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Revista de estudios filológicos
Nº30 Enero 2016 - ISSN 1577-6921
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RESUMEN CRÍTICO

DE LA

HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA

 

por Andrés González-Blanco

 

 

         La Historia entendida en un sentido crítico y casi científico, la Historia tal como la concebían Sainte-Beuve y Taine, apenas se aplicó a las letras hasta mediados del siglo pasado. La Historia literaria se escribía siempre de un modo imaginativo, por hombres de intuición y de fantasía más que de estudio, por hombres que miraron la Historia literaria como un solaz de espíritus superficiales más que como una disciplina de espíritus severos…

         Y sin embargo, bien sabe Dios que si hoy día hay un estudio interesante, aun científicamente hablando, es el estudio de la Historia literaria. No puede menos de ser paradójica la expresión de Renán en L’avenir de la science: «El estudio de la Historia literaria ha de hacer perder el interés por las obras maestras de la Humanidad.»

         Renán se ha equivocado en esta predicción como en otras muchas, porque sería realmente incomprensible que, interesando mucho las consideraciones acerca de las obras maestras y sus autores, no interesaran esas mismas obras maestras; como sería extraño que al que interesaran las investigaciones acerca de la luz de las estrellas, no interesara la constitución íntima de esos astros. Afortunadamente la Humanidad se mantiene fiel a la tradición de la Lógica, y no es la Lógica la que enseña a desdeñar las causas cuando se examinan los efectos.

         Para sentir afición por las principales obras maestras de un idioma, nada mejor que conocer históricamente esas obras maestras en su génesis, en su producción, en su desarrollo, en su influencia sobre la Humanidad circundante y la Humanidad venidera.

         Nada más absurdo que abandonar a los jóvenes autodidactos o a los que siguen estudios profesionales a un prurito de improvisación que solamente con un talento que extravase de lo vulgar puede ser fructífero. Entregarse en brazos del azar, estudiar por salto y como de escapada lo primero que cae en nuestras manos, no circunscribir nuestro afán de sabiduría con un límite impuesto por un docto maestro o por un libro educador, que nos indiquen métodos y fines, resulta empresa estéril e irrisoria, y sólo puede permitirse a una inteligencia genial. Y como las inteligencias geniales no abundan (yo creo que afortunadamente; otros creerán que por desgracia), es imposible entregar a la juventud estudiosa en brazos del azar, que muchas veces conduce por derecha vía a la impotencia, más lamentable cuanto más fácil de evitar ha sido.

         La RETÓRICA Y POÉTICA de D. Narciso Campillo ha sido verdaderamente el modelo de la Preceptiva clásica. En la última mitad del siglo pasado, dudo que ninguna otra obra de este género pueda ponerse enfrente de ella. Acaso sólo rivaliza con ella la Retórica de Coll y Vehí, aquel catalán tan metódico, tan claro, tan comprensivo, que fué a la preceptiva de las bellas letras lo que Balmes fué a la metodología filosófica: un espíritu latino, amplio y nítido, capaz de adoctrinar todas las inteligencias, aun las más rudas.

         Yo tuve la dicha de estudiar la Retórica de Coll y Vehí en mis ya cada vez más lejanos tiempos de colegial; y la disciplina y solidez clásica que pueda tener mi espíritu, a ella se la debo, y así lo confieso solemnemente en estas páginas. Todo el fondo de humanismo que hay en mí fué formado y sedimentado por esa Retórica, en una edad como la adolescencia, en que el entendimiento está dúctil como la cera y propicio a todas las impresiones.

         Hube de conocer más tarde, ya enmarañado en la selva negra del profesionalismo literario, esta interesante RETÓRICA Y POÉTICA, de Narciso Campillo, espíritu tan sagaz, tan comprensivo y tan latino, que lo mismo pergeñaba cuentos amenos y algo picantes a la manera de Boccaccio y de Chaucer, que resumía en unas cuantas páginas, concisas y claras, todos los cánones y considerandos de la Preceptiva clásica, sin perder de vista las orientaciones modernas que a apuntar comenzaban en su época.

         Hoy, invitado galantemente por los beneméritos editores Sres. Perlado, Páez y C.ª, Sucesores de Hernando, a quienes debe tanto la cultura pedagógica –y extrapedagógica– de nuestra patria, a escribir unas cuantas páginas que vengan a ser a modo de introducción a este buen libro y algo así como un resumen de la historia literaria de España, accedo con gusto a ello, si escaso de fuerzas, muy animado por una buena voluntad.

         Puesto que esta Retórica aun goza de tan merecido predicamento en nuestra Península, y acaso más aún en las Repúblicas sudamericanas, con suma concisión procuraré trazar un croquis de la Historia de la Literatura española, donde naturalmente no ha de enseñar nada nuevo, sino resumir y recordar lo ya muy sabido, mas acaso por algunos olvidado.

         Estas páginas vendrán a ser una especie de paseo pedagógico por la historia de nuestra literatura. En ellas se verá poca erudición y mucha claridad, escasa copia de datos y rapidez en el informe. Tratar de forjar una Historia de la Literatura española con perspectivas originales e inéditas sería inútil, sarcástico y pedantesco. Mi oficio aquí es el de aquel que compone una Guía –Bœdecker o de las otras– para que no se pierdan en las encrucijadas los visitantes de una ciudad…

 

SIGLOS I AL XII DE NUESTRA ERA

 

         Estudiar la literatura castellana en los tiempos en que aún no era castellana, me ha parecido siempre tarea impropia de los que aman una Pedagogía severa, que no busca lucir galas de erudición, sino educar y orientar la mente del alumno, poco apta, en su candorosa virginidad, para recargarse con menudos detalles biográficos.

         La literatura castellana no comienza, por lo tanto, en Porcio Latrón, en Marco Anneo Séneca, en Lucio Anneo Séneca, en Marco Anneo Lucano, en el bilbilitano Marcial o en el retórico Quintiliano; la literatura castellana comienza sencillamente en el Poema de Myo Cid.

         Quédense para las historias de la literatura latina los autores que nacieron en España cuando ésta era una colonia de Roma; quédense para la historia de la literatura eclesiástica aquel Prudencio Clemente, aquel Juvencio, aquel Orosio, aquel Idacio, aquel Draconcio, aquel Orencio, aquel Juan de Biclara, aquellos tres arquiepiscopales ornatos de Sevilla; - Isidoro, Leandro y Fulgencio. ¿Pueden tener cabida en una historia seria de la literatura castellana autores que no escribieron en nuestro idioma, algunos de los cuales nacieron en nuestros dominios por pura casualidad?

         ¿Qué nos importan, históricamente hablando, la Disciplina Clericalis, de Pero Alfonso, y el tratado de Pero Compostelano, De Consolatione Rationis? Estudiar a estos venerables autores, algunos de los cuales han alcanzado valor universal, que no se circunscribe a nuestra patria, es encomienda de sagaces eruditos latinistas, y no ha de ser gravamen de inteligencias jóvenes y balbuceantes.

 

 

 

SIGLO XII

 

         Si el Libro de los tres Reys d’Orient y la Vida de Santa María Egipciaqua no son todavía monumentos del lenguaje castellano hecho y formado plenamente, son ya interesantes atisbos de lo que había de ser más tarde el poema heroico-religioso, que por entonces era la única clase de poesía cultivada. Verdadera concreción del espíritu de la época, estos poemas heroico-religiosos tenían un sabor genuinamente castellano ya y representaban la doble dirección que había de tener más tarde la poesía de Castilla, una vez formado el idioma: carácter caballeresco y carácter místico.

         El Libro de los tres Reys d’Orient es realmente un poema grosero y deforme, de tosca metrificación, duras rimas y léxico a medio formar; pero tiene la ingenuidad característica de la época.

         Aquí empieza la verdadera literatura castellana; buscar la fuente de origen remontándose a la literatura hispanolatina –que, por lo demás, ha dado libros tan magistrales como el De Institutione Oratoris, de Quintiliano, las Epístolas de Séneca y los Epigramas de Marcial– sólo como feliz paradoja puede permitirse.

         El Poema o Misterio de los Reyes Magos, anterior al Libro de los tres Reys d’Orient, escrito en versos que son remedo de los llamados leoninos, en que ambos hemistiquios coinciden por la rima, y de los exámetros y pentámetros, salvo el final rimado, testifica una antigüedad venerable. Su lenguaje es realmente el punto de confluencia del latín y del romance; todavía la lengua madre no se ha descompuesto del todo y asistimos en este poema a los balbuceos del idioma que habían de depurar Juan Ruiz y el marqués de Santillana tres siglos más tarde.

         Surge luego el Poema de Myo Cid, el verdadero poema nacional, obra de rapsodas, como La Ilíada, en que Homero recopiló todo lo que se cantaba por las plazas y calles de Grecia en la época. En vano reclama su paternidad Pedro Abad.

 

Quien escribió este libro del Dios paraíso; Amén.

 

         «Per Abbat le escriuió en el mes de mayo en la era de mill e CC… XLV annos…»

         Aunque el Sr. Fernández Espino, en su Manual de Literatura, pretenda que este medio innominado Pedro Abad fué el verdadero autor del poema, fundándose en que del mismo modo se atribuye el que legítimamente le pertenece Juan Lorenzo de Segura en su Poema de Alexandre, la verdad es que en esa época escribir equivalía a copiar, y la labor de Pedro Abad fué simplemente labor de copista, de benedictino auténtico. ¿O acaso de recopilador? ¿Acaso Pedro Abad recogió en un vasto poema, al cual dió esa forma informe que le caracteriza, todas las leyendas y tradiciones que corrían respecto al admirable Rodrigo Díaz de Vivar?...

         Difícil es en verdad simular la aurora en el crepúsculo, y nadie menos propicio que yo a reconocer bellezas encantadoras en los rudimentos de un arte; pero hemos de confesar que aquel a quien no le conmuevan la rudeza y la puerilidad a un tiempo del Poema de Myo Cid, no tiene alma de artista. ¿Quién no goza en esos viciosos pleonasmos, en esas rudas gentilezas del lenguaje, en esa ausencia absoluta de imágenes y de galanuras de expresión? El Poema de Myo Cid es en verdad la llanura yerma de Castilla; sólo algún débil arbusto –una leve imagen poética– la engalana y corta su uniformidad sosa. Pero hay quien ha dicho, con sacrílega frase, que falta en él la ternura. ¡Ternura! Falta la feble sensiblería de un poeta elegíaco de estos tiempos; pero la ternura que cabe en un pecho de guerrero, vaya si la hay, y en abundancia. ¿Quién no se ha conmovido leyendo aquel episodio de la amargura del Cid cuando se queja de los infantes de Carrión, que tan malditamente habían destrozado los corazones de sus hijas, D.ª Elvira y D.ª Sol?[1]. He aquí las conmovedoras y sencillas frases:

 

   A quem descubriestes las telas del corazón?

A la salida de Valencia mis fijas os di yo,

Con muy grand’ondra e avedes a nombre

Cuando las non queriedes ya, canes traydores;

Por qué las sacábades de Valencia sus onores?

A qué las firiestes a cinchas e a espolones?...

Solas las dexaste en el Robledo de Corpes

A las bestias fieras e a las aves del monte.

 

         ¿Se puede concebir un grito más sincero y más espontáneo de un padre, a la vez rudo y tierno?...

         Como poema nacional, el Poema de Myo Cid lo es verdaderamente. La lengua comienza en él a balbucear y la epopeya del Campeador está cantada con la ingenua rudeza de las épocas primitivas.

         La Disputación entre el cuerpo y el alma del trovador popular PERO GÓMEZ fué escrita también a mediados del siglo XII, y merece citarse, aunque sólo sea por su sistema de versificación, en el que ya se inclina a los versos pentámetros, ya admite los octonarios y hasta los exámetros de quince sílabas. El fondo no pasa de ser una vulgar disquisición eclesiástica.

         GONZALO DE BERCEO es el primer poeta erudito cuyo nombre se populariza y no entra en los dominios de la literatura anónima de gesta. Clérigo del monasterio de San Millán de la Cogulla, escribe con especial delectación vidas de santos: Vida de Santo Domingo de Silos, Vida de San Millán de la Cogulla, Vida de Santa Oria, El Martirio de San Lorenzo, etc. El ritmo de sus versos no puede ser más ingenuo y su inspiración más pura; la metrificación es naturalmente desmañada e irregular, y apenas hay en su obra verso que no sea flojo. No importa; nadie ha podido cantar después con tal ingenuidad las dulces vidas de los bienaventurados, sencillas y hasta prosaicas, por lo cual el poeta hace también versos sencillos y prosaicos, como estos de Santo Domingo:

 

   El pan que entre día le daban los parientes

Non lo quería él todo meter entre dientes.

 

         Ignórase el autor de El libro de Apolonio, que tiene por objeto reseñar la historia de Apolonio, rey de Tiro, leyenda gentílica entrelazada con la cristiana en la intención del anónimo poeta que compuso este romance, como él mismo dice, de nuevo tono…

 

   Componer un romance de nueva maestría

Del buen rey Apolonio et de su cortesía…

 

         JUAN LORENZO DE SEGURA, clérigo natural de Astorga, floreciente a mediados del siglo XIII, es el autor del Poema de Alexandre, que algunos han querido atribuir al mismo GONZALO DE BERCEO, a juzgar por la contextura de los versos, que son en realidad idénticamente sonantes a los del clérigo de Calahorra. En este poema se encuentra la primera nota de paisaje, el primer trazo naturalista y descripcionista que tiene la literatura castellana:

 

   El mes era de mayo, un tiempo glorioso,

Cuando fazen las aves un solaz deleytoso,

Sus uestidos los prados de uestido fermoso.

 

         El poema del CONDE FERRÁN GONZÁLEZ no tiene indudablemente la misma importancia que el Poema de Alejandro, y es, sin embargo, un monumento interesante de la época, porque muestra qué semilla había vertido el mester de clerecía y cómo el román paladino, puesto en boga por GONZALO DE BERCEO, se difundía y propagaba. Ignórase aún el autor de este poema, que es de primera fila.

 

SIGLO XIII

 

         DON JUAN MANUEL inicia la estirpe de literatos de sangre real. Era este infante letrado de la noble prosapia regia de León y de Castilla, nieto de San Fernando, sobrino de Alfonso el Sabio e hijo del hermano de este monarca, D. Pedro Manuel. Nació en la villa de Escalona en 5 de mayo de 1282, y se distinguió por su carácter turbulento, por lo que un antiguo cronista dice «que podría facer grand daño en el reino». Su primo D. Sancho el Bravo educóle literariamente, y de esta educación fué fruto el libro de El Conde Lucanor, admirable recopilación de apólogos populares y eruditos, escritos (como él mismo dice) en una mañera que en Castilla llaman fabiella. Probablemente la Disciplina clericalis, libro de cuentos en latín escrito por PEDRO ALFONSO, fué el modelo del Conde Lucanor.

         Buen ejemplo tenían que imitar en aquella época los vasallos del sabio rey, tan letrado como no hubo otro jamás ni es probable que vuelva a haberlo, tal como van las cosas por una absurda senda de democracia indocta. La primera producción del Rey Sabio fueron las célebres Cantigas, que en modernos tiempos ha publicado la Academia Española en edición ornada por valioso prólogo del nunca bien ponderado D. Juan Valera. Estos loores a la Virgen, compuestos en variedad de versos de seis a doce sílabas, son verdaderamente el primer suspiro lírico de la lengua castellana. La gran conquista de Ultramar, narración de la guerra de las Cruzadas, viene después, pero se nos ha dicho, siguiendo a Ticknor[2], que esta obra es «más bien un trabajo hecho bajo su dirección que fruto de sus propios desvelos». El Fuero Juzgo, comenzado bajo la dirección de su padre D. Fernando, fué indudablemente rematado y completado por Alfonso X. El Espéculo y El Fuero Real le siguieron, hasta llegar a la labor colosal de Las Partidas, monumento primitivo de la legislación española, código dividido en siete partes, que recibió el nombre que lleva después de la muerte del monarca erudito[3].

         DON JUAN MANUEL fué digno sobrino de D. ALFONSO EL SABIO, y en el sendero literario le alentaron las aficiones del REY ALFONSO XI, el buen rey batallador y docto, muerto en el cerco de Gibraltar, en 1350, de un maligno ataque de peste, y que dejó a la posteridad un Libro de la Montería, que mandó escribir (como reza el mismo título), pero en el cual puso todo el aliento de su espíritu. En el arreglo de este tratado cinegético encuéntrase una égloga en octava rima, hecha por el poeta granadino GÓMEZ DE TAPIA, en loor del nacimiento de la infanta D.ª Isabel, hija de Felipe II. Para que nadie se sorprenda de este aparente anacronismo, hágase notar que ese tratado lo dió a luz el poeta preceptista sevillano GONZALO ARGOTE DE MOLINA en 1582.

         Bajo el reinado de uno de estos dos Alfonsos sabios y discretos, no se sabe de cuál de ellos, diéronse a luz dos poemas escritos por desconocido autor que se encubre bajo el nombre de EL BENEFICIADO DE ÚBEDA. Estas rimas, en su principio, tienen un tono análogo al de los exordios y preludios usados por Gonzalo de Berceo:

 

   Si me ayudare Christo o la Virgen Sagrada,

Querría componer una facción rimada

De un confesor que fizo vida honrada

Y que nació en Toledo, en esa ciudad nombrada…

 

         Quinientas y cinco estancias del primer poema desenvuelven lánguidamente la vida de San Isidoro, y el segundo la de Santa María Magdalena… Pia fraus poetica…

         JUAN RUIZ, arcipreste de Hita[4], merece una más detenida atención, y realmente es el poeta-genio del

SIGLO XIV

 

         El judaizante RABBÍ DON SEM TOB es acaso el más interesante poeta del siglo XIV en Castilla. Sus Proverbios morales encierran, bajo un barniz de poesía fina y dulce, una enseñanza ética muy recomendable. Ya él advirtió al comienzo:

 

   Nyn vale el asçor menos

Por nascer en vil nyo,

Ni los enxemplos buenos

Por los decir xudío…

 

         PERO GONZÁLEZ DE MENDOZA, abuelo del MARQUÉS DE SANTILLANA, siguió la ruta nunca antes trillada, y que luego había de desbrozar y embellecer su nieto, de la poesía serraniega. Una «Cantiga serrana» es la principal de las cuatro producciones suyas que han llegado hasta nosotros.

         Por esta época florece la Historia con relativo esplendor dentro del tono general de incultura. GONZALO DE HINOJOSA, obispo de Burgos, escribe una Crónica latina, que abarca desde la creación del mundo hasta el reinado de Alfonso XI. FERNÁN SÁNCHEZ DE TOVAR, ricohome de Valladolid, pergeña las Tres crónicas de los reinados de Alfonso X, Sancho el Bravo y Fernando IV.

         Los reinados de Enrique II, Juan I y Enrique III traen cosecha abundante de poetas. Florecen por entonces PEDRO FERRÚS, que se distingue como poeta lírico-erótico y cortesano; ALFONSO ÁLVAREZ DE VILLASANDINO, gran decidor de versos y hombre de vida muy poco honorable; PERAFÁN DE RIBERA, adelantado de Andalucía y gran protector de los talentos jóvenes; el ARCEDIANO DE TORO, que escribió en dialecto gallego, muy usado a la sazón en la corte; GARCI FERNÁNDEZ DE GERENA, privado en la corte de Juan I, a quien tuvo la humorada de pedir por mujer una juglaresa «que avía sido mora», y casóse con ella no más que por el vil metal, hasta que, comprendiéndolo D. Juan I, lo retiró de su lado. Vivió en una ermita cerca de Gerena, de donde tomó el nombre, y luego pasó a tierra de moros, apostatando de la fe católica y volviendo en 1401 a Castilla, mísero y descalificado.

         Según avanzaba el siglo XIV, la protección de los magnates iba haciendo prosperar la Poesía. A fines de ese siglo y comienzos del XV destaca en la corte de cultivadores de la gaya scienza D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA, que cultivó, como toda su familia, el lirismo, y en Poesía se dedicó a géneros tan diversos como las pastorales o vaqueiras provenzales, las Cantigas de Serrana que iniciara el Arcipreste de Hita y las poesías al modo italiano o cossantes. El hermano político de este D. Diego, hijo del maestre D. Fadrique, don Alonso, también hizo poner en boga el modo provenzal, y merece ser recordado por su Canción a la rica hembra y defeita, los dezires titulados El Testamento y La Vida de Amor y el Razonamiento que fizo consigo mesmo. PEDRO VÉLEZ DE GUEVARA ha dejado unas muy razonables Cantigas a la Virgen, y el DUQUE D. FADRIQUE compuso «assaz gentiles canciones e dezires», como dice el marqués de Santillana. RUY PÁEZ DE RIBERA, poeta sevillano, «ome muy sabio e entendido», escribió un Proceso que ovieron en uno la Dolencia e la Vejez e el Destierro e la Probesa.

         MICER FRANCISCO IMPERIAL, nacido en Italia, «meresció en estas partes del Ocasso el premio de la triunphal e larírea guirlanda», y fué «trovador e dezidor». Avecindado en Sevilla durante el reinado de D. Pedro I, trató de cultivar la forma alegórica, tan corriente en Italia, su tierra natal. Compuso una imitación directa de La Divina Comedia, a veces traduciendo hasta literalmente estrofas de El Purgatorio, empleando casi siempre los versos de arte mayor y arte real en su poema Desyr a las Siete Virtudes.

         En GONZALO MARTÍNEZ DE MEDINA encontramos el primer maestro de poesía filosófico-moral (Decir que fué fecho sobre la justicia et pleitos et la gran vanidat de este mundo). Éste es el heraldo de aquella filosofía parenésica o ética que habían de cultivar más tarde Rioja, Rodrigo Caro y Fernández de Andrada.

         En la versión del poema de Virgilio La Eneida, hecha «más en mal latín que en buen castellano», según la expresión de Juan de Valdés, empleó gran parte de sus ocios principescos D. ENRIQUE DE VILLENA. El maestre de Calatrava D. Luis de Guzmán encargó a su vasallo el RABBÍ MOSÉ ARRAGEL DE GUADALAJARA la traducción de la Biblia en romance vulgar, y el buen judío empleó ocho años en la colosal tarea. Fray Arias de Encinas y otros doctos teólogos toledanos fueron sus asesores. PEDRO DÍAZ DE TOLEDO tradujo el Fedón y otros diálogos platónicos; ALFONSO DE PALENCIA, las obras históricas de Josefo y Plutarco; VASCO DE GUZMÁN, las de Salustio… et sic de cœteris.

         El célebre enamorado gallego MACÍAS fué un poeta a quien su pasión hizo cantar, y en la magnífica Antología de poetas castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días, recopilada por el difunto Menéndez Pelayo, está la flor y esencia de sus trovas… «Muy hermosas sentencias», escribió de ellas el marqués de Santillana, y no lo son realmente, sino quejas de un corazón apasionado.

         FERNÁN PÉREZ DE GUZMÁN, tío del marqués de Santillana, escribió un bello poema en cuarenta octavas de arte menor, que se titula Loores de los claros varones de España. Luego, en ciento dos redondillas, lanzó los Proverbios, escritos a la manera de Salomón y de Séneca.

         En prosa, «algo mejor que sus versos», como dice Ticknor, escribió Las generaciones y semblanzas, dando noticia de los treinta y cuatro principales personajes que vivieron en su misma época. Entre ellos figuran el rey D. Enrique III, Juan II, el condestable D. Álvaro de Luna, el marqués de Villena y otros.

 

SIGLO XV

 

         JORGE MANRIQUE se destaca en la penuria del siglo XV como un gran poeta. Era de familia letrada, pues Rodrigo Manrique, su padre, conde de Paredes, sin embargo de su vida atropellada y belicosa, dedicó alguno de sus raros ocios a componer poesía, y de él nos queda una bella canción. GÓMEZ MANRIQUE, su hermano, nos ha dejado varias canciones, aunque también fué soldado y peleó contra el enemigo común en la frontera de Andalucía. Vivió y escribió bajo tres reinados, y a instancia del conde de Benavente recogió todas sus poesías en un volumen que, si aún no había sido impreso cuando Ticknor escribía su Historia de la literatura española, lo fué más tarde, en 1884, en la Biblioteca de Autores Españoles. La más larga de todas sus canciones, que se recopilaron antes en el Cancionero general[5], es la dedicada a la muerte de su tío el marqués de Santillana.

         El hijo del conde de Paredes, Jorge Manrique, fué el que alcanzó (y con una sola hermosísima canción) una fama permanente; como que es de los pocos poetas que hoy citan y recuerdan todos, sabios e ignorantes. Algunas de sus estrofas hasta han pasado a ser proverbios populares, como la de:

 

   Cualquiera tiempo pasado

Fué mejor…

 

         Hay en esos versos una melancolía sin afectación, una elegante nobleza, que los hace dignos de la universal simpatía de que gozan, y colocan a su autor en el rango de los poetas populares en el mundo entero, de los que pueden citarse como el Eclesiastes, Leopardi, Heine o Campoamor…

         La familia de los Urreas fué también, como la de los Manriques, una familia de literatos. El primer conde de Aranda, D. LOPE DE URREA, fué padre de dos poetas, Miguel y Pedro, entre los cuales este último sobresalió por unas célebres coplas.

         En prosa resplandecieron por entonces JUAN DE LUCENA, consejero privado de D. Juan II y su embajador en varias cortes extranjeras, autor de un tratado De vita beata, en prosa didáctica, bajo la forma alada del diálogo entre los principales personajes de la época, como el poeta Juan de MENA, el marqués de Santillana, el obispo D. Alonso de Cartagena y el propio Lucena, que oficia de árbitro.

         La visión deleitable, del bachiller ALFONSO DE LA TORRE, viene a ser «un breve compendio del fin de cada sciencia que quasi prohemialmente contouiesse la esencia de aquello que en las sciencias es tratado», como dice el mismo autor[6].

         DIEGO RODRÍGUEZ DE ALMELA compuso El Valerio de las historias, en forma de una disputa sobre ética, y ALONSO ORTIZ, canónigo de Toledo, publicó dos breves tratados, uno para consolación por la muerte de su esposo, dirigido a la reina D.ª Isabel, para que ésta la transmitiera a la princesa de Portugal, y el otro una oración gratulatoria a los Reyes Católicos por su conquista de Granada en 1492.

         DIEGO DE SAN PEDRO, regidor de Valladolid, o decurión, como le llama muy pintoresca y romanamente el buen Ticknor, es el primer novelista psicológico del mundo, y Cárcel de amor, libro muy popular en su siglo, aun puede hoy aspirar a la popularidad. Dedicóla a Diego Hernández de Córdoba, alcalde de los Donceles. Leriano y Laureola son sus simpáticos protagonistas. Tan interesante es la novela de Diego de San Pedro, que fué traducida a lengua inglesa por Lord Berners[7] y ha recorrido en triunfo Europa entera.

         Questión de amor fué una imitación de la obra de Diego de San Pedro, que se publicó en 1512. En ella se advierte la huella que había impreso en sus contemporáneos el primer novelista sentimental.

 

 

 

 

SIGLO XVI

 

         Un florecimiento de poetas inicia el siglo XVI. Fulguran con luz propia desde principios del siglo GARCILASO DE LA VEGA, tan gentil caballero de la milicia como paladín de las letras, cantor de las mejores Églogas y de los mejores Sonetos que por entonces se escribieron en lengua castellana. Murió heroicamente a los treinta y tres años de su edad, cerca de la villa de Frejus, a las órdenes del ejército del emperador Carlos V. Fué garrido y varonil, y tan mimado por las damas de la Corte como por las Musas. Sus amigos fueron los hombres más ilustres de la época: Boscán, quien le indujo a escribir sus poesías en el modo italiano, el cardenal Bembo, Hernando de Acuña y el protestante español Juan de Valdés, que, en su Diálogo de las lenguas, le recuerda con elogio.

         DON DIEGO HURTADO DE MENDOZA descuella, si no tanto como novelista picaresco, con luz propia en la lírica, ya siga las huellas de sus amigos Boscán y Garcilaso, ya persevere en el estilo de las antiguas coplas castellanas. «¿Qué cosa aventaja a una redondilla de D. Diego Hurtado de Mendoza?» exclama con admiración Lope de Vega.

         CRISTÓBAL DE CASTILLEJO compuso un muy admirable Sermón de amores, en fáciles versos, de troquel netamente castellano, puesto que tenía odio jurado a Boscán y Garcilaso. En Diálogo de las condiciones de las mujeres describe «con satírico pincel –como dice D. Adolfo de Castro– el fuego oculto que ardía en los conventos de monjas de su siglo, retraídas de los engaños del mundo, pero combatidas de la memoria de sus deleites». Era Castillejo natural de Ciudad Rodrigo, donde nació por los años de 1494, es decir, cuando expiraba el siglo XV. Asistió desde muy joven en la corte de D. Fernando de Austria.

         FERNÁN PÉREZ DE LA OLIVA es el primer prosista de nota del siglo XVI; enriqueció nuestra lengua castellana con hermosos giros latinos. Su Diálogo de la dignidad del hombre es un monumento del idioma. Dignos de mención son DON LUIS DE MEJÍA, sevillano (1521), autor de Labricio Portundo, novela moral, y D. PEDRO DE MEJÍA, que escribió Silva de varia lección, traducida luego al francés, italiano, alemán y flamenco.

         ANTONIO DE GUEVARA, cronista del emperador Carlos V y obispo de Mondoñedo, muy encomiado por Cervantes en el prólogo de la primera parte del Quijote, dejó un curioso tratado de ética palatina: Relox de príncipes, al cual se incorporó el Libro de Marco Aurelio[8]. También es muy curioso su libro Menosprecio de corte y alabanza de aldea[9] y Aviso de Privados. Sus Epístolas Familiares son a momentos amenísimas y a momentos fatigosas, y su Década de los Césares está cuajada de citas falsas y datos apócrifos.

         JUAN DE MAL-LARA, profesor de Gramática en Sevilla, recopiló adagios populares en su libro Philosophía vulgar (1568), y escribió obras poéticas como Los trabajos de Hércules, la Psyche, La muerte de Orfeo y el Martirio de Santa Justa y Rufina, poema hispano-latino.

         FR. LUIS DE GRANADA, el ilustre dominico, protegido del conde de Tendilla, fué un admirable prosista, del cual quedan como perennes monumentos la Guía de pecadores (1567), el Tratado de la Oración y Meditación, El símbolo de la Fe y la Retórica eclesiástica.

         El BEATO JUAN DE ÁVILA, encarcelado por la Inquisición, dejó unas admirables Cartas espirituales; y FR. PEDRO MALÓN DE CHAIDE compuso hermosísimos versos y el tratado místico La conversión de la Magdalena, escrito en muy pulida prosa.

         Merecen ligera mención como escritores místicos FRAY ALONSO DE CABRERA, gran orador sagrado[10]; JUAN DE SEVILLA, que escribió algunas Vidas de Santos; JUAN SUÁREZ DE GODOY, que dejó un Tesoro de varias consideraciones sobre el salmo DCCCVII, y FR. JUAN QUIÑONES, agustino, autor de un Tratado para luz y guía de los nuevos misioneros y una Vida de la Verónica.

         Pero las dos lumbreras que en el cielo de la mística refulgen con brillo singular son SAN JUAN DE LA CRUZ y SANTA TERESA DE JESÚS, la admirable poetisa de las letrillas y la prodigiosa y sencillísima prosista de Las moradas o el castillo interior, de Camino de perfección, de las Cartas. Ninguna mujer tiene esplendor tan maravilloso en la literatura española, ni aun en la literatura universal, como SANTA TERESA DE JESÚS.

         Su compañero de Orden y de trabajos evangélicos, SAN JUAN DE LA CRUZ, ha dejado las más admirables poesías místicas de lengua castellana.

         En Filosofía resplandecieron con viva refulgencia MIGUEL SERVET, la víctima del atrabiliario Calvino; OLIVA SABUCO DE NANTES, la gran filósofa, única mujer española que ha filosofado; JUAN HUARTE, médico navarro, autor de un hermoso tratado que titula Examen de ingenios, y en el que anticipa mucho de la moderna Psicología experimental; FRANCISCO VALLÉS, autor de la Sacra philosophia, donde concede razón a los irracionales;  GÓMEZ PEREIRA, evidentísimo precursor de Descartes, que se aprovechó bien ampliamente de la Antoniana Margarita de aquél; el obispo CARAMUEL, estético muy notable; LUIS VIVES, el admirable autor del tratado De Causis corruptarum artium, donde aboga contra Aristóteles en pro de Platón, el filósofo de universal fama, que de su natal Valencia pasa a enseñar a los flamencos en Brujas, el autor del Tratado de educación cristiana[11]; MELCHOR CANO, autor del tratado De logis theologicis; EL BROCENSE, que compuso con criterio amplio su Minerva, donde da admirables consejos de Preceptiva literaria; el MAESTRO PERPIÑÁ, al cual pertenece el tratado De divina et humana philosophia discenda; FURIÓ Y CERIOL, que escribió De libris sacris in vernaculam linguam convertendis, mostrándose discípulo de Pedro Ramus; SEBASTIÁN FOX MORCILLO, nuestro más estupendo filósofo después de Vives[12], autor de unos Comentarios de los Tópicos de Cicerón, escritos a los veintiún años, de un admirable tratado publicado en Lovaina en 1554 (De naturâ philosophiæ seu de Platonis et Aristotelis consensione) y de unos comentarios acerca del Timeo y del Fedón de Platón.

         ALONSO DE FUENTES, autor de una Filosofía natural; LUIS DE ALCÁZAR, tratadista de Derecho, en su Investigatio arcani sensûs in Apocalipsi, y CIPRIANO DE VALREA, protestante, traductor de la Biblia, merecen singular mención.

         Como historiadores sobresalieron D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA, que a la vez fué un prodigioso novelista picaresco en El Lazarillo de Tormes y un buen poeta, y que dejó La historia de la guerra contra los moriscos de Granada; LUIS DEL MÁRMOL, que en el mismo período estudió el mismo asunto en la Historia de la rebelión y castigo de los moriscos de Granada, y además escribió una Descripción general del África: sus guerras y vicisitudes; FR. PEDRO DE RIVADENEYRA, que nos legó un Flos Sanctorum, una Historia del cisma de Inglaterra y una Vida de San Ignacio de Loyola; FR. JUAN DE SIGÜENZA, célebre por su Vida de San Jerónimo (1595); y GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO, por su Historia general y natural de las Indias.

         Entre todos descuella el PADRE JUAN DE MARIANA, de la Compañía de Jesús, autor de la magna Historia de España y notable como tratadista político en su De rege et regis institutione, y como moralista en su tratado De spectaculis y en el De las enfermedades de la Compañía.

         Han de recordarse también LÓPEZ DE GOMARA, secretario de Hernán Cortés, por su Historia general de las Indias; BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, por su Verdadera historia de los sucesos de la conquista de Nueva España; y PEDRO CIEZA DE LEÓN, por su Crónica del Perú.

         La novela picaresca es, sin duda alguna, el género literario más peculiar y privativo de España, el que más nombre nos ha dado en el extranjero y el que más ha influído en las modernas orientaciones literarias de realismo y naturalismo novelescos. Sin exagerar la nota hasta el punto de decir con un ilustre preceptista e historiador literario moderno: «Entre Rinconete y Cortadillo o El pícaro Guzmán de Alfarache y Le ventre de Paris, de Zola, preferimos sin vacilación los modelos españoles[13]» -puesto que no hay paridad de tiempos y, según reza el sabio adagio: distingue tempora et concordabis jura; ni tampoco hay igualdad de técnica y la técnica es lo único perfectible en arte (según ha observado muy bien Menéndez Pelayo), la verdad es que el más puro realismo ha nacido y se ha propagado en España.

         La novela picaresca es la más pomposa floración literaria del

 

SIGLO XVII

 

         Descuellan en este género tan nacional VICENTE ESPINEL, el creador de la décima (modalidad métrica llamada también en obsequio suyo espinela), que compuso La vida del escudero Marcos de Obregón, en la cual tiene, como dice su panegirista Alonso de Ercilla, «buenos y agudos conceptos declarados por gentil ternura y lenguaje»; el sevillano MATEO ALEMÁN, «uno de los escritores más geniales y vigorosos de nuestra lengua», según Menéndez Pelayo, al cual le salió, como a Cervantes en Avellaneda, una contrafigura en Juan Martí, abogado de Valencia, que publicó una segunda parte del Guzmán con el anagrama de Mateo Luján de Saavedra, sin llegarle ni a los talones en gracia e inventiva y en buen lenguaje.

         No menos digno de mención es JERÓNIMO DE CONTRERAS, de quien se supone que fué capitán y cronista de Su Majestad y que escribió Selva de aventuras (1565) y Vergel de varios triunfos (1575); y ANDRÉS PÉREZ DE LEÓN, fraile dominico que, con el seudónimo de Francisco López de Úbeda, lanzó a la luz La pícara Justina, historia divertida, aunque poco desbrozada y pulida, de una cortesana.

         DON DIEGO HURTADO DE MENDOZA, de quien ya hemos hablado, dejó como eterno modelo de novela picaresca El Lazarillo de Tormes; el gran QUEVEDO, tan gran poeta satírico como tratadista político y grave moralista, hizo su incursión en el campo de la novela picaresca, y dejó marcada su garra de león en ese género con Las zahurdas de Plutón, El alguacil alguacilado y, sobre todo, la muy divertidísima y regocijada, aunque a ratos excesivamente cruda, Vida del Gran Tacaño.

         Pero el maestro de la novela picaresca, como en general de la novela española, es el gran MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, nacido en Alcalá de Henares en 9 de octubre de 1547, estudiante en Sevilla, servidor del cardenal Acquaviva en Madrid, soldado en Lepanto, recaudador de Contribuciones en Argel, casado en Esquivias con D.ª Catalina de Salazar, al fin de su vida cofrade en la Congregación de indignos esclavos del Santísimo Sacramento; en suma, como ha dicho un poeta contemporáneo,

 

cristiano y amoroso y caballero…

 

         El gran maestro, donde puso la mano dejó esclavizada a la posteridad. Así, en novela picaresca, nada se conoce mejor (ni hay probabilidades de que en muchos siglos se mejore) que las Novelas Ejemplares, colección de doce narraciones amenas y escritas en limpio y admirable lenguaje, y tituladas: La Gitanilla, El amante liberal, La tía fingida, Las dos doncellas, La ilustre fregona, Rinconete y Cortadillo, La fuerza de la sangre, El licenciado Vidriera, El casamiento engañoso, La señora Cornelia y El celoso extremeño.

         No se sabe cuál elegir de estas maravillas de amenidad y estilo, con profunda filosofía moral en el fondo e incomparable humorismo en la forma; para mi gusto hay cuatro que son insuperables: Rinconete y Cortadillo, La ilustre fregona, La tía fingida y La Gitanilla.

         Como novela-tipo, como novela-epopeya, como Evangelio de la raza, nadie que sea español de verdad dejará de admirar El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, libro único inmortal, del cual sería superfluo, pretencioso y pedantesco intentar decir nada que oliese a nuevo. Hegel, el gran filósofo, el Aristóteles moderno, y Enrique Heine, el gran poeta alemán, cantaron con frases elevadas la grandeza del Quijote. Byron dijo, un poco atropelladamente, que «fué un gran libro que mató a un gran pueblo», y Montesquieu llegó a decir, en el frenesí del elogio, «que fué un gran libro que dejó en ridículo a todos los demás de España».

         La Poesía no dejó de florecer en el siglo XVII, pero pronto comenzó a roerla el gorgojo del culteranismo, cuyo padre y maestro fué D. LUIS DE GÓNGORA, aunque quiera adjudicarse ese discutible honor FR. HORTENSIO FÉLIX PARAVICINO, que en el púlpito inoculó esta peste literaria, y aunque D. Gregorio Mayans y Siscar le dé la prerrogativa del invento. Tampoco fué D. DIEGO DE SAAVEDRA FAJARDO, que, si bien era exagerado conceptista, como lo muestra en sus Empresas, no llegó al culteranismo agudo, ni D. JUAN DE JÁUREGUI, a pesar de su traducción de La Farsalia, posterior a la publicación de las obras de Góngora.

         DON LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE, nacido en Córdoba (1561), fué indudablemente un poeta de extraordinaria inspiración e incomparable dominio de la técnica, que aun en sus extravíos revela un talento prócer. Racionero de la catedral de Córdoba (nombrado en 1590), vivió la vida tranquila y apacible del que dedica todas sus energías al cultivo de las Musas. Sus obras maestras, en la primera manera, son los Romances y letrillas, entre las cuales hay algunas, ya amorosas, ya satíricas, como Los dineros del sacristán, Ande yo caliente, Milagros de corte son, Aprended, flores, de mí, Hermana Marica, Gran filósofo me han hecho, etc., no igualadas en idioma castellano.

         A la segunda manera pertenecen Las Soledades, El Polifemo y Piraneo y Tisbe. Entre los sonetos hay unos sencillos y puros, hay otros enrevesados. El crítico ha de ser exegeta al estudiar a Góngora; es menester una enorme suma de erudición y una gran sagacidad para atisbar el sentido oculto de algunas de sus frases, y aun con esto, el muy docto Pellicer no estaba seguro de haber acertado con el sentido del autor, al interpretarlo y comentarlo, y así lo expresa en sus Lecciones solemnes a las obras de D. Luis de Góngora.

         No hay que exagerar, sin embargo, las diatribas contra Góngora, que, en fin de cuentas, sólo intentó perfeccionar la reforma del lenguaje poético, comenzada por Garcilaso y continuada por Herrera, si bien éste con infeliz suceso, en muchas de las obras amorosas. «Tomó de Garcilaso lo que en Garcilaso halló más en consonancia con su gusto –dice muy acertadamente D. Adolfo de Castro[14] - como tomó de Herrera lo que más se avenía a la fogosidad de su ingenio. Estimulado por la imitación que de su primitivo estilo hicieron los ingenios de la escuela de Granada en Las flores de poetas ilustres, se consideró llamado a regenerar el lenguaje poético, llevando a la exageración lo que sin exagerar obtuvo el aplauso de los doctos.»

         Royendo los zancajos al gran Góngora y prosiguiendo el

 

estilo, si no métrico, peinado,

 

 van ALONSO DE BONILLA, autor del Nuevo jardín de flores divinas (1617), LEDESMA (1552-1623) y JACINTO POLO DE MEDINA, murciano de vivo ingenio, autor del Hospital de incurables.

         DON ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS cifró su empeño (1589-1669) en la inútil y descabellada empresa, como la llama con mucho acierto Méndez Bejarano[15], de adaptar los metros latinos a la lengua española. En la edición de sus Eróticas (1617), él mismo mandó poner de emblema un sol naciente rodeado de estrellas que palidecían (las estrellas eran Rioja, Quevedo, Lope de Vega, etc., y él –naturalmente– era el sol) con esta inscripción latina: Me surgente, quid istæ?... Como ensayo curioso de métrica castellana, pueden leerse sus exámetros.

         FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS (1580-1645), oriundo de Santander, nacido en Madrid, como poeta cayó en el conceptismo y aun en el culteranismo[16], a pesar de la cultiniparla y de la Nueva aguja de marear cultos.

         JOSÉ DE VILLAVICIOSA (1589-1658) también tocó a veces el escollo de la poesía del siglo en La Mosquea (1605), imitación de La Batracomiomaquia. «La crítica ha señalado dos defectos en esta obra: la pedantería y la extensión –dice Méndez Bejarano. Nosotros nos permitiremos añadir que la parodia se extrema inconsideradamente.»

         FERNANDO DE HERRERA había sido el poeta máximo del siglo XIV, el poeta de quien se pudo decir, como él dijo de Apolo:

 

   En el sereno polo,

Con la suave cítara presente,

Cantó el crinado Apolo

Entonces dulcemente,

Y en oro y lauro coronó su frente.

 

         Vivió modesta y plácidamente, como beneficiado de la parroquia de San Andrés, en Sevilla, y no quiso aceptar cargos que le ofreció D. Rodrigo de Castro, el cardenal-arzobispo de Sevilla, «que deseó tenelle en su casa y acrecentalle en dignidad y hacienda», según dice Pacheco.

         Poeta lírico, no fué más que esto; pero lo fué cumplidamente, tomando su profesión como un sacerdocio. Su estro es elevado y noble; su lenguaje, limpio y claro; su imaginación, exuberante. En odas y en sonetos fué incomparable. El inglés Fitzmaurice-Kelly dijo en su Historia de la Literatura española que «dos de sus más bellos sonetos, dedicados uno a Carlos V y otro a D. Juan de Austria, son superiores a todos los versos de Garcilaso».

         Herrera dejó semilla de discípulos, y en el siglo XVII florecieron en la escuela sevillana RODRIGO CARO, jurisconsulto y vicario general del arzobispado de Sevilla, apasionado de la Arqueología, erudito de valer[17], poeta latino (en su oda A la Virgen de las Veredas y su Cupido pendulus) y autor de la famosísima Canción a las ruinas de Itálica, una de esas poesías que inmortalizan a un autor.

         FRANCISCO DE RIOJA (nacido en Sevilla en 1595), abogado consultor, bibliotecario de Felipe IV, más tarde racionero de la catedral de Sevilla, fué un discípulo de Herrera, a quien aventajó en ciertas notas delicadas y suaves. Su silva A la rosa es digna de un gran poeta.

         Hasta hace poco ha sido mal estudiada, casi desconocida, la personalidad de ANDRÉS FERNÁNDEZ DE ANDRADA, puesto que se le discutía (repartiéndola entre Rodrigo Caro y Rioja) la paternidad de la Epístola a Fabio. No por haber arrancado esta Epístola a Rioja queda éste disminuído como poeta, aunque el a veces injusto Fitzmaurice-Kelly diga con cierto desdén: «Rioja tiene ahora menos importancia de la que ofreció hace treinta años. Sin embargo, todavía figura con el príncipe de Esquilache y el conde de Rebolledo entre los escritores que ejercieron una sana influencia en su época.»

         DON PEDRO DE QUIRÓS, el segundo madrigalista español después de Cetina (perteneciente a la Orden de Clérigos y fallecido en 1670), escribió admirables sonetos, canciones, madrigales y epigramas. El DR. JUAN DE SALINAS (1560-1643) compuso muchos epigramas y romances, alguno de los cuales se ha atribuído a Góngora (De amor las intercadencias).

         DON JUAN DE JÁUREGUI, uno de nuestros grandes poetas, traductor de La Farsalia, de Lucano, comenzó por ser lírico a la manera de Herrera y acabó inoculado de gongorismo. Son notables su elegía A la muerte de la reina D.ª Margarita, su canción Al oro y la delicadísima poesía, que bordea lo picante sin llegar a la escabrosidad, Acaecimiento amoroso. La paráfrasis del salmo Super flumina Babilonis «merece contarse entre las mejores que hay, no sólo en España, sino entre todas las lenguas europeas (dice D. Federico de Castro). Reune cuatro cualidades esenciales para esta clase de escritos: inteligencia del sagrado texto, elocución vehementísima, sublimidad de la frase, claridad en el estilo». La traducción de la Aminta, del Tasso, es afortunadísima, hasta el punto de hacer afirmar a Cervantes, jamás hiperbólico, que dudaba cuál era la traducción y cuál era el original, y obligar a Ticknor a decir que es «la más completa y la más hermosa».

         En 1524 publicó el Orfeo, poema mitológico, que quiso imitar Juan Pérez de Montalbán, el ridiculizado en el célebre epigrama. En prosa escribió una Apología del P. Fr. Hortensio Félix Paravicino, el célebre predicador gongorista, y el Discurso poético contra Góngora, con el cual transigió después.

         Son dignos de mención también en este siglo y en esta escuela D. FERNANDO DE ÁVILA Y SOTOMAYOR, autor de la tragedia Ninia y Filos y de la comedia Todo cabe en lo posible; D. DIEGO F. DE QUIJADA, autor de una colección de ochenta sonetos petrarquescos, dedicados a una amada ideal, donde enumera las propiedades del sol, refiriéndolas a… otro sol del alma, por lo cual los titula Las Soliadas[18]; D. FERNANDO AFÁN DE RIBERA, marqués de Tarifa, autor de La fábula de Mirra, poema en octavas compuesto en Nápoles en 1631; SOR FRANCISCA DE SANTA TERESA (en el mundo Gregoria Francisca Parra y Quiroga), cantora mística muy notable, de quien dice con justicia D. Luis Vidart que «supo conservar en sus poesías líricas estas formas sencillas y al propio tiempo elevadas que constituyen la difícil facilidad de la expresión eterna con que debe revestirse el pensamiento lírico»; D. FRANCISCO PACHECO, suegro de Velázquez, ilustre pintor y tratadista de artes plásticas y poeta muy notable; y FERNANDO DE LA TORRE FARFÁN, que escribió, como buen sevillano, «con rumbosa alegría», como dice Ortiz de Zúñiga.

         El teatro llega en el siglo áureo a su más espléndido florecimiento. FRAY FÉLIX LOPE DE VEGA CARPIO (nació en 1562), mozo muy dado a los devaneos, compuso comedias y dramas y loas y sainetes y pasos a porrillo, de los cuales sobreviven pauci quos æquus amavit Apollo… En su mocedad sirvió al obispo de Ávila, luego fué secretario del duque de Alba y casó con D.ª Isabel de Ampuero. Tuvo un desafío; se embarcó en 1588 en la expedición contra Inglaterra; perdió a su esposa; soportó un proceso por amancebamiento con Juana Trillo; casó en segundas nupcias con D.ª Juana Guardo, en Toledo; prosiguió sus relaciones con D.ª María de Luján; entró al servicio del duque de Sessa (1606); ordenóse de sacerdote (1614), aparentemente emocionado por la muerte de su segunda esposa; no interrumpió por eso su vida de escándalos; estuvo en ilícitas y públicas relaciones de adulterio con D.ª Marta Nevares, esposa de D. Roque Hernández; ingresó en la Congregación de Venerables Sacerdotes de la Corte (1625), y falleció diez años después (27 de agosto de 1635).

         En medio de esta vida accidentada y borrascosa no es posible que preparase con tiempo y escribiese con esmero sus innumerables piezas teatrales y sus ensayos de otros géneros literarios, puesto que invadió el campo novelesco con La Arcadia (1598), imitación de La Galatea, de Cervantes, de La Arcadia, del italiano Sannazaro, y de La Diana, del portugués Jorge de Montemayor. Siguiendo sus incursiones en terreno para él vedado, escribió El peregrino en su patria (Sevilla, 1603), novela en cinco libros, y La Dorotea, novela dialogada o comedia representable (acción en prosa, como él dice), a imitación de La Celestina. Para rivalizar con Cervantes escribió ocho novelitas, que querían emular las ejemplares.

         Su poética la expuso en el Arte nuevo de hacer comedias, poema didáctico en verso libre, donde fluctúa entre la tradición clásica y lo que llama «poética invisible». Su popularidad fue única en su siglo, superior a la de Cervantes, Calderón, Moreto y Ruiz de Alarcón.

         De las ¡mil ochocientas! obras dramáticas que escribió, sólo merecen destacarse y figurar en una mención honorífica La dama boba, La moza de cántaro, Lo cierto por lo dudoso, El mejor alcalde, el rey, La estrella de Sevilla, El castigo sin venganza, El Nacimiento de Cristo, El premio del bien hablar y alguna más que no citamos.

         Ticknor dice con razón que «las pruebas de su mal gusto son harto frecuentes», y Moratín, en una carta, refiriéndose a sus obras de teatro, ha dicho que en ellas no hay que buscar nada perfecto; las que se pueden elegir, todas serán defectuosas y todas tendrán prendas estimables.

         GUILLÉN DE CASTRO, nacido en Valencia (1569) y militar, ha pasado a la posteridad sólo por un drama, Las mocedades del Cid, que inspiró a Corneille la maravillosa tragedia El Cid.

         GABRIEL TÉLLEZ, fraile de la Merced, más conocido por el seudónimo de TIRSO DE MOLINA, es el más naturalista de los dramaturgos del siglo de oro y el que hoy goza de más predicamento[19], por convenir más a sus gustos, la elección de asuntos y la técnica al carácter de nuestra época. A veces es crudísimo y aun obsceno por exceso de naturalismo. Todas las mujeres son livianas, en lo cual se muestra su misoginismo de fraile. En las comedias históricas descolló poco, y D. Alberto Lista dice con razón que «sólo hay una que merezca elogio», y ésta es La prudencia en la mujer, basada en la menor edad de Fernando IV. El Burlador de Sevilla es otro drama histórico de gran enjundia y nervio, que dió margen a la creación del admirable tipo de D. Juan Tenorio, luego cantado por todos los poetas máximos del mundo, por Zorrilla en su magnífico drama, por Byron, Musset, Lenau y Guerra Junqueiro en sus poemas.

         No comprendemos cómo el Sr. Méndez Bejarano, culto historiador, llega a decir, refiriéndose a ese drama de fray Gabriel Téllez, que «no hay para qué hablar del protagonista; no es carácter, es un pobre histérico, superficial e irresponsable»[20]. Tamaña herejía nos parece inexplicable en un autor serio.

         En las comedias propiamente dichas o de costumbres descolló Tirso de Molina sobremanera. «Menos ameno y delicado que Moreto –dice Martínez de la Rosa–, no tan ingenioso y urbano como Calderón, más atrevido y libre que Lope, mostróse superior a todos ellos en malicia y sal cómica.»

         Merecen mencionarse Don Gil de las calzas verdes, La villana de la Sagra y Mari-Hernández la gallega, y entre los dramas religiosos El condenado por desconfiado. Como curioso ensayo novelesco y abigarrado –colección de cuentos, disertaciones, poesías y comedias– pueden citarse sus dos libros Los cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar aprovechando (1635).

         ANTONIO MIRA DE MESCUA, natural de Guadix (1578) y limosnero de Felipe IV, merece mención, a pesar de cierto virus culterano, por sus comedias La rueda de la Fortuna y Galán valiente y discreto.

         LUIS VÉLEZ DE GUEVARA, nacido en Écija (1570), autor de la curiosa y entretenida novela El Diablo Cojuelo (que Lesage tradujo en Le diable boiteux), también fue un excelente dramaturgo, como lo prueba en sus obras Reinar después de morir, tan ensalzada por Ticknor: «tragedia llena de melancolía, tierna como un idilio»; La Luna de la Sierra y La Serrana de la Vega, tradición popular de Extremadura.

         DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN, natural de Méjico (1593), atraído a España por el ansia de renombre, fué nombrado relator del Consejo de Indias. Fué muy zaherido hasta en sus defectos físicos –pues tenía la desdicha de ser corcovado– por los mejores ingenios de la época: Lope de Vega, Quevedo y otros.

         Dejó obras admirables, que acaso exceden a todas las de sus contemporáneos, como son Los pechos privilegiados, Ganar amigos, El tejedor de Segovia y La verdad sospechosa. «Su estilo –dice Ticknor– es mejor que el mejor de sus contemporáneos.»

         En última escala encontramos entre los cultivadores del teatro a D. LUIS DE BELMONTE, autor de El Diablo predicador y La renegada de Valladolid y colaborador de Calderón en El mejor tutor, Dios; D. DIEGO JIMÉNEZ DE ENCISO (1585), satírico de los culteranos y autor de la hermosa obra El príncipe D. Carlos, donde presenta a D. Felipe II «con colores bien distintos de los que solían prestarle los poetas cortesanos del tiempo de su nieto[21]», como dice D. Ramón de Mesonero Romanos.

         DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA es el supremo y genial dramaturgo del siglo de oro. Su obra es amplia y profusa, aunque no tanto como la de Lope de Vega. Fué sacerdote también como éste, pero más regular en sus costumbres. Su producción escénica puede dividirse en varios grupos, de los cuales citaremos las obras que pueden servir de modelos, advirtiendo antes que su especialidad son los Autos sacramentales. A) DRAMAS SIMBÓLICOS (La vida es sueño). B) AUTOS SACRAMENTALES (La cena de Baltasar, La oración de la misa y El divino Orfeo). C) DRAMAS RELIGIOSOS (La devoción de la Cruz[22], El mágico prodigioso[23] y El príncipe Constante). D) COMEDIAS DE CAPA Y ESPADA (La dama duende, Casa con dos puertas mala es de guardar, No hay burlas con el amor y El secreto a voces). E) DRAMAS TRÁGICOS (El médico de su honra, A secreto agravio, secreta venganza, El alcalde de Zalamea, La niña de Gómez Arias y El mayor monstruo, los celos). F) DRAMAS HISTÓRICOS (La cisma de Inglaterra). G) BUCÓLICAS, ENTREMESES, JÁCARAS Y MOJIGANGAS (La púrpura de las rosas, El dragoncillo, El golfo de las Sirenas y El laurel de Apolo)[24].

         Calderón, al igual que Lope de Vega, es muy irregular y defectuoso; pero moderó más su inspiración y no la dejó correr tan a chorro suelto. Sería un dramaturgo perfecto «si caracterizase más frecuentemente el enigma de la vida con esa profundidad que distingue a Shakespeare», como dicen muy bien los hermanos Schlegel[25].

         DON FRANCISCO DE ROJAS ZORRILLA, ilustre toledano, nacido en 1687, escribió mucho, pero sólo quedan de él media docena de obras memorables, entre las cuales destacan García del Castañar, como drama, aunque él lo titula comedia, y entre las comedias verdaderamente tales, No hay amigos para amigos, Donde hay agravios no hay celos y Entre bobos anda el juego[26].

         El madrileño D. AGUSTÍN DE MORETO Y CABAÑAS (1618-1669) fué más bien un refundidor de argumentos de otros que un creador. «Su especialidad radica en la comedia de carácter», escribe con razón Méndez Bejarano[27]. Refundido de dos obras de Lope de Vega (El mejor alcalde, el rey y Los novios de Hornachuelos), es su principal drama histórico, El ricohombre de Alcalá. Mejores son sus comedias, entre las cuales es admirable sencillamente El lindo D. Diego, y granjeó universal fama a su autor El desdén con el desdén.

         DON ÁLVARO CUBILLO DE ARAGÓN, granadino, escribió un centenar de comedias, de las cuales sólo merecen hoy recordarse El conde de Saldaña, El amor como ha de ser y La perfecta casada; del malagueño D. FRANCISCO DE LEYVA podemos citar: Los socorros de los mantos, La dama-presidente, El honor es lo primero, Cuando no se aguarda y Príncipe tonto; del ilustre orador sagrado D. FELIPE GODÍNEZ, nacido en 1585 y procesado y condenado como hereje por la Inquisición en 1624, son dignas de nota las comedias a lo divino, entre las que destaca O el fraile ha de ser ladrón, o el ladrón ha de ser fraile, y como comedia profana Aun de noche alumbra el sol; de D. CRISTÓBAL DE MONROY, regidor perpetuo de Alcalá de Guadaira, han de señalarse tres hermosas comedias: La batalla de Pavía, Las mocedades del duque de Osuna y El defensor de sí mismo.

         En apiñado montón han de ir recordados sólo los nombres y apenas las obras de FR. JOSEF DE VALDIVIESO (1556-1636), censor eclesiástico de muchas obras maestras de la época y que compuso muchos autos sacramentales; FRANCISCO TÁRRAGA, canónigo; JUAN PÉREZ DE MONTALBÁN (1602-1638), tan satirizado por Quevedo; JUAN B. DIAMANTE (1630-1685), autor de La judía de Toledo, base de la célebre tragedia Raquel, de D. Vicente García de la Huerta; ANTONIO HENRÍQUEZ, judaico; FRANCISCO BANCES CANDAMO (1662-1709), insigne avilesino, muy agasajado en la corte, y los hermanos D. DIEGO y D. JOSÉ FIGUEROA CÓRDOBA, que dejaron obras dignas de mención, como La ilustre fregona, La hija del mesonero y Mentir y mudarse a un tiempo.

         Entre los prosistas castellanos de este siglo descuella el PADRE JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, jesuíta de origen bávaro (1590-1658), que si no escribió con la elegancia de un literato de la época, escribió con la rudeza exenta de afectación de un espíritu noble. Merecen citarse sus tratados De la hermosura de Dios, donde concilia las doctrinas de Platón con las de Aristóteles; su Aprecio y estima de la divina gracia, en que expone la teoría moral del congruísmo, del filósofo Suárez. También escribió, cogiéndole el título a Hesiodo, Las obras y los días (manual de moral ad usum Delphini) y Las centurias de dictámenes prudentes y reales, bajo cuyo pomposo e hinchado título se esconde una colección de máximas, muchas de ellas con sabor pagano. 

         Más enérgico y vibrante prosista que Nieremberg, aunque más aparatoso y enfático, es D. DIEGO DE SAAVEDRA Y FAJARDO (1584-1648), que nació en Aljézares (Murcia) y alcanzó elevados puestos en la corte y en la diplomacia. Dió a luz la más famosa de sus obras, De las empresas políticas o idea de un príncipe cristiano (1640), donde aparece bien manifiesta la influencia de Maquiavelo.

         La Corona gótica es otra notable obra suya que aspiraba a ser una historia general política de España. Pero Saavedra sólo tuvo tiempo a llegar a los visigodos, y un historiador, D. ÁLVARO NÚÑEZ DE CASTRO, la continuó hasta la Casa de Austria, con menos estilo y más erudición que D. Diego de Saavedra. Hay más retórica que exposición de hechos en esta obra.

         La República Literaria (1655), obra póstuma de D. Diego (y aun se ha discutido que fuese suya), encubre bajo la forma de la narración novelesca los juicios del autor sobre sus contemporáneos. Recuerda Los sueños de Quevedo por su factura y, al recordar a Quevedo, recuerda ineludiblemente a Luciano de Samosata.

         BALTASAR GRACIÁN, el célebre jesuíta (1605-1658), que tanto gustaba de citar Schopenhauer, fué a la prosa lo que Ledesma y los secuaces funestos de Góngora fueron a la poesía. Su estilo es de lo más insoportablemente hinchado, gongorista y pedantesco que cabe imaginar. Pero indudablemente era un pensador de altura, y en muchas cosas se adelantó a su siglo. Ni hay motivo para la rehabilitación extremosa que se le ha hecho, ni para la acrimonía y desdén con que anteriormente se le trataba en las historias de la Literatura. Sus obras principales son El Héroe (1630), donde indica las condiciones para formar un héroe, perdiéndose a veces en laberintos de logomaquias y agudezas que recuerdan los delirios de la escolástica decadente…; ensayo que va seguido del que se titula El Discreto; luego la Agudeza y arte de ingenio (1642), que comienza por un enrevesado Panegírico del Arte; y El Criticón, que es su obra maestra (1650-1653), donde presenta viajando juntos a un noble español y a un salvaje y narra diversas aventuras que les acaecen. Sus poesías –Las selvas del año– son muy inferiores a su prosa.

         FRAY HORTENSIO PARAVICINO fué, como hemos dicho, el orador sagrado del gongorismo, y su obra más sobresaliente fue el Panegírico funeral, por el cual se le acusó de plagiario. Fray Gabriel Morales le apodó «predicador del diablo». También resaltó como orador JUAN DE PINEDA, jesuíta (1557-1637), el cual llegó a tal nombre que al visitar la Universidad de Évora se grabó allí una inscripción que rezaba: Hîc Pineda fuit… Imprimió muchos sermones y el Memorial de Fernando III.

         Como historiadores resaltan D. FRANCISCO DE MONCADA, valenciano (1586-1635), autor de la Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, obra muy hermosa, artística e históricamente; D. CARLOS DE COLOMA, alicantino (1573-1637), gran traductor de Tácito e imitador de César en su libro De las guerras de los Estados Bajos desde 1588 a 1599; D. FRANCISCO MANUEL DE MELO, portugués que escribió en español (1611-1667) y que se ha inmortalizado por su única obra, Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña[28]; D. ANTONIO SOLÍS (1610-1686), maravilloso prosista, autor de la Historia de la conquista de Méjico, obra que más bien es un poema a las hazañas de Hernán Cortés. Sus Cartas merecen también honrosa mención. Como literato, escribió cuatro obras teatrales del género heroico: Triunfo de amor y fortuna, El alcázar del amor, Eurídice y Orfeo y Las Amazonas. Hay algo de exceso de énfasis y pompa en ellas y acaso por eso le han sobrevivido más las obras cómicas, como El amor al uso, Un loco hace ciento, imitación de El lindo D. Diego, de Moreto, y La gitanilla de Madrid, imitación de la novela de Cervantes.

         DON DIEGO ORTIZ DE ZÚÑIGA (1636-1680) es un buen historiador que tuvo pocas condiciones de estilista. Merece mención su admirable y voluminosa obra Anales eclesiásticos y seculares de Sevilla, «obra muy útil y provechosa y de mucho lustre y ornamento, no solamente para Sevilla, sino para toda España», como dice D. Juan Antonio Cortés.

         Entre los novelistas de la época que sostuvieron el prestigio del género, ya en decadencia, han de señalarse DON FRANCISCO DE NAVARRETE Y RIBERA, autor de Las dos hermanas, El caballero invisible, Casa de juego y Flor de sainetes; D. FRANCISCO DE PÁRRAGA, autor de Historia de Lisseno y Fenisa (1701); D. FRANCISCO BERNALDO DE QUIRÓS, asturiano, prócer de alcurnia, autor de la encantadora novela Las aventuras de D. Fruela (1656), de una comedia titulada graciosamente El hermano de su hermana y varios entremeses estrenados victoriosamente o «libres del silbo original», como dice él mismo; D. RODRIGO FERNÁNDEZ DE RIVERA (1577-1631), algo culterano, pero ameno novelista, que compuso en su juventud un hermoso poema en octavas, Las lágrimas de San Pedro, mostrándose «poeta erudito y lleno de noticias», como dice Ortiz de Zúñiga, y luego escribió las deliciosas novelas Los anteojos de mejor vista y El Mesón del Mundo (1631), de las cuales dice el ilustre erudito sevillano D. Luis Montoto: «No son, a decir verdad, superiores Las zahurdas de Plutón y La visita de los chistes, de Quevedo, a Los anteojos y El Mesón, y no obstante, ¡cuán diversa ha sido su fortuna! Los anteojos revelan la misma intención y acaso superior fuerza imaginativa que El Diablo Cojuelo, y, a pesar de eso, mientras las prensas multiplican hasta lo infinito los ejemplares de la obra de Vélez de Guevara, cuesta un ojo de la cara dar con uno del libro de Rivera. No aventaja El lazarillo de Tormes a El Mesón del Mundo, y aquél es un personaje que ha pasado a la categoría de proverbial, y contados son los lectores que en El Mesón han entrado.»

 

 

SIGLO XVIII

 

         La restauración literaria del siglo XVIII, emprendida para contrarrestar los efectos de la decadencia que a fines del XVII iba corroyendo el alma nacional (decadencia por apoplejía, no por anemia; decadencia del pueblo que se ha gastado en demasía), iníciase con la fundación de la Academia del Buen Gusto, instituída en 1749 en la casa de D.ª Josefa Manso de Zúñiga, condesa viuda de Lemos, a imitación del Hotel de Rambouillet, de París, donde resplandecía la seductora Julie d’Angennes.

         De esta Academia formaron parte los espíritus más selectos de la época: D. IGNACIO DE LUZÁN (1702-1754), el gran preceptista de aquel tiempo, aragonés de nacimiento, autor del Arte poética y muy excelente poeta lírico en odas como La conquista de Orán, ferviente secuaz de las huellas de Boileau en Francia y Muratori en Italia, donde Luzán residió en su adolescencia; D. JUAN ANTONIO PORCEL, canónigo de Granada y muy agasajado en los salones, autor de El Adonis: égloga venatoria; D. LUIS JOSÉ VELÁZQUEZ, marqués de Valdeflores (1722-1772), autor de la primera obra de historia literaria, que se publicó por entonces, Orígenes de la poesía castellana, muy erudita, y compuesta en elegante estilo; el CONDE DE TORREPALMA, autor de muy inspiradas poesías, y D. AGUSTÍN DE MONTIANO Y LUYANDO (1657-1765), muy docto varón y muy mediocre poeta.

         Por otra parte, fundada ya la Academia Española, en ella iban ocupando los primeros puestos algunos excelentes literatos de entonces, como D. GABRIEL ÁLVAREZ DE TOLEDO (1659-1714), de quien dice el maestro Menéndez Pelayo que «asombra encontrar entre el fárrago insulso de los versos que entonces se componían una meditación poética tan alta de pensamiento y tan firme de estilo…»

         DON JUAN ANTONIO PORCEL era harto más amplio de espíritu que sus compañeros de Academia, como se observa en algunas palabras que dejó escritas acerca de la crítica. En cambio, su compañero D. BLAS NASSARRE era un preceptista a la antigua, a quien tanto zahirió VÉLEZ DE LEÓN. Fuera de sus fantásticas opiniones acerca del Arte y en especial acerca del teatro antiguo español, NASSARRE era hombre culto, gran latino, jurisconsulto, teólogo, humanista insigne. Su prólogo a las Comedias de Cervantes (1749) contiene teorías muy singulares y le valió virulentas impugnaciones. Fué uno de los sobresalientes miembros de la Academia Española y de la Academia del Buen Gusto, donde leyó, entre otras poesías, la Fábula del Genil, de Pedro de Espinosa, dándola por suya; inocente superchería de buen humor en la cual cayeron hasta los varones más doctos de aquella congregación.

         Otro desenfadado crítico de aquel tiempo es el desconocido caballero que firmó con el seudónimo de JORGE PITILLAS una Sátira contra los malos escritores, publicada en el Diario de los Literatos de España (2.ª edición, tomo VII, año 1742). Es una composición muy vigorosa, inspirada en los autores satíricos latinos –Persio, Juvenal y Horacio–, y principalmente en Boileau. Con esta sátira se pasa a la posteridad, fuese quien fuese su autor[29].

         Uno de los espíritus más indisciplinados de aquel siglo fué D. DIEGO TORRES DE VILLARROEL, que escribió con chispeante ingenio su propia Vida[30], una Historia de historias (a imitación del Cuento de cuentos de Quevedo), un Correo del otro mundo (que ahora parece imitar Mariano de Cavia en sus popularizados Despachos de otro mundo), y dejó algunos sonetos satíricos sencillamente inmortales, como el titulado A los doctores de la Universidad de Salamanca. Fué un tipo picaresco, un residuo del antiguo estudiante español, aventurero y desenfadado. «Paso –dice él mismo– entre los que me conocen y me ignoran, me abominan y me saludan, por un Guzmán de Alfarache, un Gregorio Guadaña y un Lázaro de Tormes.»

         Como contraste a D. Diego Torres de Villarroel, puede oponerse la figura severa y estudiosa de FR. BENITO JERÓNIMO FEIJÓO, ilustre benedictino, profeso en el monasterio de San Pelayo de Oviedo, nacido en 1676 y muerto en 1764, dedicado toda su larga vida al estudio. Luis Vives, en los tratados De corruptione artium y De tradendis disciplinis, y Bacon en Novum Organum y De dignitate et augmentis scientiarum, fueron sus maestros principales. Escribió el Nuevo Teatro Crítico y las Cartas Eruditas, que son dos monumentos de la ciencia española, diga lo que quiera D. Alberto Lista, que se atrevió a afirmar que «la posteridad debe erigir una estatua a Feijóo y quemar sus obras al pie de ella». Don Gregorio Mayans, aunque no le era muy favorable, dijo de su estilo: Oratio ejus perspicua, sed peregrinis vocibus fædata… Desplegó toda su habilidad polémica y toda su erudición de buena ley contra las supersticiones que reinaban entonces en España como dueñas y señoras. Su compañero, el célebre doctor D. MARTÍN MARTÍNEZ murió víctima de los ataques que contra él y Feijóo organizaban sus adversarios. Pero Feijóo, firme y sereno, exclamó: «Si Martínez murió en el asalto, yo me mantengo sin herida alguna en la brecha.» Fernando VI concedió a Fr. Benito Feijoo honores de consejero, el papa Benedicto XIV le distinguió mucho y el rey Carlos III le colmó de alabanzas al regalarle las Antigüedades de Herculano, y en 23 de junio de 1750 prohibió pública y oficialmente que fuesen impugnadas sus obras[31].

         DON JUAN PABLO FORNER, meritísimo autor de las Exequias de la lengua castellana, fué, a más de un excelente poeta, un admirable crítico. Vivió de 1756 a 1797 y fué fiscal de la Audiencia de Sevilla, donde compuso sus mejores obras: Observaciones sobre la tortura, Reflexiones sobre la Historia, etc.

         Cuando sus observaciones de polemista y de Zoilo hayan pasado, permanecerán sus buenas condiciones de hablista. Sus poesías son mediocres en verdad, pero tampoco él aspiraba a la categoría de gran poeta.

         JOSÉ CADALSO, coronel, natural de Cádiz (1741-1782), imitó en sus poemas las detestables Noches del inglés Young (que él llamó Noches lúgubres), las que obligaron a decir a Westermaecker cuando el pobre Camilo Desmoulins las iba leyendo camino del patíbulo: «¿Quieres, pues, morir dos veces?...» También escribió una sátira titulada Los eruditos a la violeta, en que muestra el modo de ser enciclopédico en el curso de una semana.

         El muy descarado clérigo JOSÉ IGLESIAS DE LA CASA, con suma licencia de lenguaje, impropia de un eclesiástico, escribió letrillas y epigramas, algunos de los cuales quedan como modelos del género, pues resultan pequeños, fáciles y picantes:

 

   A la abeja semejante,

Para que cause placer

El epigrama, ha de ser

Pequeño, fácil, picante…

 

         Hay algunos que permanecerán como clásicos; tal es éste:

 

   El médico y su mujer

Contentos quedan los dos:

Ella se fué a ver a Dios

Y a él le vino Dios a ver…

 

         Cuando se quiso poner serio, se puso fastidioso, y sus poesías místicas son «ñoñas, fastidiosas y pesadas», como las apellida Ticknor.

         También se entregó a explotar alguna vez los versos ajenos, como dice el marqués de Valmar, que ha dedicado un brillante y documentado estudio a los poetas líricos del siglo XVIII[32].

         Si Cadalso no carece de facilidad y halago, pero en ningún género es eminente, como afirma el marqués de Valmar, en cambio Iglesias culminó en el epigrama. «Muy satisfecho –dice D. Juan Pablo Forner con un tono de modestia que le honra– estaba yo con mi epigrama, y muy satisfecho de que me había vengado con él a todo mi sabor, cuando hete aquí a mi amigo Arcadio (Iglesias), antiguo conmilitón mío en la Universidad, socarrón de primer orden y hombre que diría una pulla en verso al mismo Apolo en sus doradísimas barbas»[33].

         FRAY DIEGO GONZÁLEZ, poeta de la escuela salmantina, es más eclesiástico en sus versos que Iglesias de la Casa. «La poesía le era en tal modo connatural –dice D. Leopoldo Augusto de Cueto[34]-, que escribía versos como otros buscan juegos e insustanciales pasatiempos, cuando su edad frisaba apenas con la adolescencia.» Solía solazarse y escribir sus poesías en La Flecha, villorrio próximo a Salamanca, en las márgenes del Tormes, donde Fr. Luis de León había concebido sus obras más galanas. Tradujo algunos capítulos del libro de Job; comenzó un poema didáctico, Las edades, por instigaciones de su amigo Jovellanos, y sólo llegó a escribir la primera parte –La niñez– y compuso la admirable invectiva El murciélago alevoso. Son clásicos algunos de sus sonetos, como aquel que termina:

 

Para arador te sobran más de cien;

Para orador te faltan más de mil…

 

         DON VICENTE GARCÍA DE LA HUERTA se hizo célebre por el éxito grandioso e insólito de su tragedia La Raquel, que tiene antecedentes en La judía de Toledo, de Juan B. Diamante. Pertenecía literariamente a la escuela de Salamanca, aunque era extremeño, lo mismo que Forner y Meléndez Valdés. Como poeta lírico, es mediocre, y aunque combate el prosaísmo de Iriarte, incurre en lo mismo que censura[35]. Es curioso que su ruptura con Iriarte procediese de haberse negado a escuchar la lectura del poema La Música, de este último, porque comienza con aquel desdichado verso:

 

Las maravillas de aquel arte canto…

 

¡Él, que había escrito en su oda Al bombardeo de Argel versos como éste:

 

Forma el ataque; distribuye, regla

Con oportunidad la más exacta!...

 

         La Raquel es una obra admirable donde la exaltación lírica del verso llega a la cumbre que sólo han alcanzado contados poetas españoles, como Zorrilla. Hay admirables versos como éstos:

 

   Ya no conquista Alfonso; ya no vence;

Ya no es Alfonso rey; aprisionado

Le tiene entre sus brazos una hebrea;

Pues ¿cómo ha de ser rey el que es esclavo?...

 

         La Raquel fué la obra más popular de la época, algo semejante a lo que fué más tarde Don Juan Tenorio, de Zorrilla.

         No obstante, su autor, personalmente, gozó de escaso predicamento en la república de las letras de su época. «Burlábanse de él –dice Quintana– como de un ignorante o de un loco.» Moratín escribió un poema satírico titulado La Huertaida; Jovellanos pergeñó una sátira, que tituló Relación del caballero Butioro de Arcadia, y Forner le dedicó sus Reflexiones de Tome Cecial. En suma, todos sus contemporáneos le acribillaron con sus dardos satíricos, y su antiguo amigo Iriarte le dedicó el siguiente epitafio epigramático:

 

   De juicio, sí, mas no de ingenio escaso,

Aquí Huerta el audaz descanso goza;

Deja un puesto vacante en el Parnaso

Y una jaula vacía en Zaragoza.

 

         NICASIO ÁLVAREZ CIENFUEGOS fué detestable hablista, aunque muy dotado de imaginación, como dice Méndez Bejarano[36]; y JOSÉ VARGAS PONCE es un satírico de la talla de los Persio, de los Juvenal, de los Quevedo, que se inmortalizó con una sola composición, acaso la más graciosamente clásica escrita durante el siglo XVIII: la Proclama de un solterón, compuesta en octavas reales que por su aspecto mayestático y solemne dan un tono más burlesco a la poesía en conjunto.

         NIETO DE MOLINA, en lo épico-burlesco o épico-paródico, fué demasiado tardío. Escribió La Perromaquia, donde no se advierte sino «el desembarazo del hombre de ingenio y las agudezas del andaluz», como dice un crítico.

         ARJONA y MATUTE, anhelando colaborar a la depuración del gusto –dice un ilustrado preceptista– crearon en Sevilla una Academia Horaciana, destinada a estudiar y propagar los preceptos inmortales contenidos en las epístolas de Horacio. Otros sevillanos ilustraron por entonces las letras andaluzas, tales como FR. FERNANDO REINOSO (1732-1795), ilustre latinista, compositor de hermosas oraciones y poesías; FRANCISCO GONZÁLEZ DE LEÓN (1706-1761), traductor y comentador de Ovidio; JUAN JACINTO NÁJERA, comentador del Teatro crítico de Feijóo, y el estudioso sacerdote D. LUIS GERMÁN Y RIBÓN (1709-1784), fundador de la Academia de Buenas Letras de Sevilla.

         EUGENIO GERARDO LOBO, natural de Cuerva (Toledo) y nacido en 30 de septiembre de 1679, fué un ilustre militar que, como Garcilaso,

 

   tomando ora la pluma, ora la espada,

 

escribió obras, si no inmortales, muy dignas de encomio. Fué capitán de caballos-corazas del regimiento viejo de Granada, y Felipe V le llamaba en chunga «el capitán copiero». Tomó parte en todas las campañas de su época, en los cercos de Lérida y Montemayor, en la conquista de Orán, en la guerra contra Austria, y en la «brillante y sangrienta» batalla de Campo Santo junto al Tánaro (8 de febrero de 1743) recibió cuatro heridas graves, dos de metralla y dos de bala de fusil. Él mismo dice en carta al reverendísimo padre maestro FR. N., fechada en Bolonia el 20 de mayo de 1743: «Yo salí de la batalla con cuarenta granaderos menos y con cuatro agujeros más en mi cuerpo.» Fué nombrado mariscal de campo y caballero de la Orden de Santiago, y murió de una caída desgraciada de su caballo en agosto de 1750, siendo teniente general del ejército, capitán de guardias de infantería española y gobernador militar y político de la plaza y ciudad de Barcelona.

         Tanto en lo festivo como en lo serio, respondió Gerardo Lobo a las insinuaciones de una musa fácil y galana, y algunos de sus sonetos, como A una dama llamada Rosa (en lo cómico) y el que comienza:

 

Tronco de verdes ramas despojado

 

(en lo serio), son verdaderamente dignos del tiempo clásico.

         Fray Antonio Ventura de Prado, de la Real Academia Española y catedrático de Teología de la Universidad de Sevilla, dijo de él como síntesis de elogio, a vuelta de mil sutilezas conceptistas, que «es en lo serio dulcemente grave, y en lo festivo saladamente apacible; en la lira es sublime; en la elegía, dulce; en la cítara, suave, y con el albogue, el mismo chiste.» Don Antonio Alcalá Galiano (en su Historia de la Literatura española, francesa, inglesa e italiana en el siglo XVIII) concilia muy bien la censura con la alabanza. «Los versos largos de Gerardo Lobo –dice– eran de la mala escuela que antes dominaba; no así sus décimas, las cuales son fáciles, flúidas, graciosas, y recuerdan los mejores tiempos de nuestra literatura.»

         El P. JOSÉ FRANCISCO ISLA (1703-1781) combatió los vicios de la elocuencia de su época, «enrevesada, crespa, almidonada y a la chamberí», como él mismo la llama, con su novela Historia del famoso predicador Fr. Gerundio de Campazas, en la que sigue las huellas de Cervantes en el Quijote, procurando llegar a las cumbres de la sátira y cumpliendo el castigat ridendo mores, aunque sin alcanzarlas casi nunca.

         El maestro ANTONIO CAPMANY (1743-1813) escribió cinco nutridos volúmenes titulados Filosofía de la elocuencia, publicados de 1786 a 1794. En la prosa histórica sobresalieron MASDEU (1744-1809), con la Historia crítica de España, «escrita –dice Méndez Bejarano[37]- con espíritu semiescéptico, rica de ingenio y copiosa de erudición», libro que presagia toda la actual moderna y demoledora crítica histórica, atenida a los datos auténticos, y escrita con ánimo de derribar leyendas y destruir ídolos, historia verdaderamente iconoclasta; el P. ENRIQUE FLÓREZ (1701-1773), con sus muy documentados y serios volúmenes de La España Sagrada; el jesuíta ANTONIO DE SOLÍS, homónimo del otro historiador y autor dramático, escritor poco fecundo a pesar de su larga vida (1679-1764), conocido por su obra Lustro de la corte en Sevilla, y el historiador de igual apellido, D. FRANCISCO IGNACIO DE SOLÍS, autor de la Histórica narración de la conquista de Orán.

         El sabio D. ANTONIO DE ULLOA (1715-1795), que tanto contribuyó a la ejecución de las operaciones geodésicas y observaciones astronómicas de los académicos franceses en Quito, publicó muy curiosas obras científicas escritas en excelente y limpio lenguaje. Las principales son: La marina y las fuerzas navales de la Europa y del África (en dos volúmenes), El eclipse de Sol con el anillo refractario de sus rayos, las Noticias americanas y la Relación histórica del viaje a la América Meridional.

         DON FÉLIX MARÍA SAMANIEGO nació en la villa de La Guardia, en la Rioja, a 12 de octubre de 1745. Fueron sus padres D. Félix Sánchez Samaniego y D.ª Juana María Zabala, natural de Tolosa de Guipúzcoa. Como hijo mayor heredó los mayorazgos de su casa, y fué señor de las cinco villas del valle de Anaya. Recibió de sus padres la primera educación; estudió dos años de Leyes en Valladolid; viajó por Francia con mucha utilidad, y pasó después a Vergara, donde adquirió importantes conocimientos con el frecuente trato del conde de Peñaflorida y del marqués de Narros, sus parientes, y fundadores de la Sociedad Vascongada, la primera que se estableció en España, de la cual fué Samaniego uno de los primeros socios de número desde el año 1765, en que residía en La Guardia. Vivió después muchos años en Bilbao, por haber contraído allí matrimonio con D.ª Manuela Salcedo, de quien no tuvo sucesión. Como socio de número concurría a las juntas generales todos los años celebraba la Sociedad alternativamente en Vitoria, Vergara y Bilbao, amenizando con su agradable y chistosa conversación aquellas concurrencias. Residió también algunas temporadas en el Seminario de Vergara, como presidente de turno entre los socios de número, y entonces fué cuando comenzó a escribir sus Fábulas, acomodándolas a la capacidad de los niños. En 1782 le comisionó la provincia de Álava para evacuar en Madrid asuntos de la mayor importancia, que desempeñó completamente, sin embargo de estar prevenido contra él y su provincia al Ministerio; habiendo llegado a captarse de tal modo la íntima confianza del conde de Floridablanca, que éste tuvo empeño en darle algún destino importante, que rehusó constantemente. La provincia le regaló a su regreso una vajilla de plata, tasada en cuatrocientos mil reales, por no haber admitido dietas ni honorarios y haber hecho crecidos gastos; pero su desinterés le hizo rehusar este regalo, tomando una sola pieza en señal de agradecimiento[38].

         GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS (1744-1811), nacido en Gijón y destinado a la Audiencia de Sevilla, donde vivió cinco años, fué íntimo amigo del ministro Cabarrús, y cuando éste cayó en desgracia[39], Jovellanos fué desterrado a Asturias.

         También fué encarcelado como preso político en el castillo de Bellver (Mallorca). Jovellanos fué un eminente polígrafo que libó en todas las flores del pensamiento y siempre con provecho. Como poeta, sus Ocios juveniles contienen sátiras muy notables; dramaturgo, escribió la tragedia Munuza y la comedia El delincuente honrado; y estadista, se preocupó del porvenir de su país en el Informe sobre la ley Agraria y la Historia de las artes y de los espectáculos, así como en el discurso inaugural del Instituto de su nombre en Gijón[40].

         Algunas de sus sátiras son modelo de verso clásico y rítmico, de verso libre, sin rima, de esa poesía severa y poco aderezada que luego habían de cultivar Menéndez Pelayo en España y Leopardi en Italia, dándole esplendor eterno.

         DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS, salmantino, fué poeta notable por sus afectadas églogas y bucólicas. En sus primeros tiempos tuvo por rival a D. Tomás de Iriarte. Hay que confesar que éste tenía mucha más cultura y más condiciones de literato que el alfeñicado y endeble cantor de Filis. Su égloga A Batilo, premiada por la Real Academia Española, y su oda A las Artes, leída en la Real Academia de San Fernando, le hicieron popular. Hoy nos parece flojo, desmayado y frío.

         Todos los hombres valiosos de su época fueron amigos y admiradores suyos. Con Jovellanos se carteó mucho tiempo y encontró en él un maestro amical y un protector benévolo. Por instigaciones suyas aprendió la lengua inglesa.

         Nada más falso que el arcadismo o el ruralismo de Meléndez Valdés. Como nota curiosa consignaremos que apenas vivió en el campo, y habitó la mayor parte de su vida en una casa antigua de una angosta calle de la arcaica ciudad universitaria. «Es muy singular y digno de la historia de la Poesía que el dulce y anacreóntico Meléndez –nos dice su amigo y discípulo D. José Somoza– compusiese sus mejores versos en una casa de la estrecha calle de Sordolodo, en Salamanca; calle en que todos los vecinos eran herreros, cruzándose las chispas de las fraguas y machacando día y noche veinte mazos. Tal era la campestre perspectiva y los melodiosos ecos de que gozaba el cuarto de estudio del amable poeta, que él llamaba la caverna de los cíclopes

         «Sensibilidad tiene, sin duda –nos dice, refiriéndose al dulce Batilo, el ilustre crítico D. Antonio Alcalá-Galiano–, pero no profunda, y en gran parte nacida de la lectura pueril, como tal algo violenta y con trazas de algo afectada. Sus campos huelen a la ciudad y bien se ve ser sus pastores al modo de un D. Gaspar de Jovellanos, disfrazado por el poeta, no obstante sus rizos y su toga, con el traje y nombre de mayoral Jovino. Aun cuando haya algo campestre en él, aunque se haya dicho con razón de una égloga suya que olía a tomillo, el tomillo parecía (si se nos permite esta expresión) como puesto en búcaro y cogido por mano ajena.»

         DON TOMÁS DE IRIARTE, nacido en el puerto de Santa Cruz de la villa de Orotava (isla de Tenerife), fué educado bajo la inspección de su tío D. Juan de Iriarte, bibliotecario de S. M. Su instrucción fué esmerada y abundante; aprendió especialmente Latinidad y Humanidades, lenguas cultas (inglés, francés e italiano) y Geografía, Historia, Física y Matemáticas. Tuvo mucha afición a la música y aprendió a tañer varios instrumentos. A los diez y ocho años escribió la comedia Hacer que hacemos (1770). Luego tradujo del francés para el teatro de los Reales Sitios las comedias El filósofo casado, La Escocesa y la tragedia El huérfano de la China.

         Sucedió a su tío D. Juan de Iriarte en el cargo de oficial-traductor de la primera Secretaría de Estado, y asistió al marqués de los Llanos en la Secretaría del Perú y de la Cámara de Aragón.

         Se encargó de la revista El Mercurio Histórico y Político (1772), que mejoró mucho bajo su dirección. Luego dió a luz su primer obra, Los literatos en cuaresma, y su traducción del Arte poética, de Horacio, que Sedano criticó en su colección de El Parnaso español, y a cuya crítica contestó Iriarte con el diálogo Donde las dan las toman (1778).

         A principios del año 1780 lanzó a la publicidad su poema La Música, que le valió enemistarse con García de la Huerta. En 1782 publicó las Fábulas literarias, que fueron criticadas en El asno erudito, de Forner, al que contestó Iriarte con un papel: Para casos tales suelen tener los maestros oficiales. Intentó elaborar un poema épico a imitación de Virgilio, pero comprendiendo la dificultad, a pesar del magno asunto que había elegido –la conquista de Méjico por Cortés–, prefirió traducir los cuatro primeros libros de La Eneida.

         El Conde de Floridablanca le ordenó escribir las Lecciones instructivas sobre la Moral, la Historia y la Geografía, para uso de las escuelas. Dejó tres comedias inéditas: La señorita mal criada, El señorito mimado y El don de gentes. También dejó traducido con pureza y elegancia El nuevo Robinsón, de Campe.

         La vida sedentaria y estudiosa que hacía le exacerbó su mal de gota, y murió, después de una corta vida, en 17 de septiembre de 1791 (había nacido en 18 de septiembre de 1750), siendo enterrado en la parroquia de San Juan.

         El CONDE DE NOROÑA (1760-1815) fué un ilustre aristócrata, caballero-paje del rey, que ha pasado a la historia de la Literatura por sus Poesías asiáticas, traducidas del inglés y no directamente del árabe, turco y persa, y publicadas muchos años después de su muerte. (Imprenta de Julio Didot; París, 1833.)

         Era capitán de dragones del regimiento de Lusitania, y tomó parte en el sitio de Gibraltar, estando a pique de perder la vida en el navío Gaula, que se colocó en primera fila en el combate llamado de los empalletados. Cuando se acordó la paz con Inglaterra fué nombrado ministro plenipotenciario en la corte de San Petersburgo. En 1792, época de la guerra de España con la República francesa, volvió al servicio de las armas y llegó al grado de teniente general. Como tal, mandó una parte del ejército español en Galicia durante la guerra de la Independencia, y alcanzó sobre los franceses la victoria de Puente Sampayo. Las tareas militares y diplomáticas no le impidieron el cultivo de las letras, porque es gran verdad que siempre hay para todo bastante tiempo cuando se quiere aprovechar.

         Escribió, a más de sus célebres traducciones que le sobrevivieron, un volumen de Poesías (Imprenta de Vega y Compañía, dos tomos en 8.º; Madrid, 1799) y dos comedias en prosa (El hombre marcial y El cortejo enredador), a más de una tragedia en verso, que tiene un burlesco título: Madama González.

         En el teatro español del siglo XVIII representan la corriente mala y desastrosa D. ANTONIO DE ZAMORA y D. JOSÉ DE CAÑIZARES, y la buena dirección D. LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN y D. RAMÓN DE LA CRUZ.

         DON ANTONIO DE ZAMORA es a veces admirable; baste saber que contribuyó a la leyenda de D. Juan Tenorio con su hermoso drama, imitación de Tirso de Molina, El Convidado de Piedra, que no desmerece del ingenio del fraile de la Merced e imita a Calderón en El hechizado por fuerza. Pero en estas obras es deplorable, de mal gusto y de incorrecta versificación, y no hay que hablar de él siquiera como poeta lírico, porque entonces es francamente detestable, insulso y pedantesco. Ahí está, que no me deja mentir, su Fúnebre numerosa descripción de las exequias de Carlos II.

         DON JOSÉ DE CAÑIZARES (1676-1750) tenía mejor gusto y algunas de sus obras muestran un vivo ingenio, un diálogo fácil y chispeante y un gran instinto del teatro cómico. Lista reconoce que Cañizares llega a ser calderoniano, y Moratín califica su estilo (excepto en las comedias históricas, donde flojeaba) de «festivo, epigramático y chisposo…» A pesar de lo cual, sus contemporáneos le trataron con desdén, y el canónigo Huarte, en su poema La Dulciada, llega a decir:

 

   Allí vi a Cañizares, remendando

Las comedias de Lope manuscritas,

Que después fué a su nombre publicando

Con mil faltas groseras y malditas.

 

         DON RAMÓN DE LA CRUZ, nacido en Madrid en 28 de marzo de 1751, de padres nobles, en la parroquia de San Sebastián, oficial mayor de la Contaduría de penas de Cámara y gastos de justicia del Reino, fué el encargado de regenerar el teatro español con una ráfaga popular. Su vena de poeta fué aguda y fecunda, y sus sainetes son tan representativos de la sociedad española de la época, que D. José Somoza dice con razón: «Si queréis conocer a fondo el pueblo español del siglo XVIII, estudiad los cuadros de Goya y los sainetes de D. Ramón de la Cruz.»

         Las castañeras picadas y El Muñuelo serán siempre dos sainetes clásicos que no pasarán. En géneros más elevados no pudo descollar, y cuando lo intentó, como dice muy bien D. Agustín Durán[41], «produjo comedias harto frías y nada graciosas». Como poeta lírico vale bien poco, aunque en concepto de tal, y con el apodo de Larisio Dianeo, entrara en la Academia de los Arcades de Roma.

         Su émulo JUAN IGNACIO GONZÁLEZ DEL CASTILLO (1763-1800), a quien Menéndez Pelayo reputa superior a D. Ramón de la Cruz «si no en cantidad, en calidad, es decir, en fuerza cómica, dotes de observación y gracejo del diálogo», vivió muy poco tiempo (sólo treinta y siete años) para poder expansionar sus facultades. Fué apuntador del teatro de Cádiz, y como poeta lírico escribió una hermosa Elegía a la muerte de María Antonieta, la esposa de Luis XVI, que es un apóstrofe a la Revolución francesa. Su principal pieza de teatro es La madre hipócrita[42].

         DON LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN, el gran comediógrafo, es hijo del ilustre D. NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN (1737-1780), que fué, según Ticknor, el sucesor y hasta cierto punto el heredero de las opiniones de Luzán. Su oda A Pedro Romero, torero insigne, es digna de las odas de Píndaro a los atletas de Olimpia y de Nemea. Su romance Fiesta de toros y su poema Las naves de Cortés destruídas, son no menos admirables, y también dejó tragedias demasiado francesas, como Lucrecia, Hermelinda y Guzmán el Bueno, y una linda comedia, La Petimetra, que presagia las de su hijo.

         Su hijo D. LEANDRO (1760-1828) fué un admirable talento, dotado como pocos por la Naturaleza, en quien se mejoró la raza, intelectualmente hablando. Como lírico, es nada más que mediano; como satírico, asciende más en poemas como La derrota de los pedantes y la Lección poética o sátira contra los vicios de la poesía castellana.

         Pero su fama la debe a las comedias, en las cuales llegó a alcanzar una altura desconocida hasta entonces. Como modelo inmortal de comedia de costumbres, moral y fina, se citará siempre El viejo y la niña; como modelo de técnica teatral no conozco nada mejor que La comedia nueva o el Café. Muy singular mención merecen La mojigata y El sí de las niñas, que a tan culto preceptista como Méndez Bejarano aburre sobremanera, según honrada confesión, pero que no puede y no debe aburrir a todo el que se precie de tener buen gusto. Estrenada en los comienzos del siglo XIX, fué una revelación y un presagio del teatro moderno. Obra de inferior calidad entre la producción de Moratín es El Barón.

         Moratín fué hombre cultísimo, que viajó por el extranjero y llegó a ocupar el puesto de secretario de Embajada de París. Trató y comunicóse epistolarmente con todas las figuras salientes de su época, y sus cartas son modelos de cartas literarias[43].

         Moratín abrió el siglo de las luces, y verdaderamente ya pertenece al XIX más que al XVIII, por la comprensión y la inquietud de su espíritu, por su amplitud cosmopolita y por la finura de matices de su prosa.

 

 

SIGLO XIX

 

         Abre el siglo XIX la figura venerable y cívica de D. MANUEL JOSÉ QUINTANA (1772-1857), político eminente y autor de imponderable fuerza y avasalladora fecundidad. Campoamor se asombraba mucho en una de sus breves Doloras de que Quintana hubiese podido ser poeta sin creer en Dios ni en las mujeres. En el prólogo a Dudas y tristezas, de don Manuel de la Revilla, sostiene que Quintana no fué poeta, sino orador. Hay mucho de «elocuencia rimada» en las poesías de Quintana, es verdad. Pero también se ha exagerado la nota crítica. Quintana tenía vena e inspiración de verdadero poeta.

         «Esta poesía de Quintana y Gallego –escribe D. Juan Valera[44]-, tan popular por su origen como queda dicho, nunca fué popular en su fin; nunca llegó ya formada al pueblo del que, informe, había procedido.»

         Quintana, en efecto, fué siempre un poeta erudito y académico. Aparte de sus primeras odas («A la invención de la Imprenta», «A la vacuna», «A Juan de Padilla», «A Guzmán el Bueno», etc.), escribió poemas dramáticos que querían ser dramas, y a los cuales faltaban la acción y el interés escénico, como El duque de Viseo, imitación de una tragedia de Lewis, y Pelayo, de corte totalmente francés. Como prosista vale más que como poeta. Díganlo Las vidas de españoles célebres.

         En conjunto, como lírico, puede decirse de él lo que dijo Menéndez Pelayo: «Quintana era un alma tan árida como los desiertos de la Libia»[45].

         DON JUAN NICASIO GALLEGO (1777-1852), discípulo de Quintana, fué sacerdote y diputado en las Cortes de Cádiz, muy liberal en ideas, a pesar de sus hábitos. Como lírico, se distinguió en su oda Al Dos de Mayo, muy afectada, pero llena de aciertos, de imágenes y de sonoridad. Algunos de sus sonetos, como el titulado A Judas, perduran aún por lo bien que los armonizó el poeta.

         DON FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA (1788-1862) fué diputado en las Cortes de Cádiz, y sobresalió por su elocuencia. Fué desterrado al Peñón de la Gomera durante el reinado del absolutismo, y logró escapar de allí hacia París, donde residió, hasta que la reina María Cristina le llamó a presidir un Gobierno. Llegó a los altos cargos de ministro de Estado, presidente del Consejo de Ministros, presidente del Concejo, embajador en París y en Roma, y académico de las Academias de la Lengua y de la Historia.

         Fué un espíritu altamente ecléctico, lo que le valió en política el dictado de Rosita la Pastelera. Intentó conciliar el romanticismo y el clasicismo en su drama La conjuración de Venecia, estrenado en París, en el teatro de la Porte Saint-Martin, en 1841. Su Edipo, adaptación del de Sófocles[46], aun puede oirse con gusto, por la armonía y elegancia del verso. Aben-Humey es de los mejores dramas históricos que se han escrito en castellano, a pesar de la acerba crítica que mereció a Mariano José de Larra.

         Escribió además un dramón anacrónico y absurdo que se titula La viuda de Padilla, calcado de Alfieri, y un juguete cómico: Lo que puede un empleo.

         Merece atención dentro del terreno puramente lírico y didáctico su Arte poética y la traducción de la Epístola ad Pisones, de Horacio, y el canto a la segunda defensa de Zaragoza, escrito para un certamen. Dice de él, con razón, Menéndez Pelayo que «tuvo una ventaja y una supremacía que no alcanzaron ni Quintana ni D. Juan Nicasio: y fué la mayor tolerancia y espíritu más abierto a todas las innovaciones literarias».

         En prosa son notables sus obras El espíritu del siglo, trabajo tan bien escrito, que hasta su mismo enemigo, Martínez Villegas, lo elogió; la biografía de Hernán Pérez del Pulgar, el Bosquejo de la política de España y su ensayo novelesco Doña Isabel de Solís[47].

         El P. JOSÉ MARCHENA (1768-1821) fué un admirable humanista a más de un buen poeta lírico. Es notable su oda A Cristo crucificado. Imitó un fragmento de Petronio y otro de Catulo sin que nadie cayera en la falsificación; antes todos en el lazo de la autenticidad. Un profesor de Jena seguía afirmándola después de haberla negado el mismo abate Marchena.

         La patria a Ballesteros es otra excelente oda donde el poeta expone su fe republicana. Esta oda y la de Cristo bien le valen un puesto de honor en nuestro Parnaso. Fué el P. Marchena un ilustre filósofo, un sagaz crítico. Merecen mención sus Lecciones de Filosofía moral y sus Lecciones de Literatura española.

         Además, el díscolo y rebelde abate andaluz, que inscribió en la puerta de su cubículo de París: Jei l’on enseigne l’atheisme par principes, fué uno de nuestros más cultos y vehementes herejes, que hizo guerra al catolicismo en confabulación con los enciclopedistas, que le apreciaban mucho[48].

         DON ALBERTO LISTA (1775-1848), canónigo de la catedral de Sevilla, fué el maestro que educó a toda la generación romántica, el padre espiritual de Blanco White, Espronceda, etcétera. Como poeta no ha llegado jamás a la altura de supremo lírico, según pretenden algunos de sus panegiristas. Publicadas en 1822 sus Poesías, llamaron, no obstante, fuertemente la atención del público letrado, que aprendió en ellas a manejar el plectro ya casi desusado por el olvido de los buenos modelos de nuestra literatura.

         Sus mejores odas son las religiosas, como A la muerte de Jesús, El sacrificio de la esposa y El canto del esposo. Como traductor merecen estudio sus versiones de Horacio, especialmente las del Qualem ministrum, Sic te, Diva y Diffugere nives… También tradujo al anodino bucólico francés Abate Delille, las Geórgicas del portugués Mozinho de Albuquerque, y algo de Tasso y del Petrarca.

         Su ideal en poesía era, según lo manifiesta él mismo, «pensar como Rioja y decir como Calderón», lo cual viene a ser un bello ideal, puente de tránsito y punto de convergencia del romanticismo y del clasicismo, entre los cuales fluctuó siempre el buen D. Alberto, espíritu más ecléctico aún que Martínez de la Rosa.

         Fué además Lista un hombre de ciencia, estudioso geómetra, a quien no se desdeñó de acoger la Academia de Ciencias de París, y además preceptista retórico de gran valer, como que sus Lecciones de Literatura española (1836) pueden considerarse como modelo en la materia. Dirigió con don Sebastián Miñano y D. José Hermosilla (el traductor de La Iliada) uno de los primeros periódicos españoles: El Censor. Fué rector del Colegio de San Mateo, donde se educó el autor de El Diablo Mundo.

         DON FÉLIX JOSÉ REINOSO (1772-1841), hijo de Sevilla también y sacerdote («abate endechero», como le llamó D. Bartolomé José Gallardo, el ilustre bibliófilo) fué un excelente poeta que pulsó preferentemente la cuerda religiosa. A pesar de la diversidad dogmática, fué íntimo amigo del heresiarca JOSÉ MARÍA BLANCO CRESPO, su antiguo compañero de sacerdocio, y con él se carteaba después que éste marchó a Inglaterra al apostatar del catolicismo.

         El discípulo predilecto de D. Alberto Lista fué el ilustre poeta D. JOSÉ DE ESPRONCEDA, nacido en Almendralejo (provincia de Badajoz) en 1810. Siempre tuvo carácter díscolo, pendenciero y holgazán; y en su infancia sólo el rector del Colegio de San Mateo, D. Alberto Lista, le prestó alguna atención por sus precoces dotes poéticas. Afilióse, siendo aún adolescente, a una sociedad secreta, Los Numantinos. Luego fué desterrado a un convento de Guadalajara, donde comenzó su ensayo épico El Pelayo, que dejó sin concluir.

         Iniciáronse entonces sus intrigas amorosas con la célebre Teresa, por él inmortalizada, a quien conoció en Lisboa, soltera aún y en compañía de su padre. Luego encontrósela en Inglaterra, ya casada, y sin más reparos fugase con ella a París, donde luchó en las barricadas en las gloriosas jornadas del mes de julio de 1830.

         En Inglaterra las poesías de Byron «fueron para él una verdadera revelación», como dice Fitzmaurice-Kelly. «Un Espronceda anciano es casi tan inconcebible como un Byron de edad o un venerable Shelley». «Byron fué quien ejerció influencia más poderosa en la vida y obras de Espronceda»[49].

         Su lirismo es byroniano, en efecto; pero además es byroniana su vida. Estoy tan convencido del deslumbramiento que la figura de Byron causó a Espronceda, que afirmo rotundamente que, desde que estuvo en Inglaterra, el poeta extremeño imitó a Byron, no sólo en sus versos, sino en sus actos y hasta en su figura de dandy. Como Byron, quiso intervenir en contiendas de patrias que no eran la suya, y así como el cantor de Childe-Harold murió bizarramente en Missolonghi, Espronceda batióse en las barricadas de París. En su acto conocidísimo de arrojar al agua las dos pesetas con que se encontró al llegar a Lisboa, «por no entrar en tan gran capital con tan poco dinero», hay algo de la pose de Byron, como hace notar Fitzmaurice-Kelly.

         Perteneció Espronceda al Cuerpo de Guardias Reales; pero fué expulsado por unos versos de intención política leídos en cierto banquete. Tomó parte en los movimientos revolucionarios de 1835 y 1836, asistió al triunfo liberal de 1840 y al día siguiente de la victoria revolucionaria se declaró partidario de la República. En 1841 fué nombrado secretario de la Legación de España en La Haya, y regresó a España al ser elegido diputado a Cortes por Almería. Murió casi repentinamente, el 23 de mayo de 1842, a los treinta y tres años de edad, como Jesucristo, y murió agotado por su borrascosa vida[50].

         Su poema magno es El Diablo Mundo, imitación bien visible del Don Juan de Byron, y en el cual hay de todo, páginas hermosas y estrofas irregulares y hasta disparatadas. En este poema destaca el Canto a Teresa, que ha conseguido hacerse popular y que sigue siendo bello a pesar de cierto romanticismo pasado de moda.

         Entre sus poesías sueltas merecen citarse El Estudiante de Salamanca, leyenda admirable, de carácter genuinamente español, donde no se vislumbra nada de imitación extranjera; El mendigo, El reo de muerte, El verdugo, la Canción del pirata, el Canto del cosaco y la Despedida del patriota griego de la hija del apóstata.

         En estas poesías alienta el nuevo soplo de romanticismo que fecundaba en España en la época en que Espronceda comenzó a escribir. Como vestigios de la antigua lírica, a la usanza española, puede citarse su oda El Dos de Mayo, sin mácula de tono romántico. Espronceda concebía mejor los poemas menores que los poemas magnos, aunque el militar y literato Ros de Olano, su hiperbólico panegirista, dijese que el plan de El Diablo Mundo era el mayor «que hasta ahora se había concebido para un poema».

         Por el contrario, El Diablo Mundo está disparatadamente planeado, tanto que en verdad no puede analizársele como obra de conjunto, sino desmenuzándolo y estudiándolo a fragmentos mejor o peor enlazados entre sí[51].

         No hay por qué poner rostro compungido y escandalizado, como el P. Blanco García, que decía, al resumir su juicio sobre Espronceda: «aunque separemos siempre el soberano ingenio con que enriqueció Dios al poeta, del lodo con que él lo manchó poniéndolo a servicio de malas causas».

         MIGUEL DE LOS SANTOS ÁLVAREZ, el íntimo amigo de Espronceda, el cual puso al frente de su Canto a Teresa una octava real del poema María, que comienza así:

 

   ¡Bueno es el mundo, bueno, bueno;

Como de Dios al fin obra maestra!

 

fué ante todo un escritor humorista, acaso el mayor de nuestros humoristas después de Larra. Byroniano rezagado le llama, no sé por qué, el docto agustino P. Francisco Blanco García[52]. Poco tenía de byroniano Miguel de los Santos Álvarez, y más bien era de los humoristas de buena cepa castellana, de los socarrones castizos, sonrientes y plácidos, no biliosos y atravesados, como los humoristas ingleses, desde Swift hasta el autor de Lara. El libro que ha hecho pasar a la posteridad a Miguel de los Santos Álvarez titúlase Tentativas literarias[53] y datan del año 1840 las primeras. Hay cuentos tan graciosos como El hombre sin mujer, Gaceta sentimental de 12 de septiembre de 1863, Agonías de la Corte, y narraciones humorísticas de mayor tamaño, tan deliciosas como La protección de un sastre.

         Debe recordarse también en este período a D. CAYETANO CORTÉS, traductor de los Cuentos fantásticos de Hoffmann[54] y editor desinteresado de las obras del ilustre crítico y costumbrista satírico, gloria de España en los comienzos del siglo XIX, D. MARIANO JOSÉ DE LARRA.

         MARIANO JOSÉ DE LARRA (1809-1837) vivió una vida breve, pero rica para las letras patrias. Su destino fué morir joven como los amados de los dioses; pero dejó una obra bien sólida y duradera. Aunque nacido en Madrid, educóse en Francia, donde estaba destinado su padre como médico militar en el ejército de Napoleón. Desde muy niño mostró aficiones a la lectura. Estudió leyes en la Universidad de Valladolid, y misteriosos lances de amor vinieron a interrumpir los estudios. Fué muy precoz amando y escribiendo. Antes de los veinte años había publicado sus primeros ensayos en prosa, donde atacaba el romanticismo cursi que predominaba en su época[55].

         El pobrecito hablador le dió renombre de gran costumbrista, que veía las flaquezas del prójimo con una agudeza extrema y las sabía contar con una socarronería sin igual. El Español y la Revista Española le dieron reputación de crítico mordaz y satírico, capaz de competir con un Boileau en sus horas mejores. Algunos de sus artículos de costumbres, como Yo quiero ser cómico, El castellano viejo, Vuelva usted mañana, etc., permanecerán como monumentos del donaire castellano. De sus artículos críticos merecen mención los dedicados al drama de Alejandro Dumas: Anthony, al drama de Hartzenbusch: Los amantes de Teruel…, o a la tragedia Edipo, de Martínez de la Rosa (El Español, 12 de junio de 1836).

         Notables son también las críticas del Tanto vales cuanto tienes, comedia del duque de Rivas, escrita en Malta (El Español, 6 de julio de 1834), y la muy severa y justísimo dedicada a la obra principal de Bretón, Marcela o cuál de los tres (Revista Española, I.º de abril de 1834), que tanto enfadó al poeta riojano.

         Cuando se entrega a la alta crítica del libro, no a la crítica actualista del drama estrenado el día antes, juzga con una alteza de miras y una elevación de criterio que asombran. Léase, por ejemplo, sus reseñas de L’Espagne poétique, de Maury (Revista Española, 24 de abril de 1834).

         Como escritor político, pamfletista a la manera de Paul Louis Courier, tampoco Larra admite rival. Son célebres sus artículos sobre el Estamento, sobre Mendizábal, sobre la Aduana de la frontera francesa, y el titulado La planta nueva o el faccioso: artículo de Historia Nacional.

         El P. Blanco García, siempre arrimando el ascua a la sardina reaccionaria, compara como costumbristas a Mesonero Romanos y a Larra, en detrimento de éste[56]. Ni que decir tiene que no hay por qué compararlos, pues no son homogéneos y no admiten parangón. Larra fué un hombre que superó a su época en muchas cosas y se adelantó a los modernos tiempos.

         No sólo fué escritor político, libelista, costumbrista, crítico satírico y crítico serio, Fígaro; por si esto fuera poco, tanteó el teatro con una zarzuela, estrenada con mediano éxito en 1832, con música del maestro D. Tomás Genovés y titulada El rapto; con una comedia, imitación del francés, titulada No más mostrador, que tuvo excelente acogida, y con su drama trágico Macías, donde tiene escenas admirables, aunque a ratos desmaye y vacile.

         Además escribió una novela, imitación de Walter Scott, que por entonces estaba en boga. Esta novela, El doncel de D. Enrique el Doliente, publicada en 1834, completó la obra inmensa que ha dejado Larra en los veintiocho años de su azarosa vida, tan fecunda literariamente y que concluyó de un modo tan trágico[57].

         DON ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS (1791-1865), natural de Córdoba, emigrado de España por sus ideas liberales hasta 1834, luego ministro de la Gobernación y embajador en Nápoles, falleció siendo director de la Academia Española.

         Sus obras principales son: en el teatro, Don Álvaro o la fuerza del sino, que forma época en nuestra historia literaria como primer jalón del romanticismo; en poesía lírica, El moro expósito, en romance heroico, que es sin duda lo mejor que brotó de la pluma del primer romancista castellano.

         Merecen muy laudatoria mención el poema en octavas reales El paso honroso, en que canta el famoso episodio de D. Suero de Quiñones; las Epístolas jocosas, dirigidas al marqués de Valmar; y como poesías menores, la oda Al faro de Malta, A la victoria de Bailén, y los romances Al Alcázar de Sevilla y El Caballero leal.

         DON JOSÉ ZORRILLA (1817-1893), nacido en Valladolid, es sin duda el más grande poeta español del siglo XIX, aunque un crítico como Martínez Villergas se atreviera a llamarle «apreciable medianía», y aunque Méndez Bejarano, fijándose en detalles menudos y en contradicciones muy propias de un poeta, de un tan gran poeta como fué D. José Zorrilla, haya dicho que «se le ve tan pronto sublime como vulgar y prosaico».

         Su obra capital es la que todos los españoles conocen y tantas generaciones han aplaudido: Don Juan Tenorio, verdadero modelo de drama romántico, lleno de gallardías y maravilla de versificación flúida, fácil y sonora. Otras de sus obras teatrales son muy dignas asimismo de alabanza, como Traidor, inconfeso y mártir, El Zapatero y el Rey, Sancho García y otras.

         En poesía lírica merece preeminencia Granada, y entre sus leyendas, A buen juez mejor testigo, El capitán Montoya y Margarita la tornera. Nadie hasta la fecha ha superado en nuestro idioma la labor de Zorrilla como poeta lírico, habilísimo en el manejo de la métrica y de la rima.

         En el género de Zorrilla, luce también con luz propia el P. JUAN AROLAS (1805-1849), escolapio, natural de Barcelona, poeta elegante y apasionado que más parece un santón mahometano que un sacerdote católico. Sus dos libros de poesías, Besos y Orientales, respiran voluptuosidad; y Leyendas caballerescas contiene las mejores que poseemos en nuestro Parnaso.

         Como poetisa, descuella en la misma época CAROLINA CORONADO, nacida en 1823 y muerta hace unos años, que pulsó la cuerda más femenil y delicada de la lira.

         DON ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ (1813-1884), natural de Chiclana, colaboró gallardamente a la obra del romanticismo, logrando con su drama El Trovador uno de los éxitos más ruidosos alcanzados por autor alguno, y en cuyo estreno ocurrió por vez primera en España que el autor de una obra teatral saliese a escena para recibir las aclamaciones del público. Además compuso los dramas Simón Bocanegra y Venganza catalana, de escasa importancia literaria.

         DON ANTONIO GIL Y ZÁRATE, buen tratadista de Literatura, es detestable como dramaturgo, a pesar de la relativa fama que alcanzaron en su época sus dos dramas Carlos II el Hechizado y Guzmán el Bueno.

         DON JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH (1806-1880), a más de distinguirse como erudito con sus estudios sobre los antiguos escritores españoles y sus introducciones a los volúmenes de la biblioteca de Rivadeneyra, sobresalió como dramaturgo en su célebre obra Los amantes de Teruel, dos veces refundida por su autor. Síguele en orden de mérito La jura en Santa Gadea, muy inferior a la mencionada antes.

         Como autor cómico descuella MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS (1796-1873), autor de El pelo de la dehesa, Un tercero en discordia, Un novio a pedir de boca, Marcela o cuál de las tres, obras todas entretenidas y amenas que el público siempre aplaude. Alguien ha dicho que Bretón es el heredero de Moratín, y nada más justo.

         No menos popular y no menos digno de ser lo que es Bretón es VENTURA DE LA VEGA (1807-1865), que, aunque nació en Buenos Aires, es considerado como hijo adoptivo de España; su obra principal es la comedia El hombre de mundo. Tanteó la tragedia con La muerte de César, y no resultó tan afortunado como en el género cómico, aunque el duque de Rivas se entusiasmara con dicha obra.

         En la novela brilla en esta época MANUEL FERNÁNDEZ Y GONZÁLEZ (1821-1888), que cultivó el género histórico e imaginativo. Entre sus innumerables obras, pues su portentosa fecundidad sólo ha sido superada por Lope de Vega, pueden citarse Men Rodríguez de Sanabria y El cocinero de Su Majestad.

         Siguieron la huella de Fernández y González ORTEGA Y FRÍAS, autor de La casa de Tócame-Roque; TÁRRAGO Y MATEOS y MANUEL IBO ALFARO, autor de Malditas sean las mujeres, libro que alcanzó gran popularidad «populachera».

         En este mismo género, pero en un nivel superior, ha de mencionarse a FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA, autor de dos bellas novelas históricas, Blanca de Navarra y Amaya o los vascos en el siglo XV.

         DON JOAQUÍN MOR DE FUENTES, original publicista aragonés a quien Azorín acaba de dedicar un bello estudio, escribió una curiosa obra novelesca titulada Serafina. ENRIQUE GIL (1815-1846), a más de delicado poeta, fué autor de una original novela, El señor de Bembibre; y GARCÍA DE VILLALTA compuso una narración de costumbres andaluzas, titulada Golpe en vago.

         Cuando fué decayendo el género histórico, comenzó el predominio de la novela de costumbres, que tuvo su primera y más castiza cultivadora en D.ª CECILIA BÖHL DE FÁBER (1796-1877), conocida por el seudónimo de FERNÁN CABALLERO, autora de La Gaviota, Lágrimas, Clemencia y otras novelas.

         DON PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (1833-1891) ya entró de lleno en los campos del realismo, a pesar de sus reminiscencias románticas. Merecen laudatoria mención sus novelas El escándalo, El niño de la bola, La pródiga, El final de Norma, El sombrero de tres picos, y sus cuentos El capitán Veneno, El llano y La muerte por madrina. Alarcón, si no fué todavía el gran novelista del realismo, deslindó el campo a D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA, nacido en Santander, estilista maravilloso que ha manejado nuestro idioma con la pureza y la elegancia de los grandes prosistas del siglo de oro, y pintor admirable de tipos y costumbres. Entre sus novelas descuellan las tituladas: Sotileza, Peñas arriba, El sabor de la tierruca, La puchera y El buey suelto…, y sus libros de costumbres Tipos trashumantes, Bocetos al temple y Esbozos y rasguños. Es admirable el prólogo de Galdós en El sabor de la tierruca, donde estudia a Pereda.

         DON RAMÓN DE CAMPOAMOR, asturiano, nacido en 1817, fué el poeta filósofo por excelencia, que creó nada menos que tres géneros nuevos desconocidos en la literatura castellana, como son las Doloras, las Humoradas y Los pequeños poemas[58]. También escribió muy considerable cantidad de Cantares, Fábulas y dos poemas de aliento épico: Colón y El drama universal.

         GUSTAVO A. BÉCQUER, nacido en Sevilla, fué autor de endechas y gemidos elegíacos, o, como diría Núñez de Arce, suspirillos germánicos, que recopiló con el título de Rimas su biógrafo y prologuista Ramón Rodríguez Correa.

         GASPAR NÚÑEZ DE ARCE, natural de Valladolid, como Zorrilla, pulsó la cuerda épica de Tirteo y dejó libros tan duraderos como Gritos del combate, Un idilio y una elegía, El Vértigo y La Pesca.

         En la novela descuellan BENITO PÉREZ GALDÓS, autor de Misericordia, Dona Perfecta, La familia de León Roch, Marianela, La de Bringas y Lo prohibido; D.ª EMILIA PARDO BAZÁN, autora de Morriña, Insolación, Los Pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, La Quimera, Dulce dueño, El cisne de Vilamorta y La Tribuna; DON ARMANDO PALACIO VALDÉS, que ha escrito obras definitivas, como La alegría del capitán Ribot y La hermana San Sulpicio. Además es autor de novelas, si no tan acabadas, no dignas de desdén, como José, La espuma, La Fe, El idilio de un enfermo y Marta y María.

         En la alta crítica resplandecen MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO[59], santanderino, nacido en 1878 y muerto en este mismo año, polígrafo eminente[60], autor de obras tan admirables como La ciencia española, Historia de los heterodoxos españoles, Estudios de crítica literaria y Orígenes de la novela; FEDERICO BALART, que publicó dos bellos libros de crítica, El prosaísmo en el Arte e Impresiones, a más de ser estimable poeta, como lo atestiguan sus libros Dolores y Horizontes; y LEOPOLDO ALAS (Clarín), crítico satírico de gran cultura y amenidad, como lo demostró en sus libros Solos de Clarín, Siglo pasado, Sermón perdido y Nueva campaña, y novelista que ha dejado dos bellas novelas: La Regenta y Su único hijo.

 

 

ÉPOCA CONTEMPORÁNEA O PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

 

         En nuestra época respírase un ambiente de cultura literaria superior a la de nuestros antepasados más próximos. Las revistas se han multiplicado; los periódicos han concedido más espacio a los asuntos literarios.

         Hay una pléyade de escritores que honran la Literatura y ponen nuestras letras al nivel de las letras francesas o italianas. Descuellan en el teatro JACINTO BENAVENTE, autor de La Princesa Bebé, La noche del sábado, Gente conocida, El nido ajeno, La fuerza bruta, Los intereses creados, Señora ama, entre otras obras que pasarán de fijo a la posteridad; los hermanos ÁLVAREZ QUINTERO (SERAFÍN y JOAQUÍN), que han volcado en el teatro toda la gracia madrileña y andaluza, especialmente sevillana, en obras tan graciosas y populares como La mala sombra, El patio y Las flores, y en algunas de mayor enjundia, como El genio alegre, La dicha ajena, La casa de García y Los Galeotes; MANUEL LINARES RIVAS, que ha escrito bellos dramas, como María Victoria, El abolengo, Aires de fuera y Bodas de plata.

         En la novela resaltan PÍO BAROJA, vasco, autor de Idilios vascos, Vidas sombrías, La casa de Aizgorri, La Busca, Mala hierba, El mayorazgo de Labraz, Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, Camino de perfección, Aurora roja, La feria de los discretos, La ciudad de la niebla, César o nada, Las inquietudes de Shanti Andía y El árbol de la ciencia; VICENTE BLASCO IBÁÑEZ, novelista naturalista, gran imitador de Zola, autor de Flor de Mayo, La Barraca, Arroz y tartana, Cañas y barro, La Horda, La Catedral, El Intruso, La Bodega, Luna Benamor y Entre naranjos; JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ (Azorín), creador de un estilo originalísimo, sutil y sencillo a la vez, que ha formado escuela entre los literatos jóvenes autor de libros a la vez sabios y finos como La voluntad, Antonio Azorín, El alma castellana, La fuerza del amor, Charivari, Las confesiones de un pequeño filósofo, La ruta de Don Quijote, Los pueblos, El político y Lecturas españolas; GREGORIO MARTÍNEZ SIERRA, que ha triunfado igualmente en el libro y en el teatro; en aquél, con obras tan bien escritas como Sol de la tarde, Pascua florida, Motivos y La feria de Neuilly; en éste, con dramas tan admirablemente urdidos de técnica y henchidos de emoción como El ama de la casa, La sombra del padre, Lirio entre espinas, Primavera en otoño y Canción de cuna; RAMÓN DEL VALLE INCLÁN, mirífico artífice del habla castellana en su Sonata de otoño, Sonata de invierno, Sonata de primavera y Sonata de estío, y buen dramaturgo en Voces de gesta, Cuento de abril y El Marqués de Bradomín; RAMON PÉREZ DE AYALA, autor de tres bellas novelas: Tinieblas en las cumbres, A. M. D. G. y La pata de la raposa; MANUEL BUENO, autor de Corazón adentro y Jaime el Conquistador; MAURICIO LÓPEZ ROBERTS, buen novelista observador, autor de La novela de Lino Arudiz, y El porvenir de Paco Tudela; FRANCISCO ACEBAL, autor de Huella de almas y Dolorosa; PEDRO DE RÉPIDE, que ha renovado toda la gracia del castellano arcaico en su prosa sutil, en novelas como La enamorada indiscreta y Los cohetes de la verbena; y MIGUEL DE UNAMUNO, gran pensador, filósofo, teólogo, helenista, literato con ansias de novelar, poeta con aspiraciones de lirismo, espíritu paradojal y sutil, autor de obras tan disímiles entre sí como Tres ensayos, Poesías, En torno al casticismo, Rosario de sonetos líricos, Paz en la guerra (novela), Amor y pedagogía (novela), Mi religión (ensayos), Por tierras de España y Portugal y Soliloquios y conversaciones.

         Algunos nombres de los que hoy brillan y despuntan habré omitido[61], pero mi tarea no es en esta ocasión la de erudito compilador, sino la de reseñista o reportero de la Literatura; sería necio empeño y vana porfía querer encerrar en cien páginas la historia de una literatura tan antigua y tan rica en obras maestras como nuestra literatura española, que ha sido pasmo de Europa entera y aun puede parangonarse decorosamente con todas las literaturas extranjeras en el momento presente. A los que quieran estudiar mejor las producciones literarias de los comienzos del siglo XX en España, remito a mis obras anteriores, especialmente a Los Contemporáneos (I.ª serie: dos volúmenes; Garnier Hermanos, editores; París, 1905; 2.ª serie: un volumen; París, 1910; 3.ª serie: un volumen; París, 1912); Elogio de la crítica (Perlado, Páez y C.ª, editores; Madrid, 1911); Salvador Rueda y Rubén Darío (Gregorio Puedo, editor; Madrid, 1908) e Introducción a las Obras escogidas de Rubén Darío (Perlado, Páez y C.ª, editores; Madrid, 1910).

         En ellas podrán estudiar los lectores curiosos todas las vicisitudes y manifestaciones espirituales por que pasa la Literatura de hoy, tan compleja, tan variada y tan exuberante. Grandes sorpresas nos prepara acaso el porvenir; mas si el pueblo español estuviese condenado por los misteriosos poderes que nos rigen a la maldita esterilidad de la inteligencia, nunca podría negársele a lo menos que ha gozado durante su florecimiento de una literatura brillante, esplendorosa, con carácter netamente nacional.

 

 

 

  

        

    

        

 

 

 



[1] Modernamente, Eduardo Marquina ha compuesto un admirable drama –Las hijas del Cid– basado en este aspecto del poema.

[2] Historia de la Literatura Española, tomo I, cap. III, pág. 40.

[3] Vid. Martínez Marina: Ensayo histórico sobre la Legislación. Madrid, 1808.

[4] Nacido en Alcalá de Henares en el primer tercio del siglo XIV. Su libro único es el Libro de Buen Amor. Fernando Wolff, al igual que otros críticos extranjeros, se entusiasma tanto con los ingenios decires del Arcipreste, que le llega a comparar con Cervantes. Realmente, es el primer gran poeta español, y en ese siglo sólo el inglés Chaucer rivaliza con él.

[5] Cancionero general de 1573, folios 57-7 y 263.

[6] Merece mención muy honrosa como prosista HERNANDO DEL PULGAR, madrileño, persona de calidad en la Corte, secretario y cronista de los Reyes Católicos, que escribió la Crónica de Castilla, por estimar «que las historias no referían tan extensamente como debieran los notables fechos y singulares hazañas de algunos claros varones».

[7] Walpole’s Royal and Noble Authors; Londres, 1806.

[8] Imitación de la Cyropedia de Jenofonte.

[9] Se está reimprimiendo este libro en la Nueva Biblioteca de Clásicos Españoles que edita LA LECTURA.

[10] Se han publicado no ha mucho sus sermones, coleccionados y anotados por el P. Miguel Mir, en la Nueva Biblioteca de Autores Españoles.

[11] El filósofo alemán Lange, autor de una incomparable y ya clásica Historia del materialismo, dedicó un hermoso volumen a estudiar a Luis Vives.

[12] Don Pedro González de la Calle, hijo del ilustre González Serrano, ha dedicado un admirable estudio al filósofo hispalense.

[13] Méndez Bejarano: Literatura, II, cap. XII.

[14] Varias observaciones sobre algunas particularidades de la poesía española, en la Introducción a los poetas líricos de los siglos XVI y XVII, tomo I, VIII y IX. (Biblioteca de Autores Españoles, tomo XLII. Madrid, 1857.)

[15] Historia literaria; Ensayo, cap. LV, pág. 642.

[16] Tampoco deja de ser conceptista su hinchada y póstuma Vida de San Pablo.

[17] Su más voluminosa producción en este orden es la obra Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y chorografía de su convento jurídico o antigua chancillería (1634).

[18] En El laurel de Apolo, Lope de Vega hace grandes elogios de este poeta. En carta fechada en 1619, le dice: «Sólo quiero suplicar a Vdm. no se tenga por deservido que este verano imprima yo estas Soliadas con otras rimas mías.»

[19] La ilustre escritora D.ª Blanca de los Ríos y el erudito académico D. Emilio Cotarelo han dedicado a la personalidad de Tirso de Molina dos magníficos estudios.

[20] Historia literaria, cap. LVII, pág. 674.

[21] Menéndez Pelayo afirma que este poema dramático es muy superior «al desconcertado engendro de Montalbán». En él se inspiró Núñez de Arce para escribir El haz de leña. –D. Francisco de Bances Candamo elogia mucho a Enciso en su Theatro de los theatros de los pasados y presentes siglos.

[22] Este drama es el que inspiró a los hermanos Schlegel el entusiasmo calderoniano que transmitieron a toda Europa.

[23] Esta es la base «aparente» del Fausto, de Goethe. –D. Antonio Sánchez Moguel ha escrito un interesante estudio acerca de las analogías de estas dos obras maestras.

[24] Uno de los defectos de los dramas de Calderón, muy bien señalados por Ticknor, es la repetición de tipos y escenas. Sus héroes y sus criados, sus damas y sus dueñas, sus viejos y sus graciosos, parecen reproducirse, como las máscaras del teatro antiguo, para representar con los mismos atributos y el mismo traje las diferentes intrigas de sus varias comedias.

[25] Historia de la Literatura, vol. II, cap. XII.

[26] Un escritor contemporáneo, muy joven y muy estudioso, don Julio Milego, ha escrito un interesante volumen acerca de El teatro en Toledo en el siglo XVII, en que trata muy por extenso de Rojas Zorrilla.

[27] Historia literaria, cap. LVIII, pág. 697.

[28] Melo había servido bajo nuestras banderas, y acusado en su patria de separatismo, fué confinado a Minas-Novas (Brasil), destierro de desterrados, como él dice.

[29] Casi se da por seguro que era D. José Gerardo de Hervás, y así lo cree Quintana; pero en cambio D. Eugenio de Tapia sostiene muy resueltamente que el autor de la sátira se llamaba D. José Cobo de la Torre. (Historia de la civilización española, tomo IV, pág. 266. Madrid, 1840.)

[30] Recientemente se ha publicado en un volumen de la colección de «Clásicos Castellanos» de La Lectura, con una hermosa introducción del docto bibliotecario Federico de Onís.

[31] Léase acerca del P. Feijóo el estudio brillante y documentado que le dedicó, siendo muy joven, la condesa de Pardo Bazán.

[32] Véase la Biblioteca de Autores Españoles, tomo LXII. Introducción.

[33] Exequias de la lengua castellana. (M. S.)

[34] Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII; capítulo X, pág. CVIII.

[35] «Ardiente, aunque desigual adversario de las innovaciones francesas –dice Ticknor en su Historia de la Literatura española–, imprimió en 1778 un tomo de poesías, escritas casi todas en el gusto antiguo; pero su obra estaba demasiado impregnada del mal gusto reinante.»

[36] Historia literaria, cap. LXI, pág. 735.

[37] Historia literaria, cap. LXIII, pág. 752.

[38] Biblioteca de Autores Españoles, tomo LXI, págs. 354 y 355 (Noticias biográficas y juicios críticos.)

[39] Véanse las obras del especialista erudito y jovellanista infatigable D. Julio Somoza, autor de una admirable Vida de Jovellanos y de investigaciones monográficas muy curiosas, como las «Cartas de Jovellanos a Lord Holland».

[40] Mi hermano EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO, que no desmiente la casta por el ansia de saber y la curiosidad universal que le domina, ha escrito una hermosa obra en un volumen, titulada Jovellanos: su vida y su obra. (Madrid, 1911.)

[41] Prólogo a los Sainetes de D. Ramón de la Cruz, pág. 10.

[42] Los sainetes, en número de treinta, de González del Castillo fueron coleccionados y publicados por su paisano y admirador don Adolfo de Castro (1845-1846).

[43] Yo he publicado, con una introducción, en La Lectura, algunas cartas suyas dirigidas a D. Gaspar Melchor de Jovellanos.

[44] Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX, con introducción y notas biográficas y críticas, por D. Juan Valera, de la Real Academia Española, tomo I, II, pág. 27. (Madrid, 1902.)

[45] Estudios de crítica literaria, segunda edición, pág. 241.

[46] Representóse en el Teatro Español la temporada pasada de 1911, y tuve ocasión de exponer en el periódico La Noche mi juicio sobre este drama, que me parece uno de los «que quedan». La gente no pensaba así, sin duda, y dejaba desierta la sala de nuestro teatro nacional durante las sesiones de «martes históricos». Dios nos salve del diluvio de ramplonería que nos amenaza.

[47] Véase mi Historia de la novela en España desde el romanticismo hasta nuestros días. (Madrid, 1909.)

[48] Véase a Menéndez Pelayo: Historia de los heterodoxos españoles, tomo II.

[49] Historia de la Literatura Española, cap. XII, pág. 500.

[50] Véase para más detalles el libro de D. Antonio Cortón: Espronceda, en la colección «Autores célebres». (Madrid, 1910.)

[51] Véase a D. Juan Valera: Florilegio de poesías líricas castellanas del siglo XIX, volumen I.º

[52] La Literatura española en el siglo XIX, tomo II, cap. XVI, página 299. (Madrid, 1891.)

[53] Se han reimpreso en dos volúmenes en la Biblioteca Universal, tomos CXIX y CXX. (Madrid, 1888.)

[54] Últimamente ha traducido una colección de estos cuentos (El reflejo perdido, El violín de Cremona, Mademoiselle de Scudery) para la Casa editorial hispano-americana del Sr. Muñoz Escámez (París).

[55] El Duende satírico del día… (marzo de 1828) (Una comedia moderna. Treinta años o la vida de un jugador).

[56] «Huyendo instintivamente de la mordacidad y más aún de las personalidades, Mesonero Romanos supo conservarse en la decorosa actitud de los que, si se ríen de las cosas, no lo hacen a costa de nadie, bien al contrario de su compañero Fígaro.» (La literatura del día, tomo II, cap. XVII, pág. 338.)

[57] Véase mi Historia de la novela desde el romanticismo a nuestros días, cap. I.

[58] Véase acerca del poeta asturiano mi volumen Campoamor (Sáenz de Jubera Hermanos, editores. Madrid, 1912.)

[59] Véase mi libro recién publicado: Marcelino Menéndez Pelayo (Su vida y su obra). –Perlado, Páez y C.ª, editores. Madrid, 1912.

[60] Su discípulo predilecto, D. FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN, que en sustitución suya ha ocupado el cargo de director de la Biblioteca Nacional, ha dicho de él en un artículo publicado a raíz de su muerte: «El habla del maestro fué no sólo una gran biblioteca que siempre tenía a punto, registrado y abierto por la página deseada el libro que era necesario consultar, sino, además de esto, un comentario concluyente y definitivo de cada página. Tanto como el sabio valía el hombre. ¿El hombre? Digo mal; el niño, porque era infantil el candor de Menéndez Pelayo. Dicen que la ciencia hincha y suele ser verdad; pero en el maestro padeció excepción este proverbio. Su trato fué llenísimo y por todo extremo agradable; quien una vez conversó con Menéndez Pelayo, quedó prendado de él para toda la vida.» (Cultura Hispano-Americana, órgano del centro de este nombre, año I, núm. 2, pág. 21; Madrid, junio 1912.) –RODRÍGUEZ MARÍN es también un polígrafo que ha cultivado desde la poesía fina en sus Madrigales hasta la erudición de folk-lore en sus Cantos populares españoles.

[61] Añadamos a los citados: en novela, RICARDO LEÓN, autor de Casta de hidalgos, Comedia sentimental, El amor de los amores y Alivio de caminantes; en poesía lírica, ANTONIO MACHADO, gran poeta, autor de Soledades y Campos de Castilla; su hermano MANUEL, autor de Alma y Caprichos; y FRANCISCO VILLAESPESA, inspiradísimo vate, autor de Carmen, Tristitia rerum y El Alcázar de las Perlas.