempre. A menos que lo cojan tonteando con esta gilipollez, claro está, y entonces podría acabar al otro lado de la mesa metálica.

         De acuerdo, pues: Pete lleva al individuo a la SI. Pete o Isabelle, o los dos. Consiguen que escriba 40 ladrones robaron 80 alianzas nupciales. Y después ¿qué?

         Después le piden que escriba La poli cogió al maleante escondido en el callejón. Solo que les conviene farfullar un poco al llegar a maleante. Porque Mr. Mercedes, pese a sus aptitudes para la redacción, cree que la palabra empleada para hacer referencia a un delincuente es mareante. Acaso también piense que un viaje por carretera con curvas es maleante.

         A Hodges no le sorprendería. Hasta la universidad, él mismo pensaba que cierto calzado robusto y lo que uno hace cuando deposita su papeleta en una urna se escribían exactamente igual. Había visto la palabra bota escrita mil veces, pero por alguna razón su cabeza se resistía a registrarla. Su madre le decía Átate los cordones de las votas, Gus; los llevas sueltos; su padre a veces le daba dinero para comprarse unas votas de fútbol, y a él sencillamente se le quedó grabado así.

         «Te reconoceré cuanto te encuentre, ricura», piensa Hodges. Vuelve a escribir la palabra en mayúsculas y traza repetidos círculos alrededor, cercándola. «Serás el capullo que llama mareante a un maleante.»

(pp. 45-48)

 

 

         Hodges aparca el Toyota en el cobertizo que utiliza como garaje, situado a la izquierda de su casa, y se detiene a admirar el césped recién cortado antes de encaminarse hacia la puerta. Allí encuentra una nota asomando de la rendija del buzón. En un primer momento piensa que podría ser de Mr. Mercedes, pero algo así sería demasiado audaz incluso para ese individuo.

         Es de Jerome. Su cuidada caligrafía contrasta en extremo con la jerigonza del mensaje.

 

                   Apreciado bwana Hodges.

                   He cortao la hierba y dejao el cortase’pe’ otra vé en la coshera. E’pero que no lo haya shafao, amo. Si tié alguna otra faena que hasé pa e’te negro, coja el tubo y me dé un toque. Con musho gu’to hablaré con u’té si no e’toy trajinando con una de mi’ señora’. Como sabe, dan musho trabajo y a vese’ nesesitan un repasito, porque se me suben a la parra, y la’ mulata’ má que ninguna. Siempre a su di’posisión, amo.

JEROME.

 

Hodges menea la cabeza en un gesto de hastío pero no puede contener una sonrisa. Ese chico que trabaja para él saca sobresalientes en matemáticas especiales, sabe recolocar canalones caídos, le arregla a Hodges el correo electrónico cuando se le bloquea (cosa que ocurre con frecuencia, debido sobre todo a su propia torpeza), tiene nociones de fontanería, habla francés bastante bien, y si le preguntas qué está leyendo, es capaz de aburrirte durante media hora con el condenado simbolismo de la sangre en D. H. Lawrence. No quiere ser blanco, pero ser un negro con talento en una familia de clase media alta le ha generado lo que él define como «conflictos de identidad». Esto lo comenta en tono festivo, pero Hodges no cree que hable en broma. En realidad no.

(pp. 113-114)