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Revista de estudios filológicos
Nº29 Julio 2015 - ISSN 1577-6921
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teselas

 

 

 NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA, PIERRE LEMAITRE

(Barcelona, Círculo de Lectores, 2014)

 

 

         Al leer su informe, las autoridades consideraron la situación muy preocupante. Como nadie estaba dispuesto a aceptar responsabilidades, el informe trepó rápidamente hacia las alturas, hasta alcanzar el despacho del director de la administración central, experto en arrinconar expedientes, como cualquiera de sus iguales de los otros ministerios.

         Entretanto, de noche, en la cama, Merlin pulía las frases que pronunciaría ante sus superiores el día que lo convocaran y que se resumían en una constatación muy sencilla, pero brutal y cargada de consecuencias: estaba enterrándose a miles de soldados franceses en ataúdes demasiado pequeños. Fuera cual fuese su estatura, que podía ir del metro sesenta hasta más del metro ochenta (gracias a las cartillas militares disponibles, Merlin había elaborado una muestra muy bien documentada sobre la altura de los soldados afectados), todos acababan en cajas de un metro treinta. Para que cupieran, había que fracturar nucas, serrar pies y partir tobillos. En resumen, se procedía con los cuerpos de los soldados como si fueran mercancías que pudieran trocearse. El informe entraba en consideraciones técnicas particularmente morbosas, al explicar que «careciendo de conocimientos anatómicos e instrumentos apropiados, los trabajadores se ven obligados a romper los huesos con el filo de la pala o colocándolos bajo una piedra plana y golpeándolos con el talón, cuando no con un pico; pese a ello, a veces no se consigue introducir en los féretros los cadáveres de los más altos, en ese caso, se mete lo que cabe y se arroja el resto a un ataúd que hace las veces de cubo de la basura y que, una vez lleno, se cierra con la indicación “soldado no identificado”, por lo que resulta imposible garantizar a los familiares la integridad de los difuntos que vienen a visitar; por otra parte, el ritmo impuesto por la empresa adjudicataria a sus trabajadores los obliga a introducir en el ataúd sólo las partes del cadáver directamente accesibles, de manera que se renuncia a remover la fosa en busca de osamentas, documentos u objetos que permitirían confirmar o averiguar la identidad del muerto, como prevé el reglamento; de modo que, con frecuencia, se encuentran por doquier huesos que nadie sabe a quién pertenecen, amén de un grave y sistemático incumplimiento de las instrucciones dadas en lo relativo a la exhumación y la entrega de ataúdes, que en absoluto se corresponde con las condiciones fijadas en el contrato firmado por sus representantes, la empresa…». Etcétera. Como se ve, las frases de Merlin podían constar de más de doscientas palabras. A ese respecto, en su ministerio lo consideraban un artista.

(pp. 321-322)

 

 

         ¡Qué mañana, Dios mío! ¡Ojalá fueran así todos los días! ¡Aquello prometía!

         Para empezar, las obras. Cinco, elegidas por la comisión. A cuál mejor. Cinco maravillas. Cinco dechados de patriotismo. Casi se te saltaban las lágrimas. En consecuencia, Labourdin estaba preparado para una triunfal presentación de los proyectos al señor Péricourt. A tal fin había encargado especialmente a los servicios técnicos del ayuntamiento un pórtico de hierro forjado del ancho de su gran despacho, para colgar los dibujos y hacerlos destacar, como había visto una vez en una exposición del Grand Palais a la que había asistido. Péricourt podría moverse con libertad entre las obras, pasear lentamente con las manos a la espalda, extasiándose ante ésta (Francia desconsolada, pero victoriosa, la favorita de Labourdin), examinando los detalles de aquélla (Los muertos triunfantes), parándose, vacilando… El alcalde ya se imaginaba al presidente volviéndose hacia él, admirado y confuso, sin saber qué elegir… Entonces pronunciaría SU frase, estudiada, sopesada, medida, una frase con cadencia, perfecta para recalcar tanto su buen criterio estético como su sentido de la responsabilidad.

         - Presidente, si me permite… -Y se acercaría a Francia desconsolada, como si quisiera rodearle el hombro con el brazo–. Considero que esta magna obra plasma a la perfección todo el Dolor y el Orgullo que nuestros Compatriotas desean expresar.

         Las mayúsculas formaban parte esencial de la frase. Impecable. Para empezar, «magna obra» era todo un hallazgo, luego, Compatriotas sonaba mejor que electores, y Dolor. Labourdin estaba asombrado de su propia genialidad.

(pp. 331-332)